Hetero a 100 euros

Lo que cien euros pueden conseguir cuando estás desesperado. Un hetero se deja pajear por un niñato hasta que éste le propone algo más.

Pillo ese metro todos los malditos días para ir a trabajar y nunca había pasado nada interesante. La gente que escribe en las páginas de relatos eróticos debían de tener una vida mucho más interesante que la mía, porque sinceramente a mí nadie se me ha acercado en un vagón y me ha pasado el rabo por el culo, ni mucho menos ha intentado meter su mano en mi pantalón, acariciar mi polla y pajearme. Tampoco nadie me ha amenazado con una navaja y, aprovechando que hay poca gente en el vagón, me ha bajado el pantalón de deporte, follándome a saco hasta que se he sentido como se corría dentro de mí. Nada de nada. He leído decenas de relatos así y me he pajeado más veces todavía imaginando una situación parecida. Luego, en el metro, las recuerdo y a veces me cuesta disimular la erección dentro del pantalón del traje cuando veo a uno de esos turistas de uno noventa, rubios y ojos azules, con pantalones vaqueros por las rodillas y camisetas de tirantes y me imagino su polla abriéndome el culo. O ahora que empieza el otoño, el grupito de estudiantes de Universidad, desaliñados, con su barba de tres días, sus pantalones caídos enseñando los gayumbos, de labios carnosos que me arrinconan a la salida del metro y me dan caña hasta que se corren todos en mi cara.

La realidad es otra: vagones llenos de gente que se sube cansada después de doce horas currando, emigrantes apiñados, sudor y músicos, lisiados o simplemente gente que se ha quedado en el paro y que sólo pueden pedir un par de euros para poder comer. Esto pasó ayer y no estoy especialmente orgulloso de lo que voy a contar.

Como comentaba al principio pillo ese metro todos los malditos días para ir a trabajar. Entro a las nueve de la mañana y con suerte salgo a las siete de la tarde. Ya he desistido de pillar sitio para sentarme de modo que me suelo quedar al fondo del vagón, contra la pared y me paso el viaje mandando whatsup , ojeando el Grindr o jugando al Angry Birds . Durante los treinta minutos que dura el viaje se sube gente tocando el acordeón que pide unas moneadas, cantantes de ópera destrozando alguna aria famosa a cambio de medio euro, yonquis con diversas adicciones o padres de familia en paro, a los que se les han acabado todas las prestaciones sociales y que mendigan dinero o comida para alimentar a sus dos hijas, como era el tipo que conocí ayer.

Debía tener unos treinta y tantos, moreno, de pelo corto, ojos verdosos y una barba de tres o cuatro días. A pesar de que la ropa no era especialmente marcada se le veían unos brazos fibradetes y una buena forma física. Se le notaba incómodo y no debía llevar mucho tiempo haciendo eso porque parecía nervioso y no tenía aprendido el discurso. No se porqué, levanté la vista de mi teléfono móvil y me fijé en él. Si era verdad lo que estaba contado debía estar pasándolo verdaderamente mal y sin saber porqué, pensé que ese tío, un padre de familia normal, que hasta hace unos meses parecía tener una vida perfecta, podría hacer cualquier cosa, o casi cualquier cosa, por un par de billetes de cincuenta euros.

Me había gastado más pasta en André, un chapero brasileño, por romperme el culo y tragarme su leche y así, sin saber muy bien como me ví bajándome del vagón con él y proponiéndole lo siguiente:

-         Mira tío, he estado escuchándote en el tren y me gustaría echarte una mano –le dije seguro. Al tío se le iluminó la cara.

-         Uff… no sabes lo que estamos pasando mi mujer y yo. Con las cuatro horas que pasa limpiando en una casa y la comida que nos dan podemos comer pero nadie nos paga las facturas. Si tienes un trabajo, el que sea, puedo hacerlo – El tío estaba francamente nervioso y parecía no enterarse de lo que iba la cosa, de modo que se lo solté:

-         En realidad no es un trabajo, bueno o sí. No sé. Tengo en la cartera cien euros y te los podría dar a ti si vienes a mi casa ahora y nos hacemos una paja juntos.

El tío debió alucinar porque se quedó mudo, de modo que continué.

-         Tranquilo tío. Sólo nos pajearemos. Pondré una peli porno en el ordenador y nos la machacaremos. A lo mejor me da por terminarte la paja o chupártela un rato, pero tú no tendrás que hacerme nada a mí… - y apostillé- solo disfrutar.

Y ahí estábamos, en la estación de Tirso de Molina, con decenas de personas saliendo y entrando de los metros sin dar todavía ningún paso. La situación me había resultado muy morbosa. Nunca había hecho algo así y de momento no sentía ningún remordimiento, es más, en mi pantalón se había formado una buena erección. Viendo que el tío no era capaz de articular ninguna palabra finalmente le dije que si no estaba interesado no pasaba nada, que otra vez sería pero justo cuando estaba a punto de echar a andar, el tío me paró y  dijo:

-         Espera tío, espera. Yo no soy maricón y…

-         No vas a tener que hacer nada. No te voy a romper el culo ni nada de eso. Sólo quiero hacerme una paja contigo… y si nos mola, comerte la polla hasta que me llenes la boca de leche.

-         Pero… ¿no tendré que chupártela yo a ti ni…

-         Nada de nada.

No sé si esta última parte de la conversación le dejó más claras las cosas pero el caso es que dijo:

-         Pero me das los cien euros por adelantado.

-         En mi casa – le respondí.

Diez minutos después, llegamos a mi casa. Durante el trayecto no hablamos mucho, pero el morbo de la situación y lo bueno que estaba el tío, me tenían el rabo duro como una piedra. Subimos los cuatro pisos sin ascensor y nos quedamos jadeando frente a la puerta del apartamento:

-         Me llamo Kique – le dije.

-         Yo prefiero no decirte mi nombre.

-         Está bien. No pasa nada. ¿Te puedo llamar Rubén? – Rubén era un becario del trabajo que me ponía muy cachondo y del que ya hablaré en otro relato-.

Una vez dentro, Rubén se quedó de pie, en mitad del salón sin saber muy bien que hacer, si sentarse, quedarse de pie o qué.

-         Siéntate, tío. Ponte cómodo.

-         Me dijiste que me darías la pasta en tu casa – me recordó.

-         Es cierto Rubén, perdona – Saqué los cien euros de la cartera y en ese momento caí en la cuenta de que no conocía de nada a ese tío. Un hombre que por otra parta debía estar muy desesperado si había aceptado lo que le había propuesto y que podría en ese mismo momento, quedarse no sólo con los cien euros que le había prometido si no con todo lo que tenía en la casa y de paso darme una buena paliza.

Sin embargo no hizo nada de eso. Cogió los cien euros y como si con ese gesto hubiera aceptado el trabajo, cambió completamente de actitud y mirándome a los ojos me dijo:

-         Bueno, ¿cuándo empezamos?.

Me puse a rebuscar en mi carpeta de videos porno alguna película heterosexual pero no tenía ninguna de modo que escogí una con alguna escena bisexual.

-         No tengo ninguna película de heteros, pero en esta salen algunas tías que parecen comer bien la polla...

Me pareció distinguir una sonrisa en Rubén cuando terminé mi frase y acto seguido le dí el play y comenzó la película.

Me senté a su lado en el sofá, lo suficientemente cerca como para rozarle la rodilla pero con espacio suficiente para cogerse la polla cada uno. En la película una rubia de tetas enormes había llamado a dos repartidores que ahora le estaban metiendo mano por todas partes. Yo estaba con la polla a tope, aunque no sabía bien si era por la película o por estar al lado de un tío hetero, al que estaba casi sometiendo para que me diera su polla y le sacara toda la leche.

Al final no pude aguantar más, me abrí la bragueta y me bajé los pantalones y los gayumbos hasta las rodillas dejando al aire mi polla, que apuntaba directa al techo. Había dejado un buen cerco de líquido preseminal en los calzoncillos y mi capullo seguía generando más. Rubén se quedó mirando esperando que no fuera a pasar lo que iba a pesar y viendo que no reaccionaba se lo tuve que decir:

-         Venga Rubén, tío, sácate la polla.

Se desabrochó el cinturón y la cremallera de unos vaqueros bastante gastados y acto seguido se los bajó hasta los tobillos quedándose con una polla medio morcillona al aire.

-         Sin gayumbos. A mí me encanta ir sin calzoncillos pero con los pantalones del traje no puedo ir marcando rabo por la oficina.

Rubén se río por primera vez y de alguna manera se rompió un poco el hielo. Pude entonces fijarme bien en su rabo. A pesar de los esfuerzos de la zorra de la película, la polla de Rubén no estaba todavía dura. Supongo que estaba demasiado nervioso a lo que habría que sumar el factor de que, a diferencia de mí, no le debería poner demasiado estar en pelotas con otro tío al lado, claro. Aún así, su polla parecía tener un tamaño considerable. Seguía morcillona sobre unos huevos grandes y con algo de vello castaño. Saltaba a la vista que Rubén no se había rasurado nunca y tenía una mata importante de vello púbico de un marrón claro alrededor de todo el tronco.

La visión de su polla, la idea de tener un tío heterosexual a mi lado con los pantalones bajados hasta los tobillos, al que podía tocar y comerle la polla si quería era demasiado para mí de modo que empecé a pajearme sin prestar ya ninguna atención a la película.

-         Vamos tío, pajéate. Tienes que poner dura esa polla – le solté. Me estaba poniendo cada vez más cachondo y soltar burradas me ponía todavía más.

Rubén empezó a tocársela moviendo su mano por el tronco de mientras que con la otra se acariciaba tímidamente los huevos abriendo un poco las piernas y forzando así el roce con mi rodilla. Yo me terminé sacando los pantalones y la camisa y le dije que se desnudara el también. Obedeció algo cortado sacándose los pantalones y la camisa mostrando un torso bien musculado, tal y como había intuido en el vagón del metro, con muy poco vello sobre el pecho y con unos brazos fibrados que marcaban la fuerza que ejercían con la paja que se estaba haciendo delante de mí.

Así, los dos en pelotas, comenzamos a pajearnos más duro. La polla de Rubén había crecido bastante, y aparentaba unos buenos 19 centímetros con un capullo gordo del que asomaban las primeras gotas. Se estaba poniendo cachondo él también, de modo que cuando cambió la escena de la película y empezó una entre dos tíos que comenzaban a comerse las pollas en un sesenta y nueve le quité la mano y le agarré la polla.

Estaba caliente y al cogerla, la apreté con fuerza y terminó de empalmarse. Rubén dio un pequeño saltó, sorprendido por el giro de los acontecimientos, pero entendiendo la parte del trato, se dejó hacer de modo que comencé a pajearlo con ganas. Rubén abrió un poco más las piernas dejando bien expuestos sus dos pelotas y su culo, que se me antojaba de lo más gustoso. Al poco tiempo aceleró la respiración, empezando tímidamente a jadear, como resistiéndose al gustazo que le estaba dando la paja que le hacía. Justo entonces, acerqué mis labios a su capullo, ya babeante de líquido, y después de recogerlo con mi lengua, me tragué toda su polla.

Una vez más le pilló de sorpresa a Rubén que abrió los ojos y en un acto reflejo, al verme amorrado a su verga, trató de separarme de ella, pero entonces le miré y apartando sus manos de mi cabeza, se dejó hacer. De modo que ahí estaba yo, haciéndole una mamada a un hetero, padre de familia, al que con toda seguridad nunca le había comida la polla un tío y todo por sólo dos billetes de cincuenta euros. Además estaba mucho más bueno de lo que había pensado. Su cuerpo, que alguna vez se habría formado en un gimnasio de barrio, marcaba cada músculo, sus pezones estaban erectos y había comenzado a sudar, empapando el pecho, las piernas, los huevos… Olía a rabo, a meos, pero también a un tío joven, deportista. Aceleré la mamada, mientras le pajeaba y le acariciaba los cojones y la entrada de un culo que me moría por comerme. Estaba tan cachondo escuchando como Rubén jadeaba, con la cabeza echada hacia atrás, y esnifando ese olor a polla y a sexo que en un momento me la saqué de la boca y un movimiento muy rápido me senté sobre él empujando su polla sobre el agujero de mi culo.

Rubén a penas tuvo tiempo de reaccionar, pero cuando se dio cuenta me quitó de encima de un empujón y me miró completamente sorprendido. Ahí con la polla toda tiesa apuntándome…

-         Pero que coño haces tío!. Habíamos quedado en que sólo me la ibas a comer, no que te la iba a meter por el puto culo, maricón de mierda!.

-         Perdona Rubén, tío. Lo siento… es que estaba tan cachondo que… uff.. me he paso… lo siento tío…

-         Joder macho… Una cosa es dejar que un tío te haga una mamada y otra es follarte a uno… y ya te he dicho que no soy maricón.

-         Esta bien Rubén, tienes razón. Lo siento… no era lo que habíamos acordado… Joder…

Nos quedamos en silencio unos segundos, los dos sentados en el sofá, en pelotas, empapados en sudor. A pesar de la conversación a ninguno de los dos se nos habían bajado las pollas, de modo que decidí arriesgarme…

-         Bueno, si quieres, podemos terminar el trabajo… - le dije.

Rubén se miró la polla, sorprendiéndose de que siguiera dura y quizás también, de estar algo cachondo… Sin embargo fue él quién me sorprendió a mí:

-         Por otros cien, te follo bien a saco el culo.

(Este es el primer relato que publico y tengo planeado abrir un blog donde subir todas las historias que me la pongan dura. Se llama http://hetergay.blogspot.com.es . Todas las visitas y comentarios serán bien recibidos. Un saludo).