Herramienta de trabajo 2

Alberto se ha obsesionado con la posibilidad de tener a Verónica para él y no le importa lo que tenga que pagar para conseguirlo. Quizá consiga lo que desea... ¿Pero a qué precio?

Sofía no entendía por qué se sentía tan descansada. Cada noche se la pasaba delante de la cam, haciendo su trabajo, satisfaciendo a los clientes que le indicaba la página. No sólo se sentía llena de energía y disfrutaba como nunca, si no que además, recibía los ingresos al final de cada semana, y había acumulado ya una pequeña fortuna… que había reinvertido en sí misma. Un nuevo vestuario, nuevas joyas… su pelo más cuidado.

Si antes ella y Vanessa ya eran deseadas, desde que se esforzaban más en su trabajo, se habían convertido en las más deseadas del instituto. Ambas, sin embargo, lo que más deseaban era graduarse para dedicarse al trabajo de las cams y nada más. A pesar de todo, Sofía consideraba su vida casi perfecta… Casi.

Había un único problema. Y ese problema en aquel instante, después de su clase de química, le estaba tocando el culo. Sofía, como si hubiera recibido una descarga eléctrica, se retiró y le lanzó una mala mirada. Como de costumbre, era Alberto.

_ ¿Se puede saber qué haces? _ Le espetó, enfadada.

_ Estaba pensando que, ya que estamos en el descanso, podrías acompañarme al baño y hacerme una mamada.

_ Alberto, parece que aún no te ha quedado claro que yo no soy tu pareja ni…

Detuvo su frase a la mitad. Mientras Alberto trasteaba con su móvil el de Sofía había emitido una notificación. Lo abrió y vio que era de la aplicación del trabajo. Acababa de recibir una petición fuera de hora… el cliente en cuestión era el mismo Alberto. Su expresión cambió rápidamente de una de desprecio y resignación a una mirada lujuriosa y lasciva.

_ ¿Una mamada has dicho? _ Sonrió, golosa. _ Ah… ojalá poder chupártela aquí mismo, vamos, rápido.

Sofía le cogió la mano y prácticamente lo arrastró al lavabo. Con la mirada hambrienta, le metió en el lavabo y le bajó los pantalones, hundiendo aquella pequeña polla en su boca. Lo cierto es que con ese tamaño podía manejarla sobradamente.

Sofía había chupado ya otras pollas desde que había comenzado a trabajar. Su cabello azul y sus grandes tetas habían hecho que la hubieran llamado ya para algunos servicios especiales. Y Alberto tenía, con diferencia, la más pequeña, y era el que más rápido se corría. A pesar de todo, la muchacha se comía aquella pequeña polla con un hambre desmedida, como todas las que chupaba.

Apenas duró unos minutos antes de descargarse en su garganta. Ella jugó un poco con la carga antes de tragársela y abandonar el cubículo para asearse. Su expresión había vuelto a volverse taciturna cuando se aseó. Alberto se acercó y trató de sobarle las tetas, pero ella le apartó de un manotazo.

_ Vamos… si me acabas de comer la polla y estabas encantada. _ Bufó él.

_ Es trabajo, Alberto. _ Respondió ella, como si fuera obvia. _ Insisto, no soy tu novia.

El chico parecía frustrado. Por un lado, aunque le estaba costando dinero, le fascinaba ver la cara de Sofía cuando se corría dentro de ella.

_ ¿Y cuánto tendría que pagar para que actuaras como tal?

Sofía lanzó una risotada.

_ Tendrías que consultarlo con mi jefa directamente… pero la verdad, creo que ni siquiera tú tienes tanto dinero, Alberto.

_ Eso ya lo veremos, Sofía. _ Sonrió, siniestro. _ Contactaré con tu jefa… y tú… vas a ser mía.

_ Buena suerte. _ Puso los ojos en blanco. _ Si me disculpas, tengo biología.

_ De biología vamos a discutir tú y yo pronto.

Sofía bufó y se marchó, moviendo sugerentemente su cabello azul y sus dulces nalgas ante él, casi como desafiándolo. No pudo concentrarse el resto de las clases. Se preguntó cómo contactaría con él la jefa de la que había hablado. No le dio más importancia.

Había llegado a casa y estaba planteándose si pedir otra sesión con Sofía cuando alguien se le echó encima. Trató de resistirse, pero una fuerza robusta lo redujo con una facilidad pasmosa y lo noqueó fácilmente.

Cuando volvió a abrir los ojos se encontró atado en una silla que conocía bien. Era el despacho de su padre. Y había una mujer sentada en el asiento que normalmente usaba su padre, había una mujer a la que no distinguía debido a que la habitación estaba a oscuras. Pero podía ver sus estilizadas piernas dobladas sobre el escritorio y cómo sujetaba el vaso, tenía una copa en la mano.

De pie junto a ella, en posición de firmes, pudo ver a otra mujer. Deduzco enseguida que ella lo había noqueado. Quizá hubiera sentido su orgullo masculino herido si no fuera porque la mujer, de piel negra como la noche, era no sólo muy alta, si no que estaba mostrando unos brazos fuertes y un abdomen tonificado bajo su top. Estaba claro que aquella mujer podía partirle las piernas con facilidad.

_ Así que estás interesado en una de mis chicas. _ La voz de la mujer sonaba extraña, tuvo la impresión de que si le hablaba en otro momento sería incapaz de reconocer la voz.

_ Deduzco que usted es la jefa de Sofía. _ Tragó saliva. _ Sí, estoy interesado en ella.

_ Tus recientes transacciones lo confirman… encuentros prácticamente todas las tardes… sexo esporádico en los descansos del instituto… se ve que le tienes muchas ganas.

_ Sí, así es.

_ Es una lástima que ella no te soporte… _ La otra mujer se rio con ganas. _ Eso es lo que tendríamos que arreglar, ¿No crees?

_ Como si fuera tan fácil… _ Suspiró él.

_ Bueno… quizá sólo sea cuestión de que paséis más tiempo juntos. _ La mujer lanzó una risita que lo asustó. _ Tú y yo vamos a hacer una apuesta.

_ ¿Una apuesta?

_ Sí, una apuesta. La próxima semana no tenéis instituto. Te voy a dar control total sobre Sofía ese tiempo. Si consigues que, por propia voluntad, desee quedarse contigo…

_ Pero si está controlada… ¿Cómo sabré si va a querer quedarse?

_ Tienes una app en el móvil para eso. No te costará entenderla.

_ ¿Y qué pasa si no consigo que quiera quedarse voluntariamente?

_ Me cobraré lo que me debes… el dinero no es problema para ti, ¿Verdad?

_ No… supongo que no. _ Tragó saliva.

La mujer apuró el whisky del vaso y miró a la otra mujer.

_ Natasha, ponlo todo en marcha.

La mujer se acercó, le puso la mano en el hombro y cuando quiso darse cuenta había perdido la consciencia. Despertó tirado en su cama, recibiendo el brillo del sol directamente en la cara. Y entonces la vio.

De pie, iluminada por los rayos del sol y completamente desnuda, se encontraba Sofía. Estaba completamente rígida, como una muñeca. Notando que ya la tenía dura como una roca se lanzó sobre ella y empezó a comerle las tetas. Ella no tuvo reacción alguna mientras jugaba con ella.

Empoderado por el morbo la empujó sobre la cama, le abrió las piernas y empezó a penetrarla. Ella seguía sin moverse, probablemente esperando órdenes. Rápidamente se corrió dentro de ella, precoz como era ya la costumbre en él.

Se dejó caer a su lado y respiró con cierta dificultad. Notó que tenía notificaciones en la app. Era muy sencilla. Podía ver una serie de valores y comentarios y de fondo, una imagen de Sofía tal como estaba en aquel momento. Con la mirada perdida, totalmente zombificada.

Le hirió en el orgullo ver que el nivel de aceptación de Sofía estaba en mínimos, y los comentarios no ayudaban. Eran crudos y directos, descarnados. “Polla diminuta” “Dura menos que un suspiro”, eran de las cosas menos duras que le habían dado. A su lado podía tener una muñeca obediente, pero eran esos comentarios los que reflejaban lo que Sofía pensaba de verdad. Tenía que convencerla para que quisiera quedarse con él voluntariamente.

Había sido muy fácil decir que sí, pero ahora no veía cómo iba a conseguir que esa beldad se quedase con él. Se planteó disfrutar de aquella semana y nada más cuando le apareció un pop up dentro de la aplicación.

¿Quiere comprar un bono para mejorar su compatibilidad con Sofía?

Alberto tenía la mala costumbre de no mirar los precios de las cosas. Así que sin más dilación pulsó el sí. Aquella empresa le había dado los mejores momentos de su vida, no tenía caso negarse a aceptar lo que le ofrecieran.

En cuanto pulsó el sí, notó cómo su cuerpo, en especial su entrepierna, parecía acalorarse. Una sensación agradable le llenó y notó cómo su polla se elevaba y empezaba a crecer más de lo que había hecho nunca. Su vientre, además, pareció perder algo de grasa y se marcaron levemente unos músculos que no estaba seguro de haber tenido antes.

_ ¿Sofía?

La muñeca pareció recuperar la consciencia. Pestañeó un par de veces y le miró con sumisión absoluta. Se incorporó y le dedicó una gran sonrisa.

_ ¿Cómo puedo servirte, mi amo?

_ Chúpamela. _ Le ordenó. _ Veamos si sigo siendo precoz ahora.

Sofía la miró con deseo, la tomó con la mano y la toqueteó un poco antes de metérsela lentamente en la boca, clavándole la mirada con deseo. Mientras le acariciaba el pelo miraba la aplicación. Efectivamente, la compatibilidad había subido un poco. Y, sin embargo, había ahora una opción permanente para comprar potenciadores. Ni se lo pensó y pulsó de nuevo… la polla que Sofía seguía chupando le empezó a crecer dentro de la boca.

Cuando se corrió dentro de aquella boca, no era difícil percatarse de que había durado muchísimo más que la primera vez. Sonrió, malicioso, revisando su móvil. Iba a comprar muchas de aquellas mejoras de compatibilidad.

Para el sábado, Alberto se movía por la casa desnudo con orgullo. Su cuerpo había cambiado mucho. Tenía unos brazos fibrados y musculosos, unos abdominales y un tórax marcadísimo. Y por supuesto, una enorme polla que no tenía nada que envidiar a los miembros de raza negra que se comparasen con él.

Ese ser de pura masculinidad estaba aferrando las caderas de Sofía que gruñía tirada sobre la cama, gritando de placer, con el rostro deformado de placer.

_ Ah… dame más fuerte Alberto… ¡FÓLLAME!. _ Gritaba, desesperada.

Y finalmente, después de una hora, Alberto se corrió dentro de ella, liberando una monstruosa cantidad de esperma que hizo que la muchacha empezara a gritar aferrando las sábanas mientras iba poco a poco recuperando el resuello. La esclava se arrastró ante él y empezó a darle besos en la polla, limpiándola con la lengua.

_ Te quiero, amo. _ Susurró, mientras la dejaba bien limpia.

Alberto tenía una gran sonrisa que mermó un poco cuando miró la pantalla de su móvil. Desde el jueves el indicador de compatibilidad con Sofía se había quedado atascado en el 85%.

El problema de Alberto es que era muy inseguro. Y ese 85% no le bastaba. Todas esas barras que indicaban lo mucho que había aumentado su atractivo y su capacidad sexual no le bastaban. Quería asegurar el tiro. Ese 15% le estaba enervando. Si Sofía no aceptaba ser su pareja iba a morirse.

Dejó a la chica sobre la cama, limpiando los restos de semen de las sábanas con desesperación. Se dirigió al lavabo y se miró al espejo. Se gustaba… pero quería a Sofía a cualquier precio. El botón de las mejoras se había quedado en gris.

Aún así, empezó a pulsarlo una y otra vez, esperando una reacción. Cuando estaba a punto de rendirse, apareció un nuevo pop up en pantalla.

¿Quiere aumentar la compatibilidad con Sofía al 100%?

Ni se lo pensó y pulsó, provocando que saltara un nuevo pop-up.

Esta acción puede provocar cambios irreversibles. ¿Está seguro?

Alberto pulsó el botón con más fuerza de la que quisiera. Esa fue la decisión que cambió su vida irreversiblemente.

Alberto notó esta vez no fue un extraño calor… notó cómo todo su cuerpo parecía arder, cómo sus huesos parecían fundirse. Lo primero fue su miembro, que si bien era grande, entraba dentro de la normalidad. Creció hasta un tamaño ridículo. Su pecho, en cambio, se encogió y se deformó hasta pasar de ser unos cincelados pectorales a unas enormes tetas. El resto de su cuerpo también empezó a feminizarse.

Entre enormes estertores de dolor, Alberto notó cómo se le inflaba el culo, cómo sus piernas se afinaban. Y después cómo un enorme mazazo le golpeaba la mente y se la destrozaba. Lo último que alcanzó a ver fue cómo Sofía entraba en la habitación, con una gran sonrisa.

_ Oh Albertito… ¿Qué has hecho?

Cuando Alberto despertó, tenía la cabeza en una nebulosa. Apenas logró incorporarse de la cama. Sus cómicamente grandes pechos le hacían perder el equilibrio. Por suerte o desgracia, su culo también era ridículamente grande y ofrecía la labor de contrapeso. Se dirigió hacia el espejo y se quedó observándose.

Se parecía a una de esas chicas de los hentais con los que solía pajearse. Cada una de sus tetas era más grande que su cabeza, su pelo era de un vivo color verde y le llegaba hasta la cintura, sus ojos grandes y femeninos estaban maquillados, así como sus labios de un vivo color rojo. Su piel era blanca como la leche. Su polla, flácida, parecía tener el tamaño apropiado como para esconderla en el pantalón. Estaba desnuda, a excepción de un colgante en su cuello. Un colgante dorado que llevaba una pequeña placa, similar a la que llevaría una mascota, en la que había grabada una única palabra.

“Verónica”

Por supuesto. Ella era Verónica. ¿Por qué se había estado identificando como Alberto? Se rio de su ocurrencia, sin darle importancia a que su cuerpo había cambiado por completo, incluyendo el género y las proporciones. Se sentó sobre la cama y empezó a jugar con sus tetas por inercia.

_ Vaya, Verónica… ¿No me esperas?

Sofía se había apoyado en el quicio de la puerta. En cuanto la vio, a Verónica se le iluminaron los ojos y su polla empezó a crecer de lo increíblemente cachonda que estaba. Nadie la excitaba tanto como Sofía. Se acarició distraídamente la polla, que empezó a crecer y crecer hasta alcanzar tres veces su tamaño, de tal forma que podía acomodarla entre las tetas y, con un ligero cabeceo… chuparse el glande si quería.

_ Vamos… tienes que meterme esa polla. _ Le dijo Sofía.

_ Sí, mi ama. _ Respondió, sin un ápice de dudas.

A Verónica no le importaba haberse convertido en la putita de Sofía. No le importaba que ella se le sentara encima y la montara violentamente, en una postura que la obligaba a someterse, lo cual siempre había detestado antes. Lo único que le importaba era cómo Sofía se comía su polla con el coño… cómo le martirizaba sus descomunales tetas y cómo iba a comérsela después.

Alberto lo había conseguido… el precio había sido elevado… pero en su móvil indicaba bien claro que la compatibilidad entre él y Sofía era del cien por cien. Se había convertido en el mayor fetiche de Sofía. Una hermafrodita de polla monstruosa, sumisa y obediente a la que poder tirarse siempre que quisiera.

Al día siguiente, estaba sentada en el suelo cual perrito, dejando que su gran polla se deslizara por el suelo, porque estaba dura por la excitación. Escuchaba cómo Sofía hablaba con su reina para decirle que, por propia voluntad, aceptaba quedarse con ella.

Por desgracia, los bonos que había solicitado, especialmente el último, no eran baratos… y no estaban incluidos en la apuesta que había hecho con la jefa. La cantidad era tan grande que excedía con mucho la fortuna de sus padres. Por suerte, la mujer fue compasiva y aceptó quedarse con la mitad de todos los beneficios que generara con las cams porno. A lo que Verónica aceptó encantada, pensando que la mujer era muy tonta. ¡Ese trabajo lo habría hecho gratis!

Y así fue como, unas semanas después, se encontraba acudiendo a un lugar que le era conocido. Una vieja cancha de baloncesto en la que Alberto solía jugar mucho. Un par de amigos habían llamado para un servicio especial, un bukkake. Verónica aceptó encantada. Cuando llegó, la recibieron con sendas sonrisas.

Aquellos chicos eran antiguos amigos de Alberto. Evidentemente, no la reconocieron, pero Verónica sí que lo hizo. Aún así su gran polla, enfundada entres las medias para disimular, latió de emoción al verlos. El traje de animadora que llevaba no dejaba mucho a la imaginación.

_ ¿En qué puedo servir a mis amos? _ Preguntó, con una gran sonrisa, la favorita de Sofía.

Los chicos sonrieron y se la llevaron a un callejón. Aquella noche probó las pollas de todos sus mejores amigos, y más tarde la encularon uno por uno. En su interior, en un lugar muy remoto, Alberto estaba gritando desesperado… pero era una parte de Verónica que estaba muy muy profunda… pues ella, en cambio, era muy feliz tragando la siguiente polla… esta vez de alguien que solía pegar palizas a Alberto y encerrarlo en su taquilla. Era la más grande… y la que más placer le dio cuando se la metieron en el culo.