Hermosa en la lavandería

Amelia se entretiene en un día lluvioso en la lavandería. Las vibraciones de las máquinas le causan un enorme placer que podría acabar en bollo les.

Ir a la lavandería era un placer semanal puesto que allí disfrutaba de la compañía de mi novio. A veces dejábamos la ropa allí y la dejábamos lavándose hasta que unos 45 minutos después volvíamos a por ella. Siempre debíamos llevar monedas sueltas, puesto que el encargado a veces se iba al bar de al lado y no podía cambiarnos.

Los días de mal tiempo nos quedábamos. Charlábamos, hacíamos bromas, leíamos o, a veces, apasionados nos besábamos y metíamos mano si no había nadie, se entiende.

Aquel día, Borja tenía muchas cosas que hacer así que yo no podía esperar más y me fui sola.

El tiempo era horrible. Llovía a cántaros pero no me quedaba más remedio que ir ya que de ese modo podría utilizar también las secadoras. Lo bueno, es que no habría mucha gente allí.

Llegué. Unos segundos antes había visto a entrar a una chica con la que a veces habíamos coincidido pero con la que nunca habíamos hablado. El encargado saludó y se fue al bar. Así que cada una metimos la ropa en la lavadora y empezó enseguida a dar vueltas de manera hipnótica.

Afortunadamente había televisión. Echaban un culebrón que no seguía. Este era algo diferente a los típicos del mediodía. Los personajes no hablaban a gritos y la trama no era manida. El personaje masculino me recordaba bastante a mi novio.

La chica miraba la tele como embobada y yo cada vez me acordaba más de mi chico. Me senté sobre una mesa, con la espalda apoyada en la pared y alzando y girando el cuello para ver bien la pantalla. A mi derecha había un gran ventanal que daba a una calle en la que no había comercios. Ese día sólo pasaban transeúntes de vez en cuando.

A mi izquierda estaban las máquinas. Un poco más allá otra mesa donde estaba la chica y tras ella otro ventanal que daba a la calle por donde había entrado. En aquella pared sujeta de un soporte giratorio estaba la tele.

La chica seguía absorta. A mi el prota me recordaba cada vez más a mi novio. Empecé a recordar sus ojos. Su sonrisa, sus labios. Una de las máquinas estaba pegando contra la mesa sobre la que me sentaba. Al estar en funcionamiento su vibración se transmitía al tablero de mi mesa y mi trasero y vulva notaban ese suave traqueteo.

Esa vibración junto con el recuerdo de nuestros besos se estaba mezclando deliciosamente en mi cuerpo. Tanto que me arrancó un suspiro de placer bastante audible. Yo misma me sorprendí. Miré a la chica que había dado un respingo y se me había quedado mirando. En cuanto la miré a ella apartó la mirada.

Me sonrojé y volvi a mirar la tele intentando concentrarme en la serie. Pero

ese chico se parecía demasiado a mi Borja como para quedarme tan tranquila.

Para colmo Armando Luis se enrollaba con la tía más arpía de la serie. Los dos actores se estaban dando el lote apasionadamente sin preocuparles lo más mínimo si tenían espectadores. Y yo pensé en los besos húmedos y largos de Borja. En sus labios carnosos, y su lengua entrando con fuerza en mi boquita. En mi lengua enrollándose en la suya, en las dos jugando. En nuestras salivas cada vez más abundantes. En nuestro deseo cada vez más arrollador.

El movimiento vibratorio cada vez era más rápido y yo cada vez estaba más excitada. Apoyé mi cráneo en la pared y mi cuerpo se arqueo. Mi vulva buscaba el contacto don la traviesa mesa. Dejé escapar un Aaahh! Miré rápidamente a la chica que también me miró entre sorprendida y escandalizada. Pero apartó enseguida la vista hacia la tele.

Por una parte me quería ir pero no podía dejar la ropa sola y llovía a cantaros. Así que decidí calmarme. Seguí viendo la tele. Pero mi mano empezó a adquirir voluntad propia.

Disimuladamente bajo la cremallera de mi chaqueta y acaricio mi pecho sobre mi camiseta, haciendo movimientos circulares y sin tocar el pezón. Imaginé que era la mano de Borja-Armando intentando a seducir a Amelia-Yuleika. Mi teta se estaba poniendo durísima y me dolía. Luego uno de mis dedos empezó a hacer círculos sobre el pezón y surgío una bolita. Después hice lo mismo con la otra teta.

Miraba, de vez en cuando hacia la calle. Cualquiera que pasara por allí podría verme pero tal vez no imaginaran lo más mínimo lo que estaba haciendo pero no había caído en que podrían verme desde los pisos aledaños o desde algún coche aparcado en las cercanía pero miré y no vi a nadie, al menos en aquel momento.

Miré también hacia el lugar donde estaba mi compañera de lavandería pero parecía haberse quedado inmovilizada viendo a Armando y a Yuleika. ¿Y si esa chica era una voyeur? Bueno, … así lo pasaríamos bien las dos.

Seguí, pues con mi aventura particular. La bolita de mi pezon cada vez más dura y dolorida con ganas de ser humedecida por una jugosa lengua. Mi mano fue más allá.

Sacó mi camiseta de mis pantalones y fue a parar a mi pezón izquierdo que recibíó de nuevo imparables caricias. Si alguien estaba observando desde la calle, ahora ya no tenrdría dudas de lo que estaba haciendo.

Mirando a la chica volví a dejar escapar otro gemido y ella esta vez no miró pero noté que se movío ligeramente como para acomodarse mejor.

Sí, ponte cómoda, que vas a disfrutar.

Yo seguía dando placer alternando manos y pezones. Hasta que mi mano izquierda, como si de la mano de Borja se tratase , desabotonó mi pantalón y bajó mi cremallera, apartó mi braga y se zambulló rápidamente en la selva de mi monte de Venus.

¡Ah!- exclamé sorprendida ante tal osadía.

La chica esta vez si miró. Esta vez yo no podía disimular. Mis manos estaban donde estaban y no las iba a apartar de allí.

La chica se quedó mirando durante unos segundos sin ninguna expresión de reproche o sorpresa incluso parecía sonreír libidinosamente. Y yo seguía allí con mi mano izquierda en mi monte de abajo y la derecha en el de arriba.

La chica apartó la vista y volvió sus ojos a la tele.

Continúe mi tarea amatoria, sin amante, pero deliciosamente presente en mi imaginación.

Sí, Yuleika era una mala mujer, una pervertida que quería llevar a Armando por el camino del vicio y la perdición.

Mi dedo estaba ya en mi clítoris haciendo círculos.

Y fue bajando. El roce de mi pantalón, la vibración, mi dedo y la espectadora hacía que mis jugos fueran desprendiéndose y humedeciendo mi vagina.

Uuuuuhhhmmmm, uuuhhhmmmmm, gemía ya sin ningún pudor. Hice resbalar mis piernas separándolas de la pared y ahora eran los hombros los que notaban la aspereza del gotelet.

Por la calle pasó un coche. El conductor, un hombre podía haberme visto perfectamente ya que pasó por el lado de la calzada contiguo a la enorme vitrina.

Por mi postura y el lugar donde posaba las manos no cabía duda. Estaba emulando, aunque no era mi intención a las famosas prostitutas de Ámsterdam. Esa idea lejos de cortarme el rollo me excitó más, así que continué de manera más frenética mi labor masturbatoria. Observé que mi compañera cada vez me miraba con mayor frecuencia y deteniéndose cada vez más en mis contoneos. Así que en una de esas ocasiones la miré con lujuria y saqué mi lengua que rodearon lentamente mis labios y también contonée mis hombros. Ella, esta vez, tampoco apartó la vista y sonrió descaradamente.

Me gustan los tíos mogollón pero una de mis fantasías sexuales es hacerlo con una mujer así que quien sabe puede que esa fuera la mejor ocasión.

La lavadora entró en centrifugado. La mesa empezó a sacudirse con violencia. Mi sexo empezó a contraerse y dilatarse cada vez más rápida. Y yo estaba, muy, muy húmeda.

Entonces me corrí. Con mis ojos cerrados, mi boca abierta y jadeante, mis piernas colgando sobre la mesa y mi cráneo apoyado en la pared.

Era bestial. Menudo orgasmo. Las contracciones de mi sexo seguían minutos después. Cuando abrí los ojos la chica estaba allí de pie muy cerca. Me estaba mirando. Levantó un brazo y …..

Se oyó como abrían la puerta de la lavandería y un hombre vociferaba

¡Hola!.

Era el encargado.

La chica se sobresaltó abrió la puerta de su lavadora y cogió su ropa aún mojada y sin cesto – tal vez lo que había ido a coger no era su ropa mojada, si no mi vulva mojada,- la llevó hasta una enorme bolsa de deporte, cerró la cremallera, y a toda velocidad abrió la puerta y se marchó.

A mi me dio tiempo a acomodar mi ropa antes de que el encargado se acercara a mirar mi lavadora. Me dijo que ya iba a terminar. Cogí el cesto. Efectivamente en unos segundos terminó mi colada y enseguida la metí en mis bolsas. El encargado se despidió de mi mucho más amable que otras veces.

Yo, estaba deseando ver a Borja, pues aunque satisfecha con mi dedo deseaba un buen revolcón.

A pesar del paraguas, llegué a casa mojada, por dentro y por fuera. En cuanto le vi me arrojé en sus brazos y le besé apasionadamente. El respondió a mis caricias.

No tardó en decirme "Por cierto,¿Qué hacías encima de la mesa de lavandería?"