Hermanos libertinos

Unas inocentes vacaciones de verano acabaron por convertirse en un juego morboso y excitante entre Sonia, su hermano y sus sobrinos.

Hermanos libertinos

Parte 1

Antes que nada quiero confesaros que este relato está inspirado en un relato anónimo que leí hace muchos años en esta web. El relato se titulaba El Juego pero lamentablemente, estaba incompleto. Los personajes y sus  circunstancias tienen cierta similitud en ambos relatos.

Hermanos libertinos es el primer relato que escribo y espero que os guste. Con este relato me estreno en la web.

Me llamo Sonia y tengo 45 años. Lo que voy a relatar ocurrió hace 15 años en Llafranc, un pueblecito de la Costa Brava durante unas vacaciones de verano.

Mis padres me cedieron en herencia una casita de pescadores ubicada sobre un pequeño acantilado y con un camino particular a través del cual se accedía a una pequeña cala. La casita en cuestión, cuando ellos la adquirieron la bautizaron como Cala Rodona, puesto que el diminuto trozo de playa con arena se parecía a una plaza de toros rodeada de rocas y con un pequeño estrecho para acceder a mar abierto. La playa en cuestión no llegaba a 20 metros de diámetro, la mitad de la cual estaba cubierta de agua con una profundidad máxima de metro y medio. Era el  lugar ideal para disfrutar de unas vacaciones íntimas en familia.

En aquel verano del 2000, las circunstancias familiares eran un tanto complejas, intentaré describirlas para poneros en situación. Mi marido, Daniel acababa de salir del hospital y se estaba recuperando de las secuelas producidas por un accidente de moto. En dicho accidente se fracturó las dos caderas y la pelvis. Durante todo un año los médicos lo estuvieron recomponiendo y fue un auténtico calvario entre hospital, operaciones y sesiones de recuperación.

Aunque no estaba del todo restablecido, los médicos consideraron oportuno que este verano lo pasara fuera del hospital, a poder ser cerca del mar para ver si así acelerábamos la recuperación.

En cuanto a nuestra vida de pareja, era un tanto complicada, puesto que desde el accidente, nada de nada: El ambiente hospitalario, las operaciones y las duras sesiones de recuperación no propiciaban el ambiente adecuado  para el sexo. Desde el fatídico accidente, Daniel no había conseguido una erección, no obstante, los médicos lo atribuyeron todo a las operaciones y a la fuerte medicación a la que era sometido. Con el tiempo no dudaban que su cuerpo volvería a la normalidad.

Nuestra situación económica, sin llegar a ser demasiado boyante, la teníamos resuelta. El dinero bien invertido de una herencia recibida nos reportaba una renta mensual equiparable a un buen sueldo, por lo que, en este sentido, el accidente no había trastocado significativamente nuestra economía.

Habida cuenta que íbamos a pasar todo el verano en Cala Rodona, y, dadas las limitaciones de Daniel, nos trajimos a mi hermano Juanque para que me me ayudara en las tareas más difíciles de la casa, así como, por si fuera preciso, ayudar  a Daniel.  Juanque, de 18 años, vivía con mis padres en un pueblecito del interior, le gustaba mucho el mar pero no tenía demasiadas oportunidades para salir del pueblo. Aquellas vacaciones serían para él algo inolvidable.

Aunque éramos como hermanos, Juanque era hijo adoptivo. Mis padres,  tras muchos intentos infructuosos de conseguir un segundo hijo, optaron por la adopción. Juanque llegó a casa con 3 años, y todos lo recibimos con mucha alegría. Coincidió su llegada con mi marcha a Barcelona por motivos de estudios. Cuando a los 22 años finalicé la carrera,  encontré trabajo en un gabinete de abogados de Girona y allí trasladé mi vivienda. La relación que habíamos mantenido con Juanque se había limitado a mis visitas esporádicas al hogar de mi infancia. Últimamente teníamos más contacto gracias al correo electrónico y al messenger.

Para acabar de redondearlo y para que Juanque no se aburriera con nosotros, invitamos  también a los dos sobrinos de Daniel: Santi, de la misma edad que Juanque y el pequeño David de 14 años.

Una vez instalados en Cala Rodona, organizamos todo para disfrutar de un buen verano, con la esperanza de que Daniel se recuperara lo más pronto posible de sus lesiones para que nuestro matrimonio volviera a la normalidad y de que los chicos disfrutaran de unas buenas vacaciones.

Cala Rodona disponía de tres habitaciones, la de matrimonio que utilizábamos Daniel y yo y las otras dos estaban ocupadas, una con dos camas en la que dormían los dos sobrinos de mi marido, David y Santi y otra más pequeña que ocupaba mi hermano Juanque. Disponíamos también de un cuarto de baño que utilizábamos  principalmente Daniel y yo puesto que quedaba dentro de nuestra habitación, aunque también tenía una puerta que daba al pasillo. En cuanto a la cocina, comedor y sala de estar, estaba  todo en una misma pieza, creo que se denomina cocina americana. Disponíamos también de una gran terraza con vistas al mar desde la cual se accedía por un camino de rocas hasta la pequeña cala. En uno de los extremos de la terraza teníamos una pequeña caseta con una ducha que utilizábamos para eliminar los restos de  arena de la playa y así evitar  ensuciar el baño y la casa.

Como vivíamos lejos de Llafranc, destinábamos una tarde a la semana para hacer las compras y reponer así nuestra despensa.

La jornada, habitualmente se iniciaba más o menos a las 10, hora del desayuno, y posteriormente yo misma asignaba a cada uno de los chicos las tareas a realizar: fregar los platos; hacer las camas; fregar el suelo y sacar la basura, que se depositaba en un bidón del municipio situado a unos 100 metros de la casa y que los empleados municipales recogían cada dos días.

La limpieza del cuarto de baño y preparar la nevera con el hielo y las bebidas que nos bajábamos a la playa eran tareas que yo efectuaba. Daniel, al que no le gustaban ni el sol ni el agua de mar se encargaba de preparar la comida y tener la mesa preparada para el mediodía. Teníamos una primera sesión de baño por la mañana, después del desayuno y otra por la tarde, después de la comida y de una buena siesta.

A media tarde finalizaba la jornada de playa. Tocaba ducha, merienda, y tiempo libre para los chicos mientras que Daniel y yo preparábamos la cena. Después de cenar acostumbrábamos a ver alguna peli del vídeo y luego, a media noche más o menos, todo el mundo a la cama.

En Cala Rodona no teníamos aire acondicionado, y en las habitaciones hacía mucho calor. Antes  de acostarme y para dormir más fresca, acostumbraba a darme una ducha de agua fría Habían transcurrido solamente tres días desde el inicio de nuestras vacaciones y estaba yo en el baño cuando Daniel, desde la cama me comentó:

  • ¿Sabes, cariño que los chicos no te sacan los ojos de encima? -

  • Pero, ¿qué me dices?, no, no me había dado cuenta - le respondí.

  • No sé qué les das, pero los tienes como pajaritos, comiendo de tus manos.

  • No seas exagerado, Daniel, no será para tanto.

  • Que si, tú fíjate y ya verás como no exagero.

  • Bueno, a partir de mañana ya me fijaré.

Las palabras de Daniel me hicieron reflexionar, y observé que no le faltaba razón: desde que nos instalamos los cinco en Cala Rodona no había sido preciso discutir con ninguno de ellos. Todo lo que les pedía lo hacían sin rechistar, incluso las tareas más desagradables como  tirar la basura, pasar la escoba o fregar los platos. ¡Un tanto extraño en niños de esta edad!.

  • Si, cariño, los chicos están muy amables, me ayudan mucho en las tareas de la casa.

  • No,  mi vida, no me refería precisamente a esto que tu comentas -  me soltó Daniel.

  • ¿Ah, no te refieres a esto? Entonces, Daniel,  si no te explicas…. - le comenté.

Daniel siguió:

  • Me refería a que están todo el día revoloteando a tu lado, pendientes de ti, en especial cuando bajáis a la playa. Ya sabes que no tengo nada que hacer en todo el día, y que desde aquí arriba, con mis prismáticos, observo todo lo que ocurre a tu alrededor.

  • Me estás diciendo, Daniel, que los chicos revolotean a mi alrededor porque yo les …..

Daniel acabó la frase que yo había iniciado  - Si, cariño, les pones.

  • Pero ¿cómo que les pongo?  Esto no es posible, yo soy su tía y hermana.

  • Eres su tía y hermana, si, de acuerdo, pero lo uno no quita a lo otro. Los chicos están en una edad en que lo único que tienen en la cabeza es o jugar a la Play o matarse a pajas. Y contigo todo el día a su lado en biquini o ligerita de ropa, pues… de Play, poco.

  • Pero, ¡Qué bestia eres, Daniel!

  • No exagero, Sonia, además, supongo que los chicos saben que hace un año que  no podemos hacer el amor. Esto añade un punto de morbo al asunto. Saben que estás mal follada y que estás necesitada de una buena verga, y esto seguro que les pone, y no poco.

Daniel me contaba todo aquello, pero no enfadado, no, todo lo contrario. Juraría que lo decía con cara de vicio.

  • ¿Me estás diciendo, Daniel, que  te pone que los chicos se exciten conmigo?.

  • Pues si, es verdad, me excita, aunque todavía no sé cómo canalizar esta excitación. Me siento a gusto y es agradable. Es cuanto puedo decirte.

  • Estás enfermo, Daniel, no me creo nada.

  • Mira, Sonia, ya sabes que mi polla en este momento, nada de nada. Con el tiempo ya veremos, pero mi mente funciona a las mil maravillas. Estos días, desde aquí arriba vengo observando que cuando estáis en la playa, los chicos tienen un comportamiento fuera de lo normal. En vez de jugar a la pelota, al tenis, o hacer aguadillas, están siempre a tu lado. Si tú te bañas, se bañan contigo. Si tu tomas el sol, ellos toman el sol contigo ¿A cuentos chicos de su edad conoces que les guste perder el tiempo tomando el sol?

  • Ahora que lo dices, es verdad. Yo pensaba que lo hacían por mí, para hacerme compañía.

  • Nada de esto, Sonia. Los niños toman el sol a tu lado no porque les guste el sol. Los chicos toman el sol a tu lado porque tu cuerpo les pone. En más de una ocasión, cuando  estás estirada boca abajo con los ojos cerrados, he pillado a uno de ellos, sobre todo  Juanque,  con las manos dentro de su bañador acariciándose disimuladamente.

  • Daniel, por favor ¿Qué me estás diciendo? ¿Mi hermano Juanque?

  • Que si, Sonia, que los chicos ya no son tan chicos. A su edad, yo pensaba más con la punta de la polla que con la cabeza, y supongo que a ellos les ocurrirá lo mismo.

  • Estoy alucinada, cariño, o sea que  que los niños  ya no son tan niños.

  • No, cariño, no son tan niños.

  • Pero, Daniel,  yo no hago nada para provocarlos ¿Por qué se excitan conmigo?

  • Mira, Sonia, estamos en verano, hace calor  y todos andamos por casa ligeros de ropa. Los chicos en bañador,  y tú en braguitas y camiseta, como has hecho siempre. Nunca te pones el sujetador, porque nunca lo has hecho, porque estamos en familia y hay confianza, pero... algo ha cambiado. Los niños ya no te ven como su querida tía o hermanita, ahora te miran como a una mujer, una mujer despampanante, una mujer muy deseable y apetecible, que es lo que eres, y si a esto añadimos lo de mal follada, su testosterona se revoluciona y pasa lo que pasa.

  • Bueno, pues a partir de ahora me pondré más ropa para andar por casa, no quiero que los chicos piensen que soy una cualquiera.

  • Ja ja ja, nada de esto, Sonia. Quiero que todo continúe como hasta ahora. Quiero que los chicos continúen disfrutando de tu excitante cuerpo para que se maten a pajas y se queden la mar de contentos, en cuanto a mí, me gusta lo que veo y me gusta que los chicos se exciten contigo. Ya te he dicho que esta situación me produce un ligero runrún en mi interior, es como si mi maltrecha polla quisiera resucitar, y te aseguro que no voy a renunciar a ello.

  • Eres un enfermo mental, Daniel, lo que me pides es indecente.

  • Si, Sonia, lo sé, es indecente, y tú que me quieres mucho vas a ayudarme. Aquellas sensaciones, cariño, quiero recuperarlas. Ya te he dicho que me pone mucho esta situación.  Quiero que vuelvas locos a los chicos, que los excites, que los provoques, que te exhibas para ellos, quiero que solo piensen en ti y en que les encantaría follarte hasta dejarte seca.

Aquella conversación me estaba poniendo como una moto. O sea que yo, a mis treinta y cinco años tenía a dos jovencitos, mi hermano Juanque y mi sobrino Santi chochos perdidos. Jamás hubiera podido imaginar que esto fuera posible. Yo no había visto una polla en erección desde el desgraciado accidente de Daniel  y  ahora resultaba ser que mi hermano y mi  sobrino, los muy tunantes estaban todo el día empalmados y todo ello gracias a mí. Y lo que era más importante aún, a Daniel no le importaba, todo lo contrario, me incitaba a jugar a un juego que podía ser muy peligroso.

  • ¿Sabes, Daniel que todo esto que me estás contando me pone muy pero que muy cachonda?

  • ¡Pero que guarra eres Sonia! ¡Yo también me pongo, no sé cómo pero siento cierta excitación, y no sabes tú cuanto me gusta!

Mientras nos besábamos, deslicé un dedito por entre los labios de mi coño. La zona estaba muy lubricada y sin dificultad el dedo se deslizó hasta el fondo. Sentí un leve estremecimiento, mis pechos se hincharon y los pezones se endurecieron, rozando desafiantes el pecho de Daniel.

La lengua húmeda de Daniel se deslizó hacia mi cuello, y continuó descendiendo más abajo, ejerciendo una ardiente succión en las cimas de mis pechos, primero con la lengua caliente y después con tiernos mordiscos que me hicieron jadear

  • mmmmmm. Daniel, me encanta. Continúa, por favor.

Daniel posó una mano en mi coño apartando la mía. Deslizó sus dedos entre los húmedos pliegues de mi cueva jugueteando con el clítoris y expandiendo mi humedad con los dedos.

  • ¿Tienes ganas de correrte?

  • Por favor.... Le supliqué

  • No tengas prisa, disfrútalo poco a poco, suavemente.

Y así, suavemente, los dedos de Daniel encharcados con mis jugos, se deslizaron por mi coño, desde la punta de mi botón rosado y centro de mi placer hasta el fondo de mis entrañas.

  • La húmeda y caliente lengua de Daniel sorbía alternativamente mis pezones y mi boca. De sus labios salieron frases que exacerbaron mi lujuria hasta un extremo insoportable y el orgasmo más intenso que había tenido nunca explotó en mi interior.

Besé a Daniel con pasión agradeciéndole el placer recibido y al momento  me quedé dormida.

Aquella noche tuve más de un sueño erótico. Al despertarme, y en silencio, abrazada a  Daniel que todavía dormía, me hice un dedito  mientras recordaba todo lo acontecido la noche anterior. Cuando alcancé el éxtasis vi a Daniel con ojos lujuriosos devorándome con la mirada.

  • mmmmmm Buenos días, cariño.

  • Buenos días, mi vida.

Este día estaba resuelta a comprobar que lo que me había dicho Daniel era cierto. Estaba dispuesta a jugar a este juego cuyo final no acertaba a adivinar.

Después de desayunar y de hacer las camas, bajamos los 4 a la playa. Los dos mayores salieron disparados con la nevera, sombrilla y toallas, a continuación David, intentando emularlos y finalmente yo. Cuando llegué abajo, los chicos ya estaban jugando en el agua.

Daniel, como de costumbre se quedó arriba, en la terraza, a la sombra de un parasol. Mientras nosotros disfrutábamos del mar, él se entretenía leyendo el periódico y tomando alguna que otra cerveza.  En uno de los extremos de la terraza había un pequeño rincón desde el que se vislumbraba la zona de arena de la cala. Los chicos no sabían que su tío disponía de unos potentes prismáticos para no perder detalle de todo lo que ocurría ahí abajo.

La zona de arena no tendría más de 10 metros de diámetro, el resto estaba cubierto de rocas inaccesibles desde los dos lados. Para acceder a aquella playa solamente era posible desde nuestra casa o bien por mar en barca. Durante todas las vacaciones no tuvimos la visita de ninguna barca, por lo que aquella se convirtió en nuestra playa particular.

Quería saber hasta qué punto tenía razón Daniel, y,  para ver el comportamiento de los dos mayores pensé que lo mejor sería provocar un poco la situación. Les comenté a los niños que haciendo las camas había tenido un tirón en el hombro y que el dolor no me permitía doblar las manos hacia la espalda, y que este día tendrían que ayudarme con la crema solar. Así que me tendí sobre la toalla boca abajo y  le pedí a David, el peque que me desabrochara las tiras del sujetador.

  • David, cariño, ya sabes que no puedo.... ,   ¿Serías tan amable de  desabrochar las tiras del sujetador  para que no me queden marcas del sol en la espalda?

  • Si, tiita.

David, torpemente maniobraba con las tiras de mi sujetador mientras los otros dos, cual buitres hambrientos,  no se perdían detalle de la difícil operación que estaba llevando a término el  pequeño. Santi y Juanque merodeaban a nuestro lado mientras David manipulaba el cierre. Al final, dio con el truco y consiguió liberarlo. En señal de gratitud permití a David que me extendiera crema por la espalda.

  • David, mi vida, necesito otro favor, ¿Podrías extender crema por la espalda de tiita?   - Es el tubo azul de Nivea Sun.

  • Vale, tiita.

David abrió el bolso de la playa, dio con el tubo de crema, quitó el tapón, lo acercó a mi espalda, presionó y un buen chorretón de crema se desprendió del tubo. Aquella situación me divertía, las caras de los dos primos eran un poema. En su imaginación calenturienta imaginarían que alguien había derramado su corrida sobre mí. David cerró el tubo y azarosamente, con las dos manos procedió a extender la crema solar por mi espalda.

  • Lo haces muy bien, cariño. Le dije para tranquilizarlo y de paso provocar un poco más a aquellos dos calenturientos.

  • Sobre todo que no quede ninguna zona sin crema ¿Lo entiendes bien, cariño?  Por los lados de las braguitas también, no importa que se manchen, luego, con el agua se va.

Nada más pronunciar la palabra “braguitas” que  Santi y Juanque tuvieron que salir disparados hacia el agua. Imagino que para reducir la hinchazón que repentinamente se había producido en el interior de sus bañadores.

David era un sol   ¿o era un tunante?  No tuve que darle más órdenes, él continuaba masajeando mi espalda, desde arriba, desde el cuello hasta abajo, entre la comisura de mis braguitas. Mis generosos pechos, aplastados por mi cuerpo rebosaban ligeramente por entre los dos costados. De vez en cuando sus manos se entretenían sospechosamente más de lo normal en esta zona. A mí no me sabía mal, es más, me divertía,  puesto que solamente era una pequeña porción de mis pechos. ¿Era posible que el peque también tuviera sus erecciones pensando en mí?

Los dos muchachos, agua a cintura comentaban algo entre ellos. Desde dónde yo estaba no podía entender lo que decían, lo que si veía claro, y esto se apreciaba en sus miradas, es que se me estaban comiendo con los ojos. Imagino que se estarían tocando, puesto que sus manos estaban completamente sumergidas  bajo el agua.

Ya más calmados, no sé si relajados, salieron del agua y se acercaron de nuevo hasta nuestro lado. Extendieron sus dos toallas frente a la mía observando como David masajeaba la espalda de su querida tiita.

Se estaba confirmando lo que me dijo anoche Daniel. Aquella situación me divertía y excitaba a la vez. Quise avanzar un poco más en mi descaro y le propuse a mi sobrino:

  • David, cariño, ¿Puedes ponerme también por las piernas?

-Sí, tiita, claro.

David, arrodillado en medio de mis dos largas piernas extendía la crema solar desde los tobillos hasta la altura de los muslos.  Los dos primos comentaban algo entre sí, pero no llegaba a entenderlo.

  • Juanque, ¿Decíais algo?

  • No, Sonia, nada, cosas nuestras.

  • ¡A saber en qué estaréis pensando! -Menudo par de tunantes estáis hechos.

Mientras David masajeaba mis muslos, con mis manos arrugué un poco la braguita hacia el interior de mis nalgas para dejar una porción más generosa de mi precioso culo a la vista de los chicos. Había convertido mis braguitas en un improvisado  tanga.

  • Por el culito también, mi amor, no queremos que se queme ¿verdad?

  • No, tiita

El pequeño David, con las manos untadas de crema solar, y de forma un tanto torpe, aunque a mí no me importaba en absoluto, extendía sus manos por mis nalgas mientras aquellos dos  no se perdían un solo detalle.

Se me ocurrió lo del tanga para alegrar la vista a Daniel, que seguro que con sus prismáticos no perdía detalle de todo lo que ocurría ahí abajo.

Los chicos permanecían tumbados boca abajo y no perdían detalle de las manipulaciones que mi sobrino efectuaba por mi cuerpo. Ninguno de ellos se atrevía a ponerse boca arriba, de esta forma ocultaban la hinchazón de sus bañadores,  prueba evidente de su excitación.

Después de la crema, masaje y baño solar decidí que había llegado el momento de cambiar el escenario, así que me propuse darme un baño.

  • David, mi vida, ¿Puedes abrocharme el sujetador? Le supliqué al peque.

  • Si, tiita, voy.  David vino volando a mi lado y con facilidad abrochó el cierre del sujetador. Una vez resuelto el problema de abrirlo, cerrarlo fue muchísimo más simple.

Me incorporé y me dirigí al agua. Como ya os he comentado, la cala tenía forma de plaza redonda, con paredes altas en forma de rocas. La cala era de arena, la mitad estaba cubierta de agua y la otra mitad completamente seca, era la zona en la que tomábamos el sol. La zona de agua parecía una balsa, puesto que estaba protegida de mar abierto. El agua del mar se comunicaba con la cala a través de un pequeño canal no visible desde mar abierto.

El agua de la cala estaba siempre mucho más templada que la de mar abierto, y era muy agradable, al menos para mí que soy un poco friolera. El agua no cubría, y me llegaba justo a la altura del cuello. Era una auténtica gozada disfrutar de aquel paraíso. Ocultas bajo el agua, mis braguitas seguían arrugadas mostrando perfectamente la redondez de mis nalgas. Pese a las aguas transparentes, desde su posición los chicos no me veían, así que aproveché y deslicé un dedo por mi coñito, Después del espectáculo del masaje de David, mi almeja necesitaba un poco de mis atenciones. Me ponía un montón estar ahí tocándome mientras observaba a los chicos con sus ojos fijos en mí y estirados en sus toallas.

Al momento, los tres muchachos se incorporaron y, a la carrera  se lanzaron al agua. Yo me mantenía un poco lejos de ellos, a flote,  estirada totalmente, y boca arriba. En esta posición obsequiaba a los chicos con la visión de mis generosos pechos que se mostraban ante sus ojos ligeramente ocultos por el transparente sujetador, flotando y sobresaliendo ligeramente por encima de la superficie del agua. Los chicos no se apartaban de mi lado, nadando y revoloteando torpemente como si fueran moscones y sin perder detalle del espectáculo que les estaba regalando.

De vez en cuando me incorporaba, levantaba los brazos  y me zambullía como si estuviera en un trampolín. Empezando por los brazos, mi cuerpo se sumergía lentamente en el agua: brazos,  cabeza, espalda, culo y piernas. Desde su posición los chicos disfrutaban del hermoso espectáculo que les estaba ofreciendo. Mis nalgas semidesnudas aparecían y desaparecían ante sus narices. Cuando, después de la inmersión salía a la superficie, las caras de los tres chicos eran un poema, se les caía la baba.

Durante un buen rato estuvimos jugando a ver quién efectuaba mejor aquella maniobra de zambullida. Cada vez que uno lo hacía, los demás le puntuaban. A mí me pusieron un 10. ¿Por qué sería?

Era gratificante pensar que los chicos se excitaban conmigo, sobre todo mis dos sobrinos, Santi y David. Lo que me tenía un poco mosca era la actitud de Juanque, puesto que era mi hermano y aquello, aunque morboso,  no podía ser muy sano.

También es cierto que tal y como estábamos viviendo aquellas vacaciones, yo era la única mujer que tenían a la vista. De todos es sabido que los chicos a estas edades estaban todo el día pajeándose yo debía ser la musa que  inspiraba sus poluciones.

A media tarde dimos por finalizada la jornada de playa, por lo que recogimos todo y en procesión enfilamos los cuatro, cuesta arriba hacia Cala Rodona. Mientras yo ordenaba las cosas de la playa y tendía las toallas, los chicos fueron pasando por la caseta de la ducha uno tras otro. Como la cosa se alargaba decidí que yo me ducharía en mi habitación.

Después de cenar, pusimos una peli de video, y nos sentamos frente a la tele. En Cala Rodona disponíamos de un sofá largo en el que cabían 3 personas, 2 sillones individuales y una tumbona de playa que hacía las veces de sillón, pero mucho más cómodo, puesto que se abatía y también permitía tener los pies en alto.

Daniel se estiraba siempre en la tumbona de playa, yo me  tumbaba en el sofá y los mayores utilizaban un sillón cada uno de ellos. El peque, cuando se quedaba,  se sentaba a mi lado, pero aquella noche, David nos dejó y se fue a su habitación, por lo que nos quedamos exclusivamente los 4 mayores.

La sala estaba en penumbra, iluminada solamente por la luz que emitía el aparato de televisión. Al poco rato Daniel se hizo el dormido, momento que aproveché para provocar un poco más a los chicos.

Los dos estaban frente a mí, aposentados en su sillón y yo, estirada completamente en el sofá. Habitualmente vestía una camiseta larga, sin sujetador y unas braguitas tipo bañador, por lo que no debía preocuparme demasiado por si se me veían o no. Al fin y al cabo iba más vestida que cuando bajábamos a la playa.

Aquella noche de actos, me levanté para ir al baño, momento que aproveché para entrar en  mi habitación, cambiarme las braguitas y sustituirlas por un diminuto tanga. Volví al sofá y me estiré sobre él de forma despreocupada, como hacía habitualmente. De reojo observé cómo les brillaban los ojos tanto a mi hermano como a mi sobrino. Simulé somnolencia y me di la vuelta para mostrarles mis nalgas desnudas. Desde su posición, Daniel, que no dormía, se divertía observando las reacciones de los dos monstruos pajeros.

Aquella noche, en nuestra cama, los dos desnudos, comentamos las experiencias vividas aquella  jornada mientras Daniel me hacía un dedito en mi húmedo coño. Me explicó con detalle que cuando me estiré somnolienta en el sofá mostrando con atrevimiento mis desnudas nalgas ellos se estuvieron tocando la polla por encima del bañador y que, ya casi cuando se acababa la película, Juanque, con todo el descaro del mundo, se la acabó sacando y se corrió él sólo una tremenda paja.

Al oír su relato, mi lujuria  se desató. Me hubiera encantado un montón ver como mi hermano Juanque se pajeaba con la visión de mi culo desnudo. Antes del accidente, con Daniel habíamos mantenido una actividad sexual frenética. Tanto a él como a mí nos gustaba todo, estábamos abiertos a nuevas experiencias. Asistíamos con frecuencia  a un club de intercambio de parejas. Nos daba mucho morbo follar con diferentes personas en presencia de nuestra pareja. Yo, incluso había participado en tríos, no me importaba en absoluto comerme una buena almeja o que me la comieran a mí. A Daniel le volvía loco que le chuparan la polla mientras yo me comía su boca. Todo nuestro mundo sexual se derrumbó con el maldito accidente de moto. Por ahora, Daniel estaba imposibilitado para tener relaciones, pero su mente seguía igual de calenturienta, le excitaba observar el efecto que mi cuerpo provocaba en los dos muchachos.

  • ¿Te has fijado en cómo te miraban los chavales?  Me soltó Daniel, mientras continuaba con su dedito.

  • Si, Daniel, me he fijado. Tenías razón, han estado todo el día pendientes de mí. Le respondí mientras disfrutaba del homenaje que Daniel daba a mi querido chochito.

  • Me ha gustado lo que has hecho con tus braguitas. Ha sido muy ingenioso por tu parte convertirlas en un diminuto tanga. ¿Por qué lo has hecho? Estabas excitada?

  • No sé, Daniel, ha sido improvisado, me ha salido así, sin pensarlo y me ha gustado, y creo que a los chicos también les ha gustado ¿No crees?

  • Ya lo creo que les ha gustado, y sobre todo cuando efectuabais las zambullidas. Tu culo aparecía y desaparecía frente a sus narices, ha sido genial, cariño.

  • Y a ti, Daniel, ¿Te ha gustado el numerito?   Daniel continuaba haciéndome el dedito mientras que con la otra mano masajeaba alternativamente mis dos tetas. Uno de los pezones era, mientras tanto, lamido por su lengua juguetona. Sacándolo por un momento de la boca, respondió:

  • Ya lo creo, he estado todo el día tocándome ahí abajo. Noto ciertas sensaciones, un tanto lejanas, pero que empiezan a ser agradables. Me has puesto como una moto, cariño.

Ahora Daniel me estaba dando un morreo de campeonato mientras con sus dedos me follaba con vigor.  Eran tres dedos penetrando mi coño a gran velocidad y rozando mi Punto G. Como ya era habitual en mí, los orgasmos se sucedían uno tras otro en una secuencia que parecía no tener fin. Mi coño rezumaba jugos que salpicaban en su mano y mojaban la colcha de la cama. Mis orgasmos eran cada vez más intensos. Tenía que morderme la lengua, no podía gritar porque los chicos dormían en la habitación de al lado y esto añadía un poco más de morbo al asunto. Cuando me vi incapaz de soportar más placer, con mis manos conseguí sujetar el brazo de Daniel y, satisfecha, rota y agradecida me tumbé encima de él besándolo con pasión. Con cariño, cogí su mano totalmente mojada, la llevé a mis labios, y fui sorbiendo sus dedos, uno tras otro hasta dejarlos completamente limpios.

  • Gracias por el placer que me das, cariño, ha sido fabuloso. Te quiero mucho.

  • Yo también te quiero, ya lo sabes.

  • Mañana quiero que sigas jugando con los niños ¿Lo harás verdad?.

  • Si, cariño, lo haré para ti, y también para mí, este juego empieza a gustarme.

  • Bien, pero mañana quiero que continúes con el juego del tanga, pero con un tanga de verdad.

  • Pero,  Daniel,  no he cogido ningún bañador tanga, lo siento, no voy a poder.

-¿Como que no vas a poder? Claro que vas a poder. Si no tienes bañador, utilizas las braguitas.

  • ¡Daniel, por favor!  ¡No pretenderás que tome el sol frente a los chicos en braguitas!

  • Me encantaría que lo hicieras, cariño. Lo deseo tanto…

  • Pero, ¡si es casi como ir desnuda!

  • De esto se trata, quiero que los provoques descaradamente, quiero que te exhibas ante ellos. Quiero que se mueran por follarte,  pero sobre todo, quiero  también, que tú te excites y que yo me excite. Es nuestro juego, y puede ser muy divertido.

Daniel acercó sus labios a los míos, deslizó de nuevo un dedo por mi húmeda rajita y me susurró  - ¿Lo harás por nosotros?

  • mmmm si, cariño, lo haré por nosotros, pero no sé qué va a pensar de todo esto mi hermanito Juanque.

  • Juanque es el más calenturiento de todos, alucinarías si vieras cómo te mira, y cómo se toca la polla descaradamente cuando tú no miras.

  • ¡Vaya con mi hermanito!.  ¡Este chico ha salido tan calentorro como su hermana Sonia!    Jugaremos, cariño, y que sea lo que tenga que ser.

  • Gracias mi vida.  Daniel dijo estas palabras mientras me hacía el último dedito de la noche. Había sido una larga y excitante jornada. No recuerdo bien si alcancé el orgasmo, creo que sencillamente, me quedé dormida en sus brazos.

Al día siguiente, después del desayuno, repartí los trabajos domésticos a efectuar. Había que limpiar, hacer las camas, barrer y fregar. Los chicos, sin quejarse hicieron todo cuanto les había encomendado. Cuando, por fin quedó la casa en orden de revista, preparamos la nevera, los útiles de la playa, que ya estaban a punto en la terraza desde el día anterior y, de nuevo, en procesión, nos dispusimos a disfrutar de una nueva jornada de playa en nuestra cala particular.

Daniel, al igual que el día anterior se quedó arriba en la terraza. A su lado, en una bolsa, y sin que los chicos lo supieran, los prismáticos estaban aguardando el inicio de la función, que, presumiblemente debía alcanzar una temperatura ligeramente superior a la del día anterior.

Hoy también los mayores salieron lanzados cuesta abajo, a continuación, David, intentando emularlos. Yo bajé en último lugar. Estaba un tanto nerviosa puesto que no me había puesto el traje de baño. Iba en ropa interior de color blanco y encima, la braguita era un diminuto tanga. A regañadientes  había aceptado la proposición indecente de Daniel. No sé si había sido buena idea pero ahora ya no podía echar la marcha atrás.

Cuando llegué abajo, los chicos ya habían montado el tenderete. Habían extendido las toallas, habían izado la sombrilla que protegía la  nevera con las bebidas y se estaban dando ya un chapuzón, momento que yo aproveché para sacarme la camiseta y estirarme rápidamente sobre la toalla boca abajo.

Mientras que los chicos habían estado entretenidos efectuando las tareas que les había encomendado después del desayuno, en mi habitación y frente al espejo había probado diferentes combinaciones de braguitas tanga  y sujetador. Al final opté por unas de color blanco. Me sentía mucho más guapa y apetecible con este color puesto que el color blanco combinaba a la perfección con mi piel morena. La braguita era un tanto descarada, puesto que, por delante, a duras penas ocultaba la rajita de mi coño y dejaba al descubierto todos los pelos de alrededor. No tuve más remedio que recortarlos, cosa que hice con la ayuda de la maquinilla de afeitar de Daniel. En cuanto al sujetador, al final opté por utilizar la parte de arriba de uno de mis bañadores de color blanco. Juntos combinaban a la perfección.

La goma del tanga, a diferencia de la del bañador, apenas apretaba. La fina tela parecía flotar por encima de mi pubis. Al menor movimiento dejaba mi coño al descubierto, por lo que debía tener mucho cuidado sobre todo al darme la vuelta. Seguro que Daniel, desde su punto de observación se estaría relamiendo pendiente de cómo estaba evolucionando nuestro juego.

Al rato, oí como salían del agua. Yo me hice la dormida mientras los chicos se acercaban a mi lado. Comentaban algo entre ellos, pero no acertaba a entender sus palabras. Acercaron sus toallas a la mía y se tumbaron sobre ellas. Mantenía mis ojos cerrados, atenta a lo que ocurría, pero no ocurría nada. Los chicos estaban callados. A lo lejos acerté a escuchar la voz del pequeño que comentaba algo desde la cala.

Supongo que estarían los dos pendientes de mis nalgas desnudas, esta vez si, desnudas y simplemente cubiertas con un fino hilo que nacía en mi cintura y se perdía en las intimidades de mi coñito. Desde su posición, seguro que no veían ni el hilo. Seguro que ante sus ojos, lo único que veían era mi culo totalmente  desnudo. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Seguro, pensé yo, que se estarían tocando, aprovechando que no podía verles. Ninguno de ellos decía nada. Al final opté por comentar….

  • Perdonad, chicos, pero supongo que no os importa que tome el sol en tanga.

  • No. Respondieron a dúo los dos a la vez.

  • Bueno, es como si llevara bañador, total no se ve nada ¿verdad?

  • No, no se te ve nada. Respondió Juanque.

¿Cómo que no se me ve nada? ¡Si tengo todo el culo al aire! Vaya cara que tenía mi hermanito.

  • Ya sabéis que el sol es muy bueno para la piel, me han salidos unos granitos aquí (y con el dedo señalé el culo)  y he pensado que lo mejor es que me toque el sol, así se curarán antes  ¿no os parece?

Lo de los granos era mentira, se me acababa de ocurrir, pero quedaba bien ¿verdad?

  • Si, si, el sol es muy bueno.  Ese era Juanque de nuevo. A Santi le había comido la lengua el gato.

Permanecí en esta posición unos minutos más y al final opté por  incorporarme, puesto que de lo contrario el sol acabaría quemándome. Con mucho cuidado, me di la vuelta, cogí el tubo de crema, derramé un buen chorretón por entre mis manos, y,  suavemente fui extendiéndola por todo mi cuerpo, entreteniéndome más de lo debido en mis ingles y entre mis pechos.

De reojo observaba a Juanque y a Santi relamiéndose mientras mis manos masajeaban mi cuerpo tostado por el sol. Poco a poco, mis manos dejaron de masajear, cambiaron el ritmo y la presión y pasaron a acariciar suavemente aquello que antes apretaban. Mis dedos húmedos  acariciaban sensualmente las ingles, el vientre, mi pecho…. Estaba ofreciendo un espectáculo sensual exclusivamente para mayores. Daniel seguro que estaría relamiéndose observando el numerito y las caras alucinadas de los muchachos.

Como número final, y mientras daba crema al canalillo entre mis pechos, introduje mis dos manos dentro de las cazoletas del sujetador para untar también con crema mis tetas y de paso, darles un homenaje a mis pezones, lo que hizo que automáticamente se erizaran. Cuando saqué las manos, las dos puntas desafiantes aparecieron a la vista de los muchachos. Era como si quisieran escapar por entre la tela del sujetador.

En la cala, a la orilla del mar, corría siempre una ligera brisa. El aire se colaba por entre la fina tela del tanga y mi rajita provocando una ligera fricción de la tela sobre mi coñito. Aquello era delicioso y opté por disfrutarlo dejándome caer de espaldas sobre la toalla. En esta posición, completamente estirada, el aire se colaba con más facilidad aún y las caricias que la tela efectuaba sobre mi coño eran una delicia. Me olvidé de los muchachos, me olvidé de Daniel y me concentré exclusivamente en mí, disfrutando del regalo que la brisa del mar me ofrecía. La sensación era extraña, la caricia que la tela ejercía sobre mi coño, era muy suave, demasiado suave. Me hubiera encantado hundir mis dedos  y acabar con ello de una vez, pero no podía hacerlo, puesto que tenía a aquellos dos ahí, a mi lado, mirando y poniéndose las botas. Cerré los ojos, y me dejé ir, sin prisas, con paciencia, mucha paciencia, con la puerta abierta de par en par, esperando a que llegara la anhelada liberación, hasta que por fin llegó, ¡Vaya que si llegó y cómo llegó! …. ¡Os juro que acabé corriéndome como una loca!

  • Ni que me lo hubieran jurado, no me hubiera nunca podido imaginar que pudiera correrme tan solo con el ligero roce de la braguita del tanga en mi depilado coño. Fue un orgasmo diferente a todo lo que había experimentado hasta ahora. Fué lento, excesivamente  lento, diría yo,  y cuando al fin llegó,  explotó en mi interior y convulsionó todo mi cuerpo. En aquel momento, habría dado la vida porque una buena verga me hubiera penetrado y que me hubiera follado hasta haber destrozado mi coño en mil pedazos. En el momento del éxtasis tuve que hacer un gran esfuerzo para que no se dieran cuenta aquellos dos pervertidos, aun así, algo se olieron porque, Juanque de nuevo preguntó:

  • Sonia, ¿Te ocurre algo?

-¿Por qué lo dices?  No, no me pasa nada, supongo que me he traspasado un momento, no es nada.

Mi coño seguía abrasándome, no me podía mover, las piernas me temblaban,  la braguita revoltosa continuaba acariciando mi agradecida rajita que ya no soportaba más placer. Pude incorporarme con dificultad y, cruzando las piernas logré, por fin,  desactivar el improvisado vibrador que minutos antes me había llevado al séptimo cielo.

Las braguitas mostraban más que ocultaban, era casi como estar desnuda frente a aquellos sinvergüenzas. Ya os he comentado que al menor descuido mostraban mi rajita con total descaro. Los muy tunantes se habían dado cuenta y no levantaban la vista de mi rasurado pubis.

  • ¿Qué, os gusta lo que veis?  Ja ja ja   Me salió del alma.

Los chicos se quedaron con un palmo de narices. Mi pregunta les había pillado por sorpresa. Se pusieron rojos como tomates incapaces de abrir la boca.

  • Es que estáis los dos con la boca abierta mirando mis braguitas y esto me pone un poco violenta.

Los chicos seguían con la boca abierta, incapaces de reaccionar a mi pregunta.

  • Lo hago por resolver de una vez por todas, el tema de los granitos. Ya casi no me quedan, siento que tengáis que verme en braguitas, no quiero que  os sintáis violentos. ¿Violentos? Anda ya, de eso nada, todo lo contrario. Los muy salidos se  estaban poniendo las botas sentados en butaca y en primera fila del escenario.

  • Hacedme un favor. Proseguí,  - No se lo digáis a Daniel, porque si se entera que he bajado a la cala con estas braguitas seguro que pilla un  buen mosqueo, y no queremos  que se enfade, ¿De acuerdo?

  • No te preocupes, no le diremos nada, dijo Juanque. Decididamente, alguien le había comido la lengua a Santi.

  • ¿Sabéis? es más agradable tomar el sol en braguitas que en bañador, puesto que la goma del bañador me aprieta mucho, en cambio, la braguita es mucho más suave. Y al fin y al cabo, los dos tapan más o menos lo mismo, ¿no os parece?.

  • Sí, claro  Respondieron los dos a dúo. Por fin, habíamos recuperado la lengua de Santi.

  • Cualquiera que me viera desde un poco lejos no adivinaría que voy en braguitas ¿verdad?

  • Desde mi posición, Sonia, nadie diría que llevas braguitas. Parece que lleves bañador. De hecho, no me habría dado cuenta si no lo hubieras comentado, ya sabes que yo para esto soy muy despistado.  Esto dijo el cabroncete de mi hermanito Juanque, haciéndose el tonto.

  • Ni yo, ni yo. Este era el de que había perdido la lengua.

  • Bueno, pues si no os molesta, voy a seguir tomando el sol, pero necesitaré un favor vuestro. Todavía me duele el brazo, como ayer y yo sola no puedo ponerme crema por detrás. ¿Seríais tan amables?.  Y dicho esto, me di la vuelta y me tumbé boca abajo.

Al momento tenía cuatro manos sobre mi cuerpo peleándose por conseguir la mejor parcela. Mis nalgas se cotizaban al alza,  puesto que era la zona donde se acumulaban más manos, en cambio, la espalda apenas recibía atenciones.

Decidí cambiar un poco las tornas y le solicité a Juanque que desabrochara la tira del sujetador para que pudieran ponerme crema con más facilidad. Juanque, a diferencia de David, a la primera dio con el cierre.

Los chicos se estaban poniendo las botas, Tenían mi cuerpo a su disposición, ¡y vaya cuerpo!. Estaba prácticamente desnuda ante ellos. Una diminuta tira cruzaba mi cintura desde la que salía un pequeño hilo   que se perdía por el interior de mis nalgas. Los pechos aplastados por mi cuerpo sobresalían escandalosamente por los dos costados.

Con esta maniobra conseguí equilibrar un poco las fuerzas. Mientras dos manos masajeaban ¿Masajeaban? Yo no lo definiría como que  masajeaban más bien acariciaban mis nalgas, otras dos lo hacían con mi espalda. No tampoco espalda, más bien los dos costados y el trozo de  teta que rebosaba.

  • Porfa, no os olvidéis también de mis piernas y de mis brazos - Les dije.

Os aseguro que me sobaron a conciencia. Mi culo quedó impregnado y protegido con crema para todo un año. Algún que otro dedo se coló indecentemente por entre mis nalgas y estuvo a punto de alcanzar mi rajita que rezumaba jugos escandalosamente, pero no me preocupaba en absoluto  puesto que toda la zona estaba completamente mojada. Al final, decidí dar aquello por acabado dándoles las gracias.

  • Muchas gracias a los dos, no sé qué haría sin vosotros. Sois un encanto, de verdad.

  • De nada.  Respondieron a dúo.

Estuve tomando el sol, bueno, tomando el sol, no, más bien exhibiéndome ante aquellas fieras un buen rato. Cuando consideré que ya se habían dado suficiente atracón, propuse a los chicos que nos diéramos un baño.

Antes del baño pensé que sería bueno obsequiar a sus ojos con otro regalito. Me incorporé y como el que no se da cuenta, mis pechos quedaron totalmente desnudos frente a ellos. ¡No había abrochado el cierre del sujetador!

Yo no dije nada, me hice la despistada y permanecí por unos instantes sentada luciendo mis grandes pechos libres de sujetador. Después de haberles permitido que manosearan mi culo, ¿Qué más daba que vieran también mis tetas?

Haciéndome la despistada, miré hacia mis pechos, los vi desnudos, e inmediatamente crucé mis manos sobre las dos protuberancias intentando ocultarlas y gritando:

  • ¡Por Dios, mi sujetador!

Cubriéndome los dos pechos con una mano y un brazo, alargué el otro brazo,  recuperé la prenda que había dejado olvidada en el suelo y, con un poco de teatro la puse en su lugar.

  • Perdonad, chicos, no sé cómo me ha podido ocurrir.

  • No te preocupes, Sonia, no pasa nada, hay muchas chicas hoy en día que hacen topless. Ya estamos acostumbrados. Juanque, el muy cabrón  tenía respuesta para todo

  • Ya, pero soy tu hermana, y esto no está bien, no sé qué vas a pensar de mí.

  • Nada, hermanita, no te preocupes, además ya conoces el dicho: “Lo que se han de comer los gusanos, que lo disfruten los hermanos”

  • ¿Estás seguro que el dicho habla de hermanos? Yo diría que el dicho habla de humanos, le respondí.  Y los tres a coro reímos la ocurrencia que había tenido  Juanque.

¿Lo había entendido bien?   ¿Juanque quería comerme?

  • Bien, chicos, ¡vamos al agua!  Y eché a correr hacia la cala.

  • Los chicos se levantaron y a la carrera, me adelantaron y se lanzaron al agua. Allí estaba David jugando con los balones de playa.

Los balones me dieron una idea, y propuse un nuevo juego a los chicos. El juego consistía en que dos de nosotros teníamos que hacer de caballos y los otros dos de jinetes. Los dos jinetes tendrían que luchar con los balones hasta conseguir que el contrincante perdiera el balón. Se precisaban las dos manos para poder agarrar el balón. Como mucho, para no caernos, podíamos apoyar el balón en la cabeza de nuestro jinete, pero esto penalizaba. Acababa el juego cuando el contrincante perdía el balón o bien cuando alguien apoyaba 5 veces el balón en la cabeza de su jinete.

Era una suerte estar con agua al cuello. Esto reducía el peso que tenían que soportar los caballos, ya sabemos que los cuerpos al agua pesan menos. Yo monté sobre mi hermano Juanque y David encima de su hermano Santi. Aquello era un auténtico escándalo. Mis braguitas, con el peso del agua  se me bajaban continuamente dejando en más de una ocasión, mi coño al descubierto. Tenía mis dos manos ocupadas agarrando el balón, por lo que difícilmente podía arreglarme la braguita. Cuando me sentaba sobre los hombros de Juanque, en más de una ocasión  notaba como mi rajita tocaba, y se frotaba con los cortos pelitos de su nuca. Yo creo que Juanque lo notaba, puesto que en estas ocasiones me agarraba más fuertemente aún con sus manos y presionaba mi cuerpo contra su cuello.

Los que hacían las veces de caballo efectuaban las maniobras precisas para acercar o alejarse de los contrarios. De vez en cuando, alguien  tropezaba y caíamos todos al agua. En este momento se armaba un buen lio de cuerpos, manos y  piernas. En más de una ocasión mis pechos, mi culo y algo más, que no voy a decir, fueron manoseados por Santi y por Juanque, aunque yo no les fui a la zaga, y disfruté también de algún que otro tocamiento por encima de sus bañadores, y he de decir que lo que palpé bajo el agua  no era precisamente mantequilla, más bien se parecía a un buen par de pepinos.

La jornada de playa fue larga. Hubo tiempo para todo, tomamos el sol, nos bañamos, incluso jugamos a fútbol con los balones de playa. Los chicos se pegaron un buen hartón con mi cuerpo semidesnudo y yo disfruté como hacía tiempo. Al final,  agotamos los refrescos que habíamos cargado en la nevera.

Como el día anterior, a media tarde ordené a los chicos recoger las cosas y que tiraran para casa. Me puse la camiseta que cubría justo debajo del culo e inicié la marcha hacia arriba. Los chicos iban tras de mí, por lo que como hacía subida, los que iban detrás disfrutaban de la visión de mis nalgas desnudas  bajo el diminuto tanga. Aquel era uno de los regalos que su tía les daba en agradecimiento a la maravillosa jornada de playa que habíamos tenido.

Cuando llegamos arriba, ordené a los niños que fueran a la ducha. Sospechosamente,  Juanque y Santi se metieron juntos y oí como pasaban el cierre de la puerta de la caseta mientras que David se entretenía con la pelota. Yo, mientras tanto ponía en orden todo el material de playa para que estuviera listo el día siguiente.

Cuando acabé lo que estaba haciendo, observé que Santi y Juanque  seguían encerrados en la caseta de la ducha. Ya llevaban mucho rato y esto me tenía un poco mosca, por lo que, disimuladamente me acerqué a la caseta por si podía escucharles desde fuera y así fue.  Esto fue lo poco que acerté a oír, pero creo que  fue suficiente.

  • No vayas tan deprisa, que estoy casi a punto. Decía Juanque.

  • Pues tú  corre un poco más, que a este paso no llego. Respondía Santi.

  • Cuando vayas a acabar, avisa, que no quiero que me salpique como haces siempre - Decía Santi

  • ¿Qué quieres que le haga? Yo no mando. Cuando me corro siempre sale así de fuerte -  Este era Juanque.

O sea que mi hermanito Juanque soltaba un buen chorro de leche cuando se corría. Mmmmm Este Juanque ha salido tan calentorro como su hermanita.

  • ¿Has visto que culo tiene la muy zorra? -  Decía Santi.

  • No me hables, cuando la he visto con el culo al aire, casi me corro.  La muy puta hace esto para provocarnos -  Este era mi hermanito Juanque.  ¡Y qué razón tenía el cabrón!

  • ¡Me la follaría ahora mismo! decía Santi.

  • ¡Y yo!, No me importa que sea mi hermana, no sabes el morbo que me da. ¡Si supieras  tú la de pajas que me he cascado pensando en ella!  ¡Qué buena está la muy cabrona! -

Pero ¿y esto?  Mira tú por donde, el niño lleva tiempo cascándosela y pensando en mí. Pero…. ¡será cabrón!

  • ¡Apriétame fuerte, que estoy a punto! Ya sabes que me gusta que me la machaques cuando me sale la leche.  Este era Santi.

Joder, joder, joder, no había ninguna duda: los muy tunantes  se estaban pajeando. Pero, por lo que había oído, se lo hacían uno al otro. Santi le hacía una paja a Juanque, al mismo tiempo que Juanque se la hacía a Santi. ¡Dios! ¡CUANTO ME HUBIERA GUSTADO ESTAR AHI ADENTRO PARA CONTEMPLAR EN VIVO ESTE ESPECTACULO!

Aquello me estaba poniendo a cien y mi coño rezumaba jugos, pero lamentablemente, tuve que apartarme de la caseta puesto que el pequeño, David se me estaba acercando mientras me decía:

  • Tiita  ¿Todavía no han acabado?   ¿Cuándo me toca a mí?.

  • Pronto, cariño, supongo que están a punto de acabar.

Se me ocurrió  pegarles un grito diciendo...

  • A ver, vosotros dos, que para ducharse no hace falta tanto rato ¿Queréis que entre yo a acabar lo que estáis haciendo?

Reí para mis adentros esta ocurrencia que había tenido. ¡Pobrecitos!  ¿Qué habrían imaginado?

Al momento  salieron los dos envueltos en sendas toallas y echaron a andar hacia su habitación.

Daniel, sentado bajo el parasol observaba sonriente todas estas maniobras.

  • David, cariño, hoy nos bañaremos juntos, porque con mi contractura no puedo enjabonarme por detrás. ¿Ayudarás a tiita, verdad? Dije aquellas palabras frente a los dos mayores para que se fastidiaran. Ellos se la habían estado pelando a mi salud  y ahora íbamos a entrar el peque y yo en el lugar de sus fechorías.

Antes de entrar a la caseta, miré a Daniel, que tenía los ojos fijos en mí y nos guiñamos un ojo en señal de complicidad. Yo sabía que Daniel no tardaría mucho en acercarse a la caseta para escuchar nuestra conversación.

Cuando entré en la caseta sentí un morbo especial al recordar la conversación de los dos pajeros. Seguro que en alguna de las paredes debían reposar los restos de la corrida de Juanque, aunque no se notaba nada, puesto que todo estaba completamente mojado.

  • Si te parece, David, primero te ayudo yo a ti y luego tu a mi ¿vale?

  • Vale, tiita.

Le dí al grifo de la ducha y David, inmediatamente se puso debajo. Cogió el champú y empezó a enjabonarse al mismo tiempo que recibía el potente chorro de agua.

  • No, no, no. Esto no está bien, David. A ver, vayamos por partes. En primer lugar, tienes que quitarte el bañador. No pretenderás entrar a casa con el culo lleno de arena, porque seguro que ahí llevas la arena de toda la playa, señalándole el bañador.

David, un tanto avergonzado, se dio la vuelta, agarró el bañador por la cintura, se lo bajó hasta la altura de las rodillas, y con los pies lo fue empujando hasta el suelo. Para proteger su desnudez, sus manos, como si tuvieran un resorte, fueron a parar automáticamente sobre su cosita. Esto me hizo mucha gracia.

Os juro que en estos momentos estaba improvisando. No había planificado previamente esta situación. Habían sido los dos chicos pajeándose los que habían provocado que yo entrara en la ducha con David, y ahora lo tenía ahí, desnudo, frente a mí,  con sus 13 añitos, y yo iba a lavarlo. Y además le había dicho que quería que me lavara la espalda, puesto que yo no podía. Lo que iba a ocurrir a partir de ahora forma parte del misterio de la Santísima Trinidad. En pocas palabras, NO SE QUE COJONES IBA A OCURRIR EN AQUELLA PUTA CASETA.

Intenté poner un poco de orden a mi mente calenturienta pero no, no había manera, aquello no había por dónde agarrarlo. Respiré hondo tres veces, conté  hasta 10 y  me hice las siguientes preguntas:

-¿Se excitará  David al bañarse frente a su tía semidesnuda?  No nos olvidemos que mis braguitas eran todo un poema, aquello prácticamente no ocultaba nada.

  • Y, si se excita, ¿Se le pondrá tiesa pese a su corta edad? Yo desconocía a qué edad los chicos tenían sus primeras erecciones, era algo nuevo para mí.

  • ¿Se habrá corrido alguna vez mi sobrino?  Desconocía si David era virgen, no en el sentido de follar, no, nada de esto, yo me refería a virgen en el sentido de si ya sabía lo que era hacerse la paja.

  • Y, si se le pone tiesa, ¿Qué hago?  Esta era una pregunta interesante y merecía una respuesta adecuada.  ¿Cómo iba a reaccionar yo ante un pito tieso?  Ni yo misma lo sabía. Debería improvisar.

Lo cierto es que mi sobrino estaba ahí, frente a mí, bajo la ducha, con su pito protegido por sus manos, supongo que para que no viera ¿El qué? ¿Que se le había puesto grande? o ¿Que estaba demasiado pequeña?  Era preciso hacer  algo porque David estaba totalmente bloqueado, y yo temblando como un flan.

Cogí el champú, derramé un chorro en mis manos y me puse a lavarle la cabeza. Intentaba pensar en cuales serían los siguientes pasos mientras removía mis dedos por entre sus cabellos, pero no, nada, mi mente estaba en blanco. Aquello me venía un poco grande, creo que se me estaba escapando de las manos.

Al final opté por dejarme ir, no pensar y dejar que ocurriera lo que tuviera que ocurrir. Vamos, a lo hecho, pecho, me dije.

Cuando consideré que ya tenía los cabellos limpios y sin arena, hice que se pusiera bajo el chorro del agua para enjuagarlos bien. Posteriormente cogí el gel de baño, derramé un buen chorro en la esponja de baño y empecé frotar su espalda (no olvidemos que David, desde que se había desprendido de su bañador, continuaba en la misma posición).

Froté su cuello, espalda, fui bajando hasta su culito, sin pensármelo dos veces  introduje la esponja entre sus nalgas mientras le decía

  • Tienes el culo lleno de arena, esto debe quedar limpio como los chorros del oro. Olé su tía, menuda ocurrencia acababa de tener.

David no decía nada, permanecía impasible, sus manos en su pito. Parecía una estatua viviente.

Froté también sus piernas, lo que hizo que tuviera que inclinarme hacia adelante. No me importó aplastar mis pechos en su espalda. David no se movía de su posición   ¿Era aquello era un infanticidio?

Cuando consideré que ya había acabado el trabajo por detrás, le rogué que se diera la vuelta, pero no, no hubo manera. David continuaba ahí inmóvil, como una estatua.

Puesto que no se movía, opté por lavarle desde mi posición, es decir, acerqué completamente mi cuerpo al suyo y, en esta posición, con mis pechos pegados a su espalda y con mi pubis pegado a su culito empecé a frotar su pecho. A continuación bajé hasta su barriga, no pude hacerlo más puesto que topé con sus manos agarradas a su pito. Intenté apartarlas, pero fue imposible. ¡ESTABAN SOLDADAS! ¡Ni cien personas tirando a la vez hubieran podido separarlas!

Aquello no nos llevaba a ninguna parte, debía conseguir que apartara las manos de ahí, de lo contrario me quedaría toda la vida con la duda de si se le había empinado o no.

  • David, cariño. Debo lavarte también la colita ¿entiendes? Seguro que ahí también tienes arena.

David, impasible no decía ni hacía nada.

  • A ver, mi amor,  ¿No quieres que tiita vea tu cosita?  Pero si no pasa nada, mira, si quieres, yo también me desnudo y así estamos iguales ¿quieres?

¡Joder! había dicho aquello sin pensarlo. O sea que ahora Sonia, tenías que desnudarte frente a David para conseguir que el niño apartara sus manos de su colita. ¡Aquello empezaba a ser un infanticidio de verdad!

Oí una voz baja, de ultratumba, que dijo:

  • Va vale.

O sea que el cabroncete lo que quería era ver a su tiita en pelotas. Si yo me desnudaba el tío apartaba sus manos de su aparato. ¡Este crio era un caliente mental!

En fin, un trato es un trato, y no tenía más remedio que cumplirlo, y puestos a cumplirlo, le eché un poco de morro al asunto:

  • David, ¿me desnudo yo o prefieres hacerlo tú mismo?  ¡Ole!, ¡Ahí queda eso!

Desde su posición (El muy cabrón continuaba dándome la espalda) David habló. Atentos a sus palabras…..

  • Si …  si quieres, lo hago yo.  ¡Tómate esa!  Yo creo que de infanticidio nada de nada.

  • Bueno, pero como no te des la vuelta, no creo que puedas, le solté (Casi se me escapa la risa). Había que quitarle hierro al asunto.

David, todavía tembloroso se dio la vuelta y quedó frente a mí. Seguía con sus manos soldadas al pito. ¡O hacíamos algo o habría  que llamar a los bomberos!

Puesto que era David el que tenía que desnudarme, se me ocurrió que lo mejor sería ponerme con los brazos en cruz para dejarle hacer, a su voluntad. Pero no creáis que iba a ponérselo fácil, no, nada de eso.

Con los brazos en cruz tocaba los dos lados de la caseta, por lo que David, si quería liberar el cierre del sujetador tenía dos opciones: o bien me rogaba que me diera la vuelta (Cosa que no hizo) o bien se pegaba a mis pechos y, pasando sus manos por mi espalda,  conseguía dar con la combinación para deshacerse del sujetador. Digo lo de la combinación del cierre porque ya sabéis que cada fabricante utiliza su sistema. El cierre del sujetador que llevaba hoy no tenía nada  que ver con el de ayer.

David apartó las manos de su cosa ¿Qué tendría ahí escondido que guardaba con tanto tesón? Bien, como decíamos, apartó las manos de su cosa y, lejos aún de mí, intentó pasar sus manos por debajo de mis brazos para alcanzar la llave que abría el sujetador, pero no, no podía, estaba todavía demasiado lejos.

  • Si no te acercas un poco, no creo que puedas. Le solté mientras le guiñaba un ojo.

David, con los brazos estirados, fue acercando su cuerpo al mío intentando alcanzar la maldita llave, pero no, no llegaba. Ante cada uno de sus intentos fallidos efectuaba un pasito hacia adelante hasta que al final ocurrió lo que tenía que ocurrir. ¡Alcanzó a tocar el cierre!  Y, sin darse cuenta (O no) su colita, que no era tan pequeña como yo imaginaba, se coló por entre mis muslos.

¡Olé, Hombretón! le solté, ¡Animo, que ya casi lo consigues!

Estas palabras envalentonaron al crío, que ya no era tan crío si teníamos en cuenta aquello que se frotaba por entre mis muslos.

David tenía la cabeza literalmente metida entre mis dos pechos, y las manos tanteando el maldito cierre. Si apartaba su cabeza de mis tetas, sus manos se alejaban del cierre, por lo que si quería alcanzar su objetivo no podía separarse de mí. Mis muslos presionaban con fuerza su verga, como aquel que no quiere la cosa.

  • ¡Animo, mi amor, lo haces muy bien, ya casi lo has conseguido! Había que animar al chaval.

Tanto va el cántaro a la fuente que… De repente noté como la goma del sujetador dejaba de apretar, ¡lo había conseguido!

Y de la nada brotaron dos montañas blancas como la nieve, grandes y hermosas, coronadas por sendos pezones y los ojos de David, que estaba en el séptimo cielo, se posaron en ellos.

  • ¿Lo ves? A mí no me importa desnudarme. ¡Ya estamos los dos igual!  Le espeté al chaval.

Rápidamente David respondió: - No estamos igual, falta algo, tiita.   Coño con el crio, no se conformaba con ver mis tetas, ahora también quería mi rajita.

  • Bien, pero tendrás que prometerme que esto no se lo contarás a nadie ¿De acuerdo?

David lo prometió y lo juró. -Hubiera hecho cualquier cosa que le hubiera pedido-, finalmente cruzó dos dedos y los besó para sellar el pacto entre tía y sobrino.

A continuación, y sin encomendarse a nadie, me agarró las braguitas e hizo que se deslizaran hasta el suelo. Ante sus ojos apareció un pequeño triángulo blanco y en el centro una rajita totalmente depilada. David había alcanzado el octavo cielo ¿Existe el octavo?

De nuevo David se había quedado como una estatua, pero esta vez con sus manos estiradas a sus costados y la vista fija en mis tetas -Joder, le ponían más mis tetas que mi coño-  Su hermosa polla erguida apuntaba desafiante ante mi coño. Me tocaba a mí dar el siguiente paso, así que me puse manos a la obra, mejor dicho, esponja a la obra.

Cogí de nuevo la esponja de baño, le puse un buen chorretón de gel y, sin preguntar, no sea que tuviera que hacerle otro numerito al niño, empecé a frotar de nuevo por su pecho. Pensé que era mejor empezar por el pecho que por la picha, tiempo al tiempo.

David continuaba en la misma posición  que os he descrito anteriormente. Al chaval le iba eso de hacer la estatua viviente. Mis manos decididas siguieron frotando, pero esta vez, con el permiso del titular, y sin entretenerme demasiado, se deslizaron hasta sus ingles y hurgaron en su interior para eliminar los presumibles restos de arena que ahí se escondían. Me sorprendió la rigidez de su verga y la dureza de sus bolas. O sea que ¡El niño tenía erecciones!, y  ¡menudas erecciones!

David continuaba embelesado, la vista fija en mis tetas que se movían al mismo ritmo que mi mano frotaba su delicado cuerpo.

  • ¿Te gustan las tetas de tiita? Me salió del alma.

  • Si, mucho  -Ole con el chaval, sincero como su tía-.

  • Esto no puedes contárselo a los otros, es nuestro secreto, lo has prometido

  • No, no se lo contaré, tiita.

-Que más quisieran Juanque y Santi, encontrarse en esa situación, ¿No te parece?

-En el fondo, David, eres un afortunado porque seguro que los otros dos te tendrán una envidia enorme y  seguro se cambiarían contigo ahora mismo.

-¿Quieres que juguemos a ser novios, aquí en la ducha, mientras te lavo?-  Puede ser muy divertido, será otro de nuestros secretos, ¿vale?

-Vale, tiita.

-Me gusta que seamos novios, David, porque los novios se quieren mucho y no tienen secretos entre sí. Yo te quiero mucho, mi niño- Le dije esto mientras lo abrazaba pegando mi cuerpo al suyo. Fue agradable sentir en mis muslos el roce de su erecta verga, inmediatamente echó su cuerpo para atrás, pensando que me iba a molestar.  Me di cuenta de su maniobra y, para tranquilizarlo le dije:

  • No te preocupes, cariño, es normal que se ponga así, a los hombres os ocurre y a las novias nos gusta que os ocurra.  No es nada malo.

Esto le hizo sonreír y noté como se tranquilizaba. Creo que se sintió en este momento el tipo más afortunado del mundo mundial. Aprovechando que estábamos intimando, le pregunté:

  • David, mi vida, ya sé que cuando estamos abajo en la playa, los chicos comentáis cosas a mis espaldas ¿Qué dicen  Juanque y Santi de mí?.

  • Na nada, no dicen nada.

  • Anda, no seas mentiroso, yo sé que cuentan cosas y quiero saberlo. Tiita te recompensará si se lo cuentas - y le di un beso en la frente.

David, un poco azorado me dijo: -Es que les he prometido que no diría nada, y una promesa es una promesa-

  • Si, ya sé que una promesa debe cumplirse siempre, pero yo soy tu tiita, y los comentarios son respecto a mi  ¿no se lo vas a contar a tiita? - le dije estas palabras mientras lo agarraba por los hombros, me acercaba a él, y rozándole con mis pechos le daba un piquito. Si, ya lo sé, estaba jugando fuerte. Estaba decidida a saber qué decían de mí aquellos pervertidos.

Aquello derribó las resistencias de David.

  • Pero no se lo cuentes a ellos ¿vale?  Porque si no, me matan.

  • No te preocupes, cariño, tu tiita no va a decir nada de lo que tú me cuentes. Será nuestro secreto ¿vale?

  • Vale- Bueno, pues lo que ellos dicen de ti es….

  • ¿Que es cariño, anda, no tengas miedo, sigue…

  • Pues dicen que …. que estás muy buena.

  • ¿Eso dicen?

  • Si, eso dicen, y que tienes unos pechos muy bonitos

  • ¡Muy bonitos!  ¡No te creo!, seguro que Juanque y Santi lo dicen con otras palabras ¿verdad, David?

  • Bueno, ellos dicen otras palabras como que…. que estás jamona y que te iban a echar no sé cuántos polvos ¿Para qué sirven los polvos, tiita?

  • O sea que los niños van calentitos….  -Ya te contaré David-, continúa.

-También hablan continuamente de un pajar o de pajas que van a hacer a tu salud, pero esto tampoco lo entiendo.

-Ya lo entenderás más adelante, David, tu tiita te enseñará, no te preocupes.

-Y cuando me estiro boca abajo a tomar el sol, ¿ellos me miran?

-Ya lo creo que miran, y aprovechan que tu estas con los ojos cerrados para tocar su cosa.

-¿Se tocan su cosa?

-Si tiita, se tocan su cosa, y se les pone grande. Me dicen que se meten en el agua para relajarse y cuando vuelven del agua  ya no la tienen tan grande.

  • O sea que los chicos tienen que relajarse de vez en cuando, muy interesante- . Aquellas declaraciones me estaban poniendo a cien.

-Sí, tiita, eso hacen.

Aquello me excitó sobremanera, o sea que los chicos tenían que soltar su lechita de vez en cuando porque yo,  Sonia los ponía como una moto. Se confirmaba que el juego ideado por Daniel estaba siendo un éxito.

Y en cuanto a ti, David,  -¿Te ocurre lo mismo que a Santi y Juanque?-  -¿Tienes también necesidad  de relajar tu cosita  de vez en cuando?-

David, que no entendía nada de todo aquello respondió -No tiita, yo no sé nada, eso lo dicen ellos-

  • Y… Cuando tienes la colita grande como ahora, ¿Qué haces?

  • Bueno, la toco un rato hasta que me canso, y luego ella sola se vuelve pequeña, y ya está.

  • Cuando estamos en la playa y los chicos tocan su cosa,  -¿Tú también te tocas esto? Le dije esto mientras le pasaba la mano por su verga empinada y por sus hinchadas pelotas.

  • Bueno, sí,  claro, es un juego y hago como ellos.

  • Y cuando se te pone tan dura como la tienes ahora -¿También te metes en el agua?

  • Sí, claro, me meto en el agua y hago como ellos.

  • ¿Y qué hacen ellos?, cuenta, cuenta.

  • Pues se bajan el bañador y se la tocan debajo del agua, para que tú no los veas, hasta que les sale la leche.

  • ¿Tú has visto cómo les sale la leche?

  • Si, todos los días, pero cada uno es diferente: cuando le sale a Santi es como unas gotas gordas, en cambio la de Juanque son como cabellos muy largos.

  • ¡Vaya con Juanque!  Este chico era una mina.

David era un encanto, me estaba contando aquello con toda la naturalidad del mundo. Estábamos los dos desnudos, frente a frente, él con su polla erguida y yo con mi coñito rezumando jugos. Mi sobrino era un auténtico bollicao de chocolate y a mí me encanta el cacao. Con mucho gusto me lo hubiera zampado de un bocado,  pero decidí que lo mejor era esperar. El verano era largo y aquel juego era cada vez  más excitante.

Para finalizar, y como premio, me incliné hacia adelante un poco y le pasé la mano a pelo, sin esponja desde el culo hasta la punta de la polla, pasando por sus hinchados huevos.

  • Esto ha de quedar muy limpio, mi vida, no quiero arena en la cama -

Posteriormente le di la esponja a David, y dándome la vuelta, le rogué que me enjabonara la espalda. No nos olvidemos que esta había sido la disculpa con la que había conseguido meterme en la ducha a solas con mi sobrino.

David se esmeró, en complacer a su tiita. Frotó con energía mi espalda, mis nalgas y mis piernas. Yo  misma lo animaba diciéndole:

  • Dame fuerte por el culito, cariño, a ver si de una vez por todas se me van los malditos granos.

¡Menudo motivo gilipollas me había inventado para enseñarle el puto culo!

David se dio un buen hartón de nalgas. ¡Me las sobó a conciencia!

Cuando consideré que ya se había dado un buen lote, me di la vuelta y mis pechos desafiantes se mostraron generosos ante mi sobrino. Mis pulmones cogieron aire y  mis tetas se hincharan todavía más. Los ojos de David se salían de sus orbitas contemplando aquellas mamas coronadas por dos duras cerezas. Ante aquél estado de  shock, guiñándole un ojo, le pregunté:

  • ¿Quieres seguir tú, o acabo yo?

Hablando en plata: no tenía nada que ver de cara que de culo. Fue relativamente fácil para él sobar a conciencia mi culo porque yo estaba de espaldas y no nos veíamos las caras. Si recordáis, el día anterior, ya se había puesto las botas extendiendo la crema solar por todo mi culo,  en cambio, ahora estábamos cara a cara, uno en frente del otro. Supongo que mis más que generosos pechos y mi desnuda rajita eran demasiado para él. No se atrevió a tanto y, dándome la esponja dijo:

  • Otro día, tiita.  ¿Cómo que otro día? ¡El cabroncete confiaba en que aquello lo repetiríamos otro día!  ¡Se reservaba mis tetas y mi coño para otro día! Decididamente, el tío era inteligente.

Ante su negativa, cogí el  bote de gel, quité el tapón, lo arrimé a mis pechos, presioné y....el blanco gel se derramó sobre ellos en forma de largos goterones. Guiñándole un ojo y señalando con el dedo el jabón que ya se escurría hacia mi tripita, le insinué:

  • ¿Qué?  ¿Te animas?

De nuevo, David rechazó la generosa oferta.

Una música maravillosa llegó a mi imaginación. Una música que invitaba al baile, pero yo no iba a danzar, eran mis manos las que iban a hacerlo. Y mis manos danzaron y se deslizaron por mi cuerpo, acariciándolo y amándolo  al ritmo de las notas de esta música imaginaria que sonaba solamente en mi imaginación.

Tenía la mirada fija en  David  mientras  mis dedos acariciaban mi piel desnuda.  Los pechos eran objeto de una atención especial, los pezones, duros y desafiantes apuntaban directamente a los ojos de mi sobrino que los contemplaba completamente hipnotizado. Me había transformado en una bailarina de streptease a la que no le avergonzaba  exhibirse desnuda frente a su público.

Los acontecimientos vividos aquel día hicieron que mi coño reclamara desesperadamente las atenciones debidas. De vez en cuando, más de un dedo se entretenía más de lo debido frotando entre mi rajita.  Os juro que no me hubiera costado nada, pero cuando digo nada es nada, correrme como una cerda frente a mi sobrino David.

Tras estas reflexiones, abrí el grifo de la ducha  y, bajo el agua fría volví poco a poco al mundo real.  Dirigiéndome a David, le repetí:

  • Recuerda, cariño, que esto que ha ocurrido será  nuestro secreto, y que no se lo debes contar a nadie.

  • Te lo juro, te lo juro te lo juro. Y mientras repetía estas palabras, besaba sus dedos cruzados reafirmando su promesa.

  • Si nadie se entera de eso, podremos repetirlo cada día cuando regresemos de la playa. ¿Te gustaría repetirlo, mi vida?

-Sí, tiita, cada día. Eres la tiita más buena que hay en el mundo- Y mientras me decía esto, me abrazó con fuerza por primera vez, pegando su cuerpo al mío, sin importarle ni la presión que ejercía su polla todavía dura entre mis piernas ni mis tetas desnudas pegadas contra su pecho. Me miró a los ojos y me dio un piquito, tal y como yo había hecho antes.

-¿Es así como se besan los novios, verdad tiita?

  • Aquella demostración de cariño me llegó al alma. David estaba muy satisfecho con la experiencia que acababa de vivir. Realmente era un encanto.

-Sí, cariño, así es como hacen los novios. Veo que  aprendes las lecciones muy deprisa. Mañana seguiremos jugando a ser novios, ¿Vale, mi amor?

  • Me gusta ser tu novio, tiita.

  • A mí también me gusta ser tu novia, cariño mío-.

  • Bueno, venga ya, que se nos ha hecho tarde, y no sé qué van a pensar los demás-.

Lo ayudé a secar con la toalla y enrollándolo en la misma le dije que se dirigiera a su habitación para vestirse. Salió corriendo como alma que lleva el diablo y se fue directo a su habitación.  Al quedarme a solas, dudé entre si hacerme un dedito para acabar aquello que había comenzado o dar aquello por acabado. Finalmente opté por lo segundo, por lo que me enrollé la toalla al cuerpo y me fui directa a mi habitación.

Al salir de la caseta me topé con la mirada de Daniel, que, sentado bajo la tumbona me saludó con la mano, con el pulgar hacia arriba. Todo había salido conforme a sus planes. EL JUEGO CONTINUABA.

No me entretendré contando los pormenores posteriores, pero os diré que entre todos preparamos la cena, y que posteriormente, en familia  vimos una peli del video. Algunos aprovechamos la peli para echar un sueñecito.

Tras la peli, dimos la jornada por finalizada, aquello de que cada oveja con su pareja se hizo efectivo: los mayores -Vaya peligro- se fueron a su habitación, David a la suya y Daniel y yo a la nuestra. Antes de meterme en la cama, me dí la última ducha en el baño de nuestra habitación. Me gustaba dormir desnuda y recién duchada. Cuando me acosté, Daniel, también desnudo esperaba impaciente para que comentáramos los pormenores de la jornada.

Daniel escuchó algunos fragmentos de nuestra conversación en la ducha, pero no vio nada, o sea que no me quedó más remedio que contarle, con peros y señales lo que había ocurrido en la caseta con David. Durante el relato, exageré significativamente alguno de los pasajes para placer de los oídos de Daniel.

Con todo lo ocurrido tenía el coño ardiendo,  por lo que mientras describía los pasajes eróticos, mi dedo acariciaba mi rajita, Daniel acariciaba mis pechos y me observaba y yo disfrutaba ambas cosas a la vez. Un estremecimiento en mi cuerpo anunció la llegada de la ansiada liberación.

Ya más relajada rogué a Daniel que me explicara lo que había visto con sus prismáticos desde la terraza. Daniel, me contó que había observado como Juanque y Santi se habían sacado la polla del bañador y se la habían estado tocando cuando me vieron con el diminuto tanga tomando el sol boca abajo.

También observó, y esto se veía muy bien desde arriba, puesto que el agua era transparente como se habían corrido la paja dentro del agua, y que lo habían hecho dos veces aquella jornada.. En una de ellas, me dijo, se  habían hecho la paja el uno al otro.

  • Si, ya sé que lo hacen, me he enterado hace un rato cuando les he escuchado a través de las paredes de la caseta de baño.

  • Pobrecitos, son tan encantadores -le dije-  Me encanta excitarlos y que se les ponga dura por mi culpa.

  • ¿Sabes, Daniel? este juego me excita un montón, Mi coño está todo el día rezumando jugos, mmmmmmm

  • ¿Estás caliente mi vida?-  me decía Daniel mientras frotaba mi coño y acariciaba mis pechos.

  • Muy caliente, mi amor-

  • ¿Vas a correrte otra vez  para mí?   ¿Me vas a dar este gusto? -

  • Si Daniel, me voy a correr para ti -

Daniel era un verdadero artista con los dedos. Me provocaba unos orgasmos espectaculares. En pocos minutos me puso al borde del placer. Este otro fue más largo e intenso. Me dejó totalmente desmadejada. Nos besamos con cariño y nos deseamos las buenas noches. Teníamos que reponer fuerzas para mañana.

Fin Parte 1