Hermanos libertinos 3

Un nuevo y excitante capítulo sobre las relaciones entre Sonia y su hermano Juanque

Hermanos libertinos

Parte 3

Nota del autor:

Para su mejor comprensión, sugiero que leáis previamente los capítulos 1 y 2 de la serie.

Aquella noche, con peros y señales tuve que explicar a Daniel lo ocurrido con mi hermano Juanque durante nuestro viaje a Llafranc.

Evidentemente, Daniel se puso como una moto y quiso agradecérmelo como en él ya era habitual, pero no se lo permití. Mi coño era incapaz de soportar más placer por lo que quedaba de día.

Al día siguiente, durante el desayuno nos llamó por teléfono la hermana de Daniel con buenas y malas noticias: Santi tenía que abandonarnos y regresar al pueblo, puesto que le había salido trabajo para lo que quedaba de verano en un supermercado.

Pese a perderse las vacaciones, Santi lograría unos ingresos que le irían muy bien para la universidad. Esta era la parte positiva de la noticia. Y además David se quedaría con nosotros, Santi no tenía claro si era bueno o era malo. Lo que si tenía claro es que difícilmente iba a poder disfrutar de unas vacaciones tan excitantes como las que había vivido aquellos días en Cala Rodona.

Después del desayuno, Santi preparó su maleta, los chicos recogieron la mesa  y yo organicé el viaje al pueblo. Daniel se quedó con los niños en Cala Rodona mientras que yo acompañaría a Santi al pueblo.

Del viaje no puedo hablaros demasiado, tan solo deciros que, para alegrarle la vista a Santi  las últimas horas de sus vacaciones, me puse una falda blanca y una blusa bastante escotada. La falda era muy estrecha y con las maniobras de los pedales, se me arremangaba hasta la altura de las braguitas. La blusa mostraba lateralmente una buena porción de mis pechos. En fin, que Santi tuvo diversión garantizada para todo el viaje.

De Santi no os he hablado demasiado porque con Santi no hubo feeling en ningún momento. Aunque era de la misma edad que Juanque, físicamente era muy delgado. Se llevaban muy bien los dos primos. Todavía recuerdo aquella tarde en la caseta de baño cuando oí como los dos se masturbaban pensando en mí. He de reconocer que aquello me puso. También sé que se pajeaba pensando en mí y que aprovechaba nuestras sesiones de baño para meterme mano, bien poniéndome crema, bien jugando en el agua.  ¡A saber cuánta leche habría derramado inútilmente  el muy cabrón!

Al mediodía ya estaba de nuevo en Cala Rodona. Daniel y los niños habían preparado la comida y puesto la mesa. Fue una gozada llegar a casa y sentarme a la mesa directamente para comer.

Este día, Juanque se mostró un tanto extraño conmigo. Imagino que por todo lo que había ocurrido el día anterior. A mí me sabía mal, porque no quería que se sintiera preocupado por lo que habíamos hecho. Estaba dispuesta a demostrarle que iba a cumplir con mis promesas, así que, cuando recogimos la mesa y fregamos los platos sugerí a los dos muchachos que bajáramos de nuevo a la cala.

Eso sí, a Juanque le recordé que tenía bañador nuevo y que sería una oportunidad para estrenarlo.

Mi sugerencia fue recibida con alegría por parte de los dos, por lo que, tras preparar la nevera con los refrescos, bajamos a nuestro paraíso particular por la senda empinada. Juanque lucía el nuevo bañador, oculto tras una camiseta dos tallas más grandes. Yo también estrenaba el tanga que compré en Llafranc y con una camiseta dos tallas inferiores a la mía y que había recortado en su parte inferior para convertirla en un top. La fina tela  se ceñía a mi cuerpo como una segunda piel y permitía adivinar la forma de mis generosos pechos y de mis pezones.

En un exceso de amabilidad, me permitieron liderar el grupo. Supongo que para disfrutar de la visión de mi culo prácticamente desnudo bajo la diminuta prenda. A mí no me supo mal, todo lo contrario, si querían carne, esta tarde estaba dispuesta a darles mucha más de la que ellos podían esperar.

Cuando llegamos a la arena, extendí mi toalla y me senté sobre ella. Me tomé unos minutos  observando a los chicos mientras simulaba ordenar el bolso de la playa. Me di cuenta que no me quitaban el ojo de encima, pendientes de mi camiseta. No me hice de rogar y, cruzando los brazos por delante, tiré de la tela para arriba y me desprendí de ella. Mis pechos desnudos quedaron expuestos a las miradas lujuriosas de los dos.

Juanque tenía una obsesión enfermiza con mis pechos. Me los había visto ya  en muchas ocasiones, incluso tuvo el atrevimiento de tocármelos en el probador de los Grandes Almacenes. A pesar de todo esto, le chiflaban y nunca tenía suficiente; cada vez  que me los veía ponía la misma cara de asombro y excitación. En cuanto a David, la cosa cambiaba, también me había visto los pechos en la caseta de baño, aunque era un secreto para los demás.

  • Chicos, después de tantos días, yo creo que ya nos tenemos la confianza suficiente como para que pueda tomar el sol sin sujetador y sin que nadie se moleste ¿No os parece? -

Evidentemente que nos teníamos confianza: con el pequeño David habíamos intimado en la caseta de la ducha, y si bien no había ocurrido nada de lo que nos tuviéramos que lamentar, lo cierto es que nos duchamos los dos en pelotas, le masajeé un poquito su polla y, aunque no llegó a atreverse, le permití que hiciera lo mismo conmigo. En cuanto a Juanque, la cosa era muy diferente. Nos habíamos bañado desnudos y nos habíamos pajeado uno frente al otro sin pudor.

El hecho de que optara por tomar el sol en topless era evidente que no iba a escandalizarles. Lo que añadía un poco de picante al asunto era el hecho de que ninguno de los dos muchachos conocía mis travesuras con el otro. Si bien con Juanque habíamos sido muy lanzados, todavía le quedaban muchas lecciones para aprender, y estaba dispuesta a que acabara aquel verano con su diplomatura de sexo y con matrícula de honor. En cuanto a David, esperaba con ganas el momento oportuno para hacerme con su virgo. ¿Quién mejor que yo para regalarle el primer orgasmo de su vida?

  • Mmmmm.... Chicos, me siento muy a gusto tomando el sol a vuestro lado con las tetas al aire. Me gusta la sensación de estar haciendo algo prohibido.

Los dos me miraron sin saber qué responder.

  • Si me pillara ahora mismo Daniel con las tetas al aire frente a vosotros ¿no creéis que se iba a mosquear un montón?

  • Supongo - respondió Juanque.

  • ¿Y no lo encontráis excitante? -

  • Si - respondió de nuevo Juanque.

  • ¿Sabéis? - Yo de pequeña era muy traviesa, ya diría que incorregible. Me castigaban muchas veces, y cuantas más veces me castigaban, que peor me portaba. En el fondo, lo que me gustaba era la sensación de peligro, la sensación de saber si me iban o no a castigar, el si me iban o no a descubrir. Esta sensación provocaba en mí un estado de excitación tal que superaba con creces el castigo al que podía ser sometida en el caso de ser descubierta. Y ahora siento algo parecido.

  • Pero ¿Quién te va a castigar? - replicó Juanque.

  • Supongo que Daniel se iba a mosquear un montón, e igual no me hablaba durante una semana. Por esto lo hago, porque me excita el hecho de ser descubierta.

  • Pero, ¿Prefieres que nos descubra? - este era David.

  • No, mi vida, no quiero que nos descubra, ni mucho menos. Me siento traviesa y me gusta, nada más. Por cierto..... ¿No os sentís vosotros un poco traviesos? -

  • ¿Nosotros?  -  respondieron a dúo.

  • Pues sí, vosotros. Me encantaría que dejarais de ser tan formales y que fuerais un poco más traviesos. A las mujeres no nos gustan los hombres formales -

  • ¿A qué te refieres con lo de traviesos....? -  dijo Juanque.

  • Pues,  por ejemplo..... a ver que se me ocurre….. ¡Si, ya está!  ¡Podríais tomar el sol en pelotas!

  • ¿Desnudos? -  dijeron al unísono.

  • Desnudos o en pelotas, ¿qué más da?  Para que veáis que hablo en serio, voy a tomar el sol desnuda, pero quiero que vosotros también os desnudéis. Os aseguro que puede ser una travesura muy divertida tomar el sol en pelota picada, tal y como Dios nos trajo al mundo.

  • Pero de esto, no se os ocurra decirle nada a nadie.  Será nuestro secreto,  ¿vale?

Mi propuesta les pilló de imprevisto.  Yo ya había tomado mi decisión. Tenía ganas de tomar el sol desnuda, y con más razón aún si tenía en cuenta lo que había ocurrido días antes con David en la caseta de la ducha y con Juanque en Llafranc. Con independencia de la decisión que tomaran los chicos, y sin más miramientos, levanté las dos piernas, y con mis manos deslicé el tanga hasta los tobillos, lo cogí con una mano y mi rajita  desnuda, húmeda y libre de pelos se mostró ante ellos sin ningún tipo de pudor.

  • Voilá -  les dije.

Lo siguiente que hice fue agarrar el bote de crema solar,  acercarlo a mi coño, presionar y soltar un buen chorretón de crema por toda la raja. Las caras de ambos eran un poema. El bañador de Juanque denunciaba una hermosa erección. David tenía las manos escondidas entre sus  ingles, ocultando la incipiente hinchazón que crecía sin control en el interior de su bañador.

  • ¿Qué, os animáis? -   les decía esto mientras con mi mano derecha extendía la crema por toda la rajita y alrededores.

Con la otra mano, mientras tanto, agarré  el bote de crema y dejé ir otro chorretón por encima de mis pechos. Una no es de piedra, y aquello me estaba poniendo a cien. Aparentemente me estaba extendiendo la crema por el cuerpo, pero que conste que en realidad lo que efectuaban mis manos era una lenta masturbación.

  • Venga, chicos, esto no es justo. Mientras que yo os enseño mi chichi y mis tetas, vosotros en cambio permanecéis vestidos en  bañador. Aquí, o jugamos todos o rompemos la baraja. ¿Qué me decís?  -  mientras tanto, mis manos extendían crema solar por mi cuerpo acariciando sin pudor mis  pechos y mi rajita.

Algún que otro suspiro se escapó de mis labios.

  • Mmmmm  ¡El sol es una delicia!   ¡Y esta crema... es tan suave! -

Bueno, la delicia no era el sol precisamente, pero quedaba bien ¿no creéis?

Al final Juanque y David, los dos a una se desprendieron de sus bañadores, y nos quedamos los tres desnudos, como Dios nos trajo al mundo. Juanque, como ya era habitual en él, lucía una hermosa erección. En cuanto a David, era imposible saberlo puesto que no apartaba sus manos de sus genitales.

Le pasé el frasco de crema solar a Juanque diciéndole

  • Peque, ponte crema ahí, señalando con la vista su exagerada erección, si no quieres que se te queme y tengamos un disgusto -

  • Aunque, si quieres, te la pongo yo misma -   le solté

Juanque no se atrevió a tanto. La presencia de David le cohibía, de eso no había duda alguna. Agarró  el frasco de mi mano, y al igual que yo había hecho anteriormente,  derramó un buen chorretón por encima del capullo. Como consecuencia de la temperatura ambiental y corporal de Juanque, la crema se derritió e hizo el mismo efecto que una corrida: el líquido blanquecino se deslizó por la superficie del tronco deteniéndose en  sus huevos. El muy cabrón hizo esta operación sin dejar de mirarme en ningún momento.

No tuve más remedio que morderme el labio. El hijo de la gran puta me estaba pagando con la misma moneda. Sin dejar de mirarme a los ojos su mano agarró la dura estaca, mojó sus labios con la lengua y,  al igual que yo había hecho minutos antes, inició una lenta masturbación.

Aquello iba demasiado deprisa, no me interesaba mantener aquel ritmo endiablado que habíamos impuesto los dos hermanos. Quería que David entrara en el juego, e iba a conseguirlo.

  • ¡Chicos, vamos al agua! -

Me levanté y eché a correr hacia el agua. Imaginad el espectáculo de mis tetas balanceándose mientras corría hacia el agua.  Al momento, los dos se metieron también agua a cintura. Como ya os he comentado anteriormente, la caleta tenía una profundidad máxima de metro y medio, mis pechos desnudos quedaban justo por encima de la línea de flotación y se mecían apaciblemente al ritmo de las olas que provocábamos nosotros mismos.

  • ¡A que no hacéis como yo! -  les dije mientras me tumbaba de espaldas y me hacía la muerta flotando sobre el agua. En esta postura les ofrecía un primer plano de mi coño y de mis pechos como si fueran dos flotadores.

Al momento, los dos se tumbaron de espaldas imitándome, pero con una diferencia: sus pollas emergían a la superficie como dos periscopios. El de David, largo y delgado. El de Juanque aunque no tan largo, bastante más grueso, pero tanto el uno como el otro, totalmente erectos.

Me sentía en la gloria, desnuda sin rubor ante mi hermano y mi sobrino. Las dos personas que desde el inicio de estas vacaciones habían despertado mi lujuria y que me mantenían en un estado de excitación continua. Sus dos pollas aflorando a la superficie demandaban con urgencia de mis atenciones, pero debía actuar con cautela. Existía una palabra prohibida: follar. Aunque lo deseaba con urgencia, no me los podía follar; eran mi hermano y mi sobrino, en cambio sí podía jugar con ellos, sin olvidar otra regla que me había impuesto y que no me podía saltar, al menos por ahora: ver, oír pero no tocar.

  • David, cariño (ahora tocaba ponerse un poco cariñosa) ¿Ya tienes novia? -

  • No, ¡Que va! -

  • Bueno, pero, ¡seguro que hay por ahí alguna chica que te hace tilín!  ¿Me equivoco? -

  • Bueno, sí, hay una -

  • ¿Y cómo se llama, si puede saberse? -

  • Se llama  Laura -

  • ¿Y ya lo habéis hecho? -

  • ¿Hecho, el qué?  No sé de qué me hablas, tiita -

  • No seas tonto, chaval - le dijo Juanque, - Sonia te pregunta si ya te la has tirado, que si habéis follado. -

  • No, todavía no, ella no me deja  -

  • Esto quiere decir que tú se lo has propuesto y ella no ha aceptado. ¿No es así? - le dije.

  • Bueno, más o menos - dijo David.

  • ¿Y tú tienes ganas de hacerlo?  -  le insistí

  • Bueno, pues sí, todos nuestros amigos ya lo han hecho -

  • Pese a la vergüenza que mostró David cuando estuvimos solos en la caseta de la ducha, aparentemente, con su novia no era así. Supongo que fui demasiado lanzada y acabé por acojonarlo. A partir de ahora debería ser más cauta con mis acciones -

  • ¿Y tú, Juanque?  ¿Cómo andamos de novias? - Yo ya conocía la respuesta. El propio Juanque me lo había contado la otra tarde.

  • Bueno, tengo una amiga.

-¿Y cómo se llama tu novia, Juanque?

Juanque un tanto molesto - Ya te he dicho que no es novia, que solo es amiga, y que se llama Susana -

  • ¿Y bien, ya lo habéis hecho?

  • ¿Qué?  -   Juanque sabía que yo conocía perfectamente la respuesta. ¿A qué venía aquel interrogatorio?

  • Que si ya habéis follado - Gritó David.

  • Pues no, claro que no. Ella tampoco me deja.

  • Pero, supongo que tú tienes ganas, ¿verdad?

  • ¡Claro!  ¡Y muchas!

Estaba claro que los dos andaban muy pero que muy mal follados, como yo desde lo del accidente del Daniel. Era evidente además que, ganas, lo que se dice ganas no nos faltaban a ninguno de los tres. Daba por supuesto que ellos no iban a dar el primer paso. Estábamos jugando a un juego peligroso y excitante. Peligroso porque si se enterara la familia, se armaría un escándalo de mil pares de narices y excitante porque mi coño estaba chorreando y las pollas de ellos dos, en estado de guerra. No sé cómo coño  saldríamos los tres de aquella situación, pero lo que si tenía claro  es que yo no me iría de la playa sin relajar convenientemente mi almejita.

Manteníamos esta charla, flotando sobre nuestras espaldas,  los dos muchachos empalmados frente a mí y yo con las piernas separadas y mi coño abierto y expuesto a sus miradas lujuriosas.

  • ¡Anda, que no os quejareis de las vistas!  ¡Os estáis poniendo las botas! - Les dije mientras mi coño aparecía y desaparecía a la superficie a un palmo de sus narices.

  • Tu tampoco puedes quejarte, Sonia -  replicó Juanque.  - Me parece a mí que el espectáculo es mutuo -

  • No me quejo, todo lo contrario, me gusta lo que veo. Por cierto..... ¿Las tenéis así por mí? - señalando sus vergas.

Juanque, que era el más lanzado dijo - ¡Coño, Sonia!  ¡Estamos todos aquí en pelotas!   ¡Y tú estás como un tren!   ¡Es normal que nuestro hermanito esté así!   ¿No crees?

  • Gracias cariño, esto me halaga. Yo tampoco soy de piedra y os aseguro que lo que veo desde aquí también me gusta mucho. Si no fuera vuestra tía y hermana....

  • ¿Qué? -  replicó Juanque.

  • Nada, nada, cosas mías.

Para salir del lío en el que me había metido, se me ocurrió algo:

  • Bueno, y ya que estamos los tres desnudos y muy a gusto por lo que veo, os propongo que creemos la Hermandad de la Pelota Picada. Los tres formaremos parte de la Hermandad, y cuando nos juntemos deberemos ir siempre en desnudos. ¿Os parece bien?

  • Vale - dijeron entusiasmados al unísono.

  • Bien, y ahora que hemos creado la Hermandad, os propongo un juego, El Juego de la Verdad.

  • ¿En qué consiste el juego? preguntó David.

Se me acababa de ocurrir, pero no tuve ningún problema en explicarles las reglas que me acababa de inventar

  • El juego de la verdad consiste en contestar las preguntas que te efectúen tus compañeros respondiendo siempre con la verdad. Si alguien miente, es expulsado  y si desea volver a formar parte de la Hermandad deberá pasar dos pruebas   que le impondrán cada uno de los miembros restantes -

  • ¿Y cómo sabremos si alguien miente? - Ese era Juanque.

  • El que efectúe la pregunta deberá conocer también la respuesta. De esta forma nos aseguraremos de que nadie mienta a la Hermandad. El castigo, tal y como os he dicho es la expulsión automática de la Hermandad de la Pelota Picada, o sea que deberá vestirse y abandonar a sus compañeros.

Continué inventando reglas y las fui detallando - Por turnos, cada uno de nosotros podrá preguntar a cualquiera de los otros dos lo que quiera del tema que quiera. El elegido deberá responder a la pregunta sin mentir. Cuando detectemos a un mentiroso, deberá abandonar inmediatamente el Juego y la Hermandad.

  • Pero, ¿Preguntas de qué tipo?  ¿Cuáles son las reglas? -  inquirió Juanque.

  • Mirad, sólo hay dos reglas. La primera es que están permitidas todas las preguntas. La segunda, y más importante es que la respuesta tiene que ser verdad.

Los chicos dudaron por un momento pero acabaron por aceptar. Echamos a suertes para saber quién empezaba y quedamos así: Juanque; David y yo en último lugar.

  • Juanque, te toca. Elige a uno de los dos y pregunta - le dije

No sé por qué, pero me lo temía. Me eligió a mí.

  • A ver, a ver, ¿Qué podría preguntar? .... -  Juanque no se acababa de lanzar.

Al final se lanzó  - Sonia, ¿Cuantos novios has tenido? -

Para empezar, no estaba del todo mal, era una pregunta inocente, pero con un pelín de intención. Requería de una respuesta adecuada.

  • Déjame pensar.... uno,...... dos,....... tres,..... cua..... No, este no vale, con este no llegamos a hacerlo. TRES, definitivamente, tres.

Juanque, un poco mosca por mi respuesta dijo  - nos has engañado, querías decir cuatro -.

  • No, cariño, no os he engañado. He tenido tres novios solamente. El  cuarto fué solo un amigo con derecho  roce. Hubo besos y toqueteos, pero no llegamos a follar. Te he dicho toda la verdad -

Como podían observar, estaba dispuesta a jugar fuerte. ¿Hasta dónde llegarían ellos?

Juanque animó a David  - Vamos, peque, te toca -  Ya veis que el calificativo de peque estaba en boca de todos.

David, aprovechando el tema que había sacado su primo y la respuesta que yo había dado me eligió también a mí y preguntó

  • ¿Y, con tus novios, qué hacíais? -

Joder con el peque, claro mi respuesta anterior se lo había puesto a huevo.

  • Pues hacíamos lo que hacen los novios. Salíamos a cenar, a bailar, y también nos besábamos, nos acostábamos y hacíamos el amor -

Una respuesta casta y pura. Sin haberles engañado, se quedaron con las ganas de que  entrara en detalles morbosos. Tiempo al tiempo. Me tocaba a mí seguir con el turno de preguntas. Elegí a Juanque.

  • A ver, Juanque,  Durante estas vacaciones, ¿Te has hecho alguna paja aquí en esta cala? -

Yo conocía la respuesta puesto que me lo habían dicho tanto David como Daniel.

Tras dudarlo un momento, Juanque acabó por reconocerlo. No podía ocultarlo puesto que David había sido testigo de sus masturbaciones con su primo Santi.

  • Si, me he hecho pajas, aquí mismo en esta cala -  respondió Juanque.

Imagino que a Juanque no le interesaba en absoluto la vida de David porque cuando llegó de nuevo su  turno, volvió a preguntarme, esta vez con más atrevimiento

  • Sonia, cuando hacías el amor con tus novios, ¿Se la chupabas?

¡Ole mi niño!   ¡Directo a la yugular!

Sin tapujos ni rodeos respondí  - Claro que se la chupaba. A todos ellos, y te aseguro que les encantaba cómo se lo hacía. Y a mí también me gustaba  mucho hacerlo -

¡Ahí queda eso!  ¡El juego iba ganando en emoción!  Mientras tanto, nuestros cuerpos, sin saber cómo  habían abandonado la horizontal para quedarnos de pié  con el agua a la altura del pecho. Mis tetas, como dos flotadores se balanceaban al ritmo de las olas, y nuestras manos sospechosamente habían desaparecido ocultas bajo el agua. Las olas que provocaban nuestros propios cuerpos dificultaban la visibilidad de nuestras manos y sexos.

Los dos tenían la vista fija en mis pechos. El agua me llegaba justo a la altura de los pezones. Con mis piernas me balanceaba en el agua mostrando sin pudor mis tetas y mis duros pezones. Mis manos acariciaban mi coño como imagino que las suyas acariciarían sus pollas.

Cuando llegó el turno de David nos sorprendió a ambos eligiendo a Juanque para preguntarle.

  • Juanque, cuando te sale la leche... ¿En qué piensas?  -  la pregunta de David no tenía desperdicio.  Él sabía que tanto Juanque como su hermano Santi se masturbaban y que les salía la leche, y que cuando les ocurría eso, ponían unas caras extrañas. El pobre David no había experimentado nunca un orgasmo, y no acababa de entenderlo. David había puesto en un buen aprieto a Juanque. La respuesta era yo, evidentemente. ¿Se atrevería Juanque a confesarlo?

  • ¡En que me estoy follando a mi novia! -  exclamó Juanque.

David y yo nos miramos y sonreímos. Los dos sabíamos que aquello no era verdad. No quise ser yo la que lo delatara y fue David quien le dijo:

  • Uy uy uy, que yo me sé de uno que va a abandonar la Hermandad de la Pelota Picada  y este no voy a ser yo….

Juanque, con muestras de nerviosismo, no le quedó más remedio que admitir que no era su novia precisamente en la que pensaba cuando se pajeaba.

  • Bueno, lo siento mucho, no volverá a ocurrir -  Aquella frase me recordaba a alguien, y ahora mismo no recordaba a quién.

  • No te enfades, Sonia, pero la verdad es que cuando me hago mis pajas pienso en ti.

Juanque bajó la cabeza, avergonzado por haber tenido que confesar aquello delante de David.

  • No me enfado, cariño, para mí es un honor que un chavalote guapo y bien plantado como tú se corra la paja pensando en  mí, y para que veas que no me enfado, la próxima vez que te pajees, quiero verlo -  Mis palabras alimentaron  el ego de Juanque que volvió a recuperar la compostura.

Era mi turno y como ya habíamos entrado de lleno en el terreno sexual, no quise desaprovechar la oportunidad y les pregunté a los dos

  • ¿Qué estáis haciendo ahora mismo con vuestras manos ocultas bajo el agua?

Los dos se quedaron sorprendidos. Imagino que no esperaban una pregunta tan directa. Juanque fue el primero en responder

  • Me estoy acariciando la polla.

  • Yo también -  continuó David.

  • Bien, me gusta vuestra sinceridad. Quiero que sepáis que yo también me estoy haciendo un dedito y que me gusta mucho hacerlo frente a vosotros. Y para que veáis lo mucho que os quiero, di un par de pasos hacia David, le cogí la cabeza entre mis manos y le di un piquito entre los labios. Posteriormente repetí el gesto con Juanque con el que me llevé dos sorpresas; la primera fue que al agarrarle la cabeza para darle el piquito, él me agarró por mis nalgas y restregó  su dura estaca por entre mis ingles. La segunda fue que al darle el piquito, el muy cabrón sacó su lengua y como consecuencia hizo que el beso fuera con lengua.

Pese a la sorpresa, no mostré ningún signo de desaprobación ante las dos acciones de Juanque. Aquello me había gustado, y no quería que David supiera del atrevimiento de Juanque.

-Chicos, se hace tarde, sería conveniente regresar cuanto antes, no sea que Daniel se preocupe por nuestra tardanza. Pero antes de irnos, debemos sellar nuestra Hermandad con un beso, los tres a la vez.

Nos agarramos los tres por la cintura,  juntamos nuestros labios y nos dimos un piquito y yo me estremecí al notar en mi entrepierna las duras vergas de los dos muchachos.

No quise prolongar el festín que se estaban dando los dos primos, así que a continuación dimos por finalizada la jornada de playa. Nos pusimos de nuevo los bañadores, recogimos las cosas y emprendimos el camino de vuelta hacia Cala Rodona, no sin antes recordarles de nuevo que los secretos de la Hermandad de la Paja no debía conocerlos nadie.

Aquella noche no tuvimos que preparar la cena: Daniel nos invitó a cenar a la pizzería de Llafranc. Siempre era agradable cambiar de aires. Posteriormente estuvimos paseando por el mismo paseo por el que habíamos estado paseando con Juanque el día anterior. Sobre las 12 más o menos decidimos que ya era hora de volver a casa.

Durante el paseo, los chicos iban delante y nosotros dos, abrazados,  detrás. Aproveché aquellos momentos de intimidad para poner a Daniel al corriente de los avances de aquel día: la creación de la Hermandad de la Paja  y del Juego de la Verdad.

  • ¡Joder, Sonia qué ocurrencia más buena: La Hermandad de la Pelota Picada ja ja ja!  ¡Desde luego a imaginación no hay quién te gane! -

  • ¡Y lo del Juego de la Verdad!   ¡Vaya idea tan buena!…. ¡Si juegas bien tus cartas puedes conseguir de ellos lo que quieras! -

  • De eso se trata, cariño, al fin y al cabo este era el propósito que tenías cando quisiste que jugara con ellos, ¿No es así?

  • Si, mi vida y lo estás haciendo a las mil maravillas. Cuando os he visto esta tarde desde la terraza con los prismáticos no he podido aguantarme y he tenido que desnudarme como vosotros. Aunque en la distancia, me sentía totalmente integrado con vosotros tres, desnudos, tumbados de espalda, ellos dos con la polla tiesa y tu abierta de piernas mostrándoles tu coño. Por unos momentos he logrado una pequeña erección y un gustirrinin ahí abajo como hacía mucho tiempo que no sentía.

  • Me alegro, mi vida, le dije Vamos avanzando paso a paso. Si sigues así,  conseguirás ser  de nuevo el macho con el que me casé y que me follaba cada día -

  • No sabes las ganas que te tengo, mi vida -  me dijo estas palabras mientras me pasaba la mano por el culo y me agarraba fuertemente una de mis nalgas.

El paseo finalizó cuando llegamos al lugar donde habíamos aparcado el Mondeo. Nos subimos en él y fuimos directamente a Cala Rodona. En la misma puerta de entrada a a la casa nos dimos las buenas noches y nos dirigimos cada uno a nuestras habitaciones.

Una vez dentro de nuestra habitación, cerré la puerta y Daniel me dijo:

  • Desabróchate la blusa -

Haciendo caso a su orden, como si de un streptease se tratara, lentamente fui liberando todos los botones de la blusa, empezando por arriba, hasta acabar con el último de ellos.

  • ¡Quítatela! -

La voz de Daniel era firme,  tras ella ocultaba un deseo lujurioso de tiempos pasados  y que en mi provocaba oleadas de deseo. Deseaba obedecer sus órdenes por lo que, con dedos temblorosos, dejé deslizar la ropa por mis hombros. Sentí una gran satisfacción cuando la mirada de Daniel se clavó en mis pechos cubiertos por el sujetador de encaje,

  • ¡Ahora quítate el sujetador!  ¡Muéstrame tus tetas  tal y como has hecho con los muchachos! -

Sus palabras me excitaron, Daniel estaba realmente excitado. Imagino que las escenas que contempló aquella tarde desde la terraza le habían puesto así. Y Daniel continuó.

  • Sé que todo esto te excita, Sonia. Mis palabras te excitan y, aunque no te he tocado, siento tu coño húmedo bajo tus braguitas -

Me desabroché el sujetador, vi que Daniel se relamía con esta acción mía, rocé mis pezones con el encaje del sostén erizándolos y cuando los consideré suficientemente duros, me desprendí de él y se lo tiré a la cara.

Daniel lo cogió con una mano, mientras sus ojos permanecían fijos en mis pechos. Su respiración pareció más pesada y su expresión no cambió. Su intensidad la cogió por sorpresa. Casi nunca lo había visto tanto tiempo sin sonreír.

  • ¡Quítate la falda! -

Siguiendo con el numerito de streptease, bajé la cremallera de la falda y dejé que se deslizara hacia el suelo. Estaba desnuda para Daniel, tan solo vestida con el diminuto tanga que acostumbraba a utilizar.

  • ¡Bragas fuera! -

No tuvo que repetírmelo dos veces. De un tirón me desprendí de mis braguitas quedando ante Daniel tan desnuda como Eva en el paraíso.

  • Acaricia tus pezones, haz  que se pongan duros -

No tuve que esforzarme, puesto que tenía muchas ganas de hacerlo.

  • De acuerdo - le dije.

Amasé mis pechos con las palmas de mis manos, al mismo tiempo que con los dedos índice y pulgar castigaba mis duros pezones. Daniel contemplaba el numerito  mientras iba desprendiéndose de su ropa. Prolongué aquel acto por un buen rato aguardando a que Daniel estuviera desnudo del todo. Alternativamente mis pezones eran también lamidos por mi lengua

  • ¿Te gustan mis tetas, cabron? -

  • ¿Te pone ver cómo me las acaricio?  -

  • Mmmm mis pezones, sluuuup (mientras me los chupaba)  ¡están ricos! -

  • ¡Desnúdate, cabrón, mira que caliente me tienes -

  • ¡Mira mis pezones!   ¿Ves que duros que están?   ¡Es porque estoy chorreando por ti!

Daniel ya estaba desnudo, se había situado detrás de mí, apartó mis manos de mis tetas y posó las suyas. Me las amasó a conciencia mientras restregaba su miembro morcillón por mi culo.

A continuación, una de sus manos abandonó el pecho en el que descansaba y emprendió la ruta del sur pasando por mi ombligo, cruzando el monte de venus y posándose directamente en mi clítoris inflamado.

Daniel tenía una mano en mis pechos y la otra en mi clítoris mientras me besaba en la nuca.

  • ¿Te gusta, zorra? -

  • ¿Te gusta lo que te hago? -

  • Mmmmm Si, por favor, continúa, no pares -

Estaba chorreando. Pese a todas las experiencias vividas en la cala, aquel día no me había masturbado y necesitaba urgentemente una liberación. Daniel me estaba poniendo como una moto, si seguía así no aguantaría demasiado.

Cuando más caliente estaba,  Daniel me cogió en brazos y me depositó cruzada en la cama, con los pies por fuera. Cogió una silla y, ante mi sorpresa, se sentó frente a mí. Agarró su miembro con una mano y me ordenó:

  • Lámete los dedos y juega con tus pezones -

Joderrr no había derecho, yo ya estaba en la antesala del orgasmo, y ahora el muy capullo quería jugar. Mi coño chorreaba y ahora el señorito quería que jugara con mis tetas. En fin, todo sea por un orgasmo, vamos para allá.

Hice lo que me pidió, pero en vez de lamer los dedos con mi lengua, los introduje en mi coño para mojarlos con mis flujos. Los llevé hacia mis pezones y jugué con ellos. Mis dedos, mojados con mis jugos se deslizaban fácilmente por entre la aureola y los pezones. De vez en cuando los agarraba fuertemente y tiraba de ellos mientras me mordía los labios. Daniel mientras tanto, acariciaba su polla, que sin llegar a la erección total, mostraba un tamaño significativo. Eran estos juegos los que necesitaba Daniel para recuperar su virilidad. Y no sería yo la que le negaría cualquiera  de sus caprichos.

  • ¡Moja de nuevo tus dedos en tu coño y llévalos a tu boca! -

Llevé de nuevo mis dedos a mi coño totalmente empapado, los introduje en él, hurgué un poco en su interior para deleite mío y de Daniel y los saqué totalmente mojados. Un hilo de flujo los acompañó hasta mis labios.

Entreabrí los labios, y mi lengua aguardó con devoción la llegada de los dedos cargados con los fluidos de mis entrañas. Los dedos se depositaron en mi lengua, que los abrazó y arrastró con ella al interior de la boca para que fueran degustados y saboreadados con gran deleite mío.

  • Mmmmm Seguro que saben a gloria ¿Me equivoco? -

  • No te equivocas, cariño, saben a gloria, no sabes bien lo que te pierdes - La erección de  Daniel había mejorado, yo diría que ahora era de un tamaño casi parecido al que tenía antes del accidente.

Al ver aquella erección, mi coño sufrió una convulsión. Mi coño hoy me pedia polla. No se conformaba con una paja o con una mamada, no, nada de esto. Hoy necesitaba una polla con urgencia. Recemos para que Daniel lo consiga, porque en caso contrario, no puedo garantizar la virginidad de Juanque.

  • ¡Ahora el coño!  ¡Acariciártelo!    ¡Hazte un dedito para mí!.

¡Un dedito!  Diossss lo que necesitaba era una polla, pero necesitaba que Daniel pudiera, porque en caso contrario, ¡Ni yo misma se de lo que sería capaz!

Hice caso de nuevo a Daniel y armándome de valor, saqué la puta que hay en mí, utilicé todas las artes que conocía, y a base de toqueteos, miradas y palabras…….

  • ¡Mira mi coño, cabron! -

  • ¡Lo tengo ardiendo!  ¿Te das cuenta? -

  • ¡Me encanta tu polla!  ¡Me la voy a comer toda! -

  • ¡Empezaré por la punta de tu capullo….. Tan gordo y rosado mmmmm y seguiré por tus huevos!  -

  • ¡Hoy te follo, cabron!  -

  • ¡Me voy a correr con tu polla en mi coño y me lo vas a inundar con litros y litros de leche que tienes aquí acumulada desde hace meses!

Daniel babeaba, con su mano continuaba machacando su polla que cada vez estaba más gorda y húmeda. Y tanto va el cántaro a la fuente que al final……

  • Diosssssssssss   Siiiiiiiiiiiiiii    mmmmmmmmmm

¡Juanque se corrió la paja él solito! El pobre lo necesitaba, después de tantos meses, al final lo habíamos logrado, Daniel había conseguido por fin, que su polla funcionara de nuevo. No pude por menos que resistirme a abrazarle con todas mis fuerzas. Los últimos estertores de su orgasmo mojaron mis pechos y nosotros permanecimos abrazados durante unos minutos.

  • Gracias, cariño, Gracias, cariño -  no paraba de repetir siempre lo mismo. Daniel sabía que lo habíamos logrado juntos, que él por si sólo nunca lo habría conseguido, por esto tenía para mí, tantas y tantas palabras de agradecimiento.

Después de aquel orgasmo bestial, la polla de Daniel volvió a quedar dormida y ya no hubo manera de resucitarla. Tras intentarlo de mil y una maneras, Daniel hizo uso de sus artes para conseguir mi orgasmo, pero en mi mente no había lugar para otra cosa que no fuera una polla de verdad. Sin una polla, yo sabía con certeza que aquella noche no conseguiría alcanzar el placer.

Para contentar a Daniel, fingí mi orgasmo y con ello su virilidad quedó a salvo. Nos besamos y nos deseamos las buenas noches.

  • Hasta mañana mi vida.

  • Hasta mañana, mi amor.

Al poco rato, Daniel ya roncaba, pero mi coño continuaba ardiendo y deseando con todas sus fuerzas  ¡¡ UNA POLLA !!

Me armé de valor, y vestida tan solo con una combinación transparente, me dirigí  a la habitación de Juanque.

Tenía el coño chorreando, mis pechos hinchados amenazaban por sobresalirse de la pequeña combinación. Necesitaba urgentemente una polla, y Juanque me la iba a dar aquella noche.

Descalza, me deslice suavemente por el pasillo procurando no despertar ni a Daniel ni a David hasta que llegué en frente de la habitación de mi hermano Juanque.

Con la mano en el pomo entreabrí ligeramente la puerta de la habitación. Tuve suerte puesto que apenas hice ruido. Esperaba encontrarme con Juanque dormido, pero lo que vi, me dejó boquiabierta: Juanque estaba totalmente desnudo encima de la cama, con una mano sujetaba una revista porno y con la otra mano le estaba dando un homenaje a su polla.

¡Se estaba cascando un pajote de Dios y señor mío! En estos momentos tenía los ojos cerrados, y su mano mantenía un ritmo interesante dándole a la manivela.

¿Para qué quería una revista si tenía los ojos cerrados?

¿Tal vez pensaba en otra persona?  ¿Podría ser yo?  Mmmmm. La visión de Juanque con su mano en la polla hizo que mi coño se pusiera a punto de ebullición. No todos los días podía una contemplar semejante espectáculo.

La suave luz de la mesita de noche hacía que la escena quedara totalmente iluminada, en cambio, la zona donde me encontraba yo estaba en penumbras.

La polla de Juanque me tenía fascinada, tenía un buen tamaño y grosor y bajo la tenue luz de la habitación era más excitante aún, si cabe.

El enano cabrón no tenía prisa, estaba disfrutando de lo lindo, tenía un frasco de crema solar junto a la revista, y de vez en cuando derramaba un buen chorretón por encima del rojo capullo, por la punta del cual destilaba un hilo de líquido preseminal.

Cerré la puerta procurando no hacer ruido, me deshice de la combinación, y ahí, de pie, desnuda, frente a Juanque, una mano en mi coño y otra martirizando mis duros pezones, repetí la experiencia del día anterior. Pero ahora era diferente, estaba invadiendo la intimidad de Juanque, era una intrusa, una voyeur que disfrutaba de la intimidad de su caliente hermano que necesitaba también de su propia liberación. Los acontecimientos vividos estos días nos mantenían en un alto grado de excitación y la masturbación era nuestro único consuelo.

El orgasmo vino a mí sin apenas darme cuenta, y un gemido escapó de mis labios, delatando mi presencia. Al momento Juanque abrió los ojos y me vio desnuda, junto a la puerta, la mirada totalmente desencajada, gozando de  los últimos estertores de mi corrida.

Juanque no se sorprendió en absoluto y, sonriéndome,  siguió con lo suyo, pero ahora con los ojos fijos en mí, y yo en los suyos. Con una mano en mis tetas y otra en mi ardiente coño contemplaba la lenta paja con la que Juanque se deleitaba y me deleitaba. Al poco rato alcancé un segundo orgasmo.

Por un momento pensé que mi orgasmo provocaría también el suyo, pero no fué así. El muy cabrón tenía controlada la situación: se relamía los labios pajeándose frente a mi con los ojos fijos en los míos y yo en los suyos mientras que yo continuaba martirizando mis doloridos pezones.

Había entrado en la habitación de Juanque con la intención de follármelo, pero no había sido capaz. Existía, todavía un muro infranqueable entre ambos que no nos atrevíamos a derrumbar.

La visión de la polla de Juanque me tenía hechizada. El bombeo de su mano, con un ritmo unas veces lento, otras más rápido - frenético diría yo - controlando en todo momento para evitar la catarsis.

Juanque se había girado hacia mí para tener una visión perfecta de mi desnudo cuerpo, y yo había dado unos pasos adelante para contemplar mejor la escena y mostrar mi indecente desnudez. El enano ahora estaba sentado en la cama, con los pies al suelo y su larga polla empinada mirando hacía el techo.

El movimiento de su mano, el constante bombeo que aplicaba a su verga me tenían totalmente hipnotizada. De no ser por los malditos tabús, ahora mismo habría apartado su mano para sustituirla por la mía. Dios, cuanto me hubiera gustado agarrarle la polla a Juanque, pero no me atrevía, era incapaz de dar el pequeño paso adelante, un paso que seguramente la polla de Juanque habría aplaudido.

Pese a no atreverme a agarrarla, mi mano, agarrada a nada y siguiendo el ritmo de su mano, inició un movimiento de bombeo, igual al que Juanque sometía a su polla. Éramos dos los que nos pajeábamos, tan solo que yo lo hacía al vacío, y Juanque a su hermosa polla. Aquella danza rítmica poco a poco fue cambiando de director. Ahora era yo la que imponía el ritmo. Cuando me detenía, Juanque se detenía y cuando yo incrementaba el ritmo, él también lo incrementaba.

Juanque imitaba a la perfección todos los movimientos masturbatorios a los que sometía a mi polla virtual. De vez en cuando paraba, movía mi dedo pulgar simulando acariciar la cabeza del  gordo y húmedo capullo y él hacía lo mismo. Y cuando yo, después de mojar mi dedo lo llevaba a mi boca, él lo llevaba también a la suya, tan solo que el mío no sabía a nada, en cambio el suyo sabía a todos los jugos preseminales que el muy cabrón estaba derramando gracias a mi imaginación.

Había entrado en esta habitación dispuesto a follármelo, no obstante, me daba por satisfecha, había logrado dos buenos orgasmos y ahora estaba dispuesta a darle el suyo a mi hermanito.

Lentamente me había acercado más a su lado, ahora estaba junto a él, de pié, apenas a un metro de la cama. Mis grandes pechos balanceaban al ritmo de la paja a la que estaba sometiendo a mi polla imaginaria.

Juanque se incorporó y quedó frente a mí. Nos separaba apenas un metro de distancia. Nuestras manos no cesaban en el constante bombeo. No precisábamos hablar. Nuestras miradas lo decían todo. Mis ojos delataban la lujuria que sentía en mi interior en aquel momento. Los ojos de Juanque suplicaban desesperadamente que incrementara el ritmo de aquella danza diabólica para alcanzar su merecido paraíso.

Mi mano agarrada al vacío disfrutaba de la rugosidad y humedad de su polla. Si, ya sé que todo era coco, pero, coño, os aseguro que lo disfrutaba mucho. Con una mano agarraba mis tetas gordas y hermosas para que Juanque las contemplara mientras yo le imponía el ritmo de su masturbación.

Dándole más teatro al asunto, simulé coger el tubo de crema solar y derramé un chorretón por encima de mi mano. Juanque hizo lo mismo, se untó la mano que utilizaba para pajearse con crema y continuó dándole a la manivela. Mientras con la otra mano acariciaba mis pezones, Juanque hacía lo propio con los suyos.

Juanque imitaba a la perfección los movimientos que yo efectuaba con mis dos manos. La habitación permanecía en un silencio sepulcral, tan solo se oían los ligeros estremecimientos míos o de Juanque, fruto de la excitación que sufríamos.

Cuando el ritmo de la paja descendía, Juanque suplicaba con la mirada para que lo incrementara. Sin abrir la boca nos entendíamos a la perfección, y cuando yo lo incrementaba, con los ojos le preguntaba si era así como lo quería y el me respondía con una ligera sonrisa y con los ojos totalmente desencajados.

Juanque estaba muy apurado, el pobre llevaba ya mucho rato machacándose la polla sin haber alcanzado su orgasmo. Yo era la culpable, puesto que le obligaba a mantener un ritmo excesivamente lento para lo que él estaba acostumbrado.

Al final opté por incrementar el ritmo y, mirándole a los ojos, le sonreí y me mordí los labios mientras movía ligeramente la cabeza en signo de afirmación.

Aquello fue el detonante, la polla de Juanque, como una manguera sin control, empezó a escupir leche que fue a parar principalmente encima de mi cuerpo. Mis pechos, barriga y pelvis fueron agraciados y recibieron gustos el néctar de Juanque.

El pañuelo que mi hermanito tenía preparado en la cama para cuando llegara este momento quedó ahí olvidado. Me encantó su corrida y cómo había lo habíamos disfrutado los dos.

Con un dedo recogí restos de la abundante corrida que había depositada en mis pechos, lo llevé a mi boca, la saboreé y le sonreí. Por primera vez desde que había entrado en la habitación le hablé:

-     Buenas noches, enano. Me ha gustado mucho. Esto hemos de repetirlo y mejorarlo.

Sin hacer ruido, salí de la habitación, desnuda, con los goterones de leche encima de mi cuerpo que no había limpiado y con la combinación en la mano, me dirigí a mi habitación. No sé qué hubiera pasado si me llego a encontrar  con Daniel o con David en el pasillo, pero creo que no me hubiera importado demasiado.

Ya en mi cama, tumbada boca arriba, mis dedos fueron recogiendo todos los restos de la corrida de Juanque y mientras la iba degustando, me hice el último dedito del día.

Fin Parte 3.