Hermanos libertinos 2

Continúan las andanzas entre Sonia y su hermano Juanque

Hermanos libertinos

Parte 2

Después de mis largos orgasmos, quedé dormida en brazos de Orfeo. Fue una larga noche en la que volvieron a mi imaginación recuerdos pasados y deseos futuros. Soñé con Daniel, con su potente polla hundiéndose en mi coño, soñé con Juanque. Si, ya sé que es un poco aberrante, pero es la verdad, los sueños, sueños son. Soñé que, a hurtadillas, me colaba en su habitación, soñé que me lo follaba, soñé que sus labios sorbían mi coño, soñé que su lengua martirizaba mi clítoris, soñé que sus manos amasaban mis pechos y que sus dedos pellizcaban mis duros pezones. Y yo lo disfrutaba, y mi coño explotaba en mil y un orgasmos.

Era un sueño húmedo, agradable, muy placentero. En mi sueño estaba a punto de agarrar la polla de Juanque, quería devolverle los orgasmos con los que me había obsequiado. Quería comerme su polla y beber de su fuente. Quería tocarla, deseaba agarrarla fuertemente y saborearla. Estaba a punto de conseguirlo cuando me desperté, abrí los ojos y, por un momento volví a la realidad y sentí una desilusión. ¡No estaba en la habitación de Juanque! Pero… ¿Dónde estaba?  ¡Estaba en  mi puto  dormitorio! A mi lado no había nadie, pero yo me sentía mojada, mi coño ardía, alguien seguía martirizando mi querido coño. Mis orgasmos no eran fruto de mi imaginación calenturienta. Con la mirada busqué desesperadamente a Juanque y no lo encontré. Sentí una gran desilusión al ver en su lugar  a Daniel,  con la boca sobre mi coño dándome los buenos días.

  • Buenos días, mi amor. Le dije.

  • Buenos días, chochito mío. Respondió Daniel.

Después de la rutina matinal anuncié a los chicos un cambio de planes. Tenía que ir a Llafranc a sacar dinero del banco y, de paso, tenía que hacer unas compras. Daniel me dijo que me llevara conmigo a Juanque, y él se quedaría con sus sobrinos.

¿Por qué insistió Daniel en que me llevara a Juanque?  ¿Acaso, en mis sueños húmedos había delatado la lujuria que sentía por mi hermanito?    ¿Qué pretendía Daniel con aquella maniobra?  Yo había previsto ir sola, y ahora… ¿Qué pasaría ahora?

Juanque se había convertido en todo un hombre. Su paso por el instituto, su afición por el atletismo y por todos los deportes en general  habían curtido su cuerpo de forma que ahora mostraba unos dignos pectorales y una cintura y culo muy apetecibles. Hasta este verano lo veía como un niño, pero, los acontecimientos ocurridos en Cala Rodona estos últimos días me hicieron cambiar de parecer. Juanque había dejado de ser aquel niño larguirucho y travieso al que todos queríamos para convertirse en un muchacho fornido, dotado de un cuerpo hermoso y apetecible.

Y para este yogurin con los estrógenos en completa ebullición yo era el objeto de sus deseos.  Se había masturbado descaradamente contemplando mi culo mientras los demás dormitábamos frente a la tele. Se dejaba pajear por su primo Santi en la ducha soñando con follarme. Me manoseaba descaradamente cuando jugábamos en el agua. No había lugar a dudas,  ¡Juanque me deseaba! Y lo que era peor… ¿O no?  ¡Yo tenía sueños lujuriosos con Juanque!  ¡Yo me humedecía soñando con Juanque!  ¡Yo deseaba a Juanque! Nos deseábamos a pesar de habernos criado como hermanos. ¡Pero no éramos hermanos!

Mi marcha prematura del hogar por motivos de estudios hizo que nos viéramos en pocas ocasiones. Yo era muy independiente y al poco tiempo empecé a trabajar. Mi sueldo me permitía vivir alejada del hogar familiar y no estar sometida al duro control que mis padres imponían. Durante estos años, Daniel fue creciendo y se hizo mayor.  Mi relación con Juanque podríamos decir que se inició el día en que contactó conmigo a través del messenger. A partir de aquel día no perdimos el contacto, y aunque de banalidades, acostumbrábamos a conversar al menos una vez por semana.

Y ahí estábamos los dos, solos, a punto de subir al coche para dirigirnos a Llafranc. Era del todo imposible predecir lo que iba a ocurrir a partir de ahora. Para ir al pueblo me puse  una blusa de topos y unos pantalones cortos, blancos. Juanque, como siempre, sus jeans y una camiseta de los Rolling Stones. Subimos al Ford Mondeo y enfilamos la carretera con dirección a Llafranc.

El trayecto era corto. La carretera serpenteaba a través de la montaña, primero subíamos hasta el faro de San Sebastián y luego bajábamos hasta el pueblo. Hacía un día agradable y viajábamos  con las ventanillas del coche bajadas.  Mi blusa revoloteaba juguetona, azotada por las ráfagas de aire que se colaban por los dos laterales del Mondeo. Mi blusa, al son del viento se abría y cerraba secuencialmente mostrando  mi pecho hinchado presionado por el pequeño sujetador. De repente, el viento juguetón  hizo que uno de los botones de mi blusa saliera disparado. Mi blanco y transparente sujetador apareció como de la nada ante los ojos de Juanque.

El viento azotaba mi blusa, prácticamente abierta de par en par. Mis pechos amenazaban por sobresalir del diminuto sujetador, que mostraba con descaro las aureolas de mis pezones. Juanque fijó su mirada en ellos con absoluto descaro. No le importaba en absoluto que a mí me molestara o no.

  • Juanque, ¡Ya te vale, Podrías mirar más disimuladamente!   ¿No te parece?

  • Lo siento, Sonia, pero no hay para tanto, al fin y al cabo vas en sujetador, como  en la playa.

  • Ya, pero no es lo mismo. Le dije.

  • Pues yo creo que es lo mismo. En la playa, cuando se bañas se te transparenta casi todo, se te ve más que aquí.

  • Si, Juanque, pero no es lo mismo el  bañador que esto.  Con el dedo señalé el sujetador.

  • Bueno, puestos a mirar, éste me gusta más. Hace que tus pechos sean más bonitos.

-Pero Juanque... ¿Y este descaro?

  • Es verdad, Sonia,  La lencería hace que una mujer sea más bonita y apetecible. No puedes compararlo con un traje de baño.

  • ¿Apetecible?   ¡Por Dios, Juanque!    ¿Te has vuelto loco?

  • De todos modos, Sonia, ayer en la playa nos obsequiaste con tu accidentado topless. O sea, que no sé a qué viene todo esto.

  • Fue un accidente, Juanque, no lo olvides. Y no volverá a ocurrir-  Dije eso último un tanto enfadada.

  • Pues yo sigo pensando que no hay para tanto-  Juanque seguía erre que erre.

Ante su insistencia decidí pasar al ataque...

  • Si a ti te parece bien que tu hermanita te enseñe las tetas, a mí también me parecería bien que tú me enseñaras la polla-  ¿Qué me dices a eso?   Me salió sin pensar, lo juro.

Juanque se quedó cortado, no sabía cómo salir del lío en que se había metido.

  • Bueno, perdona, si no quieres, no miraré, lo siento-  Puso cara de ofendido y fijó su mirada al frente.

Aquello me jodió, puesto que yo quería seguir jugando. Supongo que me pasé mil pueblos cuando le dije que me enseñara la polla. Tenía que arreglarlo como fuera.

  • No seas tonto, cariño (pocas veces le llamaba cariño, pero creo que ahora tocaba). No me molesta que mires. Si quieres mirar, mira lo que quieras. Eres mi hermanito y no te voy a prohibir nada, así que ya sabes, puedes mirar, que yo no me voy a enfadar.

  • ¿En serio, no te vas a enfadar?

  • No, mi vida (bueno, creo que ahora me estaba pasando un poco). En el fondo, continué, todas las mujeres somos un poco exhibicionistas. ¿Por qué crees tú que nos  ponemos esta ropa tan apetecible como tú la llamas?

  • Para gustar a los hombres.

  • Pues claro, cariño, y este conjunto de braguitas y sujetador me costó un ojo de la cara. ¿Para qué coño sirve el dinero que me he gastado si no puedo enseñárselo a nadie?

  • Además-  continué. La chica de la tienda me dijo que realzaría mis pechos, sin llegar a mostrar nada. ¿Tú crees que este sujetador me hace los pechos más bonitos?

  • Tus pechos son muy  bonitos, Sonia.

  • ¿En serio te gustan?  Eres un encanto, cariño. Muchas gracias por el cumplido. Te debo una.

  • De nada- contestó el tío soso.

De vez en cuando una ráfaga de aire se colaba por entre las copas del sujetador y, por unos segundos, mis pezones, como dos garbanzos afloraban a la superficie a tomar el sol, para goce y disfrute de mi hermanito.

Y así transcurrió el viaje de ida. Cuando llegamos a Llafranc pude haber comprado un alfiler  que hiciera las veces del botón perdido, pero no lo hice. Ciertamente ahora, sin el viento, la blusa ocultaba decentemente mi sujetador, pero determinados movimientos y posturas me permitían continuar alegrando la vista a Juanque.

Saqué dinero del banco, llenamos las bolsas de comida en el súper y, tras depositar las compras en el maletero del Ford, nos dirigimos a unos grandes almacenes, sección  baño y playa.

Insté a Juanque para que se comprara un nuevo bañador porque solo tenía uno y era un engorro no tener uno de repuesto. Al rato vi que se dirigía a los probadores con unas cuantas prendas bajo el brazo. Por mi cuenta, seleccioné dos modelos tipo slip. Al rato, desde fuera le pregunté

  • ¿Qué tal te sienta cariño?   Creo que a partir de hoy le llamaría siempre cariño, me gustaba más que Juanque.

Juanque asomó la cabeza por entre las cortinas de los probadores diciendo...

  • Creo que me sientan  bien.

  • Veamos, que quiero verlo yo, y corriendo la cortina, apareció Juanque luciendo un bañador de estos de tela, que le llegaba casi a las rodillas.

  • No está mal, cariño, te sientan bien, aunque creo que deberías probarte estos que he seleccionado para ti.

  • Vale-  Pasó la cortina y esperé a que me mostrara el resultado del cambio. Al rato, se abrió de nuevo la cortina, asomó la cabeza y me dijo.

  • Sonia, creo que me van pequeños.

  • ¡Pero si he elegido tu talla! ¿Cómo que te van pequeños?  ¿A ver cómo te quedan?.

  • Juanque corrió la cortina de nuevo y apareció con su nuevo traje de baño tipo slip, de color negro que resaltaba aún más su joven cuerpo fibrado. Juanque había tenido que hacer auténticos malabarismos para ocultar sus voluminosos genitales debajo de la lycra del minúsculo bañador. Mi hermanito era un auténtico yogurin y la boca se me hacía agua.

  • Te sienta de fábula, cariño, no se hable más, nos lo llevamos

  • Pero…. ¿No es un poco pequeño?

  • ¡Que va!, es tu talla, además, así podrás tomar el sol como Dios manda. Tu otro bañador te tapa prácticamente hasta las rodillas. Además, así también me alegrarás la vista a mí.

  • ¡Pero, Sonia!, exclamó.

  • Mira, Juanque, es justo que si yo visto diminutos bañadores, tu hagas  lo mismo. Yo te alegro la vista a ti  y tú me alegras a mí. ¿Acaso crees que soy de piedra?  Además, me gusta mucho como te sienta este bañador, si no fueras mi hermano, te me comía aquí mismo. No se hable más, nos lo llevamos y punto. Mañana quiero vértelo en la playa.

Con todo aquello, quise que a Juanque le quedara claro que si yo le ponía a él, él también me ponía a mí. O sea que las cartas estaban todas echadas. ¿Cómo las jugaría cada uno?   ¿Quién ganaría la partida?

Seguidamente nos dirigimos a la sección de mujeres. Seleccioné unos cuantos bañadores tipo tanga (intencionadamente elegí los bañadores que consideré más provocativos, incluso una talla inferior a la mía) y nos fuimos a los probadores. En esta sección los probadores eran de cabina con puerta.

Cada vez que me probaba una prenda, entreabría la puerta, me asomaba al exterior y le rogaba a Juanque que entrara en  para juzgar cómo me estaba. La cabina, aunque estrecha, tenía espacio suficiente para contener dos personas en su interior.

  • Y bien… ¿Qué tal me sienta este?   El sujetador, una talla inferior  a la mía presionaba  mis pechos hinchados  que  rebosaban descaradamente por encima de las dos cazoletas.

  • Yo creo que te va un poco justo.  Nos miramos a los ojos por unos segundos y al momento..... ¡Echamos a reír como dos posesos!

  • ¿Un poco justo?  ¡Si me descuido un poco, estas dos te saltan a los ojos!   Mientras señalaba mis pechos.

  • Ja ja ja ja.    Ja ja ja ja.  Era una risa tonta, de estas que te entra a veces y que no hay manera de parar.

  • Juanque continuó… Y estas braguitas… Si te descuidas  se van a esfumar por ahí-  Señalando el agujero que se formaba justo en mi entrepierna.

  • Ja ja ja ja.   Ja ja ja ja.     Aquello era un no parar.

  • Yo creo que están fuera de sitio…. A ver si poniéndolas de otra forma -  decía esto pasando mis manos por entre el sujetador y mis pechos acomodándolos dentro de la diminuta  tela y provocando que uno de ellos se saliera completamente de la cazoleta.

  • ¡No, si final lo vas a perder! -  Me soltó Juanque.  Ja ja ja ja.

  • ¡Pues agárralo, que no se escape! - le dije yo. Ja ja ja ja.

Y Juanque, con todo el morro del mundo, agarró mi pecho desnudo y lo colocó de nuevo dentro del sujetador.

  • ¡Voilá, llegué a tiempo. No se escapó! Ja ja ja ja  Aquello me pilló descolocada, y antes de que pudiera reaccionar me eché a reír también  contagiada por la risa de Juanque.

Unos golpes en la puerta de la cabina nos hicieron descender de la nube en la que nos encontrábamos y pisar de nuevo tierra firme.

Era la encargada de probadores, que con voz firme dijo:

  • Lo siento, pero los probadores son exclusivamente de uso femenino. Los probadores masculinos están al otro lado de la planta.

  • Está bien, ya casi estamos. Le solté a la encargada.

  • Y tú, date la vuelta, que voy a vestirme. Le rogué a Juanque.

En teoría, espalda contra espalda, me deshice del diminuto bañador, objeto de nuestro cachondeo, me calcé de nuevo mis braguitas y opté por ponerme directamente la blusa sin el sujetador. Al fin y al cabo, estábamos solos Juanque y yo y después del numerito del probador pensé que sería bueno añadirle un poco de picante al resto del día.

Pese a mi edad y a su tamaño, mis pechos se conservaban turgentes. Evidentemente, al andar se notaba que estaban sueltos, puesto que se movían acoplándose al ritmo de mis pasos, pero cuando me detenía, nadie diría que no llevaba sujetador. Pasamos por caja para pagar el bañador de Juanque y unas braguitas tanga que al final elegí para mí. Posteriormente fuimos a comer a una pizzería muy famosa del pueblo.

Elegimos una mesa en un reservado y amenicé la comida de Juanque obsequiándole con una buena ración de teta oculta tras un generoso escote (no olvidemos que mi blusa continuaba huérfana de botones).

  • Me hace ilusión comer aquí contigo, cariño. La gente nos toma como dos enamorados, y esto me hace sentirme más joven. Estas vacaciones están sirviendo para que nos conozcamos mejor y para romper una serie de tabús que nos habían impuesto. Me siento libre sin el maldito sujetador. Nunca voy sin él, pero hoy tenía ganas de hacerlo. Estamos solos tú y yo y a nadie le importa lo que hagamos.  ¿Te gusta mi regalo, cariño?

  • ¡Bueno, al final ya me los habrás visto de mil maneras!   ¡Seguro que más de una paja te habrás hecho soñando con ellos!

  • ¡Sonia, por favor!   El peque protestó mi ocurrencia, pero yo sabía que en el fondo tenía razón. Juanque se la cascaba porque yo le ponía.

Tras la comida, cogidos de la mano dimos un paseo por el puerto. La zona de playa de Llafranc es muy pequeña y está pegada al puerto. Los turistas se tostaban al sol. Ellas, casi todas en topless y tapadas exclusivamente con diminutos tangas. Los ojos de Juanque se movían de teta en teta y tiro porque me teta. En fin, que se puso las tetas, quiero decir, las botas.

  • Es mejor tomar el sol así, ¿No crees?   Le solté a Juanque.

  • Aquí es más fácil, porque nadie conoce a nadie. En cambio, en Cala Rodona estamos en familia.

  • ¿En serio crees que los primos se molestarían si se me ocurriera tomar el sol en topless?

Juanque meditó por unos instantes y dijo - No, no creo que se molestaran.

  • Entones, si ellos no se sienten molestos, ¿Eres tú el que se molestaría por verme las tetas?

  • ¡No, qué va!   No tuvo que pensarlo dos veces para dar esta respuesta.

  • Bueno, pues no se hable más, si mañana te pones el bañador que te he comprado, tu hermanita agradecerá tu gesto y tomará el sol en topless.

Juanque se quedó pensativo. Se le planteaban dos dilemas: por una parte, le ponía un montón ver a Sonia tomar el sol semidesnuda, como las turistas que tenía en frente, con la diferencia de que  Sonia estaba más buena que ellas; sus pechos era infinitamente mejores, de esto podía él dar fe. El otro dilema era que a cambio debía ponerse aquel minúsculo bañador que no ocultaba prácticamente nada y que dibujaba perfectamente sus genitales a través de la fina tela. ¿Qué ocurriría en el caso de que se le pusiera dura como acostumbraba a pasar últimamente día si y día también?  ¿Cómo ocultaría su dura polla a los ojos de Sonia?   o  ¿Acaso Sonia deseaba verlo así de duro?  ¿Qué quiso decir Sonia en los Grandes almacenes  cuando dijo que no era de piedra?

El viaje de vuelta fue más divertido aún que el de ida. De nuevo, el viento hizo volar mi blusa y mis pechos, esta vez desnudos  quedaron a la vista de Juanque.

Juanque se quedó perplejo al comprobar que no llevaba sujetador.

  • No te apures, peque (esta vez me salió lo de peque ¿Qué le vamos a hacer? no me acabo de decidir respecto al calificativo que se merece mi hermanito)

  • No te apures, peque, si mañana vamos a tomar el sol en topless, ¡Qué más da que empecemos hoy!  ¿No te parece?

  • ¡Además, ahora el sol nos viene de cara, así aprovecho y me tuesto un poco! Cariño, deberías tomar nota y hacer lo mismo que yo.

En un momento Juanque se deshizo de la camiseta quedando también con el pecho descubierto. El muy cabrón me hizo caso, pero con trampas: mis tetas  teñían más valor que su pecho.

Como ya he explicado anteriormente, la carretera serpenteaba a través de la montaña, y en algún que otro recodo de la carretera existían las típicas zonas para aparcar el vehículo y hacer la foto panorámica de la Costa Brava: pinos, rocas y agua. Era habitual la existencia de pequeñas sendas que permitían descender hasta el agua, y yo las conocía casi todas (ya he comentado que con Daniel, acostumbrábamos a veranear en aquella zona prácticamente desde que éramos novios).

Detuve el coche en una de estas zonas que conocía perfectamente, y le dije a Juanque:

  • ¡Peque, te voy a enseñar un sitio secreto que casi nadie conoce, ahí abajo, entre los pinos!.  Y eché a andar montaña abajo por entre las rocas.

  • ¿De qué conoces tu un sitio ahí abajo?   Preguntó Juanque mientras me seguía a la zaga.

  • Bueno, era  un rincón que me enseñó Daniel, al que íbamos a menudo antes del accidente.

No existía ni camino ni senda, de ahí que muy poca gente conociera aquel lugar.  Saltábamos de roca en roca sin dejar rastro de nuestras pisadas. Al final, unos matorrales cerraban el paso. Aparté unas ramas y entramos en su interior frondoso, cruzamos la espesa vegetación y a la salida, apareció ante nosotros mi rincón secreto: una playa de arenas blancas bañada por un agua cristalina que se filtraba desde el mar, un auténtico edén. Un pequeño bosque de pinos la mantenía oculta a la vista de  los que circulaban por aquella carretera.

Al pisar la fina arena, me descalcé y, a la carrera, chapoteé en la pequeña laguna hasta que el agua cubrió mis rodillas.

  • Está buenísima, enano, anda, ven, pruébala.  Mientras le extendía los brazos para que se agarrara a mis manos.

El sol de media tarde pegaba fuerte. Juanque se quitó las sandalias y se arremangó los pantalones. Con las manos extendidas entró en la cala y se detuvo a mi lado. Por unos instantes permanecimos unidos por las manos y mirándonos a los ojos. Yo me sentía muy a gusto, y pensaba que Juanque también, pero, de repente, me soltó las manos, salió de la cala y se sentó sobre la arena.

  • O sea, que este era vuestro rincón secreto.   Soltó de repente Juanque.

  • Pues sí, aquí era dónde veníamos para estar tranquilos y relajados.

  • ¿Y os relajabais mucho?  La pregunta del enano iba con segundas. Merecía una respuesta adecuada por parte mía.

  • Pues sí, nos relajábamos mucho. Daniel era muy fogoso, y yo también. Bueno, yo todavía lo soy, lo que ocurre es que ahora Daniel, bueno, ya sabes... ¿Para qué hablar?

Supongo que Juanque se sorprendió tanto de su pregunta como de mi respuesta. Por unos momentos se hizo el silencio, que yo rompí diciendo.

  • ¿Sabes qué, enano?

  • ¿Qué?  Respondió.

  • Pues que tengo  mucho calor y que me apetece darme un baño.

  • ¡Vale!  Exclamó.  Voy arriba a buscar los bañadores.

  • No necesitamos bañadores le respondí, mientras me desprendía de mis pantalones cortos y de la blusa, arrojándolos a la arena.

Vestida solamente con mi pequeño tanga me tiré de cabeza al agua, di unas brazadas y mirando a Juanque exclamé.

  • Está  buenísima, venga, métete.

  • Pero, ¿Y mi bañador?

  • No lo necesitas, haz como yo.  Juanque, dubitativo,  se quitó los pantalones, y se quedó en ropa interior. Vestía un diminuto slip parecido al bañador que habíamos adquirido en los Grandes Almacenes. El slip marcaba perfectamente la figura de un tronco coronado por una gorda capucha. Una sospechosa humedad cubría el final del tronco. Fueron solo unos segundos, no me dio tiempo a mas, puesto que Juanque, en tres saltos se metió en el agua de cabeza y emergió frente a mi desde el fondo de las aguas.

¡Dios!  ¡Realmente mi hermanito se había  convertido en todo un hombre!

Sus cabellos negros y rizados; sus ojos verdes; sus pectorales bien marcados; su cintura estrecha,....

Mmmmm  Estaba hecho todo un yogurín.  Me di cuenta del pedazo de culo que tenía cuando vi cómo le sentaba el bañador en los Grandes Almacenes. Era un culo de primera, un culo que estaba diciendo - cómeme-

Y ahí estaba, frente a mí, los dos hermanitos impúdicos, semidesnudos con el agua hasta la cintura haciendo algo prohibido a los ojos de todo el mundo.

En estos momentos no miraba a Juanque como mi hermano, no, en absoluto. Ahora mismo Juanque para mí era un joven apuesto, un poco inocente ¿Sería virgen todavía? Al que yo le ponía. Un muchacho que llevaba todo el verano matándose a pajas y a mí me jodía tanta leche derramada gratuitamente. Si yo era el motivo, si yo era la causante de sus poluciones, tenía derecho como la que más a disfrutar de ellas.

Juanque estaba un tanto nervioso, así que para romper un poco la tensión, se me ocurrió retarle a un juego.

  • A que no me ganas -   le dije para provocarle.

Y al momento, sumergí mi cabeza en el agua y aguanté la respiración durante un buen rato (no creo que llegara al medio minuto, más o menos) hasta que salí de nuevo a la superficie.

  • No está mal - me dijo, pero creo que lo superaré.

I tanto que lo superó, es lo que yo quería que hiciera, Juanque aguantó más de un minuto bajo el agua, y satisfecho por haber ganado el reto apareció sonriente de nuevo a la superficie gritando - Te gané -

Como perdedora del reto, puse cara de enfado y propuse un segundo reto: debíamos ponernos con el  agua a la cintura y bucear  por entre las piernas del otro sin tocarlas. El que las tocaba, perdía el reto.

  • Vale - Dijo.   Empieza tú, Sonia.

Juanque  se puso de pié de forma que el agua le llegaba a la cintura. Se abrió de piernas y dijo:

  • Adelante, pero recuerda que si me rozas, pierdes.

Me coloqué frente a él, a unos cinco metros, me sumergí y con unas pocas brazadas llegué a su altura. Ante mis ojos apareció el paquete hinchado de Juanque que amenazaba con reventar la fina tela del slip. Me entraron ganas de bajárselo y comerme su polla bajo el agua, pero me reprimí. Aún así, no pude por menos que rozar con la cabeza  su zona genital, justo cuando paseé por entre sus piernas.

  • Has perdido -  Me soltó el peque.

  • Todavía no cantes victoria. ¡Veamos cómo lo haces tú!.

Nos colocamos uno frente al otro, me abrí de piernas, y en el momento en que Juanque se sumergía, disimuladamente separé a un lado  la tira del tanga que cubría mi coño, dejándolo al descubierto.

Juanque, en dos potentes brazadas se plantó a mi altura, dudó un momento, supongo que al ver mi coño desnudo,  atravesó mis piernas sin apenas rozarlas y apareciendo a la superficie  unos metros más allá gritando eufórico

  • He vuelto a ganar -

En el ambiente flotaba una gran alegría. En aquel momento no éramos hermanos, éramos dos jóvenes que se gustaban el uno del otro, que disfrutaban de la intimidad que les ofrecía aquel rincón paradisiaco de la Costa Brava.

Nuestros cuerpos semidesnudos eran  motivo miradas furtivas y lujuriosas, tanto por parte mía como de Juanque. Para mí era una sensación muy excitante mostrar mis pechos desnudos ante él. Mi rajita desnuda, oculta a sus ojos era acariciada también por el movimiento que mis piernas efectuaban en el agua. Mi calentura provocaba que mis jugos fluyeran desde el interior de mi coño y que se mezclaran en mi entrepierna con el agua del mar.

Una considerable  hinchazón en la parte frontal del slip de mi hermanito denunciaba su estado. Era evidente que él también estaba caliente, su dura polla amenazaba con salirse del diminuto slip.

¡Por Dios!  ¡Esta polla tenía que ser mía!   No se cómo lo iba a lograr, pero por Dios que iba a poner todo mi empeño en ello.

De mí se había apoderado un deseo irrefrenable y estaba dispuesta a lo que fuera con tal de conseguir la polla de mi hermanito. Estábamos muy a gusto los dos, pero yo no me conformaba, yo quería más, por lo que le propuse una última prueba, esta vez jugaba en serio.

  • Una última prueba, Juanque -  Le solté.

  • Vale, tú dirás -  respondió.

Sumergí mis dos manos bajo el agua, y me deshice del pequeño tanga. Con una mano, lo elevé por encima de mi cabeza, lo voltee dos veces y lo lancé fuera del agua, sobre la arena.

Juanque se quedó sorprendido y, por unos momentos dubitativo. Mis ojos desafiantes miraban a los suyos interrogándolo…. ¿Te atreves chaval?  ¿Tienes los cojones suficientes como para  desnudarte ante tu hermana?

¡Y vaya que los tuvo! Al momento, Juanque repitió la misma operación que yo había efectuado anteriormente, deshaciéndose del slip y lanzándolo sobre la arena.

El escenario había cambiado, ahora estábamos los dos desnudos como cuando venimos a este mundo y el juego continuaba. ¿Quién movería la siguiente ficha?  ¿Se atrevería el peque?

El agua ocultaba nuestra desnudez. Teníamos los cuerpos sumergidos hasta la altura de las caderas. Mi coño chorreaba y a mí se me hacía la boca agua imaginando la polla de mi hermanito balanceándose entre mis piernas.

Estábamos a unos cuatro metros,  uno frente al otro. La tensión se mascaba. Nuestras miradas lujuriosas denunciaban el grado de excitación que sufrían nuestros cuerpos. Nos deseábamos, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a dar el primer paso. Al final, como siempre, fui yo la que le dije:

  • Como no salgamos del agua nos vamos a arrugar. Llevamos aquí dentro del agua mucho rato -. Y, sin preocuparme en absoluto de mi absoluta desnudez, eché a andar hacia la orilla. Tendí mis pantaloncitos sobre la arena y me senté sobre ellos.

Juanque continuaba en el agua con cara de preocupación. Imagino que no se atrevía a salir del agua mostrándome  su polla no sé si dura o morcillona. Al final, tuve que animarlo diciéndole.

  • Venga, Juanque, no tengas vergüenza. Me estoy mostrando desnuda ante ti. Puedes mirarme y no me molesta. Es justo que tu hagas lo mismo ¿no crees?

Nada, Juanque seguía ahí dentro, inmóvil, agua a cintura. Por lo que insistí un poco más.

  • Mira, Juanque, los dos somos adultos, y sabemos de las diferencias entre hombres y mujeres, y también sabemos que los hombres, cuando os excitáis, se os pone dura. Pero es normal, no te avergüences por ello, En el fondo,  me siento halagada, porque imagino que es por mi culpa que se te ha puesto dura ¿Verdad, cariño?

  • Pues si - se atrevió a decir.

  • Venga, no seas soso, haz como yo, sal del agua y vente aquí a mi lado - Dije esto mientras con sus pantalones improvisaba a mi lado otra pequeña toalla de playa.

Al final, tapándose con las dos manos salió del agua y…. no tuvo más remedio que sentarse a mi lado si no quería sentarse directamente sobre la arena.

Estábamos a medio metro uno del otro, los dos con el culo apoyado en los pantaloncitos. Mi cuerpo echado ligeramente hacia atrás, apoyándome con las manos y las piernas ligeramente abiertas permitiendo que el sol acariciara mi rajita.

Juanque, con sus manos ocultaba torpemente a mis ojos su orgullosa polla que se adivinaba hermosa entre la mata de pelo. Sus huevos desnudos sobresalían por debajo puesto que sus manos no lograban abarcarlos.

  • Ya te vale, enano -  Yo estoy aquí, desnuda y en cambio tu aquí tapándote. Anda, quita las manos de ahí - Le di un pequeño manotazo en sus manos y al final conseguí que las apartara. De reojo observé como su polla tenía un tamaño considerable. No, no  estaba morcillona,  estaba totalmente dura.

  • Mira lo que hago yo, túmbate así, y el sol te dará por todo el cuerpo. Es muy agradable tomar el sol desnudo ¿No crees, enano?

Juanque, imitando mi postura, echó el cuerpo hacia atrás lo que provocó que su dura polla se irguiera como un mástil por encima de su barriga.

Ante estas circunstancias tan adversas (adversas para él, para mí no, evidentemente) Juanque no sabía qué cara poner. Creo que, cuanto más intentaba que aquello disminuyera de tamaño, cada vez estaba más duro y empalmado. Para quitarle hierro al asunto le solté medio riendo:

  • Es una suerte no llevar puestos los slips, porque en caso contrario los habrías agujereado.

Juanque no pudo responder. De nuevo una de aquellas risas tontas que nos entran a veces se apoderó de nosotros.

  • Ja ja ja ja

  • Ja ja ja ja

  • Nada, no hay manera de que se baje -  dijo él

  • Ja ja ja Esto es que se encuentra a gusto así, haciendo el pino - dije yo.

  • Ja ja ja ja  Será por eso -  Replicó Juanque.

  • Ja ja ja ja  O no - dije yo

  • Ja ja ja ja  ¿Ah, no? -  interrogó Juanque.

  • Ja ja ja ja  Puede que no sea el pino, puede que sean mis tetas.

  • Ja ja ja ja ¡Puede que sean tus tetas!  Dijo el enano  ya más relajado y sincero.

  • Ja ja ja ja  ¡Pues si son mis tetas, no te prives, hombre, aprovecha y mira, que es gratis!

  • Ja ja ja  ¡No te creas, que ya miro, ya!

  • Ja ja ja ¡Pues si tu miras, yo también miro!. Le solté así, directo al mentón.

Juanque encajó el golpe con deportividad y no se le ocurrió nada mejor que decir: - Vale  pues miraremos los dos.

Si creía que con aquella palabrería me iba a tumbar, estaba apañado. ¡Para chula, yo!  Me levanté, desplace mi improvisada toalla y me senté frente a él, en la misma postura, con las piernas totalmente abiertas, ofreciendo una visión clara y perfecta de mis tetas y felpudo.

La erección  de Juanque no tenía remedio. Dura como un hierro, su polla parecía un volcán a punto de entrar en erupción. Yo también tenía mi propio volcán en mi interior, mi coño ardía y rezumaba jugos. ¡Estaba encharcada!  ¡Necesitaba aquella polla en mi coño!  ¡Y la necesita urgentemente!

¡Pero Juanque era mi hermano!  ¿Cómo iba a follármelo?   ¿Y él?   ¿Qué pensaba él de todo esto?

Una cosa estaba clara. ¡Juanque estaba así de burro por mí!  Pero... ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar?

No quise precipitarme y, antes de lanzarme sobre su polla, que es lo que más deseaba en este momento le pregunté  - Peque, ¿Ya tienes novia?.

  • No, no tengo

  • Pero, ¿Habrás tenido alguna, no?

  • Bueno, tengo una amiga, pero nada más.

  • Y con tu amiga.... ¿Qué hacéis?

  • Pues vamos al cine, a la piscina, de paseo.

  • ¿Y de sexo, qué?

  • Todavía es pronto, solo nos damos un beso cuando nos vemos, y ya está

  • Joder, Juanque, ¿Un beso y nada más?

  • Si, nada más.

  • Entonces, ¿No tienes a nadie que se ocupe como es debido de esta fiera? Le pregunté señalando con la vista a su polla.

  • No entiendo - Respondió.   Joder, o era tonto o lo hacía muy bien.

  • Joder, peque, si con tu novia no hacéis nada…. Cuando se te pone así de peleona como la tienes ahora, ¿Qué haces?

  • Pues...

  • ¿Pues qué?   ¿Te la cascas?

  • Joder, Sonia, te estás pasando ¿Vale?

  • Pues no, no me estoy pasando. Si no tienes a nadie, cuando te ocurre lo que ahora, volviendo a señalar con mi vista su polla  ¿Qué haces?   ¿Rezas una oración mirando al cielo a ver si se te pasa?

La reacción de Juanque no se hizo esperar.  - ¿Y tú?   ¿Qué haces tú en estos casos?  Me soltó de repente.

  • Joder, peque, pues muy fácil, si no tengo a Daniel a mano, pues me hago un dedito. Pero siempre es más agradable que te lo hagan. Disfrutas mucho más.  (Olé por mí, se lo dije así, todo seguido, sin titubear)

Aquello se estaba poniendo caliente. Juanque, aunque no acababa de arrancar, parecía que poco a poco se iba dejando. Así que aproveché las circunstancias y di un paso más.

  • Mira, peque. Si tú tienes la polla tiesa, yo tengo el coño ardiendo. ¿Entiendes?

  • Si, entiendo

  • Pues si lo entiendes, comprenderás que yo ahora mismo esté cachonda y que tenga ganas de hacerme un dedito. Tú me pones, enano, porque estás muy bueno, y tu polla aún más, así que si no te importa….  Deslicé mi mano hacia mi coño y, mirando su polla inicié una lenta masturbación.

  • Mmmmmm que bueno…. Me estaba mordiendo el labio inferior  disfrutando de mis caricias. Juanque seguía ahí como un pasmarote abierto de piernas, con sus bolas colgando y con su polla mirando al cielo. De su gorda capucha roja e hinchada se deslizaba un fino hilo de líquido preseminal. ¡Estaba a punto de caramelo!

Después de haber logrado aquel grado de complicidad, no estaba dispuesta a dejarlo, quería darle gusto al cuerpo porque me lo estaba pidiendo a gritos. Llevé la otra mano a mis pechos para acariciar entre el pulgar y el índice mis sensibles pezones mientras con la otra mano acariciaba alternativamente mi inflamado clítoris y mi rajita.

  • Esto es delicioso…. Vamos, ¡Anímate!   ¡Mira mi coño!

  • ¿No tienes ganas?     Yo creo que sí, vamos    ¡No te hagas rogar!

  • Si no te haces una paja ahora lo vas a lamentar toda la vida, mira mis pechos, duros como piedras, mira como los acaricio    Mira mis pezones      ¿Nunca los habías visto así, tan hinchados, verdad?

  • ¡Tu polla está pidiendo a gritos una paja!   Vamos, peque, ¡Agárratela y haz como yo!

  • ¡Cariño, dame el gusto de ver cuanta leche guardas ahí abajo!

  • ¡Mira mi coño! ¡Está encharcado! ¡Déjate ir y gózalo conmigo!

  • ¡No sabes lo que te estás perdiendo!   ¡Te pajeas viendo revistas o películas, pero seguro que nunca lo has hecho teniendo una tía masturbándose frente a ti!.

  • ¡Dame este capricho, enano, hazte la paja conmigo y disfrutemos juntos!

Tras todos mis ruegos, pasó el dedo pulgar por la punta del capullo y, mojándolo, lo llevó a su boca para sorberlo. A falta de lubricante escupió en la palma de su mano. Agarró fuertemente el tronco de su polla e inició un lento movimiento arriba y abajo, arriba y bajo. Si mi coño rezumaba jugos, su glande hacía lo propio expulsando líquidos preseminales.

La mano de Juanque resbalaba perfectamente por toda la superficie del tronco largo y recto. Mi vista fija en su polla y mi mente concentrada en mi propio placer. Sus ojos fijos en mi coño reflejaban claramente la lujuria que se había desatado en su interior. Con su otra mano se apretujaba los huevos, pero no apartaba la vista de mi coño. Le gustaba mi coño y a mí me encantaba todo aquello.

  • ¿Te gusta enano?   ¿Disfrutas, verdad?

  • Mmmmmm si -   Sólo dijo esto.

  • Pues aprovecha y disfrútalo como hago yo. No tengas prisa, cuanto más tardes, mejor.

  • ¡Madre de Dios, Menudo pedazo de carne tienes entre las piernas!  ¡Me chifla tu polla enano!

  • ¡Me has puesto muy cachonda cabrón!    ¿Sabes lo que quiero ahora?

  • ¿Qué?, respondió Juanque.

  • ¡Quiero ver cómo te corres y derramas tu leche por la punta de tu polla!

¡Quiero ver tu polla escupiendo leche, enano!, mmmmm.  ¡Cuando lo hagas, quiero que me mires a los ojos!   ¡Quiero que pienses que toda la leche que vas a derramar es para mí!. Y entonces, yo también me correré para ti, para que tu orgasmo sea más largo e intenso. Pero no tengas prisa, cuanto más tardes, mejor.

Cuanto más hablaba, mas cachonda me ponía. Por más que le insistí a Juanque, al final fui ya la que no fue capaz de aguantar y el orgasmo explotó en mi interior. Un orgasmo que mi cuerpo ansiaba frenética y desesperadamente.

  • Diossss me corro...... -  Y un torrente de líquidos se derramó por entre mis piernas.

  • Joderrr que bueno -  Grité

  • Pero, por lo que más quieras, enano,  no pares, continúa machacando tu polla. No sabes tú lo que me pone verte así, agarrado a este tronco y pajeándote junto a mí.

  • Mira mis tetas, cariño, ¿Te gustan?  Están duras, muy duras. Tú me las pones duras. ¿Y mis pezones?  ¿Los habías visto alguna vez tan gordos e hinchados?  ¿Y mi coño?  Mira como chorrea mi coño por tu culpa,  porque tú me pones, cariño, porque tu polla me vuelve loca. Sigue dándole al manubrio, cariño. Necesito más, Quiero correrme más veces, quiero correrme hasta reventar.

Y vaya si me corrí dos, tres, cuatro veces. Era un no parar. Mis palabras guarras me ponían cada vez más  cachonda. Y mi coño inflamado no paraba de derramar líquidos. Juanque no salía de su asombro.

  • ¡Joder, Sonia, eres espectacular, ¡Menudas corridas!.

Juanque se esforzaba por retrasar su corrida. De vez en cuando tenía que parar, soltarla y cerrar los ojos para no ver a la guarra de su hermana haciéndose un dedito frente a él.  En estas ocasiones, su polla daba pequeños saltos  siguiendo los latidos de su corazón. Líquidos que anunciaban lo inevitable se derramaban desde la capucha de su polla hasta la base del tronco.

  • ¡Si, cariño, lo necesitaba, y no sabes tú cuanto!.

Juanque aguantó lo que pudo. Mis orgasmos se repetían uno tras otro.  El quinto orgasmo fue brutal, mis piernas convulsionaron y tocaron las suyas. Supongo que aquel roce  fue el detonante que necesitaba el enano para que el volcán expulsara la lava al exterior. El cráter explotó y los lecherazos salieron sin control desde la boca de su capullo,  perdiéndose unos por la arena, y otros por mi cuerpo.

  • Muy bien, cariño, mmmmm, así, disfrútalo, mmmmm, ¡Cuanta leche tenía mi niño!  Así,  ¡Échala toda, mi vida!

  • La polla de Juanque dejó de lanzar chorros pero siguió derramando un reguero de magma que se deslizaba por la superficie de la rugosa estaca hasta sus huevos.

Como comprenderéis el numerito  de mi hermanito corriéndose y los chorretones de leche que derramaba por mi cuerpo activaron mi cerebro y el sexto orgasmo de la tarde  sació mi cuerpo por lo que quedaba de día.

No pude resistirme y con un dedo recogí restos de su corrida de uno de  mis pechos y lo llevé a mis labios.

  • Mmmmmm ¡Me encanta!.  ¡Ya casi no recordaba su sabor!   Juanque me miraba un tanto alucinado.

  • ¿Te gusta?   Me preguntó.

  • ¡No sabes tú cuanto!  Le dije.

  • ¿A qué sabe?   Joder con el niñato, le estaba quitando toda la gracia al asunto.

  • Mira, cariño, no se trata del sabor, es morbo, es lujuria, es sexo. ¿Entiendes?

No creo que Juanque lo entendiera demasiado, pero tampoco me importaba. Tenía todo un verano por delante para poder instruirle y hacer de él  un experto amante.

Pero no tenía prisa. Era mi hermanito, sí,  pero de adopción. Sus padres biológicos no tenían nada que ver con los míos. Nos habíamos criado como hermanos, y ahora habíamos dado el primer paso para convertirnos  en hermanos libertinos.

  • Enano, me he puesto como una moto viendo cómo te corrías, lo he disfrutado mucho. Espero que podamos repetirlo más veces ¿vale?

  • A mí también me ha gustado mucho, Sonia, yo también quiero repetirlo.

  • Y lo repetiremos, mi vida, no te preocupes, de esto me encargo yo.

  • Gracias hermanita.

  • Y de esto, ni una palabra a nadie. ¿De acuerdo?

  • De acuerdo, Sonia

En silencio nos vestimos, fuimos andando hacia el coche y  en media  hora nos plantamos de nuevo en Cala Rodona.

Fin Parte 2