Hermanos gemelos: De vuelta

A la vuelta ya no fue todo igual.

Hermanos gemelos: De vuelta

Prólogo

Cuando hace sólo unos minutos que hemos entrado en el año 2010 en España, voy a comenzar esta historia. Mis lectores asiduos sabrán ya de sobra que no me gustan las segundas partes, pero en este caso haré una excepción porque sé que a muchos os gustaría saber algo más de lo que les ocurrió a los gemelos Mario y Esteban… Y aquí y ahora lo dedico a todos los que me lo pidieron en sus comentarios a la primera parte. Feliz año.

1 – El plan de mi hermano

¿Quién iba a sospechar nada raro en aquel pueblecito si veía a dos hermanos – casi idénticos, para colmo – cogidos de la mano o besándose mientras paseaban por las calles? Así bajamos hasta la plaza y encontramos al electricista, con medio pedo, hablando con el alcalde.

  • ¡Coño! – exclamó al vernos -; es temprano, pero ya subo a ver esa avería.

  • ¿Qué avería es esa? – preguntó el alcalde - ¡Si vuestro padre me dice que os falla la electricidad yo mismo lo hubiese solucionado!

Mi hermano me miró con cierto gesto de disgusto y, poco a poco, se convirtió en un gesto de placer y complicidad; si no hubiésemos ido al pueblo, nunca hubiese descubierto lo que de verdad quería.

  • ¡Venga, chicos! – comenzó a andar Faustino - ¡No tengo todo el día para vosotros y supongo que estaréis deseando de iros! ¡Subamos!

  • ¡Ya nos está echando, Esteban!

Iba demasiado deprisa. El alcohol lo mantenía con fuerzas y sabía cómo andar sin resbalarse, pero nosotros íbamos detrás de él, recibiendo ráfagas de su olor a aguardiente y a paso ligero.

  • ¡No entiendo esto, cagonlaputa! – exclamó al probar las luces - ¡Ayer no encendía la parte alta de la casa! ¿Qué coño habéis hecho esta noche?

Mario no pudo remediarlo y tuvo que volverse para que no le viera reírse. Yo ya me había encargado de apretar bien las bombillas de arriba y el pobre electricista no daba crédito a lo que veía.

  • Haré lo que tenía que haber hecho ayer – dijo serio -; la cuestión es medir dónde hay y dónde no hay corriente

Y mi hermano, no sé si más contento o menos preocupado que el día anterior, se cogió la polla empalmada por debajo de su chaquetón y le preguntó.

  • ¿Esto es corriente, señor?

  • ¡No, hijo! – respondió el experto - ¡Tan poco corriente como el que al miraros me parezca veros doble! – pensó - ¡No he bebido tanto! A ver… Mediremos primero la entrada general

  • ¡Entra electricidad! – protesté - ¿Es que no ve que se enciende la luz?

  • Sí, hoy se enciende – dijo magistralmente -, pero ayer no.

  • Creo que debería mirar en la cocina – le dije -; ya teníamos la sospecha de que el fallo está allí.

Dio algunas vueltas, quitó algunos tornillos, midió, nos pareció confuso y fue a por su bolsa de herramientas muy convencido.

  • Hay una cosa que está bien clara – iba diciendo -; la toma de la cocina está quemada. Eso se arregla en unos minutos. Pero… ¿cómo se arregla que ayer no hubiese luz en la planta alta?

  • Verá, don Faustino… - hice un gesto a mi hermano -; esta mañana, al entrar en el baño, me di cuenta de que había saltado el interruptor general de la planta de arriba… ¡Lo encendí! ¿Tiene algo que ver eso?

  • ¡Claro que tiene que ver, chico! – contestó -; si se corta el suministro arriba, no habrá luz… pero si había saltado solo… podría ser por algo. Cuando arregle estos cables, se habrá arreglado el riesgo de una derivación ¡Eso!, eso sería lo que haría saltar el interruptor de arriba.

Si aquel hombre hubiese querido y yo no hubiese aflojado todas las bombillas de los dormitorios, la avería la habría arreglado el día anterior en tan solo diez minutos.

  • Son cuarenta «uros», chavales – abrió la puerta abrigándose -, decidle a vuestro padre que me los debe; que me busque en el bar del «pulgas» cuando venga.

  • ¡Gracias, señor! – dijo Mario antes de que cerrase la puerta -.

Cuando la cerró y nos quedamos solos, mi hermano volvió su cara lentamente hacia mí meditabundo y sospechando algo.

  • No voy a ser mal pensado, Esteban – dijo al fin -, pero arriba no hay ningún interruptor. Bastaría con haberle dicho ayer que mirase la cocina y

  • Y tú y yo nos hubiéramos vuelto a casa en diez minutos ¿No es eso?

  • ¡No, no! – se acercó a abrazarme - ¡No sé lo que ha pasado, si lo hiciste tú o cómo lo hiciste, pero me alegro!

  • ¿Me besas?

  • Esteban – bajó la voz -, estoy empalmado sólo de tomarte la mano. Si te beso… Si te beso tienes que prometerme que nos quedaremos aquí hasta medio día.

  • ¡Me gusta tu idea, Mario! – acaricié su cuello - ¡Parece mía!, pero es que somos iguales para todo. Comeremos después de… Comeremos en el camino.

  • ¿Ves? – me miró de cerca y algo preocupado - ¡Ahora sí que me da un poco de corte hablar contigo de… de estas cosas! ¡Ya sabes!

  • Me parece que habrá que apurar esa botella de coñac para entrar en calor. Poco a poco, tu… «frialdad» se irá quitando y dejaremos de necesitar la bebida ¿Qué piensas?

No pensó. Corrió hasta la chimenea, cogió la botella, bebió un largo trago y estiró su brazo ofreciéndomela: «¡Bebe, bebe; no te darás cuenta!».

Mientras me llevaba la botella a la boca como si aquel cuello de cristal frío fuese otra cosa, lo chupaba sensualmente y bebía, dio la vuelta y en dos pasos cerró la puerta con llave.

  • ¿Repetimos?

2 – Sin mucho alcohol

Me acerqué a él sin miedo. Sabía que ya no tendría que averiguar, emborrachándolo, si le apetecía hacerlo conmigo. Y, es más, quedó muy claro que ni yo ni él queríamos hacerlo – al menos de momento – con nadie más. Nos tomamos de la mano y comenzamos a besarnos al subir las escaleras y llegamos arriba apretando nuestras nalgas y nuestras pollas con un deseo desproporcionado; tal vez más por su parte que por la mía.

Nos metimos en el dormitorio donde siempre dormíamos, cerramos la puerta con los pies y caminamos despacio sin dejar de mordisquearnos hasta que cayó encima de mí en una de nuestras camas.

  • Diría que me estoy besando en el espejo – susurró – si no sintiese tu lengua tan caliente moverse dentro de mi boca.

  • No sé por qué a mí no me pasa eso, Mario – metí mi lengua por su nariz -; todos decís que somos exactos, menos papá y mamá, y para mí eres lo más bonito que he visto nunca. Siempre has sido mi niño; el chico de mi vida… Pero no podía decírtelo.

  • Ahora ya lo sé – contestó mordiéndose el labio -, pero también sé a quién quiero tener a mi lado. No sólo te quiero, hermano ¡Te deseo más que a nadie!

  • ¿No será que eres narcisista y te gusto porque te gustas? – acaricié sus cabellos aguantando su peso - ¡Tú también piensas que somos iguales!

  • ¡En todo no, Esteban! – se incorporó pensando -. Anoche pude ver muy de cerca el lunar que tienes junto al ombligo. Es exacto al mío, sí, pero… tienes algo diferente ¡Recuérdalo!

  • ¡Lo recuerdo! – tiré de su cuello -; piensas que tengo polla de paquidermo… ¿Y la tuya? No es mucho más pequeña que la mía, Mario.

  • ¡Sácamela, Esteban! – musitó -; me incorporo un poco y te la saco yo, ¿vale?

  • ¿Piensas repetir todo lo que hicimos anoche? – le ayudé a incorporarse bajándole la cremallera - ¡Hay muchas más cosas!

  • ¿Muchas más? ¿Cuántas? ¡Enséñame!

  • ¡Ahhhhh, Mario! – me estiré -; si sigues tocándomela así esto va a acabar pronto.

  • ¿Sí? – algo tramaba -; quizá no sea muy original, Esteban ¡Guíame!

Sin abrirme los pantalones, me bajó los calzoncillos y me la sacó por la portañuela, pero fue metiendo la suya allí dentro y la mía en su bragueta.

  • Eres original, Mario – gemí -; me vas a matar de gusto.

  • ¡Calla y bésame!

Puso sus labios sobre los míos y nuestras cabezas se fueron balanceando a un lado y al otro empujando boca contra boca; nuestras narices topaban; su saliva caía por mi cuello. Lo apreté contra mí.

  • ¡Espera, guapo! – dije como pude - ¡Te quiero desnudo! No es que me dé más morbo que esto, es que quiero hacerte algo que me parece que tu novia no te lo hubiera hecho nunca.

  • ¿Vas a mamármela otra vez? – rió contento - ¡Vamos a mamárnoslas juntos como anoche! A mí también me gusta.

  • ¡Sí, sí! – comencé a abrirle los pantalones -, pero antes quiero hacerte algo especial. Seguro que será muy especial para ti, pero también para mí. Voy a besarte como nunca nadie te ha besado.

Hizo un gesto de sorpresa, pero se incorporó rápidamente y comenzó a quitárselo todo. Le seguí y volví a tenerlo sobre mí, apretando, pero sin llevar en su cuerpo nada. Solo las medallas que colgaban de su cadena al cuello rozaban mis labios cuando subía y bajaba apretando su polla contra la mía.

  • ¡Es el momento, hermanito! – lo empujé hacia el colchón - ¡No hagas preguntas! ¡Ponte a gatas!

  • ¿Piensas follarme de alguna forma especial, Esteban? – se fue situando algo a disgusto - ¡Recuerda que tu polla es el faro de Alejandría y mi culo el agujero de un botón!

  • ¡No, Mario! – insistí -; no comentes nada; mira al frente y cierra los ojos. No voy a follarte.

Me hizo caso y dejó caer su cabeza a plomo con los ojos cerrados esperando algo que desconocía. Me incorporé un poco, acerqué despacio mi cara a su culo y abrí las nalgas con sutileza hasta tener muy cerca su ano virgen ¿Será el mío igual?, me pregunté ¡Qué bonito es, coño! Mi lengua se acercó a él y la fui apuntando. Primero la coloqué en el centro del orificio y le oí aspirar de gusto y levantar la cabeza.

  • ¡No, Mario! – hablé en voz baja -; no mires.

Cuando su cabeza volvió a mirar al frente y me pareció que tenía los ojos bien cerrados esperando aquella sorpresa, volví a acercar mi lengua a donde estaba, la empujé un poco y comencé a lamer arriba y abajo. Sus suspiros eran muy sonoros y su culo se movía en círculos.

  • ¿Qué es esto? – farfulló - ¿Me vas a matar de gusto todos los días?

Metí mi cara entre sus nalgas para olerlo bien, para saborearlo, para que sus cachas y mis mejillas se amoldasen en una sola forma. Cuando creí que debería estar sintiendo el máximo placer, levanté mi mano y, abarcando su polla con toda ella, fui tirando hacia afuera y hacia adentro muy despacio.

  • ¡Espera, cabrón, que me matas de gusto! – miró atrás cuando me incorporé - ¿Qué me estás haciendo?

  • Lo que siempre he querido: un hombre feliz.

  • ¡Pues enséñame!

3 – Sin alcohol

¿Para qué voy a contar el resto? Es verdad que estábamos los dos un poco entonados con el coñac, pero creo que lo sudamos todo mamándonoslas, besándonos, pellizcándonos los pezones

Afortunadamente teníamos agua caliente, porque tuvimos que ducharnos – juntos, por supuesto – de arriba a abajo.

  • Espero que arranque el coche, Esteban – dijo mientras nos vestíamos -; déjame llevarlo a mí. Me gusta conducir, pero es que, además, me encanta esta carretera. Pararemos en la venta esa donde ponen el lomo tan exquisito. Creo que he sudado tanto que no debo tener una gota de alcohol en la sangre.

  • ¡No te preocupes! – volví a besarlo sin querer retomar el tema - ¡Podrías pasar cualquier control de alcoholemia sin problemas! Bajaremos despacio. Hace mucho frío y hay que tener cuidado con los resbalones. Luego, cuando conduzcas, baja la carretera de la sierra despacio también. Ya sabes que hay capas de hielo por todos lados. Estos hijos de puta nunca se acuerdan de que aquí hay un pueblecito que necesita máquinas quitanieves y sal. Sé que eres prudente.

En realidad no fue tan difícil arrancar el coche. Nuestro padre tenía uno bastante nuevo y, no sé cómo, nunca daba problemas con el frío. Cuando salíamos, todavía estaba el electricista en estado poco corriente hablando con el médico. Bajamos más de cinco kilómetros muy despacio y con la calefacción puesta. No había alcohol… ¡y menos para el conductor! Pero me estaba calentando más de la cuenta. Con el rollo de llevar el coche, en vez de dejar su mano en la palanca, la ponía en mi pierna y, cuando me notó el pantalón un poco abultado, prefirió reposar su mano sobre mi palanca que sobre la del coche.

Sabía que aquella novedad para él nos iba a traer muchos días de follar como locos, de aprendizaje y de experimentación, pero en aquellos momentos era yo el que no podía aguantar más.

  • Estamos casi abajo – lo miré de reojos - ¡No corras mucho!, pero no dejes de mirar adelante ¡Presta atención a la carretera!

  • ¿Y qué estoy haciendo, Esteban? – no me entendió -; que ponga mi mano ahí cuando no tengo que cambiar no es nada peligroso

  • ¡Lo sé, Mario! – eché mi cabeza en su hombro quitándome el cinturón de seguridad -; no me refiero a eso. Haga lo que haga yo, tú eres el conductor. Boca cerrada y atención a la carretera.

  • Pues si te quitas el cinturón – clavó su índice en mi barriga – nos van a multar y el coche seguirá pitando más y más.

  • Por eso… ¡Boca cerrada y atención a la carretera!

Me miró un tanto extrañado pero siguió conduciendo atentamente mientras que era yo el que le abría el pantalón muy despacio. Miró un par de veces para asegurarse de lo que estaba ocurriendo, pero ni habló ni dejó de prestar atención a la carretera.

Cuando tuve ante mí sus slips abultados (y húmedos), me moví hasta que mi cara reposó sobre ellos. Tiré muy despacio con la derecha para sacársela y salió como un muñeco de una caja de sorpresas; con su cabeza roja y todo. Sin esperar ni un segundo, me la metí en la boca y empecé a mamar. Noté que se movía un poco en el asiento y pegó su culo al respaldo.

  • ¡Hermano, no respondo de lo que haces! – exclamó
  • ¡Si pasa algo, nos pasará a los dos!

  • ¡Acepta el reto! – paré un momento -, pero sigue sin parar y sin hablar.

Me abrí mis pantalones y me la saqué chorreando. Mientras se la mamaba sosteniéndosela con la izquierda, empecé a hacerme una paja. No podía disimular su asombro y parecía costarle trabajo seguir atento a la carretera, pero no dijo nada hasta que empecé a notar que se movía y soplaba sonoramente.

  • ¡Joder, joder! – exclamó - ¿Por qué me haces esto? ¡Me corroooooo!

Lo supe. Era el momento de meneármela más fuerte para correrme cuando su leche llenase mi boca. No me equivoqué más de un segundo en mis cálculos y tampoco noté que el coche se moviera de forma extraña.

  • ¡Hijoputa! – rió - ¿De verdad has pensado alguna vez que Sofi me haría esto? Te quiero, Esteban, pero veme secando ya, que falta poco para llegar a la venta.

4 – Con café

Llegamos a casa al atardecer y nos pusimos cómodos para esperar a nuestros padres. Nos sentamos en el salón y nos cogimos de la mano. La situación se había normalizado bastante, pero no podíamos borrar de nuestros rostros una sonrisa constante.

Cuando llegaron papá y mamá corrimos a saludarlos.

  • ¡No sé qué me dice que no lo habéis pasado tan mal!

  • Regular, papá – dijo Mario al instante -, pero el mismísimo alcalde nos ha dicho que si lo hubieras avisado él mismo lo habría solucionado todo.

  • ¡Vaya! – farfulló mamá - ¡Por eso se os ve tan contentos!

  • No lo hemos pasado mal del todo – le dije -; don Faustino ha dejado aquello funcionando.

  • Sois obedientes a pesar de que podríais haberos negado – dijo entonces mi padre -; ahora os debo yo un favor

Cenamos y contamos algunas historias sobre el frío que pasamos y otras… bastante inventadas, pero la mirada de mi madre me era conocida ¿Quién conoce mejor a sus hijos que una madre?

Subimos a dormir, ya tarde, y volví a oír la voz de mi hermano en la oscuridad.

  • ¡Esteban! ¡Escucha! ¿Por qué no me dejas que duerma en tu cama?

  • ¿Te lo he prohibido, Mario?

Se levantó deprisa, tiró de la colcha y se metió allí conmigo abrazándome por la espalda. Él no me vio, pero cerré los ojos apretándolos de placer al sentirlo a mi lado. Poco después, antes de dormirnos, su mano comenzó a tirar de mis calzonas y me las bajé. Él se bajó las suyas y pegó su poya a mí empujándome con pasión. Así estuvo un rato hasta que me volví en la oscuridad, lo besé y se la cogí para ponerla en su sitio. Los dos empujamos con fuerza hasta que la noté entera dentro, pero antes de que comenzara a follarme oímos ruido en la puerta y, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, nos hicimos los dormidos. Mi madre entró en la habitación muy despacio y tuve la sensación de que nos miró durante un ratito sin decir nada. Se volvió y cerró la puerta. Abrí un ojo con disimulo y comprobé que se había ido.

  • ¡Joder, Esteban! – susurró Mario - ¡Era mamá! ¿Verdad?

  • Sí, hermano – seguíamos inmóviles -, pero no ha visto nada más que nos hemos acostado juntos. Mamá no ve a través de las colchas ¡Sigue follándome!

  • ¡Coño, ahora me ha cortado todo el rollo! – exclamó -.

Me folló con pasión, pero caímos rendidos al poco tiempo. Cuando abrí los ojos todavía estaba en la misma posición y volví la cara para mirarlo. Estaba despierto.

  • ¡Buenos días! – dijo - ¡Te observaba!

  • Pues voy a levantarme, que me meo – aparté la colcha desnudo -; quédate tú en la cama. Voy a poner el calentador para que se caliente esto un poco.

  • ¡Ponte la bata para salir! – apuntó - ¿Estás seguro de que se han ido ya?

  • ¡Son las once, Mario! – le acaricié la mejilla -, pero así en pelotas hará frío.

  • ¡Pues te estás poniendo la que tiene mi nombre! – rió - ¿No te da morbo?

  • ¡Bastante! – dije antes de salir -; ponte tú luego la mía; total… ¡son iguales, como nosotros!

Tardé un poco en volver y todavía no había entrado cuando lo encontré ya con mi bata sentado frente al calentador.

  • ¿Qué pasa? ¡Has tardado! – preguntó insinuante - ¿No te quedaste satisfecho con la que te hice anoche?

  • ¡Vamos, Mario! – no le hice caso -; he bajado a la cocina y tenemos café y desayuno ¿Te lo subo?

  • ¡No, déjalo! Desayunaremos abajo.

Así fue. La casa estaba sola y los dos bajamos despeinados con idénticas zapatillas e idénticas batas (cosas de mi madre) pero con los nombres cruzados. Nos servimos el café caliente y hablamos echados en la encimera. Nuestras batas se abrieron y puedo decir que nos tomamos el café en pelotas. Hablamos poco, pero una llamada insistente a la puerta nos puso en alerta.

  • ¿Pasará algo? – se asustó Mario - ¿Quién llama así a estas horas?

  • ¡Joder, tío, que son las once y media! – me acerqué a mirar por la ventana -; será alguna visita inoportuna – miré entre los visillos - ¡La ostia! ¡Es una visita muy inoportuna!

  • ¿Quién es, Esteban? – se asustó - ¡No me dejes con la intriga!

  • ¡No, no te dejaré con la intriga! – lo miré inexpresivo -, pero la que llama a la puerta es Sofi; tu ex.

  • ¡Oh, no, Dios mío! – soltó la taza nervioso - ¡No quiero verla! ¡No quiero darle explicaciones! Lo nuestro se acabó, pero sin explicaciones ¡No abras!

  • ¿Cómo que no abra, Mario? – me dirigí a él extrañado - ¡Tendrás que inventarte algo!

  • ¡No, no, no! – estaba realmente asustado - ¡No quiero volver a verla!

  • Está bien… «Esteban» - leí el nombre de su pecho -; ahora soy yo Mario ¿Puedo despacharla?

  • ¿Harías eso? – me tomó por los brazos - ¿Y si se da cuenta?

  • ¿Me tomas por tonto? – me reí cómicamente -; te he oído hablar muchas veces con ella ¡Te apuesto lo que quieras a que no se da cuenta de que soy yo!

  • ¡Vale, Esteban! – aceptó -, pero recuerda que siempre la llamo «chocho».

  • ¡Lo sé!

No me di demasiada prisa para abrirle y entró cabizbaja, aprisa, muy enfadada y sin dejar de hablar.

  • ¡Esto no vale, Mario! Te vas y ni me avisas ni te llevas el teléfono. Ya te lo he dicho muchas veces: yo siempre te digo todo lo que hago, pero exijo que no me ocultes nada.

  • ¡Lo sé, chocho! – dije indiferente bebiendo un sorbo -; pero no todos somos iguales. Me he dado cuenta de que no soy como tú. Dejaremos nuestra relación a ver qué pasa

  • ¿Dejarla? – me miró fijamente - ¿Me dices que se acabó lo nuestro?

  • Eso he dicho, Sof… ¡chocho! – no me distinguía -; te enviaré a casa las cosas que me diste… – dejé que se me abriera la bata – y no grites tanto, que Esteban está muy cansado y duerme.

Me miró espantada de arriba a abajo y por la frialdad de mis palabras, se ajustó el chaquetón y volvió a la calle como vino; un poco más disgustada, supuse.

  • ¡Eres un hijo de puta, Esteban! – salió Mario de la cocina con mi bata abierta -, pero ¡no sabes cuánto te agradezco el peso que me has quitado de encima!

  • El mismo peso que te voy a poner ahora sobre tu bonito culo, guapo… ¡Si me dejas!

  • ¿Si te dejo? – rió de felicidad - ¡Lo que me pregunto es por qué no me lo has puesto ya!

Mi madre nos sentó en el sofá juntos aquella misma tarde y nos habló de nuestros dos tíos, Esteban y Eduardo. Sus hermanos también eran gemelos y jamás se separaron. Cuando nos vio durmiendo juntos aquella noche, supo que algunas cosas se nos habían transmitido por los genes y nos prometió que si aprobábamos la carrera, ella misma nos compraría un piso para que conviviéramos como sus hermanos. Mi padre siempre se mantuvo al margen.

  • De momento – me dijo segura -, comportaos como hermanos, Mario. ¡Es mejor!