Hermanos gemelos

No era todo como parecía...

Hermanos gemelos

1 – El plan de mis padres

  • Ya os he dicho claramente – insistió mi padre – que sois bastante mayorcitos para lo que os interesa. Cuando llega el verano os creéis con derecho a iros de vacaciones sin dar explicaciones ¡porque tenéis más de veinte años! Ahora os pido un favor y me decís que no sabéis cómo resolverlo.

  • ¡Déjalos, Mario! – intermedió mi madre -; si no quieren ir es porque ya tienen sus planes.

  • No, mamá – dijo mi hermano -, no es eso; es que nos vais a obligar a hacer un viaje que puede resolverse con una llamada de teléfono y, para colmo, tendremos que pasar la noche en la casa antes de que arreglen el problema.

  • ¡Me importa un bledo si os agrada o no! – alzó mi padre la voz - ¡Cuando queréis usar la casa del pueblo para vuestras fiestas bien que hacéis el viaje y organizáis todo lo necesario! Mamá y yo no podemos cerrar la tienda para ir a preparar aquello y eso que decís de resolverlo por teléfono significa dejar entrar en la casa a Concha «la tormentita» sin saber cuántos cajones va a abrir para ver lo que tenemos ¡No se hable más!

  • A mí no me importa demasiado – comenté -; peor sería que tuviera que ir solo. Si viene Mario, voy; si no viene

  • ¡Calla y come, Esteban! – retiró mi madre la botella de vino de mi lado - ¡Vuestro padre os pide por favor que nos solucionéis el problema de la luz antes de ir al pueblo a pasar las fiestas de la Inmaculada! Ahora, si seguís negándoos, os lo va a exigir. Mañana, si Dios quiere y de buena voluntad, os levantáis tempranito, os vais al pueblo, remediáis el problema de la luz y volvéis al día siguiente ¡No quiero discusiones!

Mi hermano Mario, ni siquiera un año menor que yo, me miró con disgusto pero, tal vez porque me había bebido unas cuantas copas de vino, lo miré fijamente y le guiñé un ojo. Seguramente pensó que yo tenía algunos planes y se vino a razones, pero metí mi mano por debajo de la mesa y le acaricié la pierna. Me miró extrañado por el gesto, pero me sonrió.

Después de la cena preparamos cuatro cosas para el viaje y, cuando nos acostamos y apagamos la luz le oí hablar.

  • ¡Esteban! – susurró - ¿Por qué ahora sí quieres ir al pueblo?

  • Si vienes conmigo – contesté – buscaremos alguna buena distracción allí. Sólo se trata de que busquen el fallo de la luz. Nosotros podemos irnos por allí a divertirnos.

  • ¡Ya! – razonó -, pero… ¿por qué me has hecho «esa» señal por debajo de la mesa?

  • ¡Por nada, por nada! – eludí explicaciones -; no era nada más que una señal de complot.

2 - ¿Esto es corriente?

Temprano, partimos para el pueblo. Yo llevé el coche la mitad del camino, paramos a desayunar y siguió él conduciendo el resto hasta el pueblo.

  • ¡Hermano – dijo asustado -, el coche patina! Debe hacer mucho frío por aquí y hay escarcha.

  • Un poco más arriba se ve la nieve – observé el paisaje meticulosamente -; me parece que vamos a pasar frío. Habrá que comprarse una botellita de algo, ¿no?

  • ¡Qué te gusta darle al vidrio, Esteban! – se rió -; luego soy yo el que tengo que aguantarte borracho.

  • ¡No! – puse mi mano en su pierna - ¡Bebe tú también y no te darás cuenta!

  • Acabarás volviéndote alcohólico – dijo – y metiéndome en la bebida… ¡No sé en qué otro vicio me meterás!

Sintiendo su pierna cálida bajo los vaqueros pensé que había otro «vicio» donde me lo llevaría sin pensarlo. Éramos casi iguales - gemelos decían – pero mi hermano era para mí más guapo que cualquier otro tío y no le encontraba el parecido conmigo. Dejé mi mano allí acariciándole la pierna y no dijo nada ¡Era su hermano, claro! Poco después llegamos al pueblo y subimos hasta la casa. Todo estaba limpio y normal, pero la parte de arriba, la de los dormitorios, no se encendía entera.

  • ¿Sabes una cosa, Esteban? – abrió mi hermano las ventanas -; es mejor que busquemos al electricista ahora. Si la avería es tonta y la arregla pronto, podemos volver a casa esta misma tarde.

  • Cuando papá nos envía – aclaré – es porque no es la cosa tan fácil. Me parece que la verdadera avería está en la cocina, pero arriba también hay fallos. Vamos a buscar a ese tío y que nos diga lo que puede hacer.

Nos preparamos para salir otra vez pero, cuando mi hermano ya me esperaba en la calle, miré la caja de registro. Aparentemente no había nada anormal, así que subí corriendo y aflojé todas las bombillas de la planta superior.

  • ¡Esteban, cojones! – gritaba Mario desde la calle
  • ¿Quieres que me hiele esperándote?

  • ¡Ya estoy! – dije al salir y cerrar - ¡Con el frío me estaba meando, hermano!

  • ¿Y qué? – se rió - ¿No te la encontrabas? Te la he visto muchas veces y la tienes como la de un elefante. En eso me ganas ¡No te quejes, cabrón!

Saqué la mano del bolsillo y me cogí el paquete apretándolo.

  • ¡Hermano! ¿Esto es corriente? Si te apetece vérmela y tocármela otra vez

  • ¡Anda, anda! – me empujó - ¡Déjate de niñerías!

Y con estas bromas, bien escondidos en nuestras bufandas y a paso rápido para entrar en calor, subimos algo más hasta la casa del electricista.

  • ¿Don Faustino? – preguntó mi hermano - ¿No está?

  • Pues no, muchacho – dijo una bonachona anciana enlutada - ¿Sabéis donde vive «el mocho»?

  • Así, por el mote, señora… - aguanté la risa -.

  • Allá abajo – señaló casi sin querer asomarse -; donde está la tienda de «la cabrilla» ¡No tiene pérdida! Está cerca de la plaza.

  • ¡Ah, claro! – dije con sorna - ¡La cabrilla! ¡Muchas gracias, señora!

  • ¡Nada, hijos! – comenzó a cerrar la puerta - ¡A mandar! ¡Y cuidado con el hielo!

Bajamos algo más despacio pues, tal como dijo aquella señora, el suelo de la calle era una pista de patinaje.

  • Pregunta tú allí, Mario – señalé una tienda que creí que era la de «la cabrilla» -, yo voy a entrar a preguntar en la tienda de comestibles.

No nos separamos mucho, pero aceleré un poco el paso para preguntar y comprar una botella de coñac. Cuando volvimos a encontrarnos, a los pocos minutos, venía mi hermano con el electricista y miró mi bolsa de la compra con ciertas sospechas.

  • ¡Subamos, chavales! – dijo don Faustino -; no puedo dejar una cosa para arreglar otra ¡Esto no es corriente! Vamos a ver qué puede ser y procuraré arreglarlo mañana.

  • ¿Mañana? – se quejó Mario - ¡Por favor, intente encontrar hoy la avería! ¿Nos va a tener aquí toda una noche sin luz y con este frío?

  • Podéis iros al hostal, mozos – contestó indiferente -; no me hagáis a mí responsable de estas cosas.

Poco más se comentó mientras subíamos, sino que miró la caja de registro al llegar a la casa y fue encendiendo luces por todos lados.

  • ¡Es un poco raro! – exclamó - ¡Debe haber dos líneas! La parte de arriba no tiene luz.

Aparte de no parecerme un hombre demasiado activo, tampoco me pareció un profesional. Sólo con haber medido la tensión en varios sitios hubiese descubierto que el corte estaba únicamente en la cocina. Pero mi plan funcionó: en la parte de arriba no se encendía nada.

3 – A casa a descansar

No pudimos hacer otra cosa en todo el día. Nos metimos en un bar calentito, junto a la chimenea, comimos y pasamos allí toda la tarde bastante aburridos.

  • Yo me iba a casa y encendía la chimenea – dije - ¡Arriba hay leña! Podemos dormir junto al fuego.

  • No es mala idea, Esteban – respondió mi hermano más tranquilo -. Subiremos antes de que anochezca y allí cenaremos lo que sea para no salir más a la calle. Además, según intuyo, llevas otro tipo de… «calefacción».

  • ¡Pues sí, hermano! – volví a rozarle la pierna - ¡Es coñac! Y no es del barato

  • Yo sólo tomo un trago, ¿eh?

  • Tú bebe conmigo – le dije -, despacio, sin prisas… ¡Ya verás como no te mareas y entras en calor!

Así lo hicimos. En cuanto se escondió el poco sol que había por detrás de las montañas, nos fuimos a casa y nos preparamos para encender la chimenea.

  • El primer preparativo – dije solemnemente – es tomar unos buenos tragos.

  • ¿Ya vas a empezar?

  • ¡Vamos, Mario! – tendí mi mano con la botella -, no empieces a protestar. Ya verás cómo te alegras luego.

Y bebió algo y bebí algo ¿Qué duda cabía de que yo aguantaba más que mi hermano? Con sólo unos tragos ya me pareció que se tambaleaba.

  • El fuego ya calienta, Esteban – dijo muy relajado
  • ¡Yo tengo sueño! ¿Tú no estás cansado? ¡Vamos a acostarnos!

  • Pondremos aquí dos colchones juntos – hice planes -; ayúdame a bajarlos. Traeremos también bastantes mantas.

Cuando ya bajamos las cosas, vi a mi hermano agachado poniendo bien las mantas sobre los colchones, me acerqué a él por la espalda y restregué mi polla por su culo.

  • ¡Esteban, coño! – protestó - ¡Déjate de bromas que tengo sueño!

  • Yo también tengo sueño – me agaché a su altura -, pero no quiero dormirme todavía.

Y sin decir nada más, lo agarré por el cuello y le comí la boca.

  • ¡Esteban! – dijo con paciencia -; ya sabes que no me molesta eso, pero tengo sueño ¡Vamos a dormir!

  • Bebe un poco más antes – insistí -; tenemos que entrar en calor.

No lo esperaba, pero cogió la botella y bebió un largo trago, me miró sonriente y se sentó en los colchones haciéndome señas para que me sentase a su lado.

  • ¡Vamos, hermano! – me dijo en voz baja - ¡Ahora sí que estoy a gusto! ¡A dormir!

  • ¿Vestidos? – me senté acariciándolo - ¡Deja que te desnude!

Aunque me miró extrañado, no dijo nada cuando empecé a quitarle la ropa, sino que comenzó él a quitármela a mí. Me empalmé al instante y se dio cuenta.

  • ¿Esto qué es? – dijo confuso - ¿Vamos a jugar ahora a toqueteos como cuando niños?

  • ¿Por qué no, Mario? – acerqué mi cara a la suya -; serás mi hermano, pero me gustas, ¿sabes?

  • ¡No me importa! – me empujó hacia atrás riendo - ¡Déjame ver esa polla empalmada de elefante!

  • ¡Sácamela! – abarqué la suya dura con mi mano - ¡Yo te la sacaré a ti!

Se echó a reír siguiendo un juego que, a veces, habíamos hecho cuando pequeños, pero no sólo me la sacó, sino que me la apretó y se quedó mirándola. Sin decir nada me agaché hasta poner mis labios sobre sus calzoncillos y le mordí con cuidado la polla.

  • Este no es el juego de siempre – dijo ya visiblemente ebrio - ¿Qué haces?

  • Comerte la polla, hermano – musité -, verás cómo te gusta.

  • Pues no lo sé, Esteban; mi novia nunca me la ha comido.

Le bajé los calzoncillos y la tuve cerca de mi boca. Es verdad que era algo más pequeña que la mía, pero en aquel entorno de sus piernas fuertes y su vello abundante me pareció apetitosa y me la metí en la boca lamiéndola.

  • ¿Qué estás haciendo, Esteban? ¡Me da gusto!

  • ¿Te gusta, eh? – me la saqué un instante - ¡Pues si pruebas a hacer tú lo mismo, también te gustará!

  • Eso ya tengo que pensarlo – cogió la botella - ¡Espera que me entone!

Y mientras aquel último trago largo le fue haciendo efecto, se la fui mamando despacio mientras lo oía reír de placer y me fui dando la vuelta para que la mía quedase cerca de su cabeza. No tardé nada en notar que tiraba de mi prepucio y la metía en su boca. Comencé a mamar con más fuerzas y oía sus chupetones como si se comiese un helado.

  • ¡Espera, Esteban, espera que me corro! – rió sonoramente - ¡Date la vuelta, anda!

  • ¿La vuelta? – no sabía qué decía - ¿La vuelta hacia dónde?

  • Déjame follarte, hermano – parecía rogarme -; te juro que yo me dejo luego.

  • No, espera – me incorporé para besarlo -; si te corres tú antes te me quedas dormido y me quedo yo con las ganas.

  • ¿Ah, sí? – no entendía nada - ¿Eso quiere decir que me tienes que meter todo eso tú antes?

  • ¡No, hermano! – íbamos besándonos cada vez más -; no quiero lastimarte. Si lo prefieres, cómemela hasta que me corra. Luego me follas. Yo aguanto.

  • ¿Y no te importa que te haga una paja, mejor? – se quedó inmóvil - ¡Me vas a llenar la boca de leche, asqueroso!

  • Eso depende de ti, guapo – le metí la lengua hasta donde pude -, pero una paja no vale. Yo te aviso cuando me vaya a correr

No dijo nada. Bajó la cabeza, se puso cómodo y comenzó a mamármela con fuerzas. Me gustaba cómo lo hacía y aguanté todo lo que pude antes de avisarle pero, a pesar de que tiraba de su cabeza para que se apartara, me corrí estrepitosamente dentro de su boca. Levantó la cabeza sonriente y le salía leche por todos lados.

  • ¡Escupe! – le dije - ¡Escúpela al suelo! Ahora te toca follarme.

Escupió y comenzó a reírse escandalosamente haciendo aspavientos con las manos.

  • ¿Sabes una cosa? – preguntó borracho - ¡Esto me ha gustado! ¡Tienes que dejarme repetirlo!

  • ¡Luego, luego! – me dispuse para que me follara -, ahora métemela y disfruta. Dame fuerte. También te va a gustar.

Se puso de rodillas detrás, me abrió las nalgas buscando y empezó a empujar sin decir nada. Me entraba sin problemas, claro. Cada vez se fue moviendo más y más hasta que comenzó a gritar y a darme golpes con su pubis en mis nalgas descargando toda su leche dentro de mí.

  • ¡Ay, ay, qué gusto! – se echó boca arriba - ¡Luego déjame otra vez!

  • Sí, hermano – seguí besándolo -; ahora necesitas reponerte un poco y descansar. Cuando te apetezca follarme otra vez, me lo dices.

  • ¿Y no me vas a dejar chupártela antes?

Lo miré sorprendido y moví exageradamente la cabeza para responderle que sí ¡Quería mamármela otra vez! Se quedó dormido y, poco después, me dormí yo. Algo me despertó a media noche. Su mano me la estaba acariciando y yo ya estaba empalmado. Cuando me vine a dar cuenta me la estaba comiendo otra vez casi dormido, escupió en el suelo cuando me corrí y me empujó para metérmela ¡No pensaba que íbamos a follar hasta tres veces aquella noche!

4 – El desayuno y la vuelta

No demasiado temprano y bastante cansados, nos levantamos, nos aseamos un poco, nos vestimos y fuimos a buscar al electricista. Cuando bajábamos por la calle despacio me pareció que Mario me miraba sin pestañear y sonriente. Sacó una mano enfundada en su guante del bolsillo de su chaquetón y tiró de mi brazo para cogerse a la mía.

  • ¡Gracias, Esteban! – dijo -; es posible que estuviese muy borracho anoche, pero no he olvidado nada de lo que pasó y me gusta.

  • ¡Me alegro! – lo besé - ¿No querías repetirlo otra vez? ¡Pues lo hicimos hasta tres veces!

  • ¡No! – se paró confuso - ¡Yo no dije que quería repetirlo después!

  • Lo dijiste, Mario – usé toda mi paciencia -, pero no lo recuerdas por el coñac.

  • Eres tú el que no lo recuerdas o no me entendiste, hermano – dijo muy seguro -; lo que quería no era repetirlo anoche, sino que lo repitamos más veces. En casa será fácil.

  • ¿Cómo? – me dejó más helado de lo que estaba - ¡Tienes novia!

  • ¡Que le den por el culo! – se echó a reír -; a ella le da asco mamármela y me gusta más follarte a ti ¡Eres mi hermano! – creyó equivocarse - ¡Lo siento, pensé que…!

  • No, Mario – volví a besarlo y apreté su mano -; lo haremos siempre que quieras. Eso y otras cosas más. Sin beber.

  • Me gusta cómo lo dices, Esteban – apretó mi mano -; lo haremos tú y yo y sin beber. Nos gustará más. Ahora vamos a dejar la casa arreglada para papá y mamá y, cuando volvamos, podremos hacerlo en casa tranquilos cuando ellos estén aquí. A Sofi (era su novia) que la parta un rayo. Te he entendido y quiero esto. Dicen que los gemelos se parecen en casi todo. En los gustos también.

  • No esperaba esta respuesta, hermano – me pegué más a él -, sólo quería pasar una noche contigo. Pero me gusta más lo que dices ¡Y sin beber!

  • ¡Vamos a desayunar, Esteban! – llegábamos a la plaza -, y cuando el electricista arregle aquello, vamos a casa. Quiero seguir esta historia… ¡O empezarla! Te quiero; lo sabes.

  • Y yo, hermano – aclaré -; te quiero pero no para una noche ¡Vamos! Tenemos que volver a casa, pero ya no como antes.