Hermanos en acción (6)
El polvo de Susana en la playa.
HERMANOS EN ACCION (VI)
Susana estaba tumbada en la playa mirando a los chicos que hacían surf al fondo, en el mar, enfundados en sus relucientes trajes de goma. Había acudido a la playa en busca de diversión. Dos de ellos, muy guapos, cachas y jóvenes, salieron de la orilla y se acercaron lentamente al lugar donde ella se encontraba con las tablas de surf al costado. Susana creyó reconocer a uno, el más guapo, un chaval rubio con el pelo largo y lacio, mojado y revuelto. Los dos se habían despojado de la parte superior del traje de goma al salir de la orilla y mostraban una poderosa musculatura. Sí, sin duda el rubio era Jorge, el muchacho vikingo que hacía dos años le había perforado el culo en el vestuario de los chicos del colegio en compañía de su hermano Javier. Ahora, a sus diecinueve años, seguía siendo igual de guapo, más si cabe, una auténtica divinidad, sus facciones regulares, sus bellos ojos azules límpidos como el mismo cielo de verano, su barba trigueña a medias poblada, su pecho y brazos atléticos, su suave vello dorado. El efecto de los rayos del sol de verano daba a su piel un aterciopelado tono de maíz tostado.
Jorge también la reconoció y le sonrió. Seguía siendo un muchacho que destilaba sexualidad por todos sus poros, y Susana empezó a sentir el deseo frenético de joder con él. El chico que le acompañaba tampoco estaba nada mal; era más alto que Jorge pero igual de cachas, moreno, de pelo castaño corto, con algo más de vello en los brazos y en el pecho y barba poblada de pocos días. Susana supo después que el tiazo acababa de cumplir los treinta años.
Los tres acabaron follando como posesos sobre la arena y las rocas bajo el implacable sol del verano en una pequeña cala apartada. Susana mantenía erguida su figura escultural. Llevaba un bikini de color amarillo limón muy pequeño con tirantes cruzados sobre sus preciosas tetas morenas, mientras la parte inferior, a modo de tanga, dejaba adivinar el oscuro chochito tras la leve tira de tela amarilla. La chica mostraba un espléndido cuerpo moreno igualmente tostado, del color de la canela por efecto del sol, su precioso cabello negro azabache recogido sobre la nuca.
El primero en romper el hielo fue el chico moreno, Sergio. Lentamente, se fue despojando de la parte inferior del traje de goma, quedando a la vista un cuerpazo sublime, marcados y definidos los músculos del macho como por el cincel de un escultor. Llevaba un sarong negro que albergaba un prominente paquete. El chico moreno y curtido por el sol se acercó a Susana; ésta llevó su mano derecha a la entrepierna de Sergio y empezó a sobarle la polla sin desprenderle el sarong. La chica utilizaba su lengua como una ramera, devorándose ambos las bocas enfebrecidos por el deseo. La lengua cálida y palpitante de Sergio le abrillantaba los labios, y con los suyos propios besaba dulcemente el cuello de la chavala. Jorge, sin despojarse del traje de neopreno negro y amarillo, se había agachado y le estaba comiendo el culo.
Ella empezó a gemir. La boca de Sergio no paraba de sobarle el cuello y las manos grandes del joven atrapaban sus prominentes tetas. Jorge, por su parte, alzaba su lengua hasta alcanzar lo más recóndito del trasero de la ninfa, le lubricaba el ano y dejaba regueros de saliva en su interior. Susana se inclinaba más y más, poniendo las nalgas a la altura del rostro del jovencito y descansando sobre el pecho poderoso de Sergio. Este le trabajaba las tetas con exquisita dulzura, lo que provocaba constantes gemidos por parte de Susana, que gozaba cuando Sergio mordisqueaba sus pezones oscuros completamente erectos y lamía con profusión en todo su perímetro las tetas carnosas y abundantes de la hembra; todo ello unido al placer de tener el rostro de Jorge pegado a su trasero y sentir cómo las manos del jovencito acariciaban con delectación las preciosas nalgas morenas de la chavala. Lentamente, Sergio fue deslizando su lengua por el ombligo hasta alcanzar el vientre de Susana y entrar de lleno en el pubis de la chica, besando y chapando su concha caliente y húmeda, que despedía un olor embriagador a hembra joven y fecunda. Susana movía lascivamente su cuerpo, una de las lenguas masculinas entrando en su ano, y la otra recogiendo los fluidos de su coño.
Las manos de los dos muchachos se unieron para masajearle las tetas y las nalgas en un acompañamiento lúbrico, lamiendo y degustando el sabor salado de la piel morena de la muchacha. Susana bajó muy despacio el sarong de Sergio y empezó a manosearle la pollaza morena, que adquirió pronto unas dimensiones muy del agrado de la chica. Entonces, los papeles se trocaron: Jorge se agachó de nuevo, esta vez para comerle el cipote a Sergio, mientras Susana lamía el culo del morenazo. La boca de Jorge albergaba el inmenso pedazo de carne, llenándolo de saliva y dejándolo colorado y henchido como una fruta tropical. Tras dejarle el nabo preparado, Sergio tomó a Susana entre sus recios brazos, la levantó en el aire y, con las piernas de ella enroscándose en torno al trasero de él, empezó a follársela, penetrándole el chocho con la verga destacada, brillante por la saliva de Jorge y por el zumo de la chica que no cesaba de fluir de su almejita.
Ella daba saltos en el aire, moviéndose arriba y abajo, sus nalgas y sus flancos rebotando sobre la espectacular picha de Sergio, el cual la sujetaba con sus músculos en tensión, jadeando como un toro. El cuerpo de Susana se mantenía pegado al del semental, y sus tetas turgentes se balanceaban, rozando con sus grandes pezones el pecho del chico; su abdomen se acercaba al abdomen musculado y marcado de Sergio, y éste descansaba las manos apretadas sobre las nalgas abiertas de la chica, su boca devorando ávidamente los labios, el cuello y la barbilla de Susana. Mezclaban sus salivas con profusión, generosamente, y se mezclaban igualmente el sudor de la hembra follada con el del macho follador en un cóctel explosivo.
El aliento de las dos criaturas se fundía en uno solo a medida que el cuerpo de la chica subía y bajaba en el aire deslizándose sobre la verga lubricada y animal del tiazo moreno. El espectáculo continuó cuando Susana cogió la mano de Jorge y la llevó a su entrepierna, mientras ella acariciaba el paquete del muchacho por encima del elástico traje de neopreno. Recordó inmediatamente lo bien dotado que estaba. Lo desvistió, y la polla rubia de Jorge saltó de pronto del traje sin nada que la cubriera. Susana se quedó un rato contemplando el cuerpo perfecto, escultural, un cuerpo viril de poderosa musculatura, de piernas de vello dorado y fuertes como robles, el cuerpo del jovencito ardoroso de ojos azules, para ser finalmente penetrada por el glorioso rabo adolescente. La manivela del chico le machacaba el chocho sin piedad, entrando y saliendo de él como una taladradora, en tanto que ella mantenía sus piernas elevadas sobre los anchos hombros masculinos, dejando a la luz del sol su espléndida vagina hendida con fuerza por el enorme cipote.
Sergio contemplaba el espectáculo apoyado contra una roca, cascándosela con una mano y manteniendo el otro brazo bajo la nuca, moviendo el cuerpo y subiendo y bajando la mano algo velluda a lo largo del falo enhiesto, mostrando así todo su cuerpo estirado, potente, varonil, sus gruesas y musculadas piernas cubiertas de vello oscuro, descubriendo el destacado mechón de sus axilas, comprimiendo fuertemente los brazos, hombros y abdominales.
La follada terminó cuando Jorge, por segunda vez en su vida, la colocó a cuatro patas sobre la arena de la playa y se la enfundó en el culo. El jovencito asía con fuerza los flancos de ella, acoplándose a las espléndidas nalgas de Susana y martilleando con su grueso cipote el trasero de la chica; con sus hercúleos brazos y con sus manos nervudas atornillando la cintura de la muchacha, hacía palanca con objeto de que el falo la penetrara más profundamente. Jorge la estaba enculando salvajemente, y el goce que ella estaba experimentando no era menos salvaje, ya que se movía frenéticamente al compás de la potente enculada, lanzando alaridos de placer y agitando su hermosa cabellera negra, que ahora le corría suelta por la cara y los hombros. Susana ayudaba al efebo manteniendo los brazos sobre el suelo en posición paralela, sus grandes tetas color canela balanceándose como fruta madura, y alzando el soberbio culo para que el rabo venoso del zagal la perforase hasta las bolas.
El cuerpo lustroso color miel de Jorge la montaba como un vaquero experto cabalgando sobre la grupa caliente de una yegua de pura raza. Después extrajo el cipote del ano de Susana y permaneció de pie ante ella. Susana se levantó, tomó la rubia cabeza entre sus manos y lo besó apasionadamente, todavía temblando de deseo. Al parecer no estaba del todo satisfecha, así que empezó a acariciar dulcemente el cabello mojado del chaval, pasando el pelo color trigo por entre sus dedos largos y finamente formados, depositando con mucha ternura beso tras beso en el rostro del chico y acariciando, mimosa, su barba rubia. Siguió besando y lamiendo el cuello, los pezones, los marcados abdominales del rubio adolescente, aspirando el aroma sensual que emanaba de su cuerpo y cerrando finalmente su boca sobre el codiciado falo del chaval. Ella contemplaba extasiada el cuerpo masculino, acariciaba sus fuertes y aterciopeladas piernas y lamía de arriba abajo su profuso vello dorado, aspirando el fuerte olor a sexo que desprendían las pelotas del chico. Entonces agarró el falo y se lo puso entre las tetas. Susana se agarró los pechos con ambas manos y empezó a masajear la polla al tiempo que, agachando la cabeza, le lamía el capullo con la puntita de la lengua, provocando un creciente cosquilleo en las pelotas de Jorge.
El falo se deslizaba entre las tetas libremente, el cuerpo del muchacho culeando hacia delante y hacia atrás, moviendo rítmicamente las caderas, la pollaza atrapada en la carne ardorosa de la chavala, acercándose y retirándose de su boca, las manos de él moviéndose también con total libertad por el cabello oscuro de la chica, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás, suspirando y gimiendo de placer sentido cada vez con mayor intensidad. Ella era también presa del deseo viendo cómo la enorme verga del muchacho se agitaba entre sus tetas, cómo recorría su carne joven, cómo los enhiestos melones de la chavala recogían y amparaban la pollaza, que se movía acompasadamente bajo su manto protector. Jorge introdujo un dedo en la boca de la chica, quien lo chupaba con ansia, mientras sus tetas no dejaban por un segundo de ordeñar aquel falo poderoso y palpitante, el falo que dejaba una caliente humedad en las soberbias perolas de la hembra.
Finalmente, el ardoroso muchacho lanzó un rugido y su pollaza, que sostenía con una mano, exhibiéndola en todo su poderío como un soberbio pendón de guerra, se agitó violentamente, estallando incontenible en una lluvia de esperma que salpicó el rostro y el pelo de Susana, fluyendo acto seguido del cipote un torrente de espeso y cremoso líquido blanco. Susana, complacida, esparció el abundante semen por sus tetas, hidratando con él sus pezones, como antaño Popea hidratara su piel con leche de burra, mojando sus dedos en el denso líquido y llevándolos a la boca, chupándolos y relamiéndose de gusto.