Hermanos en acción (5)

La experiencia de Javi y su amigo Emilio con la profesora de gimnasia de las chicas.

HERMANOS EN ACCION (V)

Hasta que llegó ese día no paró de darle vueltas a la cabeza. Una vez, a través de un agujero de la pared que se paraba el vestuario de los chicos del de las chicas, ella lo había observado atentamente; lo miraba con detenimiento mientras se duchaba, miraba cómo caía el agua caliente y cómo el vapor se pegaba a su hermoso cuerpo adolescente moreno y casi por completo desarrollado.

A sus quince años, Javier era ya el germen de un poderoso semental, tan físico, tan sexual, ardoroso en su virilidad de niño-hombre. Ella, Natalia, era la profesora de gimnasia de las chicas, tenía treinta y dos años y un cuerpo monumental fruto de años de entrenamiento y de práctica de la disciplina que enseñaba, una rubia de melena y curvas exuberantes. El día que lo observó mientras se duchaba tuvo un delicioso orgasmo fantaseando con la soberbia polla, las exultantes líneas del torso y el codiciado trasero del muchacho. Después intentó muchas veces acercarse a Javier, esperando encontrarlo a solas, pero resultó en vano. Un día, sin embargo, al terminar la clase de gimnasia, Javier se demoró más de la cuenta en la ducha; entonces, cuando todos los demás chicos hubieron abandonado el vestuario, entró sigilosamente y lo vio, recién salido de la ducha, su cuerpazo viril perlado de innumerables gotas de agua, los músculos del pecho y del abdomen profundamente marcados, las piernas musculosas destacadas por una más que incipiente masa de vello negro y el pene colgando como una carnosa manguera, como una flor dormida. Javier estaba completamente desnudo cuando ella lo vio, y se estaba secando la melena negra, lisa y larga, con una toalla blanca. Cuando apartó la toalla de la cara la vio, pero no hizo ademán alguno para cubrirse.

Ella, sin mediar palabra, se arrodilló ante el chico y agarró sus caderas. Javier colocó entonces su cipote a la altura de los labios femeninos y, sujetando con fuerza el rostro de la profesora, lo acercó a su pubis, manteníéndolo pegado al sexo del muchacho. Natalia se llevó el inmenso pedazo de carne a la boca, desflorando con sus labios y su lengua aquel instrumento, que adquiría por momentos todo su grosor natural hasta volverse tieso y desafiante. Estaba mordisqueando el apetitoso pollón cuando sintió otra presencia masculina detrás de ella. Se giró de repente, extrañada, y vio a un muchacho negro precioso, un efebo africano. El chaval, Emilio, era amigo de Javi y tenía también quince años. La profesora ya lo conocía, puesto que ambos chavales estaban en la misma clase del colegio. Emilio sonrió a la profesora, mostrando una dentadura perfecta de dientes inmaculados.

Llevaba chupa negra y pantalón blanco vaqueros muy ajustados al cuerpo. El pantalón blanco ceñido contrastaba deliciosamente con su brillante piel oscura del color de la caoba. Enseguida procedió a desabotonarse la cazadora, y como no llevaba nada debajo de ella, expuso al aire su lustrosa piel almibarada. El físico del negro reveló entonces en todo su esplendor un torso tan impresionante, sobre todo para un chico de su edad, que semejaba un reluciente traje de goma, de lo sobresalientes que eran sus pectorales y los músculos del abdomen. Un leve bozo despuntaba en su rostro, si bien la línea descendente del abdomen, desde la confluencia de los pectorales hasta el ombligo, rebosaban de abundante vello negro.

Natalia asintió, como respondiendo a una íntima cuestión que había quedado por decidir. Abrió la boca y se pasó varias veces la lengua por los labios hasta dejarlos brillantes y colorados por la saliva. Enseguida, aún de rodillas, procedió a desabotonar el ceñido vaquero blanco del muchacho. De la bragueta surgió limpiamente el falo negro, a medias tieso. El chico no llevaba ropa interior, y eso excitó considerablemente el deseo de la profesora. El pantalón cayó al suelo. Emilio lo apartó y, situándose frente a Natalia, hundió sus enormes y poderosas manos negras en el reluciente cabello rubio de la mujer.

Miró un instante a Javier, quien se hallaba de pie cascándose la polla con las dos manos, y le hizo un gesto lascivo con los labios. Aún se mantenía con la chupa vaquera, que, totalmente abierta por delante, le cubría los anchos hombros y la espalda, ciñendo la curva de su cintura. Con una mano el jovencito zulú se meneó la pollaza hasta alcanzar un extraordinario grosor y una longitud de casi veinticinco centímetros. Natalia ya había oído comentarios acerca de las enormes pollas de los negros, pero hasta este momento nunca le había dado demasiada credibilidad.

Ella notó que el cipote del chico exhalaba un fortísimo olor a sexo, a macho en celo, y de repente sintió su chocho empaparse como una esponja. Tomó la palpitante verga entre sus dedos y observó que remataba en un capullo brillante del color de la sangre. Se aferró con fuerza al cipote del negro y se metió el glande de frambuesa en la boca. Le pasó varias veces la lengua por la superficie y sorbió su sabor salado mezclado con su olor denso y acre, caliente, olor a macho salvaje jodedor. Javi, por su parte, le estaba pegando a Natalia unos extensos lametazos en el cuello y la espalda. Con todo ello la hembra empezaba a ponerse fuera de sí y lista para ser empalada, pero antes acabó de preparar al efebo de ébano lamiendo sus muslos potentes y velludos y saboreando sus testículos, gruesos y voluminosos como los de un joven alazán. Entonces se volvió para mamársela nuevamente a Javi, y elevó el trasero para ser enculada. El jovencito acarició con su mano izquierda el chochazo lluvioso de la profesora, y con los fluidos de la hembra untó su propia verga y luego le abrillantó el ano. Natalia lanzó un grito ante la imponente presión del ariete oscuro que pugnaba por empalarla. Ella pensó que, a pesar de sus quince años, era el tiazo con el pepino más sublime que había visto en su vida.

Era un dolor agudo y delicioso que ella esperaba sentir desde hacía mucho tiempo. El pepino del negro la fue horadando, abriéndose camino entre sus glúteos y alojándose en el ano, que estaba dilatado al máximo para acoger semejante arpón. En ese momento ella experimentó un orgasmo salvaje que la llevó hasta el delirio. Javi, entretanto, lamía y besaba el cuello y la boca de Emilio hasta acabar entrelazando su lengua con la del negrazo y hacer suya la dulce saliva del africano. Después se desplazó hasta la vulva de la profesora, devorándola con su carnosa boca, bebiendo la savia femenina que destilaba el gran coño de la hembra, que se deshacía en un goteo imparable. Emilio embestía el culo de la profe, perforándolo una y otra vez, martilleándolo sin piedad a medida que su pepino entraba y salía de él, con la chupa vaquera suelta cubriendo la grupa femenina, los brazos musculosos en tensión como dos mástiles de fina madera labrada, arremangados en la cazadora; las manos enormes y nervudas del negro incontrolables, ora manoseándole y trabajándole las tetas, ora agarrando la melena rubia suelta sobre sus hombros, tirando de la cabeza de la mujer hacia atrás cuando la culeaba con más brío, o bien metiéndole en la boca uno de sus largos dedos como si fuese un polo de chocolate.

La pollaza olorosa de color de ébano partía el culo de la hembra con vigorosas embestidas y le cabalgaba con ímpetu el recto. En un instante el muchacho la tomó por la cintura y la obligó a caminar por el pasillo del vestuario con su soberbia polla clavada en el culo. "Ahora quiero que camines un poco". Ella se desplazaba con lentitud, moviéndose a cuatro patas, el chico impulsando su movimiento con vigorosos y acompasados golpes de pelvis. "Tac, tac". "Más rápido, cerda, te he dicho que te muevas" Y así la obligó a dar la vuelta al vestuario con la pollaza negra dentro de ella, mientras Emilio la embestía cada vez con más furia y la dominaba con sus enérgicos golpes de pelvis, siempre obligándola a moverse más adelante, más adelante.

Al final se detuvieron junto a una de las duchas, la hembra completamente colorada, el pelo rubio revuelto, el cuerpo sudado atenazado por la poderosa musculatura del muchacho, que no había dejado de poseer ni un instante. "Ahora esta cerda está completamente domada, eh?" le dijo a Javier acompañando sus palabras de un gesto obsceno con la lengua. "¿A que sí, zorrita?", y le pegó un largo lametazo por toda la cara. "Hmmmm, síiiiiiii….." Ella sintió que no podía más. No era capaz de seguir aguantando un placer tan intenso y quiso morir allí mismo, empalada en el barrote del muchacho adolescente. Por unos segundos Emilio permaneció acoplado al culo de la profesora, rugiendo su estaca dentro de él con movimientos ondulantes, ahora suave y lascivamente, como bailando una dulce lambada.

Natalia jadeaba y gemía como una pantera herida, bamboleando el culazo agradecido abonado por el falo oscuro y ardiente. Javier, con el pelo largo mojado aún mojado cayendo sobre sus ojos, se había agachado para lamer la picha del efebo, aspirando como un narcótico el inconfundible olor a sexo; y mientras a pocos centímetros de su rostro el pollón del efebo africano entraba y salía del culo de la mujer, oía simultáneamente el suave y cálido chapoteo del cipote en los jugos de la hembra. Tan empapados estaban el coño y el culo de ésta, que se podía oír con toda claridad el sonido incesante del chapoteo cuando el cipote del muchacho se acoplaba y desacoplaba del divino ojete.

Emilio sacó finalmente la verga y la puso en los calientes labios de Javi. Entonces la boca de Natalia se acercó con glotonería a los labios de Javier para así poder ambos alimentarse al mismo tiempo de los fluidos de la verga del negro untada con los propios del coño de la profesora, hasta que Emilio se corrió, estallando incontenible en sus bocas con un rugido de placer y esparciendo por sus rostros espesa y aromática savia africana.