Hermanos de semen (4)

Una pasión y una locura.

Iván cesó un instante la pasión – Tengo que volver – aún con la respiración excitada dije que sí con la cabeza. Salimos, volvimos a la barra y allí me apuntó su número de teléfono. Cogió su peluca, volvió al rincón de donde había salido, dio un beso a su novia y subió a bailar al podium con ella. Un guardia de seguridad protegía que nadie les molestara. Creo que Iván me gustaba o quizá solo fue algo momentáneo, pero entonces la imagen de mi hermano llegó a mi cabeza. No sabía donde estaban mis amigos y me abrumaba la duda de si contarle a Pablo lo ocurrido.

[…]

El domingo me levanté realmente tarde y perezoso. Mis padres y mi hermano ya habían comido y a mi me esperaba un plato en el microondas. Me puse lo primero que vi en el armario y un flash atravesó mi mente. Mierda! Los pantalones de anoche! Fui a la lavadora y aún estaba en el bolsillo el número de teléfono de Iván. Lo guardé mientras dudaba que hacer. Me encontré a mi hermano en el corredor – ¿Qué? ¿Lo pasaste bien anoche? – preguntó sin detenerse – Sí… – respondí sin ninguna ilusión. Fui a la habitación y miré el número repetidas veces, me acordaba del beso, ¿Pero en que pensaba? ¿Qué quería yo? Me sentía raro.

Sin pensarlo más decidí quedar bien y escribirle un mensaje de saludo muy normal a Iván. No había pulsado diez teclas cuando entró mi hermano y se sentó. Un temblor me recorrió con el móvil en las manos y lo paralicé. ¿Pero por qué? ¿Le estaba engañando? – ¿Sabes? Papá y mamá me han liberado a partir de mañana – rió entusiasmado. Yo sonreí mientras terminaba de escribir y mandar el mensaje. Me tumbé en la cama. Mi hermano se puso en el ordenador. Un minuto tardó la respuesta: "hola yo también lo pase bien anoche. a las ocho dejo a mi chica. te apetece quedar?"

Creo que mi respuesta tardó como media hora para terminar afirmativamente, no tenía nada mejor que hacer ¿o sí? pero me apeteció salir. Si estaba con su chica no sé como me escribió tantos mensajes, es más, respondía enseguida, pero nos pasamos tres horas venga el mensaje mientras yo intentaba ponerme guapo. – ¿Vas a salir? – preguntó mi hermano – Sí, mis amigos que aún les dura la borrachera y quieren salir a dar una vuelta. – sonrió gratamente, más de lo que debía.

Me recogió a dos calles de mi casa y después dos besos muy formales me preguntó si prefería cine o feria. – Jajaja, ¿feria? – reímos los dos y decidimos que feria sería más divertido. Había una feria pequeña en una ciudad cercana. Hablábamos un poco de nosotros y mientras yo le miraba conducir embobado. Aunque se le veía diferente sin maquillaje era tal como lo recordaba, me atraía realmente. Ya en la feria no subimos a ninguna atracción, solo continuamos hablando y mezclándonos con la gente. Cuando me dijo que tenía 27 años no me lo creí, parecía de mi edad o como mucho la de mi hermano. Su cara de chiquillo era preciosa. Nos detuvimos a comprar algodón porque le dije que a mi me encantaba desde pequeño. Él no compró pero yo le ofrecí y cuando lo mordió, sus ojos atravesaron los míos de una forma tan abrumadora que creo que el resto de gente fue lo único que impidió que nos besáramos allí mismo.

Volvimos al coche y allí seguimos charlando hasta que bromeé con el color de labios que llevaba la noche anterior, entonces él sacó el pintalabios rosa del coche y se puso a pintárselos. – Me falta la brillantina – dijo sonriendo. Yo me reí muchísimo, pero luego me miró y la risa se convirtió en un silencio cómplice de sus deseos. No dejó de mirarme y acercarse y yo le esperaba impaciente. Sus labios acariciaron lentos mi cuello y yo le dejé abiertamente. Se separó para mirarme de nuevo, creo que quería asegurarse de que yo quería y me acerqué más a él. Sus manos jugaron con mi cabeza y su boca mordió despacio mis labios. Le abracé mientras nos calentábamos con un beso de deseos desatados.

Su espalda tersa era presa de mis caricias que se confundían con su lengua suave y dulce en mi boca y con mis labios húmedos jugando a morder los suyos. Sus manos recorrieron también mi espalda lentamente, pero llegaron a colarse en el hueco trasero de mi pantalón. Yo ya estaba caliente, pero un escalofrío intenso me recorrió y me detuve. Nos separamos unos segundos mientras agitadamente le explicaba que me estaba tratando la zona anal y que era mejor esperar. Antes de terminar de contárselo me hizo callar, dijo que no importaba y me sentí estúpido. Volvimos a besarnos sensualmente pero esta vez sus manos se dirigieron a mi cinturón.

Sus labios bajaron lentamente por mi cuello, ladeé la cabeza y cerré los ojos mientras sentí su mano cálida extraer mi casi erección fuera de los bóxer. Sus movimientos manuales y lentos la hicieron crecer un poco más sin dejar de besarme el cuello. Y su boca no tardó en atrapar mi erección. Su manó siguió adentrándose aprisionando mis testículos. Me sobresalté mínimamente y sus labios ya no cesaban recorriendo mi pene absolutamente erecto y deseoso. Le acaricié sus cabellos mientras seguía succionando con fuerza. Su boca cálida y suave se desplazaba rápida salivando mi pene apunto de explotar y ayudándose con su mano. – Puedes correrte en mi boca si quieres – dijo separándose unos segundos y acercándose a mi boca de nuevo – ¿No te importa no? – preguntó.

Negué con la cabeza y entonces me besó. Su mano no dejaba de masturbarme y el morbo de aquel beso loco hizo que casi me corriera. Aparté su mano para que eso no ocurriera pero entonces su boca volvió a mi pene enrojecido. Esta vez fue tan rápido que me dejé llevar. Nunca me había corrido en la boca de nadie, ni de una chica. Chorros de semen infinito es lo que sentí liberarse en medio de una suavidad húmeda jamás descrita. Creo que incluso moví el culo del asiento casi follándole la boca mientras me corría. Aquella experiencia me marcó profundamente y quería hacerle a él igual de feliz si había una próxima vez. Se hacía tarde y no quedamos en nada concreto. Quizá le llamaría yo de nuevo si no lo hacía él.

Cuando llegué a casa ya estaban cenando y me senté a cenar también. – Vaya días llevas que no paras de salir – dijo mi madre. Entonces me sorprendí – Sí, se ve que tiene muchos amigos – dijo mi hermano. Le miré preocupado pero él a mi no. En toda la noche Pablo no me dijo nada. Mierda! Le pasaba algo y esperaba que no fuera que sabía algo, no podía ser. Ya cuando nos acostamos intenté decirle algo pero tenía la sensación de que me ignoraba hasta que dijo – Ah! Por cierto, te has dejado el móvil y llamaron tus amigos a casa preguntando donde estabas – me quedé tan blanco que hubiera podido brillar en la oscuridad. Encendí la luz de la mesilla y cogí mi móvil – Tranquilo que no lo he mirado – dijo algo reacio. Le creí, pero me preocupé. – ¿Estás enfadado? – vaya pregunta se me había ocurrido. Pablo no respondió.

La siguiente semana transcurría tensa entre mi hermano y yo, ya que él no estaba por la labor de hablarme y yo no sabía como comportarme. El lunes por la tarde llegó a casa con un amigo que yo no conocía y me hizo salir de la habitación. Aquello me enfureció porque estaba seguro de que lo había hecho a propósito. Y había conseguido lo que quería. El martes se repitió la escena y me sentí herido y rabioso. El miércoles no esperé que sucediera y salí a dar una vuelta solo, así que decidí pasar por el médico. Había mucha gente pero me revisó de una forma rápida y desinteresada que no me gustó y cuando terminó dijo – Hay mucha gente hoy, no te cobraré la visita ¿Qué te parece si vienes sobre las ocho que cierro la consulta y exploro eso mejor? – aquel atrevimiento, aunque quizá lo deseara, me asustó un poco, pero era la forma perfecta además de molestar un poco a Pablo. Accedí tímidamente a la oferta del doctor. No paré de vagar hasta las ocho que volví a la consulta. Ya no había nadie. Me asomé a la puerta y el doctor estaba recogiendo.

– ¿No me toca doctor? – dije bromeando

– Sí, ponte ahí – sonrió elegantemente.

–¿Me acuesto en la camilla esta? – pregunté esperando un sí

– No es necesario, simplemente bájate los pantalones y apóyate – y así lo hice

Me sentí entre estúpido y excitado con los pantalones y los bóxer por las rodillas, de pie frente a una camilla y reclinado sobre ella. El doctor cerró la ventana y la puerta de la consulta. Volvió, y entonces sus manos grandes se posaron en mis nalgas y pude percibir que eran frías y no llevaba guantes de látex. Me masajeó suavemente las nalgas abriéndolas, entonces se acercó y sentí su fino pantalón abultado pegado a mi trasero. Durante unos segundos no se movió y yo tampoco, aunque creo que esperaba algún reacción de mi. Eso le dio paso a estirar sus manos que se desplazaban por el interior de mi camiseta. Me incorporé con mi espalda en su pecho y sus manos alcanzando mis pezones en el interior.

Mi cabeza se fue sola hacia atrás y una de sus manos se deslizó hasta su bragueta, sacando un enorme trozo de carne caliente que se pegó a mi culo. Me pellizco un pezón con su mano interior y la otra acariciaba mis genitales que se excitaban por momentos. Un movimiento de vaivén continuo me excitaba sintiendo aquel pollón creciendo detrás mío. El doctor de cabellos abundantes y grises olía mi cuello mientras no dejábamos de movernos, entonces me reclinó de nuevo sobre la camilla, bajó más mis pantalones y mis bóxer y jugó con su polla entre mis nalgas. Yo abría las piernas sintiendo que aquello era grande para mi.

De repente salieron un preservativo y un tubo de crema. Esos segundos se me hicieron eternos pensando como lo sentiría, entonces una crema fría y muy líquida recorrió mi entrada anal con la ayuda de sus dedos. Sentí la goma del condón posarse sobre la misma entrada y empujar lentamente. No sabía si estaba entrando hasta que mi ano nervioso volvió atrás la punta de aquel pollón. Me relajé, respirando fuerte y entraba de nuevo, esta vez con más fuerza. Gemí levemente, pero mi culo estaba siendo invadido lentamente. El doctor apretaba las nalgas con fuerza hasta que sentí que mi culo tocaba al final sus muslos, su vientre. Me había llenado y cuando empezó a moverse hacia atrás sentí lo grande que era.

Estaba caliente, empecé a masturbarme yo mientras sus manazas me sujetaban y los movimientos se volvían más ligeros. Dios! Como entraba y salía de mi trasero algo tan enorme! Ahora toda su polla se deslizaba fácilmente. Entonces sus manos bajaron hasta mis genitales apretándolos con morbo y yo me cogí fuerte a la camilla. Sus penetraciones se volvían intensas y el ritmo era tan adecuado que quería que no terminara nunca. Mi pene no estaba completamente duro, pero su manaza hizo que me corriera allí hacia el suelo sin poder verlo, mientras él doctor detenía su polla dentro de mi. Mis contracciones casi le echaron fuera pero cuando terminé de correrme siguió con los movimientos. Esta vez eran más bruscos y él respiraba cansado. Me sentí en una nube. El doctor me agarró fuerte y en varias embestidas casi me levantó. Sentía que estaba a punto de correrse y cuando salieron de su boca esas palabras actué por mi cuenta. Me desenvainé de aquel pollón que apenas había visto y me di la vuelta. Era grande de verdad. Me metí la mitad en la boca y sin moverme, masturbé el resto con la mano sobre el condón. No tardó en volverse un condón caliente y elástico en mi boca. El doctor ahogó un par de gemidos y yo me prometí a mi mismo que aquello solo había sido una locura pasajera.