Hermanos de leche (2)

Otra paja entre hermanos lleva a Sergio a demostrar su flexibilidad y a Hugo terminándole el trabajo y prestándole su culo.

Había pasado una semana desde que mi hermano y yo nos pajeamos juntos, y el uno al otro, en la ducha. Una semana desde que descargamos toda nuestra leche sobre el otro, una semana que llevaba yo masturbándome y corriéndome como loco cada día pensando sólo en eso, y todavía no habíamos tenido oportunidad de repetirlo.

Él estaba muy ocupado con los exámenes, y, además, nuestros padres habían estado teletrabajando. Pero esa tarde por fin íbamos a tener la casa sola, y estuve preparándolo todo.

Para empezar, llevé la televisión a mi cuarto. Todos sabemos que el porno, cuanto más grande se vea, mejor. Conecté internet a la tele para que pudiéramos entrar en nuestras páginas favoritas, y dejé preparados varios videos que había visto los últimos días y que sabía por experiencia propia que nos dejarían los rabos como rocas.

En ninguno aparecía una mujer.

Sólo hombres. Sólo porno gay.

Dejé la puerta abierta y subí el volumen lo suficiente como para que mi hermano dejase su tarea y se acercase a mirar; sabía que lo estaba deseando, que me estaba deseando, a mi, a mis manos y mi polla. Y pillarme con las manos en la masa, o más bien en mi rabo, como la última vez, le pondría durísimo seguro.

El primer video era la hostia. Trataba de dos hermanos -si, empezábamos fuerte, incesto y encima gay- que, para saber quién era el más fuerte de los dos, se ponían a comparar sus bíceps, una cosa llevaba a la otra y acababan comparando también sus pollas, y como bien sabía yo, masturbándose.

Me recordaba tanto al otro día, a nosotros, a mi hermano y a mi, creo que es eso lo que más duro me ponía el rabo.

Me desvestí mientras el video avanzaba, con mi verga semi erecta esperando por Sergio. Para cuando mi hermano se asomó por la puerta yo ya estaba sentado en mi sofá, completamente desnudo, y los dos hermanos empezaban a tocar la polla del otro.

Esperó unos treinta segundos sin hablar, y no dijo nada mientras se sentaba a mi lado, casi pegado a mi, mirando todo el rato a mi polla. La fina tela de sus calzoncillos me dejaron ver que él también empezaba a ponerse cachondo.

—¿Contexto?

—Hermanos.

Sonrió como un demente, y con una mano apretó su erección… y no tardó en sacarla.

—¡Joder!

Ver su polla erecta siete días después de haberla masturbado con mis propias manos y haberla frotado contra la mía, hizo que me recorriese un escalofrío por todo mi cuerpo y que mi miembro doblase su tamaño. Era tan grande… Tan apetitosa…

Sólo pensaba en hacer que mi hermano se volviese a correr delante mío, o más bien, encima de mí. Quería volver a sentir su semen caliente en mis manos y mi cuerpo, y quizá también en mi lengua…

Empezamos a pajearnos con lentitud, a la par que los hermanos del vídeo, saboreando el momento. No podía despegar la mirada del rabo de mi hermano mayor, y él tampoco del mío. Nos lo frotábamos al unísono, arriba y abajo, y no sé qué estaría imaginándose él, pero yo sólo tenía en mente el tacto de su mano en mi polla, su calidez; la manera en la que su pene se restregaba y temblaba contra el mío, su corrida, la mía, el sabor salado de su leche.

NECESITABA la polla de mi hermano, como se necesita aire para respirar.

Llevé la otra mano a mi polla y moví la que estaba usando para pajearme hacia el interior del muslo de Sergio, a centímetros de sus huevos. Él me imitó y no tardé en notar sus dedos sobre mí, pero él fue más directo que yo y rodeó mi miembro con ellos.

Empezó, como el otro día, a pajearme, pero esta vez lo hicimos a la vez, yo a él y él a mí. El placer que sentía al notar mi polla volviendo a ser rodeada y acariciada por mi hermano era inexplicable. Su polla también latía y temblaba bajo mi agarre, su glande ya humedecido.

—Dios, Hugo… Qué bien me lo haces…

Podría correrme en ese mismo momento de lo cachondo que me ponía masturbar a mi hermano y ser masturbado por él. Pero preferí aguantar, porque sabía que lo mejor estaba a punto de venir. Él también notó un cambio de ambiente en el video y por fin subió la mirada para verlo, en el momento en el que el hermano pequeño se agachaba delante del mayor y abría la boca para tragarse su polla.

Aceleré un poco la paja e imaginé que era yo quien estaba comiéndose el rabo de su hermano. Las ganas de envolver su largo miembro con mi boca estaban matándome, pero no sabía cómo se sentiría Sergio sobre eso. Una cosa es una paja con y para tu hermano, pero, ¿chupársela? ¿Me dejaría? Estaba casi seguro de que sí, pero por si acaso quise preparar el terreno primero.

—¿Alguna vez has hecho una mamada?

Era obvio que él había sido receptor de muchas mamadas, yo también, joder, aunque siempre por parte de mujeres; no sé ni por qué le hice esa pregunta, porque aunque sí que es verdad que el otro día no había tardado en lanzarse sobre mi polla a pesar de ser un hombre, además de su hermano, en ningún momento me esperé su respuesta.

—Claro, me las hago todo el tiempo.

Tardé un poco en procesarlo.

—¿Cómo? —¿Había dicho que se las hacía? ¿Él? ¿A sí mismo?

—¿Nunca has fantaseado con chuparte tu propia polla, hermanito? ¿No lo has probado? —Negué, aunque la imagen que ocupó mi mente en ese momento me puso incluso más duro de lo que ya estaba—. Déjame que te enseñe el placer de la autofelación.

No me lo creía cuando vi a mi hermano prepararse, echarse un poco para delante en el sofá y estirar sus piernas hacia arriba, cual contorsionista. Se removió un poco para colocarse en una buena posición, y el momento en el que agachó la cabeza y la punta de su lengua rozó su glande… ése fue el momento en el que por primera vez en esa tarde San Pedro me daría la bienvenida a las puertas del cielo.

Observé maravillado cómo mi hermano mayor se trincaba su propio rabo y noté cómo el mío latía y goteaba con précum ante aquella visión. No se limitaba a la punta de su polla, sino que debido a la largura de su miembro erecto y su flexibilidad, conseguía bajar hasta casi más de la mitad.

Me olvidé del vídeo y Sergio se convirtió completamente en mi material para la paja; guardaría esa imagen toda mi vida, incluso si me casaba y tenía hijos, ellos nunca sabrían lo mucho que me ponía su tío. Lo mucho que me ponía ver como con el paso del tiempo su cara iba enrojeciendo y su respiración se dificultaba por la presencia de su nabo en su boca.

No me podía ni imaginar cómo se sentía darse placer a uno mismo de esa manera, comer polla y que encima sea la tuya propia, dar y recibir una mamada simultáneamente, que puta pasada… Quisiera verle correrse sobre su propia lengua, que eyaculase en ese momento con su tranca metida en su boca y se tragase toda su leche, pero me vi superado por un instinto animal que me llamaba a que fuesen mis labios los que rodeasen ese pene macizo, así que así lo hice.

Bajé del sofá, me agaché frente a Sergio y recorrí con mi lengua el largo de su polla hasta encontrarme con sus labios en la punta. Él se sacó la polla de la boca y se apartó, creo que quiso decir algo, pero no lo dejé porque en ese momento abrí por completo mi boca y descendí sobre su tronco hasta que mi nariz rozó su abdomen bajo y su glande mi campanilla.

—¡AAHH! Cabrón… Trágatela toda…

Subí y bajé la cabeza, tomando la cálida y firme polla de mi hermano en mi boca en lo que era mi primera mamada. Saboreé toda su extensión como si fuese una deliciosa piruleta, recorriendo las protuberancias de sus venas con la con la lengua para acabar girándola sobre su glande como una peonza. Me centré en estimular y succionar el capullo mientras que masajeaba sus huevos, lo que parecía gustarle mucho.

—Hermanito… Qué ganas tenía de… A-Ah… follarte es..a… boquit… ¡Aaahh!

De repente noté el agarre de Sergio en mi pelo y tomó el control de mis movimientos. Empezó a empujar mi cabeza hacia abajo y alzar sus caderas con una fuerza titánica y salvaje que casi me deja sin aire. Su polla empujaba dentro de mi boca sin ningún tipo de piedad, la punta chocando sin descanso contra el principio de mi garganta causándome arcadas y haciendo que me llorasen los ojos.

—¡Asfghhghsgsff!

En ese momento supe lo que otras chicas sintieron cuando yo les empotraba la boca con mi rabo.

Pero me gustaba.

Estaba tan centrado en la sensación que me provocaba tener el rabo de mi hermano atrancado en mi boca que su corrida vino casi sin aviso. Me agarró del pelo con más fuerza y su primer lechazo bajó directamente por mi garganta, sin poder ni siquiera degustarlo. Lo permití, pero luego levanté un poco la cabeza y, acordándome de aquel primer video que vi la semana anterior, intenté almacenar en mis carrillos los chorros de semen que iba disparando dentro de mí.

Me despegué de su polla con un «pop!» y escalé sobre el regazo de Sergio para escupirle su propia leche en la boca. Quedamos conectados por un grueso y viscoso hilo de lefa, pero no era suficiente para mí. Y para mi hermano, tampoco.

Nos abalanzamos contra la boca del otro y nos morreamos como si no hubiese un mañana. Nuestros labios y lenguas resbalaban contra la otra, era uno de los besos más salvajes, guarros y deliciosos que había dado jamás, nuestra saliva y toda la espesa y tibia leche de Sergio viajando por nuestras bocas y resbalando barbilla abajo.

Me sentía en el quinto cielo, de nuevo. Estaba sentado a horcajadas sobre mi hermano, comiéndole la boca, con mi polla durísima aplastada contra su abdomen, notando su rabo debajo mío, y… Y con sus dedos subiendo hacia mi rajita.

—Aa-ahh —gemí en el beso.

Con sus dedos manchados de su semen que, sin darme cuenta, había recogido de nuestros labios, empezó a apretar dos de sus dedos en mi ano y a masajearlo en círculos. Jadeé en medio del beso y noté mi pene temblar por el placer que los dedos de mi hermano estaban haciéndome sentir. Era la primera vez que alguien manoseaba mi ano y me encantaba.

Tantas primeras veces con mi hermano…

—¡AAH! ¡Sergio!

Uno de sus resbalosos dedos se introdujo en mi orificio anal y pronto le siguió un segundo. Sentir los dedos de mi hermano mayor ser apretados por mi ano era una sensación increíble, podría correrme encima en ese mismo momento. Estuvo un rato moviendo sus dedos lentamente dentro de mí, acariciando los tejidos de mi recto y haciéndome gemir como una puta barata.

—Déjame que te folle.

—Aa-ah… ¿Q-qué…? Mmhm…

—Déjame reventarte el culo.

Casi ni me di cuenta de lo que me estaba diciendo, estaba tan nublado por el placer, tan cerca de correrme, que simplemente acepté. Entonces, como si fuese un muñeco de trapo, Sergio me levantó de encima suyo, se apartó un poco y me tiró al sofá boca abajo. Mi cuerpo respondió automáticamente y, aunque nunca antes lo había hecho, me agarré al respaldo del sofá y doblé la espalda, ofreciéndole mi culo en pompa a mi hermano.

Qué puto morbo, joder.

Pensé que me iba a penetrar directamente, pero en su lugar Sergio se agachó, hundió su cara en mi ojete y comenzó a besarme y chuparme, incluso escupirme. Volvió a meterme un dedo y lo acompañó de su lengua, con su punta lamiendo desde los huevos hasta la rugosa superficie de mi ano para luego sustituir a su dedo e introducirla en mi orificio.

Las sensaciones de sus labios succionando, su lengua metida hasta el fondo y su barba pinchándome la zona exterior, me llevaron al límite de una manera brutal, sin necesidad de su polla.

—M-me corro… Sergio… M-me… ¡AAH!

Sergio se colocó de rodillas detrás de mí y con una mano agarró mi polla, de la que el semen estaba a punto de salir. Apretó en mi base, llevó mi rabo hacia atrás, supongo que apuntando al suyo, y lo sacudió un poco.

Descargué una, dos, tres, perdí la cuenta de veces, con ayuda de la mano de Sergio, cada trallazo de semen acompañado de gemidos y temblores por mi parte. Nunca me había sentido tan perra, estaba agotado. Casi me dejé caer en el sofá, con mis huevos y mi polla satisfechos después de alcanzar ese tan esperado orgasmo, pero mi hermano tenía otros planes.

Con su tranca bien lubricada por mi propia leche, me abrió las nalgas con las manos y, sin aviso ni compasión, me atravesó.

—¡AAAAHHH!

La polla de mi hermano mayor resbalaba con facilidad en mi interior gracias a la mezcla de mis recientes fluidos con  su anterior corrida, a pesar de que era la primera vez que me daban por culo, estaba dilatado y listo para su polla. Un par de lágrimas salieron de mis ojos por el crudo dolor que sentía al ser empalado, pero por otra parte…

Por otra parte, sentía un placer de locos al ser follado por mi hermano. Un placer indescriptible.

Sergio se agarró de mis caderas y sin dejar que mi ano se acostumbrase a su tamaño, empezó a empujar su polla cada vez más adentro, con fuerza, con rabia, abriéndome el culo sin piedad y sin cuidado, con ese rabazo que tenía, una monstruosidad que se sentía aún más grande en mi interior. Yo por mi parte, a pesar de haberme corrido justo antes sentía como que podría volver a eyacular en ese mismo momento, mi anterior orgasmo tan reciente que a lo mejor es que no había sido completado.

Minuto a minuto, entre embestida y embestida, no faltaban las guarradas que soltaba mi hermano mayor por la boca.

—Menudo culito… Tan estrecho… Tan rico…

—Mírate… Eres una perra… Eres mi perra…

—Tu culo es mío…

—Nadie te follará nunca como yo, hermanito…

De repente salió de mí, dejándome vacío, pero me dio la vuelta y pronto volvió a rellenarme con su polla. Agarró una de mis piernas y la puso sobre sus hombros, mirándome a la cara mientras lo hacía, mientras me sodomizaba, a mí, a su hermanito pequeño.

—¡D-D-DIOSS, SERG-GIO!

En ese ángulo sentía el rabo de mi hermano en lo más profundo. Me embestía con una velocidad y ritmo tremendos, tanto que parecía un puto taladro, su pene taladrando mi ano, sus huevos chocando contra mis glúteos, su glande rozando mi próstata convirtiéndome en todo gemidos y chillidos.

Tuve que agarrarme al sofá por la fuerza que mi hermano ejercía con sus embistes, y la otra mano la dirigí hacia mi pobre polla, de nuevo dura como el acero, que con tanta corrida seguida iba a acabar marchita.

Debía de ser una imagen majestuosa, el hermano mayor rompiéndole el culo al pequeño, que mientras se pajea y chilla como un cerdo en el matadero. En realidad éramos los dos quienes gemíamos, tan alto y tan descontroladamente que no oíamos el vídeo de fondo, y me extrañaba que no hubiese bajado ningún vecino a pedir que nos callásemos.

Sinceramente, esperaba que estuviesen disfrutando del espectáculo que les estábamos dando. Porque no iba a quedar en sólo una tarde, eso seguro.

—¿Te gusta, Huguito? ¿Te gusta que te dé por culo?

—¡SÍ! ¡SÍ! —exclamé, llorando del placer, o del dolor, ya no lo sé.

Debió de ver en mi cara que era por placer, porque aceleró sus movimientos y me folló más duro todavía, haciéndome sentir todos sus centímetros de carne en mi interior. Yo también decidí participar y agarré a Sergio de las nalgas para empujarlo hacia mí y que su tranca se encajase todavía más profundo en mí.

Sabía que mi hermano estaba a punto de correrse, ya conocía bien las señales, así que entre gemido y gemido hice un esfuerzo por hablar.

—Corre…¡AHH!... Córrete... d-dentro…

—¿Quieres mi leche, hermanito? Pues toma mi leche, tómala toda… ¡¡DIOSSS!! ¡AA-AH!

Con embestidas temblorosas y torpes, sentí en mis entrañas los espasmos del rabo de mi hermano y pronto su leche inundó mi ano. Chorros y chorros de semen calentito y tan abundante que resbalaba hacia abajo por su polla y mis muslos. Y aunque los trallazos terminaron, mi hermano no paró. Porque era mi turno de soltar leche.

Entre los rápidos movimientos de sube y baja de mi mano en mi polla, y que a pesar de su propio orgasmo Sergio se esforzó en no parar de perforarme el culo con su tranca, no tardé más de quince segundos en estallar yo también.

Mi corrida no fue tan cuantiosa como la de mi hermano, desde luego, pero fue lo suficiente como para salpicarnos a los dos de mi lefa. Cuando terminé de descargarme, y sin sacar su verga de mi culo todavía, Sergio se dejó caer sobre mí, exhausto como yo.

—Gracias… —Murmuró, juntando sus labios con los míos en un beso superficial—. Gracias…  Por dejarme tu boca… Tu culo… Por todo…

Lo próximo lo dije con total seguridad.

—Me tienes para cuando quieras, bro. Mi boca, mi polla, mi culo. Son tuyos.

Sonrió en mi boca y volvió a besarme, esta vez con lengua incluida.

—Los míos también, hermanito. Los míos también.