Hermanos de leche (1)

Hugo sólo quería pajearse tranquilo, pero su hermano mayor insistió en unirse

Había empezado a masturbarme conscientemente con nueve años. Mi hermano y sus amigos tuvieron mucho que ver en mi pronta entrada al mundo de la autosatisfacción. Sergio era casi cuatro años mayor que yo, y ya a esas alturas, no paraba de hablar del tema con sus colegas: que si quién se había hecho más pajas en un día, que si qué actriz porno tenía las tetas más grandes y les gustaba más…

Obviamente, no tardó en picarme la curiosidad. Quise saber de qué hablaban, y enseguida le cogí el gusto. Cuando me salió semen por primera vez ni siquiera me asusté, porque había escuchado a mi hermano hablar de ello antes. Los dos nos habíamos desarrollado bastante y bastante pronto, venía de familia, supongo, y él era una especie de mentor. Mi guía en el mundo de las pajas y el sexo. Llegó un momento en que hablábamos abiertamente del tema, nos pasábamos los links de nuestros vídeos favoritos, nos dábamos trucos (más él a mí), incluso compartíamos las anécdotas de nuestras pajas más memorables de cuando en cuando.

Sin embargo, había un límite obvio entre los dos que nunca habíamos cruzado. Nunca le habíamos visto la polla al otro, y por mucho que habláramos de ello, jamás habíamos visto cómo se masturbaba el otro, ni se nos pasó por la cabeza hacerlo juntos, a mí, al menos.

Hasta ese día.

Yo normalmente prefería pajearme en la ducha, ya que el rastro de semen se limpiaba fácilmente de las paredes. Así no arruinaba mis calzoncillos y sábanas y me libraba de las broncas de nuestra pobre madre, que estaba harta de poner lavadoras. Aunque a Sergio no parecía importarle, y seguía corriéndose donde le viniera en gana, como no tardaría en comprobar de primera mano… literalmente.

A lo que iba. Siempre procuraba seguir un ritual antes de la ducha, es decir, antes del momento de la paja. Me daba igual haber llegado del gimnasio y estar todo sudado, me daba igual tener prisa, me daba igual que mis padres o mi hermano estuvieran merodeando por la casa. Conectaba los cascos, me sentaba en la cama y me ponía un video que me pusiera a tono. Una vez conseguida una erección como una casa, corría hasta el baño, con el nudo de la toalla apretado en la zona para disimular mi pene erecto, y procedía a descargarme bajo el agua, no sin antes haber cerrado con pestillo.

Ese fue precisamente el paso que, después de tanto tiempo, después de tantas y tantas pajas, tantas y tantas corridas, se me olvidó ese día. Pero no lo lamento.

Ese día, sólo mi hermano y yo estábamos en casa. Él, como cualquier otro universitario, estaba en el salón concentrado en estudiar, así que aproveché para deleitarme más de lo normal. Me senté al borde de mi cama, enchufé los auriculares y me metí en un link de una página de twitter que me había mandado mi hermano el día anterior… Sin saber que su contenido era puramente homosexual.

Nunca antes había visto porno gay y hasta el mismo momento en el que entré al perfil no supe que eso era lo que iba a ver. Pero ya tenía la polla fuera, lista para la acción, y, además, llevaba una semana sin descargar mis huevos, lo cual era un hito para un masturbador precoz como lo era yo, así que decidí tirar para adelante. No le iba a hacer ascos a nada.

Por lo que podía ver, los vídeos no eran muy largos, dos minutos como máximo, y empezaban en el momento clave. Solía gustarme que hubiera una historia previa, pero serviría igualmente, me dije. Reproduje el primero. En él, uno de los hombres empezaba a correrse, mientras que el otro recogía con su lengua los chorretones que iban saliendo como si fuese un gato bebiendo leche. Para mi deleite, el que estaba haciendo la mamada subió a la boca del otro y comenzó a verter el semen que había lamido en su propia boca, para luego besarse con lujuria.

Con una mano en la polla, noté como ésta se me iba endureciendo con una rapidez asombrosa. Yo mismo adoraba que me chupasen el rabo, y reconocía aquella mamada como una de las que te hace ver las estrellas. Quizá fuera también la novedad de ver a dos hombres juntos. O el hecho de que la leche expulsada volviese a la boca de su dueño a través de un morreo. Eso me puso muy cachondo, y me sorprendí fantaseando con ello.

Por suerte para mí, pronto viviría la experiencia.

Después de reproducirlo otro par de veces, pulsé el siguiente, ansioso por ver más. La cámara grababa desde abajo cómo un hombre ensartaba el culo de otro con su pene, tan grande que me excitó incluso a mí. Los gemidos de los dos hombres eran música para mis oídos y para mi polla, cada vez más contenta. Ver como el semen resbalaba fuera del ano y caía sobre la cámara a goterazos, hizo que las primeras gotas de précum resbalasen por mi glande, a lo largo de mi tronco.

¿Tan pronto? Joder, Sergio tenía razón: no me iba a arrepentir de ver esa página. Menudo descubrimiento.

Me esforcé por ver un último vídeo, y digo que me esforcé porque tuve que mantener las manos quietas y no tocarme, si quería llegar a la ducha. A duras penas llegué a ver a un negro correrse en las nalgas de otro negro, para luego introducirse en él. El contraste entre lo oscuro de sus pieles y lo blanco de su leche terminó por volverme loco, y, con el ansia recorriéndome vivo, corrí hacia el baño.

Estaba tan nublado por el placer, tan centrado en mi tarea de dar luz verde a una corrida que prometía ser espectacular, que, como he adelantado, se me olvidó cerrar el pestillo.

Ni siquiera me molesté en cerrar la mampara de la ducha. Me metí tal cual, encendí el agua y, por fin, me permití tocarme la polla.

Rodeé todo mi ancho con el puño, soltando un suspiro de alivio cuando lo hice. Estaba durísimo, y pensé erróneamente, mientras acariciaba mi miembro, que no duraría mucho. Así que intenté hacerlo memorable.

No sabía que resultaría serlo tanto.

Sin parar el movimiento de mi mano izquierda, pues mi hermano solía decir que masturbarse con ella daba la sensación de que otra persona te hacía la paja, y era más placentero, decidí seguir otro de sus consejos y vertí un poco de gel de ducha sobre mi polla.

Con ambas manos, mezclé el gel con el líquido preseminal que resbalaba por mi miembro y lo esparcí todo, desde la punta hasta los huevos. Mi mano derecha se quedó abajo masajeándolos mientras que la otra la movía arriba y abajo, abajo y arriba por toda mi polla, con lo frío y espumoso del gel que la rodeaba volviéndome loco perdido.

En ese momento mis pensamientos se dirigieron hacia mi hermano, llenos de agradecimiento por tan buenos consejos, por decirme de usar la mano izquierda, por hablarme de las pajas al gel, y, sobre todo, por haberme mandado aquel link.

Mi mente intentó entonces rememorar esos videos. Intenté imaginar que debajo de mí había un hombre dispuesto a recoger mi lefa, intenté visualizar mi paja desde la perspectiva del suelo, incluso, mientras empujaba la pelvis hacia delante, no era un coño lo que estaba empotrando en mi mente, sino un culo. Un redondo y varonil culo moreno que contrastaba deliciosamente con mi blanca leche, como en el video.

Pero todo el rato, mi subconsciente volvía a Sergio. A mi hermano.

Pensé si acaso él también habría visto los mismos videos que yo. Me lo imaginé haciéndolo… ¿habría reaccionado como yo? ¿Se habría puesto igual de cachondo que yo? ¿Se habría masturbado como yo ahora, fantaseando con esos videos y con lo que pasaba en ellos?

Según fue avanzando mi paja y cuanto más me acercaba al final, al momento de correrme, mi mente viajó a un lugar más oscuro. Estaba tan excitado que la imagen de mi hermano masturbándose llenó mi cabeza. Nunca antes le había visto. ¿Tendría el rabo igual de grande que yo, o más? ¿Se le pondría tan duro como a mí? ¿Cómo serían sus corridas, escasas o abundantes? ¿Sería su semen espeso y blanquecino como el mío?

Poco sabía, que estaba a punto de descubrirlo.

—Joder Huguito… Menuda polla que te gastas, cabrón.

—¡Hostia! ¡Sergio!

Paré la paja al instante y separé las manos de mi miembro, asustado por la repentina interrupción de mi hermano mayor. Aunque mi polla se lamentó por haber cortado el placer tan de golpe, aparte del susto, no me sentía realmente molesto o enfadado…

Avergonzado era quizá la palabra. O intimidado, más bien. Nunca antes mi hermano me había visto desnudo, no al menos desde que nos desarrollamos, y mucho menos masturbándome. ¿Qué pensaría de mí? ¿Se estaría preguntando lo mismo que yo unos segundos antes? Si no había oído mal, acababa de alabar mi polla…

De repente, la opinión de mi hermano era la única que importaba.

­­—No, tío, no pares por mí. Parecía una muy buena paja.

—Eh… yo…

No sabía qué decir. Mientras que sus ojos no se despegaban de mi polla, mi mirada hizo igual y bajó al bulto que se adivinaba en su entrepierna; los calzoncillos grises no hacían un gran trabajo escondiendo su erección, ni disimulando el tamaño y forma de su miembro. Pude ver el glande asomar un poco por el borde de la ropa interior, y aquello me noqueó.

¿Cuánto tiempo llevaría mirando para haberse puesto así de duro? ¿Estaría… espiándome?

Dio un paso hacia la ducha, con la mano palpando todo su largo por sobre los gayumbos. En ese momento, fui consciente de cómo mi polla no había bajado un solo centímetro en todo ese tiempo, a pesar de que se me hubiera cortado un poco el rollo; de hecho, no había hecho sino empalmarme más todavía. ¿Qué cojones?

Entonces, mi hermano habló. Y nuestra relación fraternal nunca volvería a ser la misma.

—Pues me has dado envidia, enano. Hazme sitio.

—¿Eh? —¿Había entendido bien?

—Que me hagas un hueco, Hugo. Que estoy hasta la polla de química y que estoy muy cachondo ahora mismo, ¿vale?

A día de hoy, no sé todavía qué me empujó a obedecerle, pero me aparté un poco y le hice sitio en el plató de ducha. Para cuando entró ya estaba completamente desnudo, como yo, y pude aclarar todas mis dudas.

Su polla, tiesa como una tabla, era ligeramente más grande que la mía, más larga, si bien la mía era más gruesa. La base estaba rodeada por una mata de vello rizado, y, como yo, un par de venas la recorrían hasta la punta, redonda y rosadita, que brillaba con la humedad de su excitación.

Se la agarró también con la mano izquierda, por primera vez levantó los ojos para mirarme fijamente, y sonrió.

—¿Qué? ¿Te gusta lo que ves?

A duras penas aparté la vista de su pene y le miré de vuelta, aunque no contesté. Él se apoyó en la mampara, justo enfrente de mí y a no muchos centímetros de distancia

—No tengas vergüenza, Hugo, hombre, anda que no nos hemos contado nuestras pajas…

Su mano se movió sobre su miembro, y entonces articulé palabra por primera vez desde que entró.

—Pero esto no… no es lo mismo.

—Venga tío, es sólo una paja. Y no me digas que no te apetece —miró hacia abajo, hacia mi polla erguida, y sonrió—, porque sigues durísimo, chaval.

Razón no le faltaba, y me entró la duda: ¿Acaso era realmente tan mala idea como parecía a primera vista? Al fin y al cabo, había estado pajeándome con él en mis pensamientos antes…, y, sí, habíamos hablado de nuestras pajas varias veces, y sólo estaríamos masturbándonos el uno al lado del otro… No es como si estuviéramos haciéndonos algo definitivamente inmoral, algo tabú, ¿no?

En esto que yo debatía con mi mente, Sergio comenzó a pajearse. Pero pajearse de verdad. Su mano subía y bajaba periódicamente por su polla, y yo me la quedé mirando como un estúpido.

Entonces, me ganó la necesidad.

Antes de ser interrumpido, estaba a punto de correrme de una manera bestial. Estaba demasiado cachondo, demasiado duro para mi propia salud; tenía demasiadas ganas de desfogarme, y casi podía notar mi polla y mis huevos gritar del dolor, del sufrimiento de no dar una vía de escape a toda esa presión que sentía dentro, reclamándome la paja de antes.

Así que la reanudé. Porque, a la mierda, yo estaba ahí antes. Y no iba a irme sin culminar.

Sergio me sonrió con aprobación cuando vio que mi mano, la izquierda, como antes y como él, envolvía mi verga en una caricia de sube y baja, cediendo a su plan de pajearnos juntos. Y sin levantar la mirada de nuestro rabo y el del otro, dimos comienzo a una paja entre hermanos antológica, la primera de muchas, que jamás olvidaría.

No llevábamos mucho tiempo sacudiéndonoslas cuando Sergio se percató de la espuma que la fricción de mi mano creaba sobre mi miembro, y me hizo una petición.

—Hugo, tío, dame el gel.

No pensé que fuese algo raro, puesto que el gel estaba a mi derecha, por lo tanto, a su izquierda; y como he dicho antes, los dos nos estábamos masturbándonos con la zurda, así que era más accesible para mí. Agarré el bote, abrí el tapón con un dedo sin interrumpir mi propia paja, y se lo ofrecí.

—Echa… échamelo tú, hermanito.

Levanté la mirada de nuestras pollas hacia él, dudoso, pero tenía los ojos cerrados en una mueca de absoluto placer, y no me aclaró ni corrigió lo que acababa de decir. Así que le hice caso, y vertí un poco de gel sobre su polla. Concretamente sobre el glande. Dejé que el chorro de gel frío cayese directamente sobre la sensible punta y resbalase poco a poco por todo su largo, imaginando cuán placentero se sentiría, imaginando como sería que él hiciese lo mismo conmigo. Mi hermano. A mí. En mi polla.

Sergio jadeó ante mi acción y dejó caer su cabeza para atrás, contra la mampara. Pensé que ya a partir de ahí, él se encargaría de esparcirse el gel a su gusto. Pero me equivocaba.

Porque, nada más haber devuelto yo el gel a su lugar, agarró mi mano y la colocó sobre su verga.

—Extiéndelo, hermanito.

Por un momento, no supe qué decir o hacer. Al notar su polla firme, caliente y húmeda bajo mis dedos, me quedé en shock, pues era el primer rabo que tocaba, a parte del mío, claro está. Entonces rememoré, de nuevo, esos vídeos que había visto para ponerme cachondo, esos vídeos que mi hermano mayor me había recomendado y seguramente también se había visto…

Aseguré mi agarre y rodeé la base de su polla con mis dedos, haciendo que soltase un suspiro cuando los trasladé hacia su punta y con el pulgar comencé a esparcir el gel sobre su miembro.

—Así… Sigue, hermanito, sigue…

Aquello pronto se convirtió en una paja en toda regla. Incluso volví a privar a mi polla de mis atenciones, por segunda vez; estaba totalmente centrado en la de mi hermano mayor.

Dado que era la primera vez que le pajeaba a otra persona, iba un poco a ciegas, así que intenté guiarme por lo que a mí más me gustaba, sabiendo que a Sergio, como la persona que me enseñó la mayoría de las cosas que sé en referente al sexo y a las pajas, también le gustarían. Y a juzgar por la manera en la que gemía, la manera en la que su polla se había endurecido bajo mi agarre, y le modo en que se había encorvado más hacia mí, apoyando su mano libre en mi pared a pocos milímetros de mi cara, lo estaba disfrutando y bastante.

En una de esas, apreté mi agarre en la base de su pene, y cuando llegué a la punta, con mis dedos acaricié y froté su sensitiva y abultada cabeza, arrancándole gemidos a mi hermano. Por un momento incluso sentí la tentación de arrodillarme y envolver con mis labios ese capullo suave, caliente y rosado…

—Diosssssss…. Hermano, no paressss….. —siseó Sergio, devolviéndome a la realidad, una en la que mis manos masturbaban a mi hermano.

Aumenté el ritmo del sube y baja de mi muñeca, y al mismo tiempo aumentaron los gemidos y jadeos de mi hermano. Noté que palpitaba, noté que pequeños espasmos la recorrían y que las venas de su polla se tensaban bajo mi agarre ante la inminente corrida. Su mano bajó a mi hombro y lo apretó con fuerza, causando que yo gimiera.

Volví a doblar la velocidad de la paja, después de por última vez untar mis dedos en el tibio líquido que descendía desde su extremo, y podría jurar que noté el semen subir por su miembro en el momento en que, entre tanto jadeo y gemido, mi hermano pudo por fin pronunciar palabra.

—Me corro, Hugo, ahí v-viene… Me corro, ya, ya, ¡YA! AHH… ¡¡DIOS!!…

Observé maravillado cómo el primer chorro de leche salía despedido de la polla de mi hermano mayor. Y el siguiente. Y el siguiente. Como me imaginaba, el cabrón se corría copiosamente, quizá porque yo todavía no había parado la paja. Y todo recayó sobre mí: mi abdomen, mi antebrazo, mi mano… Manchados de trillazos de blancuzco y viscoso semen caliente. El semen de mi propio hermano, nada más y nada menos.

Cuando Sergio hubo alcanzado el placer, conduje mi mano, la misma embadurnada con su leche, hacia mi polla. Empecé a bombearla con velocidad y furia, por no haber podido eyacular todavía después de tanto tiempo de paja, y total y completamente excitado por haberle causado un buen orgasmo a mi hermano.

—Deja que termine por ti, hermanito.

Sergio apenas me dejó reaccionar cuando, con una seguridad pasmosa, fue él esta vez quien agarró mi verga. Pero no sólo eso, sino que se acercó todavía más a mí, y con una sola mano tomó también su polla. Apresada junto con la mía, pegadas, una contra la otra.

Cuando empezó a pajear nuestras pollas al mismo tiempo, con la misma mano, casi me muero. Y cuando comenzó a frotar y embestir su polla con la mía como si estuviese metiéndosela a alguien, juro que vi las estrellas.

No sabía qué me ponía más caliente: si el hecho de notar una verga refregándose contra la mía o el que ésta estuviera recién corrida, pegajosa por el semen, que resultaba un añadido muy, muy placentero. O, sobre todo, que el hombre con el que todo estaba sucediendo, fuese mi hermano.

—¿Te gusta, Hugo? ¿Te gusta lo que te hago?

—Aaa-ah… Sí, m-me gusta… Mucho…

—¿Tanto como para que te corras sobre mi polla? ¿Lo harás, hermanito? ¿Te vendrás sobre mi verga?

—S-sí… Di-diosss…

Como yo hice con él, sus caricias y arremetidas contra mi polla se apresuraron, y con la manera en la que nuestros rabos se apretaban contra el otro bajo su puño… Ni me dio tiempo de avisarle a mi hermano de mi corrida. De repente, después de tanto tiempo retrasándolo, el semen salió despedido de mi nabo, uno, dos, tres, cuatro, hasta cinco potentes chorretones seguidos uno detrás del otro.

—¡AAGHH! ¡SI! Sí… Aahh…

Todos aterrizaron en mi hermano. En su mano… en su polla.

Dejé salir un último gruñido cuando terminé de eyacular y eso Sergio se lo tomó como una señal para parar la paja, si bien no apartó su mano de nuestros miembros, repletos del semen de ambos, por un buen rato todavía.

Nos quedamos un rato en esa postura, él agarrando nuestros rabos semi erectos y recién ordeñados, su mano apretando mi hombro, mi mano libre sobre aquella…

—Joder, hermanito, menuda corrida, tengo toda tu leche sobre mi polla, chaval.

—Anda que tú, me has ensuciado entero, cabrón —me quejé entre risas.

Al final, él soltó nuestras pollas y pude ver como se llevaba un dedo a la boca, limpiándolo de leche y probando su sabor. O el mío. El nuestro, más bien. Como respuesta, cogí un poco de su semen que quedaba sobre mi tableta e imité su gesto.

Era la primera vez que probaba semen. No estaba mal.

Nos miramos cómplices, exhaustos después de unos orgasmos tan arrolladores, con el sabor de la corrida del otro en nuestras bocas, pero sin hacer ningún otro movimiento más. Sabíamos, aun así, que aquel día nuestra relación había cambiado para siempre.

—Esto hay que hacerlo otra vez, bro.

Ya no éramos Sergio y Hugo, simples hermanos. No.

—Sí —respondí, ansioso.

A partir de ese día, éramos algo más que eso. Ahora también éramos hermanos de leche.