Hermanos

Ese fue el regalo más placentero que ella logró hacerle a su hermano en toda la vida.

Las cosas habían sucedido de manera tan vertiginosa, que por momentos la asaltaba la sensación de estar viviendo un sueño del que se despertaría en cualquier instante.

Primero  ocurrió la separación entre su hermano Diego y su esposa, y muy poco tiempo después, el fin de su propio matrimonio.

La endeble situación financiera  por la que estaba pasando, la llevó a pedir a su hermano que le permitiera compartir con él su departamento de dos ambientes donde vivía, al menos hasta que ella pudiera resolver sus problemas económicos.

Él aceptó de muy buen grado y, rápidamente, la convivencia  y las fluidas conversaciones que mantuvieron a partir de ese momento, les permitieron ponerse al tanto de los últimos años de sus respectivas vidas, de las que mucho ignoraban, pues el hecho de haberse casado les había hecho perder la cercanía de la que gozaban en la niñez y adolescencia.

Largas horas de charlas los llevaron a contarse detalles muy íntimos, y fue así como ella se enteró que la razón del divorcio de él había sido una notoria frialdad por parte de su mujer, lo que causaba continuas desavenencias, toda vez que él deseaba una actividad amorosa más frecuente e intensa que la que su mujer estaba dispuesta a mantener.

Por el contrario, en su caso, y así se lo confesó a su hermano, este tema que en él había significado la ruptura matrimonial, a ella no la había afectado mayormente porque era algo en lo que nunca había logrado compatibilizar totalmente con su marido y, tal vez, lo que motivara  con el transcurrir del tiempo, el desgaste de la pareja.

Acaso esa situación hubiera significado que ella misma haya restado trascendencia a su separación, la que más allá de los inconvenientes de tipo económico que le había producido, y que ahora se estaban solucionando al haber podido conseguir trabajo rápidamente, sólo le había causado una singular  sensación de liberación.

En tren de confidencias, ella sintió la necesidad de contarle de la falta de adecuación que había tenido con mi marido durante todo su matrimonio, causada principalmente por la carencia de juegos previos al acto amoroso y otros incentivos de parte de él, lo que le había causado una constante insatisfacción al no poder dar rienda suelta a las fantasías que su mente femenina creaba, y siempre había deseado vivir.

Se había casado sin ninguna experiencia sexual previa, muy  ilusionada  en que su marido la ayudaría a hacer realidad todo lo que su mente imaginaba en materia de erotismo, y que sería él quien le enseñaría aquello que necesitara aprender, y como contrapartida se había encontrado con un hombre que no se apartaba de los cánones convencionales.

Fuera por esta razón, o porque sus deseos eran excesivos para una mujer normal, tenía la sensación de que también ella había sido, al menos en parte, culpable del fracaso matrimonial.

Luego de escuchar este razonamiento, Diego le comentó que él no creía que hubiera habido en ella responsabilidad alguna en la separación, y en tono más íntimo, casi en un susurro, agregó que solo un estúpido podía haber tenido a su lado una mujer tan hermosa y excitante como ella y dejarla sin gozar sexualmente.

Estas palabras le quedaron grabadas y volvían a su mente una y otra vez.

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Esa noche, sumida en esos pensamientos, luego de haberse duchado, cubierta por una amplia camisa que usaba para dormir y solo cubría sus muslos hasta la mitad, tendida en el sofá cama donde dormía, rememoraba esta frase, intentando a la vez, sin conseguirlo, descifrar qué cosas extrañas estaban sucediendo tanto en su vida como en la de su hermano.

Poco rato antes, y como era viernes, después de cenar habían ido a un boliche a tomar unos tragos y pasar un rato agradable.

No había transcurrido mucho tiempo desde que llegaron, cuando los truenos y relámpagos les hicieron notar que se avecinaba una fuerte y típica tormenta de verano por lo que abonaron la consumición y salieron para regresar rápidamente a su departamento.

Faltaban dos cuadras para llegar cuando el aguacero se descargó en forma violenta, y por más que corrieron intentando refugiarse bajo las salientes de los edificios, y que él trataba de protegerla cubriendo su cuerpo con el suyo, cuando llegaron estaban empapados y agitados por la carrera, por lo que primero se duchó ella rápidamente, y luego él ingresó al baño para hacer lo mismo.

Ella presintió que, como ocurría habitualmente, luego que  se duchara, hablarían largo rato; él acostado en su dormitorio y ella  en el sillón cama del comedor, y se preguntarían y se contarían cosas el uno al otro, tal como ocurría sobre todo los viernes y sábados por la noche, que era cuando tenían la posibilidad de dormirse más tarde, ya que al otro día no madrugaban.

Luego, como siempre sucedía, él le pediría que lo acompañara en la cama matrimonial y allí, acostada a su lado con su cabeza refugiada entre su pecho y su brazo, la conversación entre ellos se haría en un tono más bajo e indefectiblemente tocarían temas profundos, generalmente de connotación muy íntima, y se confiarían mutuamente vivencias  guardadas en lo más recóndito de sus almas.

Vivencias que, tal vez, nunca se habían atrevido a confesar a nadie.

Era precisamente en esos momentos cuando ella se sentía sumamente insegura de sí misma, y también de él.

Había  notado que, cada vez con más intensidad, durante esas charlas se apoderaba de su cuerpo una excitación sexual que no podía reprimir la que causaba que sus pezones se irguieran y su sexo se humedeciera, sin que pudiera hacer nada para evitarlo.

En la penumbra del dormitorio, había podido darse cuenta que a él le sucedía algo similar ya que era evidente la protuberancia que se producía en la sábana que lo cubría, producto de la erección de su pene.

No era de extrañar que esto sucediera a los 26 años de ella y 31 de su hermano, ambos en plenitud sexual, pero lo difícil de comprender bien, era porque les sucedía estando juntos en el lecho. Aunque siendo objetiva, debía reconocer que con su metro ochenta de estatura, cuerpo bien formado y un rostro particularmente agradable, no era extraño que ella se sintiera atraída por él, más allá que jamás había existido hasta entonces entre ellos, ningún tipo de acercamiento que pudiera hacer pensar en nada que no fuera una relación puramente fraternal.

Sin embargo, en este último tiempo, notaba que había comenzado a nacer una fuerte atracción física y sexual tanto de su parte hacia él, como de él hacia ella.

Con el paso de los días, personalmente sintió que este sentimiento crecía en intensidad, tanto que la mayoría veces, al irse a su cama, luego de esas largas y profundas conversaciones, aplacaba su excitación masturbándose frenética y silenciosamente en la oscuridad mientras fantaseaba con situaciones sexuales donde los protagonistas eran su hermano y ella.

En su fuero íntimo, suponía que a él le sucedía algo parecido y tembién acudiría a una solución similar.

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Tal como lo había supuesto, cuando terminó de ducharse y se acostó comenzaron a conversar desde sus respectivas camas, y él no tardó en pedirle que fuera a su dormitorio para poder charlar con más comodidad.

Llegó hasta su cama presa de una gran excitación y presintiendo que esa noche iba a ser distinta a todas las demás.

La copa que habían tomado en el boliche, los roces de su pequeño pero voluptuoso cuerpo con el de él durante la carrera por la calle, el hecho de que él la hubiera abrazado fuertemente mientras subían hasta su piso con el ascensor y que la hubiera besado cálidamente en la frente, mientras con su mano secaba el agua que la lluvia había dejado sobre su rostro, hicieron que su cuerpo se encontrara en un estado de excitación tal que debió luchar consigo misma para no darse placer mientras se duchaba.

En ese estado, literalmente temblando, se recostó en la cama a su lado y quedó expectante de lo que sucediera.

Afuera, la tormenta continuaba y, además de llover copiosamente, los rayos eran continuos y sus destellos  iluminaban el dormitorio, a través de la ventana.

Él le rodeó los hombros con su brazo, la oprimió contra su cuerpo y dejó que su mano descansara descuidadamente sobre el vientre de ella.

Una sensación de vértigo indescriptible la invadió y cerró los ojos fuertemente.

Permanecieron largo rato en silencio.

Se daba cuenta que él esperaba que el próximo paso lo diera ella, pero no lograba decidirse a hacer un solo movimiento.

Permanecieron acostados boca arriba, sabiendo ambos que era lo que estaban deseando.

Disimuladamentemiró hacia su entrepierna, y a pesar de la penumbra pudo notar que el bulto que hacía su miembro en erección esta vez, era mayor que nunca.

Con la mente en blanco y solo guiada por la excitación que la invadía movió su brazo  por debajo de la sábana y al alcanzar su pene, lo acarició suavemente con sus dedos.

Lo sintió cálido, palpitante, creciendo rápidamente al contacto con su mano y adquiriendo un tamaño mayor que el que ella había supuesto que tendría.

Lo oprimió con delicadeza y comenzó a mover su mano.

Tomó conciencia de su falta de experiencia práctica para brindarle placer a un hombre y guiada solo por su instinto y por lo que recordaba haber visto en alguno de los  videos que solía mirar habitualmente durante su matrimonio, comenzó a deslizarse hacia abajo hasta llegar con su cabeza a su magnífico miembro.

Sin soltarlo de su mano y fingiendo una seguridad que no tenía, acercó los labios al  glande y lo atrapó entre ellos. Apenas podía abarcarlo y lo sentía palpitar fuertemente mientras lo  recorría con la lengua, deteniéndose frecuentemente en la pequeña abertura que lo coronaba.

Sintió un inmenso deleite al saborear el líquido pre seminal que manaba de su interior.

Intento mirar la expresión de su rostro y en el rápido destello de un relámpago pudo notar que estaba convulsionado por el placer.

Feliz con lo que él sentía intento transmitirle todo el goce del que ella disfrutaba, al tener por primera vez en su vida el falo de un hombre dentro de la boca.

Luego comenzó a mover la cabeza hacia arriba y hacia abajo, tratando de abarcar cada vez una porción mayor de su miembro.

Él colocó sus manos sobre los costados de su cabeza y comenzó a marcarle el ritmo de la felación.

Luego de unos minutos, transida de dicha y con el deseo de concederle el mayor placer que jamás mujer alguna le hubiera proporcionado, ella presintió que el momento de su clímax final estaba muy próximo.

Sus dientes rozaban suavemente el borde del glande que continuaba inflamándose bajo las caricias de su boca.

Mientras con sus manos continuaba guiándola en la tarea, ella pudo escuchar la voz de Diego que, suavemente, le decía que cesara en su accionar porque estaba próximo a eyacular.

Haciendo caso omiso a su indicación, ella decidió persistir en sus movimientos hasta lograr que él volcara su néctar.

Bruscamente el cuerpo de Diego se convulsionó y ella pudo sentir la potencia de su descarga seminal contra el paladar, e inundarle  la boca.

Con inmensa satisfacción recibió toda su simiente y sin dudar, la ingirió con enorme placer.

Su cuerpo se estremecía de tal manera que pareció transmitir su dicha al de ella, quien sin tener siquiera la necesidad de tocar su sexo, obtuvo un orgasmo maravilloso.

Cuando sintió que cesaban sus espasmos y se tranquilizaba su cuerpo, lentamente ella volvió a su posición inicial con la cabeza refugiada entre su pecho y su brazo, permaneciendo en silencio mientras con su mano le acariciaba el pene y los testículos.

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Los días siguientes, junto a sus noches, fueron un torbellino de sexo y lujuria.

El mínimo roce de sus cuerpos, y algunas veces solo una mirada, bastaban para que cayeran en sesiones carnales que los llevaban al agotamiento físico, pero que de ninguna manera alcanzaban a apagar los deseos.

Fueron recorriendo cada rincón de sus cuerpos y descubriendo mutuamente cuáles eran las zonas que más placer les proporcionaban, para atenderlas con preferencia y poder regalarse mutuamente el mayor disfrute posible.

Guiada por la experiencia de él, ella aprendió día a día a regocijase con delicias que hasta entonces sólo habían transitado por su mente en forma de imaginación, y que ahora al convertirse en realidades, le provocaban un paroxismo que superaba ampliamente todo lo vivido  hasta entonces.

Como alumna aplicada, intentaba en todo momento devolver sus atenciones, y apelando a todo lo visto o leído en sus largas horas de soledad sexual, no dudaba en brindarle las caricias que él le requería.

Es decir, conducida por su hermano descubrió un nuevo mundo de sensaciones, de cuya existencia sabía, pero al que nunca había accedido y que ahora parecía no tener limitaciones para ellos.

Cada día que pasaba se sentía más seducida por Diego y descubrió en él un semental incansable que no solo hacía continuamente demostración de su potencia, sino que siempre daba prioridad a la satisfacción de ella, aún debiendo para ello, sacrificar la suya propia.

A cada momento era más feliz y de su mano vivía sesiones  realmente maratónicas que los dejaban exhaustos físicamente, pero nunca mermaban deseos sexuales de ambos.

Tomaron cada vez más confianza en su intimidad y ahora ya no se abstenían de solicitarse mutuamente la caricia que apetecían recibir o concederse.

En ese período, la única actividad sexual que ambos deseaban intensamente, pero que no se animaban a intentar seriamente fue la penetración anal.

En charlas íntimas él le confesó que desde que vivían juntos fantaseaba continuamente con la posibilidad de "hacerle la cola" ya que esta era la parte del cuerpo de ella que más lo excitaba, tanto que muchas veces desde que habían comenzado a convivir, se había masturbado pensando en que eso ocurría.

Sin embargo, consideraban inviable concretar ese anhelo, razón por la cual él se contentaba con apoyarle  su pene contra la entrada del ano y se permitían soñar con que esto ocurría.

Esta utopía había comenzado a anidar en la mente de él cuando solo podía permitirse verla vestida y ahora que la tenía a su alcance sin que ropa alguna le privara de la visión de sus hermosas nalgas, su deseo era cada vez más profundo y la idea lo asediaba de forma recurrente

A pesar de ser los dos conscientes que la desproporción existente entre el tamaño del miembro de él y la pequeñez del esfínter de ella hacían dificultosa cualquier pretensión al respecto, tenían por costumbre, después de tener sexo, de acostarse de lado en la cama, en cucharita, acariciándola Diego suavemente desde atrás, con su cuerpo pegado al de ella y su miembro, semi erecto, entre sus nalgas y fantaseaban con la concreción del anhelo soñado.

A veces, pasado un rato, él recuperaba su total erección y sin llegar a la penetración simulaba movimientos copulatorios en la entrada de su ano, logrando de esa manera despertar en ella maravillosas sensaciones placenteras, las que acompañadas de las caricias sus dedos en la vulva le provocaban exquisitos orgasmos.

Cuando esto ocurría, él eyaculaba entre sus nalgas con tanto placer como si realmente estuviera dentro de ella.

Luego, el sueño los vencía y se quedaban dormidos en esa posición.

Una noche, como tantas otras, ambos permanecieron en la postura mencionada, despiertos, en silencio y sin hacer movimiento alguno durante largo rato, escuchando sus respiraciones y el latir de sus propios corazones.

Con mucha suavidad, y repitiendo un ritual al que acostumbraban,  ella tomo la mano de su hermano y la guió hasta que los dedos de él alcanzaron los labios de su sexo.

En una aceptación tácita de la invitación, él comenzó a rozar su clítoris muy delicadamente y ella, en respuesta, elevó su grupa y tomando su pene lo condujo hasta la entrada de su orificio anal.

Sentir el glande del pene de su hermano presionar sobre la entrada del ano la transportó, como siempre le sucedía, a un estado de excitación inconmensurable.

Él le había hecho descubrir que ese pequeño orificio alojaba infinidad de terminaciones nerviosas que le producían sensaciones jamás experimentadas antes, y que  la hacían desear intensamente ser penetrada.

Como le sucedía desde que comenzaron la relación íntima, él  continuaba soñando con poder poseer alguna vez  su, según sus propias palabras, "hermoso culo" por el que sentía adoración y a ella le encantaba sentir su masculinidad en ese  lugar que aún no había sido invadido por nadie

Sin cambiar la posición en la que estaban, exceptuando algunos pequeños movimientos para que sus cuerpos se ajustaran más íntimamente el uno al otro, comenzaron a moverse en forma rítmica y pausada, empujando él su miembro contra su pequeño esfínter, en una suerte de simulacro de penetración

Ninguno de los dos tenía muy claro si el intento era realmente serio o solo fingían hacerlo por el placer que a Diego le proporcionaba sentirse tan cerca de poseer ese preciado trofeo, o por el deleite que a ella le producía sentir la presión del pene en esa zona tan sensible de su cuerpo.

Mientras esto sucedía, él mordisqueaba suavemente sus hombros, su cuello y su nuca, provocándole descargas eléctricas que la mantenían en un estado de éxtasis total.

La excitación de ambos era tal, que estaban al borde del clímax, a pesar de haber saciado sus deseos sexuales pocos minutos antes.

Ella podía notar la lubricación pre seminal de él humedeciendo la zona de su ano y, sorpresivamente, en una de las embestidas, algo cedió en ella y el glande del pene de Diego le ingresó en el cuerpo, a través de ese conducto no explorado hasta entonces por hombre alguno.

Junto a la paralización que le produjo la sorpresa por lo sucedido, sintió una punzada lacerante que fue prontamente reemplazada por una maravillosa oleada de placer.

Diego, tal vez tan asombrado como ella de que esto hubiera ocurrido, se mantuvo quieto, sin hacer movimiento alguno pero redoblando las caricias que hacía con sus dedos sobre su clítoris e inmediatamente ella sintió un magnífico orgasmo, provocado tanto por la mano de él, como por la placentera sensación que le producía el intruso que se había colado sorpresivamente dentro suyo.

Su goce fue tan potente como sorpresivo; tan intenso que dejó en el olvido el dolor de segundos antes y le hizo desear que él permaneciera eternamente en su interior.

No le importaba ya que hubiera dejado de moverse, solo quería continuar sintiendo dentro suyo ese miembro que la colmaba de felicidad, y lograr que los efectos de la intensidad del placer que estaba sintiendo nunca concluyera.

De pronto pareció que su intenso goce fuera el detonante para que él derramara su semen en una abundante eyaculación, de la que ella pudo sentir su tibieza, recorriendo las paredes de sus entrañas.

Luego, y durante largo rato, él siguió absolutamente quieto mientras  continuaba acariciándole con su boca el cuello y la nuca.

Las palpitaciones de la cabeza del falo dentro de su recto, produjeron el ella un nuevo orgasmo tan intenso, que por un momento creyó perder el conocimiento.

Pasados unos minutos, y a medida que la tormenta de emociones fue pasando paulatinamente, él pudo notar como la rigidez de su miembro iba cediendo y recién en ese momento, con mucha suavidad, se retiró de su interior sin causarle daño alguno.

Ese fue el regalo más placentero que ella logró hacerle a su hermano en toda la vida.

También el que más disfrutó ella misma, y el que más continúan gozando juntos aún hoy.