Hermanos cazadores: La vampiresa

Dos hermanos reciben un contrato para matar a la criatura que asesinó a dos hombres, cuando descubren que es una vampiresa, uno de los hermanos decide hacer todo lo que quiera con ella

Darko y Mona eran hermanos y cazadores. Más bien eran mercenarios, pues no solo cazaban a criaturas sobrenaturales, sino a cualquiera que tuviese una buena recompensa. Darko era el especializado en rastrear a las criaturas y matarlas, mientras que Mona era la que se encargaba de preparar pociones, aceites y de identificar cuál era la criatura a la que estaban buscando. Se habían criado en las calles juntos, por lo que los dos hacían un gran equipo y ganaban bastante dinero aceptando los contratos que más le interesaban.

Aquel día, tras salir de una taberna, vieron en un tablón de anuncios una oferta que los llevó al depósito de cadáveres de la ciudad, donde los esperaba el médico forense.

—¿Qué nos puede decir del contrato? —preguntó Mona, que siempre era la encargada de hablar— Aquí pone que lo que sea que haya asesinado a esas dos personas no es humano.

—Así es —confirmó el forense.

—¿Cómo lo sabe?

—Pues porque tengo más de 30 años de recorrido en esta profesión —dijo molesto—. Sé identificar heridas de todo tipo de armas, y puedo asegurar que estas no son de ningún arma que los humanos porten.

—¿Cuándo encontraron los cuerpos?

El forense se quedó sin habla cuando Mona se quitó el trozo de tela que usaba como abrigo. El cuerpo de la herborista siempre había sido despampanante, y Darko pudo identificar en la mirada del forense la lujuria que el cuerpo de su hermana despertaba en él. No ayudaba que Mona siempre llevase trozos de tela en lugar de ropa, tela que dejaba bastante poco a la imaginación. Aquel día llevaba un vestido verde largo, de tela que dejaba ver todo lo que había bajo él. A pesar de ser largo, tenía dos rajas a los lados que hacían que sus muslos quedasen al descubierto completamente, y el escote, que le llegaba hasta el ombligo, ocultaba tanto de sus pechos como un árbol oculta a un oso. Nada.

Los pechos de Mona, sin ser demasiado grandes, tampoco eran pequeños. Tenían un tamaño considerable, casi del tamaño de su propia cabeza, y se movía como dos flanes cada vez que andaba por su negativa a usar algún tipo de sostén. La tela verde hacía que los pezones rosados se viesen y que la imaginación no tuviese que trabajar para imaginárselos. El forense, sin ninguna duda, se estaba dando un festín al contemplar a Mona. Su melena pelirroja, que aquel día llevaba suelta, caía sobre sus desnudos y pálidos hombros, y sus rosados y húmedos labios brillaban con cada palabra que pronunciaba. Pronto, Darko se unió al forense y acabó emborrachándose de la imagen de su hermana, ignorando completamente las palabras que salían de su boca.

—Pues… —el forense consiguió seguir con la conversación— hará un par de horas, minutos antes de poner el anuncio en el tablón y que ustedes lo encontrasen.

—Eso quiere decir que las heridas y marcas deben seguir frescas. Perfecto —dijo Mona—. ¿Nos permite que veamos los cuerpos?

—Por supuesto.

El forense abrió una sala dentro del depósito que, sin duda, estaba destinada a realizar las autopsias. En el interior de la sala, en dos camillas separadas por una mesa con utensilios quirúrgicos, se encontraban tumbados los dos cuerpos. Eran dos hombres de mediana edad, no tendrían más de 40 años.

Sin necesidad de hablarlo, Darko se acercó a uno y Mona al otro y comenzaron a analizar las muestras que presentaban.

—Está todavía caliente —dijo Mona.

—Seguro, no te ha quitado ojo desde que hemos venido —rio Darko.

—Me refiero al cuerpo, no al forense —puso los ojos en blanco ante el comentario de su hermano.

Darko palpaba el cuello del cadáver cuando vio una gran marca. Parecía la marca que dejan unos afilados colmillos.

—El mío tiene mordeduras en el cuello, ¿y el tuyo?

—También —confirmó Mona—. Además, parece que tiene los pantalones a medio bajar.

Sin perder ni un solo segundo, Mona tiró de los pantalones del hombre y los bajó hasta sus tobillos. Se acercó al de su hermano e imitando la maniobra hizo exactamente lo mismo.

—¿Estás seguro de que esto es profesionalidad, o es por placer? —sonrió Darko.

—La única persona capaz de darme placer soy yo misma —dijo de forma brusca.

Darko observó detenidamente cómo su hermana agarraba el miembro del hombre en su mano, y lo levantaba, analizándolo de cerca. Desde esa perspectiva, los grandes senos de su hermana estaban juntos y parecían a punto de escapar de la tela del vestido. Juraría que podía ver un poco del rosado pezón del pecho izquierdo. Notó cómo lo que tenía en la entrepierna iba creciendo hasta que la tela de los pantalones no podía estirarse más.

—¿Qué es esto?

Cuando Mona dijo aquello, Darko se fijó en el miembro del hombre y vio que estaba reluciente.

—Tiene la polla húmeda, ¿no? —preguntó el cazador.

Mona se inclinó aún más y, sin dudarlo ni un segundo, pasó la lengua por la cabeza de la polla, intentando identificar qué era aquello que tenía sobre ella.

—Es una mezcla de semen y jugos vaginales —sentenció.

Darko la miró sorprendido y, al mismo tiempo, intrigado. Su hermana comprobó que la polla del otro hombre presentaba el mismo líquido, y así era.

—Estos hombres follaron antes de morir —dijo Mona—. Buscamos a una criatura que pudiera seducirlos. ¿Qué criatura podría ponerlos cachondos?

—Vete tu a saber —dijo Darko—. A mí me ponen todas con un par de tetas y un coño. Súcubos, sirenas, arpías…

Mona pudo comprobar cómo su hermano se acariciaba el bulto que tenía en la entrepierna mientras se relamía los labios.

—¿Cuál de todas las criaturas que te ponen cachondo es la única que te puede morder el cuello?

—Una lamia, una vampiresa —dijo Darko.

—Exacto, eso es lo que buscamos, una vampiresa —Mona seguía agarrando la polla del hombre—. Mira, parece que nuestra asesina dejó un mechón de pelo sobre la ropa de la víctima. Con esto podrás seguir su rastro.

Darko cogió el mechón de pelo y lo olía. Suficiente para seguir el olor de la vampiresa hasta su guarida. Miró la mano de su hermana y comprobó que lo que antes era un miembro flácido ahora se trataba de una polla empalmada.

—No podemos dejar a los cuerpos así —dijo Darko—, tienen que estar en total relajación para que sus espíritus se mantengan dentro del cuerpo.

—De eso me encargo yo, tú ve a por la asesina.

Dicho esto, Darko salió del depósito de cadáveres y se dirigió en busca de su presa.

Tras cruzar el campo que separaba a la ciudad de un cobertizo abandonado, dio con el fin del rastro de la vampiresa. Aquel mechón de pelo lo había conducido hasta aquella construcción de madera que parecía a punto de derrumbarse.

Entró y comprobó que, efectivamente, en su interior había una mujer. Estaba completamente desnuda, peinándose una larga melena del negro más puro que jamás había visto mientras sonreía.

—Has venido por esos dos paletos a los que he matado, ¿no? —su voz era suave y melosa.

—Así es —dijo Darko—, pero podemos llegar a un acuerdo.

Lentamente, la vampiresa se giró y mostró sus colmillos al cazador. Tenía los pechos pequeños y bien puestos, claros y con los pezones morenos. Parecían dos pastelitos de nata. El coño lo tenía sin depilar, y su piel era tan clara como la luz de la luna. Era muy bella.

—¿Qué me ofreces? —preguntó la vampiresa.

—Las sendas que recorro son muy solitarias, y no todos los días veo a criaturas tan atractivas como tú —sonrió—. Normalmente tengo que matar a orcos y duendecillos, pero hoy me ha tocado tener buena suerte. Puede ser suerte para ambos.

—¿Me estás ofreciendo sexo a cambio de mi vida?

—Así es —el cazador se acercó a ella lentamente—. Vamos, sé que te has follado a esos dos gilipollas antes de matarlos. Fóllame a mí también y haré como que nada ha pasado. Estoy seguro de que esos dos tíos se lo merecían, y yo puedo hacer la vista gorda.

La vampiresa se levantó de su asiento y se dirigió hacia donde se encontraba Darko. Era un hombre apuesto, medía 190cm, tenía el pelo rubio y los ojos grises, una mandíbula definida y, sin duda, su cuerpo estaba trabajado por el tipo de oficio que tenía. Pensó que un polvo a cambio de su vida era algo más que razonable.

Se acercó a él y, a tan solo un paso, se lanzó sobre su cuello y comenzó a succionar su sangre. Darko no hizo nada, sabía que así comenzaban las relaciones sexuales con vampiresas. Tenían que probar tu sangre para sentirse atraídas hacia ti. Darko se estaba mareando, pero sabía que tenía que aguantar, el último polvo que echó con una vampiresa fue uno de los mejores de su vida.

Cuando la vampiresa chupó la suficiente sangre como para sentirse atraída, se dejó caer sobre sus rodillas y desabrochó el pantalón del cazador. Extrajo de su interior la polla y comenzó a pajearla. El cazador venía ya empalmado, por lo que algo tuvo que excitarlo antes de llegar, pero la vampiresa no pensó demasiado en aquello. Se metió aquel gran trozo de carne en la boca y comenzó a chuparlo como si fuese sangre fresca. Lo lamía como nunca había lamido nada, y succionaba dejándolo limpio y húmedo. Darko cogió un buen puñado del cabello negro de la vampiresa y, tras pegarle dos guantazos, comenzó a follarle la boca a toda potencia, como si tuviese prisa por correrse. La vampiresa producía arcadas y se atragantaba, llenando los huevos del cazador y sus tetas de sus babas.

—Cuidado con los colmillos —dijo en un momento en el que notó como la vampiresa los sacaba.

Al fin y al cabo, no era una humana completamente, por lo que si le hacían daño quería defenderse. Darko sabía que con aquella follada de boca le estaba haciendo daño, pero así le ponía a él el sexo. Estaba jugando con una línea muy fina.

La siguiente vez que notó los colmillos de la vampiresa rozar su polla no lo dudó, y con un veloz movimiento de muñeca, extrajo una daga de su cintura y la clavó en el cuello de la asesina. Esta cayó de espaldas sobre el suelo.

—Te creías que iba a dejar viva a un bicho como tú, ¿no? —Darko rio.

La vampiresa no podía moverse porque la daga tenía un veneno paralizador. Darko se arrodilló entre sus piernas y, usando la misma saliva como lubricante, penetró el coño húmedo de la vampiresa. Comenzó a embestirla sin preocuparse por cómo se encontraba ella, y comenzó a decirle de todo mientras se la follaba. Cosas como puta, guarra, zorra de mierda, chupasangre asquerosa, etc., abandonaban sus labios. Mientras la reventaba, jugaba con sus tetitas pequeñas, azotándolas y pellizcando los pezones.

En un gran orgasmo consiguió correrse, llenando el estrecho coñito de la vampiresa al completo. Se levantó y, sin guardarse la polla, comenzó a mear sobre la vampiresa, que aún estaba viva.

—Seguro que esto te gusta, ¿verdad putita? Que te meen como a una zorra.

Tras mear se agachó, le pegó dos guantazos y escupió en su cara.

—Si no hubieses matado te dejaría vivir, pero no puedo perdonar la vida a una asesina. No te preocupes, para cuando puedas moverte el veneno ya habrá parado tu corazón.

Se levantó, volvió a escupirle y se marchó de vuelta al depósito de cadáveres, colocándose bien la polla húmeda en los pantalones.

Hasta aquí el relato. Si os ha gustado estad atentos pues escribiré más. ¿Os gustaría saber qué hizo Mona en el depósito mientras su hermano se encargaba de la vampiresa? Si tenéis alguna idea o alguna criatura que os gustaría ver, no dudéis en comentármelo por correo. ¡Gracias!