Hermanos

m/f, incesto.

Me acuerdo muy bien de mi infancia. Fue una infancia ciertamente dura, especialmente por el hecho de que mis padres se separaron cuando yo sólo tenía tres años y eso fue algo que siempre encajé bastante mal. Yo me fui a vivir con mi madre y mi hermana pequeña, que tenía dos por aquel entonces. A mi padre lo veía poco, sólo una vez al mes algún fin de semana, y poco a poco fui necesitándolo menos.

Cuando cumplí los doce años, ya casi no quería estar con él, ya que por alguna extraña razón llegué a la conclusión de que él era el culpable de la situación en la que nos encontrábamos. Además, para agravar más la situación, él se había vuelto a casar y yo no podía tragar a su nueva mujer, tal vez porque ella tampoco me tenía mucho afecto. El caso es que cada vez lo vi y necesité menos.

La vida con mi hermana y mi madre era bastante agradable. Mi madre trabajaba casi todo el día en unos grandes almacenes y yo y mi hermana íbamos al colegio y cuando volvíamos la chacha nos preparaba la comida. Ella también se hacía cargo de la casa y de vestirnos adecuadamente. La verdad es que la veíamos tanto que casi la llegaba a ver como una segunda madre.

MI hermana y yo nos habíamos visto obligados a llevarnos bien y a estar muy unidos. La situación familiar nos forzaba a ello y si no hubiéramos estado tan unidos, habríamos estado siempre tristes y solos, sobre todo por el hecho de que vivíamos en un chalé de las afueras de la ciudad con muy pocos vecinos y menos gente de nuestra edad.

Por suerte, teníamos una piscina grande y césped donde pasar la mayor parte del día en verano. Nos bañábamos, nos salpicábamos, nos tirábamos al agua a los bestia, nos revolcábamos por el césped... Éramos, en definitiva, como dos amigos inseparables que siempre jugaban juntos y se lo pasaban bien. Tan unidos estábamos que incluso dormíamos juntos en ocasiones, cuando mi madre no se daba cuenta. Y eso ocurría a menudo, ya que ella llegaba siempre cuando estaba anocheciendo y se acostaba pronto.

A mi hermana le encantaba dormir conmigo. Yo dormía en una cama bastante ancha, no de matrimonio, pero bastante amplia. Solía acurrucarse a mi lado y acariciarme cariñosamente el pecho. Yo también la tocaba a ella y la besaba en la mejilla de vez en cuando, cosa que ella agradecía sobremanera. Nunca se me ocurrió pensar en las connotaciones sexuales que podía tener el dormir juntos en una cama, pero cuando cumplí los trece todo cambió radicalmente.

Yo me masturbaba ya y el tener a mi hermana en la cama conmigo me producía enormes erecciones. Ella tenía doce años y estaba bastante desarrollada para su edad. Sus tetas eran del tamaño de dos limones y sus caderas empezaban a curvarse sensualmente. Su pelo anaranjado ( mi hermana era pelirroja como mi madre ) le llegaba por los hombros y su rostro lleno de pequeñas pecas y su nariz que apuntaba hacia arriba en la punta le daban aspecto travieso y malicioso.

A veces, cuando nos quedábamos solos, mi hermana y yo solíamos irnos a mi cama y jugar a las cartas o a alguna otra cosa. En ocasiones nos peleábamos ( no en serio ) y los dos nos revolcábamos por la cama jugueteando. Recuerdo una vez en que ella se subió encima mía y nuestras dos entrepiernas entraron en contacto. Los dos llevábamos puestos sendos bañadores y al notar su vulva haciendo presión sobre mi pene, éste se me puso erecto.

Mi hermana lo notó enseguida y noté que ella se puso a moverse de atrás hacia delante "clavándose" mi erección en su joven sexo. Yo hice amago de apartarla, pero ella me pidió que la dejase, ya que le gustaba mucho hacer eso. Cuando llevaba así un rato me dijo:

-¿Me dejas verte la picha... ?

Yo me quedé de piedra, no me podía creer lo que me estaba pidiendo, pero no tardé en responderle.

-Con una condición...

-¿Cuál? -quiso saber ella.

-Que tú me enseñes el chocho y las tetas -le dije yo.

-Vale... pero no se lo vayas a decir a mamá, eh...

-Claro que no... -le aseguré.

Mi hermana se puso de pie y se bajó el bañador de una sola pieza que llevaba puesto. Me quedé atónito al ver lo que vi. Sus tetas estaban perfectamente hechas y eran muy firmes y duras, con dos pezones que estaba empezando a engordar y pecas por encima de la blanca piel. Su vulva no tenía pelos aún, tal vez sólo un poco de vello muy fino que yo no noté apenas.

-Te toca a ti -me dijo cuando hubo acabado.

Yo me senté sobre la cama y me bajé el bañador. Mi pene erecto de 15 cm saltó de debajo de éste y me hermana se mordió el labio inferior al verlo. Su expresión dejaba clara su sorpresa ante el tamaño. Yo no podía comprender por qué se impresionaba, ya que el tamaño era absolutamente normal. Supuse que para su edad era bastante grande o que quizás su sorpresa se debía a que sólo me lo había visto a mí.

-¿Me dejas que te la toque? -me preguntó mi hermana.

-Claro... -le respondí.

Ella se sentó a mi lado al borde la cama y empezó a acariciar mi órgano viril suavemente. Yo le pregunté si sabía algo de sexo y ella me dijo que sabía lo que había que saber, así que me abstuve de explicar nada. Ella siguió tocándome, ahora claramente me masturbaba. Yo podía creerme lo que estábamos haciendo mi hermana y yo, había sido absolutamente inconcebible hasta hacía unos minutos.

-¿Te gusta? -me preguntó.

-Sí...

-¿Quieres que lo hagamos... ?

-Sí... pero... ¿tú estás segura? -le pregunté.

-Creo que sí... Además, no he tenido el periodo todavía, así que no hay peligro -me explicó.

-Bueno... Pues entonces lo hacemos...

Mi hermana no se anduvo con rodeos y se sentó sobre mis muslos habiéndome tumbado yo previamente sobre la cama. Luego se levantó poniéndose en cuclillas y agarró mi pene con una mano. Lo guió despacio a lo largo de su húmeda raja hasta la entrada a su agujero. Una vez allí se dejó caer lentamente y mi pene se deslizó un poco dentro de ella. El obstáculo que me esperaba se presentó. Mi hermana se dejó caer con fuerza y mi duro pene rompió su himen con suma facilidad.

Su vagina era aún muy joven y estrecha así que la primera penetración fue, como yo esperaba, difícil. A ella le dolía un poco y a mí me provocaba un placer inmenso ver mi pene metido en un espacio tan estrecho. Ella empezó a botar más rápidamente cuando se hubo ensanchado lo suficiente y eso empezó a acercar peligrosamente mi orgasmo. El suyo estaba a punto de producirse también y se produjo antes que el mío, ya que la escuché gemir suavemente y se puso rígida encima mía.

Recuperada ya de su orgasmo, mi hermana siguió botando encima de mi pene precipitando mi clímax. Ya no lo podía contener más y de pronto una descarga enorme de semen llenó su ya no virgen agujero. Era algo raro correrte dentro de otro cuerpo, pero daba un placer inmensamente mayor. No podía creer lo que acabábamos de hacer, en primer lugar porque pensaba que nunca lo haría ( o por lo menos no a esa edad ) y en segundo lugar porque ni siquiera se me había ocurrido hacerlo con mi hermana. Aun así, fue genial.