Hermano, hermana y un viaje en bus 1
Por un error inocente, Luis debe llevar a su hermana Catalina en las piernas durante un largo viaje. Las cosas se salen de control cuando los bajos instintos despiertan en la madrugada.
El bullicio del terminal de transporte me aturdía, la mezcla casi infinita de olores solo aumentaba mi malestar. Ahí me encontraba, caminando a paso apresurado entre la multitud que parecía querer hundirme, la adición perfecta para la migraña que se aproximaba lentamente, pero segura.
En momentos como este, le agradecía a mi padre por su obsesión con el fútbol, el buen estado físico que tenía me permitía esquivar con agilidad a casi todas las personas que corrían de un lugar a otro en medio de la locura constante.
A un par de metros de mí, justo en una deteriorada silla en medio de la vieja sala de espera vislumbré a mi hermana sentada, su rostro era iluminado por la luz del celular, sus dedos hábiles se movían con fluidez por la superficie de la pantalla y su cabeza seguía el ritmo de alguna canción de moda que explotaba a través de sus audífonos, también podía notar el frío que tenía, por los notables temblores que su delgado cuerpo, estaba seguro que maldecía su vestimenta y a mí… especialmente a mí.
Cuando me acerqué, ni me dirigió la mirada, casi podía tocar su furia palpable. Sonreí un poco, era cómico ver su cara de indignación.
—¿Estarás enojada toda la vida o qué? —le pregunté acomodándome a su lado.
Esperé una respuesta, pero tan solo me miró aún más ofendida. Suspiré frustrado, la entendía, ¿Vale?, lo hacía. Era mi culpa que estuviésemos en esta situación, sin embargo, ya tenía suficiente con la reprimenda de mis padres para tener que soportar su mala actitud por horas.
—Eres un idiota —murmuró sin verme, su voz chillona y consentida era motivo de mis constantes burlas, pero esta vez preferí callarme.
Todo era culpa de mi miopía, herencia familiar (que para suerte de mi padre no afectaba mi juego), se suponía que hoy viajábamos a la finca de nuestra abuela, no obstante, por error vi que el bus salía a la una de la tarde en lugar de las once de la mañana, como realmente era, así que llegamos muy tarde y la única solución era viajar a media noche si queríamos recuperar los pasajes.
Si lo pensábamos con cabeza fría, la culpa era de mi hermanita y su estúpido concurso de ciencias, tenía que terminar el proyecto por lo que mis padres viajaron primero y me ordenaron quedarme y esperar que su grupo y ella terminaran todo.
Era un poco más de las ocho de la noche y el frío me estaba adormeciendo los labios y me incomodaba demasiado, aburrido observé con detalle a mi hermana Catalina, por la hora en la que sería el viaje se había puesta una simple falda y una simple camisa que no parecía cubrirla mucho.
Me levanté de mi puesto, llamando su atención y algo reacio me quité la chaqueta.
—La necesitas más que yo —le dije poniéndola sobre sus hombros—. Parece que en cualquier momento vas a morir congelada.
Una pequeña sonrisa adornó su rostro, una simple señal para el mundo, pero una gran señal para mí, ya estaba perdonado.
—Te habías demorado, al parecer solo tienes la ceguera de papá y no su caballerosidad —alcé una ceja, ¿Qué le costaba decir gracias? —, siéntate de nuevo, quiero dormir un poco y te necesito de almohada.
Torcí los ojos con fastidio, volví a mi puesto y a los segundos sentí la cabeza de mi hermana en mis piernas.
—Soy tu hermano mayor, deberías tratarme con más respeto, Cata.
—Luis, no respeto a papá, ¿Crees que lo haré contigo? —mencionó con tranquilidad, acomodando la chaqueta en forma de cobija. Estaba a punto de levantarme cuando sentí que volvería hablar—, por cierto, gracias por la chaqueta, no era tu obligación
No respondí nada y solo acaricié con cuidado su cabellera castaña, Cata ya tenía 18 pero a veces se portaba como una pequeña malcriada, eso pasaba cuando consentías demasiado a un niño desde la infancia. Aburrido saqué mi celular y decidí ver vídeos para distraerme y hacer que el tiempo pasara más rápido.
Llevaba ya una hora en esas, cuando dejé de sentir mi pierna izquierda, quería levantar a Catalina pero no fui capaz, se veía cansada y los suaves ronquidos me decían que estaba en otro mundo. Levanté la mirada un momento mientras trataba de acomodarme en aquella incomoda silla de madera y la repentina aparición del asistente de la empresa de transporte no me dio buena espina.
—¿Sucede algo? —cuestioné de inmediato. Él se encontraba visiblemente apenado, lo único que faltaba era que me cancelaran los pasajes.
—Lamento decir que sí —me contestó con una incómoda sonrisa—. Hubo un problema en la carretera y la única forma de llegar a su destino es por el antiguo camino, que como usted sabrá es rústico y demora mucho más.
Vale, la cosa no es tan grave como creía
—Conozco el camino, no hay problema, igual será madrugada prácticamente y no notaremos las horas. ¿Algo más?
De una forma bastante obvia, le tapé las piernas a mi hermana al ver que el tipo se distraía con ellas.
—Sí hay algo más —dijo avergonzado al notar mi mirada molesta—, por un error se vendió uno de sus pasajes.
Esta mierda era lo que me faltaba.
—Miré, me da igual, ahí veo como me acomodo con mi hermana, solo quiero subirme al maldito bus y ya ¿Me entiende?
El asistente no dijo nada más y se alejó en dirección a la oficina, menudo problema que tenía solo por una simple equivocación. A la media noche ya estábamos "sentados" en el bus, Catalina estaba modo “zombie enojada” por tener que irse sentada en mis piernas mientras moría de sueño.
—Eres un idiota y te acusaré con mamá —murmuró entre sueños, buscando acomodo y lastimándome en el proceso. A pesar de verse flaca la enana pesaba mucho.
El viaje inició con la espectacular sinfonía de ronquidos de nuestra compañera de puesto y de mi hermana que en menos de nada quedó privada. Me puse mis audífonos como pude, y abracé con fuerza a Cata para que no se fuese a caer. El camino era de piedra, con bastantes huecos a lo largo.
Y fue gracias a uno de ellos que desperté de mi sueño, no sé en qué punto me dormí, sin embargo, ya no me sentía capaz de hacerlo de nuevo. En parte me alegraba ir en la ventana, por lo que podía distraerme con la vista de la sabana pacifica de nuestro pueblo. Catalina tenía la cabeza escondida en mi cuello y su respiración me daba calor en medio del frío de la medianoche.
Honestamente, no tengo explicación para la serie de sucesos que conllevaron a que me fijara en el suave peso que posaba sobre mí, juro que nunca había visto a mi hermana de otra forma que no fuese familiar y desconozco si fue fruto de mi estrés, mi falta de sueño o lo que sea, en ese momento su cuerpo me llamaba mucho la atención.
Mi chaqueta le quedaba como un corto vestido, y entre sus movimientos dormida la falda se había subido, mi primera intención fue acomodársela, mas en el instante en el que sentí la suavidad de sus piernas no lo hice, me detuve casi hipnotizado por su piel, atrapado como una polilla que ve la luz por primera vez.
Con disimulo roce las yemas de mis dedos en sus muslos, mis manos temblaban a la par que mi respiración se atajó en medio de mi pecho, una voz en mi cabeza a grito temeroso me pedía que me detuviera, pero el morbo inexplicable que me producía no me dejaba obedecer.
Poco a poco comencé a subir mi mano por su pierna, al principio con cautela, disfrutando del calor nervioso que corría por mis venas, lejos quedó el frío que llegué a sentir. Con confianza por su aparente privación de la consciencia, mis manos comenzaron a recorrer con mas firmeza sus muslos, de arriba abajo, sobando su piel y frutando sus piernas con la mía. Despacio, mis manos dieron inicio al camino que se me prohíbe por reglas de sangre
Sabía que Catalina era virgen aún, ya que sin querer la escuché cuando se lo confesaba a Marta, su mejor amiga del colegio, a pesar de esto, aun así ¿Alguien la tocó antes? ¿Algún estúpido adolescente acarició su clítoris o metió sus insignificantes dedos dentro de ella mientras observaba su rostro gimiendo, sonrojado con las pupilas dilatadas pidiendo por más al compás del meneo de sus caderas?
Saqué aquella imagen de mi cabeza con una sacudida, mi Cata era demasiado penosa para eso. Su lema era priorizar su educación sobre (y en sus palabras) la banalidad de sus hormonas. Entonces, ¿por qué yo estaba haciendo lo que ella por tanto tiempo se negó a probar?
Aquella voz seguía ahí y me pedía detenerme y es cierto, debería estar tocándola de aquella forma mas me era imposible dejar de hacerlo. Mi corazón latía como un tambor en mi pecho, casi sentía que explotaría en cualquier momento.
Mi mirada estaba fija en la forma de mis manos bajo la chaqueta y mis labios estaban secos y mi lengua ansiosa por probar su cuello, con una lentitud nunca vista en mí hasta este momento, comencé a subir mi mano izquierda por todo el camino hasta su cadera.
Creo que gemí entre dientes al darme cuenta que Catalina llevaba unas tangas puestas.
¿Desde cuándo las usaba? Y ¿Quién utilizaba encaje para viajar? Cuando toqué aquel pedazo de tela la respiración volvió a mí por un misero segundo para después abandonarme como nunca antes, ni siquiera en mi partido de fútbol más exigente y apremiante.
El camino empedrado hacía que ella saltara suavemente sobre mí, lo que aumentaba la excitación que recorría mi cuerpo en aquel momento. Saqué mi mano de su falda y revisando que ella y la señora de al lado siguiera dormida la acomodé con delicadeza para que quedara sentada justo debajo de mi erección.
Nunca había estado tan duro y agradecía tener puesto la sudadera de algodón, ya que de tener un jean habría sido doloroso.
Con disimulo empecé a menear mi cadera y abracé con fuerza a mi hermana, era una delicia sentirla encima mío, bajé mi mano mano y sin pensarlo dos veces toqué su caliente coño, tuve que morderme los labios para no gemir al darme cuenta de su humedad
Me seguí movimiento al ritmo del bus, con una mano tocando la tela que me separaba de lo más deseado para mí y con la otra tocaba sus pezones debajo de la chaqueta, pero encima de su camisa sin poder controlar las acciones de mi propio cuerpo.
Solo quería sentirla en su estado más puro.
En un punto, sentí que el cuerpo de Catalina se puso un poco rígida y levantó su cabeza confundida.
—Luis, ¿Qué haces? —murmuró en un leve gemido justo en mi boca.
—¿Quieres que pare? —le pregunté sobre sus atrayentes labios haciendo por fin presión sobre su coño, tocando su dulce clítoris.
Ella se mordió los labios, su expresión era una mezcla de placer y sorpresa.
—No deberías hacer eso, eres mi hermano —se quejó, pero no movió ni una parte de cuerpo.
—Por lo mismo, quien mejor que yo para hacerlo —le susurré y mirándola a los ojos mordí su labio inferior que tanto aclamaba por mi atención.
Catalina no dijo nada y aprovechando su sorpresa, por fin moví la maldita tanga y acaricié toda su humedad. Ella apretó mi mano y cerró los ojos, necesitaba penetrarla con mis dedos, sentir el calor de su coño pidiendo por mí, como pude, metí mi otra mano debajo de su camisa y acaricié sus ricas tetas, sus pezones estaban erectos, exigiendo mi atención.
—No sabes cuánto daría por probarte toda en este momento —le dije al oído mientras mordía con suavidad su oreja. No sé qué me estaba pasando, pero me sentía como una bestia sedienta de ella.
—No de… be… rías… hacer esto —me respondió a leve voz entre gemidos suaves—. Eres mi hermano.
Ella se quejaba y aun así no hacía nada para alejarme. De forma poco perceptible comenzó a mover sus caderas hacia mis dedos.
Esa fue mi señal, sin pensarlo mucho por fin metí un dedo despacio dentro de su caliente vagina.
—No te imaginas lo rico que se siente esto. Estás tan mojada, Cata.
Ella no me respondió, solo me apretó el brazo, sentía su corazón palpitar al compás de su coño. Sentía que le incomodaba un poco, por lo que era obvio que era la primera vez que le metían mano, Catalina como pudo ubicó su pequeña mano sobre mi polla y comenzó a tocarla arriba hacia abajo.
No podía con el placer del momento y metí otro dedo dentro de ella, así estuve varios minutos, sacando y metiendo mis dedos con suavidad sin dejar de acariciar su clítoris, mientras mi hermana me hacia una paja sobre la ropa.
Con el movimiento mi pantalón bajó y mi polla se asomaba exigiendo atención. Me sentía orgullosa de ella, aunque no era muy larga tenía un buen tamaño y era gorda y venosa… y en este punto muy necesitada, necesitada del rico y mojado coño de mi hermana.
Saqué mis monas y empujé con cautela a mi Catalina hacia adelante, ella no dijo nada, pero se dejó mover, dejándome espacio para liberar mi verga, la toqué fijándome su coño, mi pequeña hermana estaba tan necesitada de mí. Le pedí que se empinara un poquito y justo así lo hizo, nunca antes fue tan obediente a mis mandatos.
Catalina se volvió a sentar sin embargo, esta vez mi verga estaba justo debajo de su coño, podía sentirla temblar, su humedad, su dulce olor impregnándose en mi piel. Con una mano agarré la tanga mi hermanita para que mi polla la pudiera tocar bien.
Respiraciones entrecortadas, gemidos silenciosos y deseo desbordante, eso se sentía en aquella minúscula silla de bus, en medio de treinta personas. Ahora nos estábamos masturbando así, ella tenía la cabeza baja y sus manos fuertemente apretadas en mis piernas, me encantaría tener un espejo y verla con las piernas abiertas para mí, mientras mi polla se va bañando con su placer.
Llegó un punto en que no aguanté más la necesitaba con una sed enfermiza y posesiva. Aprovechando varios huecos en la carretera, la levanté lo suficiente y acomodé mi polla justo debajo de su coño.
Pasé mi lengua por su cuello hasta su oído, con voz gruesa y autoritaria le hablé:
—Quiero que tú lo hagas, Cata, quiero sentirte, quiero ser el primero, mas quiero que seas tú quien te metas mi polla en tu necesitado coño —mordisque su cuello, estaba seguro que pequeños moretones quedarían en su blanquecina piel—. Eres una necesitada y solo yo puedo complacerte.
Esperé que dijera algo, solo tuve como respuestas su respiración nerviosa y el sentir de su corazón retumbando en medio de sus turgentes pechos. Catalina no respondió, pero bajó su mano y agarró mi verga, era tan caliente sentir que le costaba rodearla con sus dedos y así, con nervios, temblorosa y sudada se la fue clavando.
A su ritmo, a su gusto y a mi placer. Quería moverme, follarla como se debía, pero eso sería muy obvio, por lo que cerré los ojos y disfruté cada hueco, cada piedra y rama por la que el bus pasaba y permitía que mi hermana saltara sobre mí. En todas las cuatro horas que pasaron no dejé de tocar su coño bañado de mi semen y sus corridas. Mi excitación no bajó en todo el camino y a ratos Cata perdía la consciencia, pero volvía en sí.
Cuando el bus se tuvo por fin, fuimos los últimos en bajar y solo la madrugada y la luna entendía en placer que viví. Con bastante calma mi hermana se alejó de mí en cuanto la señora de al lado se movió, afortunadamente ella nunca se dio cuenta de lo que pasaba.
Aturdido por lo ocurrido fui en busca de nuestras maletas y no fue hasta que una tenue luz alumbró los desnudos muslos de mi hermana, bañados en lo que parecía una mezcla de sangre, semen y sus jugos que caí en cuenta de lo que pasó.
—¿Qué putas hice? —murmuré a nadie en específico.
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