Hermanitos (4)
Nayeli y su hermano Carlos, luego de su Luna de Miel en las Hadas, regresan, aprovechando la ausencia de Nelly, la esposa de Carlos, como marido y mujer y aparece la Hermana Caridad...
HERMANITOS (4)
CARIDAD.
ANTECEDENTES: HERMANITOS, HERMANITOS (2 y 3).
Sonó el despertador, me sobresalté al sentirme desnuda, pero, me tranquilicé al ver que estaba en los brazos de Carlos. Instintivamente llevé mi mano a su pelo púbico y me encontré con su verga parada, me bajé a chuparla, el despertador seguía sonando, Carlos lo apagó y me dijo, deteniendo mi cabeza en su movimiento de va y viene,
-Nayeli, mi amor, son las cinco y media, nos queda el tiempo justo para bañarnos, desayunar y llevarte a clases.
-Hermanito, le dije, no me tienes que llevar, me puedo ir sola.
-Yo te llevaré Nayeli, por lo menos hasta que te compre un coche.
-Me dio un beso en la boca, me dijo, -buenos días hermanita y se metió al baño. Me puse su bata, me fui a la cocina, destapé un cartón de jugo de uva, serví sendos vasos, dejé el suyo en el buró de su cama y me fui a bañar. Dentro de mi ropa monjil, busqué la menos seria. Cuando bajé a la cocina, Carlos había preparado el desayuno.
De camino a la facultad me dijo:
-Nayeli, mi amor, ahora se me hace raro verte así vestida. ¿Qué te parece si nos vemos para comer en Plaza inn y compramos luego algo de ropa para ti?
-Sí hermanito, muchas gracias. Por cierto, tengo alzado dinero que me dio papá para ese propósito, pero no lo he usado.
-Guarda eso hermanita, procura tener un buen fondo de emergencia.
-Me replicó Carlos.
Por lo visto, en la Facultad nadie había extrañado mi presencia el viernes. Fue un lunes normal de clases, excepto porque Marina, una compañera que me buscaba mucho, en un receso, se puso en frente mío y me dijo, casi en un susurro,
-¿Cogiste anoche, verdad? A lo que contesté entre asombrada e indignada:
¿Qué te pasa Marina? Ya sabes que no me gusta que me hables así.
-Me dirás lo que quieras Nayeli, pero se te nota "a leguas". De verdad, que me da mucho gusto verte tan contenta, dichosa, feliz, con tus bellos ojos brillantes, vivos, expresivos.
-Marina por favor, cambiemos de tema, ya sabes que no me gusta comentar esos temas. Me hizo caso, pero a partir de entonces, cada que nos encontrábamos, me miraba con una expresión pícara primero, luego de complicidad, que terminaba en mirada cariñosa, que yo le respondía.
Carlos y yo regresamos a la casa, a eso de las siete e la noche, cargados de bolsas con mi nueva ropa. En cuanto entramos al salón y dejamos las bolsas, me abalancé sobre él, lo besé ardientemente y le dije:
Dejamos algo pendiente esta mañana hermanito, así que le quité el cinturón, le desabroché el pantalón, lo empujé sobre el sofá, le quité los pantalones y calzones de un solo tiro y ahí estaba mi tesoro, mi caramelo preferido, mi delicia de delicias, tomé en mis manos su hermosa verga, la jugué al sube y baja entre beso y beso.
La empuñé por el tronco y lamí a mi gusto el glande, provocando ligeros espasmos en Carlos. La metí toda en mi boca, hasta que mis labios toparon con mi mano, fui bajando mi mano y mis labios la volvían a alcanzar, finalmente quité la mano y mis labios toparon con su pelo púbico, la verga se había abierto paso en mi garganta, ahora la soportaba muy bien, la saliva me fluía a raudales humedeciendo el pelo púbico de mi hermano, giraba en redondo mi cabeza con lo que arrancaba gemidos y espasmos de mi hermanito, lo que me calentaba al máximo y mi puchita producía más y más crema de almeja.
Me sacaba la verga hasta el glande y la volvía a meter, hasta que mi hermano me tocó el hombro haciendo señas de que me levantara. Lo hice, él me abrazó y me besó, buscando su propio sabor en mi boca, sin soltar el beso me desvistió y yo hice lo propio con él. Nos acariciamos las nalgas mutuamente. Yo sentía como su verga parada y caliente se abría paso entre mis piernas, en donde mis jugos hervían.
Me colocó de pie frente al sofá, apoyé mis manos sobre el respaldo, recogió mi pelo y lo pasó al frente rodeando mi cuello. Mientras besaba mis hombros y la parte superior de mi espalda, acariciaba mis senos con una mano. Los besos se extendieron por toda mi espalda en forma sorpresiva, tanto por el punto besado, como la clase de caricia oral, pues lo mismo era un beso de mariposa, que una lamida, un chupetín, un beso profundo, una ligera mordida. A cada estímulo sorpresivo, respondía con un gemido de intensidad variable o con un espasmo involuntario.
Al llegar a la cintura, se brincó a mis corvas fue subiendo, ya con la lengua, ya con los labios por ambos muslos. Entonces me di cuenta que el escurrimiento de mis jugos, llegaba a la mitad de mis muslos y podía percatarme del placer con el que Carlos lo sorbía. Llegó a la fuente del caldo de almeja y ahí se engolosinó sorbiéndolo y lamiendo la almeja misma, entre mis gemidos y temblores.
Empuño su verga, la pasó varias veces por encima de mi pepa y al fin la clavó en mi vagina de un solo golpe, haciendo que me retorciera de placer y gimiera por la dicha que me producía tener el fierro caliente de mi hermanito dentro de mí. Comenzó con un mete y saca lento, como disfrutando mi perrito ladrándole, Entre tanto, cuando su verga salía, empapaba sus dedos en ella y los llevaba a mi boca, mismos que golosa, chupaba complacida.
Sacó su verga de mi vagina, la empuño escurriendo, presionó con ella mi culito que hambriento y palpitante cedió encantado a la presión. Al sentir Carlos, que el glande se habría paso, me la dejó ir, también de un solo empujón, arrancándome un fuerte grito y un enorme espasmo que casi me paraliza, entonces permaneció un momento quieto, preguntándome:
-¿Estas bien hermanita? a lo que contesté:
Nunca había estado mejor, ni más dichosa que en este momento que me tienes ensartada hermanito. Te seguro, que el grito no fue de dolor, fue de sorpresa, de alegría, de placer. Mi hermano comenzó su mete saca muy lentamente, mientras yo recordaba y practicaba aquella lección, cuando saque, aprieta, cuando meta afloja. El placer que este movimiento me da, es algo muy especial, me produce ondas de electricidad que recorren todo mi cuerpo y me obligan a abrir la boca, jalando aire de manera entrecortada, mientras las ondas salen.
En tanto, con una mano, acariciaba mis senos y mis pezones duros y palpitantes, con la otra, mis labios vaginales, la entrada a mi cuevita y el clítoris. De vez en vez, llevaba sus dedos escurriendo a mi boca y yo los saboreaba como el manjar más delicioso.
Paulatinamente, fue incrementando la velocidad del mete saca, llegado el momento, ya no podía seguirlo con el correspondiente afloja y aprieta, permanecía con el ano suelto y la boca abierta, con una congestión creciente de mis genitales y mi nariz, a pesar de que, por las comisuras de lo labios se me escurría la saliva.
El me sujetaba fuerte por la cintura, mientras me embestía con mucha fuerza, lanzando un resoplido a cada empuje. Sentí que su verga crecía más todavía, supe entonces que él se venía y me solté desde mi interior en medio de convulsiones y gemidos. Me saqué la verga bruscamente, me di la vuelta, caí de rodillas, tomé su hermoso falo escurriendo y aun tieso, lo olí y me agradó, así que lo metí en mi boca, lo apreté con los labios y lo saqué, la pasta viscosa me quedó en la boca, la tragué y lamí pacientemente cada centímetro, hasta dejarlo limpio y reluciente.
La primera vez que lo hice, no me agrado el olor y me causó repulsión, pero la dominé como un acto de entrega total, sin reservas. Esta vez en cambio, lo disfruté, me pareció un verdadero deleite. Mi hermano, me levantó por los brazos, me abrazó y me besó en la boca con mucha ternura, buscando dentro de ella, con su lengua, cualquier vestigio del unto de su verga. En cuanto aflojó, le dije:
Me voy a bañar hermanito, por respuesta me dio una nalgada y me fui corriendo. Al salir, me puse un short blanco y una sudadera azul pálido. Llegué al cuarto, Carlos estaba en el baño así que saqué su maleta, la vacié y que sorpresa al encontrarme con la sábana del hotel Camino Real del Aeropuerto, la extendí sobre la cama y cayeron las bragas que traía ese día. En la sábana se vía una mancha de esperma, mi sangre himinal, ambos mezclados con mis abundantes líquidos lubricantes.
Levanté las bragas estaban tiesas de mis propios líquidos, eran mis últimas bragas virginales, las puse sobre la sábana. Salió Carlos del baño con un albornoz y me dijo:
-Que linda luces hermanita. ¿Qué haces con mis reliquias? Les llamo así porque pienso conservarlas toda la vida como recuerdo del segundo día más maravilloso de mi vida. El primero fue cuando madre llegó contigo en sus brazos, te tomé en los míos y desde entonces te amo. El viernes pasado, sobre esta sábana, me entregaste tu virginidad, te convertiste en mi mujer y pude reconocer entonces algo que ya sabía, eres el amor de mi vida.
¿Sabes? Tu primer palabra no fue mamá, ni papá. Fue manito. Tal vez porque yo siempre te decía hermanita. Al otro día, cuando regresaba de la escuela, vi a madre contigo en brazos en la parte de arriba de las escaleras, yo empecé a gritar como loco, hermanita, hermanita y madre resbaló. Grité madre a todo pulmón y subí la escalera para tratar de auxiliarlas. Madre se equilibró y no pasó nada.
Llegué, extendí los brazos y viniste conmigo, con tu sonrisa angelical y hablaste, me preguntaste. ¿Made? Sí, madre, te contesté. Por eso le decimos madre y no mamá.
-Me metí en sus brazos tiernamente, en eso, sonó el teléfono, fui a contestar y mientras hablaba, advertí que Carlos con sumo cuidado doblaba la sábana, con mis bragas dentro, tomaba una bolsa oscura para trajes, la metía ahí y la guardaba en el closet. Colgué y él preguntó:
-¿Quién era hermanita? A lo que contesté:
Era papi. Me dice que hoy en la mañana, depositó doscientos mil pesos en mi cuenta y te pide que por favor me lleves a comprar un coche, por cierto, tengo ahorrados otros cincuenta mil. Carlos terció:
-¿Qué coche tienes en mente?
-Un mini cooper hermanito.
-Dalo por hecho hermanita, el sábado vamos a comprarlo; pero, yo te lo quiero dar y el dinero que te dio papá lo puedes guardar en tus ahorros.
-¿Y qué le decimos a papi?
-MMMM bueno, le podemos decir que yo puse el faltante, para que no se sienta.
-Correcto, muchas gracias hermanito voy a meter una carga de ropa sucia a la lavadora.
-Pero, mañana viene la señora que hace el aseo, recuerda que viene martes y jueves.
-Por eso mismo hermanito. Quiero echar la ropa sospechosa, tú sabes.
-Bien, en ese caso, prepararé la merienda, qué apeteces?
-Bueno, un plátano, ya sabes que es mi fruta preferida, una tostada con nutella, un baso con leche búlgara con avena instantánea, linaza y miel de abejas, por favor.
Cuando llegué a la cama con una bata corta casi transparente, Carlos casi se había dormido, nada más justo pensé, me acosté, me metí entre sus brazos, me acurruqué y me dormí.
Me levanté mediadora antes, es decir a las cinco y media, hice jugo de naranja para los dos, subí el de mi hermano para que, cuando sonara su despertador a las 6:00 A. M., lo encontrará ahí. Me bañé, me puse una falda de mezclilla a media pierna, una blusa de seda rojo quemado, de igual color que el vestido que había tirado junto con el traje de mi hermano, pues nos habíamos empapado, primero con mi "venida" y luego porque nos metimos vestidos al mar; ropa interior de igual color que la blusa, pantimedias y zapatos de tacón bajo, azules como mi portafolio de correa al hombro.
En la escuela recibí los halagos de Marina por mi nueva vestimenta y la felicitación de varios compañeros.
Coincidí con mi hermano al llegar a la casa, entramos juntos, la mesa estaba puesta y la comida lista, así que comimos enseguida. Como Carlos disponía todavía de media hora, nos fuimos a su despacho a platicar, no podíamos hacer otra cosa por la presencia de Gudelia, la señora del aseo.
A las cuatro de la tarde, se fue Carlos. Fui a despedirlo a su coche, nos dimos un beso fugaz en la boca y quedó de venir lo más pronto que le fuera posible. Regresé al despacho, estuve ahí leyendo hasta que a las 5:00 P. M. Cuando Gudelia se despidió.
Permanecí un rato más en el despacho. Pensé en cambiarme de ropa, vestirme muy cachonda para esperar a Carlos. En eso, tocó el timbre, mire por el pequeño monitor de TV, vi una mujer rubia de pelo corto con un coordinado oscuro de falda larga a quien no reconocía, así que fui a abrir y ¡OH Sorpresa! No daba crédito, estaba ahí nada menos que Caridad. Le di un jalón hacia dentro, cerré la puerta y me lancé a sus brazos. Nos abrazamos fuertemente, la besé en la boca, metí mi lengua en la suya, acariciaba sus imponentes nalgas. Llevé una mano a sus senos, sin soltar, ni el beso, ni sus nalgas.
Se separó un poco y me dijo:
-Calma, calma mi niña; déjame ver lo hermosa que estás, vestida tan moderna, te ves tan bella.
Sin decir palabra, la tomé de la mano, la arrastré a mi recamara. La abracé y la besé nuevamente, ahora, ella también sucumbió a la pasión y nos desvestíamos frenéticamente. Cuando quedó totalmente desnuda, tendida en mi cama, me quedé sorprendida, casi paralizada de la blancura y belleza de su cuerpo. Ahí no había tocado ningún rayo de Sol, ni siquiera indirecto.
¡Vaya Belleza!
Sus hermosos senos níveos, desafiantes que me invitaba a besarlos, coronados por sendas areolas y minúsculos pezones, que a gritos pedían ser lamidos y succionados, ambos de color café con leche diluido. Su vientre era un valle helado, con una gran fuerza interna que lo hacía estremecerse. Su pubis llena de un pelamen hirsuto color de los pelos de elote con la forma silvestre de un huisache enmarañado, resultado de años de abandono. Me sacó de mi arrobamiento el hecho de que Caridad buscaba algo con que cubrirse, así que le dije:
Estás bellísima Caridad, tu cuerpo es hermoso y sensual y me lo voy a comer.
Mientras esto decía, me desnudaba rapidísimamente, me tendí sobre ella, tomé con ambas manos su cabeza y la besé largamente, nuestras las lenguas jugaban entre sí, como con vida propia, la salivación era abundante y se nos escurría por las comisuras de los labios a pesar de que ambas pretendíamos tragar la de la otra, me bajé, me acomodé en cuatro, transversal a ella, besé su cuello largo y elegante, que jamás había visto, pero que adivinaba debajo de su cofia, besé sus hombros, me di un festín con sus senos, voraz succionaba sus pezones, apenas dibujados sobre las areolas.
Proseguí mi labor oral en el vientre albo y sensual, en medio de gemidos y convulsiones de Caridad, acompañadas de las mías propias, llegué al pelambre, lo besé y solté el aire por la boca pegada al pelambre, lo que le produjo varias convulsiones.
Brinqué hasta los pies, los besé con pasión, pasé a los tobillos besando uno y luego el otro, fui subiendo, besando y lamiendo una pierna y luego la otra. Al llegar a las rodillas, Caridad abrió ligeramente las piernas, me dio un fogonazo feremonal tal, que pensé abandonar mi actitud ritualista y lanzarme de lleno a su conchita que adivinaba enjuta por el aspecto de su descuidado pelo púbico; pero me contuve, o más bien me distrajo el que, por la abertura de las piernas, pude contemplar un lunar, del color y tamaño de una haba (hervida con carbonato), colocado en el muslo derecho, a un tercio entre la ingle y la rodilla, cerca de la primera, al centro de la parte interior del mismo, lo que me pareció muy, muy sensual.
Cada que avanzaba con mis besos, lamidas y leves succiones de los muslos, desde la parte de afuera, el frente de los mismos y el lado interior y sensual, abría las piernas más y más, siempre entre gemidos y convulsiones. Llegué al lunar, lo besé inmisericordemente, lo lamí y lo chupé. Ahora podía ver la pepita, la tenía muy hermosa y palpitante, llena de vida con grandes, carnosos y apetitosos labios mayores, cerrados sobre sí mismos, coronados por el clítoris, un botón rosado, ansioso de ser besado y como escurriendo de ello, los labios menores, aunque secos, se abrían ansiosos.
Besé y lamí sus ingles en medio de convulsiones muy intensas. Me tendí entre sus piernas y besé su pepita, no tenía mucho jugo, pero estaba muy sabrosa, así que la lamí, produciéndole un choque eléctrico que la recorría, mostrándose como temblores de sus músculos y saltitos aquí y allá. Metí mis manos debajo de sus nalgas, levantándolas con lo que me quedó más accesible su aromática puchita, besé, lamí y succioné a todo lo largo de su hermosa vagina palpitante que parecía despertar de un largo letargo.
Metí la lengua en su cuevita y la moví en todas direcciones, sentí como se tensaban sus nalgas, por lo que adiviné que pronto se vendría, así que aceleré los movimientos de mi lengua y se soltó en medio de un prolongado gemido con convulsiones que le subían y bajaban a lo largo del cuerpo.
Recogí con la lengua lo más que pude de sus líquidos lubricantes que no eran muchos, me tendí sobre ella, todavía temblaba y la besé en la boca, respondió ávida de su propio sabor, buscando con
su lengua, ora en mi barbilla, ora dentro de mi boca. Adopté movimiento de va y viene, pero no alcanzaba su pepa con la mía. Flexioné y subí una pierna, con la alcancé su conchita hambrienta, Nos movimos así un rato.
Pensé en adoptar una postura en la que se unieran nuestras dos puchitas, de modo que hice la tijera.
¡Qué maravilla! Nuestras dos conchitas hambrientas en unían íntimamente, frotándose entre sí. Empecé el movimiento de alejarme un poco para acercarme nuevamente, cuando hacía contacto, caridad se movía en redondo, lo que facilitaba que nuestras pepitas se mordieran muy placenteramente una a la otra.
Intensifiqué los movimientos, a cada cambio caridad se adaptaba a la perfección, hasta alcanzar un ritmo frenético, ambas sudábamos copiosamente y gemíamos sin parar. Presentí mi orgasmo e intensifiqué más mi movimiento. Me di cuenta que mi orgasmo sería a chisguetes, por lo que separé un poco mi cocha y llegó, gritaba me convulsioné salvajemente y en efecto, ahí estaban los chisguetes aplicando una ducha a la pepita de Caridad, quien al sentirlos, gritó y se vino, jalándome hacía sí.
Me había pasado el orgasmo, pero las piernas retemblaban sin control, como pude, me arrastré hasta llegar al lado de Caridad, nos abrazamos, con las respiraciones alteradas. Nos abrazamos fuertemente y así permanecimos hasta que se nos normalizó la respiración y cesaron los temblores. Entonces, Caridad se incorporó un poco, me miró a los ojos y me dijo:
-Te amo Nayeli, desde que te conocí, siempre he querido tener una relación así contigo, pero nunca imaginé que fuera tan intensa. Te amo.
-Yo también e amo Caridad, respondí, en una forma diferente que a Carlos. Por cierto, vamos a ponernos guapas para esperarlo, ya podremos platicar. CONTINURÁ.