Hermanitos-(1)
Carlos se bajó de mí, se recostó a mi lado, abrazándome con ternura. Todas las nuevas sensaciones formaban un mar cálido que plácidamente me cubría, mientras yo me hundía más y más en un dichoso sopor.
HERMANITOS –(1)
NOTA DEL AUTOR:
Por un error de mi parte, al publicar este relato el 05 de julio de 2017, en la zona dedicada al Resumen, salió publicado todo el texto con letra pequeña ni separación de párrafos, lo cual dificultó mucho su lectura. Varios usuarios, pueden verlo en los cometarios del relato del 5 de julio, me recomendaron repetirlo. Así que, aquí me tienen solicitando el permiso de TodoRelatos para publicarlo correctamente.
Este relato es la primera parte de la saga “Hermanitos”, fue publicado y retirado en diciembre de 2007. Con el propósito de completar este conjunto de relatos, he efectuado ciertas modificaciones para publicarlo reclasificado. Espero que lo estén leyendo.
MI HERMANO, MI MAS GRANDE AMOR.
Soy Nayeli, nací hace 18 años, en el seno de una familia conservadora en una pequeña ciudad provinciana en la República Mexicana. Somos cuatro, mis padres y mi hermano Carlos, 12 años mayor que yo. Me cuenta mi madre, que cuando nací, Carlos se puso feliz. No quería separarse ni un segundo de mí. Pronto aprendió a preparar mi mamila, me llevaba en brazos todo el tiempo que se le permitía, me cambiaba los pañales y me bañaba. Desde que lo recuerdo, yo vivía pegada como una lapa a él. El era mi alegría, mi seguridad, mi vida misma. Cuando tenía como 7 años, yo solía decir que cuando creciera me casaría con Carlos. De principio, todos lo tomaron como un chiste.
Carlos hubo de ir a estudiar a la capital y yo me quedé desolada, vivía pendiente de su regreso, cuando él llegaba, yo lo atendía con todo esmero y mi madre solía decir: -nada más justo Nayeli, tu hermano, cuando naciste, dedicó todo su tiempo libre para estar contigo, cuidarte y mimarte. –En esta ocasión, terció Carlos: -Vamos madre, Nayeli no me debe nada, lo que hice fue por mi gusto, sin esperar nada a cambio. - Te equivocas Carlos –dije mientras le daba el vaso con limonada –sí te debo algo, lo siento aquí, muy dentro, pero no sé qué es, cuando lo sepa te lo daré, mientras tanto, te atiendo con mucho gusto.
-Diálogos así se realizaban frecuentemente. Mi forma de saludar a Carlos por esta época era, con un entusiasmo desbordado, saltaba sobe él, le rodeaba el cuello con los brazos y la cintura con mis piernas. Cuando cumplí once años, lo saludaba de la misma forma, pero el efecto en mí era muy diferente, sentía mis pezones endurecerse al pegarse a su cuerpo, cuyo calor percibía en mi pelvis y en mi cosita sentía un hormigueo. Yo seguía diciendo, que me urgía crecer para casarme con Carlos, pero ahora, mi madre me reconvenía, insistiendo, tal vez demasiado, que eso no podía ser, que el incesto era pecado muy grave.
Ahora, a los doce, con mis senos incipientes y mi pubis muy poblada, ya no me permitían ese saludo con mi hermano, de modo que me conformaba con rodearle un brazo con los dos míos, pegando y frotando mis senos al mismo. Ahí, en mis pezones y senos empezaba el hormigueo que bajaba por la mitad de mi vientre, hasta alcanzar mi conchita, que ahora manaba su jugo sin cesar, por lo que usaba un protector. Como seguía mi canto de sirenas de casarme con Carlos, me mandaron interna con las madres teresianas para estudiar la secundaria.
Me tocó como tutora, la hermana Caridad, monja muy joven y bonita con quien pronto hice amistad y le había platicado mi amor por mi hermano. Un día que llegué sin previo aviso a su celda que usaba como oficina, separando su cama tan solo con una cortina, encontré un libro que se titulaba: Incesto.
-¿Qué significa esta palabra hermana? –Le pregunté curiosa, aunque recordaba que mi madre me había dicho que era un pecado terrible. Ella, tapó con un fólder el libro y me contestó tranquilamente, el amor carnal entre hermanos o parientes consanguíneos. Un día, me encontraron haciéndolo con mi amado hermano. Ese mismo día me internaron en el convento y no he vuelto a saber nada de él, ni de mi familia. De principio, lloré incansablemente, pero luego me puse a estudiar y trabajar como loca, el resto del noviciado lo pasé muy tranquila, hice mi carrera de maestra de primaria, profesé, me titulé como maestra de secundaria, realicé la maestría de Filosofía Antropóloga con especialidad en Educación. Por eso, te puedo aconsejar, si no quieres ser monja, no vuelvas a decir jamás, que te quieres casar con tu hermano. Dedícate a estudiar, termina la secundaria y luego la preparatoria. Al concluirla, si demuestras “juicio” a partir de hoy, te darán la oportunidad de escoger la carrera que quieras y podrás estudiarla, tal vez cerca de tu hermano, si la escoges con cuidado.
A finales del tercer año de secundaria, me preguntó Caridad -¿Sigues pensando que amas a tu hermano? –A lo que contesté: -Claro que sí hermana y ahora estoy segura de que quiero entregarme a él. -Bueno –me replicó –en ese caso debes escoger cuidadosamente el área de Preparatoria que vas a seleccionar. Debes escoger una carrera que no haya aquí, ni en la capital del estado, para que tengas que ir a México a cursarla. Por ejemplo, Filosofía y Letras. Así que, empezaré a enfilarte a tal carrera. -Mi mamá estaba encantada conmigo, pues se me había quitado aquella locura de niña, incluso había llevado a mi hermano a visitarme al colegio, yo lo había saludad con mucho cariño, pero muy modosita.
Cuando iba en primero de preparatoria, fue mi madre a avisarme que mi hermano se casaría en México con una compañera de la maestría, una linda chica extranjera y que le pediría permiso a la madre superiora para que fuéramos los tres a la boda de Carlos a tan importante evento.
En cuanto se fue mi madre, me fui, hecha un mar de lagrimas a la celda de Caridad. Le platiqué la tragedia que vivía en ese momento, ella con la serenidad que la caracterizaba, me dijo: -Tranquila Nayeli. Mira, casarte con tu hermano es algo más que imposible, aunque él permaneciera soltero. Pero entregarte a él es otra cosa y será más fácil si está casado, pues podrás, incluso vivir con ellos. Así que recobra la calma, ve a la boda, compórtate monísima con ella y verás que todo sale bien.
-Me dio un fuerte abrazo para consolarme, supongo, no era el primero; pero, por primera vez me percaté que nuestros senos se juntaban y que Caridad friccionaba levemente los suyos sobre los míos y que mis pezones respondían endureciéndose y produciendo en mí, una corriente cálida, que mi clítoris percibía y trasmitía un leve hormigueo a mi vagina, que se humedecía. Caridad me despidió con un beso en el que coincidieron las comisuras de nuestros labios.
A mi regreso de la boda, Caridad me recibió con un abrazo similar, pero más emocionado, como si hiciera mucho tiempo que no nos viéramos. Me pidió que le contara detalles de la boda. Le dije que yo había sido la madrina de lazo y que hice un esfuerzo gigantesco por no soltarme a llorar; pero que me vi compensada al felicitar a mi hermano, quien me apretó fuertemente contra sí, produciéndome una sensación maravillosa y que nos habíamos besado los labios, supongo en forma accidental para él. -¿Cómo? –me preguntó Caridad. Me levanté, la así de la muñeca levantándola, la abracé fuertemente, ahora yo froté mis senos contra los de ella y besé sus labios franca, pero fugazmente. Ella se soltó de mí y riéndose divertida me dijo: -eso, no fue nada accidental –a lo que respondí ¿Tú crees?
Al año siguiente, La madre superiora llamó a mis papás y junto con la hermana Caridad les expusieron mi inclinación fuerte y decidida en los campos de la Filosofía y las letras y de los excelentes trabajos que había realizado sobre esos temas, por lo que les recomendaban que me permitieran seguir una carrera profesional en la Facultad de Filosofía y Letras, por eso, hoy les entregaba una carta con la cual podrían iniciar los trámites de inscripción e tanto se liberaba mi certificado de preparatoria.
Sonó una alarma silenciosa en el fondo del corazón de mi madre, pero la desechó de inmediato y se unió al entusiasmo de mi padre al comentar, -podrá vivir con Carlos y Nelly, -a lo que agregó mi madre, -Sí, me parece maravilloso. -Mi madre se recriminó en silencio el que hubiera recordado mi decir de niña de casarme con mi hermano. Eso era una locura infantil que había quedado en la historia. Muy probablemente, yo ni siquiera lo recordaría.
Al domingo siguiente, según me platicó mi madre, vinieron Carlos y Nelly a la casa, mi padre les platicó la recomendación de que yo estudiara en la Facultad de Filosofía y Letras y Nelly dijo: -Estaremos encantados de tenerla en la Casa me queda de paso la facultad, y con gusto daré los primeros pasos al respecto. -Mi padre quedó encantado, todo se había resuelto de maravilla.
Llegó el fin de año, me gradué con honores. Al otro día me iría a mi casa. Por la tarde pasé a despedirme de Caridad, ambas lloramos abrazadas y friccionándonos mutuamente los senos. Yo no quería disolver el abrazo, no solo porque mis senos estaban turgentes, mis pezones duros y mi vagina húmeda; sino que, además sentía una gran seguridad en sus brazos, me invadía la felicidad de haberla conocido, de su guía, de sus consejos y de su cariño, que poco a poco se había transformado en una agradable amistad sensual. Caridad entonces, al ver que yo no tenía la menor intención de soltarla, me propino una nalgada, incluso fuerte y al separase de mí, me decía: -Vamos Nayeli, sabes que estoy encantada en tus brazos y que gustosa me revolcaría contigo ahora mismo, pero eso, por el lugar en donde estamos, nos podría traer para ambas, consecuencias fatales. -Pero, ¡Caridad! ¿Seremos siempre amigas? –A lo que me contestó: -Seguro amiga, siempre lo seremos -besó fugazmente mis labios y me llevaba casi a empujones a la puerta. Al otro día, desayuné con las madres, honor que se concedía muy pocas veces el último día de estancia de alguna alumna distinguida.
En menos de que se los platico, estaba instalada con mi hermano y mi cuñada. Había dos habitaciones con baño, además de la principal, me asignaron la que recibía sol por las mañas. Mi cuñada había tenido el detalle de poner un gran ramo de flores. Pregunté a qué hora salían para preparar el desayuno. Nelly me dijo: -Te lo agradezco mucho, pero yo tengo clase de 7, así que me voy volando a las 6:30; pero tu hermano entra a las 8:00, así que puede desayunar contigo. Los días sábado y domingo te invitaremos a desayuna fuera. Pero, –le dije a Nelly –te puedo preparar un jugo de naranja o de lo que prefieras. -Prefiero un café en baso para llevar y me lo tomo en el camino –contestó y me agradeció el gesto.
A las 6:30, cuando Nelly salió lista para irse, le entregué el baso de café, me dio un beso en la mejilla con los buenos días y me dijo, mientras lo recibía: -Gracias Na, eres un amor, pero oye, qué haces con esa bata, ya no estás en el convento, el sábado iremos de compras. –Y Salió como un bólido.
Regresé a mi recámara, me bañé lo más rápido que pude, le hice a Carlos un jugo de naranja y se lo llevé a la cama, como lo hacía en casa, cuando era niña. Lo tomó con toda naturalidad y me dijo, -gracias hermanita, me baño rápido para desayunar contigo. –Así lo hicimos, muy contentos los dos y agregó: -si mamá supiera que casi no desayuno, ni como en la casa, ¿Te imaginas? -No lo sabrá hermanito, porque de hoy en adelante, yo te preparé el desayuno, la comida y la cena.
Les platico todo esto, porque así se estableció la rutina. Dos semanas después que entré a clases, me iba con Nelly a la Universidad, así que preparaba dos cafés para el camino, el jugo que le llevaba a Carlos a la cama y el desayuno que le dejaba listo.
Carlos venía a comer todos los días conmigo. Volvimos a sentir el calor de hogar de nuestra infancia. Los sábados eran nuestros. Nelly se levantaba muy tarde y de inmediato se iba a la Universidad. Carlos y yo salíamos a desayunar a eso de las 9:00 de la mañana, íbamos a hacer las compras para la casa, regresábamos para acomodarlas, vivíamos muy felices.
Como Nelly regresaba muy tarde, aun los días sábado, Carlos me llevaba a un restaurante diferente cada vez, luego, por lo general íbamos al cine. Este era como mi ritual preferido. Cuando apagaban las luces, yo rodeaba con mis dos manos el brazo de Carlos y me lo pegaba a mi pecho, apretándolo fuerte contra mis senos y no lo soltaba en toda la función. Eso era mi máximo placer, frotaba mis pechos contra su brazo, mis pezones se endurecían, me hormigueaba todo el cuerpo y mi cosita, se volvía una fuente de líquido amoroso, que palpitaba ansiosa por ser acariciada, besada, lamida, chupada y penetrada. Había veces, que reclinaba mi cabeza sobre su pecho, sin importarme ver la película, porque ese era mi máximo placer. Carlos no daba un paso más adelante y yo tampoco por temor a que ese deleite, insuficiente, pero muy hermoso, se fuera a terminar. Para felicidad mía, Nelly se ausentaba cada vez más de la casa y mi hermano parecía no sentirlo, pues juntos habíamos construido ese nuevo hogar de dos hermanitos, cuya libertad máxima, ocurría el sábado en nuestra visita al cine.
Dos veces por semana, “chateba” con Caridad, cuyo nick era “mangosta-entristecida”. Nuestras pláticas calientes, sobre mis avances (estancados) con mi hermano y el intercambio de fotos y textos lésbicos era mi otro placer calmado y constante.
Nelly, quien por lo general llegaba a las diez de la noche o después, un buen día, llegó a las ocho, cenó con nosotros y de pronto dijo: -¿Saben? Participé en un concurso para intercambio de profesores en una universidad de Inglaterra y gané. Así que parto en una semana. –Mi hermano, tan sólo contestó:- Que bueno, te felicito. Me da mucho gusto por ti. -Me sumé a la felicitación, procurando estar lo más calmada posible, pero la verdad es que el corazón me dio un vuelco y mi cosita comenzó a manar sus jugos de amor.
A las 6:00 de la mañana estábamos los tres en la nueva sección del aeropuerto, “Benito Juárez”. En cuanto Nelly se perdió de vista, me aferré al brazo de mi hermano, ritual que para mí era muy sensual y erótico. Esta vez, mi hermano venció la barrera y me abrazó de frente, me pegué a él lo más posible, sentí como su miembro se endurecía, yo estaba empapada y a punto de desfallecer, por fin daba comienzo lo que había esperado durante tantos años. Dispuesta a besar a mi hermano como amante, él aflojó el abrazo sin soltarlo, a la par que me decía: -Hermanita, vamos a desayunar al “Camino Real”. -Adelante, le dije y felices caminamos al restaurante. Cuando concluimos, se excusó y se alejó con apremio. Lo esperé emocionada. Llegó, se sentó, me comentó un par de temas triviales, solicitó permiso para pedir la cuenta. La trajeron, firmó la nota. Se acercó a mi oído para decirme que me tenía una sorpresa. Caminamos a los elevadores, subimos junto con muchas personas y llegamos a la habitación que había tomado. Abrió la habitación, me levantó en vilo, me colgué de su cuello y me besó por fin largamente, sentía su lengua de fuego entrar en mi boca y jugar con la mía, sentía también su mano ávida acariciar mi pierna sin media. Me estremecía en sus brazos viriles. Hubiera querido permanecer así para siempre, saboreando su boca anhelada y su caricia en mi desnudez. Con cuidado me depositó de pie en el suelo y nos abrazamos, nos besamos nuevamente, mientras levantaba mi falda y acariciaba complacido mis nalgas enfundadas en mis pataletas que, para estas horas escurrían mis jugos de amor.
Sin hablar, nos desnudamos mudamente entre besos y abrazos, me condujo a la cama, levantó mis piernas para sacar mi última prenda empapada, la olió, la besó y limpió con la lengua el escurrimiento en el interior de ambos muslos. Mis castas piernas despertaban a un mundo de sensaciones eróticas y placenteras. Vibraban emocionadas a cada lamida y trasmitían a la vez, un impulso eléctrico que recorría todo mi cuerpo, produciéndome espasmos, antes desconocidos.
Luego, besó mi flor palpitante, la lamió y bebió el agua amorosa y salobre que salía sin cesar. Yo sentía desfallecer con esos impulsos, pensaba que no podría haber nada más ardiente que eso. Con la boca escurriendo de mis propios jugos, se tendió sobre mí, lamí sus labios y barba y me gustó el sabor. Metí mi lengua en su boca, buscando más de mí. Lo apreté con brazos y piernas, podía sentir su pene ardiente que jugueteaba sobre mis labios mayores que querían devorarlo. Tomé ese hierro con mi mano primeriza. Lo sentí fiero y dulce, duro y terso, lo conduje a la entrada de mi cuevita. Presionó par entrar, al sentir la resistencia se detuvo, me miró con la dudad reflejada en el rostro. Le dije:
¡Vamos hermanito! Cuando supe que eso es lo te quería dar, decidí guardarlo para ti, de modo que es tuyo, tómalo por favor. Metió ambas manos por mis lados, rodeando con ellas mis hombros de atrás hacia delante. Empujo con fuerza y
¡Plock!
El himen cedió, sentí que muchos alfileres picoteaban la entrada de mi vagina. No sé que tanto había entrado, pero me dolía mucho, me parecía que una cuña trataba de partirme en dos. El se quedó quieto, besando mis labios, mi nariz, mis mejillas con una ternura que me parecía infinita. Me calmé, noté como se desvanecía el dolor y suspiré con un impulso que venía de mi alma. Carlos retiró un poco el pene, lo impulsó nuevamente, mi vagina se distendía extrañada al ser invadida por u hierro candente. Repitió la operación dos o tres veces, a cada empuje, me salía un gemido por demás emocionado. Había entrado todo, podía sentir sus huevos en mi culito que pretendía tragárselos. Yo me sentía llena de Carlos, como si todo su cuerpo hubiera entrado en mí. Permaneció quieto unos instantes. El dolor y la sensación rara habían desaparecido por completo, mi vagina, volvía a manar sus jugos, Carlos me pidió que bajara las piernas de su cintura a rodear las suyas y entonces me dijo:-Hermanita, hermanita linda, perdóname si te hice daño. ¿Cómo te sientes? –A lo que contesté:
Hermanito mío, siento una dicha enorme al tenerte hurgando mis entrañas, siento que todos estos años de espera, de incertidumbre, de desafío, pero a la vez, con la determinación que me daba la seguridad de que este día llegaría; quedan compensados con tenerte sobre de mí y dentro de mí. -Te agradezco hermanita –comentó a su vez –la constancia y asiduidad de tu espera.
-Dicho esto, pidió que metiera mis piernas debajo de las suyas, hecho lo cual, pulsó su pene, una y otra vez, arrancando un gemido de mi ser a cada pulsación. Entre una y otra, traté de apretarlo con la vagina, mientras sentía una gran dicha por este nuevo juego, algo se movió dentro de mí y mi vagina ahora, se contraía sola, hasta que los espasmos adquirieron gran intensidad, grité y percibí que me salía de mí misma. Al calmarme, Carlos separó con las suyas mis piernas y realizó un leve movimiento de vaivén. Con cada empuje me proporcionaba un placer desconocido, mi vagina seguía con sus contracciones automáticas, Carlos aumentaba la velocidad y el empuje de sus movimientos ambos sudábamos a raudales, ahora tuve espasmos repetidos de baja intensidad, temblaba toda, mis piernas vibraban sin control.
Carlos en vez de parar, duplicó la velocidad y aumentó el empuje, yo sentía desfallecer, creo que me lastimaba, quería pedirle que parara, pero descubrí que me gustaba ese trato brutal, así que coopere y aumenté el ímpetu de los embates. Entonces sentí que la vida se me salía, grité y grité. Carlos también gritó contorsionando su cuerpo. Luego se soltó y calló exánime sobre mi cuerpo adolorido y maltrecho. Los dos jadeábamos enfebrecidos. No sé cuanto tiempo duramos así. Percibí que yo caía en un letargo, Carlos se bajó de mí, se recostó a mi lado, abrazándome con ternura. Todas las nuevas sensaciones formaban un mar cálido que plácidamente me cubría, mientras yo me hundía más y más en un dichoso sopor. CONTINURÁ.
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Muchas gracias por leer este relato.