Hermanito (5)

Continúan las aventuras de los calientes hermanos.

Capítulo 5: Juegos

— Por cierto, ¿quieres venir mañana por la tarde de compras conmigo? —dice la voz de Katy por el teléfono.

— Imposible, he quedado con mi hermano para comprar el regalo de cumpleaños de mi madre. —contesto sonriéndole a Alan, que está sentado a mi lado, acariciando mi pierna con aburrimiento.

— Vaya. —responde la voz de mi amiga con un suspiro—. No sé cómo te llevas tan bien con tu hermano, yo con el mío no pasan dos días en el que no me dé ganas de estrangularlo.

— Es mi mejor amigo, ya lo sabes. —comento recibiendo un silencioso beso en el cuello de él, que sonríe complacido.

— Eso es lo raro. —dice riendo Katy—. Conozco parejas de novios que no se llevan tan bien como vosotros.

— Exagerada. —contesto echándole una mirada de advertencia a Alan cuando la mano de la pierna sube y comienza a frotar mi sexo por encima del corto pijama.

— Que sí, ¿te acuerdas de Inés? ¿La amiga del club de baloncesto que os presenté el día que coincidimos en el centro comercial?

— Sí, ¿qué pasa? —digo llevando mi mano libre a la suya para sacarla de ahí, negando con la cabeza cuando me pone carita de pena.

— Pues cuando os fuisteis me preguntó si eráis novios. —comenta Katy riéndose.

— ¿En serio? —respondo fingiendo una carcajada—. ¿Y eso?

Notando nuevamente la mano de mi hermano subir por mi cuerpo, le vuelvo a advertir con la mirada, haciendo que me pongo de nuevo morritos cuando sus dedos se detienen en mis pechos, masajeándolos por encima de la simple camiseta que los cubre. Sin poder ocultar una sonrisa, pongo los ojos en blanco y asiento permitiéndole que los toque a placer.

— Decía que parecíais muy acaramelados, y que Alan te comía con la mirada. —contesta subiendo el nivel de volumen su risa—. ¿Te imaginas?

— Qué es mi hermano joder. —respondo falsamente asqueada—. Simplemente es muy sobreprotector conmigo, me tiene siempre vigilada.

Teniendo que subir ligeramente los brazos para dejarle hacerlo, Alan me sube la camiseta hasta encima de mis tetas, las cuales con una sonrisa traviesa comienza a lamer y morder. Joder, como me está poniendo…

— Ya, si lo sé. —comenta Katy casi finalizando su ataque de risa—. Sigo pensando que no tienes novio porque él los ahuyenta, por no ser lo suficientemente dignos para su hermana.

Separando su boca de mis senos para mirarme, Alan pone una cara traviesa mientras asiente, admitiéndome que realmente lo hace y provocando que me ría con fuerza.

— Bueno, si fuera así me estaría ayudando. —disimulo mi carcajada, a la vez que acaricio el cabello de mi hermano—. Ya sabes que no quiero tener pareja ahora.

— En fin, me voy que tengo que preparar la mesa. —se despide Katy mientras oigo el sonido de la voz de su madre de fondo—. Luego hablamos, ¿vale?

— Está bien, hasta luego Kat. —me despido también.

— Hasta luego Eli. —responde colgando y haciendo que haga lo mismo, dejando el teléfono en la mesa para mirar a mi hermano.

— ¿Por qué siempre me haces esas cosas cuando hablo con gente? —me quejo separando su cara de mis tetas para levantarla y darle un beso.

— Porque me gusta ver como reaccionas. —contesta con una sonrisa traviesa que me hace imitarle. Jamás puedo enfadarme con él…

— Pues ahora ya puedes seguir. —respondo relamiéndome los labios y abriendo mis piernas, mostrándole la ligera mancha de humedad que ha provocado con sus caricias.

— Hay que ir a comer. —contesta recordándome lo que ha dicho mi madre a través de la puerta antes de la llamada de Katy.

— Pues tú de momento vas a comerme el coño. —exijo quitándome la ropa y abriéndome de piernas para él, tremendamente excitada.

— Me encanta cuando hablas tan sucio. —dice Alan sonriente dándome un beso antes de agacharse y juntar su boca a mi sexo, haciendo que suelte un suspiro.

Después de su dulce probada de fluidos, se ayuda con la mano para exponer mi pequeño botoncito a su lengua, el cual empieza a succionar y lamer con ganas, haciendo que mi estómago se contraiga de puro placer. Mi hermanito sabe dónde atacar…

Comenzando a tener problemas para no gemir, empujo con algo de ímpetu la cabeza de Alan a mi entrepierna, gruñendo por el roce de su juguetona lengua en mi clítoris. Utilizando su otra mano, restriega dos dedos por mi rajita, impregnándolos en una mezcla de su saliva y mis fluidos que no paran de salir, y sin avisarme, me penetra con ellos. Sintiendo como se alivianan mis piernas, comienzo a retorcerme en la silla, escuchando mis leves jadeos que salen de mi boca sin permiso.

— ¡Ah! —gimo en voz alta provocando que su divina lengua se detenga y se separe para ponerse en pie.

— A la cama, ya. —ordena con voz autoritaria, pero relamiéndose la sonrisa.

Poniéndome en pie rápidamente, me tengo que aguantar a su hombro por el pequeño fallo de mis temblorosas piernas, y recibiendo un sonoro azote en el trasero me lanzo a la cama abriéndome de nuevo para él.

— Si vuelves a gemir tan fuerte, te volveré a azotar. —me reta Alan intentando poner inútilmente cara seria, y terminando con su eterna sonrisa traviesa.

— Me gusta que me azotes. —digo poniéndole ojitos y girándome para enseñarle mi trasero.

— Muerde la almohada. —contesta riendo cuando me pongo nuevamente boca arriba con las piernas abiertas.

Retomando al instante su ataque, siento su lengua volviendo a torturar mi clítoris, en una mezcla de presiones, lamidas y succiones. Teniendo que hacer caso a su petición, literalmente me empotro la almohada en mi rostro, mordiéndolo con fuerza para no gritar de placer cuando sus dedos continúan con la tarea de penetrarme. Con la misma velocidad con que se introducen en mi coño, mi mente empieza a no poder pensar con claridad, notando un intenso calor bajar por mi vientre y que me hace contorsionarme sobre el colchón.

— Esto lo quiero el fin de semana. —pide separándose una milésima mientras un dedo intrépido acaricia mi entrada trasera.

Sin necesidad de que le responda, su boca vuelve a la carga contra mi encharcado coño, que lo recibe con gusto cuando acelera los movimientos de su lengua y sus dedos. Sintiendo el orgasmo cerca, le aprisiono la cabeza entre mis piernas, comenzando a convulsionar y retorcerme como una loca, hasta que finalmente me corro con un grito que apenas puede amortiguar el trozo de tela de mi boca y notando mi corazón estallar en mil pedazos.

Hasta que mis espasmos de placer no desaparecen, Alan no frena sus acometidas, bebiendo mis fluidos como si se tratase de un dulce néctar, para terminar tumbándose encima de mí y lanzar mi almohada a la otra punta de la cama para ver mi extasiado rostro. Cuando finalmente mi corazón vuelve a latir y mi respiración se relaja, agarro su bella y sonriente cara para comenzar a besársela en todos lados, saboreándome a mí misma. Su nariz, sus ojos, sus labios, sus mejillas, su frente, su barbilla… Oyéndole reír mientras sigo agradeciéndole el maravilloso orgasmo.

— Te amo. —susurro antes de que me silencie con un beso.

— Y yo a ti pequeña. —responde relamiéndose y abrazándome. Yo intento devolvérselo con fuerza, pero ahora mismo soy peso muerto, estoy placenteramente agotada…

— Voy a tener que preparar mi trasero para el sábado. —comento sonriente recordando su petición.

— Y para el domingo también. —añade provocando que ría con fuerza.

— Lo que tú quieras hermanito. —concedo cerrando los ojos—. Pero dile a mamá que no bajo a comer, no tengo hambre.


¿Soy adicta al sexo? Llevo mucho tiempo pensándolo, creo que simplemente me gusta sentirme bien. Aunque tengo que reconocer que antes de dar el paso final con Alan, solíamos practicar nuestros juegos uno o dos veces a la semana, y desde que lo di, tenemos sexo o algún juego casi cada día. ¿Es normal? Puede que sí, lo raro es hacerlo con mi hermano… Pero es que sólo tenerlo cerca con esa sonrisa traviesa ya me enciende… En fin, ¿qué más da? No tiene nada de malo el sexo, bueno sí, la cantidad de dinero que nos dejamos en condones.

¿Cuánto nos habremos dejado en preservativos? Una fortuna, seguro. A casi uno por día, por algo más de dos años, rondarán los seiscientos. Joder, ¿lo hemos hecho tanto? ¿Habrá parejas que follen tanto como nosotros? Seguramente no, se acabarían cansando… ¿Entonces por qué nosotros no? ¿Qué tenemos de especial? Bueno, bien mirado, creo que nuestra relación es ya de por si especial. Lo amo tanto, le deseo tanto… ¿Amarán las demás parejas igual que yo quiero a Alan? Lo dudo, lo nuestro es amor de verdad, lo suyo es más un encaprichamiento repentino.

— Pequeña, ya está aquí. —dice la voz de Alan desde la puerta sacándome de mis pensamientos.

— Vamos. —contesto poniéndome en pie y agarrando el sobre de mi mesita.

Siguiendo a mi amor por la puerta, bajamos al salón donde mi madre acaba de llegar del spa en el que se ha pasado todo el día, regalo de cumpleaños de mi padre. Acercándonos tal y como ya hemos hecho esta mañana, volvemos a abrazar a nuestra madre felicitándola de nuevo, mientras nuestro otro progenitor se deja caer agotado en el sofá.

— ¿Otra vez? —comenta confusa ella con una sonrisa.

— Es que como has salido tan deprisa hacia tu regalo esta mañana, no hemos podido darte el nuestro. —responde Alan.

— No hacía falta que os gastéis el dinero en mí. —contesta agradecida mi madre.

— Pero queríamos. —añado tendiéndole el sobre—. Aquí tienes.

— ¿Y esto es? —pregunta con curiosidad abriendo el sobre sonriente.

— Una escapada para dos personas este fin de semana a Paris. —responde Alan cuando mi madre saca los pasajes y el itinerario.

— ¿Cuánto os habéis gastado? No puedo aceptarlo. —dice nuestra madre mirándonos como si estuviéramos locos.

— Eso no importa. —reprocho negándome a coger el sobre cuando me lo devuelve—. Hemos estado ahorrando mucho tiempo.

— Pues más motivo para rechazarlo, podéis gastaros el dinero en mejores cosas que no en mí. —continúa con su terquedad—. Me hubiera hecho feliz hasta que me hubierais comprado una taza.

— Es un regalo que llevamos pensando mucho tiempo, lo vas a aceptar y punto. —sentencia con autoridad Alan sorprendiendo por el tono a nuestros progenitores. No puedo negar que me acaba de poner a cien…

— ¿Pero con quién voy? Tu padre trabaja los sábados. —rechista con menos intensidad mi madre.

— En realidad tengo el fin de semana libre. —contesta mi padre riendo y mirándome acusatoriamente—. Ahora entiendo porque estabas tan empeñada en que me pidiera el día libre para llevarte de visita a las universidades.

— Pues nada más que hablar, ya podéis ir a hacer las maletas. —finaliza Alan con un ademán—. El tren sale mañana a las seis.

— Gracias mis niños. —dice finalmente mi madre con un suspiro dándonos un abrazo conjunto.

— Agradécenoslo descansando y disfrutando del viaje. —insto con una sonrisa—. Te lo mereces.

Después de una ronda de nuevos abrazos y felicitaciones, mis padres se van a su habitación para prepararse para el viaje, provocando que nosotros quedemos solos en el salón. Sorprendiéndome ligeramente de que me rodeen unos brazos, me doy la vuelta para mirar a Alan, que acunándome en su pecho me da un beso en la frente mientras sus manos bajan de mi espalda al trasero, moldeándolo a su gusto.

— ¿Sabes lo cachonda que me has puesto con ese tono autoritario? —ronroneo sonriente.

— Bien, asi te vas preparando para mañana. —contesta dándome un furioso beso y un sonoro azote en el trasero, que mis padres ni escuchan de lo centrados que están en su tarea de preparar el viaje.

— ¿Prepararme? Prepárate tú, porque te voy a dejar seco. —respondo mordiéndome el labio mientras golpeo su trasero como ha hecho con el mío—. Cuando acabe este finde, vas a necesitar ir a comprar más condones.

— Te recuerdo que ayer compramos una caja. —dice dándome sonriente un beso.

— Lo sé.