Hermanito (12)

Empiezan los problemas en la pacifica vida de los hermanitos.

Capítulo 14: Ataduras

— Arriba, dormilona. —dice la voz de Alan, dándome un beso en la sien y arrancándome del sueño en el que había caído después de la sesión de sexo matutina.

— ¿Qué hora es? —pregunto removiéndome en la cama y poniendo una mueca de dolor al sentarme en el colchón.

— La hora de comer. —responde mi hermano ofreciéndome una camiseta y unas bragas—. Vamos que te he preparado pasta.

— ¡Alan! —protesto con el ceño fruncido—. Te iba a hacer yo la comida.

— ¿Qué más da? —contesta Alan con una suave sonrisa, viendo como uso la ropa que me ha dado para tapar mi desnudez.

— Es tu cumpleaños, se supone que soy yo la que te tiene que consentir. —digo haciendo un mohín mientras me pongo lentamente en pie.

— Anda, vamos a comer. —responde Alan dándome un beso para silenciarme, agarrándome de la mano para guiarme hacia el salón.

Poniendo una leve mueca de dolor, me siento en el sofá junto a mi hermanito mientras este deja en mi regazo un plato antes de ponerse a atacar el suyo. Tranquilamente, comemos viendo la tele, para luego dejar los platos en la mesita y quedarnos abrazados relajadamente.

— Ay… —murmuro cuando me acomodo en el sofá, notando un ligero dolor en mi trasero.

— ¿Estás bien, pequeña? —pregunta con el ceño fruncido de preocupación.

— Sólo algo dolorida. —respondo riendo y estirando mi cuello para darle un beso antes de volver a apoyar mi cabeza en su pecho.

— Perdona, quizás me he pasado un poco. —contesta Alan arrancándome una sonrisa ante su tono de preocupación.

— Tranquilo, que no. —digo volviendo a separarme un poco para verle a la cara, robándole otro beso antes de acurrucarme más a él.

— ¿Quieres postre? ¿Traigo un trozo de la tarta que has escondido en el congelador? —propone de golpe mirando los platos.

— ¡ALAN! —protesto separándome con el ceño fruncido al saber que me ha estropeado mi otra sorpresa.

— Perdona, pero como al cocinar he visto que en la nevera había demasiados congelados, he mirado. —se disculpa mi hermanito, poniéndome cara de lastima.

— Como sigas fastidiándome las sorpresas, te vas a enterar. —respondo haciendo que Alan se comience a reír.

— No te sirve de nada amenazar, pequeña. —contesta acercándose y dándome un beso muy lento antes de bajar al cuello.

— ¿Por qué? —pregunto echando sutilmente la cabeza hacia atrás, sin poder ocultar un suspiro de placer.

— Porque no tienes nada con lo que castigarme. —dice Alan riendo y separándose de mi para mirarme con cara divertida.

— ¿Cómo qué no? Podría… —murmuro comenzando a pensar algo, pero no se me ocurre nada.

— Podrías dejarme una semana sin hacerte nada. —propone sonriente mientras sus manos me acarician las caderas.

— El castigo tendría que ser para ti, no para mí. —contesto sin poder ocultar una risa antes de sentarme con un suave movimiento en sus piernas, rodeándole con mis brazos el cuello antes de lanzarme a por sus labios.

— Por cierto, ya que antes has hablado en plural, ¿te quedan más sorpresas? —pregunta Alan cuando me separo de su boca en busca de aire.

— Alguna más. —respondo sonriente, besando su barbilla y bajando por su cuello, dejando un reguero de besos mientras mis manos desabrochan los molestos pantalones. ¿Para qué demonios se ha vestido de calle?

Soltando el botón y bajando la bragueta, agarro los bordes del dichoso vaquero saliéndome de encima suyo para intentar bajarlo con fuerza junto a su ropa interior, pero me es imposible si no se levanta. Alzando la mirada para ver a Alan, le veo sonriendo burlonamente ante mis intentos de desnudarlo, provocando que enarque una ceja.

— ¿Vas a ayudarme? ¿O tengo que hacerlo yo todo? —pregunto haciendo que se ría.

— ¿Estás intentando violarme? —responde con una cara divertida a la vez que me quito la camiseta.

— Te has despertado muy graciosillo hoy, ¿no? —contesto intentando poner cara seria, pero su rostro me hace terminar por sonreír—. Si no te levantas, te vas a quedar sin el siguiente regalo.

— ¿Qué es? —pregunta sin intención de obedecerme.

— Si lo quieres sab… —empiezo a decir antes de que alguien golpee el timbre del piso, interrumpiéndonos y haciendo que mire a Alan preocupada, pero él no parece estarlo.

— Por fin. —murmura Alan levantándose ante mi confundida mirada para abrocharse de nuevo los pantalones e irse a la puerta.

Con algo de vergüenza al estar sólo en bragas, me asomo con sigilo al pequeño pasillo, viendo a mi hermano hablar con un hombre que va uniformado de alguna empresa de transporte el cual le entrega varios paquetes.

— ¿Qué es? ¿Has pedido algo? —pregunto con curiosidad cuando mi hermano cierra y vuelve al salón con los paquetes.

— Espera, impaciente. —contesta yéndose hacia la habitación y provocando que le siga.

— ¿Qué buscas? —pregunto viéndole dejar los paquetes en la cama y ponerse a buscar en el cajón de la mesita de noche.

— ¿Confías en mí? —responde después de encontrar algo y guardarlo detrás suyo.

— Ciegamente. —asiento, confundida.

— Pues túmbate en la cama boca abajo y pon tus brazos en la espalda. —contesta acercándose con una sonrisa.

Mirándolo sin comprender, obedezco su petición sintiéndolo al instante ubicarse tras de mi para agarrarme los brazos, y antes de que me pueda dar cuenta, noto como algo aprisiona mis muñecas dándome cuenta enseguida de que son las esposas que compramos en su día y guardamos en la mesita.

— ¡Eh! ¿Por qué me esposas? —protesto ligeramente, rodando en la cama para quedarme boca arriba cuando lo escucho irse al baño.

— Para que tus curiosas manos no me estropeen el plan. —contesta riendo, mientras vuelve con un trozo de tela que reconozco como el cinturón del albornoz.

— ¿Qué haces? —pregunto confundida cuando me hace rodar para ponerme boca abajo y se sienta ligeramente en mis piernas, inmovilizándolas.

— Espera. —dice mi hermanito, juntando mis pies para rodearlos con la tela y atarlos fuertemente, pero sin hacerme daño.

— ¿Ahora te va el rollo de cuerdas y látigos? Porque a mí no, ¿eh? —protesto levemente haciendo que me mire sonriendo—. Bueno, puede que un poco sí.

— ¿Un poco sí? Pues lamento decirte que no es eso. —responde riendo Alan mientras sus brazos me agarran y me levantan a pulso como una princesa, una princesa desnuda y atada…

— Se supone que las sorpresas te las tengo que dar yo a ti, es tu cumpleaños. —contesto cuando me deja delicadamente en el sofá.

— ¿Quieres que te ponga una mordaza también? —pregunta en tono de burla mi hermanito, dándome un leve pellizco en el pezón.

— ¡Ni se te ocurra! —respondo con cara seria antes de sonreírle—. A menos que esa mordaza sea tu boca o… ¿A dónde vas?

— Tranquila, tu espera ahí. —dice cuando le veo alejarse, haciendo que me revuelva en el sofá intentando liberarme, pero es imposible y prefiero no intentar ponerme de pie ante el peligro de caerme de boca.

Suspirando me quedo mirando el techo sin nada más que hacer mientras mis oídos intentan averiguar qué es lo que está haciendo Alan en la habitación. Después de casi quince minutos en el que oigo el agua de la ducha, me remuevo incómoda al escuchar a mi hermano volver, quedándome expectante.

— Bueno, yo me voy ya. —dice mi hermanito dándome un beso y yéndose ante mi atónita mirada—. Mañana vuelvo.

— ¿Cómo que te vas? ¿A dónde vas? —protesto removiéndome en el sofá al escucharlo alejarse—. ¡Eh! ¡Suéltame!

— Mañana cuando vuelva te libero, pórtate bien. —responde riendo Alan, escuchándolo alejarse por el pasillo y abrir la puerta de la calle, permitiéndome escuchar seguidamente un golpe sordo cuando se cierra.

— Estás de broma, ¿no? —digo en voz alta cuando han pasado unos segundos y no oigo a mi hermano.

Ante el silencio que me responde, me pongo nerviosa y comienzo a intentar sentarme en el sofá inútilmente. No habrá sido capaz de dejarme aquí atada hasta mañana, ¿no?

— ¡ALAN! —grito, desesperada, escuchando de golpe una risa antes de oír los pasos de mi hermano regresando por el pasillo.

— Tranquila, que era una broma. —contesta Alan regresando y ubicándose con una sonrisa burlona delante mio.

— ¡Pues ni puta gracia me ha hecho! —protesto mientras intento huir de los labios que intentan silenciarme con un beso—. En cuanto me sueltes, te voy a moler a golpes.

— Oh, pues entonces no te suelto. —murmura riendo Alan, deteniendo sus manos que iba a la atadura de mis pies.

— ¡Alan! —vuelvo a gritar su nombre por tercera o cuarta vez en lo que va de día.

— Venga va, ponte de pie. —dice sonriente, soltándome los pies y ayudándome a ponerme en pie.

— Suéltame las manos. —reclamo con el ceño fruncido. En cuanto me suelte le voy a dar una bofetada por el susto que me ha dado…

— Aún no, ven. —contesta Alan, dándome un beso en la mejilla antes de agarrarme de los hombros y guiarme hacia el cuarto, el cual está decorado con velas perfumadas.

— Si te piensas que te voy a perdonar por poner cuatro velas, estás muy equivocado. —murmuro relajando mi ceño fruncido. Me gusta el aspecto romántico que le ha dado a la diminuta habitación.

— Ya veremos. —responde Alan mientras sigue empujándome para llevarme al baño, donde al instante me quedo admirando la decoración de velas junto a un aroma procedente de la bañera llena que reconozco al instante.

— ¿Esas son…? —pregunto con mi enfado completamente aplacado al inspirar el aroma de las sales de baño que tanto me gustan y que usaba en casa, pero que por no gastarme el dinero en caprichos no me he podido comprar desde que huimos.

— Sí. —contesta Alan, quitándome las esposas antes de desnudarse.

— ¿Por qué? —pregunto confusa mientras lo veo quitarse todo, acercándose a mí para arrebatarme las bragas con mi ayuda.

— Vamos. —me invita agarrando mi mano para entrar en la pequeña bañera, tumbándose y haciendo que me tumbe yo encima suyo, apoyando mi espalda en su pecho mientras veo el agua caliente casi desbordar el pequeño lugar, donde mi hermano y yo cabemos muy apretujados.

— Es tu cumpleaños, no el mío. —protesto mínimamente cuando su mano me obliga a apoyar la cabeza en su hombro y su otra mano me acaricia el vientre.

— La cuestión es quejarse, ¿no? —se ríe Alan haciendo vibrar su pecho, mientras lo veo estirarse para agarrar su teléfono apoyado en la cisterna del váter y teclear algo, hasta que comienza a sonar una música relajante del aparato.

— Pero… —digo viéndolo dejar el móvil nuevamente, agarrando una esponja para comenzar a frotármela por los brazos lentamente.

— Hoy estamos celebrando algo más importante que el simple hecho de que yo cumpla un año más, asi que no protestes. —me interrumpe Alan, dándome un beso en la mejilla.

— ¿El qué? —pregunto soltando un suspiro de placer ante la relajante situación.

— Hoy celebramos que por fin podremos salir de este agujero para empezar nuestra nueva vida. —murmura suavemente—. Y es un agradecimiento por todo lo que me has tenido que cuidar estos meses, yo te invite a irnos de casa, pero has sido tú la que ha conseguido que lo logremos.

— Pero…

— Asi que relájate y disfruta, pequeña. —susurra en mi oído, haciendo que me recorra un escalofrío—. Te lo mereces.

Sin ganas de quejarme más, me quedo relajada sintiendo la calidez del agua, la lenta respiración de mi hermano, y la suave música bailando en mis oídos junto al aroma que me recuerda a las mejores épocas de mi vida, todo con el tenue masaje de las manos de Alan por mi cuerpo.

Puede que estemos en una bañera apretujados, en una casa diminuta y destartalada, decorada con velas aromáticas baratas y escuchando música bastante vieja de un teléfono, sin embargo, no cambiaría este momento por nada del mundo ahora mismo. Estoy en el cielo.


— Ven, esto aún no ha acabado. —dice mi hermano cuando salimos, después de un larguísimo rato, de la bañera.

Secándonos rápidamente con unas toallas que previamente ha dejado preparadas Alan, me agarra la mano para guiarme de nuevo a la habitación, donde me abraza y me da un tierno beso, dejándome caer poco a poco en la cama, depositándome con cuidado.

— Gírate. —dice Alan sonriente, rechazando mis brazos cuando lo voy a arrastrar conmigo.

— ¿Para? —respondo con ganas de que me bese y me abrace.

— Para darte un masaje. —contesta dándome un beso a la vez que sus manos me instan a tumbarme boca abajo.

— Como sigas dejando el listón tan alto, te costará superarlo cuando sea mi cumpleaños. —me burlo mirándole sonriente de refilón.

— Eso ya lo tengo planeado. —dice riendo mientras lo veo agarrar un bote de la mesita—. No he podido comprar un aceite para masajes, asi que tendrás que conformarte con esta crema hidratante.

— No me importa. —murmuro cerrando los ojos cuando lo siento sentarse ligeramente en mi trasero y echar algo de crema en mi espalda, empezando a masajearme con sus manos.

Escuchando aún de fondo la música relajante saliente de su teléfono, me dedico a disfrutar del roce de sus manos, sintiéndole subir hasta mi cuello para masajearme sin mucha presión, casi como una caricia lenta e intensa. Después de un buen repertorio de caricias, sin prisa, empieza a bajar sus manos hasta mis hombros, haciendo más presión y provocando que de mi boca salga un ligero suspiro de placer.

Sintiéndome adormilada, sus caricias lentamente comienzan a bajar por mi espalda haciéndome ronronear contra la almohada los minutos que dedica a la zona. Sintiéndole finalmente separar sus manos, lo escucho volver a abrir el bote de crema antes de dirigirse a mi zona lumbar, masajeando sin ir más allá del nacimiento de mi trasero.

— ¿Te gusta? —pregunta Alan en un susurro, llevando sus manos ahora a mis brazos.

— Mmmmmh… —murmuro afirmativamente, sin ganas de abrir la boca para responder.

Durante un par de minutos, sus dedos recorren mis brazos de manera sutil hasta que de pronto lo siento levantarse de mi trasero, notando por los movimientos del colchón que retrocede hasta quedarse de rodillas cerca de mis piernas.

— Ay, Dios… —suspiro cuando sus dedos comienzan a masajear mis pies delicadamente, haciéndome ligeras cosquillas.

Sin ejercer mucha presión, siento sus manos pasar por mi talón, la planta, los dedos y el empeine antes de lentamente comenzar a ascender por mi tobillo, empezando a ejercer ya un poco de fuerza cuando masajea mis piernas.

Maravillándome con el roce de sus manos por mi cuerpo, ni siquiera pongo impedimentos cuando sus brazos separan sutilmente mis piernas, ronroneando de nuevo de placer al sentir sus dedos masajear mis muslos, quedándose muy cerca de mi excitado sexo.

— Media vuelta. —dice finalmente Alan después de pasarme apenas las manos por las nalgas para terminar de extender la crema.

Sin apenas fuerzas, me giro pesadamente para quedarme tumbada boca arriba, cerrando los ojos mientras siento a mi hermanito acercarse y echarse más crema antes de plantar sus manos en mis hombros, empezando a masajearme la zona superior del pecho, entre la clavícula y el nacimiento de mis senos.

Con una lentitud y parsimonia que me encanta, sus dedos finalmente se posan sobre mis pechos, pero después de apenas unas caricias sobre mis duros pezones, baja hacia mi vientre masajeándolo sutilmente unos minutos antes de sentir sus fuertes manos bajar hacia mi pubis, provocando que inconscientemente levante un poco las caderas, pero sus manos se separan.

— No hay prisa, pequeña. —murmura en susurro Alan antes de volver a moverse en la cama para quedar a mis pies, comenzando el mismo masaje que me ha dado al revés.

Mordiéndome ligeramente el labio, disfruto de sus caricias excitándome cada vez más a cada centímetro que sus cálidas manos ascienden por mis piernas, provocando que cuando sus dedos por fin comienzan a acariciarme los muslos, mi sexo se encuentre empapado y mi respiración agitada.

Al llegar arriba de mis piernas, sus dedos comienzan a hacer el masaje más lento por la zona interior, rozándome los labios vaginales, haciéndome soltar leves suspiros. Finalmente, y provocando que exprese un gemido de excitación contenida, sus dedos empiezan a acariciarme el coño, con suavidad, pero con firmeza.

— Madre mía... —suspiro por su roce, sintiendo varios segundos después un dedo travieso entrando en mí, seguido momentos después por otro.

Con ganas de que me haga el amor, pero con pocas de romper la burbuja de placer en la que me encuentro, me quedo quieta disfrutando de sus caricias, gimiendo sobre la almohada ante los movimientos de sus incansables dedos que me tienen en la gloria.

Comenzando a notar varios minutos después una oleada de calor y placer naciendo desde lo profundo de mi ser, mis manos agarran con fuerza las sábanas mientras mi hermanito, seguramente sintiendo mi próximo orgasmo, acelera sin piedad la velocidad de sus manos, acariciándome con una el clítoris, y con la otra penetrándome sin cesar a un ritmo demoledor, provocando que me retuerza de placer en el colchón.

Finalmente, y sin molestarme en ocultarlo, deleito a todas las prostitutas e ilegales de mi edificio con un grito de placer al alcanzar mi deseado orgasmo, arqueándome y removiéndome en la cama como si estuviera poseída, quedándome totalmente exhausta y muy relajada cuando Alan separa sus dedos de mí unos momentos después.

— Por Dios… —murmuro sonriente, con los ojos cerrados y la respiración acelerada.

— Esto no ha acabado. —responde riendo Alan, haciendo que abra los ojos y le vea colocarse un preservativo, ubicándose seguidamente encima de mí.

— Tú me quieres matar de placer, ¿verdad? —contesto también riendo mientras sus labios me silencian con un beso y sus manos me abren ligeramente más las piernas, sintiendo su erección clavarse contra la entrada de mi sexo.

Sin responderme, sus labios empiezan a devorarme el cuello, a la vez que siento su miembro entrar en mí, provocando que un gruñido gutural me salga de lo más profundo, aferrándome a la fuerte espalda de mi hermanito.

Con muy pocas contemplaciones, Alan comienza un agradecido movimiento de caderas, entrando y saliendo de mi sexo con algo de contundencia. Notando mi vagina muy sensible después del reciente orgasmo, en breve empiezo de nuevo a jadear y gemir de placer en su oído, bajando mis manos a su trasero para apretarlo e incentivarle a aumentar más el ritmo.

Separándose finalmente de mi cuello, sus labios regresan a los míos brevemente antes de quedarse mirándome a los ojos, al mismo tiempo que sus embestidas se hacen más veloces. Durante unos minutos nuestras miradas se expresan todo lo que no hacemos con palabras, mientras nuestras bocas jadean una sobre la otra.

Sintiendo de nuevo un terremoto de placer recorrerme, me aferro a la espalda de mi hermanito con fuerza mientras él continúa embistiéndome sin cesar, arrancándome finalmente otro orgasmo que grito más incluso que el anterior, arqueándome todo lo que puedo debajo del cuerpo de Alan para luego desplomarme sobre el colchón agotada, imitando la sonrisa traviesa de mi hermano que me dice que esto no va a parar ahí.


— ¿A dónde has ido? —pregunto cuando escucho volver a mi hermano, viéndolo aparecer vestido únicamente con su ropa interior y con un plato en la mano.

— A buscar algo de comer. —responde sonriendo para tumbarse a mi lado, dejando el plato en medio de los dos, ofreciéndome un tenedor para comer la porción de tarta de chocolate que ha traído.

— ¡Alan! —protesto con el ceño fruncido, pero sin mucho ímpetu—. Eso era para la cena, tenía que encender las velas y que pidieras un deseo.

— ¿Para qué? Mi único deseo en la vida ya se ha cumplido. —contesta dándome un beso y agarrando un poco de tarta con el tenedor para ofrecérmela—. Tener una vida feliz contigo.

— Si estás intentando calmarme a base de decirme cosas bonitas y sobornarme con comida, lo estás logrando. —respondo haciendo que se ría mientras abro la boca para recibir el delicioso postre.

Comiendo tranquilamente mientras el silencio nos rodea, me quedo pensando en el maravilloso día, y el motivo por el qué hemos hecho esta especie de celebración conjunta. Por fin podremos dejar de escondernos y conseguir trabajos normales, pudiendo salir de este dichoso edificio.

— ¿Cuándo iras a arreglar las cosas con la policía? —pregunto dejando el plato vacío en la mesita de noche, acercándome más a él para abrazarlo.

— Mañana, cuanto antes mejor. —responde Alan con un suspiro, rodeándome con sus brazos y dejándome un beso en la cabeza.

En ese clima de relax, besos y caricias, nos quedamos de nuevo en silencio, escuchando de fondo los gemidos de alguna prostituta trabajando y nuestras propias lentas respiraciones, que acompasan los movimientos de nuestras manos.

— Si estuviéramos en casa, mamá me estaría haciendo mil fotos para la posteridad. —dice de golpe Alan, soltando una breve carcajada.

— Seguramente, y te haría comer hasta reventar. —respondo riendo, con algo de añoranza.

Volviendo a quedarnos sin decir nada, mi mente no puede dejar de pensar en todo lo que ha cambiado nuestra vida desde su último cumpleaños, y aunque ahora soy muy feliz a su lado, no puedo evitar pensar en todo lo que hemos perdido y abandonado.

— Oye, sé que dijimos que no lo haríamos para no hacer las cosas más difíciles, pero… —murmura Alan con un hilo de voz—. ¿Y si llamamos a casa? Al menos para decirles que estamos bien.

— Sabes que mamá nos intentaría hacer volver. —contesto, aunque en el fondo de mí quiero hacerlo—. No quiero escuchar a mamá llorando y rogando que volvamos cuando no podemos hacerlo.

— Yo creo que sufrirá más sin saber dónde están sus hijos, al menos así sabrá que estamos bien. —responde mi hermanito con un susurro.

— Está bien. —suspiro asintiendo unos segundos después—. Pero mañana, no quiero que nos vayamos tristes a dormir el día de tu cumpleaños.

— Vale. —asiente Alan, haciendo que levante la mirada para recibir un beso—. Te amo, pequeña.

— Yo más, hermanito. —contesto con una sonrisa, dándole otro.

Capítulo 15: Llamada

El día que nos fugamos decidimos no llamar a nuestra casa ni a nuestros padres, básicamente por dos motivos. El primero, y aunque pueda parecer ridículo o disparatado, era evitar que nos pudieran rastrear la policía. Sé que quizás no utilizan ese tipo de tecnologías para estas cosas, pero la incertidumbre estaba ahí.

Y el segundo motivo, y más importante, era no hacer más dificil la huida, intentando romper lazos con toda nuestra vida anterior. Aunque los dos queríamos y necesitábamos irnos, no queríamos que las cosas con nuestros padres acabaran así. Nuestro sueño de pequeños siempre había sido irnos a vivir y trabajar a otra ciudad cuando fuéramos más mayores, ocultándoles a nuestros padres nuestra relación, pero pudiendo volver cuando quisiéramos, ya que los queremos.

Sin embargo, el hecho de saber que nuestro secreto iba a ser revelado y que debíamos huir antes de tiempo, nos destrozó los planes. Por culpa de Lucas, nos hemos visto obligados a no poder volver a ver a nuestros padres, no poder abrazarles o hablar con ellos en persona… ¿Hicimos bien decidiendo no llamarles? ¿Qué pensarían cuando vieron el video de Alan y yo follando? ¿Les repugnaría? Seguramente…

Escuchando el manojo de llaves de Alan tintinear en la puerta, salgo de mis pensamientos para mirar hacia el pasillo, viendo aparecer al poco a mi hermanito con una cara de cansancio que cambia rápidamente al verme por una sonrisa.

— ¿Cómo ha ido todo? —pregunto cuando se deja caer a mi lado en el sofá, rodeándome con un brazo.

— Ya somos oficialmente libres e independientes. —responde con una ligera sonrisa.

— ¿Seguro? ¿Y por qué has tardado tanto? —contesto ante el hecho de que se ha ido hace más de seis horas.

— Bueno, esto no es tan fácil como plantarse ahí y decirles que no estoy secuestrado. —dice Alan con una sonrisa, acercándose a darme un beso.

— ¿Y qué han hecho? —pregunto mientras sus brazos me instan a acurrucarme contra él.

— Pues después de decirles quien era, han tenido que confirmar mi identidad con fotos y huellas, y luego he tenido que contarles donde he estado, porque me fui y que he hecho, llamar a no sé dónde para retirar la denuncia de desaparición, renovar mi documentación… —enumera con voz cansina—. Un montón de cosas.

— Y cuando te han preguntado donde has estado y porque te fuiste, ¿qué les has dicho? —digo algo más relajada.

— Pues que me fugué de casa porque estaba agobiado, y que he estado viviendo en albergues y unas cuantas mentiras más. —responde mi hermano abrazándome fuerte contra él—. He tenido que aguantar que me llamaran crio estúpido e inconsciente, pero me da igual.

— ¿Y ahora qué?

— Pues nada, ahora empieza nuestra nueva vida. —contesta riendo Alan acariciándome la espalda—. Ahora podemos conseguir trabajos legales, y ganar más dinero para salir de aquí.

Quedándonos en silencio abrazados, siento algo de alegría al saber que pronto nuestros esfuerzos habrán valido la pena, provocando que apoye la cabeza en el pecho de mi hermanito e inspire el aroma que tanto me gusta.

— Por cierto, un policía ha llamado a casa para informarles que he aparecido y que la denuncia ha sido retirada. —informa la voz de mi hermano, arrancándome de mi pequeño paraíso de paz—. Mamá se ha puesto histérica, gritando, llorando y suplicándole al agente que me pusiera al habla.

— ¿Lo has hecho? —pregunto separándome un poco de él para mirarle a la cara.

— No, quiero que estemos los dos cuando hablemos con ellos. —contesta Alan, depositando un suave beso en mis labios.

— ¿Y qué les diremos? —digo con algo de miedo al imaginarme la llamada—. ¿Estarán enfadados con nosotros?

— Ni idea, supongo que habrá que llamar para saberlo, y ver donde nos lleva la conversación. —responde mi hermano abrazándome fuerte—. Comamos algo antes de llamar, ¿queda tarta?

— Claro, apenas comimos la mitad ayer. —contesto con una ligera sonrisa, escapando de su abrazo para ir a buscarla.

— Normal, me tuviste esclavizado en la cama. —murmura Alan haciéndome soltar una carcajada, liberándome de esa pequeña depresión en la que estaba.


— ¿Y eso? —pregunto cuando veo salir a Alan de nuestro cuarto con pequeño teléfono en la mano.

— Un teléfono desechable con una tarjeta prepago. —responde sentándose a mi lado y mostrándome el móvil, que aun siendo nuevo es de un modelo muy antiguo que ni siquiera es táctil.

— ¿Hacia falta tanta parafernalia? —contesto viéndolo apretar un botón para que se ilumine la pantalla.

— Bueno, asi es más útil si tenemos que volver a llamar algún día. —dice Alan jugueteando nerviosamente con el aparato en sus manos.

— Pues... —murmuro con un leve cabeceo, aunque no estoy muy de acuerdo con su respuesta—. ¿Llamamos?

— Llamamos. —asiente inquieto Alan, mirando de nuevo el aparato para marcar rápidamente el teléfono de nuestra casa, en la que por la hora que es, puede que sólo esté nuestra madre.

Mirándome a los ojos unos segundos, como si fuera una escena tensa de una película, finalmente aprieta el botón verde con un suspiro, poniendo el altavoz y situando el móvil entre medias de los dos. A cada tono que se oye, mi nerviosismo crece, provocando que cuando alguien descuelga haga un extraño movimiento con mis manos.

— ¿Sí? —pregunta la voz de mi madre, algo suave para el animado tono que tanto recuerdo de casa.

Sin saber que decir, Alan y yo nos quedamos observando a los ojos. ¿De verdad esto es buena idea? ¿Deberíamos colgar? Aunque mi madre se…

— ¿Hola? —insiste mi madre interrumpiendo mi debate mental—­. ¿Quién es? Si esto es una broma no…

— Hola, mamá. —dice finalmente Alan, con un hilo de voz.

— ¿A-Alan? —murmura tartamudeando mi progenitora, haciéndose el completo silencio a los dos lados de la línea.

— Sí, soy yo. —afirma mi hermanito al que he oído tragar saliva antes de responder, seguramente intentando mitigar esa incomodidad que se debe haber acoplado a su garganta, al igual que me ha sucedido a mí.

Después de otros segundos de silencio, el sonido del llanto de mi madre me recorre como un escalofrío, escuchándola llorar desconsoladamente mientras dice cosas muy rápido y sin vocalizar apenas, haciendo que me resulten imposibles de comprender.

— Mamá, tranquilízate, respira. —dice Alan al que lo veo fruncir el ceño preocupado, escuchándole tragar de nuevo saliva y viendo que sus ojos amenazan, igual que los míos, con ponerse a soltar lágrimas.

— ¿E-Estás bien cariño? ¿Dónde estás? ¿Y Elisa? ¿Y…? —empieza a avasallarnos a preguntas mi progenitora mientras sigue llorando.

— Mamá, estoy bien, los dos estamos bien. —responde mi hermanito mirándome, levantando una mano para recoger con el índice las lágrimas que comienzan a desbordar mis ojos—. Elisa está aquí, a mi lado.

— Hola, mamá. —digo con la voz algo rota, escuchando de nuevo a mi madre ponerse a llorar con fuerza.

— Cariño. —berrea mi progenitora de manera casi inteligible.

— Mamá, por favor, cálmate. —murmura Alan con una mueca triste.

Escuchándola sonarse la nariz, con a saber qué cosa, pasan unos segundos de silencio en el que oímos su respiración tranquilizarse un poco. En todos los años que pasamos juntos, nunca escuche a mi madre llorar como la hemos oído ahora…

— ¿Dónde estáis? —pregunta mi madre con la voz suplicante.

— No te lo podemos decir, pero estamos bien. —argumenta Alan, el cual agarra mi mano para entrelazar nuestros dedos.

— Por favor, hijos, volved. —contesta mi progenitora, rogándonoslo.

— No podemos, no después de lo que pasó. —murmura mi hermanito apretando mi mano con fuerza.

— ¿Lo que pasó? Cariño, yo sólo sé que peleasteis, os fuisteis y luego tu primo decía cosas raras…

— Mamá, ¿qué te dijo Lucas? —pregunta Alan, con un suspiro.

— Se lo llevaron a urgencias y estuvo inconsciente todo el día. —contesta mi madre, algo menos agitada—. Al despertar dijo que os habíais peleado porque te había pillado con Elisa en la cama y varias chorradas más.

— Mamá… —susurra mi hermanito.

— Y unos días después nos enseñó un video de tú y Elisa en una cama, era un montaje, ¿verdad? —continúa mi madre.

Sabía que, aunque rompiéramos su teléfono al irnos, Lucas lo terminaría descargando en otro lado, pero siempre he pensado que quizás en un acto de arrepentimiento no lo enseñaría. Malnacido…

— Hijo, por favor, dime realmente lo que pasó, yo puedo ser muy comprensiva, si es algo de drog…

— Mamá… —corta Alan con un suspiro, frotándose la cara con la mano que no me tiene agarrada—. Es cierto, nos pilló en la cama.

Como si el tiempo se hubiera detenido, la llamada vuelve a quedarse en un completo silencio. Podríamos negar que éramos nosotros y decir que era un montaje, pero habría gente que no se lo creería, y más con nuestra cariñosa y extraña manera que teníamos de ser. Y aunque mi madre no se lo creyera, viviríamos toda la vida vigilados y con la duda sembrada…

— Hijo, yo… Puedo aceptarlo. —murmura con la voz rota mi progenitora—. En un momento dado, con las hormonas y el calor puede ocurrir un desliz y…

— Mamá, Alan y yo nos amamos de verdad. —la interrumpo con un hilo de voz, apretando la mano de mi hermanito para buscar apoyo.

Volviéndonos a quedar por enésima vez en un silencio un tanto incómodo, no puedo negar que me siento como si me hubiera quitado un peso de encima. Le acabo de confesar a mi madre lo mío con Alan, algo que jamás pensé que ocurriría…

— Está bien, lo acepto, podemos arreglarlo y encontrar una solución, pero volved. —suplica mi madre finalmente.

— Mamá, no lo hagas más dificil, sabes que no podemos volver y que todo vuelva a ser como antes. —dice mi hermanito con una mueca—. Es mejor así.

— Por favor, hijos, sólo quiero veros y abrazaros. —responde la mujer que me dio la vida rompiendo a llorar de nuevo—. Puedo aceptarlo, con el tiempo seguro que hallaremos una solución, puede que encontréis a otra persona que os guste y…

— No hay ninguna solución mamá, es simple, nos amamos y llevamos desde que éramos unos críos queriéndonos. —contesto con la voz rota de dolor—. Hasta tú debías notar que lo nuestro era algo más que amor fraternal.

— Hijos míos, por favor, os lo suplico. —dice mi madre rota y provocando que las tímidas lagrimas que comenzaban a caer por mis mejillas se conviertan en dos pequeños ríos de llanto continuado—. Volved, necesito veros. Vuestro padre también lo necesita.

— Mamá. —responde sollozando Alan, empezando a llorar más aún que yo—. Os queremos mucho, pero no podemos regresar…

— ¡¿Por qué no?! —contesta mi madre, algo fuerte por su llanto—. Yo y tu padre os aceptamos seáis como seáis…

— Esto no es como si te dijera que soy gay o Elisa te dijera que es lesbiana. —interrumpe Alan apretándome más fuerte la mano—. Es incesto.

— Hijo, lo puedo aceptar. —insiste mi progenitora sin dar su brazo a torcer.

— Mamá, ya no tenemos una vida allí, Lucas la destrozó. —digo pasándome el dorso de la mano por la cara para despejarla un poco de lágrimas—. No podemos regresar a un lugar donde estaremos señalados toda la vida.

— Pues venderemos la casa, nos mudaremos a otro lugar. —propone a la desesperada mi madre.

— No podemos pediros que abandonéis vuestra vida por nosotros. —responde Alan destrozándome con el rostro de dolor que tiene—. Vuestros trabajos, vuestros amigos, vuestros recuerdos…

— ¡Hijo, me da igual todo eso si ni siquiera puedo abrazaros! —replica mi progenitora—. Dejadnos ser parte de vuestra vida, por favor.

— Yo… Lo siento mamá, te queremos. —digo agarrando el teléfono, viendo a Alan completamente roto a mi lado.

— Yo os amo más, mi vida. —responde mi madre sollozando de nuevo—. Pero necesito p…

Su voz se corta cuando aprieto el botón de rojo, provocando que Alan me mire con los ojos enrojecidos antes de que deje el teléfono en la mesa y me lance a abrazarlo, comenzando los dos a llorar libremente ahora que mi madre ya no nos escucha.

Capítulo 16: Desavenencias

Ya hace dos semanas desde la llamada a mi madre, y aunque aún me siento mal por dentro, no es ni comparable al estado de Alan, el cual está destrozado por mucho que me lo intente disimular con sus, poco creíbles, sonrisas o sus insípidos besos cortos.

En cuanto colgamos, mi madre comenzó a llamar sin parar al teléfono, obligándome a apagarlo por su insistencia. Había más cosas que queríamos decir, pero tal y como iba el rumbo de la conversación, no era bueno seguir hablando. Sabíamos que hablar con mi madre sería dificil, pero no esperábamos, o al menos yo, que fuera tan duro. Por más que lo intente, no puedo sacarme las suplicas de mi madre de la cabeza…

Y si para mí ha sido dificil, para Alan aún más. La primera semana se la pasó sin apenas comer ni beber, llorando en varias ocasiones, y apenas intercambiando palabras conmigo. Nunca lo había visto tan callado ni tan apagado en mi vida, aunque intenta sonreírme y fingir que ya está bien, el rostro que pone cuando piensa que no lo miro me demuestra lo contrario.

Aunque amo a mis padres con locura, él siempre ha estado más apegado a ellos que yo. Cuando yo era más de salir con mis amigas por ahí, él se quedaba viendo y hablando de fútbol con mi padre, o ayudando a mi madre a cocinar alguna nueva receta que había descubierto. Siempre ha tenido un amor especial por la familia.

— Ya estoy aquí. —dice Alan sacándome de mis pensamientos al verlo aparecer por el pasillo, lanzándome una poco creíble sonrisa antes de dejarse caer a mi lado en el sofá con cansancio.

— ¿Qué tal? —pregunto sentándome como un indio, agarrando una de sus manos.

— He repartido currículos en todos lados, pero teniendo únicamente la secundaria es difícil encontrar algo decente. —responde con una mueca mi hermanito—. ¿Y a ti? ¿Te ha llamado alguna empresa?

— De momento, no. —contesto con un suspiro mirando hacia el reloj para ver que apenas me queda media hora antes de tener que irme a trabajar.

— Al menos tú pudiste acabar el bachillerato antes de que nos fuésemos, pero yo... —murmura Alan desanimado—. Siento que lo único que hago es molestarte y perjudicarte la…

— ¡Eh! Ni se te ocurra decir lo que creo que vas a decir. —lo corto con contundencia, pero acercándome a darle un beso—. Ven.

Rodeándole el cuello con mis brazos, me tumbo en el sofá arrastrándolo conmigo, quedándonos estirados con los rostros separados por unos escasos centímetros. Posando mi mano en su mejilla lo acaricio, dándole varios besos cortos que responde levemente. No me gusta verlo así de derrotado…

— Hermanito, tú eres lo que más quiero en esta vida. —digo mirando a sus preciosos ojos—. Y aunque estemos en un piso de mierda que tenemos que pagar siendo explotados en nuestros trabajos ilegales, te aseguro que los meses que llevamos juntos aquí, han sido de los mejores de mi vida, porque estás tú.

— Pequeña…

— Asi que ni se te ocurra pensar que me estás perjudicando la vida o que eres un estorbo. —amenazo con la mirada—. O te aseguro que a partir de hoy voy a cocinar yo.

— ¿Me estás amenazando? —pregunta riendo con sinceridad después de varios días.

— Ambos sabemos lo que ocurre si agarro una sartén. —respondo con una sonrisa—. ¿Recuerdas esas croquetas quemadas por fuera y congeladas por dentro que te hice uno de los primeros días?

— Claro, a día de hoy sigo sin saber cómo demonios lo hiciste. —contesta Alan sonriente.

— Pues como vuelvas a pensar que eres un estorbo, iré al supermercado y llenaré el carro de croquetas. —digo haciéndole reír nuevamente.

— Entendido. —asiente acariciándome la mejilla—. Aunque no sé cómo cocinarías si siempre que lo intentas me haces encender a mí los fogones.

— No hables como si fuera una inútil de la cocina, sé preparar cosas. —murmuro con una mueca divertida—. Pero me da miedo el fuego y cuando empieza a salpicar el aceite…

— Si no fuera por mí, vivirías a base de comida preparada y bocadillos. —se burla Alan haciéndome fruncir el ceño, pero con una sonrisa. Ya se parece al Alan de siempre.

— Para algo te tengo a ti, ¿no? —contesto lanzándome a devorar sus labios con pasión.

Sintiendo sus manos rodearme, me encierra entre sus brazos en un placentero abrazo, haciendo que me separe de su boca para acurrucarme contra él. Desde antes de llamar a nuestra madre que no teníamos un momento así…

No sólo los momentos de caricias y abrazos han sido menores, sino que también ha sido la primera vez desde que conseguimos el piso que hemos pasado más de tres días sin sexo, y debería forzar mi mente para recordar estar una semana sin hacerlo, pero ni él ni yo estábamos de humor después de la conversación con nuestra madre. Pero si quiero que el ambiente vuelva a ser el de antes, eso tiene que cambiar…

— ¿Quieres que te haga algo de comer? —pregunta Alan sin desviar sus hermosos ojos de los míos.

— No tengo ese tipo de hambre. —respondo escapando de sus brazos para sentarme encima de él, agachándome para besarle con deleite y bajar mis labios a su cuello al mismo tiempo que mis manos rápidamente acarician su torso por debajo de la camiseta.

— Pequeña, en breve tienes que ir a trabajar. —contesta señalando el reloj, el cual me marca que apenas me queda un cuarto de hora para tener que empezar a prepararme.

— Calla. —digo cambiando mis planes de sexo sonriente, sentándome ligeramente en sus piernas para empezar a desabrochar sus pantalones.

Cuando finalmente logro hacerlo, agarro los bordes de su pantalón para, con fuerza, bajárselos junto a su ropa interior hasta las rodillas. Observando su miembro reposar tranquilamente hacia un lado, me agacho hasta quedar a su altura, sacando la lengua para lamer toda su extensión a la vez que mis ojos miran a los de Alan, que me devuelven la mirada entre confusos y excitados.

Aunque el reloj está en mi contra, empiezo a lamer lentamente todo su sexo, sintiéndolo comenzar a crecer bajo mis caricias. Cuando noto la respiración de mi hermanito acelerarse ligeramente, arrastro mis labios a la punta para, sin dejar de mirarle a los ojos, meterme toda su extensión en la boca escuchando al instante un jadeo de Alan.

Sintiendo su miembro crecer vertiginosamente, le agarro la base con una mano y lo saco, lanzándome rápidamente a chupar y besar la punta para goce de mi hermano. Sonriendo brevemente ante la cara de placer de Alan, comienzo a masturbarle mientras continúo el ataque a la cabeza, notando pequeños espasmos recorrer el juguete de mi boca.

— Gírate. —pide mi hermano, seguramente queriendo complacerme a mi también.

— No hay tiempo. —respondo sacándome su sexo de la boca y apoyándolo en mis labios—. Disfruta.

Mirando de reojo el reloj para saber cuánto tiempo me queda, me lanzo de nuevo a engullir el embolo de carne ardiendo entre mis manos, dejando de lado la delicadeza ante el poco tiempo que tengo. Forzándome a tragar hasta que no puedo más, aguanto todo el tiempo que me es posible ahí, resistiendo las arcadas, y retirándome finalmente cuando se me agota el aire, volviendo a repetir el proceso varias veces más mientras escucho los murmullos de placer de mi hermanito. Qué ganas me están entrando de llevármelo a la cama y pasarme toda la tarde follando con él…

Sintiendo su respiración acelerada, agarro la base de su sexo para empezar a masturbarle con rapidez mientras mi lengua se encarga de someter a un castigo de placer a su glande, lamiendo, besando y chupando, acompañándolo de un repertorio de gemidos apagados que casi involuntariamente salen de mi boca.

Escuchando de golpe la infernal melodía de la alarma de mi teléfono, suelto un leve jadeo de queja, resistiendo las ganas que tengo de comenzar a masturbarme para acelerar la mamada, notando finalmente como Alan se tensa y con un gruñido apagado se vacía en mi boca, que sedienta de su elixir se apresura a engullirlo.

— Joder. —jadea mi hermano mirándome destrozado, pero con una leve sonrisa, mientras mi lengua termina de limpiar su sexo y me separo finalmente de mi juguete.

Devolviéndole la sonrisa brevemente, me levanto con un suspiro y apago la maldita alarma con algo de rabia, queriendo quedarme en casa para que Alan remedie la excitación que siento y que me está dejando empapada la ropa interior, pero mi turno tendrá que esperar.


— Ven. —murmura Alan rodeándome con su brazo cuando termino de trabajar y me lo encuentro, como siempre, esperando a mi salida. Éste ya es más parecido al Alan que tanto amo.

Robándole un beso de sus labios, comenzamos el camino de vuelta a casa, paseando en completo silencio por las desiertas calles en las que apenas se escuchas los coches a lo lejos. Aun con lo cansada que me siento de todas esas horas de pie, su aroma y su calor consigue revitalizarme un poco…

— Te quiero, hermanito. —digo de golpe, frenándolo y orientándolo hacia mí para poder rodearlo con mis brazos y besarlo.

Durante casi medio minuto, mi lengua se dedica a jugar con la suya, mientras mis manos se aferran a él para intentar atraerlo más hacia mí. Sin importarme estar en medio de una calle, mi beso se hace más apasionado e intenso, disfrutando del tacto y el calor de sus manos en mi cintura.

— ¿Y esto por qué? —pregunta algo confuso Alan cuando finalmente me separo de su boca.

— Porque te amo. —respondo dándole unos cortos besos más.

— Y yo a ti, pequeña. —contesta mi hermanito, dándome un beso él—. ¿Pero por qué ahora?

— Cuando lleguemos a casa tenemos que hablar. —comento suspirando e ignorando su pregunta—. Debo decirte algo que no te va a gustar.

Aferrándome a su brazo y estirándole, retomamos el trayecto hasta nuestro pequeño piso. Alan, aceptando lo que le he dicho, no insiste en el tema, cosa que agradezco ya que me da tiempo para poder ordenar el pensamiento que llevo teniendo varios días. En cuanto cruzamos la puerta, mi mano estira de la suya para llevarle a nuestro cuarto, donde rápidamente nos deshacemos de la ropa para tumbarnos semidesnudos en la cama.

— ¿Qué es lo que me tienes que decir? —pregunta finalmente Alan, sentándose en la cama con la espalda apoyada en el cabezal, mientras yo me acurruco contra él abrazándole.

— Más que algo que te tenga que decir, es una petición. —contesto con un suspiro.

— ¿Cuál?

— Sé que tienes ganas, y más después de la llamada del otro día. —respondo separándome mínimamente para mirarle a los ojos—. Pero no quiero que volvamos a llamar a casa.

— ¿Por qué? —pregunta Alan con el rostro confuso y triste.

— Porque no nos ayuda. —contesto frunciendo el ceño y bajando la mirada—. Y no quiero verte deprimido.

— Sí que he estado algo alicaído, pero…

— No, va en serio. —le corto observando sus ojos nuevamente—. Sé cómo eres, sé cómo es mamá y esto no puede acabar bien.

— Pero…

— Hermanito, no podemos volver. —vuelvo a interrumpirle—. Y no podemos hacer que ellos abandonen su vida por nosotros.

— Lo sé. —responde contrariado—. Pero ni siquiera hemos hablado aún con papá.

— Alan. —digo escapando de sus brazos para sentarme de cara a él—. No hagas las cosas más difíciles, es lo mejor para ellos y para nosotros.

— Pero…

— Hermanito. —contesto sintiéndome mal por tenerme que poner tan dura—. ¿Recuerdas tus palabras el día que abandonamos nuestra vida?

— Sí. —asiente con el ceño fruncido.

— ¿Recuerdas que me dijiste que si me tenías a mí no necesitabas nada más? —respondo sentándome encima de él, posando mis manos en su rostro mientras acerco el mio.

— Lo recuerdo.

— Ya me tienes a mí, asi que te lo suplico, olvídate de llamar a casa. —contesto dándole un corto beso—. No te hagas esto, no puedo verte deprimido otra vez.

Viendo una mueca en su rostro que me demuestra que no está conforme con mis palabras, nos quedamos varios segundos así, mirándonos en completo silencio. Intentando amenizar el tenso entorno que se ha creado, le doy un beso, sintiendo enseguida que él no está por la labor de devolvérmelo, incluso estirando su cabeza para atrás para cortarlo.

— Es tarde y estoy cansado, deberíamos irnos a dormir. —dice Alan cuando mi confundido rostro se separa del suyo. Ha sido la primera vez en mi vida que me ha denegado un beso.

Algo preocupada por lo que acaba de ocurrir, me bajo de sus piernas sintiendo sus fuertes brazos intentando desalojarme de ahí, antes de verlo tumbarse y darme la espalda. Pensando que es mejor dejarle un momento para pensar, me tumbo también, apagando la luz.

— Buenas noches, hermanito. —digo escuchando un leve murmullo de su parte.

Durante varios minutos me quedo esperando sentir su cuerpo pegarse al mio para abrazarme como siempre, provocando que me recorra un escalofrío de miedo y nervios cuando noto que eso no va a ocurrir.

Gracias a todos los correos y comentarios que me enviáis, se agradecen y me ayudan a querer seguir escribiendo :D