Hermanito (1)

Historia sobre la inmoral relación de una pareja de hermanos, Alan y Elisa. Él, paciente, bromista y amable. Ella, juguetona, emocional y caliente.

Capítulo 1: Buenas noches

— Más fuerte. —suplico agarrando las sábanas de mi cama, sintiendo como las duras embestidas contra mi empapado coño me acercan al orgasmo que tanto deseo.

Notando como las penetraciones de ese duro y enorme miembro que me folla aceleran, mi cuerpo comienza a convulsionar, obligándome a enterrar la cara en la almohada para ocultar el tremendo grito de placer que surge de mi garganta. Cuando mi corazón vuelve a tener un ritmo normal y el incendio que inunda mi cuerpo baja unos grados, sigo dejando que la persona de detrás haga lo que quiera conmigo, hasta que con un rugido que apenas puede ocultar cerrando la boca, se corre y sale de mi interior para dejarse caer a mi lado. Durante unos segundos de silencio, los dos nos quedamos mirando a los ojos, sudorosos y con la respiración agitada.

— Debes irte ya. —digo en un leve susurro mientras noto su mano recorriendo mi espalda desnuda, para luego colocarme un mechón castaño detrás de mi oreja.

— Está bien. —contesta con un suspiro agotado, levantándose de la cama y dejándome ver como se quita el preservativo y lo lanza a la papelera que tengo debajo de mi mesa—. Buenas noches, pequeña.

— Buenas noches, hermanito. —respondo sintiendo sus labios en mi frente para dejarme un beso antes de irse por la puerta en silencio.

Cerrando los ojos a la vez que me tapo con una sábana, rápidamente caigo en un delicioso sueño reparador que se interrumpe, varias horas después, con el sonido de mi despertador. Con una mano, apago el ruido que taladra mi cabeza y me siento en la cama mirando mi desnudez. Después de un largo suspiro, me levanto y agarrando algo de ropa limpia del armario, entro a la ducha con ganas de quitarme el sudor y restos de mi excitación que aún siguen impregnados en mi piel.

Esperando a que la temperatura aumente, entro debajo del torrente de agua y me quedo ahí unos segundos, mirando la pared mientras no puedo dejar de pensar en lo de anoche, algo que siempre sucede cuando dejo que mi hermano entre en mi cama. Sé que está mal, o al menos sé que la sociedad considera que está mal, pero por mucho que lo intente no consigo sentir arrepentimiento. ¿Por qué está tan mal? Él es un hombre, yo una mujer, y nos queremos, ¿Qué más da que tengamos los mismos padres? ¿Sólo porque compartimos los mismos padres y la misma sangre ya tiene que ser inmoral que una pareja se acueste? Entiendo que si tuviéramos un hijo pudiera tener algún tipo de problema por lo genes, pero si no quiero tenerlo... Sé que la gente no puede entenderlo, alguno me dirá que es de pura lógica, pero no me importa. Amo a mi hermano, es junto a mis padres la persona más importante de mi vida... Y me gusta follar con él por las noches.

¿Cómo reaccionarían mis padres si supieran que Alan y yo tenemos sexo? Seguramente mal. Llevo años pensando en que sería lo que harían o que dirían, pero no consigo encontrar una respuesta... Posiblemente ellos se quedarían en shock varios minutos, a fin de cuentas, ¿quién te prepara para algo así? ¿Quién te enseña que responder si un día tu hija te dice que se folla a su hermano? Nadie...

— ¡Elisa, despierta! Desayuna ya o no llegarás a clase. —dice la voz de mi madre desde el pasillo, provocando que regrese a la realidad.

— ¡Ahora bajo! —contesto mientras comienza a enjabonarme el cuerpo, dándole más atención a la zona entre mis piernas.

Dejando mis habituales dilemas morales a un lado, acabo de ducharme con velocidad y me visto con unos shorts , que sé que le encantan a Alan, seguidos de una camiseta que descubre uno de mis hombros, dejando a la vista la tira del sujetador. Después de acabarme de preparar, salgo de la habitación y bajo por las escaleras hasta la cocina, dónde mi madre señala un vaso de leche con cacao y un bollito, que previamente ha dejado encima de la mesa.

— Buenos días. —saludo a mi madre dándole un sonoro beso en la mejilla, viendola fruncir el ceño cuando sus ojos me revisan.

— Podrías ponerte algo que te exhiba menos. —se queja mi madre como habitualmente hace al verme con mi ropa de verano.

— Todas las chicas de hoy en día van así. —respondo ignorando sus quejas, llevándome el vaso de cacao a la boca.

— Y si todas se tiran de un puente, ¿tú también lo harás? —contesta mi madre con mala cara, a la vez que veo entrar a Alan a la cocina, con cara de sueño.

— Si hubiera una tarjeta de crédito abajo, no lo dudes. —dice mi hermano con una sonrisa dejando un beso en la mejilla a nuestra madre, y luego uno a mí—. Buenos días.

— Si va así van a pensar que es una chica fácil. —insiste mi madre con un suspiro.

— Eres muy antigua mamá. —responde Alan justo cuando entra nuestro padre en la cocina.

— ¿Preparados? Si no salimos ya, no llego al trabajo. —comenta mi padre con prisa, dándole un corto beso a su mujer.

Terminando nuestro desayuno con velocidad, seguimos a nuestro padre hasta el coche para que nos lleve al instituto. Como cada día, ocupo mi asiento detrás de mi padre, a la vez que Alan se sienta a mi lado.

— Por cierto, Alan, tu profesor me llamó para decirme que quiere una tutoría, ¿algo qué me tengas que decir antes de que me lo diga él? —pregunta nuestro padre encendiendo el motor y mirando por el retrovisor a su hijo.

— Nada que yo sepa, a excepción de que suspendí el primer examen de filosofía. —responde Alan haciendo una graciosa mueca que me hace sonreír.

— ¿Filosofía? ¿Qué es lo que no entiendes? —pregunta mi padre con el ceño fruncido.

— ¿Lo que no entiendo? Pues porque tenemos que estudiar los delirios de unos viejos de hace cientos de años. —contesta Alan provocando que suelte una ligera carcajada.

— Eso pregúntaselo al ministro de educación, pero hasta entonces, ya puedes ir esforzándote más. —le replica mi padre centrado en conducir.

— ¡Ay, qué difícil es el bachillerato! —suspira melodramáticamente Alan, guiñándome un ojo con picardía.

— Qué lo diga tu hermana que está en segundo y tiene que prepararse para la universidad, lo entiendo. —contesta mi padre—. Pero tú estás en primero, así que nada de quejas.

— Entendido. —responde Alan poniendo los ojos en blanco.


¿Cuándo comenzó todo esto? Realmente ni yo lo sé, puede que en el viaje al pueblo cuando éramos niños y nos tocaba compartir cama. Nosotros siempre habíamos sido cercanos, pasábamos todo el tiempo jugando juntos y nunca peleábamos, algo que sorprendía a mucha gente. ¿Los hermanos no pueden llevarse bien? Nosotros éramos la prueba de que sí.

Me acuerdo de la curiosidad que sentíamos en aquella época... No recuerdo quién comenzó con los inocentes besos en esas noches de verano, pero gradualmente con los años eso fue dejando paso a largos y pasionales besos, ligeras caricias, masturbarnos mutuamente, sexo oral y, finalmente, a follar. Sé que el que no empezó el juego tendría que haberse negado o resistido... pero no sucedió. Los dos estábamos de acuerdo con ese sucio e inmoral juego que, sin necesidad de hablarlo, sabíamos que no podíamos decírselo a nuestros padres ni a nadie. Era nuestro pequeño gran secreto.

A veces me pongo a leer historias de incesto por internet, pero siempre me dejan la misma sensación: que no saben de lo que hablan. Todos se refieren al hecho de la inmoralidad, de que no es correcto, de que calienta por ese motivo... Pero no. Cuando empiezas, es justamente ese pensamiento el que te hace perder la excitación. Al no ser correcto, te preocupas y no puedes centrarte, el incesto no es la excitación porque sea inmoral o incorrecto, es el amor que sienten dos personas por encima de su relación sanguínea.

Al principio, sí tenía dificultades por estar pensando todo el dia en que eso no estaba bien, pero con los años he aprendido a dejarlo a un lado. ¿A quién le importa lo nuestro? ¿Quién tiene derecho a juzgar a quien dejo meterse entre mis piernas? Nadie. Es mi hermano, mi confidente, mi pareja y mi amante, a fin de cuentas, sé que es el único hombre de mi vida junto con mi padre que jamás me haría daño. Lo amo.


— ¿Elisa? —dice la voz de mi madre llamando a la puerta de mi habitación para después entrar.

— ¿Qué pasa? —pregunto girándome en la silla, dejando el bolígrafo sobre el libro de clase del cual he dejado hace rato de estudiar.

— ¿Estás estudiando? —responde mi progenitora viendo la mesa—. Vamos a cenar.

— No tengo mucha hambre, luego ya bajaré a por algo. —contesto oyendo de fondo las voces de Alan y mi padre en el salón.

— Está bien, cariño. —dice mi madre marchándose—. Pero no te sobre esfuerces.

En cuanto se va, reanudo mi estudio para el examen de mañana, intentando centrar mi atención en las obras de arte que tengo delante y las cuales tengo que describir a la perfección. Cuando por fin he logrado memorizar todas las partes del Partenón, cierro el libro y me estiro hacia atrás con cansancio, mirando el reloj. Ya son las doce de la noche, se me ha hecho muy tarde.

Intentando no hacer ruido al ver que el silencio reina en la casa, bajo a la cocina a oscuras, donde me preparo un pequeño sándwich y un vaso de zumo, que devoro rápidamente en cuestión de segundos. Dejando todo perfectamente limpio y ordenado, vuelvo a subir a la habitación donde me quito toda la incómoda ropa, quedándome únicamente en ropa interior. Con algo de cansancio, apago la luz y me meto en la cama cerrando los ojos casi al instante para quedarme dormida... Hasta que me despierta varios minutos después sentir un cuerpo a mi lado, y una mano dentro de mis bragas.

— Alan, estoy cansada. —suspiro antes de que sus labios me silencien con un beso.

— Así irás más relajada al examen. —contesta bajando sus besos a mi cuello, mientras uno de los dedos de su mano se introduce en mi interior, haciéndome gemir.

Quedándome varios segundos en silencio, me debato mentalmente entre rechazarle o dejar que prosiga, haciendo que los hábiles dedos de mi hermano tomen la decisión por mi cuando empiezan a masturbarme, consiguiendo arrancarme suspiros.

— Está bien. —cedo rápidamente. Nunca soy capaz de decirle que no a mi hombre... y menos cuando siento su enorme herramienta clavándose en mi costado.

Con mi ayuda, se deshace de mi poca ropa y la suya, quedándonos los dos desnudos debajo de la fina tela de la sábana. Sin prisa, se coloca encima mío comenzando a devorar mis labios con mucha delicadeza, mientras me embriago con su masculina fragancia. Ha venido preparado, sabe que me pone a cien su perfume.

— No hay prisa, pequeña. —susurra con una sonrisa contra mis labios cuando mi mano le agarra el duro miembro que amenaza mi coño.

— Mañana hay que madrugar. —contesto gimiendo en su boca cuando me besa, acariciándome las tetas con las manos—. ¿Y por qué siempre me llamas pequeña? Soy mayor que tú.

— Sólo es un año, y yo soy más alto que tú. —responde riendo a la vez que acaricio su fuerte espalda.

— Es normal, eres un hombre y yo una mujer, por estadística tienes que serlo. —replico suspirando y arqueándome cuando sus besos comienzan a bajar por mi cuerpo.

— Sí, desde luego eres una mujer. —dice sonriendo, al mismo tiempo que su boca llega finalmente a mi coño, el cual está ya empapado.

Obligándome a agarrar una almohada para taparme la cara, su lengua rápidamente comienza a hacer maravillas entre mis piernas, conocedor de todos mis puntos débiles. Un par de dedos juguetones desaparecen en mi interior, mientras su lengua tortura mi hinchado clítoris, haciendo que me retuerza de placer sobre el colchón. Quiero gritar, jadear, gemir y hacer que todo el vecindario se dé cuenta de que me están comiendo maravillosamente bien el coño... Pero no puedo.

— Fóllame ya. —le suplico un par de minutos después. Quiero y necesito sentirlo dentro de mí...

Con una sonrisa que refleja la poca luz de la habitación, se separa de mi coño dejándole un último beso. Abandonando la cama y poniéndose en pie, se acerca a mi cabeza, colocándose de rodillas a un lado para que le acabe de poner duro su miembro, el cual rápidamente me lanzo a devorar. Es mío, este pedazo de carne ardiente me pertenece.

Mientras sigo dándole una magistral mamada que le hace suspirar, Alan busca en mi mesita de noche el paquete de condones que siempre dejo oculto al final. Engullendo todo lo que me entra en la boca, provoco que mi hermano suelte un gruñido algo alto, haciendo que se dé prisa en separar y abrir un preservativo. Ofreciéndomelo con un suspiro, se lo coloco y me lo meto un par de veces más en la boca, notando el sabor a fresa.

Separándose nuevamente de mí, se coloca otra vez entre mis piernas, tumbándose encima mío antes de apuntar su enorme miembro a mi sexo. Dándome un par de delicados besos, me penetra lentamente, dándome tiempo a dilatar lo suficiente para que no me duela su gran tamaño. ¡Joder, cómo me gusta sentirle entre mis piernas!

— Dale. —le exijo una vez que mi sexo ya está acostumbrado.

Sonriente, junta su boca a la mía, con la intención de acallar mis gemidos cuando empieza a martillearme violentamente el coño a embestidas. Si no fuera por el incendio infernal de mi cuerpo, pensaría que estoy en el cielo...

— Más. —pido varios minutos después haciéndole reír, y provocando que se pare a tomar algo de aire.

— En cuatro. —exige Alan separándose, provocando que rápidamente le obedezca y mueva mis caderas de un lado a otro lentamente, excitándole como sé que le gusta.

— Fuerte. —murmuro apoyando mis codos en el colchón y mordiendo la almohada, preparada para recibir una increíble follada.

— Siempre. —jadea mi hermano clavándomela de una sola vez, haciéndome apretar los dientes con un gemido.

Agarrándome el trasero con fuerza, comienza a empotrarme contra el colchón con violencia, sintiendo como mi coño chorrea de placer, dejándome notar como mis fluidos resbalan por la parte interna de mis piernas... Pero ahora mismo ni lo siento, ni me importa, toda mi atención está puesta en ese punto un poco más arriba que me está haciendo ver las estrellas.

— Silencio. —me pide Alan preocupado por los ruidos que sobresalen de la mordaza que es ahora la almohada. Pero no lo puedo evitar con semejante momento de placer que me está dando...

Sintiendo un arrasador tsunami de placer acercándose, entierro mi cara todo lo que puedo en el cojín y el colchón, llevando mi mano a mi clítoris para frotarlo con velocidad para llegar a mi deseado orgasmo, el cual expreso con un grito que por suerte consigo tapar en su gran medida contra la cama. Mientras convulsiono de placer, Alan sigue penetrándome con dureza, prolongando mi orgasmo al máximo y notando como acelera para seguirme en el clímax.

Sintiéndolo tensarse, aguanto unos segundos antes de desplomarme sobre la cama agotada, teniendo dificultad para encontrar oxígeno en el aire.

— ¿Suficientemente fuerte? —pregunta mi hermano con una sonrisa, ocupando su lugar a mi lado y dejándome un cariñoso beso en los labios.

— No ha estado mal. —contesto sonriente a la vez que mis ojos comienzan a cerrarse.

— Duerme. —se despide Alan dándome un último beso—. Buenas noches, pequeña.

— Buenas noches, hermanito. —respondo como siempre hago, cayendo rendida al sueño sin esperar, si quiera, a que mi hermano salga de la cama.