Hermanita
He tenido un accidente y me hermana pequeña tiene que cuidar de mí
HERMANA
Hola, me llamo Paula, tengo 28 años y soy abogada. Trabajo en un gran bufete en Madrid y estoy dictando este relato a mi ordenador porque no puedo escribir. ¿Por qué no puedo escribir? Porque tengo los dos brazos escayolado debido a un accidente. Os pongo en antecedentes.
En el despacho hay un compañero que se dedica a repartir el correo y los documentos necesarios entre todos los abogados. Es un chico un par de años menor que yo, gracioso, gordito y adorable. Me lo estoy follando. Bueno, me lo estaba follando.
Empezó como una broma. Invité al graciosito a tomar café después de trabajar, me contó dos chistes, y en una hora estábamos follando como locos en mi casa. Porque hay que ver cómo folla… Para que os hagáis una idea, me dejé dar por el culo en una primera cita, con eso lo digo todo.
La cosa es que, aunque las relaciones entre compañeros no están bien vistas, durante seis meses hemos sido novios. Ya no. ¿Por qué? ¡Porque el gilipollas se volvió a mirar a una tía cuando íbamos en moto y nos pegamos una hostia que me rompí los brazos, la cadera y varias costillas…! Y él no se hizo nada.
A ver, que no soy una supermodelo y la chica estaba buenísima, pero yo gané dos veces el concurso de “Miss Camiseta Mojada” en Ibiza y me merezco un respeto.
Pero no lo he dejado por eso. O por eso solo. Es que el cabrón no vino a visitarme al hospital en el mes que pasé ingresada ni llamó una sola vez a preguntar. Y encima le han ascendido para ocuparse de mis casos. En fin…
Pues como digo, pasé un mes en el hospital sin poder moverme, atendida permanentemente por el personal sanitario, cubierta de escayolas y con tornillos en brazos y cadera. Me tenían que dar de comer, asear y mover entre varias personas, y estuvieron enseñando a mis padres y mi hermana pequeña a hacerlo para cuando me mandaran a casa. No me molestaba que lo hicieran las enfermeras y auxiliares, pero me daba mucha vergüenza que mi madre y mi hermana tuvieran que limpiarme. Por supuesto, descartaba que lo hiciera mi padre.
Mis padres tienen ya 65 años, y mi hermana 18. Ya eran mayores cuando nací yo, pero lo de mi hermana fue de traca. Cuando a los 47 años no le vino la regla, mi madre pensó en la menopausia, hasta que llegó Carola, ja, ja, ja…
Me mandaron a casa cuando ya pude andar, pero seguía llevando los brazos escayolados y un corsé que me impide moverlos, así que me alimentan, visten y limpian entre las dos. Bueno, tampoco es vestir, porque solo me pongo una especie de bata sin mangas y una braguita.
Cuando llevaba dos semanas en casa avisaron a mi madre del fallecimiento de su hermana por Covid, y tuvo que viajar al pueblo donde nació, en las Baleares. Me quedé sola con mi hermana y ahí empezó lo bueno.
Como digo, me tienen que ayudar a limpiarme siempre después de hacer mis necesidades, y esta fue la primera vez que lo hacía Carola. Yo estaba un poco incómoda por ella, por tenerla ahí limpiándome el culo y el chichi, cuando comentó con naturalidad: “Paula, te tengo que arreglar un poco el coño, que parece una selva… “
La verdad es que llevaba más de dos meses sin caer en la cuenta de ese hecho, y quedé un poco cortada.
—Que no tengas a nadie que lo disfrute no significa que lo tengas abandonado. Ven, que te lo arreglo en un momento.
Sin darme tiempo a reaccionar me llevó a mi dormitorio, extendió una toalla en la cama y me hizo tumbar. Trajo tijeras, jabón y una maquinilla y se puso manos a la obra. Yo alucinaba con la naturalidad con que lo hacía, frente al pudor que yo sentía.
—Carola, gracias por cuidarme, pero esto es demasiado. Podía haber llamado a una chica para que lo hiciera.
—¿Tú estás tonta o qué? ¿Para qué está la familia? ¿No me cuidaste tú cuando era una cría? Pues esto no es nada que no deba hacer.
Mientras hablaba recortaba cuidadosa el matojo que poblaba mi monte de Venus y extendía la espuma para rasurarlo.
—¿Quieres que te lo afeite del todo y así te dura más, o te dejo algún mechoncito?
—Deja un triángulo decente, que no quiero que mamá se escandalice.
Nos echamos a reír y prosiguió su tarea con mimo. Llevaba más de dos meses sin ser tocada ahí abajo y las maniobras de mi hermana empezaron a despertar en mi coño un ligero cosquilleo. Me revolví inquieta y eso no pasó desapercibido a Carola, que me miró a los ojos sonriendo. En su quehacer, mi hermana rozaba mi clítoris y me hacía dar respingos involuntarios. Quería decirle que tuviera cuidado, pero no me atrevía. Hasta que solté un gemido.
—Paula, ¿estás corriéndote?, preguntó con tranquilidad.
—Lo siento, balbuceé. —Llevo tanto tiempo sin…
—Paula, ¿quieres que te masturbe?
—¡No, qué dices…! ¡No…!
—No me importa, de verdad. Eres mi hermana y sé que lo necesitas.
Había terminado de arreglarme el pubis y me pasó una toalla húmeda. Al hacerlo presionó un poco y otro gemido escapó de mi boca.
—Digas lo que digas, lo necesitas, y te voy a ayudar.
Sin darme más opción empezó a acariciar mi zona genital y un ardor subió por todo mi cuerpo. Quise cerrar las piernas para impedir su acción pero me lo impidió suavemente. Me resigné y sus manos se dirigieron directas a mi rajita para dar inicio a un rito placentero. Mi coño ya estaba excitado y lubricado , por lo que sus dedos no encontraron el mas mínimo obstáculo para horadarlo.
—Nunca he hecho esto, Paula, excepto conmigo misma, claro. Si no lo hago bien, dímelo.
Esto lo decía mientras sus dedos me estaban proporcionando uno de los mejores momentos de mi vida, con mi clítoris acariciado por las sedosas yemas lubricadas con mis propios jugos. Llevaba tanto tiempo sin sexo que me corrí en menos que canta un gallo, retorciendo mi cuerpo entre espasmos de placer.
—¿Estás bien, Paula?
—Qué vergüenza, Carola, pero gracias. Estoy como nunca. No hubiera podido imaginar esto.
—Hermanita, todas tenemos necesidades, y siempre que quieras estaré aquí para ayudarte.
La verdad es que estaba muy agradecida a mi hermana y deseé poder abrazarla y besarla. La diferencia de edad nos ha tenido lógicamente separadas, aunque siempre he estado pendiente de ella, de su crecimiento y de sus estudios, principalmente. No tanto de su vida, por lo que no habría podido hablar de sus gustos, salvo que es vegetariana y deportista. No sabía si tenía novio o si llevaba tatuajes o piercings o qué le gustaba leer.
Pero la paja que me acababa de hacer me mostraba una mujer que sabía lo que le gustaba a una chica, aunque confesara que era la primera que hacía. La naturalidad con que me había tocado me había cautivado. Quería preguntarle pero me daba corte. ¿Era sincero su ofrecimiento de repetir en el futuro?
—Carola, ¿puedes abrazarme, por favor? Necesito calor humano, dije llorando.
—Pues claro, Paula, lo que necesites. Espera, que me pongo en tus mismas condiciones…
Y sin más, se despojó de toda la ropa, pudiendo observar su cuerpo adolescente desnudo por primera vez desde hacía mucho tiempo. Imaginaba que tendría un cuerpo atlético por su afición a practicar deporte, y verla siempre con chándal y camiseta no la favorecía mucho, pero mi hermana tiene un cuerpo precioso, sin grasa, con los músculos bien marcados, y unos pechos pequeños y firmes. El vello del pubis estaba recortado como un triángulo similar al que me había dejado a mí.
Se tumbó a mi lado y me besó en la cara. Con dificultad se situó entre mis brazos escayolados y nuestros pechos entraron en contacto. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y Carola lo notó.
—Paula, ¿te encuentras bien?
—Hace tanto que no me abrazan que siento cosas muy extrañas.
—Cuéntame. Qué has sentido al tocarte. Porque yo me he puesto calentita…
—Eres la primera mujer que me abraza desnuda y me gusta el tacto de tu cuerpo. Y la paja que me has hecho ha sido fabulosa. ¿Serás capaz de repetir otro día?
—Otro día y siempre que quieras. Ahora mismo, si te apetece.
Mientras hablaba acariciaba mi pubis recién recortado y volvía a excitarme, notando en mi interior cómo despertaba el deseo. Busqué el rostro de mi hermana y la besé en los labios. Suavemente. Nuestros ojos se encontraron y se desató la locura. Las bocas se buscaron y un frenesí de lenguas danzó en ellas. Los dedos de Carola ya hurgaban en mi húmeda vagina acercándome a un orgasmo feroz. Aun sin ver, Carola era consciente de lo que estaba haciendo, acariciando mi clítoris con el ritmo justo para hacerme llegar a un orgasmo que grité con todas mis fuerzas.
Perdí la noción de todo a mi alrededor y al recuperarme vi a Carola llorando.
—¿Qué pasa, cariño?
—Nada, que soy muy feliz viéndote disfrutar.
—Ojalá pudiese devolverte esto que haces por mí.
—Oh, no te preocupes, que yo voy bien servida.
—¿Ah, si? ¿Tienes quien te alegre el cuerpo?
—Sí; sin compromiso, pero tengo un follamigo que me aplaca los ardores. Si quieres le puedo decir que te dé un revolcón, se muere por tus huesos…
—¿Cómo? ¿Me conoce?
—Ja, ja, ja… Y tú a él… Es Carlos, el vecino.
—¿Carlitos el pajero? ¡Qué me estás contando, Carola!
—Sabía que te sorprenderías, ja, ja, ja…
—¿Y cómo has acabado con ese tipo, si es un pajero y un mirón? Siempre que iba a la piscina se escondía a ver si podía verme las tetas, el marrano…
—Pues así fue: un día lo pillé haciéndose una paja y le dije “ven, que te la hago yo”. Se asustó pero le agarré la polla y le hice una paja. Luego siguieron más, otro día me apeteció chupársela y al final me lo follé. La verdad es que no lo hace mal y me come bien el coño, pero no salimos juntos ni nada, solo follamos. Y siempre me dice lo buena que estás y que si fuera mayor le gustaría salir contigo, ja, ja, ja… Por cierto, tendré que llamarle para follar, porque ahora estoy más caliente que el culo de una sartén, ja, ja, ja…
—No me digas eso, que me da vergüenza. Oye, no puedo moverme, pero si te pones a tiro puedo meterte los dedito si quieres… O ponte encima y te como el chichi…
—Jo, tía, estamos locas… ja, ja, ja… ¿De verdad quieres comerme el coño?
—Por supuesto. No lo he hecho nunca, pero después de los orgasmos que me has regalado es lo menos que puedo hacer por ti. Además, siempre me ha apetecido tener una relación así con una chica.
—¿Y yo podré comértelo a ti? Porque también es una fantasía que tengo.
—Anda, ven y bésame como antes y veamos hasta dónde llegamos.
Carola se colocó entre mis brazos abiertos y me ofreció sus labios. Las chispas saltaron en mi interior al sentir su lengua jugando con la mía y al notar sus duros pezones acariciar los míos. Me hizo tumbar por completo y puso la almohada bajo mi cabeza para que tuviera mejor acceso al coño que poco a poco iba acercando a mis labios. Una vez en posición olisqueé el profundo aroma que emanaba y contemplé la rajita con el sobresaliente botón que esperaba ansioso mi ataque. Decidida, saqué la lengua y saboreé los dulces jugos que empezaban a escurrir de su vagina al tiempo que los primeros gemidos escapaban de su boca. Era mi primera vez, pero estaba decidida a proporcionar a mi hermana tanto placer como ella me había dado desinteresadamente minutos antes. Mi postura no era cómoda, pero al verla gozar no me importó sufrir un poco. Mi lengua atacaba su clítoris y su rajita alternativamente, y sus gemidos y suspiros me indicaban que estaba en el buen camino. Mi única visión de ella eran sus pechos que se movían rítmicamente al compás de su agitada respiración.
—¡Joder, Paula, qué bien lo haces…! Sigue, sigue…
Sus palabras me llenaban de orgullo, como hermana y como mujer. Aceleré los movimientos de la lengua y con los labios atrapé el hinchado botón, succionándolo hasta hacerla estallar.
—Me corro, Paula… me corro, me corro, me coooooo…
Y no pudo hablar más. Un chorro de líquido caliente y viscoso salpicó mi cara y llenó mi boca con su sabor dulzón. Carola cayó encima de mí entre espasmos de placer, casi impidiéndome respirar. Pude girar la cabeza y liberarme un poco y al momento Carola empezó a besarme, saboreando sus propios jugos aún calientes sobre mí.
—Gracias, gracias, gracias… Ha sido maravilloso, Paula. Mucho mejor que Carlitos. Pensaba que él me comía bien el coño, pero esto ha sido insuperable. Nunca me he corrido así antes. No me creo que sea tu primera vez.
—Estoy tan contenta por ti, Carola… Te lo debía.
Mientras seguíamos abrazadas, mi hermana recorría mi cuerpo con sus dedos, haciendo generosas paradas en mis pezones endurecidos por la excitación. Nos besábamos dulce y ferozmente de forma alternativa, encendiendo de nuevo la pasión.
—Paula, en serio, si necesitas follar, dímelo. Puedo llamar a tu novio o a Carlitos y os dejo a solas el tiempo que haga falta.
—Mi ex novio, querrás decir. ¿Sabes que el cabrón no ha llamado ni una vez para ver cómo estoy? Anda y que le den por el culo… En cuanto al vecino, no, gracias, sería humillante para mí. Pero ahora que estamos inmersas en esta locura me voy a atrever a pedirte que me folles tú, si no te importa, claro.
—Oh, sí, haré lo que quieras, pero no sé cómo…
—Busca en el último cajón del armario y saca un par de cositas que hay dentro.
Mi hermana se incorporó ágilmente y contemplé su atlética figura mientras rebuscaba entre mis braguitas. Cuando encontró lo que guardaba se volvió a mí sin sacar las manos del cajón.
—¿Un consolador, en serio?
—Y no veas los buenos ratos que me ha hecho pasar… Me lo regalaron al cumplir 25 y desde entonces ha sido un fiel compañero de cama, ja, ja, ja…
Carola se dio la vuelta y alzó las manos mostrando una polla de goma de buen tamaño y un plug anal en ellas.
—No me imagino a mi hermanita con esto dentro, ja, ja, ja…
Su risa era encantadora. Se acercó y besó mis labios con amor.
—Pídeme lo que quieras que haga con ellos, Paula. Deja que te lleve al paraíso si es lo que deseas.
—Saca del otro cajón un tubo de lubricante y acércate, por favor.
Obediente, halló lo que le pedí, un lubricante con efecto frío que me gusta usar en mi culito para meterme el plug o la polla de silicona. Carola no dejaba de mirar ambos juguetes y se colocó entre mis piernas para lubricar mis agujeros según mis indicaciones.
—Quiero hacerlo de forma natural, Paula, quiero comerte el coño. No sé si sabré hacerlo como tú, pero lo voy a intentar.
Dicho y hecho, metió la cabeza entre mis piernas y enseguida sentí su lengua recorriendo toda mi rajita. ¡Joder, qué bien lo hace! El rápido movimiento de la punta de la legua sobre mi clítoris me encendió y me llegó un nuevo orgasmo que me hizo retorcer sobre las empapadas sábanas. Carola se incorporó para besarme y al momento sentí cómo el dildo empezaba a penetrarme. ¡Qué sensación más placentera! Cuando estuvo todo dentro se levantó para contemplarlo.
—¿Y ahora?
—Mete y saca, mete y saca… como te hace Carlitos con su polla…
Imprimió un ritmo uniforme de vaivén hasta que le pedí más energía.
—No quiero hacerte daño, Paula.
—Te aseguro que no es daño lo que siento…
Y era verdad. Después de varios meses sin practicar sexo, el placer que estaba experimentando era total.
—Sigue, sigue, lo haces muy bien, le decía entre gemidos.
Entonces activó sin querer el botón de vibración y me destrozó. El grito que solté debió escucharse en todo el edificio, tanto que se asustó y sacó el consolador de mi coño, haciendo que rozara mi clítoris mientras vibraba sin cesar y causándome un orgasmo que me hizo mearme encima. Cuando pude abrir los ojos vi a mi hermana contemplando con asombro mi coño chorreante.
—Tata, ¿estás bien? Te has meado… Esto solo lo había visto en las pelis…
Joder, que si estaba bien… Estaba en el paraíso.
—Mételo otra vez y no pares aunque te lo diga, por favor. Dame fuerte con la polla…
Me sentía descontrolada y Carola asintió con la cabeza al tiempo que de nuevo me perforaba. El ritmo machacón me recordó a mi exnovio y volví a correrme, y otra vez, y otra vez… Mareada por el placer, pero incapaz de moverme más que en forma de espasmos, pedí a Carola que parase. Cesó el movimiento pero dejó el juguete en marcha en mi interior. Lo extrajo suavemente y acarició el exterior de mi vagina y el clítoris causándome un último placer.
Perdí la noción del tiempo y me dormí entre los brazos de mi hermana. Desperté cubierta con una colcha en la habitación a oscuras y la llamé. Entró vestida con su habitual chándal y, al encender la luz, vi sus ojos rojos, como de haber llorado.
—¿Qué pasa, Carola?? ¿Has llorado?
—Ha llamado mamá. Además de su hermana también ha muerto su madre, la yaya. No se lo quisieron decir antes. Se van a quedar unos días en el pueblo.
Mi hermana siempre estuvo muy unida a la abuela a pesar del poco tiempo que podíamos pasar con ella, así que le dije que me abrazara para consolarla. Se acostó a mi lado y la tomé de la mano con fuerza. Enfrentamos nuestros rostros y la besé.
—¿Qué locura estamos cometiendo, Paula? Somos hermanas y estamos como dos perras en celo.
—Quítate la ropa, Carola, y abrázame. Seré tu consuelo y tu apoyo.
Se despojó del chándal y admiré de nuevo su figura. No es tan diferente de la mía: cuerpo atlético, bonitas tetas, un culto firme y un rostro agraciado alumbrado con un par de ojazos negros. La verdad es que se me hacía raro pensar que estuviera follando con el pajero del vecino cuando podía tener a cualquier tío, pero claro, que voy a decir yo, que me follaba al gordito del despacho, ja, ja, ja…
—Paula, ¿me dejarás tus juguetes? He visto cómo te corrías y me has dado envidia. Y quiero experimentar con el plug anal. Nunca lo he hecho por detrás y querría probar alguna vez.
—Pues claro, cariño, cuando quieras. Si necesitas ayuda o consejo, tienes aquí a tu hermana mayor para ayudarte. A mí me encanta el sexo anal y me vuelvo loca cuando tengo los dos agujeros ocupados. A veces me he ido a trabajar con el anal metido y lo he puesto a vibrar durante alguna reunión y es una puta locura. Me dan hasta mareos del placer que siento. ¿Quieres probarlo ahora?
—No sé, me da miedo que me duela.
—Yo te digo cómo hacerlo y te ayudo… Ven, levanta y acércate a mi mano derecha. Saca el lubricante ponme un poco en el dedo y un poco en tu agujerito. Eso es, así… Inclínate un poco y déjate hacer.
Inclinada hacia delante, Carola me mostró su ano lubricado y comencé a hacer círculos con el dedo antes de meter la punta. Dio un respingo pero no protestó. Imprimí un movimiento giratorio a mi dedo y poco a poco se fue abriendo camino en el virgen anito de mi hermana. Cada empujoncito era respondido con un quejido de placer. Conforme añadía lubricante a mi dedo, este se introducía con mayor facilidad, por lo que probé con un segundo dedo. Los resoplidos de Carlota al verse tan invadida me hacían plantearme si no estábamos yendo demasiado lejos. Saqué los dedos y a un suspiro de alivio siguió la firme petición de que volviera a meterlos sin miedo para dilatar el esfínter y proceder con la inserción del plug. El firme ánimo de mi hermana me hizo ser más agresiva y volví a atacar el virgen agujero, ahora intentando meter tres dedos. Carola se volvió a mirarme y observé una lágrima deslizándose por su rostro.
—Ahora, Paula, métemelo ahora.
Le hice echar un buen chorreón de lubricante en la punta del juguete y la animé a que se relajara con palabras suaves.se abrió los cachetes del culito y mostró ante mí un agujero un poquito abierto en el que apoyé la punta del plug e intenté empujarlo, fallando en el intento debido a mi incapacidad. Lo tomó ella e hizo un nuevo intento que fracasó también. Recordé que mi primera vez lo apoyé en el suelo y me fui sentando poco a poco en él y se lo comuniqué. Bajó de la cama y apoyó la base del dildo en el suelo acercando su ano brillante por el lubricante a la punta del mismo. Se había colocado frente a mí en cuclillas y podía ver su coñito emanando jugos. Dando saltitos fue metiendo poco a poco en su interior el aparato y, con un último esfuerzo, lo tragó entero. La cara de satisfacción de mi hermana era comparable a la de cuando tenía un orgasmo.
—¿Cómo te sientes, hermanita?
—Genial, Paula. Es una sensación extraña, pero muy placentera. Siento la presión en el culo y en las paredes de la vagina, pero no duele ni molesta.
—Prueba a darle a la vibración y me cuentas qué tal…
Se tumbó a mi lado y, siguiendo mis indicaciones, pulsó el botón que activaba la vibración del juguete y soltó un grito. Me reí a carcajada limpia cuando empezó a botar en el colchón.
—Pau… Pau… Pau…
La pobre no podía ni hablar y no acertaba a parar la vibración; más al contrario, la aumentaba y con ello se retorcía más y más en la cama. Finalmente se hizo con el control y lo activó en un ritmo suave que emitía un zumbido ligero. Los gemidos de Carola se estabilizaron y se acarició el coñito. Los fluidos que emanaba caían directamente en el aparato del placer, manteniéndolo lubricado. Se metió dos dedos en la vagina y frotó su clítoris con fuerza, alcanzando un orgasmo feroz, lanzando gritos que debieron escucharse por todo el vecindario. Quedó desmayada en el lecho con el plug todavía vibrando en su interior y sufriendo espasmos. Cuando pudo reaccionar detuvo el movimiento del juguete sin sacárselo y se volvió a mirarme.
—Paula, eres una cabrona por haberme ocultado estos maravillosos placeres, ja, ja, ja… ¿En serio te atreves a ir con esto puesto al trabajo y lo enciendes allí? Yo no podría ni dar dos pasos con esto metido en el culo. Esto duele…
—Al principio sí, un poco, pero cuando te acostumbras es de lo más placentero. Pues espera a probar con uno en cada agujerito. Vas a sentir que estalla el mundo en tu cabeza y tu coño. ¿Quieres probar ahora que aún estás caliente? Yo te lo recomiendo. A lo mejor ya no quieres saber nada más del pajero del vecino, ja, ja, ja…
—Ahora no creo que pueda, estoy destrozada, pero seguro que antes de que vuelvan los papás de viaje volveremos a disfrutar de los juguetes. Muchas gracias, Paula, por abrir mi mundo a cosas nuevas.
—No, Carola, gracias a ti, que me has permitido sentirme mujer de nuevo. Siempre nos hemos querido como hermanas, pero ahora somos más que hermanas. Somos cómplices y compañeras en este juego. Te quiero.
—Y yo, Paula. Siempre has sido un referente en la vida para mí y ahora te quiero más aún. Siempre juntas, Paula.
—Siempre juntas, Carola.
FIN