Hermanastros 3

Que tu padre tenga una nueva novia y quieran vivir juntos no debería suponer un problema. El problema es cuando además tu "madrastra" tiene un hijo y tenéis que cambiar viejos hábitos, o no.

―Vamos al cuarto de nuestros padres, Andrés, quiero que me folles en su cama.

Mi hermano estalla en una carcajada y me mira, intentando ocultar cierto asombro.

―Joder, hermanita, eres una pedazo de cerda, y me encanta. Pero no, ya habrá tiempo, quiero hacerlo aquí, y se hace como, cuando y donde yo quiera.

Sonrío. No puedo estar más cachonda. Aunque, por otro lado, hay un cierto resquicio de mi mente por el que se asoma el orgullo y me pregunta qué hago. Ya lo hemos hecho a su manera, ahora yo quiero hacerlo en la cama, cumplir esa pseudo fantasía de hacerlo en la cama de nuestros padres, y él no está dispuesto a complacerme. «cuando, como y donde yo quiera» me había dicho. ¿Y qué pasa con el cuando, donde y como quiera yo? Me había dicho que le buscase porque él haría lo mismo. ¿Acaso solo íbamos a follar cuando a él le apeteciese?

Sumida en mis pensamientos no me había dado cuenta de que me había quedado paralizada, ensimismada dándole vueltas a la diatriba que se me planteaba. Como dos entes: el demonio de mi lujuria invitando a someterme y el ángel de mi dignidad. Pero una sonora bofetada me sacó de mis cábalas. Bueno, una bofetada no, una señora hostia. Ésta sí había dolido, me había girado la cara y notaba la mejilla caliente.

Dirigí la vista hacia el frente, con lentitud, para mirar a mi hermano a los ojos. Pero por el camino vi su pene enhiesto, palpitando, con alguna vena marcada en su tronco y una gota cristalina colgando eróticamente de la punta. Estaba claro quién había ganado la lucha de mi interior.

―Lo siento ―musité.

Y acto seguido me arrodillo de nuevo para tomar ese miembro con mi diestra por la base y lamer el glande para degustar esa sustancia transparente que emanaba de él. El sabor me volvió loca, quería más. Así que me afano en darle placer a mi hermano para que no deje de segregar más de ese néctar. Rodeo su capullo con la lengua, haciendo movimientos circulares, incidiendo en el frenillo y todo el escalón que se forma en el estrechamiento de su glande al resto del tronco.

Debo estar haciéndolo bien, puesto que me deja seguir chupando sin moverse ni participar, además de que no deja de resoplar. Cuando mis amigas hablan de sexo, siempre dicen que a los chicos con los que se acuestan se les queda sensible después de correrse un par de veces y no pueden continuar porque se les irrita, pero mi hermano ya ha eyaculado un par de veces seguidas y sigue en pie de guerra, así que no voy a desaprovechar la suerte que me ha tocado. A ver cómo le cuento a mis amigas que he perdido la virginidad sin que me avasallen a preguntas sobre con quién. Tendré que inventarme algo, pero voy a necesitar crear bien la historia sobre algún hombre misterioso y desconocido. Si se enteran de que es mi hermanastro van a poner el grito en el cielo, ¡y con razón!

Le estoy dejando el capullo brillante con mi saliva, pero ha llegado el momento de seguir esmerándome. Así que empiezo a introducirla en mi boca lentamente, apretando bien con los labios para estimularle el glande y recorrer el tronco. Voy despacio hasta llegar al fondo, quiero evitar las arcadas e intentar algo más. Cuando noto que hace tope contra mi garganta respiro hondo, lo que causa un estremecimiento en Andrés. Debe ser que el aire inspirado le ha hecho cosquillas, así que abro un poco los labios para dejarlo escapar, caliente, saliendo de mis pulmones y por mi boca, lo que le arranca un nuevo suspiro, y vuelvo a tomar aire. Sorbo un poco, porque la saliva intenta escurrirse por los huecos, y esa succión parece encantarle también. Me siento orgullosa de mi trabajo.

―Joder, hermanita, pareces otra comiendo polla en cuestión de diez minutos.

Me río, con su ariete clavado hasta el fondo, pero aún sobran centímetros por fuera de mis labios. Ese es mi próximo objetivo. Así que vuelvo a tomar aire, todo el que puedo, esta vez por la boca, en lugar de la nariz, y aprovecho para acercar más aún mi cara a su cuerpo mientras lo hago. Parece funcionar, porque al tomar la bocanada mi garganta se abre lo justo para que el glande de mi hermano resbale por el paladar blando y sobrepase la campanilla, encajándose, ahora sí, en lo más profundo de mi garganta.

―¡Me cago en la hostia puta! ―blasfema Andrés―. Te la has tragado hasta las bolas, cerda. Ninguna lo había conseguido antes.

Me lleno de orgullo como un pavo que exhibe sus plumas. Giro la cabeza de lado a lado, masajeando su polla y notando como está encajada en mi garganta. Controlo bien el reflejo de vómito si no voy muy rápido, pero creo que ahora mismo tiene la polla tan calentita, húmeda y apretada que no hace falta velocidad para darle placer.  Así que continuo, con parsimonia, y llega el momento en el que mi garganta necesita tragar, pensando que hay un bolo alimenticio que deglutir. ¡Que equivocada! Si supiera mi cuerpo que lo que me estoy comiendo no alimenta… Trago saliva como puedo, no es tarea fácil, y ahí mi hermano se vuelve loco, le tiemblan hasta las piernas.

―Joder, que me corro, puta ―me agarra la cabeza, presionando un poco más―. Estate quieta, que como te muevas me corro y todavía no quiero.

Obedezco, me estoy acostumbrando a hacerlo. Aprovecho el momento de quietud para abrir los labios, exhalar el aire y volver a respirar, llenando todo lo que puedo mis pulmones. A veces se me olvida lo fácil que es respirar con una polla en la garganta si lo haces por la nariz, pese a que tu cuerpo quiera hacerlo por la boca.

Cuando Andrés se tranquiliza un poco, separa las caderas levemente, intentando no salirse mucho de mi garganta. Es fácil, porque nota la resistencia de su glande, así que simplemente se mueve unos milímetros, lo justo para sentir un placer indescriptible follándome la boca con esos movimientos imperceptibles.

―Es la mejor mamada que me han hecho nunca.

Ahí está. Es lo que quería oír. Me la saco abruptamente de la boca y sin darle tregua vuelvo a tragármela, parece que ahora entra con mucha más facilidad, así que me follo la boca yo sola, metiéndola casi por completo. Andrés ayuda, ya que tenía la mano en mi cabeza, hace la presión justa para acompasarse conmigo y la follada hace que se me salten las lágrimas, pero me da igual, solo pienso en él.

Acabo por sacarla, mirándole a los ojos. La estampa debe ser increíble, porque cuando ve mis ojos rojos y llorosos, la cara congestionada, mi barbilla chorreando baba espesa  e hilos de saliva que unen su polla a mis labios, me la encaja de nuevo hasta el fondo y empieza a correrse bufando como un auténtico toro de miura.

Luego la saca de mi boca e inspecciona que me lo haya tragado todo, lo cual corroboro abriéndola de par en par y sacando la lengua para que compruebe que no queda absolutamente nada de su leche, ni una sola gota, puesto que toda está a buen recaudo en mi estómago.

Aprovechando que se ha agachado, me impulso hacia adelante para besarlo, pero se retira rápidamente. Le miro con cierta extrañeza, y se sonríe como quien ha hecho una travesura.

―Es que no te ves, pero la verdad es que das un poco de asco con toda esa baba después de tragarte mi polla ―se ríe―. Lávate y te beso lo que quieras.

Hombres… Después de darle la mejor mamada de su vida y le da reparo comerme la boca. Pongo los ojos en blanco y me dispongo a ducharme por vez mil en apenas un par de horas.

La verdad es que no me había dado cuenta hasta que termino de ducharme, pero estoy completamente agotada. Ha sido una sesión de ducha bastante intensa, no quiero imaginar cuando llegue la factura del agua.

Me meto en toalla a mi habitación para vestirme. Busco en el armario algo que ponerme, pero nada me encaja. Quiero ponerme cómoda, pero, por otro lado, también me apetece verme un poco exuberante para Andrés. No creo que sigamos follando por hoy, pero quiero que al verme no pueda pensar en nada que no sea volver a hacerlo. Así que me decido por unos vaqueros pitillo, de esos que llevan más elastano que otra cosa, por lo que se pegan a la piel como un guante de látex. Como es primavera y ha salido un día radiante, puedo permitirme ponerme un top blanco, con mangas de farol abullonadas en los hombros y con el largo justo para que permita ver un poco de piel entre la blusa y los pantalones.

Me agacho, doblando mi cuerpo por la mitad para secarme el pelo con la toalla, haciéndolo de este modo las ondas de mi cabello se forman con más facilidad y no parezco recién sacada de un psiquiátrico. Cuando me incorporo, frente al espejo, veo a Andrés apoyado en el marco de la puerta observando el culazo que se me marca.

―Ahora no voy a poder parar de mirarte el culo cuando andes por casa. Voy a tener que cuidarme mucho para que tu padre no quiera partirme las piernas.

Sonrío ante el comentario, sacando la lengua y dándome un azote. Termino de colocarme, asegurándome de que mis pechos estén en su sitio, a buen recaudo abrazados por el sujetador, y salgo de la habitación junto a mi hermano.

―Igual deberíamos comer, ¿no?

―¿Todavía tienes hambre? ―pregunta, sarcástico―. Mira que te he dado buena ración de chorizo.

―Yo es que soy más de salchichón ibérico ―le contesto.

―¡Te quejarás de la calidad de rabo que te has comido en tu primera vez!

Me quedo mirándole fijamente, pensativa. Es cierto, probablemente haya malinterpretado lo que le dije. No quiero que se lleve un chasco más adelante, así que se lo suelto sin tapujos, disfrazado de broma.

―!A ver si te crees que la tuya es la única que he probado!

―Espera, pero no eras…

―Sí, Andrés, pero que fuera virgen no quiere decir que no me haya comido una polla en mi vida. No te voy a mentir, tampoco muchísimas, pero alguna sí que ha caído.

Parece contrariado, así que me alegro de habérselo contado cuanto ante, para evitar futuros malentendidos entre nosotros. Lo que me preocupa es que se sienta en el sofá del salón, enfurruñado. Pero decido dejarle procesarlo mientras me pongo a preparar algo de comer.

―Andrés, la comida está lista, ¿vas poniendo la mesa?

―Ufff, ponla tú, porfa, que yo he llegado reventado de la Uni y tú no me has dejado descansar, me lo debes.

―¡Que cara más dura tienes, chaval! ―contesto entre risas por la excusa tan pobre.

Pero me apiado de él y voy llevando las cosas mientras él me va soltando piropos como si fuera un obrero de la construcción en los años noventa. Reconozco que me hace gracia, además de que cada comentario que suelta es más ordinario que el anterior y alguno va acompañado de una nalgada o apretón.

Cuando es el momento de llevar los platos, se me ocurre una tontería: aparezco en el salón con el plato colocado bajo mis tetas, como si éstas estuviesen apoyadas encima.

―Tu comida, hermanito, espero que te guste.

Se pone en pie, colocando el plato en la mesa y se lanza a amasarme las tetas por encima de la blusa. Mete las manos por debajo y tira de mi sujetador hacia abajo, logrando que se me salgan. Así le es mucho más fácil magrearme a conveniencia.

―Ufff, ¿todo esto me voy a comer?

―¿Qué pasa, te parece demasiado? Podemos llamar a alguien para que te ayude a terminar si parece que es demasiada comida para ti solo.

Ahí vuelve el otro Andrés. Me suelta una bofetada. No demasiado exagerada, pero vuelve a lograr que me moje. Me agarra las tetas con bastante fuerza, pero no como para hacerme daño. Es más bien un gesto simbólico, como remarcando su propiedad.

―Mía ―me dice mirándome a los ojos y masajeando mis pechos―. Lo digo en serio. No me ha hecho puta gracia saber que no he sido yo quien ha estrenado esa boca, pero no puedo hacer nada. Pero de hoy en adelante eres mía, y de nadie más.

Echo mis brazos en torno a su cuello y comenzamos a besarnos. Noto su lengua hasta la campanilla, como si quisiera atravesar mi boca o que nos fundamos. Un beso lleno de hambre. Hasta que nos separamos, mirándonos a los ojos y sonriendo.

―Bueno, a zampar, que tengo un hambre que me rugen las tripas.

Le sirvo un buen plato de espaguetis boloñesa, tiene que comer para reponer fuerzas. Y, antes de que pueda alcanzar mi plato, lo agarra y lo coloca bajo la mesa donde no puedo cogerlo. Le miro con cara de no entender, pero pronto salgo de dudas.

―Tú comes debajo de la mesa, como una perrita.

Pongo los ojos en blanco y suelto las pinzas de servir. Me agacho para meterme bajo la mesa y recuperar mi plato, pero me encuentro la sorpresa de que Andrés se ha sacado la polla y la tiene colocada en el plato.

―Venga, ponte a lo tuyo mientras como y así nos alimentamos los dos, y cuando termine, te pongo un platito de sobras mientras me echo la siesta.

¿De dónde se sacaba las ideas este chico? Era una situación humillante, pero, para qué mentir, por más vueltas que le diese, sabía perfectamente que iba a acabar comiéndole la polla bajo la mesa, así que no me hice de rogar.