Hermanastros 2
Que tu padre tenga una nueva novia y quieran vivir juntos no debería suponer un problema. El problema es cuando además tu "madrastra" tiene un hijo y tenéis que cambiar viejos hábitos, o no.
―Lo siento, no debí haberte mentido.
Andrés miró hacia el suelo de la bañera, y al ver la sangre me soltó de inmediato, perplejo. Pero eso solo consiguió que, al escurrirme entre su cuerpo y la pared, su polla se encajase aún más, arrancándome un gemido.
―¡Alejandra! ¿Estás loca?
―Andrés, lo siento… te mentí al decirte que tenía experiencia con tíos, pero lo del chico era verdad… Y, bueno, me has hecho sentir tan bien que… si te hubiera dicho que era virgen no habrías accedido…
―Pero… joder, Alejandra, ¡que estas cosas hay que hacerlas con cuidado! Ha tenido que dolerte un viaje, que mi polla no es cualquier cosa.
―Ufff… pues sí que ha dolido, la verdad ―me río, mucho más relajada al comprobar que Andrés no estaba molesto―. Pero ha sido brutal… quería que me tratases como a una mujer, y no como a una niña.
―Pues da gracias a que no te he tratado como a una mujer, porque estarías llorando a moco tendido.
Su polla sigue dura como un hierro. Su comentario casi me ha ofendido. Se la agarro con fuerza y le miro a los ojos.
―No soy ninguna niña ―le digo mientras me arrodillo en la ducha y paso mi lengua por su capullo.
Andrés resopla, cerrando los ojos y elevando su cara hacia el techo.
―Joder, hermanita, eres tan zorra que has dejado que tu hermano te desvirgue. Siendo tan guarra no sé cómo no te han partido antes.
Jamás habría imaginado que me pondría tanto que me hablasen así. Si me lo hubieran dicho, me habría reído. Una tía extrovertida, independiente y “empoderada” jamás dejaría que un tío le dijera zorra o guarra, pero ahora mismo no quería que me llamase de otra forma. Con cada insulto notaba corrientes eléctricas por mi cuerpo, y mi coño escurría flujo por mis piernas.
En ese momento intento meterme la polla de Andrés hasta el fondo de la garganta, pero es una tarea imposible. Llega al tope y me golpea la campanilla, provocándome una arcada que me obliga a sacármela y se me anegan los ojos de lágrimas del esfuerzo. Repaso el glande con la lengua, recogiendo parte de la saliva que escurre y extendiéndola por el tronco de nuevo con mis labios cuando vuelvo a metérmela en la boca.
―Quieres que te trate como a una mujer, ¿no? ―me pregunta mi hermano.
Hago un gesto afirmativo con la cabeza e intento articular un “ahá” sin sacarme la polla de la boca, no quiero darle cuartel, aunque, la realidad es que no quiero dejar de darle placer. Es lo único que me importa en el momento. Quiero que en su mente solo pueda pensar en que soy el mejor polvo que ha echado nunca.
No había entendido del todo la implicación de su pregunta, pero si lo hubiese sabido de antemano, tampoco habría cambiado mi respuesta.
―Ya no hay marcha atrás, no vale arrepentirse ―me avisa.
Empuja con su cadera hacia adelante, acorralándome contra la pared de la ducha. Para ayudarse, agarra mi coronilla con una de sus grandes manos y es entonces cuando empieza la acción. Sujetándome con fuerza empieza a bombear mi boca. Primero un par de embestidas suaves, metiéndola y sacándola con suavidad pero con golpes certeros de su cadera, pero es solo, imagino, para calentar, porque empieza a acelerar el ritmo, empujando con fuerza hasta el fondo de mi garganta, retrayéndose únicamente cuando topa con el fondo que le hace tope, lo cual me provoca pequeñas molestias.
―Así es como se le folla la boca a una mujer. Esto querías, ¿verdad? No vas a pasar hambre, hermanita, te lo aseguro.
Aguanto bien en un principio, pese a que noto que la garganta se me irrita con los golpes, pero no quiero quejarme, me lo he buscado yo sola. Sin embargo, el repiqueteo constante de su glande en mi campanilla acaba por provocar lo inevitable y me sobreviene una arcada. Me zafo como puedo para respirar y controlar el reflejo, no quiero vomitarle la polla.
―¿Estás bien? ―asiento mirándole a los ojos.
No me espero lo que sucede a continuación: un bofetón que me cruza la cara. No ha sido especialmente fuerte, no es que me haya dolido, ha sido más humillante que otra cosa. Pero me recorre una descarga eléctrica que me endurece los pezones hasta casi hacer que me duelan.
―Te he dicho que no había marcha atrás, así que sigue chupando, no quiero que pares, ¿entendido, hermanita?
Me he puesto tan cachonda que me lanzo a comerle la polla de nuevo a una velocidad vertiginosa, usando una de mis manos para masajearle los testículos. Cuanto más le oigo suspirar, más me afano en intentar tragarla a fondo y acariciarle el perineo con mis uñas.
―Dios mío, zorra, si lo sé te ahostio antes, así se come una polla, dale… sigue…
Enrosca mi pelo en su mano como el que agarra las riendas de un caballo y acompasa el movimiento de sus caderas a la mamada que le estoy dando. Me lleno de orgullo ante su comentario, solo quiero darle placer y hacerlo no lo mejor que pueda, sino mejor de lo que sé y mejor de lo que otras le hayan ofrecido.
Tira de mi pelo hacia arriba y me obliga a ponerme de pie. Me estampa contra la pared y comienza a comerme la boca mientras se roza con mi vientre. Una de sus manos agarra una de mis tetas y la masajea con fiereza, restregando mi pezón con la palma de su mano, lo cual me eriza el vello de la piel.
―Buena chica.
Me sorprende cuando me escupe en la cara y tengo que cerrar uno de mis ojos para que su saliva no se me cuele dentro. Me gira, poniéndome de cara a la pared y noto como intenta colocar su polla en mi entrada. Tiene habilidad más que suficiente como para que no le cueste ni un segundo y me ensarta con tanta fuerza que mi cara acaba pegada contra el frío azulejo, igual que mis tetas. Noto su aliento en mi oreja, sus resoplidos, mientras bombea con fuerza haciendo sonar el choque de nuestras pieles como el aplauso de un público imaginario.
―Joder, hacía tiempo que no desvirgaba un coño tan estrecho, hermanita ―me dice, resollando―. El capullo del gatillazo no sabe lo que se perdió cuando no te folló como debía.
―Uhm… y, hermanito, ¿esto es todo lo que le haces a las tías que te follas?
¡Bingo! No tardo en comprobar que el comentario hace el efecto deseado. Noto como me coloca su mano en la cabeza y estampa mi cara con fuerza contra la pared. Se separa un poco de mí, sin sacar su miembro de mi interior, para coger impulso y taladrarme como un animal. Rompo en un gemido largo cuando me azota con mucha fuerza en las nalgas con su mano libre. Su brusquedad no hace sino que me chorreen los flujos por la pierna.
―Estás mojadísima, perra ―noto cierto asombro en su voz―. Voy a follarte hasta desgastarte. ¿De quién eres?
―Tuya ―contesto como una autómata.
―¿De quién eres? ―repite alzando la voz.
―¡Tuya, Andrés!
―¿DE QUIÉN COJONES ERES, PUTA PERRA? ¡MÍA Y SOLO MÍA!
Estoy tan cerca del orgasmo que no puedo ni pensar, solo quiero que siga empotrándome hasta que me corra como una fuente.
―Voy a follarte a pelo y a correrme dentro de ti; y siempre lo voy a hacer así, así que más te vale empezar a tomar anticonceptivas y que no me entere que te folla nadie más, ¿entendido?
Empiezo a convulsionar, movida por el orgasmo. Mis flujos chorrean con fuerza, mojando a mi hermano, que sigue follándome con una fuerza sobrehumana, aprovechando la lubricación que suponen mus efluvios, y notando cómo las contracciones de mi vagina aprietan su miembro en intervalos, como una mano que le agarrase y le soltase vibrando por los temblores que me recorren el cuerpo.
Pero él no ha acabado, así que sigue bombeando y me tira del pelo hacia atrás para volver a escupirme en la cara.
―¿Vas a contestar, zorra? No vas a conocer otra polla que no sea la mía.
No puedo hablar, el orgasmo me ha dejado tan derrotada que Andrés tiene que sujetarme para que no me caiga y poder seguir follándome. Ante mi silencio, me zarandea la cabeza, teniéndome aún sujeta por el pelo.
―¡QUE-CON-TES-TES! ―me grita, acompasando cada sílaba con golpes de cadera que me introducen su enorme polla tan profundo que creo que me va a salir por el ombligo.
―Sí… sí… Sí, sí, ¡SÍ! ―el primero es apenas un susurro, y voy elevando la voz conforme me sobreviene otro orgasmo, casi encadenado, sin haberme aún recuperado del anterior.
Los ojos se me ponen en blanco cuando noto como se corre en mi interior a la vez que yo me deshago por completo.
Me agarra por la cintura, apoyando su pecho en mi espalda y dejando un rastro de besos por mi cuello mientras recuperamos la respiración.
―Gracias, Andrés ―le digo―. Desde el primer día que te vi maldije que fueses el hijo de la novia de mi padre. Jamás imaginé que esto pasaría, y mucho menos lo mucho que iba a gustarme.
―Alejandra, esto no ha hecho más que empezar. Te lo he avisado. Ahora que te he catado, no esperarás que lo deje, ¿no?
Me giro levemente para mirarle a la cara. La verdad es que no lo había pensado detenidamente, pero, de algún modo, mi cerebro había interpretado todo como una suerte de actuación para agregar morbo al ya de por sí morboso hecho de que acababa de follar con mi hermanastro. ¿Acaso Andrés iba en serio con eso de seguir acostándonos?
―No quiero que te folles a nadie más que a mí. Quiero que me busques cada vez que te apetezca, porque yo voy a follarte cada vez que me apetezca a mí. Y, hablo en serio ―añade con gesto grave―, no quiero verte con otros tíos, que me da asco. Quiero ser el único que use tu coño.
―Andrés, tío, estás loco… ¿y nuestros padres?
―No tienen por qué enterarse, hay mil formas de escondernos, y ellos se alegrarán de que nos llevemos bien, como dos hermanos de verdad.
No sé que me pasa, pero me acerco a su cara y cierro los ojos para fundirme en un beso largo, pausado, no apasionado, ni feroz, ni fogoso, sino suave, húmedo, sin prisa, en el que nuestras lenguas se entrelazan, jugando entre ellas, reconociendo los recovecos de la boca contraria.
―Es una autentica locura ―río nerviosamente―, pero me encanta la idea.
Un nuevo manotazo en mi culo me hace jadear de nuevo, y llevo mi mano diestra al miembro de mi hermano.
―Tranquila, hermanita, que no te vas a quedar sin rabo. Pero vamos a darnos un duchazo primero y a comer algo ―me guiña un ojo y abre de nuevo el grifo de la ducha, ni siquiera soy consciente de cuando dejó de correr el agua.
La verdad es que, aunque no tengo el calentó que tenía hace un rato, no quiero dejar de tocar a Andrés, así que, con la excusa de la ducha, decido ser yo quien le enjabone. A él parece no disgustarle, así que voy esparciendo el gel de ducha por su piel con caricas suaves, masajeándole la espalda, los hombros, los pectorales. Se deja hacer, como si estuviese más que acostumbrado a que otra persona hiciera el trabajo de lavarle, moviendo el cuello a un lado y a otro, levantando los brazos para facilitarme el acceso a sus costados y axilas, con los ojos cerrados para que incluso le lave la mata de pelo rizado de su cabeza. Después observa como enjabono mi cuerpo, lo cual hago con parsimonia, sobándome por todos lados y sin dejar de fijarme en su rostro. Él no parece excitado, ni lujurioso, disfruta del espectáculo en directo, como un crítico gastronómico analizando el plato que se va a comer.
Pero toda la situación ha vuelto a calentarme y mi vagina vuelve a estar húmeda, así que cuando paso por mi vientre y bajo por mi zona púbica no puedo evitar introducir dos dedos en mi interior, abriéndome los labios y suspirando de placer.
Entonces su cara cambia, ahora parece el mismísimo Satanás ascendido desde los infiernos. Se acerca a mi con un movimiento que exuda seguridad, su polla erecta y mirando al cielo en cuestión de décimas de segundo, y me agarra del cuello con la fuerza justa.
―¿Me está provocando mi hermana pequeña o son imaginaciones mías?
―Solo… solo me estoy tocando, no te he invitado a participar… ―le digo con cierta chulería.
―No tienes que invitarme, eres mía y hago contigo lo que quiera.
―Vamos al cuarto de nuestros padres, Andrés, quiero que me folles en su cama.
Mi hermano estalla en una carcajada y me mira, intentando ocultar cierto asombro.
―Joder, hermanita, eres una pedazo de cerda, y me encanta. Pero no, ya habrá tiempo, quiero hacerlo aquí, y se hace como, cuando y donde yo quiera.
Sonrío. No puedo estar más cachonda.