Hermanas 2
Un accidente lleva a una mujer a hacer algo mal visto por una parte de la sociedad
Hermanas 2
El aroma del café inundó mis fosas nasales. Escuché trastear en la cocina y me levanté. Me sentía eufórica, feliz. Al acercarme a donde estaban las chicas escuché susurros, estaban de pie, desnudas, abrazadas, besándose en la boca como lo que eran: dos jóvenes enamoradas.
Al verme se sorprendieron y el sonrojo acudió a sus mejillas. Me acerqué a ellas y les di un piquito a las dos en la boca. Se calmaron y nos sentamos a desayunar. Al terminar las tostadas y con la taza de café en la mano.
—Queríamos hablar contigo Clara. — Dijo Laura muy ceremoniosa.
—Vosotras diréis…
—Pues… Queremos casarnos, como te dije ayer… Pero… Dentro de dos semanas. Tenemos ya a la concejal de un pueblo cerca de aquí que está dispuesta a casarnos, es amiga nuestra y solo asistirán algunos de los amigos que estuvieron ayer aquí en el cumple de Elen.
—Vaya… ¿No estaréis embarazadas? Jajaja
—No, Clara, pero ese es otro motivo por el que queremos hablar contigo.
—¿Cómo? ¿Qué pasa?
—Pues que queremos tener un hijo; o más bien una hija y aquí es donde entras tú, mamá.
—¿Qué quieres decir?
—Mamá, sé que tienes embriones congelados, embriones tuyos…
—Sí, ¿Y qué?
—Pues… queremos que los implantes en el útero de Elen. — Soltó Laura con firmeza.
La petición me dejó descolocada. Era lo último que me esperaba. ¿Un nuevo clón?
—¿Pero, vosotras sabéis lo que eso supone?
—Por lo que sé, mamá, yo tendría una hija que sería idéntica a ti… y a mí. Que seríamos hermanas además de madre e hija. Como tú y yo. Que sería tu hermana y tu nieta. Sería la mayor homenaje que le podrías ofrecer a tu hermana Helena y a tus padres, sus bisabuelos. Este año me lo voy a pedir sabático para tener y criar a la niña, Laura trabaja y con sus ingresos podemos vivir y criar a nuestra niña.
—Dios mío… ¿Sabéis el lio en el que os vais a meter? Elen… ¿Y tus estudios?
—Mira mamá. He superado con muy buenas notas el primer curso de grado de medicina. Me quedan tres años y espero sacarlos adelante cuando haya parido a Clarita. Después seguiré con la especialización y me gustaría que en eso me ayudaras.
¡Ya habían decidido el nombre de la niña!
—Parece que estáis decididas.
—Sí, mamá. Antes de saber lo nuestro, Laura quería que me acostara con algún chico para desvirgarme y de paso embarazarme. Después de explicarle como me tuviste, aunque no lo tiene muy claro porque no entiende nada de fecundación, clones y embriones, llegó al convencimiento de que sería la solución ideal. — Se hizo el silencio — ¿Qué nos contestas?
—Si lo tenéis tan claro no seré yo quien os agüe la fiesta. Os ayudaré en lo que pueda. Por cierto, ¿dónde pensáis vivir?
—Esa es otra de las cosas de las que queríamos hablarte. ¿Podemos vivir aquí, contigo?
—Joder… En qué lio me estáis metiendo… — Les sonreí e interpretaron mi sonrisa como una aceptación.
Y lo era. Sin que ellas lo supieran me entusiasmaba la idea de tener una nieta - hermana de una hija-hermana. Papá, mamá, hermana…La familia crece. Estuve tentada en varias ocasiones, en los últimos dos años, de inseminarme de nuevo y darle una nueva hermanita a Helen. La propuesta de mis chicas acelerará el proceso.
Una idea diabólica cruzó mi mente.
¡¿Y si nos insemináramos las dos, mi hija y yo al mismo tiempo, para tener dos niñas más en la familia?!
No le dije nada a Elen ni a Laura, pero la semilla estaba ya germinando en mi cabeza.
Dos semanas después celebramos la boda de Elena y Laura en el ayuntamiento de XXX. La concejal, Alba, lesbiana, como nosotras, se portó de maravilla. Tanto es así que quedé con ella para vernos al terminar la ceremonia y me llevó a su casa. Vivía con su hija, Lorena, amiga de Elen y Laura y era muy… muy ardiente, según pude comprobar.
Era una mujer de gran tamaño. Muy grande, de dos metros al menos, gruesa y por lo visto muy fuerte.
—¿Qué miras Clara? ¿Mi tamaño? ¿Te doy miedo?
—Pues la verdad es que sí. Eres una mujer hermosa, tu tamaño no disminuye tu belleza. Me gustas. Y no, no me das miedo, me gustas.
—Vaya, eres una de las pocas mujeres a las que no atemorizo. Bueno, y también hombres. No he encontrado uno capaz de hacerme vibrar. Generalmente se asustan y salen corriendo.
—Supongo que habrás tenido que superar problemas, sobre todo, imagino, en la época difícil, la pubertad.
—Síi, al principio tuve algunos problemas. Insultos, risas, golpes a traición. Hasta que me harté. Yo tenía quince años; vi a un chico que se acercaba para palmearme el culo, disimule y lo atrapé por las axilas. Lo levanté como si fuera un pelele y le di una patada en sus partes, lo solté y cayó al suelo retorciéndose. Los que lo vieron salieron de estampida y el rumor se corrió por todo el pueblo. Nunca más se atrevió nadie a burlarse de mí.
—¿Y tu hija? ¿Cómo lo lograste? ¿Quién fue el hombre capaz de preñarte? Sería muy…
—¿Grande?… No, te equivocas. Apenas medía uno sesenta, le sacaba dos cabezas. Pero me dio el amor y la delicadeza que yo necesitaba. Era mi primo, cinco años menor que yo. Ya de niño me espiaba, olía mis bragas, se situaba en posiciones desde las que podía verme bajo la falda. Ya en la adolescencia un día se decidió a decirme que estaba enamorado de mí. Que no solo no le importaba mi tamaño, sino que le excitaba. Yo tenía veinte años y había sufrido dos desengaños. Era un niño con quince años, me hizo gracia, jugaba con él como si fuera un muñeco, hasta que un día sucedió. Yo lloraba por un imbécil que no se lo merecía… Mi primo entró en mi dormitorio, se sentó a mi lado y me acarició el cabello con una dulzura que yo desconocía. Me besó las mejillas y cuando me fijé el él vi que lloraba. Le pregunté: ¿por qué lloras? Y me respondió: ¿por qué lloras tú? Si estas triste, si lloras, yo estoy triste y lloro porque… Te quiero Alba. Te quiero con toda mi alma, no podré querer a nadie como a ti… nunca.
—¿Te enterneció? Era un amor de adolescencia, es el más bello de los amores.
—Sí, y lo abracé, lo besé, bebimos nuestras lágrimas. Su cuerpo sobre el mío me excitó, desabroché mi camisa y se lanzó a besarme las tetas con una dulzura que me extrañó. Los pocos que habían llegado hasta ese nivel, las habían pellizcado, amasado con fuerza, mordido y pellizcado hasta provocarme dolor. Pero mi primo acariciaba, lamia, chupaba delicadamente, besaba. Noté la dureza de su erección y mi temperatura subió hasta niveles desconocidos para mí. Me desnudé, lo desnudé, él pobre no podía creerlo. Uní mi boca con la suya y a partir de ese momento nuestros cuerpos se convirtieron en uno solo. Tuve que guiar su pene para colocarlo en la entrada de mi coñito, y digo bien, coñito, le di un empujón en las nalgas para que me penetrara y por fin logré romper el himen que me acomplejaba… Sí, yo era virgen aún. Mi primo se llevó mi virginidad y me regaló a Lorena. — La tristeza borró la sonrisa de su rostro.
—¿Qué pasó? Porque te has puesto triste.
—Sí, mi primo se estrellaba contra un árbol con su moto días después…
Me acerqué a ella y abracé la enorme espalda, besando su cabeza y acariciando la nuca y pasando mis labios, suavemente por su cuello.
Sus manos abrazaron mis senos y los masajearon con una suavidad enervante, deliciosa. Me aparté lo suficiente como para ver sus grandes y bellos ojos. Nuestras bocas se unieron en un tórrido beso que provocaba contracciones en mi pelvis.
Se levantó, me cogió en brazos como si fuera una muñeca y me transportó hasta su dormitorio depositándome con suavidad en su enorme cama.
De pié, ante mí, se desprendió de sus ropas, quedando totalmente desnuda y mostrándome un cuerpo grande, hermoso, sensual… Sus grandes y grises ojos me miraban con dulzura, anhelantes, esperando mi reacción.
Me descalcé y desnudé con premura. Acostada en la cama esperé acariciándome la chuchita y el pecho. Me sentía muy caliente, la simple vista de aquel cuerpo me excitaba sobremanera.
Al ver mi decisión se tendió a mi lado y nos abrazamos acariciándonos mutuamente.
De pronto, tendida de espaldas, flexionó y abrió sus piernas totalmente. No podía imaginar que poseyera tanta flexibilidad.
Pude contemplar una pequeña rajita que no parecía corresponder a su cuerpo. También observé una cicatriz disimulada en uno de los pliegues de su bajo vientre, debido a una cesárea, seguramente por no haber podido parir de forma natural por la estrechez de su vagina.
Sujeta por mis axilas elevó mi cuerpo y me colocó sobre ella para lamer mi vulva; yo apenas llegaba a la suya, así que opté por acariciar sus labios vaginales con la yema de los dedos tras haberlos ensalivado. Me llevé otra sorpresa. Si bien la vulva parecía la de una niña de diez años, al acariciarla apareció un clítoris que crecía y crecía hasta alcanzar el tamaño del pene de un niño de diez años. Rígido, duro, un mini pene, me atraía, me lo metí en la boca y lo lamí, lo mamé como si de una pollita se tratara. Era muy excitante.
Al mismo tiempo introduje un dedo en su pequeña vagina y excité su punto G, para ello tuve que separar mi sexo de su boca. Me balanceé sobre sus carnes, las enormes tetas y los pliegues de su barriga. Ella penetraba mi coño con un dedo del tamaño de un pene mediano.
No preciso mucho más. Su bramido me asustó un poco. Hasta que pude comprobar que era un tremendo orgasmo que atravesaba su enorme cuerpo como si de un rayo se tratara. Sus convulsiones casi me lanzan al suelo, solo sus brazos lo impidieron, sujetándome contra su cuerpo como si yo fuera una muñeca. Emitió un chorrito de líquido transparente por su vagina; chupé mis dedos cubiertos, el sabor me cautivó y me abalancé a lamer sus delicados pliegues con pasión.
El dedo en el interior de mi sexo causaba estragos. Lo que ocurría también me lanzó a una montaña rusa de placer con subidas y bajadas que casi me provocan un desvanecimiento.
—¿No lo esperabas verdad? — Dijo al recuperar el aliento y en un momento en que me aparté para mirarla a los ojos.
—La verdad, me ha sorprendido… Muy agradablemente. — Le respondí.
—Generalmente las que lo ven se asustan y no siguen. Eres una de las pocas que me ha chupado el rabito hasta hacerme llegar al clímax, ha sido fabuloso. ¡Gracias!.
Nos besamos e iniciamos una nueva ronda de caricias, esta vez dedicadas a mi cuerpo.
Era una verdadera artista del masaje. Sus dedos presionaban en lugares desconocidos de mi cuerpo provocando estremecimientos. El dedo que seguía insertado en mi vagina era del tamaño de un pene normal y como tal me producía un gran placer. Pero cuando simultaneo la excitación de mi rajita con el ano… Fue insuperable… Arrodillada junto a mí, sus pechos acampanados, colgando sobre mí pecho. Su mano en mis bajos. Su boca alternando mis tetitas y mis labios. Su otra mano acariciando mi cuello, la nuca, peinando los cabellos. Una combinación que me llevó al séptimo cielo; que me hizo gritar de placer y estremecerme en deliciosos orgasmos. Al final me acogió entre sus brazos como si fuera un bebé. Me hacía sentir bien, protegida, extrañamente en calma.
—¿Lo has pasado bien? — Preguntó mirando mis ojos cálidamente. Ya más tranquilas.
—Ha sido increíble. Me gustaría que repitiéramos esta experiencia. — Respondí.
—Lo haremos mi amor y me gustaría que estuviéramos todas juntas. Sueño con una pijamada con las cinco.
Acariciaba sus grandes pechos y nos besábamos cuando escuchamos que alguien entraba en la vivienda.
—¡¡¿Lorena, eres tú?!!
—¡Sí mamá, vengo con Elena y Laura! ¿Dónde estás?
—¡Aquí, en el dormitorio! ¡Entrad!
—¿No te importa que nos vean así? — Le dije sorprendida.
—Jajaja… ¿Por qué?, mi hija está acostumbrada y por lo que sé la tuya también, ¿me equivoco?
—¿Te has follado a mi hija? — Pregunté
—No, Clara. Pero si han estado las tres amigas juntas aquí en mi casa. Les he prestado esta cama pero yo he respetado siempre su intimidad y las he dejado disfrutar.
—Sí, tienes razón. Mi hija y su nueva esposa no se asustaran… Pero no sabía que también estuvieran liadas con la tuya.
Pero si se asustaron. No se imaginaban que pudieran encontrarnos desnudas, en la cama, sudorosas y oliendo a sexo. Los ojos de mi hija se abrieron como platos. Laura y Lorena se reían.
—¡Mamá, ¿qué haces aquí?! — Me increpó Elen
—Pues ni más ni menos lo que tú, o mejor dicho, vosotras, habéis hecho en algunas ocasiones… ¿Me equivoco?
Las tres chicas soltaron sonoras carcajadas.
—¿Chicas ¿no os apetece uniros? — Les invitó Alba.
Las jóvenes se miraron unas a otras, nos miraron.
—¿Por qué no? — Dijo Laura. — ¿Con quién mejor que con vosotras podríamos estar en nuestra noche de bodas? — Y se quedó mirando a mi hija en busca de aprobación.
—Vale mi amor, tienes razón. ¿Será nuestra primera noche de casadas y me encantará follar con nuestras amigas y… con mi madre.
Alba miró con lujuria a mi hija. Lorena me miraba a mí. Se desnudaron con premura y pude apreciar la belleza de las tres jóvenes.
Laura abrazó a Elena besándola con frenesí. Las manos acariciaban sus cuerpos con auténtica pasión. Parecían haber estado preparándose para la batalla sexual. Estaban muy excitadas.
—Esta es nuestra noche amor mío. — Le dijo Laura a mi pequeña.
—Marchaos a la habitación de Lorena. Ahora necesitáis estar solas y estaréis más tranquilas. — Les dijo Alba.
Mis chicas se miraron sonriendo, se acercaron a darme un beso y cogidas de la mano salieron de la estancia.
Lorena se acercó a mi lado, me dio un piquito en los labios. Su madre se levantó y buscó en los cajones de uno de los muebles hasta que apareció con dos arneses de doble punta, una de mayor tamaño y otra menor. Se colocó uno de ellos introduciéndose el pene pequeño en su delicada vagina y se tendió boca arriba en la cama.
—Colócate sobre mí y métetelo en el coño, Clara. Y tú Lorena, ponte el otro con el pito pequeño para afuera. ¡Ah! Y trae el lubricante, te vas a follar a esta perrita por el culito.
Sorprendida por el modo imperativo de sus órdenes la obedecí. Al situarme sobre su panza percibí cómo su hija dirigía la verga de silicona hacia mi rajita, insertándola con facilidad, dado mi elevado estado de excitación.
Alba comenzó a moverse en círculos y me sentía como si estuviera en la cresta de una ola de carne tibia y agradable.
No tardé en sentir la lengua de Lorena en mi ano, besando, hurgando, lamiendo. Intentando penetrarme con ella. Luego su dedo, lubricado, hasta la primera falange…
—Relaja el culito Clara, déjame entrar con el dedito…
La dejé. No solo un dedito, dos, tres… Todo esto sin dejar de sentir la actividad de la polla de Alba por delante.
El cuerpo de Lorena sobre mi espalda, su arnés apuntando a mi ano… Calor, sensaciones placenteras, algo de dolor… Era la primera vez que me penetraban el culo. Mi rostro aprisionado entre las enormes tetas de Alba. Un cúmulo de sensaciones que me llevaron a un carrusel de orgasmos jamás experimentado por mí. Solo la emoción que me embargó al hacerle el amor a mi hija podía comparársele.
Los movimientos convulsos, los gritos, la sensación de asfixia, boqueando como un pececillo fuera del agua y… sufrí un desvanecimiento.
Cuando me recuperé las dos, madre e hija, me miraban con ternura, con verdadero cariño.
—Te ha dado fuerte ¿Eh? — Me decía, acariciándome amorosamente, Alba.
—¡Joder! Alba. Ha sido muy fuerte. He disfrutado de pocos orgasmos en mi vida como este. Sois maravillosas las dos. Ahora me gustaría hacerle lo mismo a Lorena, va a vivir una experiencia única.
—Sí, mamá, por favor. Nosotras no hemos hecho nunca… Y te deseo…
—Tienes razón, mi vida. La experiencia de Clara me ha hecho ver que el sexo entre madre e hija puede ser muy placentero.
Se besaban, mientras yo libraba a Lorena del arnés para colocármelo yo. Al hundir la parte gruesa en mi sexo me invadió un extraño placer, sobre todo al pensar que estaba a punto de penetrar el culo de una chica tan bonita como Lorena.
Ella se tendió sobre su madre. Se devoraban a besos. Apunté el falo de plástico a su precioso coñito y dejé que entrara con suavidad. Besé y lamí su anito, derramé un chorrito de lubricante en el agujerito y comencé a meter la primera falange de mi dedo. Ver como movía su cuerpo para facilitar la cópula me excitaba. Tras hurgar con dos dedos, entrando ya con facilidad, me puse sobre ella y apunté con el extremo de mi arnés en el culo presioné para introducírselo con alguna dificultad.
Gemía, no sé si de placer o dolor. Mi pelvis chocaba ya con las nalgas. Comencé a moverme siguiendo el ritmo que marcaba su madre. Yo descansaba sobre la espalda de Lorena y amasaba las tetas de Alba. Con la puerta abierta escuchaba los gemidos y gritos de Elen y Laura.
Poco a poco se fue elevando el ritmo. Alba gritó abrazando con inusitada fuerza a su hija, Lorena ya se movía convulsamente, gritando, estirando y encogiendo sus piernas sobre su madre. Yo llegaba también a un nuevo clímax. Las tres llegamos casi al unísono. Desmontamos el número y Alba nos acogió a las dos, cada una a un lado. Nos abrazaba, se giraba hacia su hija y la besaba, después hacía lo mismo conmigo…
Nos quedamos dormidas…
—Vaya, cómo lo habéis pasado ¿Eh? El pueblo entero se ha enterado de lo que pasaba aquí. Vamos mamá, vístete que tenemos que irnos a casa. Estoy muy cansada y deseando llegar. — Mi hija y Laura estaban de pie junto a la cama.
Me vestí, nos despedimos de las anfitrionas y regresamos a casa las tres.
Elena y Laura se marcharon en un viaje de “novias” a Sevilla. Durante una semana me quedé sola en casa y la verdad es que no me gusta la soledad. Estaba deseando que regresaran. Fui a esperarlas a la estación, venían en el AVE. Sus rostros irradiaban felicidad y eso me hacía sentir muy bien.
La vida sigue su curso y yo me encontraba feliz por vivir conmigo. Les dejé mi habitación y me trasladé a la de Elen.
Pasadas dos semanas me llamaron a su cuarto. Estaban desnudas las dos. Querían decirme algo.
—Mamá… Ya no soy virgen…
No pude por menos que sonreír aun cuando los ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Lo hiciste tú, Laura?
—Sí, Clara. Y fue algo maravilloso. Me sentí profundamente unida a Helen, no pensé que se pudiera amar más a una persona, pero hemos comprobado que sí.
Nos abrazamos las tres llorando de felicidad.
—Mamá, ahora te necesito para… Creo que estoy preparada para ser madre…
Era el momento que más temía… Y deseaba. Que mi hija - hermana, fuera madre - hermana de mi nieta - hermana era algo que anhelaba. Recordé a mi amada gemela Helena y lloré.
—¡Mamá! ¿Por qué lloras? ¿No quieres hacerlo?
—No te preocupes mi vida. Sí quiero hacerlo, pero los recuerdos me provocan emociones contrapuestas. Pero lo vamos a hacer. Mientras habéis estado de vacaciones he hablado con mi amiga, ginecóloga Belén y está todo preparado. Pero hay algo que no os he dicho… Yo también me voy a inseminar…
—¡¡Mamáa!! ¡¿Tú también?! ¿Vamos a estar las dos preñadas al mismo tiempo?
—Si mi amor. Estuve una temporada, hace dos años, tentada de traerte una hermanita. Pero al casaros las dos y veros tan felices. Al proponerme que te embarazara, pensé en hacerlo junto contigo.
Elena saltó de la cama donde estaba arrodillada y me abrazó loca de alegría. Laura se unió a nosotras, saltamos abrazadas como chiquillas.
Ya más calmadas.
—Laura… ¿Y tú, no te gustaría tener un hijo?
Mi nuera se sentó en la cama y me miró con esos ojos limpios que me enternecían.
—Sí, Clara. Yo también quiero, pero no inseminada con embriones, clones vuestros. Me gustaría tener un hijo, varón, pero mío.
—Ya lo habíamos hablado mamá. Pero eso supone que Laura tenga relaciones con un chico y no quiere que nadie que no sea yo se meta en su vagina.
—Laura, ¿y si fecundamos un óvulo tuyo con un espermatozoide de un desconocido y te lo implantamos en el útero? Así es como tienen hijos muchas mujeres que no quieren acostarse con ningún hombre.
—¿De un desconocido? ¿Y qué garantías tengo de que no tenga alguna enfermedad o tara?
—Por eso no debes preocuparte. Existen bancos de semen cuyos donantes secretos, son jóvenes, inteligentes, totalmente sanos y sin taras familiares. Además yo tengo acceso a uno de los bancos. Pero hay algo más. Tú me señalas un chico que cumpla con tus requisitos. Lo seduzco, me acuesto con él y del condón sacamos sus bichitos y te los inyectamos en tu útero estando en época fértil.
—¿Serías capaz de hacer eso por mí, Clara?
—Eres como una hija para mí, Laura. Te quiero como a Elen y además… Bueno, veréis… Soy bisexual, también me gustan los chicos y seguramente pasaré un buen rato con un jovencito. Ese no es problema. Si quieres podemos hacerlo.
—Gracias Clara. Me hace mucha ilusión, pero no creo conveniente que hagamos eso ahora, más adelante. Cuando vuestras niñas tengan dos o tres añitos. ¿No os parece?
—Sí, me parece muy sensato. No me imagino a las tres barrigonas al mismo tiempo. Además; ¿quién nos cuidará durante los embarazos?
Esperamos a estar las dos en el periodo fértil y pasamos por la consulta de Ana, tras haber seguido sus instrucciones y tomado las medicinas que facilitaran el embarazo. Nos implantaron dos embriones a cada una.
Laura nos acompañó y al salir de la clínica nos llevó a casa. Nos mimaba como si fuéramos sus hijas. Y así se comportó durante todo nuestro periodo de gestación.
Mi hija nos dio una sorpresa. Traía dos bebés. Eran mellizas, pero como su información genética era idéntica, en realidad eran gemelas.
Llegó la hora y me puse de parto, mi hija se retrasó unas horas pero dos días después salíamos de la clínica con nuestras tres bebitas. Idénticas.