Hermanas 1
Un accidente lleva a una mujer a hacer algo mal visto por una parte de la sociedad
Hermanas. 1
—¿Elenita, has terminado ya? ¡¡Venga, que no llegamos a tiempo!!
Gritaba a mi hija para que se diera prisa. Yo debía impartir una conferencia sobre ciertas técnicas para el desarrollo de la biología en la facultad donde imparto mis clases y quería que ella estuviera presente.
Cuando la vi salir de su habitación quedé asombrada de lo hermosa que era. Pero sobre todo del enorme parecido que tenía conmigo cuando tenía su edad. Los veintidós años que separaban sus quince con los míos habían borrado gran parte de los rasgos comunes.
La conferencia versaba sobre la clonación, sobre todo la posibilidad de clonar seres humanos y creo que logré interesarla.
Al salir del salón de actos y tras recibir la felicitación, por parte de algunos colegas, y las críticas, brutales algunas, de los demás, pasamos por el bar de la universidad a tomar algo y regresamos a casa. Elen estaba muy callada durante el viaje de vuelta; vivíamos a unos treinta minutos de mi trabajo.
Se sentó en el sofá y me miró inquisitiva…
—Mamá, ¿es cierto que se pueden clonar personas?
—Por supuesto cariño.
— ¿Tú podrías hacerlo? — Esperaba y temía este momento desde hacía años.
— Sí, mi amor, podría hacerlo.
—¿Y lo has hecho? ¿Has clonado a una persona? — Dudé al responder. Ella captó mi vacilación.
—Sí, Elenita, lo he hecho… Pero antes de seguir tengo que contarte una historia. Es algo que temo y deseo compartir contigo y — hice una pausa — espero que me comprendas. Todo lo hice por amor y… la verdad… no me arrepiento. Solo te pido que me escuches sin interrumpirme hasta que termine. Después me gustaría que no me juzgases hasta haber meditado sobre todo esto. Que subas a tu habitación, medites sobre ello y mañana, con tranquilidad, responderé a todas las preguntas que quieras formular. ¿Estás de acuerdo?
—Vaya, mamá, me asustas. ¿Tan grave es?
—Todo depende del cristal a través del que se mire, mi amor. Pero sobre todo quiero que sepas que eres la persona a quien quiero más que a mi vida, no lo olvides.
—Ya sabes que mis padres, tus abuelos, murieron en un accidente de tráfico, hace diecisiete años.
—Sí, claro, me lo has contado alguna vez, pero…
— Espera, lo que no sabes es que en el vehículo también viajaba otra persona… —Me miró con expresión de sorpresa.
— Sí, mi vida. También viajaba mi hermana gemela, éramos físicamente idénticas. Pero no terminaban aquí los parecidos. Si yo sufría una caída, a ella le dolía y viceversa, no sé si me explico. Yo me quedé en casa ese día porque no me encontraba bien. Y ocurrió algo que no olvidaré jamás. En el momento del accidente, cuando se supone que ella… dejó de existir, me desmayé. Julia, la mucama que se había quedado conmigo, se asustó mucho y llamó a urgencias. Lo que yo sentí fue horrible. Creí morir, de hecho creo que sufrí, experimenté, la muerte de mi hermana Elena con ella. Los médicos no sabían lo que me ocurría. Pero Julia me dijo que estaba viviendo el proceso de separación con Elena y que debía romper el cordón que nos unía, o acabaría conmigo. Que hablara con mi hermana, como si estuviera presente y que me permitiera romper el vínculo si me quería, para poder seguir adelante con mi vida. Tardé varios días en recuperarme.
— ¡Qué horror, mamá! ¿Lo hiciste? ¿Hablaste con ella?
— Sí, lo hice. Y le prometí hacer lo imposible por recuperar su, “contacto”.Aún no sabía cómo, pero aquella promesa funcionó. Mejoré, superé mi enfermedad y a partir de entonces me dediqué en cuerpo y alma a cumplir mi promesa. Tus abuelos no eran ricos, pero la indemnización que recibí por su muerte aseguró mi futuro económico. Terminé mis estudios de medicina y biología. Mi dedicación dio sus frutos y con veinte años me integré en un grupo de investigación sobre la clonación.
—Sí mamá, pero eso ya lo sé. ¿Dónde está la sorpresa? ¿Al final podré saber quién es mi padre?
— Paciencia mi amor. En la facultad me inyecté hormonas para facilitar la expulsión de óvulos, me extraje seis y sin que nadie lo sospechara los fecundé con la información genética completa de otras de mis céLorenas. O sea, con ADN mío, idéntico al de mi hermana. Implanté dos de los óvulos fecundados en mi útero, con la ayuda de una amiga… Los sobrantes los congelé. — Esperé la reacción de Elen, que parecía confusa.
—¿Y qué pasó? Sigue.
— Nueve meses después naciste tú. — Su cara cambió.Fue cuando tomó conciencia de los hechos.
La expresión de su rostro me impresionó. La boca abierta y las manos en las sienes. La mirada fija en un lugar impreciso, perdida.
Me acerqué a ella para abrazarla pero ella me rechazó. Respeté su deseo y seguí sentada a su lado.
Pasaron unos minutos de silencio atronador, Elen se levantó, subió la escalera y se encerró en su habitación tras dar un portazo.
Seguí sentada y no pude evitar llorar amargamente.
Cuando me calmé subí y llamé con los nudillos en la puerta de mi hija.
—¿Elen, puedo pasar?
Escuché su vocecilla.
—Sí, pasa, está abierto.
Entré en el dormitorio y la encontré tendida en su cama, encogida en postura fetal. Las lágrimas acudieron de nuevo a mis ojos.
Con un gesto, con la mano, me invitó a acostarme a su lado. Me desnudé, quedando en bragas y sujetador. Lo hice a su espalda, nos cubrimos con la sábana y la abracé. Ella rompió el silencio.
—Mamá, no puedo esperar a mañana, tengo que preguntar, estoy hecha un lio…
—Pregunta hija, ¿qué te preocupa?
—¿Tú eres mi madre? Y… si es así… ¿quién es mi padre?
—Sí, mi amor. Yo soy tu madre. Te llevé nueve meses en mi vientre, te amamanté durante dos años… Soy tu madre y eres la persona más importante, a la que más quiero, la razón de mi vida.
Se giró y quedamos enfrentadas. Aparté un mechón de cabello que cubría su mejilla.
—Entonces… Repito… ¿Quién es mi padre?
— Bueno. Verás… El hecho de que yo sea tu madre por haberte parido no quiere decir que lo sea genéticamente. Esto es algo más complejo, pero intentaré explicártelo. El óvulo donde se engendró tu embrión fue de mis ovarios, pero el ADN de tu padre y tu madre genéticos son mi padre y mi madre, o sea, tus abuelos. Tú y yo somos, genéticamente, hermanas. Ya que al utilizar el núcleo de una céLorena mía para incluirlo en mi óvulo, resulta que tu información genética es idéntica a la mía… Y a la de mi hermana gemela, tu tía Elena. Resumiendo. Eres mi hija y mi hermana al mismo tiempo y tus abuelos también son tus padres. Mi padre es tu padre. Estamos más unidas que cualquier otra madre e hija ya que compartimos todo nuestro ADN. Y aunque te pueda resultar extraño, tú eres un clon mío , mi amor.
Me miraba con los ojos muy abiertos, la boca en forma de O. Su gesto de sorpresa me hizo reír, al tiempo que mis ojos se llenaban de lágrimas.
—Lo que sí te pido es que no hables de esto con nadie, ya que hay mucha gente que no lo entendería. Ya viste que algunos de los asistentes a la conferencia estaban en contra de estas prácticas, por distintos motivos. La mayoría religiosos. Consideran que esto suplanta la voluntad de Dios. Pero yo pienso que la ciencia es algo que Dios le ha dado a la especie humana para trascender su existencia. No suplanta, facilita sus planes.
La rodeé con mis brazos y la estreché contra mi pecho. Besé su frente y poco después se dormía. Yo tardé un poco más, pero también me quedé dormida.
Tuve un sueño vívido; mi hermana Helena estaba dormida frente a mí. Su cabeza sobre mi brazo derecho. Su muslo derecho entre mis muslos, su mano derecha sobre mi pecho izquierdo y el dedo pulgar de su mano izquierda en la boca.
Era tan real que sentía mi entrepierna, no húmeda, mojada. Admiraba su bonita cara, su boca, las mejillas con quince años. Era frecuente despertar las dos en esa misma postura, con mi mano izquierda sobre su cadera. Sonreí. Deslicé mi mano para acariciar su pubis, sobre el pantaloncillo del pijama. Lo frotaba delicadamente. El calor que desprendía su sexo juvenil, la humedad… Me encantaba despertar así a mi hermana Elena.
—Mamá… ¿Qué haces?
—¡Aaahhh! ¡¿Qué estoy haciendo?!
En ese instante fui consciente de lo que ocurría. No era un sueño, estaba acariciando a mi hija que había adoptado la postura habitual de mi hermana. Tenía su mismo rostro, su cuerpo era idéntico… Era nuestro clon. Nuestra hermana gemela.
Me levanté y me dirigí corriendo, llorando, a mi habitación.
Sentada en la cama cubrí el rostro con ambas manos y lloré amargamente.
—Mamá, ¿te encuentras bien? … Si no ha sido nada, hasta me gustaba pero… ¿Qué te pasa? Háblame por favor…
Se sentó a mi lado y trataba de consolarme acariciando mi espalda. Abrazándome y besándome.
—Hay muchas cosas que no sabes, Elenita. Mi hermana Helena y yo estábamos muy… muy, unidas. No solo a nivel mental, también en lo físico.
—¿Quieres decir que también…?
— Sí mi vida. Descubrimos la sexualidad siendo muy pequeñas. Una amiga común nos enseñó a besarnos, a masturbarnos, con apenas diez años y desde entonces no paramos. Generalmente nos hacíamos un dedito al despertar, al acostarnos y cuando teníamos la menor oportunidad. Un día nos descubrió nuestra madre acariciándonos, nos asustamos mucho, pero ella reaccionó sonriendo, con mucha tranquilidad, con cariño. Nos enseñó muchas cosas que aún no sabíamos y a partir de entonces ya no paramos.
—Os enseñó, ¿cómo?, ¿qué?
—Pues nos enseñó a utilizar todo nuestro cuerpo en los juegos sexuales, desde los pies hasta la coronilla. A usar dildos, plugins, en fin, todas las cosas que pueden hacer dos personas en la cama, sin penetración vaginal. Pero ella pretendía que dejáramos de satisfacernos entre nosotras para que saliéramos con chicos.
—¿Y no tuvisteis contacto con chicos?
— Muy pocos y la mayoría desagradables. Por eso no nos planteamos buscar compromisos. Solo tuvimos juegos sexuales con algunas amigas pero sobre todo entre nosotras. Pasaron los años y nuestra madre trataba de hacernos salir con chicos; decía que, ¿cómo le íbamos a dar hijos? Ante las demandas de mamá, le dijimos que nosotras teníamos claro cómo hacerlo. Llegado el momento buscaríamos un muchacho guapo, sano, inteligente y lo atraeríamos para que estuviera con las dos, intercambiándonoslo entre nosotras sin que él lo sepa, aprovechándonos de nuestro gran parecido. Queríamos quedarnos embarazadas las dos. A ser posible al mismo tiempo, para que coincidieran los embarazos. — En este punto se me hizo un nudo en la garganta que me impedía continuar — Pero surgió la desgracia y ese fue el motivo de que yo optara por la solución de la que naciste tú.
—¡Dios mío, mamá! Por eso no te he visto salir nunca con nadie… ¿Eres bollera?
—Bueno… sí, mi amor. No he tenido relaciones con ningún hombre, solo algunos contactos con amigas pero muy esporádicos. Y sí, se puede decir que soy bollera. Generalmente me satisfago sola o con…
—No me lo digas mamá. Con tu amigo de plástico ¿no?
—Vaya, ¿lo has visto?
—Sí y alguna que otra vez lo he utilizado… Como vibrador en mi… Pero… Después lo he lavado muy bien.
Su cara avergonzada me hizo sonreír y estrecharla entre mis brazos.
—No te preocupes cariño, puedes usarlo cuando quieras y si te apetece te enseñaré a utilizarlo. — Conseguí arrancarle una sonrisa.
—¿Puede ser ahora? Porque he intentado meterlo y tropieza con la telita que debe ser muy fuerte porque no se rompe. Me duele y me da miedo seguir.
—¿Tú quieres dejar de ser virgen, cariño?
—Bueno, no sé, quizás más adelante, pero me gustaría saber más cosas sobre sexo.
—Vamos, me dirás qué sabes tú y qué puedo enseñarte.
Fuimos a mi dormitorio. Nos libramos de las prendas que llevábamos y cogí el consolador con el que calmaba mis calenturas. Comencé por acariciar sus pies, subiendo por las pantorrillas rodillas y muslos, dando un suave masaje que sabía le resultaba placentero. Se tendió boca abajo y masajeé la espalda, las nalgas y los muslos. Mordisqueé su nuca y percibí cómo se erizaba toda su piel. Gemía como una gatita bajo mis caricias. Puse lubricante en el dildo y lo pasé suavemente por la preciosa rajita del culito, hasta llegar a la vulva donde, sin penetrarla, fui pincelando sus pliegues.
Con un dedo lubricado, penetré suavemente el anito, que se encogía e impedía la entrada.
—Relájate mi vida. Déjame penetrarte. Ahora puede ser desagradable pero con la práctica se convertirá en una deliciosa fuente de placer.
Efectivamente se aflojó el esfínter y entró la primera falange. La excitación del clítoris con el vibrador y mi dedo entrando y saliendo de su culito hizo que alcanzara su orgasmo. Tras calmarse se giró, me miró con los ojos arrasados en lágrimas.
—¿Te ha dolido mi vida?
—No, mamá. Me acabas de dar más placer en un momento que yo sola en todos los años que llevo haciéndome deditos. Te quiero…
Nos abrazamos y nos besamos de forma no muy fraternal.
Nuestros encuentros se repetían en contadas ocasiones. Cuando nos encontrábamos deprimidas, tristes, o muy contentas, tras las fiestas… Yo suponía que se veía con otros u otras, pero no hablábamos de ello.
El tiempo pasaba imparable. Elen termino su bachillerato, las pruebas para la universidad y sacó adelante el primer curso de medicina con excelentes calificaciones. Cumplía dieciocho años. Invitó a un grupo de amigos para celebrarlo. Yo no conocía a nadie, solo a una amiga, Laura, que la acompañaba a estudiar en casa.
Me quedé en mi despacho en la facultad para no aguarles la fiesta. Al regresar a casa ya habían terminado, se marcharon todos quedando solas mi hija y su amiga.
—Mamá, Laura se queda a dormir conmigo — Lo habían hecho en otras ocasiones para estudiar, o al menos eso decían. Se encerraron en su dormitorio y yo me acosté.
Pero no podía conciliar el sueño. Tenía la boca seca.
Me levanté a beber algo y al entrar en la cocina me di de bruces con Laura, desnuda.
—¡Uhuu!, que susto me has dado Laura…
—Perdona Clara, no quería asustarte, solo quería beber un poco de agua.
—¿Elen está dormida?
—Sí, pero yo me he desvelado y no podía conciliar el sueño. ¿Nos sentamos en el salón a charlar?
—Sí claro, yo tampoco tengo sueño.
Fuimos hacia el sofá y yo ocupé el sillón de una plaza frente a ella.
Alucinaba con la soltura de Laura sentándose, adoptando la posición del loto frente a mí. Podía ver los pétalos de su flor abiertos, asomando la cabecita del clítoris. Sus pliegues me atraían como un imán al hierro. Mi sexo se aguaba.
Me miró y al ver el objeto de mi contemplación sonrió.
—¿Te gusta lo que ves, Clara?
—La verdad es que sí. Eres hermosa. Tus ojos, tus labios, tu cara. Tu sexo es muy bello y tus pechos preciosos. Además tienes unos pies muy sensuales.
—Me ha dicho tu hija que te gustan las mujeres, ¿es cierto? — Me desconcertó un poco su afirmación.
—Sí, y la verdad, tú eres muy bonita, pero eres amiga de mi hija y… — Al oírme su rostro se ensombreció — ¿Te ocurre algo Laura?
—Pues… Sí, Clara. Tengo un problema con Elen — Dudaba — Estoy enamorada de tu hija. La quiero con locura y no sé adónde nos puede llevar esto.
Bajé la cabeza pensativa. Su declaración me cogió por sorpresa.
—Y Elen… ¿Te corresponde? ¿Se lo has dicho?
—Sí — Se calló durante unos segundos, después continuó — Nos queremos Clara… Y le he pedido que nos casemos. — Su declaración no me sorprendió pero medité un tiempo antes de responder
—Bueno, si estáis de acuerdo y realmente lo deseáis. Yo no me opondré. — Dije esto y estallé en sollozos. Laura se asustó.
—¡Clara, por favor, ¿qué te pasa?!
—No te preocupes, Laura, no es por vosotras… Es por mí y por un amor que no llegó a consolidarse por… Un maldito accidente.
En ese momento apareció Elen, se abalanzo en mis brazos llorando y besándome.
—¡Gracias mamá, gracias! ¿Te quiero!
Laura también se abrazó a nosotras y nos besaba, fundiendo sus lágrimas con las nuestras. Entonces caí en la cuenta de la desnudez de Elen.
—Habéis estado “jugando” ¿no? — Les dije sonriendo.
—Sí mamá, lo hemos disfrutado mucho, pero sería fabuloso que tú participaras, que “Jugaras” con nosotras. Que nos enseñaras, como a ti tu madre.
Subimos las tres a mi dormitorio y nos tendimos en mi cama. Elen en el centro, yo a su derecha y Laura a su izquierda. Laura se colocó sobre Elen y me hizo girar para ponerme boca abajo y quitarme el sujetador y mis braguitas. Ya desnudas las tres nos sentamos y nos miramos, mis manos acariciaron los pechos de Laura, que me atraían sobremanera. Ella acercó su cabeza a la de Elen para besarla en los labios, yo me separé para cercarme a los pies de mi hija, acariciarlos, besarlos, chuparlos, lamer los deditos…
No me había dado cuenta de que las dos estaban sentadas y me miraban curiosas. Las miré.
—Sigue mamá, me encanta y me excitan tus caricias… Sigue tú con el otro pie, Laura, amor…
Sin dudarlo su amiga atrapó el pie libre y se enfrascó en hacer lo que me veía hacer a mí.
—Ahora me lo hacéis a mí también ¿eh? — Dijo Laura.
—Si mi vida, dame tu pie para que te lo chupe, es una delicia. — Respondió Elen.
Habían descubierto un nuevo fetiche placentero.
Me acerqué a Laura y volví a acariciar sus jóvenes y tersos pechos, a lamer los pezoncitos, a pellizcarlos. Su piel se le erizaba, Elen se movía hasta alcanzar el sexo de su amiga con los dedos, me acerqué y besé su vulva, lamí los labios, el perineo… Mi hija me miraba sorprendida, hasta que me sumergí entre los muslos de la chica que se retorcía de placer con las caricias de mi hija y mi lengua en su clítoris. Introduje dos de mis dedos en el sexo de la chica, que no era virgen, alcancé con ellos su punto G con facilidad. La respuesta de Laura fue muy intensa. Tensó sus piernas y aplastó con sus manos mi cabeza contra su sexo.
Arranqué el primer orgasmo de Laura que quedó rendida, desmadejada, en la cama. Mi hija me miraba con sus preciosos ojos, pedía su ración de placer.
Y yo deseaba con toda mi alma brindarle un sinnúmero de orgasmos. Nos besamos con pasión, lamía los fluidos de su amada en mi cara y yo acariciaba sus pechitos, las caderas, las suaves y redondeadas nalgas. Atrapé su chochito con la palma de la mano, lo acaricié, dejé que el dedo medio explorara sus pliegues, pincelando con las secreciones que emitía. Nuestros ojos se encontraron, amor, lujuria, pasión, fuego. Devoraba su boca, que me sabía a gloria. Mordisqueé su cuello, bajé por los pechos, el estómago, ombligo… Alcancé su sexo, le elevé las piernas y pasé la lengua por su perineo, camino de hoyito anal. Suave, delicado, ligeramente oscuro. Lo lamí con deleite. Con un dedo intenté penetrar su vagina, pero el himen, aún intacto me lo impedía y no insistí. Pero si lo lubriqué con sus fluidos y penetré su ano con delicadeza, suavemente, mientras atacaba el clítoris con lengua y labios. Elen se retorcía de placer. Laura acariciaba y besaba todo su cuerpo. No tardó en gritar desaforadamente en medio de un orgasmo brutal, seguido de otros menores que la hacían retorcerse y doblar su espalda apoyando los pies y la cabeza en la cama. Nos abrazamos las tres hasta que nos calmamos.
Laura me miró, acarició mis mejillas con sus manos y nos fundimos en un tórrido beso en el que también participó Elen lamiéndonos el rostro, saboreando los fluidos de mi hija y excitándome sobremanera.
Laura bajó hasta mi entrepierna. Su rostro se hundió entre mis muslos saboreando mis copiosas secreciones. Se apartó para dejar a Helen degustar mis transparentes mucosidades. Le indiqué como darme placer.
—Hunde dos dedos, el medio y el anular, en el interior y encógelos como si me llamaras. Laura, acaríciame con la lengua mi lentejita.
Sin decírselo, Elen, acarició con la yema de su dedo mi esfínter anal, introduciéndolo despacio a continuación. Me provocaban descargas placenteras en todo mi cuerpo. El orgasmo me sorprendió de forma fulminante. De repente, inesperado. Seguido de una serie de espasmos muy placenteros, casi insoportables, que casi me llevan al desvanecimiento.
—Elen, ¿qué es lo que más te ha gustado de esta experiencia?
—Que me comierais los pies. Ha sido algo nuevo y placentero. Gracias mamá.
—Gracias mamá. — Dijo también Laura.
Me besaron en la boca las dos, se abrazaron amorosamente y se durmieron. Yo opté por dejarlas tranquilas y me fui a dormir a la habitación de mi hija donde me quedé traspuesta inmediatamente.