Hermana secreta. Aroma a ti.

Una maestra atrapada por el deseo a una de sus estudiantes, un chico obsesionado por la misma chica que dice ser su hermana.

En medio de la noche, Paula la maestra de literatura escuchó sonar el timbre de su apartamento. Lo que parecía un día normal, que terminaría de forma normal, dejo de serlo en cuanto ella apareció en su puerta.

Teresa, la chica a la que todos llamaban “Tess” Hizo que todo pareciera especial, desde que se transfirió al principio del año escolar. Tan seria, tan sofisticada, inusual en las chicas de su edad. Hermosa como heroína de portada de las novelas románticas que tanto gustaba la maestra.

Fue tan fácil simpatizar con ella.

Estar con ella.

Se sorprendió invitándola a tomar un café, quería verla a solas. Con el pretexto de explicarle cómo funcionaba la escuela. La chica en cuestión venia de un importante colegio, extraño que se trasfiriese a uno más normal. La maestra quería escuchar sus motivos, orientarla, saber que pasaba tras esos ojos misteriosos.

Besarla.

Paula pensó que sus tiempos de locura quedaron en la universidad. Ni siquiera es que le gustaran demasiado las chicas, se había acostado con algunas, a los chicos les gustaba eso, los enloquecía. No esperaba meterse en algo que… más allá de ser mal visto, era ilegal.

Meterse con una alumna.

Aunque fuese Teresa quien la beso en esa primera cita en el café cuando repentinamente la maestra se quedó sin palabras mirando a su estudiante. Ya nadie se escandalizaba que dos chicas se besaran, y Teresa tan alta, sin uniforme escolar parecía una adulta.  A partir de ese día, cualquiera que pudiera compartir con Teresa dejo de ser uno normal, para ser uno estupendo.

Paula estaba en una frágil situación privilegiada, siendo la hija del dueño del colegio, tratando de ser eficiente y responsable. Demostrar en cada accion que merecía el puesto, más allá de sus contactos. Un ejemplo aun siendo una de las maestras más jóvenes. Involucrarse con Teresa, era indebido, pero también irresistible.

Lo que existía entre ellas era… era especial.

La familia de Teresa le permitía hacer lo que quisiera, una joven tan hermosa sin una guía adecuada era un peligro para sí misma. Era su deber como mentora guiarla. Si bien seguía siendo reservada al hablar de sí misma, en la cama volcaba con pasión.

Esa noche llegó a su casa. Toco en su puerta, con un bolso donde estaba su uniforme y su maleta de la escuela. Venía a pasar la noche con ella. El anhelado comienzo de algo más serio. Siendo ella la adulta, la que debía manejar la relación entre las dos no podía permitirse exteriorizar lo mucho que le emocionaba.

No hizo falta.

Teresa se encargó de revelarse toda ímpetu. La besaba mientras las prendas de ropa eran arrancadas y arrojadas al piso mientras la conducía a la habitación. Algunas veces ni siquiera habían llegado a la cama, en el sofá o sobre la alfombra de la sala. La estudiante, ansiosa, impaciente trato de arrancarle el brasier con la boca, fallo y con dedos urgidos terminó el trabajo.

— ¿Qué haces aquí? — preguntó la maestra conteniendo un gemido con los labios de su alumna recorriéndole los pechos.

— Vine a verte. — contesto soplando aliento sobre su piel.

La maestra quedo sin aliento al descubrir la fina lencería que hasta el momento no le había visto. Tendría que haberla adquirido especialmente para esa noche. Revelando su buen gusto en cuestiones eróticas, y también… que la joven se podía permitir cosas sorprendentemente caras.

Esa definitivamente no sería solo una noche más.

Paula se dejó colocar de espaldas, desnuda de la cintura para arriba con Teresa sentada encima suyo, le puso el dedo índice en la boca apenas tocándole los labios para humedecer la punta, lo deslizo por su barbilla, por el cuello hasta en medio de los pechos ya con las puntas endurecidas. Se inclino hasta que sus rostros se tocaron, en vez de besarla paso la lengua por sus labios. Lentamente. Asi una, dos y varias veces más como un gato que decide si va a beberse la leche.

— ¿Tienes “la cosa”? — ronroneo la estudiante.

Hacia una semana Teresa usaba su computadora para navegar por internet, le había mostrado “la cosa”, señalando con seductora picardía una imagen de una tienda en línea para adultos. No dijo nada, Teresa no siempre necesitaba usar palabras, en vez de eso fingió un gemido. Explicando con ello como quien promete el paraíso. Mas tarde, buscando en el historial de navegación encontró el Link.

Al principio la idea le pareció demasiado subida de tono. ¿Era eso lo que quería Teresa? Luego mientras veía los videos de demostración, pensó que podría ser divertido. Como si una de las dos fuera un chico.

Asi que pidió “la cosa”

— Si, la tengo. — Un deseo de Teresa era una orden. Incluso si no lo pedía, lo que fuera con tal de estar más cerca. Le hubiese gustado estar todos los dias con ella. Como no era posible, lo mejor era aprovechar al máximo el tiempo que compartían. Poco contaba caminar juntas en el pasillo de la escuela, rozándose las manos.

La cosa tenía forma de consolador, pero no era exactamente eso. Una pieza ingeniosamente diseñada para dos amantes femeninas. Seria vergonzoso usarlo a solas. De no excitarse tanto con la idea de complacer a su estudiante habría dudado. Uno de los extremos se insertaba en una de ellas. Teresa decidió a quien, bajo en ella, aparto lo que estorbaba y procedió a besarla entre las piernas, humedeciendo el terreno. Sobra decir que no hizo falta el lubricante que acompañaba al juguete. Después, la parte más pequeña de la cosa se deslizó dentro de la maestra. Cómodamente ajustada en su vagina. El otro extremo sobresalía como un pene de suave plástico rojo.

Lo que fuera por Teresa.

Nunca habría pensado hacer algo asi. A pesar de besarla, de tenerla en cama sentía que su estudiante guardaba distancia. Como si no la pudiera alcanzar. Aun de sus esfuerzos por ser la adulta, innegable quien con cierta indiferencia controlaba las riendas.

— Por favor, profesora… ¡Mónteme! — dulce suplica, que en realidad era una orden.

Paula nunca había pensado mucho en lo que hacían los hombres con ellas. Eso de moverse atrás y adelante. Distinto a lo que hacían ellas, aun mas diferente entre dos chicas que se acariciaban el sexo con el sexo. No quería hacerlo mal, no soportaría una mirada de reproche de Teresa. Noches anteriores, se descubrió ensayando el movimiento en uno de sus sillones.

La cosa no necesitaba de correas ni nada. El eficiente diseño se mantenía firmemente ajustado a la anatomía femenina. Una felicitación al ingeniero o ingeniera que pensó en tal artilugio. La otra parte, la más larga debía entrar y salir con libertad.

La maestra encaramo en su alumna, besándole la espalda. No hizo falta acomodar el pene de goma, fue Teresa quien con su mano lo guio hasta su entrada. Húmeda como estaba, docente, pieza intermedia y estudiante encajaron a la perfección. La cosa las llenaba a ambas, al moverse la fricción estremecía tanto a la una como a la otra.

Teresa gimió, como no recordaba haberla escuchado. Ni esa vez que se cubrieron los cuerpos con aceite perfumado.

¡Estaba funcionando!

¡La penetraba como si fuera un chico! ¡Teresa gozaba! ¡Ella gozaba!

Un breve vistazo al espejo que daba a la cama le develo un poco de la candente escena que estaban representando. La sensual maestra poseyendo a su aún más sensual estudiante envestida en la más fina lencería. Violento, como si fueran animales. Mas tarde pensaría si el atractivo que Teresa vio en ella era ver hasta dónde podía corromperla.

La pelvis estrellaba en el suave y amplio trasero de Teresa.

La penetro en cuatro besándole la nuca, la penetro acostada mientras la estudiante saltaba con entusiasmo, deleitándola con el rebotar de sus pechos. La poseyó mientras se besaban de frente.

Quería fuera memorable, el explotar del placer que derribara las defensas, que se abriera a ella como lo hacía con su cuerpo.

El éxtasis vino, vino y vino tantas veces como no recordaba. El cobertor empapado hubo de cambiarse antes de dormir algunas horas. Al menos la maestra durmió un poco.

Al despertar, se encontró con Teresa leyendo un libro que ella misma trajo. Aun con la lencería, casi desnuda, fresca como si acabase de despertar de un largo sueño.

Tenían que prepararse para ir al colegio.

Antes de irse tuvieron una charla que Paula no olvidaría.

Primero fue sobre el libro, una edición de pasta blanda que decía OSO en la portada. Luego sobre las novelas románticas que estaban en los libreros, las que le gustaban tanto a Paula.

— No creo venir más. — Soltó Teresa, en tono frio. Impensable después de la noche que habían pasado.

Pensó era una broma, a veces la estudiante hacia comentarios como crueles. Nada importante… solo que bromas no. Ella no solía bromear.

— Quiero pensar que vas a estar bien. — continuó mientras seguía mirando las novelas del librero. Como si anunciara que pensaba cambiarse el peinado. — Lo mejor para las dos será dejarlo. ¿Me prestas tu baño?

Paula pregunto el por qué. Tal vez lo gritó.

— Mi terapeuta, va a pasar por mí en unos minutos.

Paula se quedó helada. Dicho tan casualmente, algo que podía cambiar su vida. No para bien. Alguien más sabia que habían pasado la noche juntas. ¿Su terapeuta? Los terapeutas eran adultos, ¿venia por ella? Conducía, ¿Un terapeuta de una adolescente tenía la obligación de denunciar?  Un miedo a ser descubierta, que competía con la desesperación de darse cuenta de que no alcanzaría nunca a Teresa.

No estaba ni cerca. ¡Es más! Algo, o alguien estaba arrancando lo que habían tenido.

— No te preocupes por ella, además voy a esperarla en la calle. No va a tocar a tu casa. Bueno no si me apuro. — Dijo y se fue a bañar.

¡Sabia su dirección!

Un nombre vino a la mente de la aturdida docente. Para lo que sintió, no fue de ayuda que apenas hubiera dormido, tampoco que la que creyó el amor de su vida se despidiera sonriendo.

Nunca sabría que a su modo Teresa trataba de ser amable.

— Daniel. — dijo entre dientes cuando estuvo sola.

_

El chico tampoco había dormido mucho. No fue por tener actividad sexual, aunque algo hubo consigo mismo antes de acostarse. La mayoría del tiempo con los ojos en las marcas del techo. No fue a la escuela. Tenía una semana de permiso por las heridas en la espalda. No eran tan graves, pero picaban. Aunque no vistiera el uniforme igual hacia lo que venía haciendo todos los dias.

Preocuparse por ser señalado, por ver su vida arruinada por cosas que no hizo, y también por cosas que deseaba hacer.

Pensaba en Teresa.

La chica que afirmaba ser su hermana. Por alguna razon, sin tener más que su palabra y el hecho de saberse adoptado le creía.  Una hermana mayor, alta, hermosa como portada de revista, educada y admirada por todos. ¿Quién no quería tener una hermana asi? El pequeño detalle era que con descaro afirmaba sentir una… ¿Cómo dijo? “abrumadora atracción sexual”, no por ser el, no porque le gustara tan solo por ser su hermano. La conclusión es que estaba loca. Hermana o no, loca confirmada.

Ya asi raras las cosas con una rara, se le ponía como piedra entre los pantalones de solo recordarla. De realmente ser su hermana podría meterse en un verdadero lío si se dejaba llevar por sus instintos. Líos de los que se iban amontonando a su alrededor. Para empezar su novia anterior decidió denunciarlo por acoso. Algo contra lo que no había defensa. Al simple grito de “Yo si te creo”, podrían destruir su vida.

Eso, Teresa y las vendas picándole en la noche apenas lo dejaban dormir.

Sonó su teléfono. Un número desconocido.

Supo que era ella. Deseo lo fuera. También lo temió.

Uno de los motivos de que le creyera lo de ser su hermana era los ojos grises del mismo color que compartían, el otro que parecían estar sincronizados.

Pensándolo bien era difícil que fuera ella, para empezar por la hora, tendría que estar en el colegio. La chica que aparentaba ser perfecta nunca se saltaría una clase. Luego porque no tenía su número telefónico. Bueno eso último, un detalle que no la detendría.

— Hola. — respondió al número desconocido.

— Hola. ¿Eres Daniel? — Le contesto una voz femenina, que no era la de Teresa.

— Lo soy, ¿quién eres?

— Eso no importa. — La voz desconocida, no sonaba como la de una chiquilla. Tal vez alguien mayor. — Traje a Teresa, se suponía la llevaría a la escuela. Cambió de idea.

— ¿Teresa? ¿Traerla a dónde?

— Esta en tu puerta, tratando de forzar la cerradura. Yo que tú le abriría antes que rompa algo. — De abajo le vino un crujido metálico, como si alguien… a la cerradura. — Ella no sabe pedir un taxi. Asegúrate que llegue a casa, tengo cosas que hacer y no podré llevarla hoy. — antes de cortar agregó. — ha estado preocupada por ti.

Por ti.

Daniel bajo apresurado las escaleras y por el difuminado del cristal de la puerta se adivinaba una silueta, acompañada de chirridos de la manija que se resistía a ceder, un par de quejidos femeninos, uno de los cuales pareció una maldición.

Al abrir la puerta descubrió a una confundida Teresa en uniforme escolar, oliendo a jabón (el de la señorita Paula), con algo en las manos que no supo identificar que era.

Atrás de ella una mujer en ajustado traje de motociclista se colocaba un casco. Solo por un instante le vio el rostro. Recordaba haberla visto en la escuela y poco más. Le giño el ojo mientras acomodaba una muy llamativa anatomía en el vehículo.

Teresa la miro, luego a Daniel, enojada por la forma en que la recorría con los ojos. No era tan extraño, siempre parecía estar un poco enojada en presencia del chico. Aprovecho para guardarse las ganzúas en la mochila. Tomo la otra bolsa en la que traía la ropa de la noche anterior y sin pedir permiso se metió en la casa.

— ¿Por qué no tocaste el timbre? — pregunto siguiéndola. Mientras la puerta cerraba, escucho la moto arrancando.

La chica dejo sus bolsas a mitad de la sala. Lleno sus pulmones con el aire del interior, accion que resalto sus grandes pechos en la blusa escolar. Pareció sentirse mejor.

— Huele a ti. — dando otra respirada. — No podía correr el riesgo de que no me dejaras entrar. ¡Falte a la escuela! ¡Nunca he faltado a la escuela! — levanto la voz como si no pudiera creérselo. — ¡Van dos días que no vas! ¡Llamaron a mis padres! ¿Llamaron a los tuyos?

Ahora fue Daniel quien la miro con hostilidad. Ella la causa de sus problemas y deseos. Irrumpía en su vida, en su casa. Hasta donde sabía, no aclaro lo ocurrido en el espejo. ¡Ella lo empujo! Pensaba tanto en esa chica que había dejado a su novia. Y ahora… ahora…

… estaban solos en su casa.

Daniel saco el teléfono y busco la aplicación de taxis. Le pediría uno, el cargo llegaría a la tarjeta de su madre. Habría que dar una explicación, seguramente más simple que cualquier cosa que fuera a pasar si la dejaba quedarse. ¡Si los encontraba haciendo algo! Estaba más cansado de lo que pensaba, encontrar la aplicación le tomó más de la cuenta. Luego no pudo enfocar los textos.

— ¿A dónde quieres ir?

— ¿Adónde qué?

— Voy a pedirte un taxi. No puedes estar aquí. Siempre que estamos juntos me meto en un lío.

Teresa más por curiosidad se puso al lado del chico, mirando el mapa que se dibujaba en la pantalla. Ella que cargaba con un juego de ganzúas de tensión, adecuadas para las cerraduras modernas, solo había visto ese tipo de mapas en cosas de peliculas.

— No quiero ir a otra parte. — dijo en una voz que aun sin serlo del todo, en ella pareció timidez.

Tan sorprendente escucharla que Daniel se tuvo que girar a verla. Al hacerlo las vendas plásticas en su piel se despegaron un poco, jalando los bellos en su espalda. Estaba sudando. El nerviosismo hizo que lo asaltara una expresión que reflejo más que el dolor que en verdad sintió.

La chica dio un paso atrás. Sus cejas se abrieron. Y por un momento lucio descolocada. Cerro los ojos y miro al suelo. Ahora la recorrió un escalofrió mientras sus labios se apretaban en una fina línea. Pareció que lloraría.

No fue asi.

Extendió los brazos como si fuera a iniciar uno de los movimientos de baile que la hacían famosa entre los seguidores de la web de la escuela. Tomaba aire, normalizando su flujo sanguíneo. Lentamente se llevó las manos a cada cien, dedos hundiéndose en el pelo obscuro. Los deslizo alzando la cabellera a la vez que inclinaba la cabeza hasta casi tocarse el cuello con la barbilla.

— Lo siento, fue mi culpa. — dijo derramando el pelo brillante en su rostro. Sonaba distinta a la seria estudiante que todos conocían, a la arrogante que se mostraba con él. Era un poco la que tendría que estar enterrada entre ambas. — Te lastimaste por tratar de protegerme, yo solo quería que hicieras lo que quería.

Daniel que poco hacia más que palparse la espalda. El teléfono en el suelo, entre maravillado y preocupado porque sangrase otra vez la espalda.

— ¿Qué es lo que pasa? — pregunto la chica al ver como la miraba.

— Es raro, no se… no pensé que te pudieras disculpar de algo.

Teresa soplo aire, sacudiéndose el pelo del fleco. Caminó hacia él, rodeándolo como un tiburón a la presa. Lo normal en ella, si acaso en ese momento pareció un tiburón un poco más amable, de los que piden permiso antes de dar el bocado. Lo tomo con inusual delicadeza del brazo.

— Puedo disculparme, soy tu hermana. Me educaron para destrozar con palabras, trato de no hacerlo. — Se puso atrás de él. — ¿Quieres que te acomode las vendas? — lo pregunto cómo si realmente fuera una pregunta. Con opción de escapar, solo que realmente le preocupaba que se desacomodaran las bandas, le habían dicho que duraban fijas tres dias. Apenas era el segundo. En los últimos minutos sudo más por la espalda de lo que recomendaba el fabricante.

— No es necesario. Al rato que viene mi madre… — Protesto, empezando a preocuparse por no haberse duchado esa mañana.

— No es tu madre en realidad. — dijo sin malicia, al no encontrar resistencia roso la tela con sus dedos. — Déjame hacerlo. ¿Sabes? Yo también me siento extraña. Hay gente como nosotros que pasan años tratando de lidiar con esto.

— ¿Gente como nosotros? — Pregunto sintiendo como con cuidado los dedos finos de la chica palpaban por sobre la camisa.

— Separados, familias que no se conocen. Atraídos como nos atraemos. ¿Por qué te atraigo? ¿verdad? Es eso o he estado haciendo algo mal todo este tiempo.

— Eres muy guapa, tu cuerpo es… cualquiera se sentiría atraído a ti.

— mmm, lo voy a poner de esta manera, ¿Recuerdas lo del espejo? Me cubriste para evitar que los trozos me cayeran encima, ¿Sabes cuantos chicos estarían dispuestos a hacer eso por mí? —preguntó mientras lo empujaba hacia el sillón de la sala.

Daniel no sabia muy bien como contestar a eso. Estaba seguro de que un monton de gente quisiera abrazarla, protegerla. No hizo falta contestar.

— ¡Todos! Todos quieren hacer algo por mí, ser amables, agradarme, hacer lo necesario para tener una parte de mí. — para ese momento ya le había levantado la camisa y con interés clínico examinaba las vendas desordenadas. — No es lo que hagan o no hagan, es lo que siento. Todos los dias tratan de agradarme. Sería tan fácil darles algo y tomar todo lo que ofrecen. Podría hacerlo incluso si no les doy nada. He visto lo que pasa con ese tipo de gente la que toma todo, eventualmente nada es suficiente. En cambio, contigo… — Despego una de las vendas y con sus uñas retiro la goma sucia, sin titubear ni dar muestras de rechazo. — He besado a un monton de personas que apenas recuerdo, en cambio haberte besado… Puedo sentirlo, las mariposas esas de las que hablan las novelas baratas revolotean en mi vientre. ¿Puedes imaginar cómo se sintió me protegieras? — terminó de retirar los residuos, teniendo cuidado de no tocar cerca de los cortes y estiro las vendas para fijarlas nuevamente. — Con eso bastara por un rato. — aseguro bajándole con cuidado la camisa.

Estaba agotado, como para gritarle como para protestar, se sentía tan natural dejarse hacer algo por ella. Mas cuando tenia razon.

— También siento cosas contigo. Extrañas que no se van de mi cabeza.

— Hay dos caminos para superar esto, uno es acostumbrarnos uno al otro. A que una hermana común te acomodaría las vendas sin hacer nada necesariamente erótico. — dijo, mientras estando aun por detrás lo rodeo con sus brazos suaves. — La otra opción es separarnos. Alejarnos tanto como sea posible.  Yo… me cambie a este colegio para conocerte. Antes de saber que existías pensaba mucho en un hermano. Uno que no sabía que existía, imagínate como me sentí cuando supe eras real. Primero al verte no parecías gran cosa, ahora que estoy contigo no se…— La sintió temblar a sus espaldas. El abrazo de ella se estrechó, atrayendo. La confortante sensación de los pechos de su hermana apoyándose en la espalda. Aun con la tela, siempre con la tela entre ellos. Dándose cuenta como sus pulsos acompasaban. Poco a poco acelerando. — Tal vez solo me gusta como hueles. — Dijo pegando la nariz en la nuca del chico, sorbiendo el aire de su piel.

La dejo hacer, la calidez lo recorría por todo el cuerpo. Sintió que dejaba atrás las alarmas. Quien podría resistirse, era absurdo.

— ¿Por qué dices que eres mi hermana?

— Mi terapeuta… ella investigó. Trabajaba con mi padre en algo. Una cosa del gobierno. Me enseño a arrojar cuchillos, también piedras, ella me comprende. No es terapeuta de verdad, le digo asi porque me entiende. — Escurrió la barbilla por su cuello para hablarle al oido. — ¡Vi como la mirabas! — La mano de Teresa se deslizo por el chico, seguía por el abdomen. Reconociendo cada parte de su hermano. — Hoy deje a Paula.

— ¿la profesora?

— ¿Conoces otra? Dejaste a tu novia por pensar en mí. Paula, no es que fuera mi novia, la deje por la misma razon. Además, podía meterla en líos. La mala noticia es que no creo me siga ayudando con tu ex para evitar lo de la denuncia del acoso.

— ¿Le pediste que lo hiciera? — eso realmente lo sorprendió, un poco más que confirmar que había algo entre ellas. Recordando el sermón que le dio sobre tener relaciones correctas con sus compañeras, cuando precisamente esa maestra andaba con una de sus alumnas.

— Hasta ayer haría cualquier cosa por mí. Anoche le di un gran recuerdo de despedida.

Tan solo tener cerca a Teresa bastaba para que el pantalón le apretara, mencionar a la terapeuta y confirmar lo que tenia con la guapa maestra fue mas que sobrado para que el pants que usaba en casa levantara mástil e izara las velas.

Rechazarla anteriormente fue un acto que requirió de todo su autocontrol. Lo único que confirmó de ello, era que le atormentaba haber perdido la oportunidad de estar con ella. ¿Se arrepentiría de lo contrario? Solo había una forma de saberlo.

Una chispa consciente, apenas para llamar su atención le hizo mencionar un par de detalles importantes.

— Mi madre regresara pronto.

— ¿De qué te preocupas? No estamos haciendo nada, solo te ayudo con las vendas.

— No… no tengo condones.

— ¿Condones? ¿Quién necesita condones? ¡Soy tu hermana! — la voz de Teresa regresaba a su confianza normal. Deslizo su mano por la tienda de campaña que ahora eran los pants. Tampoco se había cambiado la ropa interior y recordaba haberse tocado. Pensando en ella, sin imaginar que por la mañana los dedos de su hermana le rodearían el tronco inflamado de excitación. Hubiera deseado tener tiempo para una preparación mínima. — Estas muy tenso, ¿Has dormido bien? Yo no. Permíteme ayudarte, ayudarnos. Deja que tu hermana te de alivio. La tercera opción, es no superar la atracción que sentimos.

Daniel aspiro una bocanada de aire cuando los dedos de la chica lo sujetaron y con delicadeza bajaron por el tronco carnoso hasta la base cubierta por rizos.

— Tengo que confesarte algo. — le susurro al oido sin disimilar que también estaba afectada. — La verdad es que soy un poco virgen.

Daniel giro el rostro para encontrarse con el de su hermana agolpado de rubor, las pupilas dilatadas por una droga que se producía en un solo lugar. Se reacomodaron en instintivo reconocimiento de sus cuerpos para que sus bocas se encontrasen. La barba incipiente de un día acaricio el cuello de la chica, ella se retorció estremecida. Por momento apretándole el miembro para al poco continuar con el subir y bajar cadencioso. Sus labios se acariciaron hasta que hubo una pausa forzosa para tomar aire.

Los ojos del chico estaban llenos de duda por lo que había dicho.

— Un poco. — Continuó. — No en el sentido físico, hace tiempo lo deje en el camino, y no fue con nadie humano. — Espero a ver como los ojos del chico se agrandaban. — Me educaron para ser perfecta. Lo hago, lo aparento, ¿Es tan extraño que en la intimidad ame lo prohibido? Lo normal nunca me atrajo. Me sentía vacía para eso. Imaginaba un hermano que no sabia existía, eso o algo fuera de lo común. Nada convencional me enciende. Deja ver si me explico, ¿ves porno? ¡Claro que ves porno! ¿Te imaginas ver porno de parejas casadas? ¿Siquiera existe? ¿Recuerdas te dije que estoy rota? Es un problema si todos, todo el tiempo se te ofrecen. No he pasado de besos con chicos, con chicas me encuentro un poco más cómoda. Con una maestra está bien. Es prohibido, morboso, exquisito sentir las miradas en la escuela al estar juntas. Deberías ver cómo me dio anoche la maestra Paula. ¿Pero que digo? Si lo tengo en el teléfono. Ni se dio cuenta.

Teresa lo beso nuevamente, al tiempo que apartaba el elástico de los pants para liberar el miembro de su hermano. Dándole toda libertad para moverse.

La sensación del cuerpo de su hermana le embriagaba. Lo que había soñado estaba pasando. Por primera vez desde que empezó el asunto del acoso, tales pensamientos fueron completamente expulsados de su mente.

La piel cálida, suave de la mano de Teresa acariciando su masculinidad sin nada mas que se interpusiera. Con la otra lo atraía hacia si, profesando los amplios pechos sobre las heridas que también dejaron de tener importancia.

Daniel sintió volcaba, al tiempo que su pene tensaba entre los dedos de su hermana. Anticipando por la forma en que repentinamente inflamó, cubrió la glande con su mano, dejando que el esperma fuera atrapado en la palma, escurriendo entre sus dedos y el tronco aun palpitante.

Teresa se deslizo a un lado. De pie maravillada contemplo su mano con el esperma aun caliente. Con la otra arremango, para que una de las gotas no le escurriera sobre la blusa. Al hacerlo descubrió su propia venda, más pequeña que cubría parte del antebrazo. Miro seductora, ridículamente feliz, picara saco la lenga para mojar la punta en la sustancia blancuzca. A punto de empezar a lamerse con avidez cuando pareció recordar algo.

— Déjame enseñarte el video con Paula, apuesto hace que se te pare de nuevo.

Se daba la vuelta en dirección a su mochila cuando la mano del chico disparada cual serpiente la sujeto por la falda. Esta se volvió para mirarlo.

Daniel lucia cansado, agotado como no era normal en un chico de su edad. Teresa supo ver en esos ojos tan parecidos a los suyos el tormento que ella tantas veces sufrió.

¿Qué era peor? ¿Quemarse en el infierno por hacer algo prohibido o vivir anhelando?

— No hace falta. — dijo el chico que se sorprendería de lo parecido que sus facciones atrapaban lo que interpretó como locura. Lo que originalmente distinguió en ella.

Teresa lo vio, lo cansado que estaba y también del pene que vigoroso se mantenía en firme. Sonrió en respuesta espejo. La misma reacción que hace responder inconscientemente a una sonrisa, le provoco inclinarse sobre el centro de su hermano, apoyando los pechos en su muslo para posar los labios en la aun estremecida pieza. Usando el propio esperma para lubricarle, masajeando el instrumento con el que tanto había soñado, antes de con la lengua recorrer desde la punta hasta la base. Cubriéndolo de besos en el trayecto.

— Ahhh. — suspiró el chico sintiendo el pene cubierto de caricias. Dejándose atrapar. Las preocupaciones que le estaban afectando disipaban, la próxima vez que se pesara, daría cuenta de algunos kilos perdidos. En ese momento el bienestar que sentía le dio señal a su cuerpo de parar de consumirlo. Los azucares excedentes del muchacho lo devolverían a la vida, solo hacia falta algo de descanso.

Teresa rodeo el pene con sus labios, los ojos cerrados concentrada en dar placer. Bombeaba bajando cada vez más. Entre el sudor, el esperma anterior y la promesa de recibir la próxima descarga directo en ella.

Los labios rojos, subía y bajaba tan profundo como se atrevía sobre el miembro de su hermano, derramando saliva que mezclaba con el semen. Llenándose de los aromas únicos de su hermano. Entre las piernas de la chica ya escurrían sus propios jugos.

Si ese no era el momento justo, si no era lo que debía hacer, entonces nada lo sería.

El chico estaba agotado, cansado de estar tenso. Teresa se daba cuenta, hubiera querido molestarlo un poco más, decir algo. En ese momento era inútil, el chico se estaba relajando, pronto estaría durmiendo.

Además, su boca estaba ocupada.

_

El sonido familiar del carro de su madre lo saco del sueño. Estaba a punto de saltar recordando lo ocurrido. La palma de Teresa sobre su hombro le indico que permaneciera tal como estaba. Aun adormecido enfoco a su hermana quien seguía con la novela de pasta blanda con la que también Paula la descubrió al despertar.

No lo miró, pero con los labios le indico guardara silencio. Que fingiera seguir dormido. Los mismos labios que hacia poco se posaban en su pene. Ahora iluminaba con complicidad.

Un rápido vistazo le indicó que las ropas de ambos estaban en perfecto orden. Una bruma del perfume de Teresa cubría los aromas del pecado incestuoso (apenas).

— Nadie debe saber que somos hermanos. — Susurro sin apartar los ojos del libro. La espalda muy recta. La perfecta posición de la perfecta señorita.

Se descubrió en el mismo sillón descansando sobre los muslos de la chica.

Su madre los descubriría asi cuando entrase.

No le quedaba de otra y se sentía demasiado a gusto para no seguirle el juego. ¿Qué pensaría su madre de esa chica que había venido a verlo? Saltándose las clases, dejándole dormir inocentemente en su regazo.

Estaba a punto de averiguarlo.

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Esa mañana Paula llegó tarde al trabajo. Pensó en no ir, presa de la frustración por el comportamiento de Teresa. Estar sola no era buena idea en momentos así. Fue al trabajo pensando podría hablar con la chica en su oficina. La cosa más normal era llamarla para encargarle algún proyecto de la escuela. Siempre se ofrecía de voluntaria.

Cual fue su sorpresa cuando se enteró no había ido a clases. Por primera vez desde que se transfirió faltaba a la escuela.

Supo donde se encontraba. Se imaginó haciendo que.

La idea le quemo por dentro.

El tal Daniel tenia una semana de permiso por su espalda lastimada. Podrían haberlo suspendido por mas tiempo, pero ella se había encargado de evitar que la denuncia de acoso pasara a más. Teresa se lo había pedido sin dar explicaciones. Ansiosa hizo lo que le pidió, asi como compro el juguete sexual y lo uso.

Se estremeció de solo recordar lo que hicieron la noche anterior. Incluso se hizo la tonta cuando vio que colocaba el teléfono para grabarlas.

Aun después de eso se fue con él.

Pidió permiso por sentirse mal, pero en vez de irse a casa se encerró en su oficina.

Recordó la charla de la mañana. Antes de que todo se fuera al traste.

Teresa examinaba sus estantes, El de novelas románticas. La extensa colección de Sandra Brown, la no tan numerosa pero igualmente encantadora de Cecelia Ahern. Megan Maxwell, Julie Garwood, otras no tan conocidas, y si con algo de pena también los tres en pasta blanda de E. L. James.

Lucia hermosa, joven aun en esa lencería fina, con esa delicada expresión concentrada. Siempre se la pasaba leyendo de títulos que la maestra nunca había escuchado. Esa vez a unos minutos de romper con su relación fue la primera vez que dijo algo de sus novelas.

— ¿Son todas las que tienes? — preguntó recorriendo los títulos con sus ojos grises.

— En la biblioteca tengo novelas clásicas. Me encantan, por eso soy profesora de literatura, mi debilidad son las románticas. — contestó feliz de que se interesara de algo que le gustaba. Teresa aun sostenía la que estaba leyendo. — ¿De qué trata la tuya?

La estudiante miró el libro en su mano y se encogió de hombros.

— De un amor imposible, romántica supongo.

Paula no podía imaginar qué clase de novela romántica podría llevar como titulo OSO. Ni sabia nada de la autora.

— ¿Y es buena? — preguntó ansiosa por ver si esa pequeña conversación lograba que finalmente abriera sus sentimientos.

— Está muy bien escrita, por eso creo al final no va a pasar nada. — Inclinó la cabeza dejando que su negra cabellera, desordenada por el sexo de la noche anterior se derramase por sobre su hombro desnudo.

Paula al principio no supo si escuchó bien.

— Me gustan más las de incesto. — agregó sonriente Teresa.

Paula apretó los dedos, sola en su oficina hasta que se le pusieron blancos. Imaginando que en ese momento estaría con el chico ese.

¿Qué era lo que tenían en común esos dos?

Lo único que se le ocurrió fueron los ojos grises de ambos.