Hermana secreta.
Atrapado por las miradas de una bellísima chica que inspira el deseo, sin saber que se trata de su hermana.
Por un instante, mientras trataba de reconocer a las parejas danzantes, lo embargó un sentimiento de desesperanza. No la vio. No estaba allí. La única razon por la que había arrastrado su humanidad a ese lugar era al menos verla.
Las siluetas a medio iluminar, el sonido ensordecedor deberían ser el ambiente natural de un chico de su edad, pero al no encontrarla al menos con la mirada era como si sus sentidos se vieran abrumados. No le costaba entablar conversaciones, pero sin haber logrado su objetivo nada, ni siquiera existir parecía tener sentido. La noche parecía perdida.
Fue entonces que su hermana apareció.
No sabía era su hermana. Aun no.
Resultó no estaba en el centro de atención que era su posición natural en todo lugar, en vez de eso estaba en una esquina, con los brazos cruzados. Incomprensible que alguien como ella estuviera sola. El primer impuso de Daniel hubiera sido ir hacia ella, pero una especie de alarma sonaba en su interior siempre que pensaba en acercársele.
Sensación que se disparo aun mas cuando fue descubierto por ella contemplándola.
El la miraba, ella lo miraba. No era la primera vez. Pero esta vez en lugar del usual duelo, ella se le acercó.
La preciosa feminidad encarnada en Teresa se dirigía hacia él. Como habiendo escogido el momento en que las miradas ajenas estuvieran en otra parte. Sin prisa, con esa elegancia aristocrática.
Lo contemplo como estudiándolo, asegurándose que fuera digno de su atención. La musica a todo volumen dificultaría toda conversación. Como si lo ordenara, le indico con un gesto que la siguiera.
Daniel quien no imaginaba razon o circunstancia, para que ella, justamente ella fuera y le pidiera salir, no supo cómo reaccionar. Después de todo eran poco más que desconocidos.
Teresa quien de todas sus cualidades la paciencia no era la más destacada, junto las cejas y sin decir nada lo tomó de la mano y lo condujo hacia afuera. Las residencias de campo tenían suficiente espacio entre sí para que las estrellas se distinguieran brillando en el firmamento.
La musica sonaba dentro de la casa, las conversaciones, los bailes y bebidas se deslizaban apagados a su lado. La fiesta siempre fue un pretexto, el objetivo al menos verla. De todas las formas en las que pudo imaginarla con una ropa que no fuera el uniforme de la escuela, ninguna igualaba los jeans ajustados, la sencilla blusa de hombros descubiertos, el pelo suelto, que aun en la debil iluminación del exterior resplandecía.
Se detuvieron en un árbol que parecía echo para que las parejas se abrazaran, al lado de algunos de los coches estacionados.
Teresa a quien todos llamaban “Tess” la primera y más cotizada princesa de la escuela. Le sacaba un palmo de altura al chico, a quien miraba con ojos predadores como si hicieran falta para intimidarlo.
Se decían muchas cosas sobre ella, todas casi seguro mentiras inspiradas por las evidentes cualidades de un cuerpo juvenil que estaba destinado a despertar imaginaciones. Que, si andaba con maestros, que, si había perdido la virginidad con tal o cual, en grupo o con chicas. Rumores que contrastaban con la actitud seria y responsable que vestía como si fuera parte del uniforme de la escuela.
En ese momento miraba al chico, como si esos rumores no estuvieran del todo desencaminados. Sus gestos fríos pero sensuales estudiaban como una presa que no valiera más que para satisfacer un antojo del momento.
— Te llamas Daniel, ¿verdad? — preguntó Teresa, casi susurrando, a la vez exigiendo.
El chico se preguntó cómo era que sabía su nombre. Ella había llamado su atención desde el primer día en la escuela, en la que le había visto a lo lejos. La más alta entre sus compañeras, llamativa en el retundo desarrollo de sus formas que parecían fuera de lugar entre simples estudiantes, más adecuada para una revista de moda o como la imaginación era lo que ella provocaba, en la portada de un video para adultos.
Y sabia su nombre.
Mirarla de lejos, fingir no hacerlo cuando estaba cerca, seguirla con los ojos cuando pasaba a su lado. Esa había sido su relación. En un descuido fijó demasiado su atención en lo tenso de su blusa escolar, para enseguida descubrir que ella le regresaba una expresión afilada, de desprecio pero que en su boca le pareció descubrir una mueca leve, que le había parecido un poco a una sonrisa.
— Soy Daniel. Y tú eres…
— Todos saben quién soy. — presumió sin que en ello hubiera falsedad alguna.
Era la primera vez que la escuchaba tan de cerca y dirigiéndose a él. No como todas esas veces en el colegio. Después de esa primera mirada encontrada fue más difícil verla, pues era ella quien ahora parecía buscarlo, como tratando de atrapar al pervertido que había osado mirarla de forma tan desenfadada. Daniel no podía entender esa aptitud, no es que fuera el único que la mirase de forma atrevida, incluso entre sus compañeras había quienes expresaban en voz alta lo que harían de tenerla a solas. Tenía cierto pegue con algunas chicas de su salón. Ciertamente no se sentía un necesitado para aceptar el desprecio de esa chica de la que se decían tantas cosas y que de alguna forma la había tomado con él.
Asi que una vez que ella le miraba con desprecio, decidió sostenerle la mirada. Cosa que habría sido un problema de no ser porque la vida escolar hacia circular mucho a los estudiantes. De esa forma se dio cuenta que se estaba obsesionando con ella.
Fue entonces que supo de la fiesta y que ella iría.
— Se quien e…eres. — Dijo logrando solo tartamudear en la última palabra.
Una cosa era haberle sostenido la mirada entre otros estudiantes, otra tenerla allí tan cerca. Alta e imponente, era ella quien le miraba hacia abajo a esa distancia.
— ¿Por qué viniste?
Una pregunta absurda de lo absurda que era esa situación.
— Me pediste que fuera contigo, que te siguiera. — contesto a la defensiva.
Los ojos de Teresa se entrecerraron como buscándole el detalle.
— ¿Qué clase de hombresuelo eres que sales al fresco con la primera que te lo pide y sin siquiera preguntar la causa?
Daniel tendría que pensar mucho para responderle algo ingenioso. En un momento en que era todo menos eso. Para bien o mal no hizo falta, pues ella se acercó. Obligándolo a detenerse con la espalda contra la corteza del árbol.
Los grises ojos de Teresa estudiaban los rasgos del chico. Frunciendo el ceño. Lo mismo que alguien interesado en un producto, pero no muy seguro de su calidad. Las fosas nasales aspiraron, primero en un respingo y luego mas lentamente. En clarísima degustación, saboreando el aroma de Daniel.
Daniel se dio cuenta que esa chica estaba un poco loca, y que sus ojos eran del mismo color que los de él.
— No te asustes. — dijo ella en tono que indicaba lo contrario.
La alarma en Daniel se veía superada por la calidez femenina que literalmente se le pegaba. Ahora que ella lo olisqueaba con descaro, tanto como para que sus abundantes pechos se posaran con suavidad sobre él. El aroma de mujer le dio de lleno como para sentir que lo respiraba por los poros.
El perfume tenue que correspondía a una chica que no necesita mucho de nada para destacarse, el calor que despedía su cuerpo y que tan solo era separado por la tela de ambos.
— He notado que me miras mucho. — le susurro delicadamente cerca, empujando un poco de más el aliento, para que lo sintiera en el rostro. — ¿Qué es lo que tengo que te llama la atención? ¿Qué pasa por tu mente pervertida?
A eso si tenía una respuesta, la había repasado tantas veces en su cabeza que le salió natural.
— También me miras. — le respondió enfrentándola.
Teresa por un momento desvió la mirada. Pareció que mil cosas pasaban por su cabeza. Unos segundos antes de que se recompusiera, acomodándose, deslizando los pechos sobre el para erigirse aún más, mirándole desde un poco más arriba. Esa mueca tan cerca definitivamente era una sonrisa.
— Deveras no lo sabes, ¿verdad?
Daniel, cuya sangre fluía y dilataba partes de su cuerpo, no estaba para saber nada. Solo para sentir la cercanía de ese pedazo de hembra que tenía sobre él. Asi que solo alcanzo a negar con la cabeza.
— No tienes ni idea. — esta vez fue una afirmación. Una que pareció complacerla por la forma en que respiro profundamente, evidenciando aún mas las tibias formas que amoldaban uno con el otro.
Sabiendo que no sabía a qué se refería esa chica loca, que la tenía tan cerca y que no podía seguir pareciendo un tonto. Tratando de no revelarse tan ansioso, poso sus dedos sobre las curvas de sus caderas. Tan angulosas que sostenían ese pantalón ajustado sin necesidad de cinturón.
Teresa acentuó la sonrisa. En una mueca divertida, cruel.
— Daniel, hay algo que debes saber, y que tiene que dejar perfectamente claro lo que va a pasar entre nosotros. Eres un chico, y los chicos piensan cosas indecentes de mí. Algo lo que a muy a mi pesar tengo que aceptar, pero no sé si podre acostumbrarme. — dijo en un tono dulce y a la vez frio. — Es normal que me miren asi, incluso las chicas, hasta los maestros. Lo que no es normal… — en esa frase su tono cambio en algo más que debía de ser su voz auténtica, la de una chica que simplemente tiene que vivir con las ventajas y desventajas de ser deseada por todos. — Algo que no debe ser…
Por un momento quedaron asi, inmóviles exceptuando por el respirar agitado de ambos.
— ¿Qué es lo que no es normal?
En respuesta ella se inclinó un poco. De forma natural, coordinada como si lo hubieran ensayado sus labios se buscaron. Para ninguno de los dos fue el primer beso, pero si la primera vez que un contacto fue tan íntimo, una caricia única que había sido hecha para ellos y nadie más. La lengua de Teresa se abrió paso para encaramarse en la de Daniel. Sabores que eran sensaciones, tan extraños, tan naturales que no podría dudar de lo que ella le dijo a continuación.
— Soy tu hermana. — Le dijo separándose un poco, con esa expresión cruel, que enseguida cambio por otra, entre asustada y excitada por cómo se estaban dando las cosas.
En la mente de Daniel se armaron vagamente unas ideas. No había ninguna razon para dudar de ella, ni espacio para reflexionar lo que implicaba. Después de besar a Teresa la princesa de la escuela, la que le había traído hasta ese lugar aislado y le decía ser su hermana. Escucharlo era como una promesa, de que no eran solo extraños.
Ya no más.
Asi que la rodeo con sus brazos y sin que ella se opusiera la beso mientras la atraía hacia sí. Al sentir que lo aceptaba, dejo que sus manos recorrieran la tan magnífica anatomía de su hermana. Para el sentido común o lo que ocupaba su lugar en ese momento el que fuera su hermana lejos de un problema era un aliciente.
Fue el comienzo de un gemido ahogado que hizo Teresa cuando bajo la blusa los dedos de Daniel explorando se posaron sobre las redondeadas virtudes atrapadas en el encaje del sostén. Ella cuyo rasgo más distintivo ante la gente era su orgullo, sintió una placentera rabia por el atrevimiento del chico, situación que la impulso a no quedarse atrás, a deslizar sus dedos sobre la dureza que se había formado en los pantalones de Daniel.
Sin apartarse, sin dejar que sus manos abandonaran lo que hacían, fue que ella se despegó un momento de los labios de su hermano y sin todo el aliento pudo decir.
— Ahora que sabes que soy de ti, espero te comportes como un caballero y no te aproveches de la situación. — dijo respirando con fuerza, mirando al chico ya sin crueldad, como no creyendo lo que estaba pasando. — Aunque de mi sí que puedes aprovecharte un poco…
Como si fueran turnos ella lo volvió a besar, esta vez con fuerza. Apretando sus rostros tratando devorarle, pasando de caricias con los dientes hasta hacerle sangrar por el labio, saboreando la sangre cobriza. Una molestia menor para el resto de las sensaciones. La mano de ella seguía bajando los dedos sobre el pantalón que atrapaba la erección. Daniel masajeaba sobre los endurecidos pezones. Apretándose con desesperación, con urgencia. Sin espacio para apenas maniobrar, ni voluntad para separarse ni un milímetro.
Daniel le beso el cuello delgado, tan a su alcance, llenándola de saliva y sangre.
Suspiros en algo incomprensible, como solo pueden escucharse dos personas suspirando, al mismo tiempo que arrastraban labios y manos por piel y ropa ya desordenada.
Una de las largas piernas de Teresa se levantó para rodear como serpiente el torso del chico, empalmando la ya tensa tela del ajustado jeans en el sexo de ella con la dureza atrapada en el pantalón de Daniel. El inconveniente de las prendas de las que no podían prescindir al carecer del más modesto de los lechos.
Sorprendida y encantada la chica se dio cuenta que sus caderas empezaron un sinuoso menear en protesta de los inconvenientes que aún les separaba. Las ropas ya se les pegaban por el efecto del sudor que escurría por sus pieles.
Fue ella quien se estremeció, repentinamente paro como si les hubieran echado una cubeta de agua helada. Obligándola a estirar los brazos para separarse un poco.
Daniel observo una inesperada faceta que confirmaba lo loca que estaba su hermana. Los ojos abiertos casi redondos con mirada perdida, la boca en una sonrisa divertida, como infantil, pero escurrida en glotonería. Respirando con dificultad, tratando de regresar a su normalidad, sabiendo que por un momento dejaba escapar lo que era en realidad. Lo peor, y a la vez mejor era que alguien la estaba contemplando como era.
Teresa soltó una carcajada sonora, tan fuerte que podrían haberla escuchado dentro de la casa a pesar de la musica.
Luego sus labios formaron una fina sonrisa, los ojos recuperaron su animosidad. Como encantada de estar contemplando algo maravilloso. Ya con ambos pies en la tierra levanto la mano y con el dedo índice acaricio la mejilla de su hermano.
Es hermosa. Realmente hermosa. — pensó Daniel.
— Es enserio. — afirmó la chica con ensoñación. — Soy tu hermana. Eres lindo, pero sin el plus del incesto estarías un poco por debajo de mi liga. — a la par que le daba un besito con los labios muy juntitos, como el beso que se esperaría de una hermana. — Estoy un poco más rota de lo que nadie imagina.
— Al parecer también estoy asi.
— Ni te imaginas, niño. Espero hayas entendido, aunque sea un poco.
— Entender ¿Qué? — preguntó confundido, sin razon para dudar y ya con un poco de mente para sumar cuentas y recordar que era adoptado. Que esa chica le había atraído como una abeja ante una flor. No solo por ser atractiva, por ser única de una forma que no era posible para nadie más. Sintió era verdad, lo había sido aun sin saberlo.
Sonriendo Teresa levanto la mano que hacia nada estuvo acariciándole la entrepierna, hizo un gesto de chasquear los dedos. Como si fuera una señal divina se hizo la luz.
A sus espaldas encendieron los faros de un coche que había estado estacionado. Tendría que haber estado con las luces apagadas como si no hubiera nadie en su interior, alguien que espero hasta ese momento justo.
Daniel se hizo a un lado, mostrando las manos argumentando su inocencia.
— No te preocupes. — Teresa sonreía disfrutando la sorpresa del chico, recuperando su dulce crueldad. — Es alguien de confianza. Me estaban cuidando, la verdad es que no sabía bien que esperar de ti. — mientras reacomodaba la blusa mostrando un poco del blanco sostén.
Teresa, quien también había sido adoptada, no viajaba en transporte público como el resto de los mortales. Sus largas piernas y todo lo que sostenían eran llevadas en un coche especial que incluía conductor.
O más bien conductora.
Quien en ese momento salio del vehículo y muy formal le abrió la puerta de la parte trasera. La silueta semioculta por las luces destacaba por el gorro de conductor que le coronaba.
Teresa le ofreció una vista privilegiada de su redondo trasero mientras despacio se contoneaba en dirección al auto. Aun sin tacones, tan solo en tenis se le daba de lo más natural.
— ¿Eres tonto o qué? — preguntó sin voltear. — ¿No es obvio? ¿Qué hay que entender? Somos hermanos y se supone los hermanos no hacen estas cosas. — entonces elevo un poco el volumen. — ¡Nadie debe saberlo! ¡Hasta la próxima vez!
Dicho esto, con exagerada dignidad deslizó su anatomía en el interior del vehículo, sin siquiera dedicarle una mirada. Quien sí lo miro fue la conductora que formal pero también sonriente cerró la puerta y condujo el coche hasta que se perdió en la noche.
Daniel solo pudo quedarse allí de pie, aun con la erección. Sin mirar a un par de curiosos que habían salido de la fiesta a ver qué había pasado.
— ¿La próxima vez? — preguntó Daniel a la noche.