HERMANA LUNA. Primera etapa: pajas

La prehistoria

No sé si esta historia tiene un comienzo de verdad. Fue todo tan gradual que soy incapaz de decir que empezó tal día o tal otro. Supongo que, por escoger un punto, podría empezar cuando en el cuerpo de mi hermana comenzaron a aparecer las señales de su desarrollo, el vientre abultado y los senos incipientes.

Hasta ese momento los dos habíamos estado más o menos en un mismo nivel. No cuando ella estaba con sus amigas o yo con los míos que jugábamos a despreciarnos el uno al otro. Pero sí cuando estábamos en casa que jugábamos juntos. Y si se daba el caso, nos duchábamos o hacíamos pipi el uno delante del otro.

Cuando a Luna le empezaron a salir las tetas, por decirlo de una manera gráfica, dejamos de ser hermanos para convertirnos en nuestros peores enemigos. Como ella me escondía su cuerpo. Mi reacción, aunque solo fuese para fastidiarla, era espiarla de manera más bien poco sutil. Entraba en el lavabo cuando ella estaba dentro. Ya fuese para ducharse o para mear.

–Chiqui, joder. ¿Cómo te tengo que decir que piques la puerta antes de entrar? A los papas vas.

Y a los papas iba, claro. Mi hermana además de una adolescente más que apetecible, se iba convirtiendo en una chivata de campeonato.

Así que después venían las broncas civilizadas y bienintencionadas de mi padre.

–Juan, tienes que tener en cuenta que tu hermana ahora ya no es una niña. Y necesita que la respetes. Cuando tengas su edad, ya lo entenderás.

Decía que sí, claro. Y ponía mi mejor cara de arrepentimiento. Creo que incluso me arrepentía sinceramente, de verdad. Pero con tanta maniobra para fastidiarla había descubierto que me gustaba espiarla. Y así no había manera. Es decir, que llegados a un punto, no solo entraba al lavabo para fastidiarla (o a su habitación cuando sabía que se estaba cambiando), sino simplemente para espiarla y ver como habían crecido sus tetas o como empezaba a tener pelo en el coño o un culo magnífico.

Tanto era así que con las miradas fugaces ya no tenía suficiente. Entre que abría la puerta del lavabo y mi hermana se tapaba y me mandaba a la mierda, la verdad es que no daba demasiado tiempo a ver prácticamente nada de su cuerpo: el tono más oscuro de sus pezones que empezaban a ser unos pezones como dios manda o la sombra negra del pubis. Creo que me imaginaba más que no veía.

Así que, poco a poco, decidí cambiar de estrategia y espiarla escondido. Cuando se duchaba y mis padres no estaban en casa, abría la puerta y dejaba un palmo que, si ella no se daba cuenta, servía para verla completamente desnuda. Eran como mucho cinco minutos. Pero cinco minutos en los que la podía mirar tranquilamente hasta aprenderme su cuerpo de memoria, mientras ella también se miraba el cuerpo con calma, secándose pero descubriendo como su cuerpo había cambiado. Recuerdo que se abría los labios del coño o se estiraba la piel del pubis. Y que se se subía las tetas y se las juntaba, supongo que para imaginar que, aunque no estaban nada mal para su edad, ya le habían crecido como las de una mujer de verdad.

Y también descubrí que, a través del patio, desde la habitación de mis padres se veía su habitación. Así que cada vez que sospechaba que se podía cambiar de camiseta, para allá que iba. Y como mínimo un par de veces a la semana le veía las tetas a Luna.

Al principio, la visión de su cuerpo me provocaba una sensación extraña, no sexual. De excitación, pero de excitación nerviosa. Imagino que era una mezcla de todo: el miedo a ser descubierto, lo que veían mis ojos, la sensación de estar haciendo algo prohibido. Sin embargo, al cabo de poco, la excitación de mirarla era básicamente sexual. Mi primera erección la tuve viendo como Luna jugaba con el vello todavía húmedo de su pubis. Y me asusté tanto, aunque los compañeros del colegio ya me habían hablado de ello, que salí corriendo a mi habitación a ver que estaba pasando allá abajo. Me quité los pantalones. Y sí, allá estaba mi primera erección consciente, un pene todavía de niño, lampiño, pero que pedía a gritos que le hiciese caso.

No recuerdo qué hice aquel día. Pero sí que mis sesiones de espionaje del cuerpo cada día más sexual de mi hermana, empezaron a ir acompañadas primero de tocamientos, después de pajas en toda regla. Si mis padres marchaban de casa y Luna anunciaba que iba a la ducha (advirtiendome así que ni se me ocurriese abrir la puerta del lavabo), me cambiaba el pantalón que llevase en ese momento por uno de chándal si era invierno o unos shorts si era verano, para así acceder con más comodidad a mi polla que, normalmente, después del anuncio, ya comenzaba a crecer discretamente.

El procedimiento era aproximadamente siempre el mismo. Como ya he explicado, abría un palmo la puerta mientras el ruido del agua de la ducha tapaba el ruido, y me escondía detrás de la puerta. Las más de las veces, mientras mi hermana ya estaba en la ducha, yo ya empezaba mi paja. Y seguía mientras salía envuelta en la toalla. Y seguía mientras ella se secaba y se exploraba. Algunas veces incluso había llegado a correrme en mi mano con aquella visión que para mí era un trozo de paraíso. Pero normalmente, mi hermana Luna acababa todo su ritual antes que me diese tiempo. Así que cuando ella venía hacia la puerta yo salía corriendo hacia mi habitación y me acababa de masturbar estirado sobre la cama, mientras recordaba el que acababa de ver o imaginaba que tocaba sus tetas o su culo.

Creo que mi ángel de la guarda también disfrutaba del espectáculo de mi hermana, porque durante aquella temporada ni una sola vez mi hermana me pilló en mis maniobras. O si me pilló, no de manera que yo no pudiese escapar con una excusa: que pasaba por allí o alguna mentira parecida.

Sí que es verdad que cuando salía de la habitación, me notaba que estaba alterado (y tanto que lo estaba). Y que alguna vez, me había parecido que miraba hacia mi atalaya de mirón aficionado. Pero ante la más pequeña sospecha de haber sido descubierto, yo salía piernas ayudadme hacia mi habitación. Aún cuando estuviese a tocar del orgasmo, una cosa que recuerdo que era especialmente dura. Tanto que recuerdo alguna vez que otra haberme corrido dentro de los pantalones sin haber tenido propiamente un orgasmo, como por inercia.

Unos meses después de descubrir todo este sistema de espionaje, introduje en mi vida un par de novedades que hacen que cuando recuerdo aquella época, la recuerdo como si no hubiese hecho otra cosa que ir a clases y masturbarme.

Una mañana que miraba desde la habitación de mis padres como Luna se cambiaba de sujetador (y se ponía uno con relleno, que es algo que pronto dejó de hacer), descubrí que entre la pila de revistas de actualidad, mi padre escondía unas cuantas revistas pornográficas. Fue como si se abriese el cielo. En primer lugar, porque empecé a entender cosas como que el cuerpo de mi hermana era todavía un cuerpo en formación (que por eso se ponía sujetadores con relleno, por ejemplo). Y en segundo lugar, me pude hacer pajas con un poco más de calma que hasta entonces. Solo tenía que robarle temporalmente una de les revistas a mi padre y después de utilizarla volverla a dejar exactamente en el mismo sitio que la había encontrado. Las mujeres que aparecían en las revistas eran arena de otro costal. Pechos grandes. Miradas lascivas. Coños peludos de verdad. Pero sobretodo me ofrecían la posibilidad de, cuando ya todos marchaban de casa, masturbarme con más calma. Me quedaba extasiado viendo los pechos o las posturas. Y me daba la sensación que cuando eyaculaba, lo hacía de manera más copiosa y que el semen era más blanco. Pero seguramente eran imaginaciones mías.

Las revistas eran un buen complemento. Pero mi objeto de deseo preferido continuaba siendo Luna. A veces, empezaba a masturbarme espiándola y cuando salía del lavabo, iba corriendo a la habitación y acababa mi paja con una de aquellas revistas. Miraba las tetas en fotografía e imaginaba que eran las de mi hermana, que se acercaba a mi y me pedía que se las tocase con cualquier excusa.

–Lo haces muy bien, Chiqui –fantaseaba que me decía y me corría diciendo su nombre.

El segundo descubrimiento de aquella época fueron las bragas. Aunque no fue exactamente un descubrimiento. Durante un recreo del cole, Enrique nos explicó que estaba en casa su prima la de Rubí y nos la describió someramente: sus tetas, el culo.

–Por culpa de ella –nos dijo— me estoy matando a pajas.

Y nos explicó que cada vez que ella dejaba las bragas en el cesto de la ropa sucia, él iba detrás y las robaba. Le gustaba cuando todavía estaban calientes. Así que tan buen punto las tenía se metía en el lavabo y él también se masturbaba hasta que no podía más. Le gustaba olerlas, porque olían a ella a su coño. Se las ponía sobre la nariz y se hacía una paja mientras imaginaba que era su coño lo que tenía delante.

Mientras lo explicaba me pareció una guarrada. Pero cuando llegué a casa, Luna estaba en la ducha. Eso quería decir dos cosas: que llegaba tarde para expiarla, pero que podía probar lo de Enrique. Fui yo también al cesto de la ropa, las cogí y me las llevé a mi habitación con el mismo sentido de culpabilidad que si estuviese robando un banco. Me encerré y me bajé los pantalones.

Las bragas de mi hermana también estaban calientes. Pero me dio asco olerlas, porque vi que estaban manchadas por la parte de atrás y eso me hizo pensar que la humedad de delante también era suciedad. Así que opté por otra cosa que nos había explicado Enrique. Me las puse alrededor de la polla y me hice la que hasta entonces fue la mejor paja de mi breve existencia, mirando eso sí de no mancharlas una vez me corriese. Me excité tanto que no pude evitar dar un pequeño gemido que mi hermana escuchó.

–¿Estás bien, Chiqui?

–Sí, Teta –dije mientras miraba de esconder todo aquello.

Creo que se dio cuenta. Pero al menos aquel día, a mi, no me dijo nada.