Hermana luna

Primer capitulo de la historia de dos hermanos

–Pensé que ya no vendrías. Estaba ya a punto de dormirme.

–Tengo la regla, pero si quieres te la chupo.

–Claro que quiero, Teta. ¿Tú qué crees?

–Pues a ver... decía ella poniendo aquella mirada entre pícara e inocente que me calentaba tanto, levanta el culete y mañana que tendré menos me comes tú el chichi como sabes que me gusta.

Cuando lo hice, cuando levanté las caderas siguiendo su orden, me bajó de un tirón tanto el pantalón de pijama como el slip. Mi polla la saludó dando un salto, como si tuviese un resorte que yo no sabía gobernar. Cuando oí sus pasos que venían a mi habitación, había intentado controlarme, no llegar a tener aquella erección. Porque cuando me la chupaba, una de las cosas que me daban más morbo era que se me pusiese dura en su boca. Que se la metiese cuando todavía no estaba dura como el hierro y creciese dentro de ella.

Miró un poco mi polla. Y sonrío.

–¿Esto es por mi?

En seguida empezó la mamada prometida, primero, empezó por la base. Sacó solo la punta de la lengua y mezclaba breves lamidas, con besos y gemidos.

–Me encanta está polla que está tan dura, joder.

Luego subió y empezó a chuparme el glande mirándome a los ojos y como quien chupa un helado o una de esas fresas tan grandes que le gustaban a ella como postre. Hacía un poco de ruido con la saliva. Y murmuraba que se estaba poniendo caliente, porque era verdad y porque sabia que eso me excitaba.

Poco a poco, se la fue metiendo entera en la boca. Se apartaba el pelo rubio de la cara para que yo pudiera ver como se la metía hasta que sus labios tocaban mi pubis, afeitado por ella misma un par de días antes. Noté su garganta alrededor de mi glande. Como me apretaba. Y noté como no me podía estar quieto y empezaba a moverla caderas arriba y abajo de manera que no era ella solo que me mamaba, sino que yo también le follaba la boca y la unión de las dos cosas hacía que las penetraciones, por decir así, fuesen irregulares. Una veces más profundas y otras no tanto.

Luna paraba de vez en cuando para recuperar el aliento. Y mientras me seguía masturbando con la mano para que no se me pasase la excitación me decía:

–En el fondo eres un cabroncete, Chiqui, vas a conseguir que la polla me llegue al estómago.

No era mi idea concreta. Pero sí que es verdad que intentaba metérsela lo más dentro posible. Primero, como ya he explicado moviendo las caderas como si me estuviese follando un coño. Después, cuando yo no podía más con mi excitación, poniendo mis manos en su nuca para asegurarme que no se escapaba, que sus labios seguían llegando a mi pubis, aunque no hiciese falta.

–Déjame tocarte las tetas, porfa.

–De eso nada, que ya me estoy poniendo calentita comiéndote el rabo.

Pero poco a poco estiré mi brazo izquierdo para llegar a sus tetas y empecé a jugar con los pezones. Tiraba de ellos y los pinzaba. Las tetas de mi hermana son grandes y redondas, con pezones también grandes. Por eso me gusta jugar con ellas. Pero es que además, excitarle los pezones hacía que la mamada que me estaba haciendo fuera más atrevida, que su lengua empezase a jugar con mis huevos y que mi glande se enterrase en su garganta de manera más profunda si eso era posible.

–¿Ves como eres un cabroncete? Me decía entre jadeos.

Noté que una de sus manos dejaba de tocarme la polla. Y eso quería decir que, misión cumplida, ella había llegado a un nivel de excitación que la obligaba a tocarse para correrse ella también. No la veía, pero imaginaba su mano que se había metido dentro de la braguita se tocaba el coño aunque solo fuese por fuera.

–¿Te has puesto cachonda con mi polla? ¿Te gusta comerle la polla en su habitación a tu hermano pequeño? Mira que eres cochina, Teta. Te metes la polla de tu hermanito hasta la garganta. Y después cuando me corra te tragarás toda mi leche.

–Cabrón, eres un cabrón.

Habíamos llegado al punto de no retorno en que nuestro comportamiento ya era libre. Yo le cogía la cabeza por la nuca para follarle la boca en condiciones. Ella se dejaba decir todas aquellas cosas que no me hubiese dejado decirle al principio de la mamada.

Movía mis caderas para llegar lo más adentro posible. Y ella me contestaba con un río de saliva cada vez que se atragantaba con mi glande.

–Venga, hermanito, dame tu leche.

–Venga, hermanito, dame tu leche.

–Venga, cabrón, dame tu leche.

Me corrí, claro. Mientras le decía en voz baja lo cochina que era por chupársela a su hermano. Y como le iba a llenar la boca de leche.

–No querías leche? Pues venga, bebétela toda.

Un, dos, tres. Noté como los trallazos de semen caían en su lengua, en su paladar. Ella fue recogiéndolo y me lo enseñó, blanco y espeso encima de su lengua. Luego lo de dejó caer en mi barriga llena de babas y se echó a mi lado para correrse ella.

Con una mano se tocaba el clítoris y con la otra una de sus tetas.

–Quiero que me toques las tetas, hermanito.

Y eso hice. Aparté su mano y empecé a jugar con sus pezones. A estirarlos. A morderlos. Mientras tanto le iba diciendo cosas que sé que la calentaban.

–¿Te ha gustado comerme la polla, eh zorrón? Mira que te pones punta cuando ves que la tengo dura. No puedes vivir sin mi polla, verdad?

–Sigue. No pares.

Y redoblé mis esfuerzos sobre sus pezones, al tiempo que le apretaba y jugada con el resto de sus tetas. Ya tenía una nueva erección. Pero sabía que por ese día había terminado. Me recosté y continué diciéndole guarradas al oído para que se corriese.

–Mañana te comeré entera. Te correrás en mi boca como yo me he corrido en la tuya. Tu hermanito te comerá el coño has que no puedas más.

Vi que era la última fase la que la acercaba al clímax y se la repetí mientras le torturaba los pezones.

–Tu hermanito te comerá el coño has que no puedas más. Tu hermanito te comerá el coño has que no puedas más. Tu hermanito te comerá el coño has que no puedas más.

Se corrió con un grito sordo, con su boca tapada por el antebrazo.

Durante unos minutos, nos quedamos los dos parados, resoplando ella. Yo con una respiración un poco más calmada.

–No te muevas, vengo enseguida.

Fue al lavabo o a su habitación a por pañuelos de papel para limpiarme la barriga de sus babas. No sin antes succionar el semen que había dejado caer.

–Um, me encanta tu leche. Dormiré toda la noche con tu sabor en mis labios. Y mañana cuando despierte estaré tan cachonda que me tendré que hacer una paja antes de ir a la uni.

–Que hermanita más puta que tengo.

–Eh, no te pases, me dijo sonriendo mientras se ponía las bragas y me acababa de limpiar la polla.

–Recuerda que mañana me tendrás que comer tu el chichi, eh!

–Tranquila, que no se me olvida.

En aquella época ella tenía dieciocho años. Yo dieciséis. Y cada noche, cuando nuestros padres dormían, Luna, mi única hermana, venía a mi habitación y hacíamos lo que nosotros, todavía en un lenguaje casi infantil, llamábamos cochinadas. Nos chupábamos en uno al otro. Nos masturbábamos. O follábamos. Pero sobretodo explorábamos nuestros cuerpos y nuestros placeres de escondidas, pero con un sentimiento de culpa casi inexistente.

Como habíamos llegado hasta aquí, es sencillo, pero forma parte del segundo capítulo de esta historia.