HERMANA HOSTIL 3º -héroe o villano-
Ainhoa sospecha que su hermano pequeño se aprovechó de ella cuando, ayer por la noche, andaba borracha. Tras unas averiguaciones un tanto sesgadas, llega a la conclusión de que Leo la salvó cuando más vulnerable estaba ella. Por un momento, parece que se ha instaurado la paz, pero no.
HÉROE O VILLANO
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-martes 22 mayo-
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Nada más abrir los ojos, casi ya al medio día, Leo divisa la incisiva mirada de su hermana. Ainhoa no parpadea, y sigue manteniendo ese intimidante contacto visual que se le clava en su sobresaltado cerebro. Está sentada en su cama con aspecto resacoso, y parece estar planeando un sangriento asesinato.
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-¿Qué pasa?- dice Leo desperezándose y hundiendo la cara en su almohada.
-Dímelo tú- responde con una inquietante frialdad.
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La prudencia del chico no le permite entrar en ese juego. Tras unos segundos de silencio expectante, se levanta de su cama y se dirige a echar el primer meo del día. Mientras está en el lavabo, nota cómo su corazón late con más fuerza de lo habitual. El miedo a las consecuencias de sus depravados actos nocturnos apremia su ritmo cardíaco.
Cuando vuelve a la habitación, sigue sintiendo la incesante supervisión de su hermana, pero él la ignora. Selecciona la ropa que quiere ponerse y se apresura de huir de esa zona tan hostil. Una vez vestido, se encuentra a su madre en el salón.
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MARI: Buenas noticas, hijo. La abuela por fin tiene plaza en la residencia.
LEO: Ya era hora, mamá. ¿Cuándo recupero mi cuarto?
MARI: El viernes, lo más seguro.
LEO: Joh. Aún me quedan tres días infernales con Ainhoa.
MARI: Pues, si tan mal estás ahí, ¿cómo es que sales ahora? !Son más de las doce!
LEO: Me cuesta dormir. Ayer tuve insomnio.
MARI: Pobrecito mío… … ¿Qué pasa? ¿Te vas?
LEO: Sí. Voy a ver que se cuenta Raúl.
MARI: Es que no tienes otros amigos. Ese niño me da repelús.
LEO: Nadie me quiere cerca, mamá; y mucho menos Ainhoa.
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Mari niega con la cabeza mientras observa cómo Leo coge un par de madalenas y se dispone a salir de casa. Se siente culpable por haberle quitado la habitación durante una semana entera, pero pronto ese asunto tan molesto quedará solventado y las aguas volverán a su cauce.
La abuela está en el comedor, mirando la tele y haciendo ganchillo. En un momento dado, repasa, extrañada, lo que se trae entre manos. Había empezado bien pero su proyecto lanudo ha perdido todo su sentido ya ahora es solo un manojo de nudos.
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Ainhoa sigue concentrada. No consigue recordar lo que ocurrió anoche. Se le mezclan los sueños con la realidad. Flashes inconexos y desordenados la confunden más a cada minuto.
“La zorra de Mandi me quitó el ligue, eso es verdad, pero... ¿De verdad monté a caballo? ¿Me enrollé con un tío en un coche? ¿Hubo un terremoto? ¿El amigo de Néstor se propasó conmigo? ¿Isabel se enrolló con Leo? ¿Fue él quien se aprovechó de mí? ¿Mi hermano me subió a casa?”
Sea como sea, está segura de que, incomprensiblemente, Leo tomó partido en alocada alocada noche, y no solo es eso; tiene su gran polla erecta muy presente en su subconsciencia. Sabe que algo muy gordo ha pasado y no consigue saber qué es. Interrumpiendo sus elucubraciones, Mari llama a la puerta.
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MARI: Ainhoa, hija, ¿estás bien? ¿A qué hora llegaste?
AINHOA: No lo sé, mamá. No me acuerdo.
MARI: No beberías mucho, ¿no?
AINHOA: No. Solo un poco… … Escucha, una cosa: ¿Leo salió ayer de fiesta?
MARI: ¿Tu hermano? ¿Estás de broma? Él no ha salido en su vida.
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Mari abre la ventana para que se ventile la habitación. Acaricia, cariñosamente, la mejilla de su hija y sale de su cuarto dejando la puerta abierta para que corra el aire.
Ainhoa vuelve a cubrirse sin la más mínima intención de salir de la cama. Al menos recuerda haberse despertado, ya con luz diurna, y haberse puesto, ella misma, su pijama estampado con ositos panda.
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Leo está asustado. Está claro que su hermana tiene alguna idea de lo que pasó, y no parece demasiado contenta.
“¿Y si se lo cuenta a papá y a mamá? ¿Y si le cuenta a todo el mundo que me aproveché de ella porque andaba borracha?”
El ascensor del edificio de Raúl está estropeado, y el trayecto hacia el cuarto piso está siendo más lento a cada escalón.
“Al menos, tuve la buena idea de llamarme a mí mismo desde el móvil de Ainhoa, nada más encontrarla en el Malibú. Eso puede llegar a convertirse en una buena coartada para justificar mi presencia ahí”
Leo no es especialmente espabilado, pero tuvo tiempo de pensar en el mejor modo de encubrir sus inconfesables fisgoneos en las conversaciones de su hermana. Se le ocurrió la manera de crear un rastro creíble que diera sentido a su misión de rescate.
Tantas dudas y preocupaciones han ralentizado su ascenso, pero, finalmente, llega a la puerta del piso de su amigo.
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RAÚL: Tío, ¿dónde eztabaz? Haze una eternidad que te he abierto el portal.
LEO: A ver si os arreglan eso de una vez. Es un coñazo subir tantos pisos.
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Los niños van hablando de camino a la guarida de Raúl. Es el cuarto más friki de Fuerte Castillo: repleta de posters de las historias de Tolkien, rebosante de libros de un grosor infumable, colmado de figuras, muchas de las cuales no han sido sacadas de su envoltorio original… Todo ello sometido a un orden impoluto.
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RAÚL: Tío, no te imaginaz: tengo novia.
LEO: ¿En serio? ¿Tú?
RAÚL: Bueno, ez zibernovia, pero eztá muy buena. ¿Te enzeño fotoz?… Mira:
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El niño le enseña una serie de imágenes, propias de una sesión fotográfica, de una muchacha despampanante con aspecto de extranjera. Leo levanta las cejas, condescendientemente, y, con una risa incrédula, intenta devolver a su amigo a la realidad.
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LEO: Esta tía no es de verdad, tronco. Aunque tenga muchas fotos.
RAÚL: Claro que zí. No zeaz envidiozo. Ya quizieraz tú tener un ligue azí.
LEO: Para que lo sepas: ayer salí de fiesta, a escondidas, y una tía me la chupó.
RAÚL: Zí, claro, y yo zoy máz poderozo que Gandalf.
LEO: Piensa lo que quieras. No puedo darte muchos detalles, pero… se trata de alguien que conoces y que te gusta mucho. Créeme. Te lo juro.
RAÚL: Lo que paza ez que no quierez zer menoz que yo ahora que tengo novia.
LEO: !Que eso no es tener novia! Dile que te mande una foto haciendo el saludo de Star Trek, o intentándolo al menos. Verás cómo te da largas.
RAÚL: ¿Por qué te molezta tanto? Ze lo pediré para que te callez de una vez.
LEO: No te miento. Estábamos en el coche de… … de un tío, y la chica iba borracha. No quería aprovecharme, pero… ella estaba muy cachonda.
RAÚL: !Que no me creo nadaaah! Erez un mierda.
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Leo no insiste, es consciente de lo que cuenta es algo increíble; eso le da todavía más épica a su pretérita experiencia nocturna.
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Mari cuelga el trapo de la cocina que usa para secarse las manos y se apresura a descolgar el teléfono.
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¿Sí?
Vale, cariño. ¿Te quedas a comer en casa de Raúl?
No sé lo que hará ella. ¿Es que no te deja estar en su habitación?
Pero si de todos modos te pasas la mitad del día delante de la tele.
Creo que ha quedado con sus amigas por la tarde.
Vale, vale. No se lo diré. Escúchame, esta noche son los fuegos artificiales.
Hay hijo. Es la clausura de las ferias. Hoy es el último día festivo.
No sé lo que hará ella, pero tu padre, la abuela y yo iremos a pasearnos.
Sí. Cenaremos fuera. Te dejo un táper con lo que he hecho para comer.
Carne con pimientos y una salsa muy buena. Tú te lo calientas.
Vale. Pórtate bien. A ver si eres educado y me dejas en buen lugar.
Vale, hijo. Un besito.
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Esa atareada ama de casa sospecha que hay algo turbio entre sus hijos, pero, ahora mismo, no le apetece enfrentarse a la arisca resacosa que aguarda la hora de comer en su cuarto. Mira el reloj y echa en falta a su marido. Alberto siempre llega tarde.
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-Ainhoa… … … !Ainhoa, a la mesaah!-
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Leo está sentado, cómodamente, en el sofá del salón de su casa. Mira la insulsa programación televisiva, pero sus ojos no ven nada, pues su enajenado pensamiento le anula los sentidos.
“Ahora comprendo a los yonkis, a los alcohólicos, a los golosos... Hay ciertos anhelos que mandan muy por encima del de la razón”
Sabía que no debía aprovecharse de su desamparada hermana borracha y, aun así, no logró anteponer sus principios éticos a tan lujuriosas ansias incestuosas. Las consecuencias de sus actos están a punto de caer, como un mazo, encima de su cabeza.
“Por cosas así la gente va a la cárcel. Ni siquiera he podido darle detalles a Raúl. Si llego a contárselo todo... Me hubiera creído, pero ¿a qué precio?”
Por mucho que la culpa le esté fustigando, en estos momentos, sabe perfectamente que, si la situación se repitiera, volvería a someterse a sus instintos más bajos.
“No soy más que un esclavo degenerado; sometido a la tiranía de mi polla”
El cerrojo suena y la puerta de la entrada se abre. Leo cruza los dedos deseando que papá o mamá hayan olvidado algo, pero, por el contrario, es Ainhoa quien aparece por el pasillo. El chico, intimidado, desvía la mirada y se precipita en un abismal silencio.
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-¿Es que no me vas a decir nada?- pregunta ella con un tono demasiado suave.
-¿Qué quieres que te diga?- contesta aún con menos ímpetu.
-Podrías haberme contado lo que pasó-
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Leo tarda un poco en levantar la vista, pero, cuando lo hace, encuentra a alguien que no parece su hermana. No recuerda la última vez que Ainhoa le dedicó una expresión tan amable.
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-He visto el video- dice ella -Isabel me ha contado lo que pasó.
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El chico baja la cabeza y guarda silencio, desconcertado:
“¿Es posible que mis condenables fechorías carnales estén quedando en el olvido? ¿Puede ser que de verdad esté agradecida?”
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LEO: ¿Qué es lo que te ha dicho?
AINHOA: Me ha contado que te encontraron, cargando conmigo, a las tres de la madrugada, por la carretera; a oscuras. Que viniste a rescatarme al Malibú porque yo te llamé. Te aseguro que no me creía capaz de llamarte a ti en busca de ayuda, pero miré las llamadas salientes, en mi móvil, y comprobé que era verdad. Les dijiste que unos tíos querían aprovecharse de mí, ¿cierto?
LEO: Cuando llegué, tres chavales se te estaban llevando al parking. Tú no querías ir, pero a penas tenías fuerzas para mantenerte en pie.
AINHOA: ¿Decidiste cargar conmigo hasta casa? desde allá? en lugar de llamar a papá?
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Aunque intente disimularlo, se le han humedecido los ojos antes de concluir esa pregunta de la cual ya conoce la respuesta. Leo intenta solidificar las falsas creencias de su hermana acerca de su actitud heroica y de sus verdaderas motivaciones.
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-Si papá te llega a ver en aquel estado, te condena durante años a arresto domiciliario-
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A la chica se le escapa una risa quebrada por su propio llanto. Su amiga Isabel eludió, en su relato, la larga parada que hicieron en la sala Venus, así que Ainhoa no tiene indicios para vincular sus confusas imágenes mentales con la realidad; las achaca a un sueño que se desvanece en su memoria a cada hora que pasa.
Se seca las lágrimas y se sienta, junto a su hermano, en ese cómodo sofá de piel marrón. Puede que lleve algunas cervezas de más por culpa de su encuentro con Isabel, pero su estado no tiene nada que ver con el de anoche. El alcohol que corre por su sangre es solo el suficiente para convertirla en un ser más cariñoso y amigable. La bebida siempre tiene ese efecto en ella.
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Es tarde ya cuando los fuegos artificiales pintan el cielo de coloridas filigranas. En el cuarto piso del número once de la calle Celados, dichos destellos resultan ignorados por completo, pues una discusión empaña el jubiloso ambiente de final de fiestas.
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AINHOA: Eres subnormal.
LEO: Lo estaba viendo, Ainhoa. Solo me he ido al lavabo un momento.
AINHOA: Es un coñazo y te lo puedes bajar de internet.
LEO: No sé si puedo encontrarlo en la red. No es como si fuera una película.
AINHOA: No tengo porque tragarme una hora de ver videojuegos sangrientos.
LEO: !Pues vete a tu cuarto!
AINHOA: A mí no me grites, mocoso. Si no están papá y mamá, yo estoy al mando.
LEO: Eres una puerca.
AINHOA: Y tú un mongolo. Coge el ordenador y ponte a jugar. Ya ves suficientes juegos cuando te vicias como para que, además, me obligues a verlos en la tele. Se te quedará cara de trol, aunque, tratándose de ti, eso sería una mejora.
LEO: !Vamos, Ainhoa!
AINHOA: Cállate anda, que no me dejas oír cómo empieza. Le dije a Moni que la vería.
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Leo está colérico. Sabe que su hermana no bajará del burro por mucho que él se empeñe. No quiere forzar la situación hasta límites que hagan más amarga su propia derrota, y termina por encerrarse en la habitación expresando su furia con un portazo.
“¿Pensaba que lo de esta tarde era un punto de inflexión? ¿Que en adelante nos llevaríamos bien? !!Que chiste!!”
Amanda e Isabel andan por el paseo marítimo de Fuerte Castillo, alumbradas, todavía, por los cambiantes colores que ningunean, con descaro sonoro, la discreta luz de las estrellas.
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AMANDA: Joder. Cómo nos ha mirado ese chico.
ISABEL: Sí. Ya me he fijado.
AMANDA: ¿Hola? Los fuegos artificiales están en el cielo, no en mis tetas.
ISABEL: Quéjate ahora. Como si no te gustara que te las miraran.
AMANDA: Ajajah. ¿Qué quieres que le haga? Me encanta estar tan buena.
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No se equivoca. Amanda no es solo la más divertida y ligona del grupo; es muy guapa y, por si fuera poco, tiene unos atributos mamarios casi tan destacables como los de Ainhoa. No obstante, su manera de lucirlos es algo más atrevida. Siempre los lleva apretaditos y muy arriba; y no tiene reparos a la hora de asomarlos por unos generosos escotes abiertos que luce orgullosa incluso fuera de temporada.
El estilo de Isabel es más sobrio y elegante. Sabe escoger bien la ropa que se pone y suele adornarse con sombreros, pañuelos, y demás complementos bien combinados. Tiene un pelo castaño y liso, digno de un anuncio de champú, y no se maquilla tanto como su acompañante.
Sus rasgos faciales son algo más afilados; perfilan una bella expresión que consigue reflejar, fielmente, un carácter algo más frío y distante que el de sus chistosas amigas. Su silueta esbelta es fruto de una escrupulosa dieta y muchas horas de deporte concienzudo. El simple hecho de ver un helado ya le causa una ardua contradicción interna que desestabiliza sus chacras.
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AMANDA: Me tomaría otro, ¿eh?
ISABEL: No por favor. Déjalo ya. ¿Cuantos te has tomado hoy?
AMANDA: Tres, no, cuatro.
ISABEL: Y no te engordas. Ya te vale.
AMANDA: Te digo. Nunca me canso.
ISABEL: Como de los tíos, ¿no?
AMANDA: ¿A qué viene eso?
ISABEL: Ainhoa me ha contado que ayer le birlaste el ligue.
AMANDA: Bueno. A Néstor no le apunté con una pistola, ¿eh? Solo desaté mi encanto personal y el tío cayó, él solo, en mi red amorosa.
ISABEL: ¿Es que no crees en el karma? Es como cuando le eras infiel a tu novio.
AMANDA: ¿Ya estás con tus mierdas esotéricas?
ISABEL: Tú misma. A mí me da igual. Luego no vengas llorándome.
AMANDA: Oh, sí. Dentro de unas semanas llamaré a tu casa y te pediré ayuda. Te diré: Isa, me siento muy mal por todas mis travesuras. Enséñame a hacer yoga y dame unos cuantos palitos de esos para que los queme.
ISABEL: Se llama incienso, tonta.
AMANDA: Lo que tú digas.
ISABEL: Puede que no sea el karma; puede que sea Ainhoa. Como si no la conocieras.
AMANDA: Ya se le pasará. En el amor y en la guerra todo está permitido.
ISABEL: ¿En el amor? ¿Es que vas a casarte con él?
AMANDA: No lo dudes.
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Amanda le guiña un ojo acentuando, así, la complicidad de su sonrisa. Isabel suspira resignada, y niega con la cabeza.
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Desde una callada oscuridad, en la habitación de Ainhoa, el barullo callejero empieza a menguar. No en vano, mañana vuelve a ser laborable y toca portarse bien.
Leo no está muy receptivo a su propia somnolencia. Lleva toda la semana con el sueño girado a causa del fastidio que le provoca su nueva sede nocturna. Por si fuera poco, los hondos ronquidos de la abuela marcan el irregular tempo de su insomnio, desde su propio cuarto, como si la vieja se burlara de él.
Un sugestivo suspiro llama su atención. Ainhoa duerme desde hace un rato, pero está inquieta. El chico se plantea el levantarse, sigilosamente, y bajar la persiana, con cuidado, para lograr una mayor oscuridad y tener más opciones de conciliar el sueño. Tras echar un vistazo, se percata de algo inquietante. La luz de la luna acaricia la pálida espalda de su hermana, revelando una desnudez inusual. Leo se incorpora para mejorar su ángulo de visión.
“Vale, hace calor, pero no me parece de recibo que, dadas las circunstancias, Ainhoa duerma así”
Se vuelve a tumbar adaptando su postura de perfil y con el cojín doblado, para seguir vislumbrando ese hermoso panorama.
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-Oh… … sí… … Mmmnh… … sssh… … oah…- susurra Ainhoa sugerentemente.
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El pulso de Leo se torna más notorio. Su hermana parece estar teniendo un sueño erótico, y su implicación es tal que su cuerpo responde con cierta movilidad.
Esas sábanas finas no alcanzan a cubrir una discreción mamaria que, de manera fugaz, se ve franqueada por unos movimientos inconscientes. Aquellas sublimes redondeces asestan flechas prendidas en el alma del chico a través de sus dilatadas pupilas.
Ainhoa no está dormida, solo está juguetona. Se le ha ocurrido invertir los papeles de la escena que tuvo lugar el pasado viernes por la noche. A estas alturas, empieza a aceptar que lo que tiene su hermano entre las piernas es algo que la fascina de un modo muy morboso. En parte, puede ser por el contexto: es como ver a un bebé con una AK-47 o a un crío conduciendo un camión.
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-OoO0h… … s… … Le0Oo… … q plla tiens… … Mmnh- con perezosa pronuncia.
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Ese niño recalentado entra en ebullición. Es la primera vez que recibe inputs lujuriosos de su hermana. Teniendo en cuenta que, por razones obvias, lo ocurrido en el coche de Santi queda fuera de concurso: aquellos gimoteos son el mejor regalo que nunca le ha hecho Ainhoa.
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-Follameeeh… … Leo… … follame bien… … OooOh sí… … siíiíií-
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Tras una disminución de su fervor, la chica parece estabilizarse y regresar a la serenidad de un sueño profundo. Por el contrario: Leo está que arde. Intenta no hacer ruido mientras busca el rollo de papel que esconde bajo su cama. Sabe que tiene que sacar de su cuerpo esa licuada pasión que los jadeos de su hermana han inyectado en sus entrañas. No le llevará demasiado tiempo.
Justo en el punto en que los movimientos manuales de Leo dibujan esa inequívoca trayectoria repetitiva, perceptible a través de sus sábanas, Ainhoa se pronuncia al respecto.
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-Deja de pelártela en mi cuarto, cerdo- susurra con urgencia -Está prohibido-
-¿Q.Qué? ¿Estás… … Estás despierta?- sorprendido con las manos en la masa.
-Te la he metido doblada, chaval. ¿De verdad te pensabas que soñaba contigo?-
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Se mofa malévolamente de su hermano dejándolo sin palabras. Un amargo silencio humillante toma el protagonismo, empañado solo por los ronquidos de la abuela, al otro lado de la pared.
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LEO: Cómo te pasas, Ainhoa.
AINHOA: Es que eres tan fácil. Es como quitarle un caramelo a un niño. Me parto.
LEO: Déjame en paz. Suerte que solo me quedan dos días en tu cuarto.
AINHOA: Se te van a hacer largos. Escucha: ¿qué harás ahora? No dormirás del modo en que te he dejado. Tendrás que ir al lavabo a pelártela, pensando en mí.
LEO: Que te jodan, Ainhoa. Eres lo peor.
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“Nada la complacería más que ver cómo me levanto y sigo el camino que me acaba de marcar. Prefiero pasar la noche en vela antes que rebajarme así. Tengo que pensar en las cosas más desagradables y antieróticas: el caudaloso sudor de Raúl cuando le da el sol, las amarillas uñas de los pies de la abuela..."
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“Nooo. Mierdamierdamierda. Otra vez nooooh. !Por Dios!”
El destino cruel golpea a Leo haciéndole tropezar, una y otra vez, con la misma piedra. Una arrolladora sensación de placer lo arranca de su letargo y empapa sus pantalones con la más vergonzosa de las soluciones albinas.
Afortunadamente, Ainhoa sí que está dormida, esta vez.
Todavía no ha salido el sol. La noche está transcurriendo muy silenciosamente y hasta los ronquidos de la yaya parecen respetar esa quietud con un tono bastante rebajado.
Leo consigue llegar al lavabo sin incidir lo más mínimo en dicho sosiego trasnochado. Después de valorar la magnitud de aquella inoportuna faena, opta por tomar una ducha purificadora.
Cuando ya vuelve a estar bien limpio, y después de esconder su profanado pijama en la bolsa secreta que tiene habilitada para estos menesteres, el chico regresa, de nuevo, a la escena del crimen. Mientras vuelve a enfundarse entre sus sábanas, ya con unos nuevos pantaloncillos, comprueba su impoluto estado. Por suerte, el grosor de su última prenda ha protegido su cama de la pringosa metralla de su catártica explosión biológica.
“!Qué demonios! Al final tendré que dormir con pañales”
El agua y el jabón han limpiado parte de su vergüenza, y ya no se siente tan mal. Desearía poder grabar esos sueños eróticos y revivirlos en circunstancias más adecuadas; desde luego, esas sensaciones, aunque confusas, no tenían ningún desperdicio. Llegados a este punto: no tiene dudas acerca de quién era la protagonista de aquellas lascivas ilusiones.
“Es una fase. Todo esto de Ainhoa, mi precocidad, mi calentura... En unos meses seré un chico normal. Mi cuerpo aún se está acomodando. Siempre debe de haber un periodo de adaptación”
Activa la pantalla de su móvil para divisar unas intempestivas cinco y media de la madrugada. Le quedan pocas horas de sueño, y no quisiera desperdiciarlas. Intenta vaciar su mente y relajar sus neuronas hasta que, de pronto, percibe cómo se flexiona el colchón de su hermana.
Unos pasos, más percutidos que sonoros, transitan por la moqueta llamando su atención visual. Cuando Leo intenta enfocar su mirada, una oscura silueta eclipsa la tenue luz lunar que se cuela por la ventana. Inmóvil, bocarriba, nota cómo el peso de esa silenciosa intrusa deforma su colchón hasta invadir sus propias carnes. Ainhoa está completamente desnuda. El viejo y fino pantalón de reserva del niño no es frontera suficiente para atenuar aquel sugerente contacto carnal.
Leo articula las manos para reconocer a su hermana mientras ella le restriega las tetas por la cara. Su melena desaliñada añade un toque caótico con unas accidentales cosquillas repartidas entre la cara y en el pecho del crío. Las manos de la chica recorren, lenta pero enérgicamente, el delgado cuerpo de su víctima, y sus viciosas uñas largas empiezan a arañar ese torso juvenil como si quisieran desnudar sus marcadas costillas.
El niño no dice nada ni emite ningún sonido. Puede que sea la sorpresa o puede que tenga miedo de despertar otra vez. Ainhoa tampoco articula palabra, pero su respiración se hace más profunda a cada inspiración.
Tras gatear hacia atrás, y sin ningún miramiento, se ocupa de desterrar esos pantaloncillos dados de sí. No tarda en recuperar su posición original y en estampar sus labios con los de su hermano, agresivamente, hasta el punto que sus dientes llegan a tocarse. Puede que la oscuridad no le haya permitido medir bien aquel acercamiento, o quizás su ímpetu ha podido más que su prudencia. Sea como sea, su húmeda lengua se apresura en tomar partido, y pronto se encuentra con su homóloga fraternal.
Sin dejar de degustar las papilas gustativas de su hermana, las manos de Leo rodean su cinturita de avispa recordándole lo buena que está, y evocando esas provocativas fotos que le han traído de cabeza en los últimos días.
Mientras el chico desliza sus manos por los nutridos muslos de su amante, nota cómo ella le pellizca los pezones. Esa sorpresiva sensación, sutilmente dolorosa, empieza interpretada como un asalto hostil, pero sus efectos no son precisamente intimidantes.
La polla adulta del niño no se ha quedado rezagada, a pesar de su reciente descarga, y lucha por conquistar su estatus más consistente de nuevo. Ainhoa se ha percatado de aquella virilidad creciente y decide apoderarse de ella. Por fin se permite gozar, sin reparos, de esa morbosa fuente de lujuria. No puede esperar más. La quiere dentro.
Tras lamerse la mano, se toca el chocho para comprobar que su lubricación es más que suficiente.
Leo siente el vértigo que conlleva la inevitable extinción de su virginidad. Sin tiempo para asimilar lo que está ocurriendo, nota cómo la calidez genital de su hermana abraza su miembro con toda su humedad. Ainhoa mueve el culo circularmente, cada vez más rápido, aún sin pronunciar una sola palabra. Eso sí, su respiración y sus suspiros son ahora más notorios y sugerentes.
La vieja cama del chico empieza a crujir, bochornosamente, a causa del creciente trajín que tiene que soportar.
Leo no consigue ver los ojos de Ainhoa, escondidos en la oscuridad de su cabellera. Su agitada visión solo logra divisar la sugerente boca de su hermana engullendo bocanadas de aire para oxigenar su frenético va y ven.
Algo alienado de su propio cuerpo, el niño se sirve del espejo más grande de esa femenina habitación para contemplar tan trepidante escena. No puede creer lo que está pasando. Ese reflejo le permite ver cómo los serpenteantes movimientos de Ainhoa hacen bascular sus infartantes atributos salvajemente. Bajo la luz lunar, todo parece adquirir un místico tono artístico.
Sería adecuado tener en cuenta que la puerta cerrada de ese cuarto no resulta suficiente para aislar un sonido tan elocuente, pero, sobre aquella maltratada cama infantil, no hay nadie que piense en esto, ahora mismo. Incluso la posibilidad de preñar a su propia hermana ha quedado marginada en el rincón más inhóspito de la mente de Leo, quien solo quiere gozar de Ainhoa con todas sus ganas y con toda esa urgencia que le empuja a tomar parte, tanto como puede, en aquellos libertinos movimientos tambaleantes. Sabe que no podrá mantenerse mucho rato en la cúspide, y decide aprovechar la ocasión mientras dure. Aprieta, con más fuerza que nunca, esas desproporcionadas tetas adolescentes, arrancándole el primer gemido de la noche a la muchacha.
Para contraatacar, ella intensificar todavía más sus desenfrenados azotes pélvicos, aliñados con sollozos y suspiros ya más permanentes. Ainhoa, de la mano de su hermano, está llegando a un sitio que hacía demasiado tiempo que no visitaba.
Por su parte, a Leo empiezan a temblarle las piernas. Siente cómo su falta de control vuelve a aguarle la fiesta, y cómo sus emociones se deshacen desintegradas por unos cálidos calambres atropellados, al tiempo que derrama borbotones de placentera eyaculación dentro de su hermana.
Mientras percibe cómo Ainhoa se corre, sometida a incontrolables espasmos, el chico intenta aferrarse a la consciencia para no perder el sentido. No quiere que aquello termine. Sabe que en cuando salga de dentro de su hermana volverá a ser solo ese idiota salido, mongolo adoptado, mocoso subnormal, mequetrefe enano, imbécil lamentable…
Revelándose contra tan cruda realidad, Leo se amorra a los pechos de Ainhoa, y lame sus pezones como todavía no lo había hecho antes. Siente cómo abrazo de su hermana acompaña ese gesto con una ternura inédita en ella.
El chico aún no ha desenfundado, y su polla apenas ha empezado a flaquear. Su orgasmo previo le ha dado la capacidad de aguantar de una manera más razonable, pero de ningún modo se puede considerar que haya sido un polvo longevo. De todas formas, parece que la virilidad de Leo todavía no ha echado su último aliento. Alimentado por el excelso sabor de esas turbadoras tetas, su desarrollado miembro vuelve a hincharse con gran vigor.
Como el ave Fénix, la fogosidad del niño resurge con vehemencia de entre las cenizas de su reciente desahogo, y le da la vuelta a la situación. Leo consigue tumbar a su hermana y volver a penetrarla con fuerza, causando que las piernas de la chica se eleven y no paren de moverse.
Por fin consigue ver los sorprendidos ojos azules de Ainhoa, quien no da crédito al afán de su hermanito. La muchacha se muerde el labio para intentar silenciar sus desmadrados jadeos. Leo, con el ritmo cardíaco disparado, sigue mudo a pesar del ritmo furioso de su respiración acelerada.
Ainhoa se nota más llena que nunca con ese gran pedazo de carne transitando por sus entrañas. Siente cómo arde su pasión más íntima, y cómo aquella generosa dosis de placer incestuoso, que tan enérgicamente está recibiendo, barre de un plumazo todos sus recientes fiascos: Rafa, Amanda, Néstor… la resaca…
Los primeros rayos de sol se asoman entre los edificios colindantes al tiempo que Leo y Ainhoa siguen follando como conejos en celo sobre la torturada cama del chaval, que ya hace un buen rato que se ve sobrepasada por las circunstancias.
Por fin se pronuncian las primeras palabras en ese depravado acontecimiento:
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AINHOA: !!Joderjoderjoderjoderr!!
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Mientras pone los ojos en blanco, la chica no puede creer que su segundo orgasmo ya se esté apoderando de ella. No se trata de alguien fácil de satisfacer, y no logra concebir que sea el idiota de su hermano quien le esté dando el mejor polvo de su vida.
Leo vuelve a percibir, con solo escuchar los gemidos quebrados de Ainhoa, que ha logrado detonarla de nuevo. Él está llegando también y la elocuencia de su hermana para expresar su gozo no hace más que empujarle más arriba, como un trampolín.
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-oooooOoooouuuxxX-
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Ese ineludible gemido pone punto y final a su hazaña, consumiendo sus últimas calorías.
El chico se desploma exhausto, sobre su hermana, y provoca un crujido alarmante de su cama. Tras un momento de quietud, la estructura termina por quebrarse, precipitando el colchón a la altura del suelo. Ainhoa se ríe, pero Leo está demasiado aturdido, todavía, para emitir la más mínima reacción al respecto.
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- EL DÍA DESPUÉS –
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-miércoles 23 mayo-
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Leo no consigue prestar atención en clase. Está más ausente que nunca. No entiende lo que ha ocurrido por la mañana.
La estrepitosa música del móvil de su hermana les ha despertado pronto, con un volumen insultante. Lo primero que ha hecho Ainhoa, al ver el destartalado estado de esa cama destrozada, ha sido reírse sorprendida, como si no hubiera sido ella la culpable de la destrucción de la que, antaño, había acunado sus propios sueños.
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-Jojojooh. Finalmente, mi excama ha sucumbido al ajetreo de tus persistentes pajas-
-Pero, ¿de qué hablas, Ainhoa? Ha sido culpa tuya- ha dicho él, sorprendido.
-¿Qué hablas? Yo la tuve durante muchos años y no sufrió daño alguno-
-¿Es q.¿Es que no la has usado esta noche?- esbozando media sonrisa de desconcierto.
-!Claro que no! Si estás tú en ella. ¿Cómo quieres que la use? Uiuiui, espera. ¿No habrás . tenido otro de tus calenturientos sueños conmigo no? Qué vergüenza, Leo… que mal-
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[HERMANA HOSTIL] 3/6
-por GataMojita-