Heridas sangrantes IV

Recorro tus cicatrices.. presentes y pasadas.

Empecé a pensar en no quedarme como mero agente al observar a los inspectores que acudían a nuestra llamada cuando éramos los primeros en llegar a un caso de asesinato, a un tiroteo u otro suceso relevante. Mi grado en psicología me ponía en una posición buena si quería ascender y, aunque nunca he sido excesivamente ambicioso y lo más que quiero es dejar vivir y que me dejen vivir, no veía con malos ojos eso de asegurarme una posible vejez sin agobios económicos. Así que no fue altruismo, no fue pensar que quizá así ayudaría a mis conciudadanos de una forma más eficaz. No, mi ascenso vino motivado por el deseo de engrosar mi cuenta bancaria con más ceros. Dereck decía que eso era una estupidez porque no conocía de ningún policía que se hubiera hecho rico y nadara en billetes de 100 dólares una vez retirado. Por mucho que hubiera ascendido. Se reía e insinuaba sino es que querría llegar a comisionado del cuerpo de policía de la ciudad. No, mis cotas no llegaban tan altas.

Cuando me echaba en cara esa realidad bien sabía yo la verdad que había en sus palabras. Y bien sabía yo que no, que mis verdaderos motivos no estaban teñidos del verde del dinero. En el fondo quería pensar que quizá mi presencia marcase una diferencia en la vida de otras personas. ¿Altruista? Más bien un ingenuo gilipollas ¿Cínico? Mucho...

El caso es que me vi inmerso en preparar los exámenes para poder alcanzar mi objetivo así como en comportarme lo mejor posible con la intención de mejorar mi expediente. Lo primero no me resultó difícil. Sorprendentemente nunca fui mal estudiante y el que cursara estudios superiores con éxito es una muestra de ello. Lo segundo ya fue otro cantar. Mantener a raya mi insufrible carácter fue un suplicio. Durante el día lo sobrellevaba, por la noche a solas conmigo mismo no me aguantaba ni yo. Tan solo la presencia de Lucas me sosegaba. Así que cada vez, de manera más habitual, buscaba que nuestros encuentros se volviesen más recurrentes.

Si le pareció extraño nunca lo mencionó. Hasta el día en que me pilló a las 3 de la madrugada inmerso en un enorme fajo de papeles, fumando y dando cuenta de un vaso de whiskey con hielo. Iluminado por la luz de la lámpara de pie próxima a su sofá. Estudiando. Desvié mi mirada hacía él. Tan solo sonrió suavemente, se volvió hacia el dormitorio y regresó a dentro a seguir durmiendo. No sé qué vio en ese momento, quizá lo mismo que yo... que estábamos alcanzado una cotidianidad que se alejaba notablemente de la de una simple amistad y más aún, de la de solo un par de conocidos que se han convertido en amantes.

Seguimos insistiendo en que solo éramos eso. De hecho seguimos haciéndolo. Aún cuando superé el peor momento en mi carrera gracias a su apoyo. A que se mantuvo a mi lado contra viento y marea. Haciendo caso omiso a mis recurrentes cabreos, a mis malos modos.

Estuvo ahí el primero cuando abrí los ojos tras aquel estúpido y desastroso caso en el que mis superiores decidieron meterme durante un mes en una banda de traficantes que empezaban a diversificar el negocio hacia la prostitución, el blanqueo de dinero y los asesinatos por encargo. Allí que estuve, intentando hacer creer que era la peor basura que había pisado la ciudad. No me costó mucho conseguirlo y, aunque intenté mantenerme lejos de los problemas hice cosas de las que a día de hoy me arrepiento. Como fingir enamorarme de la joven camarera que atendía la barra del café donde nos reuníamos a hacer “negocios”. Y que sabía más secretos de los miembros de aquella panda de escoria que cualquier agencia de inteligencia internacional. Para ellos era invisible por lo que hablaban de lo divino y de lo humano ante la muchacha sin inmutarse.

Salí con los pies por delante. Con dos agujeros de bala, desagrándome por minutos. Las sirenas son el único recuerdo del trayecto hacia el hospital. Su mano acariciando mi frente cuando desperté, lo segundo que aparece en mi mente.

Lo tercero, Dereck contándome que se presentó en comisaria tímido, algo avergonzado sin saber muy bien a quién preguntar, cómo preguntar, qué preguntar. Pero temeroso de oír que no tenía noticias de mi porque mi cuerpo se enfriaba en una morgue y no habían tenido a nadie a quien avisar.

Dereck, diciéndome que no tuvo valor para no decirle en qué me encontraba inmerso. Que no encontró coraje para no llamarle semanas después y decirle que me debatía entre la vida y la muerte en una mesa de quirófano. Ellos dos fueron los únicos que permanecieron las seis horas y media que duró la operación esperando a que, quien reparaba los trozos rotos de mi interior, les dijera que el cabrón hijo de puta que tenían por compañero y por, ¿sólo amante? había salido con vida del entuerto.

Lucas el que no aceptó que me negara en redondo a quedarme en su casa durante la recuperación. Quien se esmeraba en cambiar las gasas y limpiar las heridas tres veces al día. Quien se tomó un par de semanas libres para estar junto a mi ocupándose de que comiera decentemente, que durmiera mis horas y tomara los calmantes. Quien se sentaba junto a mi en la cama que ahora compartíamos todas las noches hablando de algún libro que estuviera leyendo, de algún programa que estuvieran emitiendo en la televisión o dejándome ratos a solas para que pudiera ocupar el tiempo estudiando. No deseaba pensar que aquello definitivamente era lo que no quería que fuera. Y me derretía pensar que era lo que no quería que fuera.

Y quien me echó en cara que no hubiera cumplido mi promesa de no volver a permitir que mi piel luciera nuevas costuras.

A quien le escuché, una noche en que debía pensar que estaba dormido, recriminarse así mismo que estuviera permitiendo que aquello llegara tan lejos. Y cómo llevándose las manos a la cabeza murmurar que cómo no iba a hacerlo. A quien sentí tumbarse a mi lado, acurrucarse junto a mi y susurrar que nunca estuvo tan asustado como cuando no supo dónde me encontraba.

Aún no sé cómo pude ocultar las lágrimas que se escaparon raudas de mis ojos al escucharle.

De nuevo, fue una de esas noches, en las que no pude imaginar encontrarme en un lugar más seguro que el que creaba él entre sus brazos.


Parecía un león enjaulado. Lucas me observaba sentado en la mesa donde solíamos comer y dónde habíamos follado incontables veces. Yo no dejaba de dar vueltas. Las ideas acudían a mi cabeza y se escapaban con la misma rapidez que entraban. Intentando retener las imágenes de aquel tercer día que pasé en el centro tras el fallecimiento de mi madre. ¿Qué es lo que vi? No conseguía recordarlo con claridad...

Aquellos días eran confusos. Estaba enfadado. Con mi madre, con el juez que había dictaminado que un niño de mi edad no podía vivir solo en el piso donde había crecido. Era lo suficientemente mayor y había vivido lo bastante en las calles como para saber valerme por mi mismo. Eso no convenció a los adultos que, con toda lógica, decidieron que el estado de New York asumiría mi cuidado procurándome un techo bajo el que dormir, comida tres veces al día y los estudios suficientes como para que si quería pudiera ser alguien en la vida a parte de un muerto de hambre que es a lo que parecía avocado. Pero para mi todo aquello, por aquel entonces, eran pamplinas.

Solo sabía que se acabaron los días de hacer y deshacer a mi antojo. Que ella había muerto y que, de nuevo, en su última jugada me había tocado apechugar con la consecuencia de sus actos. No es que no quisiera a mi madre, solo que era muy difícil hacerlo.

Era el encargado de retirar los restos de porros, heroína y pastillas que solían abundar por el piso. Deshacerme de las botellas de alcohol y desaparecer del lugar cuando subía acompañada de algún cliente, ya fueran las 10 de la mañana, las dos de la tarde o las 3 de la madrugada. Estaba acostumbrado a comer en cualquiera de las tiendas del barrio que conociendo quién era, dónde vivía y que era de los suyos se apiadaban de mi lo suficiente como para proporcionarme un bocadillo, un vaso de leche y en los días de más frío, un plato de sopa de pollo.

Maggie, la vecina de 70 años que vivía pared con pared con nosotros, intentó quedarse conmigo pero le negaron la custodia por la edad y por encontrarse enferma. Fui el único que acudió a su entierro cuando murió diez años después. Me tenía a mi como única persona de contacto. Me dejó su piso. El lugar donde ahora vivo. Gracias a ella volví a tener un techo propio. La consideraba más mi madre que a la propia. Cuando era bien niño era ella quien me cosía los rotos de la ropa, quien me lavaba la cara antes de ir a la escuela e incluso quien me enseñó a no cruzar la calle sin mirar antes si venían coches. Era una buena mujer y la única persona a la que he querido con todo mi corazón.

Es de ella de quien llevo una foto en la cartera. Y es con ella con quien aparezco en las únicas que tengo de mi niñez en el barrio.

Las primeras semanas en Save Horizon estuvieron llenas de hostilidad de mis compañeros de centro. Y, por mi parte, de silencios. No hablaba con nadie y si tenía que responder lo hacía con monosílabos. Me gané fama de imbécil profundo. Tanto fue así que acabé acudiendo a la consulta del psicólogo. Lo cual, siendo sinceros, fue una bendición. Gracias a él averigüé que podía hacer algo con mi vida.

Un buen tipo. También muerto. Por la cuchillada de un antiguo crío que convivió conmigo en aquellos años.

¿Un buen tipo? Me mordí los labios indeciso.

  • Luc... - murmuré deteniéndome - ¿Recuerdas... - volví a guardar silencio.

  • Dime... - respondió.

  • Recuerdas hace ya tiempo que una noche llegué con una carta que no abrí. Sé que me la dejé aquí porque tenía la intención de tirarla a la basura y cuando quise hacerlo no la encontré.

  • Todo lo que dejas en la casa está guardado en ese cajón... - señaló un mueble de madera oscura que había bajo los ventanales que decoraban el muro de más al fondo.

  • ¿Tengo un lugar en el que guardas las cosas que me dejo? - pregunté sorprendido.

  • Por supuesto...

  • ¿Guardas mis cosas?

  • Claro...

  • ¿Por...

  • No quieras saberlo... - murmuró por toda respuesta. Aunque ya la sabía. Porque quizá el día que quisiera buscarlas me diera cuenta de que eran demasiadas y optara por la única solución lógica que había... quedarme definitivamente.

  • ¿Allí? - inquerí señalando hacía el mueble. Asintió.

  • En el primer cajón. - Me aproximé, lo abrí y durante un rato observe algo asombrado lo mucho que en aquellos cuatro años había ido acumulando allí. Saqué varios papeles y finalmente encontré lo que buscaba. Rasgué el sobre, extrayendo un papel y una foto de su interior:

Demian Walls

... y lo que leí me heló la sangre en las venas. No pude evitar apoyarme en la pared intentando no dejarme vencer por el vértigo que me invadió. Centésimas de segundo después Lucas me sostenía. - ¡Dex! - me sujeta por la cintura mientras nos acercamos al sofá. Cuando nos sentamos en él me mira fijamente a los ojos. Soy incapaz de decir nada. Me sostiene el rostro con las fuertes palmas de sus manos, me sonríe suavemente. Y me besa. Cuando separa sus labios de los míos vuelve a mirarme. - ¿Vas a decirme qué es lo que está sucediendo?

  • Demian fue mi único amigo en aquel lugar. Lo dejó dos años antes de que yo saliera con 18 años. Seguimos en contacto hasta que hace unos años se casó. Él y su mujer se mudaron al condado de Westchester. Ambos intentamos seguir llamándonos pero poco a poco desistimos. Cada uno estaba ocupado con sus vidas, aunque Dios sabe que perder amigos no es lo mejor que me puede suceder. Esta carta era de él... de hace dos años. Leelá... - se la tiendo. Él la coge con el ceño fruncido.

-

” Dex, te necesito. He empezado a soñar con algo que jamás hubiera querido recordar. Sueño que le hago lo mismo a mi propio hijo y me siento aterrado ante la posibilidad de que se vuelva real. Aquella niña que vimos esa noche se me aparece, me mira... Ayúdame, Dex. Sé que cometeré una locura y no tengo a nadie más a quien recurrir. No quiero hacer las cosas que vi... es posible que no las recuerdes bien porque te encerraron en un cuarto adyacente al darse cuenta de que no ibas a parar de gritar y alertarías a medio centro antes de que pudieran llevar a cabo sus planes. Yo estaba demasiado asustado como para hacer otra cosa que no fuera mirar. Te oía golpear la puerta, seguías gritando que te abrieran, que la dejaran en paz, que LES dejaran en paz pero tu voz sonaba opaca y nadie te escuchaba, nadie te hacía caso. Te oía decir que se lo harías pagar y recuerdo que pensé que cómo iba a hacer eso un mocoso de 12 años que tenía tanta fuerza como un alhambre quebradizo.

Y ahora tengo miedo de hacer lo mismo. A mi niña o a mi bebé recién nacido. No me atrevo ni a quedarme a solas con ellos. Sino me ayudas a mi, hazlo por ellos. Salva a mis pequeños. Por favor.”

  • Luc, la carta lleva ahí dos años. Iba a tirarla. No tenía intención de reanudar ninguna relación con Demian... iba a tirarla. Lo podría haber evitado...

  • ¿Evitar qué, Dex? ¿De qué habla este tipo? - yo estaba temblando. - ¿Qué visteis aquella noche, bebé? - le miré.

  • Luc... - e hice algo que nunca, en mis 29 años de vida, había hecho jamás. Miré a una persona, la miré a los ojos y le supliqué. - Abrázame, por favor. Abrázame.

Durante unos minutos volví a ser aquel niño encerrado en ese cuarto horrorizado por lo que intuía estaba sucediendo en la habitación contigua. Pero por unos minutos y volviendo al presente supe que quizá debía atreverme a refugiarme en sus brazos más a menudo. Más permanentemente.

Diez minutos después recuperé el dominio de mi mismo. El poli ocupó el puesto del niño de 12 años. El adulto enamorado cedió paso al adulto descreído.

Me aparté de él. Le sonreí suavemente. Me acerqué a besarle y cuando me separé lo hice habiendo hecho acopio de todo el valor del que había sido capaz.

  • Luc... escúchame... no creo que lo vayas a oír muchas veces... - creo que sabía de lo que iba porque bajó los ojos azorado. - Hay una parte muy grande de mi que está perdidamente enamorada de ti... y otra que cada vez es más pequeña que huye de ello. Creo que te sucede lo mismo. Quizá un día podamos unir esas partes más grandes, unirlas y hacer un todo con ellas. Y quizá en ese momento nos demos cuenta de que no nos ha podido suceder nada mejor que conocernos. - Me levanté. El me retuvo de la mano. Volví a mirarle.

  • No sé exactamente qué viste pero ¿lo sabes, verdad? - asentí. - Estaré aquí cuando necesites hablar de ello... siempre estaré cuando me necesites.

  • Y tu me tendrás a mi. - el silencio se hizo entre nosotros. - Volveré en cuanto pueda, ahora tengo que irme. Hay una pequeña a la que no pude salvar entonces y a la que ahora puedo hacer justicia. Y un hombre que me pidió ayuda hace dos años, al que fallé y debo averiguar si he de rescatar. - Me puse el abrigo y antes de salir volví a dirigirme a él. - ¿Me esperarás?

  • El tiempo que sea necesario. Aunque sino te importa son las tantas de la noche... si me lo permites iré a dormir...

  • Permiso concedido. - reí suavemente. En un acto impulsivo me aproximé a él, le besé suavemente en la mejilla y murmuré un susurrante buenas noches. - Procura descansar.

  • Y tú procura volver.


Ese fin de semana las cosas cambiaron. Tras pasar el mes anterior casi entero en mi casa recuperándose de las heridas le ofrecí que se tomara unos días de descanso para reponerse por completo y que los pasara conmigo en una cabaña propiedad de unos buenos amigos junto a un lago. Debía sentirse exhausto porque aceptó.

Cuando llegamos se quedó mirando el entorno con cara de asombro. Pensándolo bien no debía haber salido nunca de la Gran Manzana así que todo aquella vegetación y los animales salvajes casi al alcance de la mano eran una total novedad. Me encantó ver su rostro ilusionado. Aunque al percatarse de cómo lo observaba lo hiciese desaparecer de inmediato. Una lástima porque ante mis ojos se volvió más atractivo aún.

No había previsto que se derrumbase sobre la cama y se quedase dormido 3 segundos después. Pero aquello me confirmó que estaba literalmente destrozado. Y que traerle fue lo mejor que podía habérseme ocurrido. ¿Mi presencia le proporcionaba una seguridad que no era habitual que sintiese? Presuponía que sí porque pocas veces como aquella noche le vi dormir más relajado. Pocas veces como aquellas horas vi su verdadero rostro. Sus labios entreabiertos, respirando sosegadamente. Inconsciente a mis manos temerosas acariciándole el cabello, a mis suaves besos sobre su frente. A mi cuerpo tumbándose junto a él. Al suyo buscándome y encontrándome para amoldarse entre mis brazos. Y al grito de júbilo que mi alma y mi corazón rugieron al mismo tiempo. Que a duras penas reprimí.

La mañana de ese primer día me sorprendió oliendo a café. Me descubrió abriendo los ojos y viéndole sentado en el alfeizar de la ventana mirando hacia el exterior mientras bebe una taza del negro líquido. Va vestido con unos gastados y desvaídos vaqueros que saben hacen latir frenéticamente mi corazón porque le enmarcan el trasero con pasmosa indecencia. No lleva nada de cintura para arriba. Sobre su piel destacan aún rosáceas las dos cicatrices, una recorriendo el costado izquierdo desde la parte superior del abdomen hasta cerca de los riñones, la otra bajando desde la clavícula al omoplato derecho. Qué cerca estuve de perderle...

Me levanto y él me mira desde su posición. Cambia de postura, se mueve y yo me quedo parado al ver como deposita la taza en una mesita que hay junto a él. Se acerca a la cama y desde los pies coloca una rodilla en él colchón, luego una mano... gatea hasta atraparme en la cárcel de sus extremidades... Sus ojos brillan y me hipnotizan. Le notó agarrar firmemente la mañanera erección solo separada de la piel de su palma por la sábana y mi ropa interior. Suspiro. Mis pupilas sé que se han dilatado. Normalmente soy yo el animal cazador... hoy me convierto en la presa.

Deslizo mis manos por su espalda. Sintiendo el ligero abultamiento de sus cicatrices, las delineo con los dedos. Sé que en estos momentos esa piel está muy sensible. Tiembla. Tiemblo. Me besa. E inclinándose sobre mi le oigo aproximar los labios a mi oído;

  • Te lo mereces...

  • ¿El qué? - murmuro.

  • Que hoy hagamos el amor. - Nos miramos momentáneamente en silencio durante unos segundos hasta que devora mi boca y me dejo devorar. La ropa de cama que separa mi piel de la suya me estorba, sus pantalones son una prisión de la que se deshace. Nos encontramos desnudos. Nuestras pelvis se encuentran, se atraen como un imán. Noto la humedad mojando la tela... me deshago de ella con un enérgico movimiento. Necesito sentirlo siendo uno con mi piel... No desaprovechare ni un instante del tiempo que pase con él porque bien podría ser algo que no volviera a darse.

Sus piernas se enredan en mi cintura, sus brazos a mi cuello.

  • Echo de menos que te apoderes de mi así que no te entretengas. - Asiento, palpo su entrada notando que palpita expectante. Escupo sobre mi mano para restregar por esa zona la saliva, cuando siento que hay suficiente humedad me adentro en él. Su potente gemido resuena en el silencio de la cabaña... - Santo cielo cuanto te he echado en falta!!!!

  • Siénteme, bebé... - enlaza sus piernas entorno a mi cintura, las manos se aferran a las sábanas, se muerde los labios. Le miro, acarició sus muslos, subo por el abdomen, llego a su pecho. Me inclino, muerdo sus pezones, los lamo con la punta de la lengua. El se estremece y hace algo que hasta ahora nunca había hecho... gimoteo de placer. No puedo evitarlo... me avalanzo sobre sus labios. Está siendo tan irresistiblemente erótico y sensual que me dan ganas de encadenarle a la cama, secuestrarle y no dejarle escapar nunca. Siempre mío... Aumento la velocidad e intensidad de las penetraciones...

  • ¡¡¡Oh, Dios, Luc, no pares, así, así!!! ¡¡¡Condenada polla!!!

  • ¿Quieres que te masturbe, bebé? ¿Quieres correrte para mi?

  • Sí, por favooooor... - otras veces se ha mostrado pasional porque de hecho es puro fuego en la cama y, en realidad,en todo lo que hace pero ahora es distinto. Quizá es consecuencia de lo cerca que estuvo de irse que ahora quiera sentirse realmente vivo. Cierro mi mano entorno a su falo sintiendo su extraordinaria dureza, mientras lo hago sigo adentrándome en él sin ceder un ápice en la velocidad. Se incorpora ligeramente para seguir besándome... - ¡¡¡Luuuucccc!!! - Se arquea... los músculos del cuello se le tensan mientras continuó masturbándole. Salgo de él, un movimiento de mi cabeza le hace girarse y ponerse dándome la espalda. Vuelvo a adentrarme en él desde esta nueva posición, las pentraciones son más profundas si cabe... mi lengua dibuja el recorrido de la cicatriz de su dorso... lamo el sudor que mana de su piel... muerdo suavemente dejando pequeñas e inapreciables señales que marcan el camino de mis labios. Me tumbo por completo encima suyo y, por primera vez desde que nos conocimos rujo como un león en sus dominios mientras vierto mi semen en su interior. Esta vez sin preservativo por medio. Segundos después, impregna la sábana con su propia esencia. Me desplomo encima suyo.

No parece molestarle porque ante el menor gesto de salir de él y apartarme echa el brazo hacia atrás me retiene contra su cuerpo y logro oírle murmurar:

  • No me abandones.

Oigo a Tamara hablar con la vecina de la casa de al lado. En el barrio residencial de Westchester brilla el sol, trinan los pájaros y se oyen los aspersores mojando la brillante hierba que adorna los jardines delanteros de las propiedades. A excepcion de aquel delante del cual me encuentro.

Invadido por la maleza, sucio, destartalado. Y con un viejo precinto policíal aún abandonado en el primer escalón del rellano de la entrada.