Heridas sangrantes II

Juegos salvajes... El mundo arde en llamas y nadie puede salvarme excepto tu...

Para ser unos desconocidos se esmeró en componer un escenario atrayente.

Wicked Game

sonaba en su moderno reproductor y el dormitorio estaba iluminado por un sin fin de insinuantes velas. La luz de las frágiles llamas bailaba sobre su oscura piel y hacía brillar sus ojos.

Se acercó a mi procedente de la sala donde había dejado mi abrigo. Deslizó las manos por la espalda cogiendo las solapas de mi americana y tirando de ella para quitármela. Notaba su aliento en la piel del cuello. Se inclinó un poco sobre mi y susurró:

  • Quiero follarte. - me estremecí.
  • Ahora va a resultar que un poli te la pone dura... - un murmullo de asentimiento me llegó. Sonreí y me volví para permitirle que me desabrochase los botones de la camisa. Y lo hizo, con una desquiciante lentitud. Cada centímetro de piel que iba asomando él la acariciaba con la yema de sus dedos. Por mi parte poco tenía que quitar, llevaba un albornoz, así que si hubiera querido con tan solo tirar del cinturón de la prenda lo hubiera tenido en pelotas frente a mi. Pero, por ahora, no deseaba eso. Tan solo quería que alguien como él, que exudaba sensualidad y sexualidad por cada poro de la piel, me convirtiera en una suerte de premio gordo de la lotería. Aquella situación, aquel privilegio, no era algo de lo que habitualmente soliese disfrutar.

Mi vida sentimental es un desastre. No oculto lo que soy ni lo que me gusta aunque quizá debiera porque en un mundillo cerrado como el mío no resulta fácil pasar de algunas miradas, de algunas actitudes y de algunos gestos. Aún así tengo la política de no discriminación de mi lado así que por regla general se abstienen de ir más allá. Sin embargo, ser gay y al mismo tiempo policía no facilita que establezca relaciones de más de dos horas. Lo que dura una charla insustancial y un polvo, si es que este supera la barrera de infame.

Siendo sinceros quizá no sea tanto quien soy y lo que soy el motivo por el que no tengo mi corazón protegido por el de otra persona. Como me solía calificar Dereck, quizá el problema es que soy un soberano hijo de puta. Y lo de ser hijo de una puta no es metafórico. Mi santa y devota madre, eso si es ironía, lo era.

Crecí en Williamsburg, uno de los barrios de más delincuencia del distrito de Brooklyn. En un apartamento cochambroso rodeado de droga, robos, prostitución y muertos. Y me hice policía en un estúpido intento de descubrir quien se había cargado a mi progenitora. Gilipollas es lo que era, a mi madre se la llevó una sobredosis. Acabé en una institución del Estado con 12 años y sin la menor posibilidad de encontrar asilo en la casa de nadie.

En fin, volviendo al momento presente, Lucas me ha cogido el rostro con sus enormes manos. Estoy desnudo de cintura para arriba y mi cuerpo se pega al suyo. Me mira con esa intensa mirada que, con el tiempo supe, siempre mostraba cada vez que algo le interesa poderosamente. Una débil sonrisa vuela en mis labios. El los atrapa antes de que muera, y le oigo seguir susurrando.

  • Sexy... - ¡¡¿yoooooooooooo?!! Me concentro en esa boca sobre la mía. En su lengua apoderándose de mi interior. En sus manos que han viajado al sur de la ciudad y atraen mis caderas contra la suya recorriendo obscenamente mi culo sobre la tela del pantalón. Es definitivo, me duele la polla. Y tiro del cinturón de microfibra blanca, ahora son mis manos las que acarician la prenda y la deslizan por su cuerpo quitándosela.

Me quedo sin aliento. A mi, esto, no me puede estar pasando. Y sin embargo, la erección que pugna por escapar de mi bragueta me dice lo contrario. Lo mismo mañana mis sábanas amanecen manchadas de semen. Una polución nocturna sería descojonante.

  • Deja de pensar... deja que esa mente analítica de polizonte se centre en lo que se tiene que centrar. Piensas demasiado, agente White. - detiene sus movimientos, me tiende la mano en silencio. Se la cojo y tira de mi para acercarme, acercarnos, a la cama. Me empuja suavemente sobre ella. Se cierne sobre mi para desabrochar el botón de mis vaqueros y bajar la cremallera. La tela roja de mis calzoncillos asoma por la apertura. Mete la mano y acaricia, sopesa, el tamaño de mi miembro. Gimo mientras le contemplo lamerse los labios.
  • ¿Haces esto a menudo? - consigo preguntarle.
  • ¿Follarme polis?
  • Follarte polis irlandeses. - niega con la cabeza.
  • No...
  • ¿Entonces...
  • White... shhhhhhhhhhh... - posa un dedo sobre mis labios acallándome. Saco a paseo mi lengua y lo relamo. Sonríe. - Eso es... soy un bollito de chocolate muy apetecible, ¿verdad?
  • No... eres demasiado grande como para ser solo un bollito. - Aquello le arranca una carcajada. Me siento un imbécil mientras pienso que tiene una de las risas más frescas y bonitas que he oído en tiempos. Ahora soy yo quien le sujeta el rostro con las manos y le besa. Ese maldito tipo me pone al borde de la combustión espontánea.

Le aprisiono contra mi capturando su olor. Una mezcla de loción de afeitar, masculinidad y ¿salitre? No recuerdo en que nos había dicho que trabajaba. ¿Lo haría en los muelles?

  • Ya vuelves con las mismas. Estoy aquí. Voy a joder contigo dejes de divagar o no. Pero te aseguro que lo pasarías mejor si te detienes a disfrutar del instante que estás viviendo.

Y me sonrojo. Furiosamente. De nuevo ríe por lo bajo.

  • Eres encantador... - Jamás, repito, jamás nadie se había referido a mi en esos términos. Y, sí, me dejo llevar. ¡¡¡Qué remedio!!! Su juguetona lengua está recorriendo mi piel, caminando peligrosamente hacia mi polla. - Por cierto, ¿pasivo o activo?
  • He asumido que si me vas a follar como has asegurado es que contigo seré pasivo, ¿no?
  • Puede ser que sí, puede ser que no. Me adapto a lo que surja. - Le beso de nuevo.
  • Yo también.
  • Perfecto.

Reanuda su recorrido donde lo dejó. Se entretiene en mi ombligo. Mi respiración se va volviendo cada vez más errática. Definitivamente dejo de pensar. Sus manos, su lengua, su aliento, sus ojos, su piel... todo. Cuando me desprende definitivamente de toda la ropa. Cuando me pide que me de la vuelta y comienza a degustar mis zonas más escondidas. El cerebro se me derrite.

Siento que he de corresponderle de algún modo. Que pocas veces me he encontrado con un amante tan solícito que se preocupa más por proporcionar placer que por obtenerlo. Le acaricio la cabeza deteniéndolo. Me mira desde su posición. Me incorporo levemente agarrándole de la mano para hacerle subir de nuevo. Sus brazos y piernas enmarcan mi anatomía. Me remuevo para acabar con su polla en mi boca y con la mía en la suya.

No me asusta el tamaño aunque de he reconocer que es la primera vez que me voy a enfrentar a algo así. Hay leyendas que son realidad. Y lo acabo de comprobar. Abarco todo lo que puedo. Deteniéndome en su no circuncidado prepucio, deleitándome entre los sensibles pliegues de esa piel. Mojándolo con mi saliva y haciendo que la fricción sea más suave y deliciosa. La rigidez que ha ido adquiriendo es muda respuesta a que mis habilidades no le desagradan en absoluto. Desciendo unos escasos milímetros para prestar atención a sus testículos. Le oigo gemir y algo en mi interior vibra orgulloso.

  • Así, bebé, así.... - es apenas un susurro pero me encoje el alma al mismo tiempo que me enardece los sentidos. Efectivamente, las apariencias engañan. Nadie hubiera podido imaginar que detrás de aquella primera mirada provocadora habría una persona como la que me chupa la polla ahora mismo como si estuviera probando la más suculenta delicatessen. Y que me hiciera sentir tan jodidamente especial. Como nadie me ha hecho sentir nunca.

Humedezco uno de mis dedos y pruebo a deslizarlo por su perineo. Un nuevo gemido más ronco. Un jadeo posterior cuando lo introduzco en su ano dibujando círculos.

  • ¡¡Dios, Dex... si sigues así esto va a durar poco!! - Y me detiene. Volvemos a la posición inicial, con las piernas enredadas, mi pecho contra el suyo, tan pegado que casi podría sentir los latidos acelerados de su corazón. Me tumbo sobre él, colocando mi pelvis sobre la suya. Deslizando mi pene entre sus nalgas pero sin llegar a penetrarlo. Jugamos a que lo hacemos con movimientos eróticos, lentos, aletargados. Mirándonos a los ojos sin apenas parpadear, besándonos y lamiéndonos la piel del rostro. Sus manos navegan por mi espalda, descienden a mis glúteos. Aumentan la presión provocando que la penetración casi se haga real. Que la unión se intensifique. Los dos suspiramos ahitos de deseo. Le muerdo el cuello, sus poderosos pectorales. Le lamo los pezones. Y sigue gimiendo. Repite mi nombre sin elevar esa voz profunda, sedosa que tiene y que me hace estremecer.

Sigo sus movimientos con los ojos cuando me percato que alarga una mano para coger algo de la mesilla. Lubricante. Me coge, una vez hecho esto, por el cuello y me acerca a él.

  • Voy a follarte. - ciertamente no puede haber mejor plan que ese. Vierte un buen chorro en la palma de mi mano. - Mastúrbame... - asiento. Le cojo el miembro apretándolo suavemente, deslizando una uña a través de toda su extensa longitud y rodeando su poderosa anchura. Mi ano palpita ante la mera idea de tenerlo dentro. Si fuera una tía tendría todos los agujeros de mi cuerpo chorreando jugos. - Cuando tu me digas, bebé... - esa palabra, de nuevo. Puedo fingir que el estremecimiento que me recorre otra vez es fruto del momento, pero no es así y muy en el fondo de mi corazón lo sé. ¿En qué momento dejé de merecer que me tratasen así? ¿Y porqué me recuerdan que esto es lo que deseo sino lo voy a tener? Me muerdo los labios para reprimir el sollozo que estoy a punto de dejar escapar. Eso si que no lo hubiera podido explicar.
  • Por favor... por favor. - musito. Separa mis piernas con delicadeza pero determinación. Me gustaría que hubiera un espejo donde pudiera ver como entra en mi. Como abre de forma obscena mi ano y se adueña de mi. Sin embargo aunque no puedo presenciarlo. Lo siento. Frunzo el ceño. No estoy acostumbrado a calibres semejantes. Le noto detenerse.
  • ¿Dex...
  • No soy una damisela... continua... - murmuro molesto. No me gusta la conmiseración. No la permito. Quiero que esto sea lo que iba a ser desde el principio, sexo simple y sin complicaciones. No quiero en lo que se está transformando.
  • Pero...
  • ¡¡¡Fóllame!!! - exclamo. Veo su expresión sorprendida, bruscamente me incorporo, le beso con fiereza. - ¡Hazlo! - y cumple. Pocos segundos después, tropecientos relámpagos de dolor posterior me llena de tal manera que he de boquear para poder respirar. - Sigue... - conseguí volver a murmurar casi sin resuello. Lo hace. Me mira, me besa, venera mi persona y la profana con la misma dedicación. Perlado de sudor que lamo, perlado de gemidos que absorbo. Colmados sus labios de mi nombre. Por mi parte no hay palabra alguna. Solo uñas clavándose en su espalda, lengua enlazada con la suya. Dientes mordiendo su cuello. ¿Porqué le marco sino es mío? ¿Porque busco dolor?
  • Bebé... - no, esa palabra otra vez, no. Las penetraciones se intensifican. Me encuentro de repente colocado a cuatro patas sobre el colchón. Siempre he considerado esta posición demasiado sumisa. Me va a someter como si supiera que eso es lo que deseo aunque no sea lo que él quiere. Me vuelve a penetrar, sin pedir permiso esta vez. Las venas de mis manos se marcan al cerrarse formando sendos puños que se aferran a las sábanas. Gruño...

Mi polla es atrapada por él. Ahora es él quien me masturba. No es real la forma en que le siento. Es como si estuviera tan dentro que pudiera llegar a cualquier rincón, a cualquier recoveco y adueñarse totalmente. Me está haciendo experimentar sensaciones desconocidas que me llevan al éxtasis más absoluto pero también al miedo más atroz. Quiero un polvo, nada más. Absolutamente nada más.

Gimo solicitando más dureza. Pellizca mis pezones con saña. Se coloca tumbado sobre el colchón y hace que le cabalgue para que guíe el ritmo de las penetraciones. Profundas, ardientes. Prácticamente puedo sentir las venas de su poderoso miembro rozar cada centímetro de mi esfinter. Echo la cabeza hacia atrás, las venas de mi cuello en tensión. No me deja escapar, me adhiere a su piel pegándome a él. Me besa, me vuelve a devorar con esos labios carnosos y sensuales. Con esos ojos negros como el cielo nocturno y, sin embargo, brillantes como el más bello azabache.

Respiramos juntos. Suspiramos al mismo tiempo. Él sintiendo como lo follo, yo notando como me folla. No hay compasión. Ya no. Así es como lo quería. Y es lo que me da. Oculto mi rostro entre su cuello y la almohada sobre la que reposa su cabeza, grito. Eyaculando de forma tan escandalosa que el semen salpica hasta su rostro. Le miro de soslayo desde esa posición. Deslizo un dedo por su barbilla mojándolo en mis fluidos. Como si estuviera viéndolo todo a cámara lenta lo llevo a mi boca. Cuando voy a probar mi propio sabor une su boca a la mía compartiéndolo conmigo. Y mientras lo hace sus portentosos brazos me abrazan con fuerza, con más fuerza que nunca.

Se está corriendo. Aún con el preservativo de por medio lo siento. Y odio profundamente que exista esa barrera. Pagaría por notar como su esencia me impregna.

No puedo respirar. Me cuesta un mundo. El corazón me late a mil revoluciones. No deja de besarme. Me acuna, ha aflojado la presión pero no me suelta ni sale de mi. Noto como voy recuperando el dominio de mis sentidos tan solo para percatarme de que se me están cerrando los ojos. Que todo huele a sexo, a sudor, a hombre... y que es posible que nunca antes me haya sentido tan seguro como en estos momentos.

Me dejo llevar. Esta noche es posible que duerma.

Sé que quiere creer que no le oigo. Que no he notado como se ha levantado de la cama. Que no he sentido como recoge su ropa. Que no me doy cuenta de que se ha quedado mirándome desde la ventana donde, por un momento, ha contemplado como nieva en el exterior.

Sé que piensa que estoy dormido y que puede irse en mitad de la noche sin percatarme de su ausencia.

Y sé que imagina que ha habido muchos como él. Lo que no puede ni siquiera pasársele por la cabeza es que por mucho que le deseé desde el primer momento que le vi, una noche como está ni se me habría ocurrido que podría suceder.

No digo nada. No me muevo pero le observo con los ojos entreabiertos. Como la ropa va ocultando ese provocativo cuerpo que me atrae como a un imán. Vuelve a mirar al exterior, sale del cuarto y cuando vuelve se está colocando la bufanda que traía al entrar, cierra el abrigo y sube las solapas.

Fuera el infierno se ha congelado. Y sus ojos son un reflejo de ello. No son los mismos ojos de hace unas horas. No hay fuego. Solo trozos de hielo.

Se acerca a la cama. En un gesto arriesgado. Con más valentía y coraje de la que es probable el mismo hubiera creído se inclina sobre mi. Deposita un suave beso sobre mi mejilla. Al separarse creo oír su voz.

  • Hueles a mi.

Cinco minutos después oigo la puerta cerrarse. Me levanto para situarme en el mismo lugar donde estuvo él hace unos instantes. Mirando a la calle. Espero verle. Cuando lo hago su espigada figura se arrebuja más aún en su ropa. Buscando un calor que no encuentra. Que ha perdido. Que ha dejado aquí.

Entre mis sábanas.

Observo por decimonovena vez el vídeo. Tratando de aislar las imágenes para fijarme en otros detalles y no en lo escabroso de lo que transmiten. Tammy ha apuntado la descripción de la víctima a la que por humanizar hemos llamado Jenny y anda enfrascada en los registros de desaparecidos intentando encontrar alguien que concuerde con la pequeña.

Frunzo el ceño. Ahí está. Un trozo de póster colgado de la pared; “Songs for a new world”

. Me siento delante del ordenador y tecleo en el buscador. Fue un musical estrenado en noviembre de 1995, hacía la nada despreciable cifra de 17 años. Podía significar algo o no significar nada. Levanto la vista del monitor.

  • Tammy, dame las gracias.
  • Gracias... - murmura ella sin dejar de hacer lo que está haciendo.
  • ¿Por qué año vas?
  • Mejor pregunta porqué siglo voy...
  • 6 de noviembre de 1995. - ahora sí. Fija sus ojos pardos en mi. Esboza esa sonrisa suya de medio lado. Coge dos carpetas, empuja una hacia mi escritorio y ensancha el gesto.
  • ¿Voy por café? - miro el volumen de papeles que ha plantado delante de mis narices. Suspiro.
  • ¿Puede ser con unas gotas de coñac? - se echa a reír mientras deja el asiento, se pone los guantes y se dirige a la salida.
  • ¿Tienes que preguntarlo?
  • Por supuesto que no... - sigo oyéndola mientras se aleja pasillo adelante. Por mi parte vuelvo a suspirar mientras cojo el teléfono que reposa al lado de las carpetas. Busco en él su whats upp, tecleo rápido; “

cita pospuesta. Sigue guardándome unas cervezas bien frías.”

La respuesta me llegó apenas unos segundos después; “

ya es la segunda vez en una semana, bebé... al final voy a pensar que te has buscado otro que se folle ese suculento culito que tienes.”

Sonrió ante aquella contestación. Mira que he intentado hacerlo. Alejarme. Mira que he jodido con todo género de tipos en el tiempo que nos conocemos pero al final siempre acabo en el mismo punto. Con su polla clavada hasta lo más hondo de mi alma. Y sus ojos anidando en mi corazón.

10 horas y media después. Tres litros de café después. La niña sabemos que no se llama Jenny, que es un cadáver desconocido que se encontró a orillas del Hudson, en Queens. Nadie reclamó el cuerpo, a nadie pareció importarle que el pequeño cuerpo de una cría apareciese como apareció.

Efectivamente era rubia, de ojos azules. Tenía 9 años aunque no aparentaba más de 7. Presentaba signos de malnutrición y su cuerpo había sido víctima de todo tipo de atrocidades que nadie supo precisar donde, cuando o por quién habían sido producidas.

A nadie le importó hasta que más de una década después enviaron a la sede central de la policía y desde allí a nuestro departamento aquel paquete.

Sí, a alguien le remordía la conciencia.

17 años después.