Heridas sangrantes-Epílogo
Dolor, sexo, juicios y, sí, algo de amor. O mucho amor. Quedaba algo pendiente para cerrar esta serie de relatos.
Nota de autor: Para dos argentinos. Uno más loco que otro. Para Nahum, Puck y para JP. Por ser tan especiales.
No diré que fue fácil. No diré que fue sencillo. No lo diré porque fue todo lo contrario a eso. Pero una vez reconocimos lo que significábamos el uno para el otro no fue tan duro. Le cogí la mano durante tantas noches que perdí la cuenta. Vigilé su temperatura. Los sueros que se le suministraban. Juntos dimos los primeros pasos después de que por fin tuviera fuerzas para levantarse. Le sostuve cuando se cansaba y le serví de apoyo de vuelta a la cama.
Una débil sonrisa o un tímido beso servían para arreglar cualquiera de los muchos días en que se mantuvo luchando pero la sombra de la derrota se hacía más grande y temible.
Casi tuvo que aprender a andar de nuevo y junto a él en el área de rehabilitación trabajábamos para ir recuperando las fuerzas de su tren inferior a una hora que había conseguido que fuera de uso exclusivo para nosotros. En los altavoces solían sonar su música favorita. Como hoy que suena Bon Jovi y su Have a nice day... me sonríe torvamente cuando murmurando por lo bajo tarareo el comienzo de la canción;
¿vas a decirme como vivir mi vida?
Asiente, levanta el cuerpo de la camilla en la que está tumbado, coge las solapas de la chaqueta deportiva que llevo a medio abrochar y me tumba sobre él.
Voy necesitando un beso como está mandando.
¿Vas a decirme cómo vivir mi vida? - vuelve a sonreír contra mis labios al tiempo que murmura.
Por supuesto. - me echo a reír mientras concluyo que sí, que le voy a devorar entero y sin ningún tipo de contención. Ya iba siendo hora de dejar las pajas bajo el agua caliente de la ducha, en el baño de su cuarto en el hospital, en la cama o el sofá cuando vuelvo a pasar por casa para recogerla un poco y al irme a dormir. Y siempre pensando en él. Deseando recorrer cada centímetro de esa piel surcada de cicatrices que decoran ahora también mi corazón.
Le bajo los pantalones del pijama que lleva habitualmente desde que fue ingresado. Me excita la idea de que aquí no suele llevar ropa interior y las muchas veces que ha tenido que cruzar las piernas para ocultar como ha podido la erección que le provoca casi mi sola presencia.
Con un brazo me sostengo sobre él, mientras mi otra mano juega con su polla y mis labios sigue devorándole la boca. Su propio brazo rodea mi cuello para profundizar en el baile de nuestras lenguas. Cuando se separa para poder respirar sonríe esta vez él, no sólo con la boca... sus ojos brillan de igual modo.
Te quiero. - Me avalanzo sobre él y vuelvo a apoderarme de esa boca que me vuelve loco mientras abandono el juego que me he traído con los dedos en su culo. Ya está preparado, creo que su propia excitación ha contribuido a que la dilatación no se haya demorado mucho.
Dime si te duele, dime si te cansas... - murmuro consciente de que está en plena recuperación. Asiente en silencio.
Lo haré... pero hazlo, Luc. Por favor, echarte de menos me duele aún más que cualquier herida de bala. - Si tuviera pelo podría decirse que acabo de enrojecer hasta la raíz del cabello. Pero obedezco, me adentro en su interior lentamente, con suavidad pero sin detenerme. Hacía tanto tiempo que lo siento deliciosamente estrecho. Eleva las piernas colocándolas entorno a mi cintura, abrazándome con ellas. Estrechando nuestra unión. No dejamos de besarnos. Salgo y entro siguiendo ese cadencioso movimiento. Quiero hacerle tocar el cielo. Quiero hacerle tan feliz que explote de placer y éxtasis.
Sus caderas me buscan y las mías y mi polla salen a su encuentro aunque nunca le han abandonado.
Te deseo... - murmuro. - sexy, precioso... me sientes dentro, ¿verdad? - le miro a los ojos que arden llenos de pasión.
Sí....
¿Te gusta sentirme dentro, verdad? Te gusta sentir que eres mi chico, ¿verdad? - asiente cerrando los ojos ahogado de placer. Gime. Mueve la cabeza en un gesto de afirmación. - Me encanta sentirme como tu chico... ¿Porque lo soy, no? Tu novio, ¿no es cierto?
Mi novio... - jadea. - Mi hombre... - casi tartamudea. - Mi todo... - y vuelve a gemir. - ¡¡¡Dios!!! Te siento taaaan dentroooooooooooooooo... sí, sí, sí!!! - Su cuerpo se agita, miro hacia abajo. Hacia su polla tan dura como el pedernal y brillante de su propio pre-cum. Se la agarro y empiezo a masturbarle sin abandonar las penetraciones, cada vez más profundas y prolongadas. Una última me entierra totalmente en su interior. - Luuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuc!!! - Su caliente semen se derrama en la palma de mi mano mientras yo le acompaño en su interior. Un pensamiento cruza fugaz mi mente. Aún sosteniendo el peso sobre mi entumecido brazo lo miro intentando recuperar la respiración. Me inclino sobre él, lo beso. Y sobre sus labios se lo pregunto.
¿Quieres no ser solo mi novio, mi hombre, mi todo? ¿Quieres ser mi marido?
Hace tiempo que la voz de Bon Jovi ha sido sustituida por la de Joan Jett que entona que Ama el Rock and Roll... por toda respuesta me sonríe volviendo a pasar su brazo por mi cuello.
Ven, llegó nuestro momento, baila conmigo... - una versión muy adecuada de parte de la letra. Le devuelvo el gesto.
¿Es eso un sí?
Sí, lo es.
Cuando tenía 7 años le llamaban Juan. Todos salvo su hermana pequeña que era incapaz de pronunciar juntas esas 4 letras y siempre acaba diciendo JP. Juan Pablo, el nombre con el que le bautizaron en honor a dos de sus abuelos combatientes en la Segunda Guerra Mundial y supervivientes de la misma. Cuando tenía esa edad le gustaba escuchar las historias que le contaban acerca de la batallas. Y aunque su madre a veces rezongaba y se quejaba de que no eran cosas que debiera escuchar un niño de su edad de lo que no cabía duda es que de ellas, de ellos, había aprendido su alto concepto de la justicia. De lo que estaba bien y de lo que estaba mal. De ellos aprendió que para no repetir los errores del pasado había que ser tolerantes con la diversidad e intolerantes con la intolerancia.
Y todo ese sistema de creencias le llevó con el tiempo a formar parte del cuerpo jurídico del Estado de New York y, a ser fiscal de distrito. Y a que le tocase llevar uno de los casos más deleznables, repugnantes y sucios con los que se había tenido que enfrentar a lo largo de su carrera. Con sus 45 años recién cumplidos y ejerciendo de manera oficial desde los 23 había visto cosas que le habían hecho encanecer antes y con tiempo. Pero no se arrepentía. Amaba esa profesión que tanto solía ser denostada.
Se estiró la chaqueta gris, se colocó las gafas, se atusó el flequillo y golpeó con los nudillos en la puerta 445 de la cuarta planta del hospital Montefiore. Abrió, quedándose parado en el umbral. un hombre tendido en la cama le devolvió la mirada con el ceño fruncido. Otro sentado a su lado, de color, alto y grande como un armario tres puertas, hizo lo propio. Tenía una cuchilla de afeitar en la mano y en vista de que la cara del primero estaba embadurnada de espuma era evidente lo que estaban haciendo.
¿Inspector White? - el que va a ser afeitado asiente. - Lamento interrumpir, volveré en otro momento. Sólo déjenme presentarme. Soy Juan Pablo Mejías, la fiscalía del Estado me ha encomendado su caso. El Fiscal Jefe me ha ordenado que le haga una primera pregunta...
Diga... - habla limpiándose la espuma con una toalla.
¿Desea presentar cargos por lo que le sucedió de niño? - Le veo cerrar las manos aferrándose a la sábanas formando sendos puños.
Pero supongo que aquello prescribió... - una suave sonrisa asoma a mis labios.
He leído los diversos informes que hay y, debido a la naturaleza especialmente deleznable de los delitos el período de prescripción se ha extendido a los 20 años. Señor White, si lo desea, si lo quiere haga que paguen... - me mira, luego cierra los ojos. Casi puedo sentir el temblor que le recorre, las fuerzas que está reuniendo.
¿Tendré que subir al estrado?
Si conseguimos algún otro testigo de aquellos años esperemos que no... necesitaré su ayuda para conseguirlos.
Pero es muy posible que tenga que testificar...
Sí... - finalmente asiente.
De acuerdo, adelante...
Bien, ahora les dejo. ¿Le importaría que vuelva mañana para empezar con el papeleo y le haga unas cuantas preguntas más? - tras su respuesta cierro la puerta. Estoy esperando el ascensor cuando noto que alguien posa una mano en mi hombro.
Sr. Mejías, espere un momento. - el hombre que estaba al lado de mi cliente. - ¿Podemos hablar un momento?
Claro, ¿Sr...?
Evans, Lucas Evans.
¿Es usted amigo del inspector?
Soy su prometido. - enarco una ceja sorprendido. - ¿Tiene algún problema con ello?
Ninguno... señor Evans, ¿qué quería preguntarme?
¿No le presionaran mucho, no? - la preocupación en su voz y en el brillo de sus ojos es evidente.
Por lo que he oído no es un hombre que se deje intimidar...
Pero, ¿porqué no dejarlo en el intento de asesinato?
Señor Evans, ya le ha oído... es él quien quiere seguir adelante. Y, a juzgar, por lo leído y visto esos tipos no deben quedar impunes por lo que hicieron... No creo que el inspector White se deje vencer...
El inspector White sin duda que no... pero el niño de doce años que aún reside en él y fue violado repetidas veces, ese... me temo que es probable que se rompa.
¿Estará a su lado para recomponer las piezas tantas veces como sea necesario si él quiere seguir? - asintió con firmeza y sin demora. - Entonces no necesita más.
Le dará un respiro si lo necesita, ¿no?
Todos los que sean necesarios, Sr. Evans... - sonríe casi con timidez al mismo tiempo que me tiende la mano. Se la tomo y nos la estrechamos con fuerza. - Lucas..., ¿puedo llamarle así? - vuelve a asentir. - No le niego que el camino va a ser difícil, duro... aunque deseo que no muy largo, que habrá malos momentos y que el inspector va tener que enfrentar muchos recuerdos terribles pero espero y deseo que sirvan para llevar a esos hombres al sitio que merecen y que a él, le ayuden a pasar página y salir adelante... Con usted a su lado.
La primera vez que pisamos la calle aún me sentía débil. El cansancio era sofocante. Me costaba un mundo dar dos pasos. Realmente no sé de donde saqué las fuerzas para poder acercarme lentamente al coche aparcado delante de la puerta. Bueno sí lo sé... las saqué de él. Como lo he hecho en gran medida durante todos estos días.
Muchas noches me despertaba el dolor. Mi cuerpo parecía detectar cuando le tocaba el momento de recibir una nueva dosis de calmantes y poco antes de hacerlo me encontraba abriendo los ojos. En esos instantes cuando solo se escuchaba el silencio mi mirada se perdía en su suavemente iluminada figura. Sus labios ligeramente abiertos, su pausada respiración. Tranquila como quien sabe que no hay nada que pueda interrumpir la paz y tranquilidad de una vida que empieza a unir sus piezas para formar la imagen más perfecta, del más perfecto puzzle.
Se suele sentar en ese incómodo sillón reclinable cerca de mi cama. A veces su mano queda posada encima del colchón junto a mi propio cuerpo. Suelo quedarme dormido con sus dedos entrelazados entre los míos. Muchas de esas noches en que me despierto nos hemos soltados, entonces vuelvo a aferrarme a ellos. Mi dedo pulgar comienza a acariciar suavemente el dorso, y ese simple gesto parece alejar el sufrimiento. Después los medicamentos completan el tratamiento y el dolor se aleja por completo.Me vuelvo a sumir en la oscuridad... la placentera oscuridad del sueño.
Lucas me prometió crear para mi nuevos recuerdos que suplieran los de mi niñez. Esa infancia negra que no tuvo más que lloros y dientes apretados. Y un miedo atroz. Siempre me sentí tan abrumadoramente solo que a día de hoy aún se me hace extraño tenerle a él a mi lado. De forma incondicional.
Por las mañanas, los primeros días en que por fin podía comer sólido él me daba el desayuno. Podía parecer ridículo que un adulto como yo disfrutara de sus gestos infantiles de acercarme el tenedor o la cuchara como si de un avión se tratase. Pero él es así, una montaña de dulzura, inocencia, belleza. Un alma que atesorar. Que está enamorada de mi. Disfrutaba cada uno de aquellos ademanes. Acababamos todas las mañanas riéndonos y yo teniendo que cambiarme de pijama porque como imitando a un buen niño me resistía a comer y la mitad de la comida acababa pringándome...
Y, sin solución de continuidad tras el desayuno él se servía el suyo, mis labios.
Insistí en que me llamaran JP. Ambos me caían sensacionalmente. Dexter era un policía curtido en mil y una situaciones. Se notaba su origen callejero en la dureza que a veces irradiaba su mirada. En sus gestos cortos y secos, en sus palabras directas. Pero lo que más me gustaba de él era el impactante cambio que daba cuando se encontraba al lado de Lucas.
Si he de ser sincero me sorprendió que teniendo Luc la profesión que tenía hubieran sido capaces de llegar a un punto en el que era claro que no podían pasar el uno sin el otro. Eran el ejemplo perfecto de que las apariencias engañan. Por mucho porno que hiciera, aquel gigante de color era un ser humano dulce con un corazón tan grande como los músculos que adornaban su anatomía.
Los ojos caoba, la sonrisa perfecta y las manos que sostenían al otro. Aunque me da a mí que ambos se sostienen el uno al otro.
Por lo menos es una presencia constante en las entrevistas que realizo con Dexter para intentar encontrar más testigos de lo que sucedió en Save Horizon cuando era un crío. Gracias a él encontramos cinco testigos más. Cinco personas que haciendo acopio de todo el valor que disponían aceptaron testificar.
Una de ellas una antigua enfermera y trabajadora del centro que literalmente me dijo que no querría morir y verse las caras con Dios habiendo guardado silencio ante los atroces delitos que supo que sucedían y calló.
A día de hoy puedo decir que son amigos a parte de clientes. Que los momentos en que Dexter parecía hundirse Lucas acudía en su apoyo. No sería la primera ni la última vez que les sorprendiera cuando al entrar en la habitación habiendo llamado antes y sin haber obtenido respuesta, sentados en la cama, con Luc sirviendo de respaldo y abrazando el cuerpo de Dexter mientras miran la televisión o se mantienen en silencio leyendo un libro. O incluso con Dex dormitando sobre el hombro de su chico.
Me dan cierta envidia porque a día de hoy no he llegado a vivir un amor así de grande, de simple, de excepcional. Y a medida que voy hablando de ello me doy cuenta de los enormes obstáculos que han conseguido salvar.
Así que esto tiene que salir bien. Más que nada porque se me hinchó el pecho de orgullo cuando aquella tarde ambos me miraron y cogidos de la mano me hicieron una pregunta que jamás me hubiera imaginado.
Que si podía ejerciese de juez de paz y oficiase su boda. Lamentablemente no puedo actual como tal pero mi propia hermana lo hará.
Y será un honor estar en el altar a su lado.
Está guapísimo. Repeinado y aún así con ese aire informal que me parece lo más atractivo que tiene. Con un traje gris marengo de suaves rayas, una camisa azul con corbata roja. Impecable, profesional. Y, aunque me repita, guapísimo.
Y muy serio. Se apoya en un bastón porque aún está débil para ir andando sin ninguna ayuda.
Se sienta tras la mesa del fiscal junto con otras cinco personas que junto a él decidieron presentar cargos contra las personas que convirtieron su infancia en un infierno de dolor. Justo tras él ocupo mi lugar. No me pienso alejar de su lado. Echo mi cuerpo hacia delante posando mi mano en su hombro y apretándoselo. Acerco mis labios a su oído para susurrarle un suave:
te quiero
. La sonrisa que adorna sus labios son el mejor regalo que me puede haber dado la vida.
Va a ser largo y sé que me va a necesitar. Ya nos ha dicho JP que los abogados de la defensa van a ser duros, incisivos y si es necesario incluso crueles. Voy a tener que hacer acopio de toda mi buena paciencia y saber estar para aguantarme las ganas de saltar al estrado y destrozar los huesos de los degenerados hijos de puta que se atrevieron a destrozar el alma de mi bebé. Su alma, su ilusión y casi sus ganas de vivir.
Distraigo mis negras intenciones asesinas repasando los rostros de los que acompañan a mi novio. Dexter me ha hablado brevemente de ellos gracias a lo que ha ido recordando. Son tres hombres y dos mujeres. Todos con la treintena a cumplida y con un rictus de seriedad y, porque no decirlo, de dolor en sus rostros. Mi novio me ha hablado de que dos de ellos han sido incapaces de llevar una vida sexual saludable, que han fracasado sentimentalmente una y otra vez. A una de las mujeres la arrebataron la capacidad de ser madre. Cuando me habló de esto se me congeló el corazón.
¿En qué clase de monstruos dejaron las autoridades a los niños por los que más debía haber velado? ¿Sería cierto que era vox populi lo que sucedía en los centros de acogida y miraron hacia otro lado? ¿Qué clase de sociedad permite atrocidades semejantes cometidas contra los miembros más débiles e indefensos que hay en ella?
Me recuerdo, ese día, cuando me dijo aquello, escabuyéndome al aseo y vomitando. Y recuerdo como, pocos segundos después, las manos de Dex me sostenían mientras me sosegaban y sus labios besaban mi cuello.
Y recuerdo que pensé que una sociedad en la que existía un hombre como del que estaba enamorado quizá tuviera posibilidades de sobrevivir al caos y desastre al que parecía abocado.
Mis manos acarician levemente su cuello en la zona donde le nace el cabello. Le siento estremecerse. Vuelve el rostro y de nuevo me sonríe.
Sí, no hay vuelta atrás.
Te quiero.
Me pregunta. Con insidia. Si sabía lo que seguía sucediendo. Si, a pesar de haber consagrado mi vida a luchar contra la mierda que impregna la calle yo colaboré y participé en toda aquella pesadilla. Si lo hice y si lo hice de manera voluntaria.
¿Por qué me iba Andy a atacar cuando me había pedido ayuda? ¿Se encerró en su piso con él? ¿Cómo podemos saber realmente lo que sucedió allí? ¿Que no fue usted quien le atacó a él intentando hacer con él lo mismo que le hacían a los críos? Los nudillos se ponen blancos mientras aprieto las manos contra la barandilla del estrado y frunzo el ceño... la voz firme, enojada y profesional de JP se deja oír en la sala protestando que no es a mi a quien se juzga. El juez admite la protesta rogándole, exigiéndole, a uno de los abogados que frene el tono del interrogatorio.
Menos mal porque tras echar una mirada hacia Lucas estoy convencido que apenas faltaban dos minutos para que le reventáramos la cara a ostias al tipo.
Nuestros nuevo y apuesto amigo contraataca para disgusto mío con los vídeos que encontraron en poder del que supuestamente, según el leguleyo de la defensa, violé cruelmente. Los ojos asqueados, los gestos de profundo rechazo.
Y, para mi, fue inevitable que aquella noche tuviera que dormir abrazado por los poderosos brazos de Lucas que me acurrucó junto a él en su piso, NUESTRO piso, sosegándome, alejando las pesadillas, la angustia, el terror y el poderoso sentimiento de desamparo y abandono que solía invadirme.
E impagable fue la sentencia de cadena perpetua para todos y cada uno de las personas encausada en el juicio. A medida que fue avanzando la investigación previa se descubrió que no solo estuvieron implicados personas responsables de Save Horizon sino de otros dos centros de acogida e incluso de un par de centros sanitarios adscritos a dichos centros.
No menos de dos docenas de indeseables de la peor calaña responsable la no menos de 340 violaciones a menores, violencia física y el asesinato de no solo de Jenny y Ruthie sino también de otros dos niños. Así como del secuestro de los hijos de Demian y Adele, también por el asesinato de los dos.
A la esposa de mi amigo la encontraron descuartizada, obra del propio Andrew, en una bañera de aquel abyecto hospital psiquiátrico que casi fue mi propia tumba. Recuerdo la visita que nos hicieron los abuelos de los pequeños. Como a pesar del inmenso dolor de saber el fin que había tenido su hija, de lo sufrido por los niños me agradecían el haberles salvado. El habérselos devuelto. Cuando vi al niño en brazos de su abuela noté la sonrisa cálida en los labios de mi novio y me encontré preguntándome si en el futuro, en nuestro futuro, cabría la posibilidad de tener unos pies chiquitito corriendo por el suelo de madera de este piso.
Y recuerdo la sonrisa que afloró también a mi rostro.
Quizá movido por el sentimiento que me invadió de querer demostrale que era mi todo le hice el amor de la manera más apasionada, “salvaje” y erótica que podía después de tanto tiempo convaleciente. Como si quisiera preñarlo llenándole de semen las entrañas.
Los niños eran adorables y saber que mi Dex contribuyó casi con su propia vida a que pudieran estar de nuevo con quienes les querían me hizo inflar el corazón de orgullo. Vi como me miraba al contemplar mi expresión mientras veía a la abuela cogiendo en sus brazos al niño acunándolo y llenándole de besos. Sabía lo que estaba pensando como también sabía yo lo que se le cruzó por la mente.
Y cuando se fueron los invitados por fin me lo demostró. No tardó ni cinco minutos en empotrarme contra la pared habiéndome arrancando la ropa. Se arrodilló ante mi para tomar mi polla entre sus labios y empezar una enloquecedora felación llena de saliva, lamidas, comida de huevos, calor... Deprisa, lento, hondo, superficial, suaves caricias con los dientes, manos masturbandome o haciendo incursiones osadas y atrevidas en mi ano. Pellizcando mis pezones con fuerza, haciéndome gemir su nombre. Haciendo que se me secara la garganta.
Cuando miré el reloj al principio eran las 5 de la tarde cuando acabó de comermela habían pasado 20 extasiantes minutos. Cogiéndole de los brazos le hice levantar para pasar a comerle la boca, estaba aguantando lo indecible pero quería estar follando con él durante horas. Cada centímetro de mi piel le deseaba y ardía por él. Le cogí de las piernas para alzarle y las enlazó en torno a mi cintura, le senté encima de la mesa del comedor mientras seguía devorando esos labios provocativos. Y no sé ni cómo ni porqué acabé sustituyéndole encima de la madera. Con él enterrado de nuevo en mi entrepierna pero ocupándose de mi trasero, follándomelo con los dedos.
Dilatándome y preparándome para recibirle. Y lo hice, recibirle... Joder con mi poli... no solo enarbola un arma de fuego en las manos sino entre las piernas. Mira que he follado con mil tíos pero ninguno me hace sentir lo que él. Entra en mi de un solo movimiento para luego echarse para atrás, salir y volver a entrar lentamente... poniendo sus manos en mis caderas. Dentro fuera, mirándonos a los ojos, acariciándonos, pellizcando nuestros pezones, besándonos. Dejando marcas de propiedad...
Nunca, lo prometo, he amado a nadie como le amo a él. Y sé con total certeza que soy el jodido y verdadero amor de su vida.
Tiembla, aumenta la velocidad. Sus brazos se enredan en mi cuello. Me muerde los labios. Una última estocada y su leche caliente, hirviente, riega mi interior. Solo sentirlo hace que me corra en ese mismo instante.
JP nos habló de su hotel favorito en la ciudad. Nos llevó a él a cenar y nos presentó a uno de los directores amigo suyo de infancia. El lugar era romántico, podía reservarse para nosotros y tantos invitados como quisiéramos que, en verdad, no serían muchos...
Así que a principios de primavera cuando las rejas se cerraron para siempre tras los monstruos nos convertimos en matrimonio y juramos ante los ojos de quienes no quieren amarnos para siempre.
Y aquí estoy... bailando en medio de la pista con todos mirándonos. Con mis brazos ceñidos entorno a su cintura.
Prometiéndole, prometiéndonos, amor eterno.