Heridas sangrantes
Spin off protagonizados por dos personas salidos de "Te pedí que me besaras y me dijiste que no" y "Me llamo Jacob". Prólogo cortito sin sexo, es una presentación. Por supuesto si gusta y queréis continuaré con él y sexo habrá... en cantidades industriales.
¿Conocéis esa serie americana que discurre en Philadelphia que trata de unos policías que se dedican a resolver casos antiguos? La gente de a pie podría pensar que no es real, que un departamento como ese no existe pero la verdad es que si lo hace... existir, me refiero. Los pioneros fueron los compañeros de Pensilvania y no todas las ciudades copiaron su idea. En New York lo hicimos y, a resultas de caerle mal a alguien de las esferas más altas, he acabado arrastrando mi precioso trasero por las calles en buscas de pistas que desempolven asuntos y crímenes que a nadie importan ya... excepto a los pocos familiares de las víctimas que aún queden vivos. Me llamo Dexter White, soy detective de homicidios en la Gran Manzana. No soy simpático, no le caigo bien a todo el mundo... pero la verdad es que me importa el equivalente a una mierda...
Hoy al llegar a la comisaría me encontré con un sobre encima de mi mesa. No tenía nombre ni iba a dirigido a nadie en concreto. Dejando el vaso de cartón con aquel brebaje que pretendía ser café al lado de las carpetas me acerqué al despacho del capitán. Llamé a la puerta, desde dentro me hizo una señal de que entrara. Su sonrisa torcida me dio las respuestas que necesitaba antes siquiera de hacer las preguntas.
No, no venía a nombre de nadie. Sí, eso significaba que tendría que adentrarme en callejones sin salida unas cuantas veces antes de concluir que lo que quisiera que me habían asignado seguía sin tener solución. ¿Y, porqué a mi? Por lo ya mencionado, no le caía bien a alguien de arriba. Y porque cuando llegaba un caso así solía ser no desagradable sino lo siguiente.
Mi jefe sabía que mi estómago era el que mejor aguantaba antes de vomitar. Sin decirnos mucho más volví a mi sitio. Me senté y extraje el contenido cogiéndolo con un pañuelo como había hecho con el envoltorio. Una cita VHS, una carta y una cuerda desgastada de la que colgaba un pequeño chupete de plástico de color rojo. Sino me equivocaba estuvieron de moda entre los niños en los años 90.
Desdoblé la hoja de papel. Fruncí el ceño intentando descifrar lo que había escrito. En una caligrafía infantil y un inglés bastante deplorable aparecían las siguientes y escuetas cuatro frases;
“
Oy a hecho frío. Nadie a pasado por el cuarto. Me duele mucho. No quiero llorar.”
Nada mejor para empezar el día que un caso desfasado con un crío involucrado. Miré la cinta, niño, una película y un caso sin cerrar. Definitivamente aquello pintaba a noches de escalofríos.
Con todo acuestas me dirigí al pequeño laboratorio que tenía la unidad y esperé pacientemente mientras los técnicos cogían huellas y cualquier otro posible rastro. Una vez analizadas hasta las más ínfimas motas y dejando que las máquinas trabajasen me marché hacia audiovisuales. Por el camino me detuve. Mi compañera me esperaba apoyada en la puerta de la sala con el ceño fruncido.
- ¿tenemos un caso?
- No... tenemos un dolor de cabeza. - torció el gesto al tiempo que entraba conmigo. Ni tan siquiera se sentó en una de las sillas. Sus posaderas usaron la mesa que había delante de la televisión como asiento. Me sitúe junto a ella. Deposité la papelera delante nuestra. Las primeras imágenes que aparecieron no me defraudaron. Pandilla de hijos de puta degenerados.
A mi lado Tamara arrojaba las entrañas.
Frente a mi los ojos azules de una niña de apenas 7 años me suplicaban que le hiciese justicia.
Conocí a Lucas Evans hará ya cerca de cuatro años. Cuando hubo un asesinato en el edificio de apartamentos en el que vivía y tuve que tomarle declaración. Como a todos los vecinos del lugar. En aquella época aún estaba patrullando las calles con el típico uniforme azul, la gorra del mismo color y el cinturón del que pendían la porra, las esposas, la emisora y, por supuesto, el arma. Y la placa a la altura del corazón. No pude dejar de percatarme de que contempló descaradamente mi trasero cuando me volví para hablar con mi compañero. Y que un tipo como él se deleite contigo es como para empezar a pensar que tienes algo más que un ligero atractivo.
Porque Lucas es un tiarrón de prácticamente dos metros, negro como el chocolate más puro, musculado, lleno de tatuajes, con la cabeza totalmente rapada y brillante y unas cuantas fotos en blanco y negro, artísticas, de toda su gloriosa anatomía decorando las paredes. No ocultaba que era un jodido dios de ébano.
Cuando salí de su piso me hice el remolón mirando mi teléfono móvil mientras esperaba el ascensor junto a Dereck, mi compi de aquellos días. Se aproximó a mi con una tarjeta en la mano que me tendió. Como quien no quiere la cosa y, a pesar de que ya teníamos su teléfono, nos dijo que en la pequeña cuartilla aparecían todos los medios por los que podíamos contactar con él si le necesitábamos. Y como quien no quiere la cosa le apunté en el reverso de la misma mi número diciéndole que no se preocupase... Nunca antes estuve tan fino al decir algo;
si quiero encontrarte... lo haré.
La sinuosa sonrisa que asomó a sus labios me indicó que lo mismo, en alguna vida futura, podría ser el objeto de deseo carnal de un adonis de semejante magnitud.
Esa noche y ante dos botellas de cerveza helada Dereck se estuvo riendo a carcajada limpia. Pero esa noche misma y después de dejarle en su vacío piso de soltero la pantalla del celular se encendió. Esa noche follé con el mejor ejemplo de perfección que la naturaleza puede crear.
Esa noche Lucas y yo compartimos nuestra primer encuentro de alto voltaje. Después y, de manera intermitente, sin llegar a concretar nada más serio, se han ido sucediendo más. Quizá sea su profesión, quizá sea la mía. Quizá sea pensar en lo que nos separa y no en lo que nos une. Y quizá, lo más seguro, es que no sean más que excusas.
Sin embargo, y con total certeza, en días como el de hoy no puedo imaginarme acabar en ningún otro lugar que no sea su cama. Y sus brazos.