Herencia amatoria (8)

Eric experimenta una extraña experiencia onírica despues de espiar un coitus interruptus de su jardinero Sergio. ¿Tendrá esto algo que ver con el futuro que le depara la historia? ¿O es un solo un extraño y húmedo bsueño?

Herencia amatoria

9ª parte: sueños húmedos y emociones encontradas

Desde pequeño había jurado y perjurado que nunca dejaría que el trabajo me absorbiera totalmente. Pero como en todas las cosas de la vida, la madurez de mi realidad se impuso a mis principios de juventud y las semanas siguientes transcurrieron velozmente en medio de reuniones de toda índole, viajes relámpago por medio mundo, almuerzos, cenas (e incluso desayunos y aperitivos) de trabajo, entrevistas a medios de comunicación, invitaciones a actos sociales de medio mundo, etc. Mi vida personal y la sexual pasaron a tercer o cuarto plano a excepción de unos pocos achuchones con Toni cuando coincidíamos en el mismo hotel o, más raramente, en casa y, pura y llanamente, la masturbación en momentos de apretón.

Casi ni me enteré del relevo de mayordomos. Una tarde, después de pasar casi una semana visitando las diversas delegaciones europeas de la SCI me encontré, casi atónito, con que James vaciaba mis maletas como siempre había hecho su tío Jonás.

¿El Señor cenará en casa? –me pregunto.

¿Cómo? –respondí medio distraído.

Perdona, ya sé que quieres que te tutee. ¿Cenarás hoy en casa?

Si, gracias James. Pero no tengo demasiado apetito.

Por favor Eric, debes vigilar más tu alimentación, te estás quedando en los huesos –dijo en un tono que me recordaba los severos reproches casi maternales que me propinaba siempre Jonás- Además cada día estás más tenso, si lo deseas puedo prepararte el jacuzzi.

Si, jefe. -le contesté con cierta socarronería- Lo que usted mande. Y después de relajarme cenaré todo lo me sirvas.

¡Así me gusta! –me contestó en el mismo tono irónico.

Me desvestí lentamente y, de golpe y porrazo, recordé que hacía días que no espiaba a Sergio en el apartamento del garaje. Apagué la luz de mi recámara, corrí las cortinas unos centímetros y enfoqué los prismáticos (que tenía siempre a mano) hacía la susodicha habitación.

Sergio estaba totalmente desnudo leyendo sobre la cama mostrándome sin pudor su cuerpo casi perfecto y, como si supiera que lo estaba observando, comenzó a propinar unas leves caricias a su pene semi-erecto con la mano derecha mientras con la izquierda se propinaba un generoso masaje anal. Mi pene reaccionó al estímulo de ver como ese maravilloso adonis empezaba a masturbarse. Su pene empezó a crecer mientras su cuerpo se convulsionaba bruscamente y un tercer dedo se colaba rápidamente por su orificio. Yo por mi parte imitaba furiosamente a mi empleado y, mientras masturbaba mis 19 cm. de carne erecta, introducía muy lentamente el dedo índice en mi ano rasurado.

El pene de Sergio alcanzó lentamente su pleno esplendor mientras éste intensificaba paulatinamente los movimientos de sus dos manos y su cuerpo adquiría un color rojizo y febril antecedente de una anunciada y inminente explosión de placer.

De repente, mi jardinero frunció el ceño, se levantó apresuradamente, se vistió con una pequeña toalla y desapareció en dirección a la puerta del apartamento. A los pocos segundos regresó a mi ángulo de visión acompañado de otro hombre que se puso de espaldas a la ventana. Era un hombre más bien bajo y de complexión robusta vestido con ropa de marca (lo pude leer en el dorso de camiseta) y se expresaba con una gestualización muy comedida. Tras unos minutos de conversación, el rostro de Sergio empezó a traslucir una seriedad y una turbación que nunca había conocido en él pero que lo hacían aún más atractivo.

De repente, y sin ningún pudor, el jardinero dejo caer la toalla con la que se cubría y quedó totalmente desnudo ante su visitante. Se volvió hacía el armario y, de manera apresurada, sacó un traje y una camisa de diseño. Mientras hacía esto, y sin dejar de darme la espalda, su acompañante se acercó a él y pasó una mano por su espalda profiriéndole una suave caricia. Sergio se zafó de su acompañante y comenzó a vestirse rápidamente y sin ponerse ropa interior.

Una vez vestido, Sergio, realizó un par de llamadas desde su teléfono móvil, se levantó y salio del apartamento acompañado de su invitado.

Me dirigí hacía el gimnasio, pedí a James un par de aspirinas efervescentes y después de tomármelas de un sorbo, le hice salir de la estancia hasta nuevo aviso y le di la orden de que nadie me molestara aunque se hundiera la tierra. Respiré hondo, me concentré en las templadas burbujas y noté como mis músculos, azotados por el estrés, se iban destensando poco a poco cambiaba mis preocupaciones por una sensación de bienestar de lo más agradable.

En mi cabeza se formó la imagen de Sergio mostrándome su cuerpo totalmente desnudo sobre una gran cama con dosel. Yo lo contemplaba indiscretamente asomado al alféizar de mi ventana.

De repente las paredes que nos separaban desaparecieron por arte de magia mientras mi cuerpo también desnudo y con mi sexo totalmente erecto volaba lentamente hacía él. A medida que me acercaba podía distinguir con detalle cada pliegue de su piel. Hacía esfuerzos por moverme más deprisa, por estar a su lado y por acostarme junto su cálida piel bronceada por usar ese cuerpo a mi antojo y sin tabues por disfrutar de él y calmar el gran dolor que empezaba a producirme una erección inusitada que hacía que mi pene ganara un tamaño y un esplendor que había conocido hasta entonces.

De repente, cuando parecía que mi vuelo se aceleraba y ya me veía junto a él, Sergio levantó la cabeza, me vio y se levantó de repente con el rostro totalmente desencajado mientras, haciendo grandes aspavientos con sus brazos y manos me pedía que retrocediera, que huyera de allí, que no me acercara a él. Su rostro se desencajaba por momentos y una mueca de auténtico pavor se iba dibujando en él.

Me asusté tanto como él, mantuve la cabeza fría, olvidé mi ardiente deseo de complacer a mis estímulos más sexuales e intente retroceder haciendo un absurdo gesto que simulaba la natación de espaldas. Conseguí apartarme unos metros de la cama donde Sergio se encontraba de pie, totalmente desnudo y haciendo aspavientos cada vez más exagerados.

De repente perdí la sangre fría y mi mirada se fijó en el cuerpo desnudo de Sergio, donde sobresalía ese pene que deseaba como un niño a una piruleta. Mis brazos que hace unos instantes remaban con velocidad hacía atrás me convirtieron, de repente, en un lastre imposible de levantar, lo probé una y otra vez pero mi cuerpo, a parte de mi pene que cada vez parecía crecer, y dolerme, más, no respondió.

Sintiéndome totalmente impotente para moverme me vencí a la fuerza de la gravedad que me empujaba vertiginosamente hacía Sergio que, desesperado, saltaba de la cama y vociferaba nervioso con una expresión que alternaba la ira con el pánico.

De repente cuando ya estaba casi sobre el dosel de la cama una gran bombonera de cristal apareció de repente entre los dos dejando a Sergio encerrado mientras mi nueva capacidad de volar desaparecía y yo me precipitaba irremediablemente hacia el suelo.

Mientras me caía, empezaron a llover plumas de pavo real de gran tamaño y pronto formaron una mullida alfombra que amortiguó mi golpe contra el suelo.

Quedé inconsciente durante unos segundos y desperté sobre un duro suelo de mármol de color blanco y rodeado de una intensa luz de color blanco que cegaba mis ojos. Desconcertado, intenté ponerme de píe agarrándome a algo que parecía frío como el hielo.

Cuando conseguí levantarme, vi el cuerpo de Sergio tendido nuevamente sobre la cama. Cuando finalmente, nuestras miradas se cruzaron, él hizo un intento vano de incorporarse pero solo consiguió levantar su espalda unos centímetros antes de que una especie de fuerza centrípeta lo obligara de una manera brutal a postrarse de nuevo. Después de varios intentos y de sonrojarse como si sometiera su cuerpo a una presión extrema Sergio cayó rendido sobre la cama mirándome visiblemente alterado.

Golpeé el cristal que nos separaba con todas mis fuerzas hasta que mis puños empezaron a sangrar sin que el cristal se agrietara lo más mínimo. Busqué un objeto contundente pero a nuestro alrededor solo veía un suelo infinito de mármol blancamente inmaculado excepto por las gotas de sangre que mis dedos dejaban caer y que desaparecían rápidamente al entrar en contacto con el suelo.

La mezcla de dolor, impotencia e ira hizo que me fallaran las fuerzas y cayera de rodillas sobre el frío suelo. Intenté levantarme pero mis esfuerzos no sirvieron de nada; una extraña ingravidez me mantenía pegado al suelo cuando, de repente, un sutil ruido invadió la habitación. Me giré i vi a tres hombres completamente cubiertos con una extraña túnica blanca con capucha que tenía una abertura frontal que dejaba ver tres penes erectos de tamaño considerable (la menor mediría 25 cm.)

El trío cruzó la habitación mientras mi cuerpo quedaba totalmente agarrotado. El ropaje de uno de ellos acarició me rozó sin que ni siquiera, y juro que no faltaron intentos, pudiera mover mis manos para agarrarle.

De repente e inexplicablemente, el misterioso trío atravesó sin esfuerzo el cristal que me separaba de Sergio y se dirigió rápidamente hacía la cama donde éste parecía estar prisionero.

La mirada taciturna y pavorosa de Sergio se tornó condescendiente y hasta apacible cuando vio acercarse a esos tres extraños penes sin cuerpo. Pareció relajarse cuando dos de ellos se colocaron a cada lado de la cama y el tercero se sentaba sobre su pecho sin que en ningún momento desde mi aventajada posición de observador del espectáculo, y pese a que la túnica pareció doblarse apareciera el menor rastro de unas piernas humanas.

Ahora era yo el asustado mientras Sergio parecía rendirse a sus impulsos hasta que, de golpe y porrazo me encontré flotando por encima del cristal hasta conseguir un ángulo de visión privilegiado sobre la escena que estaba pasando bajo el cristal. Sergio empezaba a lamer con pasión el pene del individuo que estaba sentado sobre su pecho mientras sus manos agarraban y empezaban a masturbar los penes de sus acompañantes.

La cara de Sergio mostraba un placer inusitado mientras tragaba hasta los huevos esos más de 25 cm. de pene y se regodeaba pasando ambas manos por el pene y los testículos de los otros dos. De repente y de manera casi inapercibible, el hombre que estaba a su izquierda se colocó a los pies de la cama e introdujo de un estocazo sus casi treinta centímetros de pene en el culo de Sergio mientras este gritaba primero de dolor y sollozaba a los pocos segundos de placer, mientras culeaba para intensificar el momento.

Mi pene, hasta entonces en reposo, recobró un tamaño y una excitación hasta entonces desconocidas mientras mi mente, más fría y calculadora, me indicaba que debía hacer algo para rescatar al obnubilado Sergio. Golpeé de nuevo el cristal probando febrilmente de entrar y rescatar al hombre del que, y lo supe entonces, estaba perdidamente enamorado.

Sergio, ajeno a mis esfuerzos, y mi propio pene vivían una realidad muy diferente a lo que pasaba por mi cabeza en esos minutos mientras el tercer hombre, el que el coger estaba masturbando, cruzó de nuevo el cristal y apoyó su capucha sobre mi pene. Intenté apartarle pero mis manos, mis pies y el resto de mi cuerpo no siguieron mis impulsos.

Intenté ver algo entre la capucha del hombre pero donde debía estar su rostro solo descubrí el negro vacío. De repente, se inclinó sobre mí y noté la agradable calidez de una boca sobre mi pene total y majestuosamente erecto. El placer de la mamada me hizo perder el sentido de la realidad hasta que noté sobre mi pecho un trallazo de algo caliente y pegajoso.

De repente, desperté de mi ensoñación cuando oí un par de discretos ¡ejem, ejem! Desconcertado, miré a mi alrededor. De nuevo, estaba en el jacuzzi de mi casa y me di cuenta de que todo había sido un extraño sueño.

Medio adormilado me volví hacía mi interlocutor hasta que me encontré con la mirada de Sergio quien elegantemente vestido me miraba con cara de interrogación.

Perdona si te he despertado. Vas a necesitar de mis servicios mañana.

Humm! Dije desperezándome. Me, me…, me alegro de verte Sergio.

Yo también me alegro Eric. Tienes cara de haber tenido un sueño extraño.

Si, Sergio, una auténtica pesadilla.

¿Pesadilla, jefe? Creo que por lo que flota en el agua del jacuzzi ha sido más bien un sueño de otra índole.

¿Cómo dices?

¡Ejem! Creo que a la vista está Eric.

Abrí del todo los ojos y vi restos de mi propio semen flotando en la superficie del agua. Vi como mi cara reflejada en el espejo del gimnasio mostraba mi rostro enrojecido por la vergüenza.

Sergio, viendo mi estupor abandonó la estancia diciéndome:

Si te parece bien, te veo después de cenar.

Por supuesto –contesté apesadumbrado- En media hora quiero verte en mi despacho.