Herencia amatoria (5)
El multimillonario heredero Eric decide retomar las riendas de su nueva vida y ponerse al frente de la empresa familiar pero antes deberá sobreponerse de las emociones homoeróticas que le proporcionan su jardinero y su mejor amigo Toni.
Ruego a todos los lectores que perdonen la tardanza en escribir esta continuación de la historia. Causas de fuerza mayor me han impedido hacerlo antes pero prometo remendar mi desconsideración hacía los numerosos "amigos virtuales" que, en su día, me animaron a continuar esta pequeña narración y me elogiaron por ella. Prometo continuar, desde hoy con la trama publicando los nuevos capítulos de manera periódica. A los que no seguisteis las anteriores entregas del relato, os ruego que, en caso de que este capítulo os guste, busquéis en mi ficha de autor las partes precedentes.
Espero vuestros comentarios en mennoch1@ozu.es
Herencia amatoria (V)
6ª parte: la incorporación
Esa noche dormí muy poco. Las nuevas obligaciones de mi vida con mi precipitada incorporación al frente de los negocios familiares y ese misterioso mensaje anónimo firmado por ese intrigante "Un aliado que te quiere" no dejaban de dar vueltas por mi cabeza. Además, aunque no quería admitirlo, echaba de menos a Toni, mi compañero y amante (y anterior amante de mi padre) que estaba de viaje de negocios en Paris. Me había acostumbrado a sus caricias y a nuestros jueguecitos sexuales nocturnos.
A las 7 y media Jonás, el mayordomo, llamó a la puerta de mi habitación como le había pedido la noche anterior. Una vez dentro de mi habitación abrió las cortinas y tosió discretamente cuando se percató que estaba totalmente destapado mostrando mi cuerpo completamente desnudo y mi habitual erección matutina.
Se dirigió a mi estudio y depositó sobre la mesa los principales periódicos locales y nacionales. Se volvió hacía mí, contempló de nuevo mi desnudez y me dijo:
¿Le sirvo el desayuno en su estudio?
Si Jonás, por favor le dije mientras mi levantaba y me dirigía al baño-. Pero que sea algo muy ligero, no tengo demasiado apetito.
Cuando salí del baño perfectamente duchado, afeitado y con mi melena recogida en una coleta, Jonás regresaba con el desayuno que, al contrario de lo que le había pedido, era más bien copioso. Ante mi cara de sorpresa el lacayo contestó:
Lo siento señor pero, como le decía cuando era usted pequeño, el desayuno es una comida fundamental y más hoy teniendo en cuenta que empieza usted a trabajar.
Jonás, Jonás le dije abrazándolo como cuando era un chaval- que voy a hacer a partir de ahora sin ti.
Seguro que mi sobrino Albert le cuidará tan bien o mejor que un servidor, señor contestó sin perder la compostura aunque en su entonación paternalista se reflejava su estimación hacia mi y su agradecimiento por esa muestra espontánea de afecto.
Espero que así sea dije excitándome con el recuerdo del encuentro que tuve la tarde anterior con Albert, el bellísimo mulato que a partir de la semana siguiente iba a ser mi nuevo mayordomo.
Jonás se zafó de mi abrazo cuando se percató de mi nueva erección bajo el albornoz y me sirvió el zumo de naranja diciéndome:
Todos los periódicos recogen su incorporación a la empresa e incluso los de información económica lo sacan en portada junto a su foto.
Me dispuse a desayunar y repasar la prensa diaria. Mi nombre aparecía destacado en todos los periódicos, acompañado de tediosas descripciones de mi currículo y mis aficiones, la larga lista de empresas que me pertenecían o de las que participaba y declaraciones de personalidades del mundo económico que me animaban a continuar el excelente modelo de gestión llevado a cabo hasta la fecha por mi difunto padre. Parecía que la noticia había sido bien acogida en todos los círculos e incluso las acciones de mi empresa habian experimentado una ligera subida al cierre de la sesión bursátil anterior.
Acabé de desayunar con optimismo y me zampé todo lo que Jonás había preparado con un apetito renovado.
Me vestí con un traje italiano negro, una camisa de seda tostada, corbata a juego y unos elegantes zapatos color camel, cogí el maletín, el teléfono móvil y el portátil y bajé al hall donde me esperaba Sergio, mi chofer y jardinero.
Me sorprendí gratamente al mirarle. Estaba guapísimo con un traje de sport de color claro y una camisa marrón casi transparente -que marcaba a la perfección su cuerpo musculoso- tirada sobre el pantalón. Parecía profundamente emocionado y algo confuso.
Permítame decirle que está usted impresionante, señor. Es usted el vivo retrato de su señor padre.-me dijo mientras unas pequeñas lágrimas recorrían sus mejillas.
Gracias Sergio -le dije tendiéndole mi pañuelo para que secara sus mejillas-. Pero, por favor, llámame Eric y olvida ese trato tan formal y anticuado.
Como quieras Eric. Perdona. me dijo mientras me devolvía el pañuelo. Tengo el coche preparado para salir.
El viaje hasta el centro transcurrió con normalidad pese al espeso tráfico de Barcelona a esas horas de la mañana. Toni me llamó desde el avión para informarme de que había solucionado el asunto de los franceses y que en un par de horas estaría en el despacho. Sergio, por su parte, no dejaba de contemplarme con cara compungida por el espejo retrovisor. Supuse que recordaba las numerosas veces que había echo este mismo trayecto acompañando a mi padre y me cautivó la profunda estimación que parecía haber sentido hacia mi progenitor. Cuando finalmente llegamos al edificio de la empresa, me abrió la puerta, me abrazó y me despidió con un sonoro y sorprendente cachetazo en el culo.
Se volvió a meter dentro del auto y se perdió entre el tráfico dejándome totalmente descolocado pero muy seguro de mi mismo.
La entrada al edificio y la ascensión hasta mi oficina fue una sucesión de saludos a diestra y siniestra, de murmullos y de comentarios a media voz de secretarias y empleados varios. Parecía que todos se habían puesto de acuerdo en querer conocer y saludar personalmente a su nuevo jefe; y yo, instruido en esto de las relaciones públicas y de las relaciones laborales desbordé mi carácter más agradable y encantador, saludando, sonriendo, apretando manos y lanzando sonrisas de complicidad a todos cuantos se cruzaban en mi camino.
Finalmente, y tras más de tres cuartos de hora, llegué a la zona de dirección, antes de empujar la puerta, me aislé por unos segundos del mundo real, respiré hondo y entré decidido a triunfar a mi nueva vida laboral.
Mi decisión casi se vino abajo y la sorpresa se apoderó de mi, la sala anterior al despacho, antiguamente ocupada por las secretarias de dirección y asistentes, todas según mis recuerdos del género femenino, se había convertido en una especie de harén de hermosos machos con cuerpos esculturales en el que de repente, y por el hecho de mi presencia, se hizo un silencio sepulcral.
Uno de los más guapos -un mocetón de tez morena, 1,90 de altura, rasgos amables y complexión atlética- se acercó a mí desde la mesa que franqueaba el acceso al despacho interior y me tendió su mano. La estreché de manera enérgica y sentí la agradable sensación de calidez y suavidad de su piel mientras él, muy respetuoso, me decía:
Buenos días, señor Sugrañes, me llamo Aleix, soy el secretario de dirección y su asistente personal. Permítame que le presente a su nuevo equipo de asistentes y personal administrativo.
Lo siguiente fue conocer a Joan -un tipo atlético de casi dos metros, tez muy bronceada y unos impresionantes ojos azules que reflejaban un carácter apacible y franco y una gran inteligencia-, Andrei -una especie de escultura de 1,80 de nacionalidad ruso-española, casi albino, de cara aniñada y con un cuerpo que envidiaría cualquier modelo-, Ángel, -de 1,90m, ojos verdes que invitaban a reflejarte en ellos, cabeza rapada, totalmente imberbe y una delgadez impresionante-, Aisha -un ejemplo de belleza árabe, con facciones muy marcadas y de complexión robusta y cuerpo muy fibroso pese a su baja estatura-, Txema un mocetón del norte de la península con cara sonrosada, una tupida mata de pelo de color rojizo que cubría su cabeza, sus brazos e incluso la parte superior de sus manos y casi 2 metros de altura- y Sean un norteamericano de rasgos mestizos, su semblante tosco estaba realzado por una larga, oscura y sedosa melena; vestía una fina camisa con transparencias que semiolcutaba un cuerpo fibroso y muy musculazo.
Después de saludarlos, y hacer los posibles para contener mis emociones, entré a mi despacho diciendo a Aleix que en breve empezaríamos con la tanda de reuniones con todos ellos.
El despacho estaba en penumbras y cuando me dirigía a abrir las cortinas oí la voz de Toni desde la oscuridad:
¿Te ha gustado mi primera sorpresa? Piensa que además de ser los más guapos son los mejores profesionales del planeta.
¡Eres un jodido cabronazo! pero hay que reconocer que, en cuanto a hombres, tienes también el mejor gusto del planeta le espeté.
Pues vamos por la segunda, tu y yo tenemos algo pendiente -me respondió al tiempo que todas las luces se encendían de repente.
Me volví hacía él y lo contemplé en todo su esplendor sentado en mi silla, totalmente desnudo y con su pene inhiesto dirigido hacía mí. Me acerqué y empecé a besarle y a acariciar su sexo como si no hubiera nada más importante en el mundo que nuestros impulsos juveniles. De repente se separó de mí, se levantó y cogió el interfono:
Aleix, por favor le agradecería que entrara con nuestro maletín especial al despacho del señor Sugrañes.
Con muchísimo gusto, señor Marín contestó la voz de mi empleado al otro lado del aparato.
Me quedé perplejo y sin reaccionar mientras Aleix entraba en el despacho llevando con maletín de piel. Mi estupefacción aumentó cuando se dirigió sin mostrar ningún asombro hacía el cuerpo desnudo de Toni y le dijó con total naturalidad:
Estoy a su total disposición, señor Marín.
Quiero que nuestro jefe, descubra tus referencias más ocultas Aleix.-le contestó Toni-. Demuéstranos todo lo que sabes hacer de modo extra-profesional.
De acuerdo, señor. contestó el otro sin inmutarse.
Y sin mediar palabra, y de un golpe seco, Aleix dejó caer su pantalón azul mostrándonos un tanga negro que, a duras penas, escondía un paquete de tamaño considerable. Acto seguido, se arrodilló frente a Toni tragándose con avidez su pene erecto. Lo engulló lentamente hasta que su nariz rozó los testículos mientras Toni me miraba con cara de despreocupación y, muy socarronamente me espetaba:
¿Piensas participar en tu propia fiesta de bienvenida o eres uno de esos que disfrutan mirando como otros practican sexo?
continuará