Herejía en el templo 1

Como mi vida en el templo de la Diosa Fernala cambió desde aquella noche. (Primera parte)

Llevaba ya varias semanas en el templo de la Diosa Fernala, estaba destinada desde mi nacimiento según el oráculo divino a vivir toda mi vida encerrada aquí cuando cumpliera la edad de dieciséis. Al principio pensé que este tipo de vida me iba a encantar, pero después de tanto tiempo he descubierto que me aburro bastante. Mi nombre es Jaría, soy una chica pelirroja y pecosa y a veces tengo serias dudas sobre mi futuro aquí, en este lugar sagrado aunque aburrido. Pero una vez que se entra no se puede salir. Podría fugarme, pero la pena sería la muerte por lapidación, así que es una opción muy extrema que no estoy dispuesta a tomar. No obstante, he de confesar, que últimamente creo que la vida en el templo puede tener ciertos alicientes y diversiones prohibidas que yo no sospechaba en un primer instante, y es gracias a lo que pude presenciar hace dos lunas, en la sala del altar sagrado de noche. De noche, cuando se supone que todas mis hermanas del templo deberían estar durmiendo. Pero por lo visto no todas duermen por las noches.

Me desvelé aquella noche con un extraña sensación en mi cuerpo que no me dejaba pegar ojo y que hacía que tuviera mucho calor. Un calor pegajoso que se me pegaba por todo mi cuerpo e incluso por mi interior. Como si tuviera una llama ardiendo en mi pecho. No era algo desagradable, pero me tenía nerviosa e inquieta y no me dejaba dormir. Y necesitaba dormir un poco puesto que al día siguiente tenía que madrugar bastante para atender a las lecciones sobre la vida de la Diosa. Así que salí de mi habitación pensando que andar un poquito me relajaría, me refrescaría ligeramente y me permitiría dormir mejor. Me puse mi túnica y mi recogí el pelo en una trenza, como era la obligación de toda hermana. En nuestras celdas podíamos vestir y estar como quisiéramos, pero fuera no. Podíamos ponernos cualquier ropa dentro, pero a mí me gustaba estar desnuda en mi rincón personal, me encontraba mucho más cómoda así. Entonces después de abrocharme con nudos mi blanca túnica salí de mi habitación. Miré con cuidado por la puerta para cerciorarme de que no había nadie cerca. No quería que nadie me viera andando de madrugada por el templo, y además no me había puesto mis sandalias, quería sentir el suelo de piedra frío sobre mis plantas desnudas, así me refrescaría más y si alguien me pillaba sin ellas es posible que me cayera una reprimenda más severa.

Mientras paseaba por los pasillos oscuros y silenciosos del templo, me pareció oír un curioso ruido en la sala principal del edificio, la sala del altar sagrado. Allí es donde se hacen todos los rituales al amanecer y donde nos reuníamos todas las hermanas a rezarle a la gran Diosa Fernala. Al acercarme vi que había una tenue luz en la sala, lo cual no era normal, puesto que se supone que todo debe estar a oscuras por la noche. La luz provenía de unas pequeñas velas rojas que iluminaban ligeramente la habitación, pero lo que más me sorprendió ver fue a tres de mis hermanas allí. Iban vestidas con la toga blanca de Fernala y con el pelo suelto. No se podía llevar el pelo suelto dentro del templo, era una de las principales normas, estuve a punto de irme de allí para chivarme a la sacerdotisa jefe, pero la intriga me hizo permanecer espiando un poco más. Aquello era lo más excitante e interesante que me había pasado nunca allí y quería aprovechar la ocasión. Además, para convencerme a mí misma, me dije que no iba a poder dormir todavía con el calor en el pecho que tenía y la curiosidad de haber que hacían las hermanas. Me agache un poco, me incline por el umbral de la puerta y observe con detenimiento lo que allí pasaba.

Reconocí a dos hermanas de segundo año, Velaia y Mirestra. Velaia era una mujer de estatura media con una gran melena rubia rizada y de perfecta figura, tenía unos ojos azules intensos, de esos que parecen hechos de alguna piedra preciosa. Tenía la piel bastante blanca y era un poco seria y fría. Minestra a su vez era una chica muy morena con el pelo más corto y liso que Velaia y de estatura parecida. Esta tenía los ojos negros como el azabache y era bastante más risueña y divertida que la rubia. La tercera hermana era una chica del primer año, que entró a la misma vez que yo, su nombre era Riena, esta era una chica más bajita, castaña de pelo y era la única que tenía el pelo recogido en una larga trenza que llegaba hasta sus caderas. Tenía un curioso lunar al lado de la nariz que le daba un toque exótico. Además tenía unos labios muy carnosos, de los cuales reconozco que tenía envidia. Era a mi parecer la chica más atractiva de las tres. Mientras las observaba me quedé de piedra cuando Riena se tumbó en el altar de mármol rosado de la Diosa, eso sí que era del todo una herejía y una blasfemia, pero aun más impresionada me quedé cuando vi que las dos hermanas de segundo año se empezaban a besar apasionadamente, con largos y excitantes besos. Casi que podía oír el sonido que hacían al besarse desde allí. Después de un rato besándose empezaron a tocarse mutuamente por encima de las túnicas con total descaro. No tardaron mucho en empezar a desvestirse mutuamente. Tenían las dos unos cuerpos esculturales, con unos grandes senos y unas curvas envidiables.

Después de desvestirse y arrojar las túnicas al suelo siguieron besándose apasionadamente mientras se restregaban delicadamente con todas las partes de su cuerpo. Me pareció ver como sus pezones se iban poniendo más puntiagudos. No sé que me pasaba, pero las envidiaba, y me hubiera gustado estar allí con ellas restregándome también y dejándome llevar por su pasión descontrolada. Después de estar así un rato se separaron y la hermana Velaia se subio al altar y se sentó justo encima de la cara de Riena, esta entonces empezó a besar con su boca el sexo de Velaia muy despacito, apenas rozando con sus labios. Velaia subía y bajaba su cadera sobre la cara de la hermana menor mientras producía unos pequeños gemiditos y soltaba alguna risita. Aquello parecía un juego para ella. Acto seguido Mirestra se fue al otro lado del altar e introduciendo su mano por debajo de la toga de la chica de pelo castaño, empezó a masajear el pubis de Riena, primero con una mano y luego con las dos.

Observando la escena no pude evitar empezar a tocar mi cuerpo, primero mis pechos dándome un gran placer, acariciando suavemente mis pezones, que se habían puesto duros como los de mis hermanas. Los pellizcaba y jugueteaba con ellos. Me encantaba. Y luego fui bajando hasta tocarme el clitoris con la mano derecha, masajeándome suavemente la pepita. Aquello me estaba excitando enormemente. El fuego en mi pecho quemaba con mucha mayor intensidad en ese momento haciéndome incluso sudar.

Al rato de estar así, las hermanas hicieron que Riena se pusiera a cuatro patas encima del altar y le desgarraron la toga, mientras le decían obscenidades: que era una pecadora, una sucia guarra, la más putita de todas las hermanas que había allí, que iban a reventarle el coño de placer esta noche por lo mala que había sido y que tendría que hacer todo lo que le pidieran por que tenían más experiencia en el templo. Velaia no tardo mucho tiempo en ponerse detrás de la muchacha y a lamer salvajemente la raja de Riena, y tan salvajemente la lamía que su lengua también empezó a tocar su ano, que era chiquitito y oscuro. Me ponía cachondísima ver como se lo llenaba todo de babas y saliva, porque no solo lo lamía, sino también escupía poniendo cara de asco mientras la llamaba zorra. "¿Te gusta verdad zorra? ¿Te gusta que te moje tu coño y tu culo verdad? ¡Mójate más sucia zorra!" Riena empezó a chillar diciendo que no podía más. Y era cierto estaba totalmente chorreando. Yo también estaba empezando a mojarme horriblemente y aproveche para meter mi dedo corazón dentro de mi jugosa raja. Qué gusto más grande. Mientras, la otra hermana le metía sus dedos en la boca para que los chupara diciéndole "Cállate sucia, no chilles más, cállate la boca, puta asquerosa" Luego cogió sus dos grandes senos y se los restregó por la cara y por la boca. "Lámeme las tetas, lamemelas. Quiero notar tu lengua de putita en mis pezones." Y al rato de estar así también se subio al altar, y poniéndose a cuatro patas también le puso su culo en pompa en la cara obligandola a lamerla. "Ahora te vas a comer mi coñito. Y hasta que no me corra no quiero que pares, puta."  Al rato vi como Riena empezaba a chillar un poco más alto y es que Velaia la estaba masturbando brutalmente con tres de sus dedos, dedos totalmente mojados por los efluvios de Riena y la saliva de Velaia, y a la vez esta, le estaba lamiendo profundamente su culo. Vi como le introducía y sacaba la lengua por su ano. Dios, como me hubiera gustado ser Riena en aquel instante.  Los gemidos de las tres hacía un coro erótico sublime.

Entonces se me ocurrió probar algo, y fue meterme mi dedo corazón, que estaba ya terriblemente mojado por el jugo que emanaba mi coño, por mi culito. Al principio me molesto un poco, pero después fue cediendo me encanto y ya dentro el clímax probé a penetrar con mis dedos los dos orificios a la vez, mi coño y mi ano. Para ello me senté en el suelo y me abrí mucho de piernas, entregándome al placer más absoluto. Aquello fue lo mejor que había probado nunca, no tarde ni dos minutos en correrme y mojar todo el suelo. Fue brutal la cantidad de fluido que solté. Pero entonces, me di cuenta de que había gritado mientras estaba en mi orgasmo y las dos hermanas me habían descubierto. Me ruboricé de vergüenza al verme abierta de piernas, totalmente chorreando fluido, fluido que salía de mi coño hasta el gran charco del suelo. Me puse de pie y salí corriendo de allí, pero mis piernas me flaqueaban tanto que apenas si podía moverme. Y bueno, he de irme, me llaman para rezar en el templo, luego seguiré relatando mi historia.