Hércules y las hijas del rey Tespio

Hércules y las hijas del rey Tespio, de Arraquis. Antes de las famosas doce pruebas, Hércules realizó una de sus mayores hazañas con las hijas del rey Tespio...

Mucho antes de que Hércules acometiera con éxito las doce pruebas que le dieron la gloria inmortal entre los hombres, ya entonces había vivido nuestro héroe algunas de sus mayores aventuras. Recordemos que, siendo apenas un recién nacido, había estrangulado con sus tiernas manitas a las dos enormes serpientes que asomaron sus horribles colmillos por encima de la cuna en que dormía. Le estaba, pues, destinado un porvenir singular.

Quizás no sea ésta la más conocida de sus proezas, pero no desmerece en nada ante la muerte del león de Nemea o la victoria frente a las amazonas de la reina Hipólita.

Juzgue el lector.

Habiendo cumplido Hércules dieciocho primaveras, abandonó el hogar y se puso en camino adonde sus sandalias le llevaran. Era ya entonces un joven insaciable, de fuerza tan formidable como sus apetitos. Frente a la astucia y la templanza del inteligente Ulises, Hércules prefería la fuerza y el arrojo, y se dejaba arrastrar por las pasiones. Sufriría grandes desventuras por ello, pero también grandes alegrías como veremos

Sus sandalias le llevaron hasta el monte Helicón, a cuyos pies se hallaba la ciudad de Tespias. Tespio era el rey de esta ciudad, la más alegre de toda la Hélade, pues su protector era el juguetón y voluptuoso Eros. No les exigía el dios sacrificios ni oraciones sino amor y sexo desenfrenado. Hizo así de los tespianos un pueblo muy festivo y liberal

Hércules lo descubrió en el mismo día de su llegada. Había en el ágora una gran estatua del dios alado y los tespianos gustaban de congregarse alrededor. Luego se desnudaban sin pudor y comenzaban tremendas orgías en las que no se sabía quién era pareja de quién. Las vergas danzaban alegres y tiesas antes de acabar en la boca o en el sexo de la mujer del vecino, del amigo o del hermano. No importaba: el semen corría tan abundante como el vino para alegría de Eros, hijo de la voluptuosa Afrodita. Vio Hércules a las tespianas desnudas en la plaza y a los tespianos follándolas a la vista de todos, porque no importaba en absoluto y era grato a los ojos del dios. Follaban de todas las maneras posibles hasta que se dejaban caer sobre el pavimento, borrachos y ebrios de placer. Los jadeos y las obscenidades eran las plegarias de los tespianos a su dios… Hércules no lo pensó más: la ciudad le encantaba e iba a quedarse aquí por una temporada.

Pero no tuvo el héroe oportunidad de disfrutar por el momento de los placeres de la ciudad, siendo citado a palacio para presentarse ante el mismo rey Tespio. La ciudad no era tan feliz como solía ser, porque sabed que un feroz león habitaba por la noche en una de las cuevas de la montaña y la abandonaba por el día para ir hasta los campos de la ciudad y buscar alguna víctima. Habían llegado las cosas hasta el punto de que no pasaba un día sin que el león tuviera su ración de carne.

Tespio le rogó que les librara de la bestia. Era un rey ya anciano, como su esposa Megámede, pero había disfrutado bien su juventud y hasta cincuenta hijas daban buen testimonio de ello.

Hércules cumplió el encargo. Buscó al león, lo encontró en su cueva y lo desnucó con la rama de un árbol. Después se echó la piel y la llevó sobre sus espaldas hasta cambiarla mucho después por la del célebre león de Nemea.

Pero la muerte del león es un asunto secundario en nuestra historia, porque la auténtica hazaña ocurrió después, cuando el héroe regreso al palacio del rey Tespio para dejar la piel de la fiera a sus pies.

El soberano quedó visiblemente admirado y ordenó traer vino y oro para su invitado.

-Un favor más, Hércules, me atrevería a pediros, y es que toméis a una de mis hijas y la honréis con vuestra semilla. Agradaría mucho a nuestro dios Eros, que es protector de mi ciudad de Tespias, y mi linaje sería honrado en mucho mezclándose con la sangre del hijo de Zeus.

Realmente gustó mucho el ofrecimiento a Hércules, pero éste se atrevió a mejorarlo. Dijo así, con una gran sonrisa:

-Os honraré mucho más de lo que me pedís, rey Tespio, y tomaré a todas vuestras hijas. Porque todas ellas son hermosas y tanta hospitalidad no merece menos de mi parte

En verdad que Tespio fue honrado, porque ¿qué padre no se sentiría encantado de que un joven tan admirable tomase a bien beneficiarse a todas sus hijas, honrándolas y llenándolas con su semen mientras ellas gozan y gimen de placer con la jodienda?

En este punto, empero, las fuentes difieren respecto a qué ocurrió y hasta qué punto llegó la virilidad de nuestro héroe. Algunos dicen que disfrutó una por una a las hijas del rey Tespio en cada noche de las cincuenta que siguieron. Otros dicen que se folló a las cincuenta muchachas durante la misma noche.

Tanto unos como otros se quedan cortos, porque la virilidad de Hércules era sobrehumana y disfrutó de las cincuenta hijas en cada una de las cincuenta noches. Jamás se había visto tanta virilidad y Hércules no habría dispuesto de tiempo suficiente si Helios, dios del Sol y que estimaba en mucho al hijo de su amigo Zeus, no hubiera retrasado el amanecer para hacer las noches tan largas como gozosas.

Ocurrió de la siguiente manera.

Esa misma noche, Hércules no gustaba de perder el tiempo, las cincuenta muchachas fueron conducidas a la instancia más espaciosa del palacio. Conocían bien los placeres del sexo porque en la ciudad de Eros la virginidad no tenía un gran valor, pero no podían sospechar lo que era gozar con un semidiós y aguardaban la jodienda con ansiedad.

Todas ellas eran jóvenes y hermosas. La mayor tendría treinta años y veinte la menor, pues es de suponer que su madre Megámede sólo paría quintillizas. También tenían los cabellos oscuros y la piel clara de su made Megámede. Se mostraron ante él con unas túnicas de lino tan finas que más parecían gasas que se pegaran a su cuerpo. Así se exhibieron delante de él, para calentarle, pero más radiantes le parecieron al cachondo Hércules cuando se desprendieron de sus túnicas y se le mostraron totalmente desnudas. Las curvas de sus cinturas eran tan perfectas y simétricas como las siluetas de las ánforas y los pezones de sus pechos erguidos eran rosados como pétalos de rosas.

Hércules tardó mucho menos en desnudarse: se despojó de taparrabos y sandalias al instante. Era un joven alto y musculoso, realmente admirable, pero las miradas de las muchachas se fueron de inmediato hasta la verga de nuestro héroe. Se les apareció tan tiesa como una daga… e igualmente larga. Una de las muchachas no pudo sino exclamar:

-¡Realmente eres hijo del mismo Zeus!

Y la sorprendida no pudo sino arrodillarse ante él. Tuvo la gracia de chupársela antes que ninguna de sus compañeras. La besó y le chupó el capullo sin dar abasto, porque su lasciva lengua era demasiado pequeña para la enorme polla por mucho que se empleara en ello mientras las demás seguían sin reaccionar.

Pero el excitado Hércules reaccionó, y, no queriendo aguardar por más tiempo, agarró a esa misma muchacha y la levantó en vilo para arrojarla sobre el lecho que habían preparado en el centro de la instancia. La abrió de piernas y la penetró al momento ante la mirada maravillada e envidiosa de las hermanas. ¡Cómo podrían no envidiarla viéndola gozar de ese modo! La joven jadeaba y gemía bajo el musculoso cuerpo del semidiós, que empujaba contra su delicioso cuerpo. Gemía como si la estuviese hiriendo el "ariete" de Hércules pero no dejaba de agarrarse al mismo tiempo a sus hombros y pedir más "castigo" para ella.

Algunas de sus hermanas se echaron sobre el cuerpo de Hércules para invitarle a que las tomara también a ellas. Lamían y besaban sus hombros y cada centímetro de las anchas espaldas. Le provocaron con sus besos impúdicos hasta que Hércules se incorporó y, dejando a la muchacha bien satisfecha y exhausta, no perdió un segundo en coger a alguna de sus hermanas. Y a la segunda seguiría una tercera, y una cuarta… Hércules abría las piernas de las jóvenes y se las follaba con la misma facilidad que otros abren las ostras y se las comen.

Se desesperaban todas por ser la siguiente pero Hércules parecía incansable. Bien valía esperar, porque más parecía una bestia que un ser humano cuando las jodía. A algunas las tomaba a gatas, como fornican las bestias entre ellas, y las "desdichadas" gemían cada vez que el hijo de Zeus arremetía contra sus joviales nalgas; mas no por ello se daba prisa en ceder su puesto a alguna otra. El semidiós las iba honrando a todas con su divina verga. Salía el capullo chorreante y rojo de un coño, como una espada de una fragua, y de inmediato se metía entre las suaves piernas de otra muchacha para hundirse en su sexo y luchar con él.

Como hasta el mismísimo hijo de Zeus necesita un descanso, se recostó contra una columna para tomar aire. ¡Y no creáis que su polla había dejado de estar bien derecha! Una impúdica muchacha no pudo esperar y la agarró con la mano, encontrándola tan tiesa y dura como una pica espartana. Otra acarició los enormes testículos cuyo semen no se agota jamás porque son los del hijo de Zeus. Una tercera observaba, de rodillas y boquiabierta, la enorme verga. Tan boquiabierta parecía que Hércules cogió los negros rizos de su adorable cabeza y la empujó hasta que tuvo los labios sobre el capullo y luego se la hizo tragar. Sin creérselo ni ella misma, se tragó la verga del semidiós hasta que no quedó espacio en su boca para un suspiro.

Las mismas diosas del Olimpo se estremecieron viendo a Hércules así, apoyado en una columna y con los músculos en tensión mientras una docena de jóvenes besaban, lamían y acariciaban el más prodigioso de sus músculos, disputándose el privilegio de tragarlo. Hera y Afrodita le admiraron, pero también la virginal Atenea. En cuanto a los dioses, se sintieron celosos del hijo de Zeus. Y es que las lenguas de las hijas del rey Tespio eran como el manojo de serpientes que forman la cabellera de Medusa, retorciéndose lascivas entre ellas para luchar por cada centímetro de la divina verga. Grande era la polla de Hércules, pero no tanto como para dar abasto a tantas bocas. Al fin se corrió Hércules, y entonces su verga fue como un manantial al que fueron a beber las hijas del rey Tespio, y lo que no caía en sus bocas, caía sobre sus caras, pero ellas se cuidaban de que no se perdiese una sola gota, lamiéndose las caras unas a otras como buenas hermanas.

Se tendió Hércules en el suelo para descansar pero las mujeres no conocen la piedad con los hombres y las muchachas no dejaron de provocarle. Que si una le hacía una mamada digna de un rey, la otra le ofrecía los pechos para que dispusiese de su carne. Y como ni siquiera el semidiós fuera capaz de satisfacer a las viciosas hijas del rey de Tespias, acababan ellas mismas buscando algún remedio entre ellas. Acaso intentaban apagar el fuego de sus bocas entre ellas mismas. Cada una ahogaba la necesidad de su boca enroscando la lengua con la de una compañera o en su propia entrepierna. ¡Qué visión tan gloriosa la de los cuerpos jóvenes entrelazados entre sí! Por muy agotado que se creyera Hércules, dejó de estarlo viéndolas así. Como el tridente de Poseidón se levantó la divina verga y, con una risotada, volvió a la carga como semental infatigable. Y se las folló a todas hasta que fueron ellas las que dijeron basta, por muy difícil que sea de creer que una mujer pueda hablar de ese modo.

Así de alegres fueron las cincuenta noches de Hércules y tan largas como las que transcurren en el lejano norte. En el palacio del rey Tespio sólo se oían risas, jadeos y gemidos, y los cortesanos no daban crédito a la insaciabilidad del huésped del rey.

Por el día Hércules dormía, porque el día sólo era un descanso entre una orgía y otra, para que al llegar la noche, se las follara en completo desorden. Ellas se cuidaban de tener su turno, porque ninguna quería dormir sin gozar de la verga de Hércules ni de su sabor.

Con justicia se ganó Hércules el sobrenombre de Hércules el de la Divina Verga. El rey Tespio le despidió emocionado y haciéndole prometer que volvería pronto a Tespias. Ellas le despidieron con lágrimas en los ojos, ¡tanto placer habían disfrutado!, y esperando su regreso con un hijo para él en su vientre. Cincuenta y un hijos le dieron –una de ellas tuvo gemelos-, y Hércules apenas si había comenzado sus aventuras.

¿No merece semejante proeza la admiración de los mortales para Hércules el de la Poderosa Verga?