Hercules. Relato Completo.

Para terminar os ofrezco el relato completo y sin interrupciones. Para los que les gusta leer los relatos de un tirón.

Hércules Ramos: El protagonista de nuestra historia.

Diana: Joven amazona.

Angélica: Moza de cuadras del establo de Diana y encargada de Piper el caballo de la joven amazona.

Gerardo y Belinda: Padres de Diana.

Zeus: Dios griego, ese de no me toques los cojones que te meto un rayo por el culo.

Hera: Diosa griega esposa de Zeus y celosa patológica.

Hades: Dios griego del inframundo. Gobierna con mano de hierro los infiernos de donde nadie puede escapar.

Akanke: Prostituta subsahariana.

Sunday: Líder de una organización dedicada a la trata de mujeres para la prostitución

Afrodita: Hija de Zeus. Hermanastra de Hércules. Es una diosa y encima está que quita el hipo.

Francesca: Cantante en un garito de las afueras.

Joanna Sorensen: Hija del cónsul danés.

Julio: Traficante de medio pelo y mediana edad del que está enamorada Joanna.

Sergio Lemman: Detective privado.

Arabela Schliemann: Multimillonaria  aficionada a la arqueología.

Doctor Kovacs: Investigador a las órdenes de Arabela.

Pamela Jiménez: Guardia civil en un apartado pueblo de la costa.

ÍNDICE

ÍNDICE/GUÍA DE PERSONAJES. ENTREVISTAS/INFO.

PRÓLOGO. GRANDES SERIES

PRIMERA PARTE: CONCEPCIÓN

Capítulo 1.El capricho de Zeus. AUTOSATISFACCIÓN

Capítulo 2. La muerte de Piper. LÉSBICOS

Capítulo 3.La rendición de Diana. ZOOFILIA

Capítulo 4. La venganza de Hera. HETERO-INFIDELIDAD

SEGUNDA PARTE: HÉRCULES.

Capítulo 5. Un buen partido. TRÍOS

Capítulo 6. Akanke. EROTISMO Y AMOR

Capítulo 7. De compras. SEXO ORAL

Capítulo 8. Tierra prometida. NO CONSENTIDO

Capítulo 9. Amor cruel. INTERRACIAL

TERCERA PARTE: LOCURA

Capítulo 10. Siguiendo el rastro. SADOMASO

Capítulo 11. Furia ciega. ORGÍAS

Capítulo 12. Detención. POESÍA ERÓTICA

Capítulo 13. Entre rejas. GAYS

Capítulo 14. El ángel negro. FANTASÍAS ERÓTICAS

Capítulo 15. El juicio. OTROS TEXTOS

CUARTA PARTE: REDENCIÓN

Capítulo 16. Un nuevo hogar. VOYERISMO

Capítulo 17. Adiestramiento. TEXTOS EDUCATIVOS

Capítulo 18. Primera misión. TRANSEXUALES

Capítulo 19. Joanna. SEXO CON MADUROS

Capítulo 20. Un nuevo jugador. FETICHISMO

Capítulo 21. El Club Janos. INTERCAMBIOS

QUINTA PARTE: PANDORA

Capítulo 22. El corazón de Afrodita. AMOR FILIAL

Capítulo 23. La libertad guiando al pueblo. TEXTOS DE RISA

Capítulo 24. Pico y pala. SEXO CON MADURAS

Capítulo 25. Duelo de voluntades. SEXO VIRTUAL

Capítulo 26. Arabela planta cara. BISEXUALES

Capítulo 27. Capitulación . DOMINACIÓN

SEXTA PARTE:LAS CÍCLADAS

Capítulo 28. Una clase de historia. PARODIA

Capítulo 29. Amor griego. SEXO ANAL

Capítulo 30. La caja. CONTROL MENTAL

Capítulo 31. La verdad duele. CONFESIONES

Capítulo 32. El borde del precipicio. HETERO GENERAL

EPÍLOGO. MICRORRELATOS

PRÓLOGO

Pam le apartó la melena de la cara y le clavó con intensidad  esos ojazos azules y profundos. Hércules nunca sabía en qué pensaba. Aquella mujer le desconcertaba tanto como le atraía. Quizás por eso la amaba tanto.

Aquellas manos de dedos finos y suaves acariciaron su nuca y sus labios se fundieron con los de Hércules en un beso largo y profundo que en pocos instantes se hizo ansioso. Las manos de él se deslizaron por su espalda y agarraron su culo apretando el voluptuoso cuerpo de la joven  contra él.

Pam se estremeció ante el contacto y separó los labios un instante para respirar. Hércules aprovechó para bajar la cabeza, besar su cuello y mordisquear el tatuaje de su hombro.

Al contrario que con Akanke, el sexo con Pam siempre era intenso y lujurioso. Sería por su oficio, pero el caso es que le gustaban las emociones fuertes. Le encantaba follar en lugares públicos, siempre en peligro de ser descubiertos y las discotecas le volvían loca. El montón de gente saltando, bailando y frotando sus cuerpos sudorosos, en medio del sonido atronador de la música tecno, hacía que la mujer entrara en una especie de éxtasis.

Con un movimiento sorpresivo se dio la vuelta y comenzó a menear sus caderas al ritmo de la música, pegando su culo contra la entrepierna de Hércules, dejando que él repasara su ceñido vestido de lentejuelas. Pam levantó los brazos y los dirigió hacia atrás rodeando la cabeza de Hércules y cerrando los ojos; dejándose llevar por la música y sintiendo como la polla de su novio crecía en contacto con su culo.

Esta vez fue Hércules el que no aguantó más y cogiendo a la joven por los brazos la empujó delante de él, siempre pegado a su cuerpo, a través del gentío, a uno de los reservados. Sin contemplaciones la tiró sobre el sofá. Ella se dio la vuelta y se sentó con esa mirada desafiante que tanto le ponía. Se sentó a su lado y comenzó a besarla de nuevo, metiendo la mano por debajo de su falda. El interior de sus muslos estaba cálido y ligeramente húmedo.

Pam sonrió y abrió sutilmente las piernas, dejando que la mano de su novio avanzase hasta alcanzar su sexo. La joven se sobresaltó al sentir los dedos de Hércules explorando su pubis y jugando con su sexo, pero no dejó de besarle ni acariciarle el pecho por debajo de la camiseta.

Con un movimiento apresurado, montó sobre Hércules mientras hurgaba en sus pantalones desabrochando botones y bajando cremalleras. Los dos sexos se tocaron  y se frotaron con fuerza haciendo que los dos amantes suspirasen ahogadamente a la vez.

Hércules cogía uno de los  pechos de Pam con sus manos y lo estrujaba con fuerza a través del vestido justo en el momento  en que dos chicas se asomaron al reservado. Él levantó la cabeza y las jóvenes se retiraron con una sonrisa nerviosa.

Pam aprovechó el momentáneo  despiste  para enterrar la polla de él dentro de su coño. La sensación fue deliciosa. Hércules se agarró a las caderas de la joven mientras ella le cabalgaba al ritmo de la música jadeando y revolviendose el pelo, disfrutando de cada golpe de cadera.

Inclinándose sobre él y mirando a un lado y a otro, se bajó el escote palabra de honor, liberando un pecho y acercándoselo a la boca. Hércules lo chupó con fuerza y lo mordisqueó. Pam soltó un gritito y  moviéndose aun más rápido.

La levantó en el aire y la arrinconó contra la pared. Pam apretó sus piernas contra las caderas de Hércules y comenzó a morderle los lóbulos de las orejas gimiendo cada vez más rápida e intensamente.

Consciente de que estaba  a punto de correrse Hércules la dio más fuerte y más profundo, agarrándola con suavidad por el cuello y obligándole a mirarle a los ojos, hundiéndose profundamente en ellos sin parar de moverse dentro de la joven.

Hércules fue el primero en correrse eyaculando en el coño de Pam, inundándolo con su calor y provocando que ella se corriese a su vez. El cuerpo de la joven tembló en sus brazos, recorrido por un intenso placer. Hércules no se separó de ella hasta que los últimos relámpagos de placer se extinguieron dejándola exhausta y complacida.

Pam se recolocó el vestido con una sonrisa traviesa y se sentó de nuevo. Hércules, tras abrocharse los pantalones, se sentó a su lado. La música llegaba amortiguada y las luces quedaban lejos, haciendo el ambiente más tranquilo y recogido. Pam se colgó de su cuello y le besó de nuevo. Le miró a los ojos de esa forma inquisitiva que le ponía tan nervioso.

—Me gusta cómo me haces el amor. —empezó acariciándole distraídamente el cuello— En realidad me gusta todo de ti...

—¿Pero?

—Que tu sabes prácticamente todo de mí mientras que yo apenas se nada de ti. y debería ser al revés. Aun tienes que explicarme lo de tu paso por los tribunales. Si quieres que esta relación funcione tendrás que contármelo todo.

—En realidad no hay mucho que contar. —respondió Hércules evasivo.

—No digas tonterías. Soy guardia civil. No me engañarás tan fácilmente. Solo me hace falta observar esos ojos grandes que me miran a veces con una intensa lujuria y otras veces con una inexplicable melancolía para saber que hay algo en tu pasado que debo saber para poder comprenderte y amarte como deseo.

Hércules frunció los labios pensativo y ella le acosó con besos cortos y superficiales sin dejar de hacerle  preguntas.

—Vamos, Pam, este no es el lugar adecuado...

—Estupendo, estoy totalmente de acuerdo. Vamos a mi casa. De todas formas, ya hemos bailado suficiente. —dijo la joven levantándose y agitando sus caderas con sensualidad.

Antes de que pudiese volver a negarse, Pam tiró del brazo de Hércules y lo arrastró con decisión, fuera de la discoteca.


—Adelante, ahora estamos tranquilos en casa. —dijo ella en cuanto cerró la puerta tras ella— Cuéntame tu historia.

—No sé por dónde empezar...

—¿Qué tal por el principio? —le sugirió ella preparando rápidamente un par de gin tonics y alargándole uno a Hércules.

—Bueno, supongo que es tan buena idea como otra cualquiera. Ponte cómoda porque esto va a durar un buen rato.

—Prometo escucharte y no interrumpirte durante todo el rato. —dijo Pam sacándose los tacones y acurrucándose en los brazos de su amante dispuesta a escuchar.

Hércules acogió su cuerpo menudo con los brazos y empezó a narrar su historia. Contándolo en tercera persona, como si el hombre que era ahora y el que  había sido en el pasado fuesen dos personas distintas.

PRIMERA PARTE:  CONCEPCIÓN

Capítulo 1:  El capricho de Zeus

La joven sonreía agarrada al cuello de Piper, acoplándose a sus movimientos y dejando que su larga melena castaña ondease al viento. Los pantalones de montar se ceñían a su culo grande y musculoso haciendo que todas sus promesas se tambalearan.

Hacía siglos que no veía una mujer tan deliciosa. Sabía de su existencia desde pequeña. Sus ojos grandes y grises y su cara angelical de nariz pequeña y labios gruesos habían sido la delicia de la familia y el objeto de las carantoñas de amigos y conocidos. Con el tiempo, esos rasgos adorables habían dado lugar a una belleza arrebatadora cuando  llegó a la mayoría de edad.

Tan atractivo como su exterior, era su carácter dulce y apasionado, siempre buscando una causa que defender y su debilidad eran los animales. Desde pequeña siempre había deseado tenerlos a su alrededor, perros, gatos, tortugas, peces... hasta que con su decimoquinto cumpleaños, su padre le regaló un espléndido hannoveriano de seis años al que llamó Piper.

Desde el primer instante se estableció una indisoluble relación entre la joven y el animal. Juntos aprendieron los rudimentos del salto de obstáculos y la perseverancia de la joven junto con el gran instinto del animal y las indicaciones de un buen entrenador convirtieron a la pareja en un tándem ganador.

Pero se podía ver a la legua que para Diana los trofeos y los premios, aunque reconfortantes, eran secundarios. De lo que realmente disfrutaba era de las largas cabalgadas a pelo por la finca familiar, agarrada al cuello del animal, sintiendo toda su potencia y haciéndole sentir al caballo sus deseos con leves movimientos de su cuerpo.

—¿Ya estás vigilándola otra vez? —le preguntó Hera con tono agrio— Te recuerdo que hace siglos hicimos el solemne juramento de no volver a inmiscuirnos en la vida de los mortales, incluso a costa de que nos olvidasen y dejasen de venerarnos.

Zeus gruñó y asintió distraídamente, pero no podía evitar el fuerte hormigueo que crecía en sus testículos, que ni siquiera la más bella de las ninfas del Olimpo y menos su celosa esposa, podían aplacar.

Mientras observaba a la mujer desmontar y llevar a su caballo de vuelta al establo, no dejaba de pensar con satisfacción, que no tenía más remedio que romper su juramento. Una cosa era no inmiscuirse en la vida de la humanidad y otra era dejar que esta se fuese al carajo. En cuanto Hera se dio la vuelta, Zeus volvió a fijar su atención en la joven. Con las mejillas arreboladas y su deliciosa boca arqueada en una alegre sonrisa estaba arrebatadora. De tener que saltarse el juramento, por lo menos hacer que fuese inolvidable.

Zeus se revolvió en su trono y siguió a la esbelta joven hasta el interior de las caballerizas donde una mujer vestida con un mono vaquero le ayudó a lavar y a refrescar a Piper.


Siempre que salía con Piper volvía llena de energía, era como recargar las pilas tras un día de intenso trabajo en los  negocios de su padre. Mientras cepillaba y refrescaba a su montura dejaba que su mente volara y se perdiera en fantasías y ensoñaciones, olvidándose de los problemas del día a día y concentrándose únicamente en su próxima competición. Cuando volvió a la realidad, se volvió a encontrar, como siempre, con los ojos oscuros y profundos de Angélica, la joven encargada de los establos, fijos en ella.

En cuanto la mujer se dio cuenta de que estaba provocando su incomodidad se disculpó y se alejó llevándose consigo a Piper camino de su box. Diana la observó alejarse, era una chica extraña. Su padre la había contratado por la recomendación de un amigo que le había dicho que a pesar de su timidez y juventud tenía muy buena mano con los caballos. Y era cierto. En cierta forma Diana la envidiaba porque el vinculo que ella había forjado con Piper Angélica lo establecía con cualquier animal casi inmediatamente y sin esfuerzo.

Sin embargo con las personas no era demasiado buena. Hablaba poco y era cortante. Decía siempre lo que pensaba y eso le había acarreado más de un disgusto, o eso creía Diana, porque jamás la había visto cambiar su hierático gesto.

Mientras abandonaba las caballerizas Diana pensó en la joven y su eterno mono vaquero, su pelo negro ensortijado y enmarañado y su mirada intensa y sonrió pensando que, a pesar de llevar varios años viéndose casi a diario, podía contar con los dedos de las manos las veces en que habían tenido una conversación.

Cuando entró en la casa, su padre ya le estaba esperando para cenar.

—Como siempre que sales con ese condenado bicho llegas tarde a la cena. —dijo su padre abriendo sus brazos en un gesto inequívoco— A veces pienso que quieres más a ese jamelgo  que a mí.

—No seas idiota papá, deja que me aseé un poco y cenamos. —replicó ella abrazando a su padre.

—De eso nada, Lupe ya tiene servida la cena y como vi que tardabas he ordenado que la sirvan en el porche de atrás así no harás que apeste todo el comedor con el  sudor de ese bicho.

Diana le dio a su padre su suave puñetazo en el hombro y le acompañó resignada al porche donde otras tres personas más, su madre, y un par de vecinos conversaban y esperaban pacientemente a que todos estuviesen a la mesa.

Diana saludó a los presentes y le dio un par de besos a su madre que resopló como siempre que la veía con el traje de montar. Siempre había sido una remilgada y a pesar de que la quería,  odiaba que su hija se dedicase a montar a caballo y correr con su descapotable en vez de acudir a fiestas para conseguir un buen marido y darle un nieto que continuase con su ilustre estirpe.

Lupe era una cocinera magnifica y pronto todos estuvieron comiendo como lobos y bebiendo como camellos después de una larga travesía en el desierto. Diana, a pesar de no seguir el ritmo de los mayores, pronto se sintió mareada por el vino y la opípara cena.

Cuando terminaron con el helado de té verde y caramelo los hombres se sirvieron unas generosas medidas de Coñac Jenssen Arcana y encendieron unos habanos. Cuando comenzaron a contar chistes subidos de tono su madre se retiró poniendo mala cara, pero Diana se quedó solo por llevarle la contraria.

La velada fue larga y los hombres, que ya conocían a Diana, intentaron sonrojarla con historias subidas de tono. La joven no mostró ninguna incomodidad aunque las historias unidas a la larga cabalgada hicieron que empezase a sentir un incómodo calor en sus entrañas.

Diana intentó relajarse y pensar en otra cosa, pero las imágenes de parejas follando con furia y en estrambóticas posturas que le sugerían los relatos de los hombres la estaban poniendo tan caliente que decidió irse a sus habitaciones antes de que su cara delatase su excitación.

Con una excusa dejó a los tres hombres, medio piripis, contando guarradas y subió apresuradamente las escaleras hasta su habitación.

Como una exhalación atravesó la pequeña sala de estar y el dormitorio sacándose la ropa por el camino y se metió en la ducha. Con un suspiro dejó que el agua tibia golpease su cara y escurriese por su ardiente cuerpo. Al contrario de lo que esperaba, en vez de aliviar el calentón, los chorros de la ducha golpeando su cuello y sus pechos la excitaron aun más, era como si alguna fuerza extraña la excitase y la incitase a aliviar esa ansia creciente. Entreabrió la boca y dejó que el fuerte chorro tibió golpease sus labios y su lengua imaginando que eran los apresurados besos de un fornido atleta.

Se cogió la melena y la enjabonó delicadamente mientras escupía agua de su boca y se lamía los labios. Poco a poco, con la espuma restante se frotó el cuello y los pechos haciendo que finos relámpagos de placer recorriesen su cuerpo. Con la respiración agitada se abrazó y elevó su busto lo justo para poder llegar a acariciar sus pezones con la punta de su lengua. El placer era cada vez más intenso y sus manos se deslizaron por su vientre terso y mojado hasta el interior de su piernas.

Con un suspiro salió de la ducha y se miró al gigantesco espejo. Observó sus pechos grandes y tiesos con los pezones rosados  erizados. Se giró ligeramente y contempló su vientre plano, con su pubis rasurado tapado por las manos que jugueteaban en él. Se puso de  puntillas maravillándose con sus piernas largas y sus muslos y su culo potentes y musculosos. Sin dejar de acariciarse con una mano se agarró el culo con la otra, imaginando que era un amante el que lo hacía.

Pronto notó como su coño se inundaba con los líquidos provenientes de su excitación e introdujo sus dedos en él, soltando un apagado gemido. Sus manos comenzaron a moverse con suavidad penetrando en su sexo una y otra vez. Cuando las retiró pudo ver como su vulva enrojecida e hinchada estaba entreabierta y de ella asomaba un fino hilo de flujos. Lo recogió con sus dedos y se lo llevó a la boca saboreando su excitación.

Con un suspiro se tumbó en la cama abriendo las piernas y acariciándose el interior de los muslos con una mano mientras que con la otra se estrujaba los pechos. Cerró los ojos e imaginó que eran las manos de otro las que lo hacían. Su mano resbaló de entre sus muslos hasta internase de nuevo en su sexo.

Esta vez lo hizo con violencia, haciendo que su palma golpease contra su clítoris. El intenso placer le obligó a morder la almohada para ahogar sus gemidos.

A punto de correrse, apartó sus manos y respiró profundamente. Con un gesto ansioso se dio la vuelta y a gatas se acercó a la mesita de noche, hurgando unos segundos en el cajón hasta que encontró el consolador.

Era un cacharro grande y dorado que una amiga le había regalado en su cumpleaños, medio en broma, medio en serio, al ver el lamentable historial de novios que había tenido últimamente. Giro el interruptor y el suave zumbido le dijo que aun tenía pilas.

No tenía lubricante y tras dudar un momento se lo metió en la boca sintiéndose un poco tonta. Lo metió y lo sacó de la boca, lo embadurnó con su saliva recorriendo toda su bruñida longitud con placer anticipado.

Con un movimiento lento y sinuoso, lo sacó de su boca y recorrió su cuello, sus pechos y su vientre con la punta del aparato dejando un rastro de excitación allí por donde pasaba hasta que finalmente lo enterró entre sus piernas.

Dándose la vuelta, se puso a cuatro patas y se lo metió en su anegada vagina que se distendió para abrazar el rugiente aparato emitiendo relámpagos de placer por todo su cuerpo. Con un suspiro enterró de nuevo la cabeza entre las sabanas gimiendo con intensidad.

Con una mano se apuñalaba con el trasto dorado mientras que con la otra se acariciaba el clítoris con tal intensidad que no tardo más de dos minutos en correrse. El grito salvaje de satisfacción quedó ahogado por la ropa de cama. Diana cayó de lado en posición fetal, gimiendo y jadeando con el vibrador enterrado en su coño, zumbando como una abeja furiosa.


Zeus se recostó en su trono satisfecho, al menos de momento. Le encantaba recurrir a esos  trucos para aumentar la sed de sexo de la joven. Sabía que masturbarse no sería suficiente para aplacar el deseo de la mujer. Tarde o temprano caería en la tentación y  aquella joven de incomparable belleza caería en sus brazos.

El único problema era su jodida mujer. Cada vez que se calzaba una tipa, su esposa se enteraba y la amante de turno acababa convertida en vaca... o en algo peor. La única forma en que podía hacerlo era disfrazarse, pero en qué... La repuesta le vino a la cabeza casi instantáneamente.


Dos semanas después.

Había hecho un recorrido impecable. Dos trancos más y superó el vertical con solvencia. Dando un apagado grito de animo a Piper, giró a la izquierda y encaró el triple; cuatro trancos salto, dos trancos y el segundo obstáculo quedo atrás, pero cuando afrontaba el tercero Diana sintió que algo iba mal.

El segundo transcurrido entre el despegue del suelo y el aterrizaje al otro lado del obstáculo le pareció eterno. Piper aterrizó con la pata delantera izquierda encogida y su casco se hincó en el suelo descargando todo el peso de animal y jinete en él. Tanto articulación como hueso no lo resistieron y se rompieron con un crujido que se escuchó incluso entre el enmudecido público.

Capítulo 2:  La muerte de Piper.

Zeus observó como la joven amazona se lanzaba sobre el cuello de su montura con sus hermosos ojos arrasados en lágrimas. El pobre animal trataba inútilmente levantarse sin conseguirlo y Zeus no pudo evitar sentirse un poco culpable por haber provocado el accidente.

Ese sentimiento le duró poco tiempo. La perspectiva de poseer aquel cuerpo joven e indescriptiblemente hermoso le ayudó a olvidar aquella desagradable, pero necesaria parte de sus planes, centrarse en la forma de eludir la mirada vigilante de Hera y abandonar el Olimpo para llenar a la joven humana con su amor.


El veterinario del torneo llegó en menos de un minuto y se arrodilló junto al animal. Solo necesitó un vistazo para saber que el animal era un caso perdido, aun así, con la ayuda de su asistente, le colocó un gotero con morfina para que el animal no sufriese.

Diana le miró con un gesto esperanzado, aunque ella misma sabía de la gravedad de la lesión. Por respeto a la joven exploró el miembro del animal con suavidad. No hacía falta una radiografía para saber que tenía rota la caña y la peor parte se la había llevado la articulación de la primera falange que estaba hecha astillas. No había arreglo posible. Aquel animal no volvería a andar.

—Lo siento, hija. —dijo el veterinario cuando finalizó su exploración— No puedo hacer nada por él. Será mejor pensar en ahorrarle un largo sufrimiento...

El veterinario pudo ver como el último vestigio de esperanza se borraba de los hermosos ojos de la joven. Diana se abrazó de nuevo al animal y lloró en silencio mientras el veterinario se encargaba de dirigir a los operarios para que retiraran al animal del patio de saltos procurando que sufriese lo menos posible.

El veterinario quería sacrificarlo lo antes posible, pero Diana insistió y le suplicó que le dejase pasar una última noche con Piper antes de dormirlo para siempre. El veterinario no era partidario de ello, pero la joven le convenció y se limitó a colocarlo en un box lo más cómodo posible dándole una nueva dosis de calmantes para que se sintiese lo más cómodo posible. A continuación estrechó el hombro de Diana manifestándole su tristeza por no poder hacer nada más por el animal y les dejó solos.

—Hola, Diana. Lo siento muchísimo. —dijo Angélica desde el umbral de la puerta del box — Estaba viéndoos en la tele y en cuanto lo vi cogí el coche y he venido directa. ¿Cómo te encuentras?

—No mucho mejor que él. —respondió ella con voz entrecortada— el veterinario vendrá mañana a sacrificarlo.

—Si hay algo que pueda hacer por ti...

—En realidad hay algo. No quiero pasar esta noche sola con Piper. Sé que te quiere casi tanto como a mí. ¿Podrías pasar con nosotros esta noche?

—Claro, —dijo Angélica— no hay ningún problema.

Diana miró a  Angélica con una sonrisa de agradecimiento que casi la derritió. Tras un incómodo silencio la joven sonrió y se recostó sobre el heno al lado del animal, invitando a Angélica a tumbarse a su lado. Obediente, se recostó a las espaldas de Diana y la abrazó suavemente. Fuera, la noche empezaba a caer y pronto el box estuvo sumido en la oscuridad y el silencio. Angélica no se durmió hasta que estuvo segura de que la respiración de Diana era suave y acompasada.

No sabía qué hora era, abrió los ojos desorientada, pero no pudo distinguir nada, la oscuridad aun era profunda. Tras un instante Angélica se dio cuenta de donde estaba y el suave temblor y el apagado sollozo de Diana  le indicaron el origen de su desvelo.

Aproximó sus manos temblorosas al cuerpo de la joven y tanteando con suavidad exploró su cuerpo hasta encontrar sus hombros y estrechárselos con suavidad. Angélica no podía creer que estuviese tocando a la joven.

Cuando le propusieron trabajar para aquella familia de millonarios pretenciosos estuvo a punto de rechazar el trabajo, pero por educación había ido a la entrevista que le había concertado su tío. Angélica paseó por las enormes caballerizas ocultando a duras penas su desprecio hasta que por la puerta apareció ella, con el traje de amazona llevando a Piper de las riendas.

Jamás había visto a una mujer tan hermosa. Diana era casi tan alta como ella, el ajustado pantalón revelaba unas piernas largas y fuertes y un culo grande y redondo. Con una audacia impropia de ella, Angélica fue subiendo la vista recorriendo la cintura estrecha y el opulento busto de la joven hasta llegar a aquella cara angelical, de labios gruesos y nariz pequeña, dominada por unos ojos grandes, color gris perla y enmarcados por unas pestañas grandes y rizadas.

Diana se acercó a ella, apartando su larga trenza castaña y saludándola con una amplia sonrisa. Angélica le estrechó la mano con timidez incapaz de decir nada más que un lacónico encantada.

Veinte minutos después estaba firmando un contrato de media jornada por un sueldo más que generoso,  consciente de que después de conocer a Diana, hubiese trabajado gratis solo por el placer de ver a la joven aunque solo fuese de vez en cuando.

En más de una ocasión, había intentado iniciar una conversación, pero al final se sentía tan abrumada por sus sentimientos que apenas podía hilar un par de frases sin sentido antes de escabullirse como un ratoncillo asustado.

Ahora estaba abrazando a la mujer que era el centro de su existencia e intentando consolarla inútilmente. Lo único que pudo hacer fue estrecharla fuertemente y acariciar su melena, intentando transmitirle su cariño y su preocupación.

Diana se agarró a  los fuertes brazos de Angélica y poco a poco se fue relajando hasta que agotada por las emociones de la jornada se quedó dormida.

El veterinario se presentó en el establo con las primeras luces del día. Piper le saludó con un suave relincho, pero no intentó levantarse. Las dos mujeres se sacudieron el heno de la ropa y le saludaron.

El veterinario colgó un gotero con el eutanásico y se preparó para el cometido más desagradable de cualquier hombre de su profesión. Con palabras tranquilas invitó a las dos jóvenes a abandonar el box y así evitarles el mal trago, pero ambas rehusaron la invitación. El hombre se limitó a encogerse de hombros y cogiendo una vía la conectó al gotero y dejó que las drogas comenzasen a irrumpir en el torrente sanguíneo de Piper.

Diana observó abrazada a su cuello como Piper le abandonaba, poco a poco, apaciblemente, sin ningún gesto de dolor. Finalmente el caballo dejó de respirar y Angélica se inclinó para coger  a Diana por los hombros y ayudarla a incorporarse.

Con un gesto de amargura el veterinario vio como las dos jóvenes salían abrazadas de las caballerizas.

Angélica se llevó a la joven y la ayudó a entrar en su pick up. El viaje de vuelta a casa transcurrió en silencio, con una de las manos de Diana cerrada en torno a una de las suyas. Angélica la estrechaba con fuerza intentando darle ánimos.

Entraron en la finca y Angélica enfiló en dirección a la mansión, pero Diana le pidió que le llevase a las caballerizas. La joven entró en el edificio con Angélica pisándole los talones, A pesar de ser bastante temprano ya empezaba a hacer calor y el polvo del heno que se le había colado dentro del peto junto con el sudor hacía que todo el cuerpo le picase.

Observó como Diana pasaba sobre los estantes donde descansaban los arreos y la silla del animal, acariciándolos y conteniendo a duras penas las lagrimas. Finalmente llegó al box. Angélica lo tenía en perfecto estado, como siempre. Siempre había sido partidaria de las camas naturales y la paja que cubría es suelo era abundante y tenía un aspecto impecable.

Sin poder contenerse más, Diana se estremeció y comenzó a llorar desconsoladamente. Angélica dudó un momento, pero tras unos segundos la rodeó con sus brazos y la estrechó con fuerza enterrando su cara en la melena de la joven.

Aspiró con fuerza su pelo, un denso y turbador aroma a flores la invadió mareándola ligeramente.

Diana se abrazó a ella con desespero y lloró hasta que no le quedaron lágrimas que derramar.

—Lo siento —dijo la joven separándose un poco turbada por la intimidad con la que había tratado a una mujer que era prácticamente una desconocida.

Angélica no dijo nada y miró a Diana a los ojos  acariciándole las mejillas con infinita ternura.

La joven sintió las manos ásperas de la mujer en sus mejillas mientras observaba los ojos grandes y marrones acercarse poco a poco. Segundos después unos labios finos y suaves acariciaron los suyos.

Angélica le cogió por la nuca y presionó suavemente, con lo labios cerrados para a continuación  comenzar a darle suaves besos en los labios y en la comisura de su boca.

Diana nunca hubiese pensado en encontrarse en una situación semejante, pero en ese momento la encontró de lo más natural y comenzó a devolverle los besos, primero con timidez, luego entreabrió los labios y dejó que Angélica explorase su boca.

Su lengua sabía a heno y chicle de menta. Colgándose de su cuello le devolvió el beso con ansia y dejó que las manos de la mujer la explorasen despertando en su cuerpo sensaciones hace tiempo olvidadas.

Angélica avanzó lentamente, sin apresurarse, sin poder quitarse de la cabeza la desagradable sensación de que se estaba aprovechando de un momento de debilidad de la joven, pero sin poder evitarlo.

Con lentitud fue desplazando las manos por la espalda de Diana recorriendo su columna hasta dejarlas descansar en su culo. Lo acarició sintiendo su firmeza a través de los blancos pantalones de montar. La joven abrió los ojos un poco sorprendida pero suspiró y se dejó hacer.

Angélica apretó el culo de la amazona y la besó  de nuevo antes de subir  sus manos y acariciar sus costados y su cuello. Con extrema lentitud bajó las manos y empezó a desabotonarle la blusa siguiendo con sus labios el recorrido de sus dedos, besando cada milímetro de piel que quedaba a la vista. Con satisfacción notó que la respiración de Diana se hacía más ansiosa. Sin dejar que la magia se esfumase, Angélica se apresuró a quitarle la blusa y desabrocharle el sostén descubriendo unos pechos grandes, redondos y cubiertos de lunares. Acercó sus labios a uno de sus pezones y lo rozó con suavidad antes de metérselo en la boca.

Diana gimió sintiendo como su pezón crecía en el interior de la boca de Angélica enviando relámpagos de placer. Con ansiedad asió los rizos de la mujer y los apretó contra sus pechos animándola a chupar con más fuerza.

En cuestión de segundos estaban tumbadas sobre la paja, totalmente desnudas, acariciando y besando su cuerpos. Diana observó el cuerpo de Angélica, más macizo y con menos curvas, unos segundos antes de tumbarse sobre ella. La besó profundamente mientras deslizaba el muslo entre sus piernas y comenzaba a frotar su sexo.

Angélica estaba excitada y tan deseosa de dar placer a su amante que aprovechándose de su fuerza la volteó antes de enterrar la cabeza entre sus piernas. Besó su vientre liso y suave y jugueteó con la pequeña mata de pelo que cubría su pubis antes de separar sus piernas. Su sexo estaba hinchado e hipersensible y el suave roce de sus labios hizo que todo el cuerpo de Diana se estremeciese.

Con una sonrisa malévola Angélica lamió y mordisqueó la vulva de Diana sin apartar los ojos de su cara. Disfrutando de los gestos de placer de la joven,  como si el placer fuese el suyo propio. Notó como su sexo se empapaba a la misma velocidad que el de la joven y sin dejar de explorarla con su boca, introdujo una de sus manos entre sus piernas y comenzó a masturbarse.

Diana gemía, jamás había sentido nada parecido. Angélica, como mujer sabía exactamente cuánto presionar y dónde para hacer que el placer la enloqueciese. Abrió las piernas un poco más y enterró las manos en los rizos de su amante acariciándolos y jugando con ellos mientras la lengua y los dedos de la mujer  la penetraban incansables.

El orgasmo la golpeó, sorpresivo y brutal, haciendo que todo su cuerpo se combase. Inconscientemente se agarró los pechos y se los estrujó con fuerza  incapaz de hacer otra cosa que gemir y retorcerse sin control.

Tras  unos segundos los relámpagos pasaron y finalmente pudo incorporarse. Apartó la cara de Angélica de su sexo y la besó con intensidad saboreando la mezcla de saliva de la mujer y sus propios flujos  orgásmicos.

Con un empujón, Diana tumbó a su amante y ahora fue ella la que se colocó encima. Acarició sus pequeñas tetas, beso con suavidad los pezones y sin apresurarse avanzó con sus labios por su cuerpo, demostrando a Angélica que no solo ella sabía se los lugares que hacían que una mujer se derritiese.

Sin dejar de besar su musculoso vientre deslizó sus manos por su torso y su cuello e introdujo sus dedos en su boca. Angélica respondió chupándolos y lamiéndolos justo antes de que Diana los retirara para introducirlos en su coño.

Angélica soltó un ronco suspiro al sentir los dedos de su amante explorando sus entrañas. Los dedos de la joven eran cálidos y suaves y sus movimientos un poco torpes, lo que a ella le parecía aun más excitante. Disfrutó de las caricias sin dejar de observar el cuerpo de la mujer, viendo como pequeñas gotas de sudor emergían de su cuello y sus axilas escurrían por sus pechos bamboleantes para caer sobre su cuerpo.

Cuando se dio cuenta estaba jadeando y a punto de correrse. Con un supremo esfuerzo agarró a Diana por los hombros y la apartó tumbándola hacia atrás a la vez que entrelazaba sus piernas con las de la joven amazona.

La sensación de los dos pubis golpeándose y frotándose fue apoteósica. Los sexos de las dos mujeres se agitaron frenéticos mientras se acariciaban y besaban las piernas y los pies mutuamente. Angélica fue la primera en correrse, con un único grito su cuerpo se crispó por completo durante unos segundos mientras Diana seguía frotándose como una abeja furiosa y se corría segundos después. Justo en ese momento un relámpago cayó a escasos metros de las caballerizas sobresaltando sus agotados cuerpos con el estruendo.

Angélica se levantó inmediatamente sacudiéndose la paja de su cuerpo sudoroso y se acercó a la ventana, observando confundida el cielo totalmente raso. Un pequeño roble hendido y humeante demostraba que no lo habían soñado. Se encogió de hombros dándole la espalda a la ventana en el momento justo en que Diana se levantaba y se acercaba a ella.

Su belleza virginal le hizo sentirse una aprovechada. Diana sonrió y le quitó unas cuantas briznas de paja enredadas en sus rizos.

—Ahora entiendo porque no decías nada. —dijo Diana acercándose aun más— Son tus caricias las que se expresan.

—Yo...

—Sshh... no digas nada. —dijo tapándole la boca con un dedo y dándole un suave beso— Ha sido delicioso. No sabía que se pudiese sentir nada parecido y tú lo has hecho.

—¿No crees que me haya aprovechado? Soy mayor que tú. Has sufrido una perdida devastadora...

—Al contrario, —respondió Diana serena— has estado a mi lado cuando te lo he pedido, y has hecho que un día horrible se haya transformado en  una nueva promesa de felicidad y te estoy agradecida por ello.

—Yo... estoy enamorada de ti desde el  momento en que te conocí. —dijo Angélica sin saber muy bien porque.

—Ahora lo sé. —replico Diana besándole de nuevo.


No se había podido contener, ese marimacho se le había adelantado y estaba a punto de estropear sus planes. Estuvo a punto de volatilizar el cobertizo entero, pero finalmente desvió el rayo en el último momento y lo dejó caer sobre el arbolillo.

Había pensado dejar que la joven se hundiese en la tristeza y la desesperanza y luego aparecería él disfrazado para seducirla sin apenas esfuerzo, ahora tendría que cambiar sus planes y librarse de su nueva competidora, al menos temporalmente.

Capítulo 3: La Rendición de Diana

Hera no era tonta. Zeus estaba inusualmente alegre esa mañana. Lo vigiló como un halcón mientras pudo, pero  no hizo nada fuera de lo común. Le hubiese gustado seguirle a todas partes aquel día, pero a pesar de ser una diosa y estar en el Olimpo tenía cosas que hacer y se vio obligada a dejarle.

Zeus esperó, consciente de que mientras su mujer le vigilase no podía hacer nada. Cuando finalmente se quedó solo fijó su atención en Angélica. La relación entre las dos jóvenes se había establecido tan rápida y con tal fuerza que necesitaba librarse de ella por unos días. Esta vez fue más sutil y generó una tormenta sobre la ciudad de los padres de Angélica, "desgraciadamente" un rayo impacto en la casa de los ancianos destruyéndola por completo y obligando a la mujer a acudir para ayudarlos a establecerse en su diminuto piso mientras el seguro les pagaba la indemnización. Diana se ofreció a acompañarla, pero Angélica prefirió hacerlo sola, asegurándole que estaría de vuelta en dos o tres días.

Zeus se levantó de su trono y sonrió satisfecho.


Angélica había recibido la noticia aquella misma tarde. Afortunadamente sus padres no estaban en casa y no les había pasado nada, pero su casa estaba prácticamente destruida y habían tenido que quedarse en casa de unos amigos hasta que Angélica fuese a buscarlos.

Diana se quedó  de pie en el camino, mirando como la pick up de Angélica se alejaba. Apenas se había separado de ella y ya sentía como una abrumadora soledad le envolvía como la bruma que emergía del arroyo.

Estaba a punto de girarse y volver cabizbaja a la casa cuando algo se movió a la izquierda justo en la dirección de la cantarina corriente de agua. Entrecerró los ojos, intentando traspasar la tenue neblina con la mirada y  lo que vio le hizo sentirse totalmente confundida. Entre la bruma creyó distinguir una figura que se desplazaba rauda como el viento, abriendo un tajo en la neblina.

Se dirigió corriendo hacia el lugar, pero el animal había desaparecido. Hubiese creído que todo era una alucinación, pero las huellas de cascos en la orilla del arroyo eran inconfundibles.

Se agachó y las tocó para asegurarse de que eran reales y tras incorporarse miró en todas direcciones. No había un alma. Suspiró y se dirigió a casa.

La enorme casa se le hizo más grande aun, ahora que estaba sola. Mientras recorría el pasillo intentaba encontrar una explicación a lo que había visto. En un primer momento pensó que sus padres le habían comprado otro caballo inmediatamente, pero estaban de vacaciones en Zúrich y  no volverían hasta la semana siguiente y desde luego no creía a su padre capaz de comprar un caballo por internet.

Se tumbó en la cama y se quedó pensando con los ojos clavados en el techo. ¿Podía ser un animal extraviado? No lo creía. Sus vecinos no tenían ese tipo de animales y la finca estaba aislada por un cercado que rodeaba todo su perímetro. No había explicación y eso era lo que más le intrigaba.

Se sacudió la cabeza intentando librase de aquellos extraños pensamientos y se quitó la ropa. Se acercó desnuda al armario buscando un camisón para pasar la noche. Su cuerpo desnudo se reflejo en el espejo. Recorrió las marcas y chupetones producto de veinticuatro horas de intensa intimidad con Angélica. La echaba de menos horrores.

Finalmente eligió un vaporoso camisón gris perla de tirantes que le llegaba hasta los tobillos. Se miró al espejo y observó el efecto que producía la luz atravesando la fina tela y perfilando las curvas de su cuerpo desnudo y deseó que su amante estuviese allí para verla.

Un relincho interrumpió sus pensamientos. Diana se acercó a la ventana y esta vez no tuvo ninguna duda, un espectacular semental angloárabe de color negro  piafaba y golpeaba el suelo bajo la ventana con uno de sus cascos.

Hipnotizada por la belleza del animal, Diana salió de la casa y se acercó a él.  El semental resopló retrasando las orejas nervioso. Ella, fascinada, le susurró palabras tranquilizadoras y aproximó sus manos un poco. El animal dio dos pasos hacia atrás, contrayendo toda su espectacular musculatura dispuesto a huir al galope a la menor señal de peligro.

Diana volvió a intentarlo susurrando y mostrando con sus gestos que no quería hacerle daño. Finalmente consiguió posar las manos sobre su cuello. Las caricias y los susurros lograron calmar al animal que poco a poco estiró las orejas y las movió curiosas escuchando los suaves susurros de la joven.

Diana acarició el hocico, el cuello, y los musculosos flancos del animal. Con suavidad fue acariciando la pata delantera izquierda desde la espalda hacia el casco y con habilidad, tal como le habían enseñado, empujó con su cuerpo y tiró de la extremidad para examinar el casco. Estaba sin herrar, de allí no iba a sacar ninguna pista de quién podía ser su propietario.

Tampoco tenía ninguna marca que lo identificase. Lo único que pudo averiguar al examinar la dentadura es que tenía alrededor de ocho años, la plenitud de su vida.

Desplazó la mano por su dorso y sin saber muy bien por qué se subió al animal. Nunca había montado a pelo con su sexo desnudo sobre un caballo. El calor del cuerpo del animal unido al suave pelaje hicieron que un ligero hormigueo de placer recorriese su cuerpo.

Lentamente se inclinó sobre el cuello del purasangre y le golpeó los ijares con sus talones. El caballo empezó a trotar lentamente. Diana comenzó a saltar sobre el animal a medida que se iba adaptando a su ritmo. Su pubis desnudo golpeaba rítmicamente contra el lomo del semental. Diana se aferró a sus flancos con las piernas  sintiendo con creciente placer cada golpe hasta que no pudo evitar un gemido.

El animal percibió su nerviosismo y aceleró el ritmo haciendo que los golpes se acelerasen. Su coño pronto comenzó a segregar jugos que escapaban de su vulva mezclándose con el sudor del animal y empapando el pelo de su dorso.

Con un grito se agarró al cuello, inclinándose aun más, invitando al animal a lanzarse al galope tendido. El animal soltó un relincho y se lanzó hacia delante levantando trozos de césped con sus pezuñas.

Aquel animal era rapidísimo, jamás había sentido nada semejante montada en un caballo. Sentía cada músculo contraerse desplegando toda su potencia. Con un grito salvaje se desembarazó del camisón y agarrada con una mano a las crines del animal lo levantó en alto dejando que el viento lo desplegase como una bandera.

La euforia y la excitación hicieron que casi perdiese el equilibrio al entrar en el bosquecillo. Soltó el camisón que quedó prendido en una rama mientras se agarraba al cuello del animal. Increíblemente, el animal aceleró un poco más justo antes de sortear dos enormes árboles caídos. El impacto de su cuerpo contra el animal cuando este aterrizó tras el portentoso salto hizo que su sexo hinchado y excitado vibrase emitiendo sensacionales relámpagos de placer.

Exultante, casi no se dio cuenta de que el animal se había detenido en un pequeño claro iluminado por la luna, justo después de los troncos caídos.

La joven se incorporó dejando resbalar su coño por el lomo del animal aun excitada hasta que finalmente desmontó. Acarició el animal hasta que descubrió su erección. Fascinada observó el miembro del animal grande y grueso balancearse hambriento.

El caballo se movió ligeramente y recorrió su cuerpo con el sensible hocico olfateando  y acariciando. Diana sintió el contacto de los belfos y los ollares del animal con sus pechos. Sus pezones se erizaron hipersensibles obligándola a retorcerse de placer.

Bajando el hocico olfateó su sexo y probó su flujos frunciendo los belfos en un gesto típico de excitación sexual.

Con la cola en alto la rodeo mientras ella se mantenía quieta en pie, sintiéndose extrañamente observada y valorada.

Finalmente la empujó ligeramente por la espalda llevándola suavemente hasta el tronco caído. Llevada por un ardor que luego le resultaría inexplicable, se inclinó y apoyó las manos sobre el tronco caído, separando ligeramente las piernas.

El animal apoyó los cascos delanteros en el tronco y acercó su enorme polla al sexo de la joven que esperaba con sus piernas temblando victima de la excitación y el miedo. Dos ligeros golpes del glande del caballo sobre su pubis hicieron que el placer evaporase su temores justo antes de que el enorme pene entrase en su interior.

El miembro del caballo resbaló con más facilidad de la esperada en su coño colmándolo y estirandolo, produciéndole un placer increíble. La áspera corteza se le clavó en las manos al soportar los rápidos embates del animal. Diana gritaba extasiada recibiendo cada embate con una tormenta de sensaciones que la embargaban y amenazaban con hacerla perder el equilibrio.

Con un relincho el animal se corrió inundando su coño con una prodigiosa cantidad de semen cálido y espeso que le provocó un brutal orgasmo. Diana gritó al sentir como la monumental polla del caballo abandonaba su cuerpo y el semen caliente escurría por sus piernas como un torrente...


—Maldito gilipollas. —pensó Hera iracunda y decepcionada— No se podía fiar de ese viejo verde salido. Incluso después de tres mil años de promesas seguía siendo el mismo cerdo salido. Pero se lo haría pagar, tardaría un tiempo, pero sabía exactamente como hacer daño a ese viejo cabrón.

Capítulo 4: La Venganza de Hera.

Todo fue como un sueño. El animal se alejó en la oscuridad de la noche y ella volvió a casa desnuda en un estado de casi total ausencia. Cuando volvió a ser consciente de lo que le rodeaba estaba de nuevo en casa. Miró a su alrededor sorprendida y se abrazó. Estaba helada. Con pasos inseguros se metió en la ducha y abrió el chorro del agua caliente. La ducha se llevó la suciedad y los restos de semen del caballo, pero no se llevó la inquietud ni el sordo escozor que dominaba su bajo vientre.

Se levantó al día siguiente y vistiéndose apresuradamente  atravesó la desierta casa camino de las caballerizas. Sin dejar de mirar a su alrededor entró en el edificio y sacando a Lava, una vieja yegua torda que era la que usaba Angélica normalmente para dar paseos por la finca, le puso los arreos y salió a inspeccionar la finca. Revisó todo el cercado sin encontrar ningún lugar por donde hubiese podido colarse nada más grande que un ratón.

Continuó inspeccionando el resto de la finca y preguntó a toda la gente ocupada del mantenimiento, pero acababan de llegar a trabajar y no habían visto nada inusual ni sabían nada de la compra de un nuevo caballo.

Finalmente llamó a su padre. Casi podía ver su sonrisa permanente y sus mejillas enrojecidas por el frío de Zúrich. Le contestó apresuradamente porque estaba a punto de coger un avión que les llevaría a Milán para hacer unas compras. Le preguntó que tal estaba y le aseguró que ni él ni su madre habían comprado un caballo en las últimas horas para sustituir la pérdida de Piper.

Durante los siguientes tres días, hasta la vuelta de Angélica, recorrió la finca día y noche rastreándola, primero por cuadrículas y luego en paseos aleatorios sin volver a ver el animal, se había esfumado. Y con él se fue esfumando su desazón.

Angélica no sabía que pasaría cuando volviese junto a Diana, el accidente de sus padres, no por inevitable, había sido menos inoportuno. Tras dos días de intenso trabajo había logrado establecer a sus padres en el pequeño apartamento que tenía alquilado en la ciudad y les había ayudado con el papeleo para que pudiesen cobrar el seguro lo antes posible.

Cuando logró marcharse, su madre le dio las gracias entre sollozos mientras que su padre se limitó a mirarle con los ojos entrecerrados como preguntándose a dónde diablos iba con tanta prisa.

Durante todo el camino las dudas le asaltaron. Había hablado con Diana un par de veces, pero se había mostrado evasiva y ligeramente distraída y Angélica no se había atrevido a sacar el tema de sus sentimientos. Cuando se separaron no hubo tiempo de hablar así que todo había quedado en suspenso. ¿Se lo habría pensado mejor Diana y no querría saber nada de ella? ¿Pensaría que todo había sido un error? ¿Se habrían enterado sus padres de su relación y la habrían obligado a apartarse de ella?

Durante tres largas horas siguió torturándose hasta que al llegar a  la casa la puerta se abrió y Diana salió corriendo con una sonrisa que no le cabía en la cara. Angélica se bajó de la pick up con el tiempo justo de abrir los brazos y recibir el abrazo de Diana. Sus labios se fundieron en un beso tan dulce como intenso. Solo la falta de oxígeno las obligó a separarse.

Diana disimuló su alivio lanzándose como una loba sobre Angélica que apenas pudo hacer otra cosa que llevar a la joven subida a sus caderas hasta la habitación y hacerla el amor durante el resto del día.


Hacía mucho tiempo que Hera no se dejaba llevar por los celos, pero liarse con una humana saltándose todos sus juramentos y encima disfrazado, pensando que el mismo y estúpido truco de siempre le serviría para eludir su vigilancia, la había puesto de un pésimo humor.

Hubiese deseado fulminar a aquella jovencita convertirla en una rana, en árbol, en una mierda de grillo, pero al contrario que él, se tomaba en serio sus juramentos y prefería no mancharse las manos. Necesitaba un aliado alguien que le hiciese el trabajo sucio, alguien que no hubiese hecho el juramento porque no le interesaba el mundo de los mortales.

Sacó la moneda y la puso en las manos de Caronte que alargó una mano para ayudarle a subir a la barca.

—¡Qué placer tan inesperado! —dijo Hades recibiéndola en la misma orilla del rio Estigia.

Hera sonrió y depositó dos suaves besos en las mejillas de Hades antes de adelantarse a él dirigiéndose a las puertas del infierno y dejando que el resplandor rojo que escapaba de ellas atravesase el fino tejido de su clámide perfilando su cuerpo.

El palacio de Hades era el más grande y lujoso de todos los dioses, pero eso no lograba compensar sus terribles vistas. Hades chasqueó los dedos y dos mujeres de aspecto triste y torturado le sirvieron sendas copas de ambrosía.

—¿Qué es lo que te trae a mi humilde morada? —dijo el Dios cuando las mujeres hubieron desaparecido— No, no me lo digas. Puedo ver la ira y el resentimiento en tu cara... Ya sé, Zeus te la ha vuelto a pegar.

—Sí y quiero vengarme, pero no puedo hacerlo, juré no intervenir en el mundo humano.

—También lo hizo Zeus, haz como él. —dijo Hades con una sonrisa despectiva.

—No yo no soy como él...

—Y por eso en vez de hacerlo tú misma me vas a utilizar a mí. —le interrumpió Hades— ¿Qué quieres de mí?

—Ya sabes que solo hay una cosa que le guste más que follar mortales y es dejarlas preñadas. Estoy seguro de que está putilla no es la excepción. Quiero que hagas sufrir a su vástago. No hay nada que le pueda sentar peor.

—¿Y yo, que saco a cambio? —preguntó Hades con una mirada calculadora.

Hera sonrió segura de sí misma y con dos elegantes movimiento dejó resbalar su Clámide  quedando totalmente desnuda ante él. Al contrario que otras ninfas o las esclavas del Erebo su mirada era altiva y segura de sí misma.

Hades observó su cuerpo no tan esbelto como el de su esposa Perséfone, pero increíblemente voluptuoso, con unos grandes pechos firmes y cremosos y unos muslos gruesos y apetecibles. Hades se incorporó y acercándose a ella selló el trato con un beso. Hera le devolvió un beso cargado de lascivia, su lengua exploró y saboreó la boca del dios del inframundo ignorando el tenue sabor a azufre. Las manos de la Diosa se cerraron sobre la copa de ambrosía y vertieron su contenido sobre su torso dejando que el fragante licor mojase sus pechos y escurriese por su vientre para acabar goteando de su sexo.

Hades se inclino y agarró uno de los pechos de Hera chupando el pezón erecto y recorriendo con su lengua la dulce y rosada areola. Con un gemido de placer la Diosa se cogió los pechos y los apretó el uno contra el otro poniendo los pezones juntos al alcance de Hades.

Los chupetones resonaron y formaron ecos en el mármol y el alabastro que cubría las paredes. Hera gemía y golpeaba la cara de Hades con su pechos, disfrutando tanto de la boca del Dios como del hecho de pensar que le estaba poniendo los cuernos a su odiado esposo.

Hades continuó recorriendo todo su cuerpo y recogiendo con su boca la ambrosía que había derramado sobre ella. Hades sintió como su polla estaba ansiosa por cobrarse el tributo.

Con un suspiro Hera se apartó y dándose la vuelta se agarró a una de las columnas de fino alabastro. El tacto frío y suave la hizo estremecerse y apartar ligeramente el cuerpo para no estar en contacto con la  piedra. Mientras tanto, por detrás sintió el ardiente cuerpo del Dios del Tántalo acercarse. Fijando la mirada en la columna separó ligeramente las piernas expectante. En pocos instantes la polla de hades golpeó con suavidad el interior de sus muslos cálida y excitante.

Hera elevó sus caderas y giró la cabeza desafiando al Dios a que la penetrase. Los ojos de Hades fulguraron un instante y mirando a la Diosa directamente a los ojos separó sus poderosas nalgas  y le metió la polla de un solo golpe. Hera se estremeció asaltada por un intenso placer y se vio obligada a ponerse de puntillas para no perder el contacto con el suelo mientras se agarraba desesperadamente a la resbaladiza columna hincando sus uñas en ella.

Hera no apartó la mirada y mordiéndose los labios para ahogar los gritos de placer miró altiva a su amante mientras este enterraba su polla con golpes duros y secos en lo más profundo de su coño.

Las manos de Hades se agarraron a las caderas  de la Diosa, estrujaron sus pechos y pellizcaron sus pezones con violencia sin dejar de follarla hasta que Hera  perdió el control y comenzó a gemir y gritar víctima de un placer cada vez más intenso.

Con un golpe en el pecho apartó a Hades y se arrodilló ante él. Con sus grandes ojos azules fijos en las oscuras pupilas de Hades cogió su polla y se la metió profundamente en su boca chupando y lamiendo hasta que fue él el que ahora tenía dificultades para contenerse.

Gimiendo roncamente posó la mano sobre el cabello de la Diosa y acompañó sus chupadas con violentos movimientos de sus caderas hasta que tuvo que separase evitando correrse antes de tiempo.

Dándole la mano la ayudó a incorporarse y besando y acariciando su boca y sus pechos la guio hasta el lecho. Con más suavidad abrió sus piernas, acarició su vulva y jugueteó con su clítoris antes de penetrarla de nuevo, esta vez con más suavidad mientras Hera ceñía sus piernas en torno a la cintura de su amante.

La polla de Hades entraba suavemente, cada vez un poco más profunda y rápida que la anterior. Hera jadeaba y gemía clavando las uñas en la espalda del Dios de las tinieblas hasta que un sensacional orgasmo le asaltó. Lamiendo el sudor y los restos de ambrosía que quedaban entre sus pechos Hades siguió follándola sin descanso hasta que con dos bestiales empujones eyaculó en su coño haciendo que se corriese de nuevo.

Con las uñas clavadas en la musculosa espalda de Hades sintió como la semilla espesa y abrasadora como la lava del Santorini invadía su coño provocándole un nuevo orgasmo, tan fuerte como el anterior. Satisfecha Hera se quedó quieta dejando  menguar la polla de Hades poco a poco hasta que finalmente se separaron.

Con un gesto rápido tomó aire y se levantó para recoger la clámide que yacía en el suelo.

—No olvides que tenemos un acuerdo, —dijo Hera vistiéndose— quiero que la nueva criatura que está por nacer pierda a su primer amor y mientras más dolorosa sea la pérdida mejor.


Nueve semanas después .

Cuando tuvo la primera falta Diana no se asustó,  a veces el periodo, sobre todo en momentos de estrés, se volvía irregular, pero cuando el segundo periodo tampoco apareció se asustó y compró un test de embarazo.

El asombró dio lugar al miedo, un miedo a lo desconocido. Hacía más de seis meses que no tenía relaciones con un hombre y solo había dos opciones o había sido víctima de la inmaculada concepción o aquel caballo la había dejado preñada. Ninguna de las dos alternativas la gustaba, pero la segunda le aterraba. ¿Qué pasaría si daba a luz un monstruo? ¿Y qué haría Angélica? La posibilidad de que la mujer le abandonara hacía que un escalofrío recorriera su cuerpo.

Intentó varias veces abortar pero cada vez que salía de casa con destino a la clínica, sin saber muy bien  cómo, se perdía y volvía a casa. Al llegar, sorprendida y agotada, se derrumbaba en un sofá y se limitaba a ver la tele en una especie de estado catatónico que le duraba un par de horas y del que ni siquiera Angélica la lograba sacar.

Finalmente, unos días después, cuando ya no pudo ocultar las nauseas se lo contó a Angélica. Evidentemente no le dijo la verdad y le contó una historia sobre una noche de borrachera con un desconocido. La idea era que la ayudase a ir a una clínica para abortar, pero Angélica se mostró tan ilusionada que no escuchó ninguna de las torpes excusas de Diana y la arrastró a la clínica pero  para hacerse una ecografía y poder ver a su hijo.

Temblando de la cabeza a los pies, sin poder imaginar qué diablos estaría creciendo en su vientre entró en la consulta.

SEGUNDA PARTE: HÉRCULES

Capítulo 5: Un buen partido

El partido iba a empezar. Desde que tenía ocho años, cada fin de semana, se sentaban emocionadas para ver a su hijo evolucionar en el campo. Al principio rezando para que no se le cruzaran los cables y mandase alguna pelota a la segunda luna de Júpiter, luego cuando Hércules demostró que había entendido las instrucciones de sus madres de que no debía llamar demasiado la atención, se limitaban a disfrutar de los partidos.

Parecía que fue ayer cuando salió aliviada de la clínica con la ecografía que mostraba un feto de doce semanas totalmente normal. Angélica no preguntó más por el origen de la criatura y Diana nunca volvió a pensar en ello hasta que el niño empezó a demostrar unas ciertas dotes sobrenaturales.

No era el más listo, ni el más bueno, tampoco el más guapo, con la cara un poco alargada y los dientes un poco salientes, pero era afectuoso y tenía una fuerza inaudita. Con menos de seis meses ya correteaba por la casa y cuando  en una rabieta lanzó una cómoda por la ventana supieron que su hijo era especial.

A partir de aquel momento, con mucha paciencia y amor lograron hacerle entender que no debía exhibir sus poderes, que no era bueno llamar la atención. El niño lo entendió y salvo por un par de incidentes solventados sin problemas con el dinero del abuelo no tuvieron más sobresaltos.

Ahora, con diecinueve años, había empezado la carrera de Ingeniería Industrial y  había dejado el futbol para apuntarse al club de rugby de la universidad. Pronto destacó como un Flanker veloz y con instinto y a pesar de su tamaño, con su cintura era capaz de romper la defensa de cualquier rival. Por si fuera poco, su potente patada había sacado de apuros al equipo más de una vez.


Hércules levantó la mirada hacia la zona de las gradas donde sus madres ocupaban dos de los mejores asientos observando sus evoluciones sobre el campo. En cualquier otro caso sería un fastidio, pero sus madres eran comprensivas y desde que era pequeño se habían limitado a observarle sin montar el numerito ni atosigarle, dejando que fuese a celebrar sus triunfos y sus derrotas con sus compañeros de equipo.

Al final se habían convertido en una especie de fetiche como los calcetines usados y sucios de Toro o las palabras de ánimo  que la novia de Mascara de Hierro rotulaba primorosamente en su pecho.

El pitido del árbitro le sacó de sus pensamientos y le obligó a ocupar su sitio en la melé. Mientras bajaba la cabeza y empujaba no podía evitar pensar con una sonrisa que si quería hubiese podido empujar a aquella piña de músculos y arrastrarla hasta la línea de marca con una mano atada a la espalda.

Un nuevo pitido y todos los jugadores se pusieron en tensión esperando la introducción del balón. Como siempre, Hércules se dejó llevar esperando que alguien liberase el balón. El apertura cogió el balón y lo liberó rápidamente hacia su derecha. La melé se deshizo en un instante mientras el equipo contrario atacaba por la otra ala presionando una y otra vez en dirección a la línea de marca.

Afortunadamente Soto consiguió placar al hombre que llevaba el balón obligando al ataque a reorganizarse. Aquel equipo con terreno por delante era peligroso, pero le costaba avanzar en los ataques estáticos. Tras intentar avanzar sin éxito un par de minutos optaron por una patada hacia el lateral haciendo que botase justo antes de la línea y así intentar robar el balón en touche cerca de la línea de marca.

Se acercaron todos sudando, jadeando y jurando. Hércules se colocó en su lugar en la touche esperando el rechace del balón para salir zumbando. Antes del pitido miró de nuevo al público. En primera fila había dos chicas que le miraban fijamente. Cuando se dieron cuenta de que las había visto  se giraron y empezaron a cuchichear entre ellas ocultando su boca con la mano como si el fuese capaz de escuchar nada en medio de aquel griterío.

La pelirroja hecho la cabeza hacia atrás mostrando un cuello largo  y pálido y soltó una carcajada para a continuación prorrumpir en carcajadas. Juntando sus cabezas  compartieron una mirada cómplice antes de lanzar hacia él otra cargada de sensual ambigüedad.

La pelota le sorprendió y le dio en la cabeza perdiéndose de nuevo en la línea lateral provocando la hilaridad de las dos jóvenes y la ira de sus compañeros. Golpeó el suelo con la bota y sin decir nada encajó las críticas como mejor pudo y se colocó de nuevo en la touche, dispuesto a que no se volviese a repetir el error.

El equipo rival puso el balón en movimiento y ganaron la touche, pero Hércules perfectamente colocado se lanzó sobre el hombre que acababa de recibir el balón y de un manotazo se lo arrebató antes de que lo tuviese totalmente controlado.

Girando sobre sí mismo aprovechó el impulso para levantarse y recoger el balón  comenzando una rápida carrera. Esquivó con facilidad a los dos primeros defensores y apartó un tercero con el brazo atravesando la primera línea defensiva.

Corrió otros veinte metros hasta que en la línea de veintidós convergieron tres defensores sobre él. Justo antes de que le placaran lanzó el balón hacia, atrás y a la izquierda para que Toro con toda la defensa desplazada hiciese una fácil carrera hasta le línea de ensayo.

Hércules se levantó restregándose el costado como si le doliera tras la refriega y se acercó a felicitar a su compañero. A continuación una patada  bien dirigida colocó el siete a cero en el marcador poniendo el prólogo a una fácil victoria.

Hércules miró el marcador y giró la cabeza hacia las chicas, viendo con satisfacción que habían dejado de reír y le miraban con interés.

Tras charlar un par de minutos con sus madres se despidió y se dirigió al vestuario, donde todo el equipo estaba cantando y gritando bajo el agua de la ducha.

Cuando salieron del estadio el equipo contrario ya le estaba esperando para salir de juerga. Se les veía un poco alicaídos, no esperaban perder por tantos puntos, pero ambos equipos sabían que el disgusto no duraría mucho tiempo.

La cervecería era enorme y estaba casi vacía hasta que llegaron ellos. En cuanto Máscara de Hierro entró, lo primero que hizo fue coger el mando de la tele y poner el partido de la liga neozelandesa, mientras el resto se acercaban como una horda de camellos sedientos a la barra.

Con su caña de Spaten negra Hércules se sentó en un taburete y se puso a comentar con el hombre al que había robado el balón el desarrollo del partido. Poco después llegaron los aficionados y los amigos de los jugadores haciendo que el local quedase atestado.

Un roce casual le hizo apartar la cabeza del televisor para ver un vestido blanco alejarse en dirección al fondo del local. Cuando levantó la mirada del apretado culo reconoció la melena en llamas de la pelirroja que se había reído de él hacia un rato. De la mano iba su rubia confidente, un poco más gordita pero igualmente apetecible.

Tuvieron suerte y encontraron una mesa libre. En cuanto se sentaron las chicas, fijaron la mirada en él.

Se despidió apresuradamente de los colegas y se acercó a las dos mujeres con una nueva cerveza en la mano.

Las saludó y ellas sonrieron mostrando unas dentaduras blancas y perfectas. Se sentó despacio a su lado aprovechando para echar un rápido vistazo a las dos mujeres. Nina, la rubia era un poco más gordita y tímida, tenía el cuerpo moreno y el vestido largo que llevaba, de un color oscuro resaltaba sus generosas curvas. Cuando la hablaba directamente apartaba los ojos grandes y color miel y solo abría la boca para decir monosílabos. Lo que más le gustó de ella eran el aire de inocencia que le daba su actitud, junto con su boca pequeña de labios  gruesos y sus ojos grandes como permanentemente sorprendidos.

Bianca, la pelirroja en cambio era un volcán con una cara perfectamente ovalada unos ojos verde aguamarina, una nariz respingona y una boca amplia con unos labios gruesos y turgentes que eran una tentación permanente. Su piel era blanca y estaba salpicada de una miríada de pecas que no se molestaba en ocultar.

—¿Os gusta el rugby? —preguntó Hércules para que la conversación no decayese.

—En realidad no mucho. Fuimos a ver tíos grandes y fuertes pegándose por una pelota en forma de melón como si fuesen niños malcriados. —dijo Bianca con desfachatez.

—Ya veo, no entendéis nada.

—¿Qué es lo que hay que entender? Ni siquiera es como el futbol, aquí no hay reglas...

—Claro que las hay. —le interrumpió Hércules— En realidad siempre se ha dicho que el futbol es un juego de caballeros jugado por villanos, mientras que el rugby es un juego de villanos jugado por caballeros. ¿Qué pasaría si dos equipos de futbol que acaban de jugar un partido se reuniesen en el mismo bar? —dijo señalando a los dos equipos mezclados en la barra compartiendo bromas y cervezas.

Las mujeres miraron y se quedaron pensando sin decir nada y Hércules aprovechó para continuar con su alegato:

—Mirad al televisor.  ¿De veras los jugadores de futbol os dan la misma sensación de sacrificio y entrega? En un partido de rugby nunca veréis a ningún jugador simular una falta o quedarse quieto viendo como sus compañeros defienden una jugada a menos que este agotado o lesionado...

Poco a poco notó como las mujeres cambiaban de opinión y se interesaban un poco más por el juego y por su reglas.

Cuando vio que la conversación no daba para más las invitó a ir a otro sitio más tranquilo. Bianca se adelantó antes de que Nina pudiese inventar una excusa y siguieron la estela que Hércules generaba al abrirse paso en la apretada multitud que atestaba el local.

Una vez fuera, agarró a las dos chicas por la cintura con naturalidad. Bianca se dejó asir y rápidamente acercó su cuerpo al de él mientras que Nina, más reticente, lo hizo con más lentitud y un pelín temblorosa.

Tras un corto paseo se metieron en un pub. Era jueves y el local estaba casi vacío así que pudieron elegir el sitio más cómodo. Pidió tres gin tonics y se sentaron charlando e intercambiando miradas enigmáticas en la penumbra.

La música cambió y se hizo más lenta. Bianca, siempre tomando la iniciativa, se dirigió a una pequeña pista de baile tirando del brazo de Hércules. Dándole la espalda comenzó a bailar agitando su cuerpo enfundado en su apretado vestido blanco. Bianca era menuda, y a pesar de llevar unos tacones de vértigo apenas le llegaba a Hércules por la barbilla, así que este  tuvo que inclinarse ligeramente para asir sus caderas y moverse intentando seguir los insinuantes movimientos de la joven.

La música pronto dejó de ser importante. Hércules solo estaba concentrado en el redondo culo de la jovencita frotándose contra la parte delantera de su cuerpo y en acariciar sus costados  intentado controlarse para no estrujar los pechos pecosos que asomaban por el escote del vestido.

Con la mirada perdida se giró hacia Nina que les observaba con una mirada triste de quién sabía que no tenía nada que hacer con una amiga tan atractiva y aventurera. Pero Hércules no estaba dispuesto a renunciar a ella, separándose un instante de Bianca se acercó a Nina y tiró de ella con suavidad hasta que se reunieron los tres en el centro de la pista. Nina era más alta y más corpulenta. Hércules midió con sus manos el largo vestido negro que se ajustaba a sus curvas resaltando sus grandes pechos y su culo grande y redondo.

Empezó agarrando a ambas por las caderas, bailando con una mujer a cada lado para luego ir girándose poco a poco hacia Nina y bailar estrechamente abrazado a ella, frotándose contra su cuerpo y explorándolo con una mano mientras invitaba a Bianca apretarse contra su espalda.

Cuando la música terminó volvieron a la mesa y terminaron sus copas. Hércules notaba en la mirada de las dos chicas que la excitación las dominaba.

Salieron del pub, ni siquiera el aire fresco de la noche disipó su deseo. Hércules les invitó a su casa tomar la última. Las dos chicas dudaron mirándose a los ojos como invitando a la otra a dejarle el campo libre...

—Vamos chicas. Sois amigas. —dijo Hércules con una sonrisa seductora— No me digáis que no estáis dispuestas a compartirme. Os prometo que no os defraudaré a ninguna de las dos.

Las jóvenes se miraron una vez más y convencidas de que la otra no cedería se encogieron de hombros y se agarraron una a cada brazo de Hércules mientras se dirigían a  buscar el taxi más cercano.

—Esto es una estupidez —dijo Nina mientras esperaban a que bajase el ascensor— Me voy a ...

Hércules no le dejó terminar. Girándola, la puso frente a él de espaldas al ascensor y acaricio su cara. Sus dedos tocaron con suavidad la línea de sus cejas, sus pómulos, su nariz pequeña y traviesa y sus labios. Nina suspiró y entreabrió sus labios con la mente en blanco. Hércules aprovechó para besarla suavemente, deslizando sus manos por sus mejillas y la línea de su mandíbula para acabar agarrando su nuca.

La lengua de Hércules entró suave y profundamente en la boca de Nina explorándola y acariciándola y cuando se dio cuenta la chica estaba respondiendo ansiosa al beso. Las puertas del ascensor se abrieron y Hércules la empujó  al interior.

Bianca entró con ellos y se puso a su lado. Hércules despegó los labios de Nina y sin dejar de acariciar su cuello y su espalda besó a Bianca. La pelirroja no fue tan remilgada y respondió inmediatamente con lascivia. Sus manos rodearon al joven palpando su culo y acariciando su paquete.

Las dos chicas sabían totalmente distinto. Hércules volvió a besar a Nina disfrutando del sabor dulce y aromático de su boca que contrastaba con el más fuerte a ginebra y tabaco de su amiga. Las puertas del ascensor se abrieron y agarrando a las dos jóvenes las llevó casi en volandas hasta la puerta de su piso.

A punto estuvo de tirar la puerta de su piso abajo de pura impaciencia, pero finalmente se contuvo y rebuscó en los bolsillos mientras las dos chicas exploraban su cuerpo entre risas.

Finalmente la puerta se abrió y en cuanto hubieron pasado la cerró de golpe mientras se abalanzaba sobre Bianca como un lobo hambriento.

—¡Hey! ¿No decías que nos ibas a invitar a la última copa? —dijo la pelirroja entre risas mientras dejaba que Hércules le arrancase la ropa a tirones hasta dejarla totalmente desnuda.

Hércules hundió sus manos en la ardiente melena de la joven y la besó. Sus labios se desplazaron por su boca y su cuello mientras sus manos y las de Nina acariciaban sus pechos, sus caderas y su espalda.

Pronto la joven empezó a suspirar y gemir excitada. Las manos de Hércules bajaron por su vientre y se enredaron en el pequeño triangulo de bello rojo que cubría su sexo. Bianca dio un respingo y separó las piernas excitada.

Con un gesto rápido le dio la vuelta poniéndola de cara a su amiga. Bianca miró a Nina, pero no como siempre, si no con una mirada cargada de deseo y excitación. Hércules no se paró a ver como los cuerpos de las jóvenes se fundían en un estrecho abrazo y se dedicó a repasar la espalda y el culo de la joven mordisqueando y lamiendo cada lunar y cada peca mientras se desembarazaba de su ropa.

Se volvió a erguir  y pegó su cuerpo contra la espalda de Bianca. Dejo que su erección descansase entre el culo y la espalda de la joven y apartó su pelo para mordisquear sus orejas.

La joven sintió el falo duro y ardiente y gimió y se puso de puntillas haciendo que descansase en la raja de su culo. Hércules frotó su polla contra ella y con una mano la dirigió hacia la entrada de su coño.

Bianca apartó sus labios de los de Nina y agarrándose a sus caderas  retrasó ligeramente su culo para hacer más fácil la penetración.

El menudo cuerpo de la pelirroja se estremeció ante el seco golpe con el que Hércules la penetró. Gimiendo de placer apoyó la cabeza en el busto de Nina mientras recibía los ansiosos embates del joven deportista.

El coño de Bianca era estrecho y resbaladizo y Hércules gozó a lo grande penetrando a la joven con golpes duros y secos mientras acariciaba sus caderas y sus pechos. Ella, temblando de placer, gemía, acariciaba y mordisqueaba los pechos de Nina a través del suave tejido del vestido.

Con un grito de frustración por parte de la joven, Hércules se apartó para agarrar a Nina y levantarle al falda del vestido. Sin ceremonias la arrinconó contra la pared besando su boca y magreando su voluptuoso cuerpo mientras acariciaba sus piernas  enfundadas en unas medias de fantasía. Nina se sobresaltó asustada cuando Hércules las separó  y poniendo una pierna  en torno a sus caderas le quito el vestido por la cabeza y  dirigió su polla al interior de su sexo.

Nina suspiró excitada y nerviosa a la vez. Sintió la polla de aquel hombre deslizarse por su interior cada vez más rápida embargándola con un intenso placer. Sin pensar cerró los ojos y le rodeo sus caderas con sus piernas. El hombre la levantó y la separó de la pared, elevándola en el aire y dejándola caer con una facilidad pasmosa. Nina disfrutó tanto del placer que le proporcionaba aquella polla dura y caliente abriéndose paso en su coño como de la sensación de estar entre aquellos brazos capaces de manejar su cuerpo como el suyo con la misma facilidad con la que manejaría el de una muñeca.

Ni siquiera sintió como su amiga le soltaba el sujetador dejando libres sus enormes pechos. Hércules llevó a la joven hasta la cama y la tumbó en el borde. Bianca se abalanzó sobre ella metiendo la cabeza entre sus piernas a la vez que ponía las suyas a ambos lados de su cabeza. Hércules observó a las dos mujeres lamiendo y chupando recíprocamente sus sexos mientras se acariciaba suavemente el miembro.

Con suavidad Hércules tiró de la melena de Bianca para erguir su tronco y le dio un largo beso. Saboreó la mezcla de sexo saliva y sudor que inundaba su boca. Sin dejar de besarla le metió de nuevo la polla a Nina y comenzó a penetrarla esta vez más suavemente. El ligero cuerpo de Bianca comenzó a moverse sobre la boca de su amiga apagando sus gemidos mientras que la lengua de Hércules apagaba los suyos formando un triangulo de ahogado placer.

Nina no aguantó más y se corrió agitándose con fuerza y lamiendo y chupando con violencia el coño de Bianca hasta que el orgasmo pasó dejándola exhausta. Hércules, con su polla balanceándose aun hambrienta empujó a Bianca tirándola en la cama justo por encima de la cabeza de Nina y la penetró antes de que la pelirroja pudiese hacer nada. La polla del hombre se abrió paso en el estrecho y encharcado sexo de la pelirroja. Bianca gemía y jadeaba hincando las uñas en la espalda de Hércules y  besando todo lo que quedaba a su alcance. Por detrás Nina sin cambiar de postura le acariciaba el ano, y besaba y chupaba sus huevos, obligando a Hércules a concentrarse para no correrse inmediatamente.

Bianca no aguantaba más, sus pechos ardían ante los apresurados besos y caricias de Hércules y su coño, asaltado sin piedad por su incansable polla empezó a emitir relámpagos de placer que se extendían por todo su cuerpo, haciéndose cada vez más intensos hasta que el orgasmo la arrasó. Tardo unos segundos hasta que se dio cuenta de que estaba gritando con todas sus fuerzas. El placer fue disminuyendo poco a poco mientras Hércules sacaba la polla de su coño inundado de jugos orgásmicos para meterla en la boca de Nina.

Hércules comenzó a follarse la boca de Nina hincándole la polla profundamente mientras la joven la acariciaba con su lengua. Tras unos segundos atrasó un poco el cuerpo y con la polla recubierta de  saliva la enterró entre los gordos pechos de Nina  comenzando a moverla mientras acariciaba y pellizcaba los pezones. Nina le miraba a los ojos y apretaba sus pechos contra la polla de Hércules tratando de captar su atención.

A punto de correrse Hércules se separó y se puso de pie dejando que las dos jóvenes chupasen y pajeasen su miembro hasta que tumbándolas sobre el suelo, eyaculó sobre la cara y los pechos de Bianca y sobre las medias de Nina con broncos gemidos.

Las jóvenes suspiraron pensando que la noche había terminado, pero Hércules no estaba ni mucho menos satisfecho. Cogiendo a Nina por el pelo la tiró de nuevo en la cama dispuesto a empezar de nuevo...

El sol de la mañana le sorprendió agotado y somnoliento, pero no dormido. La habitación apestaba a sexo y sudor mientras las jóvenes dormían abrazadas en una esquina de la cama.

Las observó un rato con un gesto satisfecho y se levantó para preparar un café bien cargado.  El aroma de la infusión despertó a las dos jóvenes que se desperezaron con todos los músculos atenazados por el intenso ejercicio de la noche anterior.

Tomaron el café en la cocina, en silencio. Sin atreverse a expresar lo que los tres pensaban. Las dos amigas se querían mucho, pero no estaban dispuestas a compartirle y Hércules, ni por un segundo había pensado en romper esa amistad. Unas miradas bastaron para saber que esa noche no se repetiría. Sin embargo compartieron el desayuno tranquilamente y se vistieron con lentitud, dejando que el joven las observase por última vez antes de desaparecer de su vida.

Bianca y Nina se despidieron con sendos besos, largos y húmedos que despertaron en el joven los intensos recuerdos de la noche anterior. Con una sonrisa traviesa desparecieron de su vida para siempre.

Aun era un poco pronto para correr, apenas había salido el sol, pero ya estaba despierto así que decidió adelantar sus planes y salir a estirar un poco las piernas. En cuestión de un par de minutos estaba saliendo de casa.

Le gustaba aquel polígono abandonado porque apenas había gente y podía desatar toda sus fuerzas lejos de miradas curiosas. Tras una rápida carrera atravesó el polígono y se internó en una estrecha senda que discurría a un lado de la autovía. Desde allí abajo podía correr midiendo su velocidad con la de los coches que pasaban sin que los ocupantes de los vehículos pudiesen verle a él.

A aquella horas los coches que pasaban por allí eran escasos así que cuando oyó a uno se preparó para competir con él. Sin embargo el   coche no pasó rápidamente. Iba despacio como buscando algo y cuando llegó al puente sobre el río frenó en seco. Hércules se acercó a la orilla, bajo el puente y esperó.

En pocos segundos vio como un cuerpo caía desmadejado al río mientras el coche arrancaba con un chirrido de neumáticos y se alejaba.

Hércules no se lo pensó y se tiró al agua. De dos potentes brazadas llegó al centro del río y atrapó el cuerpo que comenzaba a sumergirse. Lo más rápido que pudo lo sacó a la orilla y lo observó por primera vez. Era una mujer de color, salvajemente maltratada. Parecía que no respiraba. Con incertidumbre acercó el oído a su pecho...

Capitulo 6: Akanke

Unos latidos débiles y apresurados le dieron un hilo de esperanza. Apartando el pelo negro de la cara magullada de la joven, sujetó su nuca, le abrió la boca y pegó sus labios a los de ella para insuflarle aire. Una, dos, tres veces, comprobando a cada instante que el corazón seguía latiendo.

Finalmente la joven reaccionó. Hércules la puso de lado, dejando que vomitara el agua que había tragado hasta que sus pulmones solo contuvieron aire.

La desconocida soltó un gemido ronco y  trató de abrir el ojo que no tenía totalmente cerrado por la hinchazón.

—¿Cómo te encuentras? —dijo Hércules cogiendo el móvil para llamar al 112.

—No, por favor. —susurro la joven con un fuerte acento subsahariano— No llame a nadie... Me matarán...

Hércules iba a preguntarle de que demonios hablaba, pero la joven se había vuelto a desmayar. Se quedó allí mirándola con cara de tonto, sin saber qué hacer. Finalmente se inclinó sobre ella para examinarla y buscar una identificación.

Por toda indumentaria llevaba una escueta minifalda que apenas ocultaba un tanga blanco transparente y un corsé blanco salpicado de sangre. La cacheó con timidez, pero no encontró nada y tampoco en los gastados zapatos de tacón que calzaba. Tenía toda la pinta de ser una prostituta con la que un cliente se había pasado tres pueblos.

Pensó llamar a emergencias de todas maneras, pero el rostro hinchado y el cuerpo maltratado de la joven hacían que pareciese tan débil en indefensa que no pudo evitar compadecerse de ella.

Después de asegurarse de que no había nadie en los alrededores, envolvió a la joven con la chaqueta de su chándal y la llevó en brazos con la mayor suavidad que pudo. Afortunadamente era fin de semana y pudo llegar casi hasta su casa sin cruzarse con nadie. Cuando llegó a calles más transitadas la depositó en el suelo y cogiéndola por la cintura le puso la capucha del chándal para que no se viese su cara magullada y la llevó medio en volandas como si fuese una chica que se había pasado con las copas la noche anterior.

En cuanto entró en su piso la llevó directamente al baño. Con cuidado le quitó la poca ropa que tenía. La joven tenía la piel de gallina y estaba tiritando semiinconsciente. Tenía un cuerpo bonito, esbelto y bien proporcionado con un culo redondo y musculoso y unas tetas bastante grandes con los pezones pequeños y negros como el carbón. Examinó su cuerpo y encontró un buen numero de golpes, escoriaciones y moratones, pero no parecía tener heridas graves ni  ningún hueso roto.

Lo que peor pinta tenía era la cara; parecía que alguien se había ensañado con ella a conciencia. Tenía un ojo terriblemente hinchado y el otro casi cerrado. Uno de sus gruesos labios estaban partidos y de la nariz bajaba un pequeño reguero de sangre seca. Dejó a la joven envuelta en toallas mientras preparaba un baño de agua tibia. Añadió unas sales e introdujo a la joven poco a poco en él.

El calor del agua surtió efecto rápidamente y la joven se despertó desorientada.

—No, por favor. No me pegue más. —dijo aterrada retrocediendo hasta topar con el borde de la bañera.

—Tranquila. Estás a salvo. Nadie te va a hacer daño. —dijo Hércules intentado tranquilizarla.

Con suavidad apoyó la mano en el hombro de la joven y la invitó a introducirse en el agua caliente. La mujer suspiró y se dejó hacer mansamente.

—Soy Hércules, te encontré en el río, y te he traído a mi casa. Aquí estas a salvo. ¿Cómo te llamas?

—Yo, me llamo, mi nombre... Akanke, me llamo Akanke. —respondió la prostituta como si hiciese mucho tiempo que nadie la llamaba así.

—Es un nombre muy bonito. —dijo Hércules cogiendo una esponja y gel de baño y ofreciéndoselos a la joven.

Akanke cogió la esponja, pero sus manos le temblaban y apenas podía sostenerla víctima del dolor y la extenuación.  Hércules se la quitó de las manos con delicadeza y puso una dosis de gel. Acercando la esponja con lentitud, la aplicó con suavidad al rostro borrando con toda el cuidado de que era capaz los rastros de sangre de la nariz y de los arañazos de su rostro.

La joven apretó los dientes y aguantó el escozor que le producía el gel en las heridas sin moverse, dejando hacer a Hércules que aprovechó para observar la frente lisa, las cejas finas y arqueadas las pestañas largas y rizadas y los ojos grandes y negros a pesar de la fuerte hinchazón. Su nariz era pequeña y ancha aunque no demasiado y sus labios gruesos e invitadores. Apartó la espuma de la nariz hacia los pómulos oscuros y tersos. En condiciones normales debía ser una joven muy hermosa...

Akanke suspiró y trató de sonreír. Hércules bajó la esponja y recorrió su cuello restregándolo con suavidad admirando su delgadez y su longitud. Repentinamente se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Cogió aire profundamente y recorrió los hombros y las clavículas. Akanke dio un respingo al sentir la esponja en un verdugón especialmente grande que tenía en el hombro derecho. Se disculpó con timidez y escurrió la esponja evitando rozarlo de nuevo.

La joven se arrodilló sin que se lo pidiese dejando todo el cuerpo por encima de su cintura fuera del agua. Su piel brillaba como una perla negra y sus pechos grandes y redondos con unos pezones pequeños y aun más negros le atraparon.

Bajó la esponja y recorrió sus clavículas de nuevo antes de rodear los pechos y acariciar el vientre, los costados y la espalda con la esponja. Cuando se atrevió a recorrer los pechos con la esponja los pezones se contrajeron inmediatamente y Akanke suspiró ahogadamente.

Controlando los bajos instintos que pugnaban por salir, siguió frotando los pechos de la joven hasta que con evidentes muestras de dolor y apoyándose en los hombros de Hércules se levantó. Hércules, concentrado en su tarea, siguió enjabonando aquel cuerpo digno del de una diosa, de piernas largas, muslos potentes y culo portentoso negro y brillante como el de una  pantera, procurando concentrarse en su tarea.

Cuando Hércules terminó, la joven volvió a dejarse caer en el agua hasta que solo asomó la cabeza en medio de aquel torbellino espumoso. Hércules cogió un poco de champú e intentó lavarle el pelo, pero la postura era un poco incomoda. Akanke se dio cuenta y mirándole adelantó su cuerpo dejando un hueco detrás.

Hércules no se hizo de rogar. Se desnudó y se colocó detrás de la joven, pasando las piernas por los lados de su cuerpo y envolviéndola así con su corpulencia. Akanke echó el pelo hacia atrás. Tenía una melena larga, lacia, de color negro brillante. Hércules la cogió con ternura y la restregó haciendo abundante espuma y deshaciendo los pegotes de sangre y cieno procedente del río. Restregó el cuero cabelludo con suavidad sintiendo la espalda de la joven pegada contra la parte delantera de su cuerpo. Aclaró el pelo con agua limpia y sin saber muy bien que hacer la abrazó con suavidad.

La joven no aguantó más y comenzó a gemir suavemente acurrucándose contra el cuerpo de Hércules, dejando que las lágrimas corriesen libremente por sus mejillas mientras Hércules la acogía con su cuerpo y la rodeaba con sus brazos estrechamente...


Akanke  se sentía totalmente superada por los acontecimientos. Había pasado de recibir una paliza de muerte y estar a punto de morir ahogada por intentar cobrar un servicio a estar en una bañera de agua tibia abrazada protectoramente por un hombre fuerte y atractivo.

Hubiese querido quedarse allí sumergida para siempre, arrebujada en los brazos de aquel generoso desconocido, pero el agua terminó por enfriarse y el hombre se levantó y la ayudó a salir del agua con suavidad.

Estaba tan débil y dolorida que se hubiese caído de no haber sido porque el hombre la sujetó por la cintura. El miembro de Hércules golpeó involuntariamente contra su culo. El hombre turbado se apartó fingiendo buscar una toalla.

Mientras tanto, ella se mantuvo a duras penas en pie, con las manos apoyadas en el lavabo y temblando de frío de nuevo. El hombre se acercó con una toalla. Con extrema delicadeza enjugó todo rastro de humedad de su cuerpo. Acostumbrada a las estropajosas y mugrientas toallas del piso donde dormía, aquella toalla le produjo un placer casi sexual que le hizo olvidar el dolor que atenazaba su cuerpo.

Con el único ojo que podía entreabrir observó la expresión de aquel hombre grande y corpulento concentrado en secar con delicadeza las zonas más magulladas. El ceño fruncido, los grandes azules entrecerrados y los labios torcidos. Sintió la tentación de besarlos y se contuvo conformándose con la increíble sensación de sentirse humana de nuevo.

Cuando el hombre terminó la tarea, cogió otra toalla más pequeña y con ella arrebujó su melena haciendo un turbante con una habilidad que no creía posible en un hombre.

—Tengo dos madres. —dijo Hércules al ver la mirada de extrañeza de la joven.

Con una sonrisa tranquilizadora abrió el botiquín de donde sacó Vetadine, unas gasas y Trombocid y lo aplicó en todas sus heridas. Por último cogió dos antiinflamatorios y un vaso de agua y se los ofreció a Akanke que los tomó con un largo trago.

Hasta que Hércules no le envolvió el cuerpo con un grueso albornoz no se dio cuenta de que estaba totalmente desnuda, lo mismo que él. El hombre la cogió por la cintura e intentó ayudarle a caminar, pero Akanke, agotada, trastabillo y estuvo a punto de caer. Con un gesto protector él la cogió en brazos. Akanke recostó la cabeza en el amplio y musculoso pecho y se dejó llevar sin pensar, solo concentrada en absorber  el calor y la bondad  que irradiaba aquel desconocido.

Creía que ya no le quedaban lágrimas, pero un par de ellas escaparon del ojo cerrado. Eran lágrimas de agradecimiento. El hombre la depositó en una cama sobre el colchón más cómodo que había tenido nunca bajo su cuerpo y la cubrió con un pesado edredón.

Antes de que pudiese agradecerle nada desapareció por la puerta. Volvió un par de minutos después vistiendo unos bóxers con una taza de cacao caliente. La ayudó a incorporarse mientras bebía el chocolate. El bebedizo, junto con el albornoz y el edredón consiguieron que su cuerpo estuviese ardiendo en cuestión de minutos.

Cuando se cercioró de que Akanke estaba cómoda se aproximó a la ventana. Fuera el sol ya estaba alto e inundaba la calle de una luz intensa. Bajó la persiana hasta dejar la habitación en penumbra y se dirigió a la puerta para dejar dormir a la joven.

—No, por favor. No te vayas. Quédate conmigo... Por favor.

Hércules sonrió y se tumbó a su lado, encima del Edredón. El pesado brazo del hombre descansaba sobre uno de sus dolorosos moratones, pero Akanke no dijo nada y sonrió en la oscuridad. Durmió doce horas seguidas sin pesadillas por primera vez en mucho tiempo.

Capítulo 7:  De compras.

Los días fueron pasando rápidamente y el color de los moratones también. La joven fue recuperándose poco a poco y  menos de una semana después ya parecía totalmente recuperada. Incluso había recuperado algunos kilos extra que hacían sus curvas aun más atractivas.

Hércules se las había arreglado para cuidar de la joven, ir a clase y no perderse demasiados entrenamientos El piso de Hércules era el antiguo piso de estudiante de su abuelo, así que no tenía que compartirlo con nadie y no tuvo necesidad de dar explicaciones. Cuando llegaba, la joven le estaba esperando con un aire entre ansioso y agradecido. Hacia la cena con lo que encontraba en casa o lo que había comprado él y cenaban los dos en la cocina, sin interrupciones, disfrutando de la presencia del otro.

Con el paso de los días Hércules había pasado de sentir lástima por la joven a sentir una irresistible atracción por aquella mujer dulce e increíblemente hermosa. Todavía no podía entender como alguien pudo darle aquella paliza tan horrorosa. Cada vez que lo pensaba la sangre le hervía y sentía la tentación de salir ahí fuera y matar a esos canallas. De haber sabido su identidad dudaba de que pudiese haberse contenido.

Cuando la cena terminó, ambos se acostaron en la vieja cama de su abuelo, ella bajo el acogedor edredón y él encima, abrazándola castamente. Desde el baño no habían vuelto a verse desnudos  y pese a que la necesidad de poseer a la mujer era casi física, no se atrevía siquiera a proponer sexo a una mujer que había sufrido tantas vejaciones.

El sábado amaneció frío pero radiante. Ese fin de semana no había partido así que se quedó hasta tarde en la cama. A eso de las diez se levantaron y se prepararon un buen desayuno.

—Creo que es hora de salir  a dar un paseo ahí fuera. —dijo Hércules  observando como la cara de la joven apenas mostraba rastros de la brutal paliza.

—Yo, no... No creo que pueda. —tartamudeó la joven— Me estarán buscando... No quiero.

—Tranquila. —dijo Hércules abrazándola— Estás conmigo. Conmigo estás segura.

—No los conoces son una gente terrible...

—Tampoco ellos me conocen a mí. —replicó él seguro de sí mismo— Además esta ciudad es muy grande y donde pienso llevarte no creo que te los encuentres.

Ella intentó resistirse, pero él la mandó a vestirse con un tono que no admitía replica. En poco minutos salió vestida con un par de prendas que le había comprado Hércules  en un mercadillo. A pesar de que no conjuntaban y ni siquiera eran su talla a él le pareció que estaba preciosa. La joven se dio cuenta de la mirada de Hércules y sonrió tímidamente.

Cuando salió por la puerta, Akanke miró a uno y otro lado como si esperase que unos energúmenos apareciesen por la esquina para llevársela. Hércules la cogió por los hombros para darle un poco de confianza y la ayudó a subir al coche.

En menos de veinte minutos estaban en el centro. Natalia ya les estaba esperando impecablemente vestida y con ese aire de seguridad y eficiencia que desprenden todos los asesores de imagen. Natalia era una vieja amiga de su madre y una de las mejores personal shopper de la ciudad. En cuanto vio a la joven se mostró admirada de su belleza y horrorizada con su vestimenta.

Durante las siguientes tres horas Akanke estuvo probando y comprándose ropa siguiendo los consejos de la mujer mientras Hércules se limitaba a pasear por las tiendas con aire ausente. Poco a poco Akanke empezó a sentirse segura y hasta disfrutó del día de compras. Cada vez que Hércules sacaba la tarjeta, la joven decía que no necesitaba tanta ropa y que se sentía un poco avergonzada, pero él insistía y hacía señas a Natalia para que se la llevara mientras el cargaba con las bolsas. Aquella ropa no compensaría sus sufrimientos, pero  si conseguía que Akanke se olvidara de ellos, al menos por unos segundos, el dinero estaría bien empleado.

Cuando terminaron eran casi las dos de la tarde y Akanke, a pesar de haberlo pasado muy bien, daba muestras de cansancio. Tomaron un café cerca de la última tienda dónde habían estado y se despidieron de Natalia. De camino a casa, con el maletero hasta arriba de ropa, Akanke aunque agotada, seguía mirando hacia atrás  acosada por los fantasmas de su pasado. Hércules no le dio importancia y pensó que con el tiempo se sentiría más confiada y el hábito terminaría por desaparecer.

Cuando finalmente llegaron a casa hasta Hércules se sentía agotado. Encargaron un poco de comida por teléfono, comieron sopa de marisco y alitas de pollo y se tumbaron en el sofá.

Se despertaron con el sol ya bajo en el horizonte. La habitación estaba en penumbra y la televisión funcionaba con el volumen al mínimo. Tras desperezarse Akanke le dijo que esperase en el sofá que iba a ponerse uno de los conjuntos que había comprado para que lo viese.

Hércules esperaba sentado en un viejo sofá de orejas que apareciese con alguno de los espectaculares vestidos que había comprado, pero la joven apareció llevando únicamente un sujetador, un escueto tanga de seda blanca y unas sandalias de tacón plateadas.

—Akanke, de veras que no hace falta...

—Calla —dijo ella poniéndole el dedo en los labios y arrodillándose frente a él— Es la primera vez que voy a hacer esto en mi vida por gusto y no porque este obligada o por dinero.

Hércules intentó negarse de nuevo, pero la generosa porción de los pechos de Akanke que le permitía ver el sujetador acabaron con su voluntad y dejó que la joven le recorriese la entrepierna con unas manos  de dedos largos, finos y suaves.

Su polla reaccionó casi inmediatamente poniéndose dura como el acero. La joven sonrió y abrió los pantalones liberando el miembro de Hércules de la prisión de sus calzoncillos. Con lentitud fue bajando los pantalones y la ropa interior, besando y mordisqueando las piernas de Hércules, hasta que dejarlos enrollados en torno a sus tobillos.

Akanke posó sus manos largas y finas sobre los reposabrazos del sofá y se fue incorporando lentamente hasta que sus labios gruesos y seductores tropezaron con los huevos de Hércules haciendo que este se estremeciese.

Aquellos labios cálidos y seductores recorrieron el tronco de su polla y besaron con suavidad el glande antes de seguir trepando por sus abdominales y sus pectorales. A medida que se incorporaba el cuerpo y los pechos de la joven rozaban su piel inflamándola y haciendo que el deseo aumentase hasta casi hacerse doloroso.

Mordiéndose el labio inferior, se separó y se puso de pie, dejando que admirase su cuerpo a placer antes de inclinarse sobre él y darle un beso largo y suave. Sus labios se entrelazaron con los de ella. Los tanteó y los saboreó con lentitud mientras sus ojos se fijaban en aquellos pechos grandes y oscuros que pugnaban por salir del níveo sujetador.

Finalmente abrieron la boca y sus lenguas se tocaron. Akanke gimió quedamente y se sentó sobre Hércules. Agarró a Hércules por la nuca y sin separar sus labios de los de él, comenzó a mover las caderas con lentitud rozando la polla del hombre con sus diminutas braguitas.

Jamás había sentido nada parecido. Por primera vez en su vida sentía la necesidad física de hacer el amor con un hombre. Notaba como su coño se empapaba con cada roce, cada caricia y cada beso. Las manos de Hércules la rodearon acariciando su melena y su espalda antes de soltarle el sujetador.

Por primera vez un hombre acarició sus pechos con delicadeza y no los estrujaba y los golpeaba o retorcía dolorosamente sus pezones como sus antiguos clientes solían hacer.

Con un escalofrío, la joven se zafó del abrazo y se arrodilló de nuevo frente a él. Sus dedos delgados y finos atraparon el tronco de su polla y la acariciaron suavemente haciendo que su miembro se estremeciera hambriento.

Akanke sonrió y acercó su boca a la punta de su glande. La sensación fue inigualable cuando lo suaves labios contactaron con la sensible piel de su polla. Hércules alargó las manos hacia la cabeza de la joven y le recogió la melena con ellas para poder ver como lamía con suavidad su miembro antes de metérselo en la boca.

La calidez y la humedad de la boca de Akanke unida a las suaves caricias de su lengua casi hicieron que perdiese el control. Respirando profundamente logró controlarse mientras la joven subía y bajaba por su miembro acompañando los movimientos de su boca con las caricias de aquellos dedos largos y suaves en los huevos y la base de su miembro.

Akanke apartó las manos de los testículos del hombre para posarlas sobre su abdomen y así sentir las involuntarias contracciones de sus músculos por efecto del intenso placer que le estaba originando.

Cada vez más excitado comenzó a mover con suavidad sus caderas mientras la joven se quedaba quieta y chupaba su miembro con fuerza hasta que con unos gemidos le indicó que estaba a punto de correrse.

La joven apartó la boca y siguió pajeando la polla de Hércules hasta que este no pudo más y se corrió con un ahogado quejido. El semen salpicó las manos y el busto de la joven haciendo contraste con la oscuridad de su piel.

Hércules se irguió y desembarazándose de los pantalones la cogió en brazos y la llevó al dormitorio. Akanke respiraba entrecortadamente dominada  por la excitación. Cuando la dejó sobre la cama se quedó allí tumbada de lado con las piernas encogidas. Él se acercó y le acarició con suavidad los muslos y el culo hasta que la joven se giró y abrió las piernas suspirando nerviosa.

Sus labios se acercaron a su sexo y lo besaron con suavidad haciendo que la joven se retorciese. Los labios de la vulva hinchados y abiertos rezumaban flujos que Hércules recogía y saboreaba con deleite.

Jamás había sentido un placer similar, Akanke gemía y tiraba del pelo de Hércules mientras este recorría desde su clítoris hasta la entrada de su ano con su lengua. El calor y la suavidad de la boca de su amante hicieron que su sexo hirviese y el placer irradiase desde su pubis hasta el último recoveco de su cuerpo haciendo que su espalda se combase y todos sus músculos se contrajesen de la cabeza a la punta de los pies.

Recorrida por un tumulto de sensaciones la  joven se dio la vuelta y separó las piernas dejando que los dedos de Hércules la penetrasen. En ese momento su amante exploró su sexo con paciencia hasta que encontró lo que buscaba. Akanke gritó y se agarró a las sábana con desesperación mientras él continuaba estimulando su zona más sensible mientras le acariciaba el pubis con la lengua.

La joven no aguantó más que unos segundos arrasada por el primer orgasmo que sentía en su vida. Gimiendo y jadeando se derrumbó agotada mientras Hércules se tumbaba a su lado y apartándole el pelo húmedo de la cara  la besaba de nuevo...


Hades observó a la pareja dormir abrazada después de haber  hecho el amor. Desde su nacimiento había seguido la vida de Hércules con curiosidad. Como crecía y maduraba hasta convertirse en un joven amable y desenvuelto que no carecía de atractivo físico. Las chicas se lo rifaban y él había tenido relaciones fugaces, nada serio hasta que esa joven se había cruzado en su vida por azar. Eso era  amor verdadero y cumpliendo el trato que había cerrado con Hera tendría que destruirlo. Era injusto, aquella joven nunca había tenido suerte y ahora que por fin parecía que todo se iba a arreglar,  intervendría él. Por un momento se le pasó por la cabeza tratar de convencer a Hera, pero luego pensó en lo aburrido que había estado el Olimpo estos últimos siglos. Quizás una buena pelea entre Hera y Zeus animaría un poco el cotarro y quién sabía cómo podía acabar aquello. Así que borró la imagen de la joven prostituta de su mente y  comenzó a hacer preparativos.

Capítulo 8: Tierra prometida

El amanecer les sorprendió abrazados en la misma postura. Hércules se despertó un poco desorientado hasta que reconoció el cuerpo de Akanke descansando plácidamente entre sus brazos. Aprovechó para observar su precioso rostro expresando por fin serenidad y paz.

No pudo evitar acercar la mano y acariciar con suavidad aquellos pómulos tersos color ébano y los labios gruesos que tanto placer le habían dado la noche anterior. La joven suspiró y abrió los ojos grandes y negros. Al descubrirle observándola no pudo evitar apartarle la cara con la mano mientras sonreía.

—No hagas eso por favor.

—¿El qué? —preguntó Hércules.

—Mirarme así.

—¿Por qué? —insistió él divertido.

—No lo merezco. —dijo ella en tono compungido— He hecho cosas muy feas...

—No digas tonterías. Tú no eres culpable de lo que te ha pasado. Y lo que ha hecho, lo has hecho para sobrevivir.

—No sabes nada. —dijo Akanke a punto de llorar.

—Pues cuéntamelo. Cuéntame tu historia Akanke. Quiero saberlo todo de ti, lo bueno y lo malo. Quiero saberlo todo de la mujer que amo.—dijo Hércules acariciando la oscura melena de la joven.

—Está bien, —respondió ella con un escalofrío al escuchar las palabras de Hércules— pero prométeme que no intentarás hacer ninguna tontería. Te quiero y lo único que quiero de mi pasado es olvidarlo. Nada de venganzas ni ajustes de cuentas.

—Prometido. —replicó Hércules.

—No sé por dónde empezar...

—¿Qué te parece por el principio?

Nací en una pequeña aldea cerca de Onuebu, a orillas de uno de los brazos menores del delta del Níger. Pasé toda mi infancia sin alejarme más de diez kilómetros de la aldea así que cuando vinieron unos hombres bien vestidos de la capital, buscando jóvenes guapas para servicio doméstico en Europa, no me lo pensé y accedí de inmediato, antes incluso de que hablasen de la pequeña compensación económica que recibirían mis padres.

Así que en mi inocencia hice un pequeño hato con las cuatro cosas que me pertenecían y subí al todoterreno. Una vez en él, me llevaron a Lagos donde  hice los trámites para conseguir un  pasaporte que jamás llegué a ver. Aquellos hombres me llevaron  a un piso donde había otra docena de mujeres esperando partir. La cara de incertidumbre que expresaban hizo que mi confianza se evaporara. Intenté idear una excusa y volver a mi casa, pero el hombre que se encargaba de nuestra "seguridad" se mostró inflexible y no me dejó salir. En ese momento descubrí que estábamos encerradas y cuando intenté protestar recibí un bofetón por toda respuesta.

Las mujeres siguieron llegando hasta que formamos un grupo de alrededor de veinte. Entonces llegó Sunday con su metro noventa, su sonrisa cruel y sus manos grandes y cargadas de anillos. Nos obligó a levantarnos y nos miró una a una evaluándonos. Tras desechar a una de nosotras, aun no sé el motivo, nos dijo que al día siguiente partiríamos en un pesquero rumbo a España y que el viaje no sería gratis. Que nos descontarían del sueldo el coste del viaje. Nunca nos llegaron a decir a cuánto ascendía nuestra deuda y la única mujer que se atrevió a preguntarlo recibió una paliza de muerte.

El viaje fue una pesadilla. Apiñadas en la pequeña bodega que apestaba a pescado podrido de un pesquero, balanceadas por las enormes olas del Atlántico. Pasamos mareadas y bañadas en nuestros propios vómitos la mayor parte del viaje, sin llegar a ver el sol en toda la travesía.

El pesquero nos desembarcó en una pequeña cala solitaria, mareadas, famélicas, medio muertas. Sunday nos estaba esperando, impecablemente vestido, como siempre y nos hizo subir a una furgoneta. Nos llevaron a un chalet solitario en medio de las montañas. Estábamos, solas, hambrientas y sucias en un país extranjero, sin conocer su idioma, sus hábitos ni sus costumbres, no nos podíamos sentir más vulnerables.

Cuando llegamos nos permitieron ducharnos y nos dieron ropa, un tenue hilo de esperanza creció en mí, pero cuando nos reunieron a todas en el salón del chalet todo se vino abajo. Los hombres llegaron y con sonrisas que no auguraban nada nuevo, cogieron a las mujeres y se las llevaron a distintas habitaciones.

Un tipo gordo y bajito se acercó a mí y me olfateó como una comadreja. Yo cerré los ojos temblando, esperando no sé muy bien qué. Se oyó un ruido y el hombre se retiró renegando. Cuando abrí los ojos Sunday estaba frente a mí con la sonrisa blanca y afilada de una pantera.

Me cogió por el brazo y tirando de mí me llevó a una habitación con una gran cama por toda decoración. No se anduvo por las ramas y en cuanto cerró la puerta me ordenó desnudarme. Yo me encogí, poniendo los brazos por delante en postura defensiva. Sunday se acercó a mí me miró y me dio un doloroso bofetón antes de repetir la orden.

Temblando de pies a cabeza y con la cara marcada por los anillos de Sunday me quité la ropa poco a poco. Llevado por la impaciencia el mismo terminó por quitarme la ropa interior de dos tirones dejándome totalmente desnuda. Con una sonrisa de lujuria me amasó los pechos y magreó mi cuerpo diciéndome que era muy bonita y que iba a ganar mucho dinero conmigo.

Yo ya estaba aterrada y el hombre ni siquiera había empezado. Con parsimonia se acercó y me besó. Yo traté de resistirme, pero él me obligó a abrir la boca y metió su lengua dentro de  mí unos instantes. A continuación lamió mi cuello y mis pechos y mordió mis pezones hasta hacerme aullar de dolor.

Intenté escapar, pero él me cogió y me tiró sobre la cama y a continuación se tumbó sobre mí inmovilizándome con su peso. Impotente sentí como el hombre hurgaba entre mis piernas mientras se sacaba un miembro  grande, grueso y duro como una piedra de sus pantalones.

Lo balanceó frente a mí disfrutando de mi terror. A continuación se escupió en él y sin más ceremonia me lo hincó dolorosamente hasta el fondo. Grite y me debatí mientras el hombre inmovilizaba mis muñecas y me penetraba con rudeza. Yo lloraba y suplicaba, y gritaba pidiendo auxilio, pero mis gritos se confundían con los de mis compañeras de infortunio.

Llegó un momento que el dolor se mitigó un poco y pasé a no sentir nada. Dejé de resistirme y gritar y dejé que aquel hombre hiciese con mi cuerpo lo que quisiese mientras apartaba la cara y las lágrimas corrían por mis mejillas.

Tras lo que me pareció una eternidad Sunday gimió roncamente y con dos brutales empujones se corrió dentro de mí. Aquella bestia se dejó caer sobre mi aplastándome y cubriendo mi cuerpo con su repugnante hedor. Cuando finalmente se levantó yo estaba agotada, dolorida y sucia. Solo deseaba dormir para no volver a despertar, pero a la mañana siguiente volví a despertar y Sunday volvía a estar ante mí desnudo preparado para continuar con lo que él llamaba mi adiestramiento.

Las violaciones y las palizas continuaron durante  semanas hasta que todas nos convertimos en una especie de zombis que accedían a cumplir cualquier orden de nuestros captores.

Una noche nos subieron a dos furgonetas y nos llevaron a la ciudad. Allí nos soltaron en un polígono industrial con la orden de que debíamos recaudar al menos trescientos euros si queríamos comer al día siguiente.

A partir de aquel momento nuestra vida fue una monótona sucesión de noches de sexo sórdido en el interior de coches o contra  contenedores de basura y días de sueño intranquilo acosadas por terribles pesadillas. Yo aun tenía la esperanza de que si lograba reunir el dinero ue les debía  me dejarían libre así que, haciendo de tripas corazón, me apliqué lo mejor que pude. En poco tiempo me hice con una clientela fija y empecé a ganar más del doble que las otras chicas, así que Sunday me alejó de las calles y me metió en "Blanco y Negro" un club de carretera dónde supuestamente solo iba lo mejor.

Una noche, tres hombres me alquilaron para llevarme a una fiesta. En realidad no había tal fiesta y me follaron en el coche. Cuando les pedí el dinero me dieron una paliza tan fuerte que perdí el conocimiento. Lo siguiente que recuerdo son tus brazos  llevando mi cuerpo vapuleado y aterido de frío a tu casa...

Las lágrimas corrían incontenibles por las mejillas de Akanke mientras terminaba el relato. Hércules que no había dejado de acariciarla durante su relato. La besó y recogió con sus labios aquellas lágrimas susurrándole palabras de consuelo. Embargado por una profunda emoción, Hércules se vio impelido a abrazar a la joven estrechamente hasta que dejó de llorar.

—Ahora estás conmigo. Nunca volverás a sentirte así, te lo prometo. Conmigo estás segura.

La joven sonrió y le besó en los labios, sin saber muy bien cómo, el beso se prolongó, se hizo más profundo y ansioso y Hércules terminó haciéndole el amor, con suavidad, haciéndola sentirse amada y protegida.

Pasaron toda la mañana haciendo el amor y decidieron pegarse una ducha e ir a comer algo por ahí.

Akanke se puso un vestido blanco, largo y ceñido que resaltaba su figura espectacular. Se había atado el pelo en una tirante cola de caballo y Hércules no pudo evitar darle un largo beso antes de salir por la puerta.

Comieron en un restaurante cercano y decidieron dar un paseo por el parque. No podía apartar las manos de la joven y Akanke agradecía silenciosamente cada contacto.


Ahora entendía la desaparición de aquella pequeña furcia. Llevado por una indefinible desazón Sunday había salido a dar una vuelta en el coche. Condujo sin rumbo, girando al azar en los cruces a izquierda y derecha, disfrutando de los cuatrocientos caballos de su BMW y justo cuando estaba a punto de volverse a casa, esperando en el semáforo, la vio pasar espectacularmente vestida del brazo de un tipo grande como un armario.

¿Qué posibilidades había de  encontrarse a su puta preferida, por pura casualidad en una ciudad tan grande, en un barrio por el que normalmente no pasaba? Definitivamente los dioses estaban con él.

Sin hacer caso de la señal de prohibido aparcar dejó el coche en el primer hueco que encontró y siguió a los dos tortolitos. Observó como su zorra se dejaba acariciar el culo por su nuevo chulo haciendo que la rabia creciese en su interior. Se lo iba  a hacer pagar.

El paseo duró unos minutos y les siguió mientras enviaba un mensaje a Tico y a Slim diciéndoles que dejasen lo que estaban haciendo y viniesen hasta el parque. Gracias al wasap parecía otro gilipollas obsesionado con el móvil mientras organizaba el seguimiento de la pareja sin ser vistos.

Con una sonrisa vio como el hombre entraba en un edificio de ladrillo cara vista. Slim, que se había mantenido en reserva hasta ese momento se acercó lo suficiente para poner el pie antes de que se cerrase la puerta de entrada.

El esbirro de Sunday dejó que la pareja entrase al ascensor y esperó para ver en que piso se paraba. Abrió la puerta a sus compañeros e indicó a su jefe el piso en el que se había parado. Sunday subió hasta el quinto piso y avanzó silenciosamente por el pasillo. Se agachó y pegó los oídos a las puertas de las tres viviendas que había en el piso.

Con una sonrisa escuchó susurros ahogados y gemidos apagados... Tenían que ser ellos. Podía entrar ahora, pero seguramente ese gilipollas les causaría problemas, mientras que si hablaba con la joven a solas y aprovechaba su sorpresa amenazándola con matar a aquel idiota y a toda su familia, probablemente se la llevarían sin armar jaleo.

Tras cerciorarse por última vez, se escurrió en silencio y salió del edificio donde sus esbirros le esperaban. Inmediatamente dio instrucciones para que vigilasen el piso y le avisasen en cuanto el tipo saliese solo de casa.

Capítulo 9: Amor cruel

Hércules no podía  apartar las manos de la joven. El vestido y  los tacones resaltaban sus curvas y su sonrisa dulce y sus ojos grandes que no dejaban de mirarle, le excitaban sobremanera.

En cuanto cerró la puerta, Akanke se encaró a él y sonrió. Con aquel vestido blanco estaba espléndida. Su curvas llenaban y estiraban el tejido dándole una formidable figura de reloj de arena y su piel oscura y satinada hacía un contraste perfecto. Seguía sin comprender como alguien podía maltratar a aquel angel que le sonreía con adoración. Estaba totalmente enamorado de ella deseaba abrazarla y protegerla. Llevarla a hacer todas las cosas que haría una joven de su edad y que hasta ahora ella nunca había podido hacer.

Hércules acercó sus manos y acarició a la mujer. Inmediatamente percibió como  sus  caricias incendiaban el cuerpo de la joven que temblaba y gemía apagadamente. Sin contenerse más, la abrazó estrechamente y le dio un largo beso. Las lenguas se juntaron y se exploraron hasta que la falta de aire les obligó a separarse. Hércules aprovechó para acariciar la frente los pómulos y los labios de la joven. Akanke atrapó sus dedos con la boca y los lamió lentamente mientras le miraba a los ojos.

Sus manos se cerraron en el culo de la joven, lo acariciaron y lo estrujaron con fuerza a través de la suave tela del vestido mientras enterraba la cara en el cuello de la joven, aspirando el intenso aroma que emanaba. Lo besó y lo mordió suavemente mientras Akanke acariciaba y tironeaba de su pelo respirando apresuradamente.

Hércules le bajó el tirante del vestido  descubriendo uno de sus pechos. Acercó su boca y se metió el pezón, chupándolo con suavidad sintiendo con su lengua como crecía y se endurecía. Un nuevo lametón, un nuevo suspiro de ella, que arrinconada contra la pared, no podía evitar temblar de deseo de la cabeza a los pies.

Hércules volvió a besarla mientras la joven le quitaba la camisa y acariciaba su pecho y su abdomen. Sus cuerpos contactaban y se frotaban controlados por un deseo incontenible. Las manos de Akanke abrieron los pantalones y se colaron en el interior de los calzoncillos palpando su polla con las manos suaves y calientes. Hércules suspiró y agarró los pechos de la joven estrujándoselos, esta vez con más violencia, acuciado por el deseo.

Akanke había liberado su polla y la pajeaba y la frotaba contra el suave tejido que cubría sus muslos devolviéndole los besos e incendiando la piel de su cuello con sus labios.

Incapaz de contenerse un segundo más le arremangó la falda del vestido y separándole las piernas le metió la polla lentamente, disfrutando de cada centímetro de aquel húmedo y cálido pasadizo, disfrutando del prolongado temblor del cuerpo de la joven al sentir su miembro dentro de ella.

Enterró la cabeza en el cuello palpitante de Akanke y agarrándola por las caderas separó su culo ligeramente de la pared y empezó a moverse con suavidad dentro de ella, sintiendo el placer de la joven como si fuera suyo. Su polla, dura como el acero, se abría paso en el delicado coño de la joven enviándole intensos relámpagos de placer.

Akanke envolvió sus caderas con las piernas y sin dejar de gemir se dejó llevar hasta la cama, pero cuando el intentó tumbarla en ella acercó la boca a su la oreja y en susurros le suplicó que se sentase en el borde con ella encima.

Hércules se sentó y observó expectante como ella se soltaba el pelo y le miraba a los ojos intensamente. La joven posó una mano sobre su hombro con suavidad y comenzó a mover sus caderas arriba y abajo apuñalándose  profundamente con la polla. Akanke gemía y se retorcía, sus pechos saltaban y su cuerpo se cubría de sudor por el esfuerzo, pero ella no apartaba sus grandes y oscuros ojos de los de él. Hércules observó su mirada velada por el deseo que solo apartó por efecto de un intenso orgasmo. La joven tembló y se paralizó. Hércules la levantó en vilo y siguió follándola ahora con más fuerza.

Cuando la tumbó sobre la cama, la joven encogió las piernas bajo el cuerpo de Hércules y lo rechazó con una sonrisa traviesa. Antes de que Hércules volviese a acercarse se escurrió y lo dejó sentado sobre la cama mientras se quitaba el vestido y exhibía su cuerpo ante él.

Akanke se dio la vuelta y se acercó a la pared. Apoyando las manos en ella, giró la cabeza y le invitó con un gesto a follarla. Hércules se acercó observando cómo los jugos orgásmicos escurrían por el interior de sus muslos. Cogiendo la melena besó su espalda y la penetró de nuevo. Los rápidos empujones hicieron que ella volviera a gemir excitada. Hércules tiró de su pelo obligándola a girar la cabeza y la besó sin dejar de follarla.

Tras deshacer el beso, Akanke adelantó sus caderas dejando que la polla de su amante saliese de su coño. Cuando Hércules intentó volver a penetrarla, ella cogió su polla y la dirigió a su ano. Hércules intentó protestar, no quería abusar del cuerpo de la joven, pero Akanke le miró con ternura y volvió a acercar el glande a la abertura de su ano.

Esta vez fue Hércules el que tembló de arriba abajo. Su miembro atravesó con suavidad el esfínter arrancando a la joven un suave quejido. Le metió la polla hasta el fondo y se quedó quieto acariciándole el pubis con suavidad mientras esperaba que el dolor se mitigase.

Tras unos instantes la joven comenzó a mover las caderas con suavidad y el hizo lo mismo. El culo de la joven estrujaba su polla de una manera deliciosa. Sin poder evitarlo empezó a moverse con más intensidad mientras clavaba sus dedos en el culo y los muslos de su amante. Cuando se dio cuenta estaba follándola con todas sus fuerzas sin dejar de masturbarla. Sus gemidos se mezclaron con los gritos de la joven que se agarraba como podía a la pared pidiéndole que le diese cada vez más hasta que no aguantó más y se corrió.

Akanke se apartó y cogió la polla de Hércules aun estremecida, lamiéndola y masturbándola hasta que los  chorreones de semen salieron disparados de su polla salpicando con fuerza el cuello y los pechos de la joven.

Se tumbaron sobre la cama jadeando y sonriendo como tontos. Hubiese querido quedarse allí toda la tarde, follando con aquella oscura gacela, pero tenía que irse a entrenar así que se ducho rápidamente y salió de casa dejando a su amada durmiendo a pierna suelta.

Se sentía tan exaltado que en el entrenamiento casi se deja llevar sin darse cuenta. Afortunadamente se percató justo a tiempo y no envió el balón al cinturón de asteroides. A pesar de que logró concentrarse y rendir adecuadamente en el entrenamiento, sus gestos le delataron y todo el mundo le tomó el pelo y le acosó con un montón de preguntas que él se negó a responder, no sabía si por timidez o por un deseo egoísta de tener a Akanke para él solo.

Tras dos horas extenuantes para todos menos para él, entró en la ducha y antes de que el resto del equipo se organizase para llevarle en contra de su voluntad a la cervecería de siempre, se escurrió fuera del campo de entrenamiento y se dirigió directamente a casa, ansioso de abrazar de nuevo a la mujer que amaba.


Por una vez el gran Zeus, el rey de los dioses, era impotente. Maniatado por el acuerdo al que había llegado con el resto de los dioses del Olimpo, observó como su querido hijo llegaba a su casa ilusionado para descubrir que no había nadie en el piso. Apretando los puños hasta que sus nudillos quedaban blancos vio como encontraba la nota de Akanke y arrugándola rompía a llorar.

Se giró y descubrió a Hera mirándolo con curiosidad.

—¡Has sido tú! ¡Tú te las arreglado para que esos cabrones encontrasen  a esa mujer con el único objetivo de herir a mi...

—¿A tu qué? —preguntó Hera con un gesto maligno— ¿Acaso hay algo que debas contarme?

Zeus se limitó a resoplar dándole a entender que estaba perdiendo la paciencia.

—Sabes perfectamente que pactamos un acuerdo. No influimos en la vida de los humanos. Y también sabes perfectamente de que si lo hubiese infringido tú te habrías enterado.

Zeus sabía que tenía las manos atadas y observaba impotente como Hércules se tumbaba en su cama hecho un ovillo sin saber qué  hacer. Deseó fulminar a los hombres que se habían llevado a la joven. Deseó convertir en polvo a aquella escoria que estaba torturándola y violándola , pero hasta el poder de un Dios era limitado. Estaba seguro de que su esposa estaba detrás de todo aquello. Esa zorra celosa y vengativa sospechaba que Hércules era su hijo y había decidido vengarse.

Lo único que se le ocurría es que hubiese  llegado a algún tipo de acuerdo con Hades, el único que se había negado a firmar el acuerdo aduciendo que él estaba más interesado en los muertos que en los vivos.

Hades probablemente no lo haría si no ganase algo con ello. Y solo se le ocurría una cosa que Hades podía querer de su esposa...  lo más sangrante es que Hera conocía sus sospechas y se regodeaba en ellas.

Le hubiese gustado pillar a esos dos en la cama follando, les haría pagar muy caro, pero no podía dejarse llevar por su genio. Tenía que concentrarse en su objetivo, tenía que recordar que había engendrado a aquel chico por capricho. La humanidad tenía los días contados sin él.

Durante un instante se le pasó por la cabeza contarle a sus esposa toda la verdad, pero aquella harpía era capaz de contárselo todo a Hades y entonces si que tendría un problema. No se podía imaginar nada que le sedujese más a su hermano que atiborrar sus dominios con toda la humanidad. No le contaria nada a menos que fuese estrictamente necesario.

Volvió a echar un vistazo a su hijo que por fin se había dormido. Lo único que podía hacer por él era proporcionarle un sueño largo y profundo.

Con  aflicción vio el cuerpo joven y fuerte echo un ovillo durmiendo con la nota de Akanke echa un ovillo dentro de su puño.

TERCERA PARTE: LOCURA

Capítulo 10: Siguiendo el rastro

"Querido Hércules, lo siento muchísimo, pero debo irme. Te amo con todo mi corazón, pero precisamente por eso debo alejarme de ti. Solo soy una vulgar prostituta que vende su cuerpo por unas monedas. Ahora que soy libre voy a presentarme en la embajada de Nigeria para pedir que me ayuden en la repatriación. Quiero volver a mi pueblo, quiero volver a Onuebu con mi familia. Espero que encuentres a alguien que te merezca y que seas muy feliz. Te quiero y siempre te querré.

Akanke.

Había dormido toda la noche, su sueño fue profundo y vacio, tan vacio como se sentía en ese momento. Releyó una vez más la nota haciendo que el dolor le traspasase. Ni siquiera sabía si era suya.  No conocía su letra así que  podía haberla escrito cualquiera.

De todas maneras había algo en el tono de la nota y en la pulcritud de su escritura que no le cuadraba. No había faltas de ortografía y el trazo era firme, no parecía el de una persona que estuviese pasando por una crisis emocional y la firma carecía de personalidad.

La sospecha de que alguien había dado con la joven y se la había llevado crecía en su mente por momentos.  Cogió el teléfono y llamó a los hospitales preguntando por ella sin conseguir ninguna noticia. Tras un momento de duda decidió hablar también con la policía, pero tampoco pudieron ayudarla. Quiso poner una denuncia por desaparición, pero el hombre que le atendió le dijo muy amablemente que tenían que pasar cuarenta y ocho horas y que al ser la desaparecida una mujer sin papeles las posibilidades de encontrarlas eran escasas.

El policía se despidió diciendo que se quedase en casa y esperase noticias. Durante horas estuvo en casa dando vueltas por el viejo piso como un león enjaulado. Finalmente fue la televisión la que acabó por confirmar sus sospechas. Apareció como una noticia de última hora en el diario de la noche; una mujer de color había aparecido muerta con signos de violencia boca abajo en una acequia de las afueras. La presentadora apenas le dedicó unos segundos acompañando la noticia con unas imágenes de archivo de prostitutas de color ejerciendo en polígonos industriales.

No le costó mucho averiguar dónde habían llevado el cuerpo y se presentó en la morgue. Aun conservaba la esperanza de que no fuese ella. De todas maneras había un montón de prostitutas de color ejerciendo en la ciudad. Podía ser cualquiera de ellas. Repitiendo ese mantra una y otra vez siguió a un empleado por largos pasillos  que apestaban a formol hasta una gran sala climatizada con un montón de nichos en una de sus paredes.

El celador revisó los números de las puertas de los nichos y tras comprobar en una carpetilla abrió el cuarto de la segunda fila empezando por la izquierda. A los pies pequeños y oscuros de los que colgaba una etiqueta con un numero le siguió un cuerpo tapado con una sábana. El celador retiró la sabana con delicadeza. La lividez de la muerte no había disminuido su belleza. Los asesinos no se habían ensañado con su cara y parecía descansar apaciblemente.

Hércules le pidió al empleado que retirase el resto de la sábana, el hombre quiso negarse, pero una mirada bastó para acabar con cualquier resistencia.

El cuerpo de su amada habías sido maltratado salvajemente. Tenía los pechos y el abdomen magullados y varias costillas rotas así como quemaduras de cigarrillos por todo el cuerpo. Los cardenales en el interior de los muslos y las escoriaciones en los labios de su sexo no dejaban lugar a dudas; también la habían violado. Mientras la observaba, la tristeza comenzó a dar paso una ira que se iba intensificando hasta que todo se volvió rojo. Durante unos segundos el celador observó atemorizado como aquel gigantón de metro noventa y enormes bíceps crispaba todo su cuerpo y apretaba los dientes en un inequívoco signo de ira.

Finalmente poco a poco consiguió dominarse de nuevo y volvió a parecer el hombre apesadumbrado que había entrado por la puerta, salvo por la evidente tensión de su mandíbula.

Tapó a la joven con una sábana y le dio instrucciones al celador para que preparasen el cuerpo para su repatriación tras la autopsia. Él se encargaría de todo.

De vuelta a casa solo tenía una idea en su mente. Acabar con todos aquellos malnacidos, evitar que volviesen hacer eso con otras mujeres y vengar a Akanke. Sobre todo eso. Quería que esos hijosputa supiesen que aquella hermosa joven no era un trozo de carne vendido al mejor postor y mientras conducía se prometió que les devolvería uno a uno cada golpe y cada quemadura. No pensaba parar hasta que hasta el último de ellos estuviese muerto.

Una vez en casa hizo menoría y buscó el puticlub del que le había hablado Akanke en internet. Resultó ser un prostíbulo de lujo a unos veinte quilómetros de la ciudad. No tenía prisa, esperó que ya estuviese avanzada la madrugada antes de salir de casa.

El burdel era un antiguo edificio de principios del siglo veinte, una mezcla de modernismo y Art Decó que para cualquier otra función resultaría excesivo e incluso estrambótico, pero para un burdel aquellas columnas retorcidas, las ventanas altas y estrechas y la recargada decoración  le daban un toque de distinción.

Pasó lentamente con el coche, aparcó unos metros más adelante, en el parking de un supermercado abandonado y observó la entrada principal. Era ya tarde y los últimos clientes abandonaban el local con aire satisfecho. Esperó una hora más y con la llegada del amanecer las luces de reclamo se apagaron.

Salió del coche y se acercó a la puerta principal. A pesar de haberse apagado el rótulo, la puerta aun estaba abierta y pasó sin llamar. Sus pasos resonaron en el mármol del enorme recibidor llamando la atención de los dos gorilas encargados de la seguridad. Hércules era alto, pero los dos hombres le sacaban casi la cabeza. Estaban tan seguros de sí mismos que ni siquiera sacaron las armas de las cartucheras cuando se acercaron a él y le invitaron a abandonar el lugar firme pero educadamente.

Un puñetazo y el primer hombre salió volando por el aire aterrizando de cabeza al otro lado de la gran sala. El otro hombre intentó sacar su arma, pero recibió una patada en los genitales y un golpe en el cuello que le rompió la laringe

Dejó a los dos hombres agonizando y exploró el recibidor. En el centro, una gran escalinata llevaba a las habitaciones de las chicas.  A la derecha de las escaleras había un atril con un taburete que debía ser el que ocupaba la madame encargada de recibir a los clientes y presentar a las chicas. Tras el atril había una puerta de la que salía un resplandor inequívoco.

Cogió la pistola de uno de los cuerpos agonizantes y abrió la puerta de una patada. Dos hombres y una mujer contaban el dinero mientras escuchaban música ajenos a la pelea que se había producido fuera.

Los hombres se volvieron sorprendidos, el primero cayó con la mandíbula y el pómulo destrozados por una patada el segundo llegó a echar mano de su revólver pero no pudo llegar a sacarlo del todo de la pistolera  antes de que Hércules lo embistiera con el hombro aplastándolo contra la pared y rompiéndole varias costillas.

La mujer pareció sorprendida en un principio, pero supo mantener el tipo y quedándose detrás de la mesa le miró con expresión ceñuda.

—¿Qué has venido a hacer aquí? —dijo la mujer con un fuerte acento de Europa del Este— ¿Sabes con quién te estás metiendo?

—No, pero tú me lo vas a decir. —respondió  rematando a los dos hombres con frialdad y arrancando a la mujer un respingo.

Tras comprobar que los esbirros de la madame habían dejado de respirar, cogió las pistolas y las posó sobre la mesa de manera que apuntasen a la mujer, que mantuvo el tipo lo mejor que pudo.

Se sentó frente a ella y la observó detenidamente. A pesar de no ser ya una jovencita se conservaba bien. Tenía unos ojos grandes y acerados y una melena larga y oscura recogida en un discreto moño. Estaba algo entrada en carnes, pero con una apretado corsé purpura lo disimulaba y de paso realzaba con él unos pechos enormes y unas caderas voluptuosas. Ceñida al cuello grueso y pálido llevaba una gargantilla de satén negro con un camafeo.

Finalmente la mujer hizo un mohín y frunciendo unos labios gruesos y pintados de un color amoratado apartó la vista sin decir una palabra.

—Vamos, dime de quién es este local y no te haré nada. —dijo Hércules en un tono suave pero inequívocamente amenazador.

—Hijo de puta, no pienso decirte nada. Esos hombres llevaban mucho tiempo conmigo y los has matado como a perros.

—Es lo que son. Perros rabiosos. A ese tipo de bestias solo se las puede tratar así.

La mujer se levantó del asiento, llevaba una falda de cuero y unos tacones que aumentaban su estatura en diez centímetros. Sin variar su gesto se acercó a Hércules e intento abofetearle, pero él se adelantó parando el golpe con facilidad y dándole un fuerte bofetón a su vez. La mujer gritó y se acarició la parte de la cara dolorida donde estaban marcados sus dedos mientras le miraba de una manera extraña.

Dime dónde está tu jefe y dónde puedo encontrarlo si no quieres pasarlo mal. Tarde o temprano, quieras o no, averiguaré lo que he venido a buscar. Que sufras más o menos solo depende de ti. La mujer se acercó y abrió la boca como si fuese a decir algo, pero con un gesto rápido le escupió en la cara.

Hércules tuvo que contenerse para no estrellar aquella sonrisa despectiva contra la pared y se conformó con darle un empujón que le hizo trastabillar y caer sobre uno de los gorilas muertos.

Antes de que la madame pudiese reaccionar se agachó y quitándole la corbata al cadáver le maniató con ella. Cogiéndola por el cuello la levantó como si fuese una pluma  y estampó su torso contra la mesa del despacho.

Ahora era Hércules el que sonreía al ver el gesto hosco de la mujer con la cara a pocos centímetros de aquellas pistolas y sin poder asirlas.

—Ahora vas a decirme dónde puedo encontrar a tus jefes. ¿Verdad? —dijo Hércules sacando el cinto de uno de los hombres tendidos en el suelo y haciéndolo sonar contra la palma de su mano.

—Hijo de puta. No te atreverás con una mujer...

La mirada de la mujer volvió a desconcertarle era distinta de lo que esperaba. Había terror en ella, pero inexplicablemente también veía un punto de excitación. Desechó la impresión pensando que eran imaginaciones suyas y con delicadeza le subió a la mujer la falda dejando a la vista unas piernas torneadas y unos glúteos grandes y blancos realzados por los altos tacones.

Con naturalidad se colocó tras la mujer y le dio un sonoro cachete en el culo. Inmediatamente  quedo marcada en la pálida piel de la mujer un negativo de su mano.

—Empecemos por algo sencillo. ¿Cuál es tu nombre? —dijo Hércules reforzando la pregunta con un nuevo cachete aun más fuerte.

La mujer apretó los dientes y no dijo nada. Con un suspiro de enojo echó mano del cinturón y le arreó a la mujer un cintazo en la parte baja del muslo.

—¡Irina! —respondió la mujer con un aullido.

—Muy bien, Irina, eso está mejor. —dijo él acariciando el cuerpo de la madame con el cinto y provocando en ella un escalofrío— Ahora me vas a decir para quién trabajas.

La mujer le ignoró y apretando los dientes  esperó su castigo. Hércules no se hizo esperar y le dio una larga serie de cintazos. Irina gritó dolorida y le insultó pero al fin él se dio cuenta de que parte de todo aquello era pose y la mujer estaba disfrutando con el castigo.

Hércules se detuvo enjugándose el sudor de la frente y observó el culo y las piernas de la mujer casi en carne viva. La madame esperó una nueva andanada en vano. Cuando se dio cuenta de que sus instintos habían quedado al descubierto, movió sus caderas de forma lasciva y le insultó primero enfurecida, luego desesperada.

—Así que te gusta el sexo duro... —le susurró acariciando y golpeando su culo lo justo para que sintiese un escozor promesa del placer que podía proporcionarle.

—Hijo puta, eunuco... dame más.

—Esa no es forma. Debes tratarme con más respeto y ser más complaciente si deseas algo de mí.

—Sí,  mi señor, lo siento mi señor.

—Ahora  vas a responder a todas mis preguntas y si las respuestas son satisfactorias te premiaré adecuadamente. —dijo dándole un nuevo cintazo con el que la mujer no enmascaró su placer en esa ocasión.

—Sí, mi señor. De acuerdo, mi señor. —dijo la mujer poniendo en tensión las piernas esperando un nuevo golpe.

A partir de aquel momento la cosa fue sobre ruedas. Irina hablaba y el la recompensaba mordiendo la pálida carne de la mujer con el grueso cuero del cinturón. Con el paso del tiempo se volvió más creativo y comenzó a morderle los mulsos y a tirarle del pelo.

En pocos minutos la mujer le contó todo lo que sabía, le relató cómo había sido captada por una mafia y vendida para ejercer la prostitución en un club y como había mejorado su situación merced a sus conocimientos en contabilidad. Por último llegó a la parte interesante, la llegada de Akanke y su última noche en el club y lo más importante la dirección de la mansión donde Sunday y sus esbirros se reunían y se relajaban con "sus chicas".

Cuando la mujer terminó su relato Hércules no podía parar, estaba tan excitado como ella. La desató y la  giró poniéndola boca arriba. Hambriento, se inclinó sobre ella, le escupió en la boca y le  mordió y pellizcó todas las zonas de la piel que no estaban tapadas por el corsé.

Irina gemía y jadeaba con todo el cuerpo lleno de moratones y mordiscos, pero aun hambrienta  abrió las piernas invitando a Hércules a que la follase.

—Sucia, puta. —dijo Hércules abriéndole el corsé y retorciendo los pezones de la mujer hasta hacerla aullar— Necesitas un verdadero castigo...

Hércules se abrió la bragueta y apoyó la punta de su glande contra la estrecha entrada del ano de la mujer.

Sin más ceremonias se lo perforó. La mujer gritó y se agarró con las piernas a sus caderas mientras metía su polla dura y hambrienta en el estrecho agujero con golpes de cadera tan duros que hacían que todo el cuerpo de la mujer se conmoviese. El dolor y el placer se confundían en la mujer excitándola cada vez mas. Hércules la sodomizaba sin descanso golpeando sus muslos y sus pechos aumentando su placer hasta que toda ella estalló en un monumental orgasmo

La cara de placer de la mujer le recordó a Akanke y toda la excitación que sentía se esfumó en un instante. Se apartó y dejó a la mujer desnuda y sudorosa recobrándose de los aguijonazos de placer que estaban traspasando su cuerpo.

Hércules se agachó para ponerse los pantalones con una sola idea en su mente, vengarse. Cuando levantó la vista vio a Irina desnuda con las dos pistolas en la mano apuntándole.

—¡Pedazo de mierda, ahora vas a morir! —dijo ella amartillando las dos armas.

—¿Sí? ¿Y por qué supones que me importa?

La mujer, acostumbrada a leer la mente de los hombres con los que trataba pudo asomarse durante un instante al vacio del alma de Hércules y dudó un instante. Eso le bastó para abalanzarse sobre ella. Juntos rodaron por el suelo de la habitación. La mujer se debatió e intentó apretar el gatillo de las pistolas. Hércules había conseguido desarmar una de las manos de la mujer, pero Irina consiguió apretar el gatillo de la otra pistola en medio de la confusión.

Por un momento Hércules dudó. Pensó que la bala le había acertado y moriría en cuestión de minutos, pero se dio cuenta de que se encontraba perfectamente y que la tibia sangre que empapaba su ropa era la de la mujer. Intentó ayudarla, pero era inútil. La bala le había atravesado el pecho y sangraba profusamente.

Inclinado sobre ella intentó consolarla y se quedó a su lado los pocos minutos que tardó en morir.

En cuanto cerró la puerta del coche se derrumbó sobre el volante y lloró durante lo que le pareció una eternidad. Estaba confuso. No sabía porque lo había hecho. al principio solo deseaba hacer daño a esa puta para vengarse y luego la había matado. Aunque hubiese sido por accidente había matado a una mujer indefensa.

Se sintió el hombre más miserable de la tierra. La joven a la que amaba estaba muerta víctima de una banda de asesinos y él no era mucho mejor que ellos. Las sirenas de la policía aullando en la lejanía le obligaron a volver a la realidad. Se limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas sintiéndose vacio y sin alma. A pesar de todo se dirigió en busca de los asesinos para completar su venganza.

Capítulo 11: Furia Ciega.

Cuando arrancó el coche se dio cuenta de lo rápido que había sucedido todo. Para él había pasado una eternidad, pero apenas había salido el sol cuando llegó al lugar donde Sunday había establecido su cuartel general, en la parte baja de la ciudad.

Hércules pasó por delante del bloque de tres pisos y redujo la velocidad para echar un vistazo. La fachada era de un sucio ladrillo rojo y todas las puertas y ventanas estaban cerradas a cal y canto. En la puerta había tres hombres negros con enormes collares de oro y sospechosos bultos en la cintura. Consciente de que no debía llamar la atención aceleró de nuevo y dobló la esquina.

El edificio estaba aislado de los del resto de la manzana y por los laterales y la parte trasera no había tampoco ninguna vía de acceso. Aparcó el coche en una calle lateral y se acercó al  edificio más  cercano. Procurando hacer el menor ruido posible embistió la puerta de entrada y la rompió. Subió las escaleras hasta la azotea. El edificio de Sunday era un poco más bajo y podía ver la parte superior dominada por una gran claraboya.

Calculó la distancia, debían ser unos treinta y pico metros de vacio entre él y el edificio de Sunday. Se asomó por el borde un instante, pero no dudó. En su adolescencia, a menudo se escapaba de madrugada de la habitación que tenía en la mansión de sus abuelos para pasarse toda la noche corriendo y saltando en el bosque.

Recordaba como si fuera ayer aquellas carreras persiguiendo ciervos en la oscuridad y adelantándolos a la carrera o recorriendo la finca de un extremo al otro sin tocar el suelo como si fuese una ardilla.

Se retrasó cinco pasos para coger impulso y con una sonrisa cogió carrerilla y se lanzó al vacío. Hacía mucho tiempo que no pegaba un salto así. Se había acostumbrado a ser normal, a no arriesgarse a llamar la atención y lo había hecho tan bien que ya no recordaba la última vez que había hecho algo parecido.

Sintió el aire frío de la mañana golpeándole mientras balanceaba los brazos para estabilizarse en el salto. Sintió los ojos llenarse de lagrimas y una increíble sensación de libertad, cercana a la euforia, se apoderó de él.

Tras dos escasos segundos que le supieron a muy poco, encogió ligeramente las piernas y rodó en cuanto tomó contacto con el suelo de la azotea.

Se incorporó y se sacudió la ropa. Por un instante  miró hacia atrás, a la lejana azotea de la que había saltado y casi se le escapó una sonrisa antes de recordar lo que había venido a hacer.

Miró a su alrededor. La azotea estaba totalmente desierta y vacía salvo por las antenas, la chimenea y una claraboya de la que salía un trémulo halo de luz. Se acercó a la claraboya, estaba ligeramente abierta. El primer impulso que tuvo fue dejarse caer por ella y matar a aquellos hijos de puta, pero la razón se impuso y se asomó para saber mejor a que se enfrentaba.

Debajo de él cinco hombres y tres mujeres charlaban y se acariciaban en un gran habitación  con una cama redonda de enormes dimensiones por todo mobiliario. Eran tres hombres negros entre los que destacaba uno alto y con el cráneo afeitado que no había abandonado las gafas de sol ni en la penumbra que dominaba la sala; debía ser Sunday. Junto a él había dos negros, uno obeso y otro que parecía una montaña de músculos. Los dos blancos, de pelo oscuro y mirada vacía, tenían aspecto de ser albaneses, matones capaces de hacer cualquier cosa por dinero... o por un buen polvo.

Entre las chicas destacaba una rubia y alta con una melena corta que dejaba a la vista un cuello largo y delgado. Vestía un conjunto de lencería que apenas podía contener unas enormes tetas de origen inequívocamente quirúrgico y que destacaban en un cuerpo esbelto y deliciosamente torneado. La joven estaba tumbada y gemía ligeramente mientras los tres negros la manoseaban de la cabeza a los pies.

Los albaneses estaban cada uno con una prostituta de color, seguramente propiedad de Sunday. Una era gorda, con unas tetas grandes de pezones oscuros y enormes y un culo colosal, redondo y grueso como un queso de bola y la otra era delgada y musculosa como una corredora de atletismo con unas piernas esbeltas y prodigiosamente largas.

Podía haber intervenido en ese momento, pero decidió esperar; sería más fácil acabar con ellos con la guardia baja.

Tumbándose boca abajo se acodó en el marco de la claraboya procurando que no se le viera desde abajo y se dedicó a observar pacientemente.

La rubia ya estaba desnuda, solo conservaba las medias y los zapatos de tacón. Sunday y sus dos colegas  estaban frotando sus pollas contra el cuerpo y la cara de la joven que se estremecía y acariciaba los huevos de los tres hombres alternativamente.

Las pollas de los tres negros eran grandes pero la de Sunday era enorme. Hércules tuvo que contenerse al imaginar aquella enorme herramienta torturando a Akanke. Respiró profundamente y observó como la mujer se tumbaba boca arriba con la cabeza sobrepasando el borde de la cama y abría la boca dejando que aquel monstruo entrase en ella. Hércules vio claramente como la punta del glande hacia relieve en la garganta de la joven. Gruesos lagrimones caían de sus ojos haciendo que el maquillaje se corriese, pero la joven no se resistió y cogió las pollas de los otros hombres con las manos comenzando a masturbarlos.

Mientras tanto los dos albaneses se desnudaban y observaban como las otras dos mujeres hacían un sesenta y nueve con la más gorda encima. Cuando terminaron de desnudarse se acercaron y comenzaron a acariciar los cuerpos de las mujeres, el más alto se acercó a la gorda y le dio un sonoro cachete en las nalgas que la mujer saludo con una sonrisa satisfecha.

Hércules fijó su atención en Sunday que seguía  metiendo y sacando su polla de la boca de la rubia. Mientras tanto, sus amigos exploraban con rudeza la entrepierna totalmente depilada de la joven. Las muestras de placer de Sunday eran evidentes y a punto de correrse se apartó de la joven dejando que un colega le tomase el relevo. La rubia no se inmuto y siguió chupando la nueva polla con la misma intensidad que la primera.

Cuando se giró hacia los albaneses estos arrastraron a las mujeres sin que cambiasen de postura de forma que la más delgada quedara al borde de la cama y uno de ellos, el más alto, la penetró mientras su compañero se subía a la cama y separando las grandes nalgas de la más gorda la follaba sin miramientos. En otras circunstancias hubiese observado alucinado como las dos mujeres eran folladas con empujones rápidos y secos mientras seguían lamiendo y besando el pubis de su compañera.

A los gritos de las prostitutas negras se unieron los de la rubia al verse elevada en el aire y penetrada por Sunday. Los músculos del hombre se tensaban por el esfuerzo de levantar el cuerpo de la mujer para dejarlo caer sobre su polla. La rubia gritaba al sentir la enorme polla dilatando su coño hasta límites insospechados. Los otros dos hombre se acercaron y uno de ellos se pegó a la espalda de la mujer. Con una sonrisa parcialmente desdentada cogió su polla y la dirigió al ano de la mujer.

La rubia soltó una alarido sintiéndose invadida por ambas aberturas y su cuerpo se crispó unos instantes ante las duras acometidas de los dos hombres, pero se adaptó con rapidez y el intenso placer que sentía hizo que olvidase el dolor. Sin dejar de gemir y jadear, emparedada por dos cuerpos negros y brillantes de sudor alargó la mano y asió la polla del tercero acariciándola con habilidad, satisfecha de ver como hacia gemir de placer a tres hombres.

Mientras tanto los albaneses se seguían follando a las dos negras alternado el coño de una con la boca de la otra, estrujando culos y acariciando y pellizcando muslos.

Con el rabillo del ojo vio como Sunday se tumbaba en la cama con la mujer encima mientras el otro hombre se subía encima de ella para seguir sodomizándola. La mujer abrió la boca para gemir de nuevo, pero se encontró con la polla del tercer hombre. Hércules observó como los tres hombres se turnaban para penetrar a la mujer por todos sus orificios naturales,  alternativamente, como tres herreros sobre un hierro al rojo.

La coreografía era tan perfecta que Hércules sospechó que no era la primera vez que hacían aquello. Repentinamente los tres hombres a la vez se separaron y tumbaron a la joven boca arriba mientras se masturbaban. En pocos segundos los albaneses se les unieron rodeando a la joven rubia que jadeaba expectante con el cuerpo cubierto por el sudor de tres hombres.

Con sorprendente coordinación los tres negros eyacularon sobre la cara y los pechos de la mujer mientras que los albaneses lo hacían pocos instantes después. La lluvia de cálida semilla cubrió a la joven que la cogió con sus dedos y se masturbó con ella hasta lograr (o fingir) un intenso orgasmo.

Las otras dos mujeres se acercaron y lamieron el cuerpo estremecido de la joven unos segundos más hasta que hombres y mujeres se derrumbaron juntos en la cama en una confusión de cuerpos brazos y piernas.

Hércules no tuvo que esperar mucho hasta que todos quedaron profundamente dormidos. Sin esperar más tiempo arrancó la claraboya de un tirón y se dejó caer. Los cuerpo salieron despedidos al caer Hércules sobre la cama.

Antes de que supiesen qué diablos pasaba los dos esbirros de Sunday estaban muertos con el cráneo roto. Los albaneses fueron un poco más duros. Acostumbrados a combatir no se dejaron llevar por el pánico y sobreponiéndose a la sorpresa se dirigieron a su ropa entre la que estaban sus armas. Al primero le incrustó la nariz en el cerebro de un golpe mientras que el otro que ya sacaba la pistolera de entre la ropa le lanzó un gigantesco plasma que había adosado a la pared. El hombre se derrumbó inconsciente y Hércules le remató de dos golpes en el cuello.

Mientras tanto, Sunday se había puesto en pie y se encaraba a su agresor.

—No hace falta llegar a este extremo. Podemos llegar a un acuerdo. —dijo el proxeneta— Tengo dinero y mujeres, todas las que quieras.

—La que quería me la has arrebatado. —respondió lacónico. Deberías haber dejado en paz a Akanke. Ahora no hay nada que puedas hacer para compensarlo.

—Lo siento tío, no es nada personal. —replicó Sunday— No podía dejar marchar a la chica. Si lo hubiese hecho, todas las demás hubiesen querido hacer lo mismo...

Mientras hablaba el hombre se había acercado poco a poco y cuando estuvo lo suficientemente cerca le arreó dos brutales derechazos que impactaron en la nariz y el pómulo de Hércules.

Los golpes hubiesen derribado a cualquier hombre, pero Hércules solo giró ligeramente su cabeza. Sunday observó nervioso como su rival había encajado los golpes sin apenas inmutarse. Con un gruñido de frustración se lanzó de nuevo dándole tan fuerte que se rompió la mano, pero con el mismo resultado.

Hércules volvió a encajar nuevos golpes sin aparentes daños y alargando la mano agarró el cuello del chulo y comenzó a apretarlo poco a poco, cada vez más fuerte, observando con deleite como le reventaban los finos capilares de su esclerótica, como sus  labios adquirían un oscuro tono violáceo, los pulmones hacían vanos esfuerzos por respirar y los golpes y los forcejeos se hacían más débiles hasta cesar por completo.

Para cerciorarse de que estaba muerto le rompió el cuello y cogiendo la pistola de uno de los albaneses le pegó un tiro en el corazón.

Los hombres que vigilaban la puerta oyeron el estruendo del disparo y entraron por la puerta con las armas en ristre. Hércules los estaba esperando con el arma amartillada de forma que de los cuatro solo uno tuvo la ocasión de apretar el gatillo antes de que Hércules les volase la tapa de los sesos.

Las mujeres que se habían amontonado temblorosas en una esquina salieron a una orden suya cuando finalizó el tiroteo. Súbitamente agotado Hércules se sentó sobre la cama y dejó caer la pistola a sus pies. Ya no quedaba nada más por hacer.

Capítulo 12: Detención

La policía tardó  un rato en llegar. Tuvo la oportunidad de huir, pero todo le daba igual. Ahora que había saciado su sed de venganza, se sentía más vacio aun y la imagen de la mujer a la que había matado se le aparecía constantemente en su mente. Merecía ser detenido. Merecía pasar el resto de su vida en la cárcel.

La policía entró con su típica sensibilidad, tirando la puerta abajo, con las armas preparadas. Hércules permaneció sentado en el borde de la cama, con la mirada baja mientras seis hombres armados le apuntaban y le gritaban intentando penetrar en su aturdido cerebro. Le decían algo de tumbarse en el suelo y poner las manos en la espalda, pero como Hércules no daba señales de entender y su  aspecto era intimidante hicieron que uno de ellos no se complicase más la vida y le disparase con un táser.

Los cincuenta mil voltios recorrieron su cuerpo haciendo que todos sus músculos se contrajesen dolorosamente justo antes de perder el conocimiento.

Despertó en una celda pequeña. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero la luz de la mañana se colaba por un ventanuco iluminando una pared sucia y llena de pintadas. Se incorporó aturdido y con los músculos doloridos. Se estiró y echó un vistazo alrededor. Tras diez minutos dando vueltas como un león enjaulado, decidió leer las pintadas de la pared para pasar el rato.

Había sencillos pareados del tipo:

"Hay que joderse con todos los presentes,

resulta que aquí todos somos inocentes."

"Me perdí por sus curvas y su cálido interior,

y es que los Mercedes son mi perdición."

Otros eran un poco más elaborados aunque no se podía decir que llegasen a ser literatura:

"Era una puta loca,

pero como follaba...

tanto me besaba la boca

como  un cuchillo sacaba

y cargada de coca

me apuñalaba.

Un día me cansé

y al otro barrio la mandé.

Ahora solo y angustiado

me hago un paja y me corro desolado."

Solo uno le llamó verdaderamente la atención, no sabía muy bien por qué:

"Ella era la mente y yo las manos que ejecutaban.

Por ella hacía cualquier cosa,

por sus labios rojos ,

por sus pechos pálidos y hermosos,

por un roce de sus muslos gloriosos.

Juntos  en la cama, todo era hambre,

pero fuera de ella, nos cubría la sangre.

Por ella maté.

Por ella estoy aquí encerrado.

Por ella me acosan como a un perro enjaulado.

Pero como cualquier perro, estoy satisfecho,

estos polizontes nunca sabrán por mí lo que mi ama ha hecho."

—¡Vaya! La bella durmiente ha despertado justo a tiempo. —dijo un policía acercando unas esposas a la puerta de la jaula mientras otro le cubría con el táser a punto— Es hora de ver al inspector.

Capitulo 13: Entre rejas.

Hércules se dejó esposar y guiar a la sala de interrogatorios mansamente, con la cabeza baja y la expresión ausente. Le llevaron a una sala sin ventanas, con un gran espejo que ocupaba toda una pared, una mesa y dos sillas metálicas por todo mobiliario.

El funcionario le obligó a sentarse con rudeza en una de las sillas, la que estaba frente al espejo y cerró la puerta tras él, dejándole solo. Transcurrieron minutos sin que nadie apareciese, Hércules bajó la mirada y esperó sin hacer ningún movimiento. Intentando no pensar en nada. Solo esperando.

Repentinamente la puerta se abrió y entró un tipo gordo con un expediente y un periódico bajo el brazo.

—Enhorabuena, si lo que querías era estar a la altura de Charles Manson lo has conseguido, chaval. —dijo el hombre depositando un periódico ante él— La prensa se está volviendo loca con tanta sangre.

El policía calló y dejó que Hércules leyese los truculentos titulares y las fotos de la masacre a todo color.

—Bien, ¿No tienes nada que decir? ¿Estás esperando un abogado?

—No quiero ningún abogado. —respondió Hércules lacónico.

—No está mal, sabes hablar. Ahora que has empezado verás como todo es más fácil. Tengo unas preguntas y me gustaría que las contestaras. Verás, no es que me importe demasiado la muerte de unos cuantos chulos y traficantes, es más, nos has hecho un favor, pero tengo curiosidad por saber por qué a un joven sin antecedentes, deportista y de buena familia se le cruzan los cables y se carga a casi una docena de personas con sus propias manos.

Hércules no se inmutó y se limitó a mirar al policía con los ojos vacios sin mostrar ninguna emoción. El detective siguió insistiendo durante unos minutos, pero Hércules mantuvo un obstinado silencio hasta que finalmente el policía se rindió.

—Está bien, tú ganas. Conocer el móvil hubiese sido la guinda del pastel, pero en realidad tenemos suficientes pruebas para empapelarte así que me contentaré con encerrarte y tirar la llave. —dijo el detective— Ahora te vamos a llevar ante el juez de instrucción que te leerá los cargos y pondrá la fecha del juicio. Buena suerte, la vas a necesitar.

La vista preliminar fue rápida. El juez se limitó a verificar que Hércules no quería representación legal y ante la gravedad del delito dictó prisión incondicional sin fianza. A parte de su explicita renuncia a una representación legal, Hércules no dijo nada más y se retiró esposado del tribunal.

La cárcel no era tan moderna ni tan cómoda como las celdas de la comisaría. Las paredes estaban sucias y desconchadas, el piso desgastado y los hierbajos crecían en el patio. Por si fuera poco, en una celda no mucho mayor que la que había ocupado en la comisaría se hacinaban él y otras tres personas sin ningún tipo de intimidad.

En cuanto llegó le quitaron la ropa y le dieron un mono naranja que parecía tejido en papel de lija. Le dieron la ropa de cama y le encerraron en su celda donde paso la noche en compañía de los pedos y ronquidos de sus tres vecinos.

Al día siguiente lo despertaron a las seis de la mañana y lo dirigieron a las duchas. Se quitó el mono y lo dejó pulcramente doblado en un banco, tal como sus madres le habían enseñado. En ese momento, al entrar en el ambiente lleno de vapor de las duchas se preguntó qué pensarían de él. Diana siempre tendía a disculpar sus cagadas, pero Angélica hacía el papel de poli duro y era la que solía leerle la cartilla. No por ello la quería menos. Todavía no sabía cómo demonios se iba a enfrentar a ellas cuando volviesen del viaje de negocios en Europa del Este.

El que seguro que no lo digeriría bien sería su abuelo. Aunque lo quería, siempre había pensado de él que era un bala perdida...

—Hola, tu eres el nuevo ¿Verdad? —dijo un hombre fornido con el pelo teñido de rubio platino rompiendo el hilo de sus pensamientos.

—Te acostumbrarás a este sitio, en realidad no es tan malo como parece, al contrario de lo que puedas creer, la gente de este lugar exuda amor. —continuó el hombre señalando a una pareja que se abrazaba y besaba al final de las duchas.

Sin decir nada Hércules observó como los dos hombres se miraban a los ojos con una ternura que pocas veces había visto en otras parejas. Sus manos acariciaban los cuerpos desnudos del otro con suavidad recorriendo los pechos amplios y musculosos.

El más bajito y fornido elevó en el aire al otro más delgado y lo apoyo contra el alicatado. Deslizando una mano por su nuca lo besó con ansia a la vez que bajaba la otra y la enterraba entre sus piernas acariciándole la polla con suavidad.

La polla del hombre creció entre las manos de su amante hasta convertirse en un falo de respetable tamaño, duro y caliente como un hierro al rojo. El hombre bajo se arrodillo y comenzó a lamerle y chuparle la polla mirando a su compañero a los ojos y acariciando sus muslos y sus huevos.

—¿A que son una pareja envidiable? Son Peco y Norman, llevan casi tres años juntos y nunca se cansan de demostrase su amor.

Peco siguió chupándole la polla a su amante hasta que Norman a punto de correrse se dio la vuelta y abriendo las piernas y lubricándose el culo con un poco de saliva invitó a su amante a entrar en él.

Peco no le penetró inmediatamente sino que abrazó a su pareja por detrás dejando que el calor de los cuerpos y el agua de la ducha lo excitara. La polla de Peco creció y se endureció. Con suavidad acarició la raja entre las nalgas de Norman que suspiró excitado y anhelante.

Peco  acarició los pezones y el cuello de Norman que comenzó a mover su culo golpeando la polla de su amante hasta que este no pudo contenerse  más y lo penetró con suavidad mientras le susurraba palabras de amor que el ruido de la ducha enmascaraba.

Norman soltó un suspiro y arañó los baldosines mientras su novio comenzaba a moverse suavemente dentro de él. La incomodidad pasó pronto y los dos hombres empezaron a jadear y gemir asaltados por un intenso placer. El mundo de fuera se había diluido para ellos, solo estaban ellos dos abrazados disfrutando el uno del otro.

Peco cogió la polla de su amante y sin dejar de sodomizarle comenzó a sacudir su miembro cada vez con más urgencia hasta que los dos hombres se corrieron a la vez. Los gemidos se escucharon en toda la sala de duchas arrancando risas de complicidad a los presentes.

Los dos hombres saludaron y se abrazaron dándose un largo beso antes de volver bajo el chorro de las duchas.

—Eso sí que es amor. —dijo el rubiales abrazándo a Hércules— ¿No te parece?

Hércules intento liberarse con suavidad, no quería líos el primer día, pero tres hombres salieron de entre la cálida bruma de la ducha y le sujetaron por los brazos y el cuello mientras el rubiales intentaba forzarle.

Con un grito de furia Hércules juntó los brazos haciendo que los cuerpo de los hombres chocaran. Estaba harto de aquellos gilipollas. Con una patada en los testículos se libró del rubiales que se quedó encogido en postura fetal mientras arreaba un puñetazo en la sien al hombre restante.

Apenas un segundo después, los hombres que le habían cogido de los brazos se habían incorporado de nuevo y le miraban agazapados, preparados para abalanzarse sobre él.

Se lanzaron los dos  a la vez intentado derribarle de sendos puñetazos pero sus golpes se estrellaron con el cuerpo de Hércules sin hacerle el menor daño. Sin el menor gesto de dolor les cogió los brazo y se los retorció hasta dislocárselos. A continuación, de dos patadas los lanzó contra la pared de la ducha donde chocaron y cayeron al suelo inconscientes, seguidos por una fina lluvia de alicatado pulverizado.

Cuando se volvió, el rubiales estaba aun arrodillado intentando ponerse en pie Hércules le dio un patadón que hizo crujir todas sus costillas antes de darse la vuelta y terminar de ducharse.


Zeus observaba la escena sin poder evitar sentirse responsable de todo aquello. Apretó los dientes y unas chispas salieron de sus manos, pero consciente de que no podía intervenir, se obligó a relajarse.

—Hola ¿Quién es ese chico tan guapo al que no quitas  ojo?  —preguntó Afrodita acercándose a su padre.

—Es tu hermanastro.

—No parece pasar una buena racha. —dijo Afrodita.

—Lo sé, por eso me preocupa. Estoy casi seguro de que fue Hera con la ayuda de Hades los que han provocado todo esto, pero no puedo demostrarlo y estoy atado de pies y manos...

—Es muy guapo para ser hijo tuyo. —le interrumpió ella con una sonrisa cantarina— Es una pena que se pase es resto de su vida en una cárcel.

—Además de guapo es importante. —dijo Zeus poniendose serio— Tengo una misión para él, una misión de la que depende el futuro de la humanidad. Yo no puedo hacer nada. Esa harpía que es mi esposa me tiene constantemente vigilado, pero tú puedes ayudarle. Aquí nadie te toma demasiado en serio. Tú puedes moverte entre estos dos mundos sin llamar la atención. Puedes ser mi voluntad ahí abajo, ayudarme a sacar al chico de ahí y proporcionarle un objetivo en la vida que le ayude a salir del pozo en el que esta hundido ahora mismo y lo más importante; prepararle para su misión.

Capítulo 14: El ángel negro.

Salió de las duchas sin intentar esconderse. Los funcionarios lo  inmovilizaron inmediatamente y lo llevaron a las celdas de aislamiento mientras dos enfermeros se multiplicaban entorno a las figuras gimientes de la ducha.

Pasó en aislamiento dos días y de allí fue directamente al despacho del psicólogo, cargado de cadenas.

El despacho no era como lo había imaginado, más bien parecía la oficina provisional de un contable. Había una mesa de formica, una silla de oficina y una más sencilla al otro lado de la mesa. No había cómodos sofás reclinables ni lámparas que daban al lugar un ambiente más cálido y acogedor. Se sentó en la incómoda silla que le correspondía con un tintineo de cadenas y esperó pacientemente sin cambiar el gesto. Se estaba empezando a acostumbrar a que todo lo que tuviese que ver con la justicia fuese lento y caprichoso.

Tras diez minutos de espera, con dos funcionarios en pie, con las porras preparadas, vigilando de cerca sus espaldas, la puerta se abrió y entró una mujer discretamente vestida, pero indudablemente hermosa. Vestía ropa holgada e informe de colores apagados y escondía unos ojos grandes y grises tras unas horribles gafas de pasta negra, como si pretendiese esconder su belleza de la mirada inquisitiva de los presos.

Hércules sin embargo, no levantó la mirada, ni siquiera cuando la mujer obligó a los funcionarios a quitarle las esposas y a abandonar el despacho.

—Bien —dijo la mujer abriendo una carpeta— Soy Afrodita Anderson. Por lo que veo has sido bastante travieso últimamente y me han encargado evaluarte.

—Estoy perfectamente. —replicó Hércules sin levantar la mirada de la superficie de la mesa.

—Pues tus amigos no pueden decir lo mismo. Entre todos suman un brazo roto, dos codos dislocados, una conmoción cerebral y un fémur astillado. ¿Cómo demonios se puede romper un fémur con las manos desnudas?

Hércules no respondió y se limitó a seguir mirando hacia abajo, haciendo dibujos en la formica con el dedo.

—¿Has pegado una paliza de muerte a cuatro tíos y no tienes nada que decir? —le preguntó la mujer con un deje de indignación en la voz.

—Fue en defensa propia. —respondió escuetamente.

—¿También lo que pasó con los chulos?

—No, eso no tiene nada que ver.

—¿Me lo puedes explicar? —preguntó ella agachando la cabeza y obligando a Hércules a mirarle a los ojos.

—No.

La mujer siguió intentándolo un rato más hasta que se cansó y cerrando la carpeta se encaró con él.

—¿Sabes que con tu actitud te estás condenando? Si no respondes mis preguntas y renuncias a la defensa te puede caer la cadena perpetua. ¿Lo comprendes? —preguntó  la psicóloga dando un golpe en la mesa intentando que el preso reaccionase.

—Perfectamente. —respondió él conteniendo su enfado— Soy culpable y me enseñaron que cada uno tiene que purgar sus pecados.

—¿Condenándote por el resto de tu vida?

—Si es lo justo, sí.

—Está bien, Ya veo que no voy a sacar nada más de ti. Espero que no te arrepientas de tu decisión el resto de tu vida...

—¿Qué vida? —susurró Hércules hastiado mientras la psicóloga  llamaba a los funcionarios que entraban, le esposaban de pies y manos y se lo llevaban sin poder ocultar su curiosidad.

Cuando entró de nuevo en su celda. Inmediatamente percibió que el ambiente había cambiado. La atmósfera se podía cortar con un cuchillo y podía percibir el miedo en los ojos de sus tres compañeros de celda.

Hércules los ignoró, se tumbó en la parte inferior de una de las literas y cerró los ojos inmediatamente...

...La luna estaba en lo alto, brillando en todo su esplendor, bañando la llanura con su luz y tiñendo de plata la planicie. Hércules estaba tumbado, desnudo, sobre la hierba corta y fragante.

Una sombra pasó como una centella por delante de sus ojos, tapando por un instante la luz del astro. Hércules se incorporó e intentó seguirla con la mirada, pero era demasiado rápida. Cuando se dio la vuelta allí estaba, con las alas extendidas sonriendo y alargando su brazo mientras plegaba las alas a su espalda.

Estaba tal como la recordaba, esbelta, hermosa, dulce... Hércules se acercó a ella temiendo que se esfumase ante sus ojos, pero Akanke no se movió y sus ojos chispearon cuando la mano de Hércules acarició su mejilla.

—Te he echado de menos. —dijo él acercándose y abrazándola por la cintura.

—Yo también a ti. —respondió ella apoyando la cabeza en su hombro.

El aroma de la joven evocó imágenes que se arremolinaron en su cerebro, imágenes de placer y también de angustia. Inconscientemente la abrazó más fuerte para asegurarse de que no se esfumaba entre sus manos.

Con suavidad la cogió por la nuca y junto sus labios con los de la joven. El mismo sabor, la misma textura suave como el terciopelo. Sus lenguas se juntaron y su beso se hizo profundo e íntimo mientras ella le envolvía con sus alas ocultándoles del resto del universo. Unas alas grandes negras y sedosas.

Las manos de Hércules se deslizaron explorando el cuerpo de su amada recordando  cada poro, cada curva y cada recoveco. Akanke gimió y le besó con más intensidad. La excitación hizo presa de ambos y Hércules la tumbó sobre la hierba.

Rompiendo el beso,  comenzó a repasar su mandíbula y sus pequeñas orejas con su boca, mordisqueó su cuello y sus clavículas, aspiró el aroma de su piel y recorrió sus pechos con la lengua trazando una traviesa espiral hasta terminar en sus pezones. Los chupó y los mordisqueó haciendo que Akanke gimiese de placer.

Con un movimiento brusco se sentó a horcajadas sobre Hércules, acariciando y palpando los abultados músculos del pecho de su amante mientras restregaba el pubis contra su polla con lentos y largos movimientos.

Hércules la dejó hacer acariciando su torso y sus pechos y observando a la joven en todo su esplendor. Sus alas negras y bruñidas brillaban  a la luz de la luna y su pelo largo y liso como lo recordaba, se mecía por efecto de la brisa nocturna.

Akanke se inclinó sobre él y le besó de nuevo. Incapaz de contenerse más Hércules cogió su miembro y la penetró con suavidad, concentrado en sentir de nuevo cada centímetro de su sexo. La joven interrumpió su beso y abrió las alas soltando un largo gemido.

Apoyando los brazos en los hombros de Hércules comenzó a mecerse metiendo y sacando la polla de su coño adelantando sus pechos para ponerlos al alcance de la boca de su amante para que los chupase y saborease. Sus movimientos se hicieron más intensos y profundos y sus uñas se clavaron en su pecho trazando rastros rojos en su piel mientras sus gemidos se hacían más ansiosos y sus besos más breves y violentos.

Hércules se limitó a mirarla a los ojos, sintiendo como su placer aumentaba dejando que ella lo cabalgara, observando cómo se aceleraba su respiración y sus flancos se agitaban brillantes de sudor.

Acercó su boca a los pechos, chupó sus pezones y saboreó el sudor que corría  entre ellos. El sabor a sal y a hembra despertaron en él un hambre ansiosa y levantando a la joven se tumbó sobre ella. Sus sexos se separaron mientras el besaba y saboreaba su vientre y su ombligo hasta llegar a su pubis suave y depilado.

Se lanzó sobre su sexo húmedo y anhelante como un lobo hambriento, lamiendo y mordisqueando, arrancando a la joven gritos de placer. Introdujo los dedos en su cálido interior moviéndolos con urgencia haciendo que Akanke se estremeciese y doblase recorrida por un placer cada vez más intenso hasta que un brutal orgasmo se apoderó de su cuerpo.

Cuando se recuperó  la joven se inclinó sobre él y repasó su polla con la punta de su lengua antes de metérsela en la boca. Hércules gimió y hundió las manos en el suave plumaje de sus alas mientras dejaba que Akanke subiese y bajase por su polla chupando y lamiendo su glande y acariciando sus  hormigueantes testículos.

El placer fue tan intenso que no pudo contenerse más y se corrió dentro de la boca de su ángel. Akanke chupó con fuerza apurando hasta la última gota de semen mientras él sentía como todos los músculos se contraían y sus testículos se retorcían vertiendo todas su simiente.

Hércules se derrumbó exhausto, ella se tumbó un instante a su lado y jugó con su melena rubia mirándole como si intentase grabar cada una de sus facciones en su mente.

—Estoy muerta y nada de lo que hagas me hará resucitar. —susurró ella— No tienes culpa de lo que pasó. No tienes por qué castigarte.

—Yo... No sé que voy a hacer sin ti, no...

Akanke se levantó y desplegó sus alas. Hércules se incorporó e intentó acercarse a ella, pero ella levantó el vuelo alejándose de él, disminuyendo hasta que solo fue una sombra alejándose en la oscuridad de la noche .

Se despertó bruscamente al encenderse las luces de la celda. Sacudió la cabeza aun con el sabor de Akanke en su boca, sin poder creer que aquello hubiese sido un sueño. Un funcionario no tardó en llegar con unas esposas en la mano.

—Vamos, cariño, tienes visita.

Capítulo 15. El juicio.

Cuando vio las caras de sus madres no pudo dejar de sentirse un miserable por hacerles pasar por todo aquello. A la vista de todo el mundo, su hijo era como mínimo un asesino en serie sin escrúpulos o un perturbado incapaz de dominar sus más bajos instintos.

Aun así, allí estaban, sentadas en aquellas sillas pequeñas y estrechas, apoyando las manos en la mugrienta mesa con una cara tan triste que le partía el corazón. Cuando se sentó, la vergüenza podía leerse fácilmente en su cara.

Al contrario de lo que esperaba fue Diana la que se inclinó furiosa sobre él:

—¿Se puede saber en qué coños estabas pensando? —le preguntó haciendo verdaderos esfuerzos para no gritar— ¿Cuántas veces te hemos dicho que esto precisamente era lo que no debías hacer? Esto no es lejano oeste. ¡Vives en una sociedad con normas, joder! ¿Acaso te crees  un ser superior con derecho a ser juez, jurado y verdugo?

—Mataron a la mujer que amaba...

—Matándolos no conseguirás que resucite. Y ahora te vas a pasar el resto de tu vida en la cárcel...

—Cariño, no sé por qué demonios lo has hecho, —intervino Angélica más calmada— pero sé que has tenido tus razones. Te hemos educado bien y sé que en condiciones normales no hubieses cometido esa salvajada. Por eso debes dejar que contratemos a un abogado para que te defienda. Podemos alegar locura transitoria o...

Hércules interrumpió su discurso y le dijo que no tenía excusa, que había matado a toda esa gente y que merecía pasar el resto de su vida en la cárcel. Con la voz entrecortada por el dolor les contó la historia de Akanke y como la habían torturado y asesinado. Sus madres, no lo aprobaron, pero lo comprendieron y entre lágrimas le suplicaron que cambiara de opinión y que se dejase asesorar por un abogado. Finalmente, ante el terco silencio de su hijo, se dieron por vencidas y le prometieron que le ayudarían en todo lo que pudieran.

Hércules se quedó sentado mientras las dos mujeres abandonaban la sala de visitas con aire abatido. Sin apresurarse se levantó y acompañado por los guardias se dirigió a su celda consciente de que sus madres acababan de envejecer veinte años por su culpa.

Dos días después se celebró el juicio. La sala, a pesar de ser la más grande de los juzgados estaba llena a rebosar. Periodistas y curiosos abarrotaban los escaños y se daban codazos para hacerse un poco de sitio.

Al fondo, ocupando todo el espacio disponible y subidos a escabeles y pequeñas escaleras, los reporteros gráficos adoptaban posturas imposibes con tal de conseguir el mejor video o la mejor instantánea.

A pesar de todo, sus madres le habían su mejor traje para presentarse ante el tribunal. Hércules recorrió rápidamente el pasillo, flanqueado por dos policías que los sujetaban estrechamente e ignórando los flashes, los focos y las preguntas, en su mayoría estúpidas o morbosas de los periodistas. El juez le recibió con su habitual frialdad y un ujier le indicó cual era la mesa de los acusados donde se sentó en soledad.

—Antes que nada —dijo el juez cuando todos se hubieron sentado— Señor Hércules Ramos, ¿Es consciente de que el que se tiene a sí mismo por abogado tiene un necio por cliente?

—Sí señoría lo he oído en multitud de películas y series americanas. —respondió él sin poder evitar el sarcasmo.

El juez refunfuño algo por lo bajo, y dio varios golpes con su mazo para apagar el conato de risas que amenazaba con hacerse general. A continuación se colocó unas gafas de pasta y sin  añadir nada más comenzó a  leer uno tras otro todos los cargos que le imputaban.

—¿Cómo se declara de los cargos antes mencionados?

—Culpable señoría.

—Entonces a la vista de la gravedad de los hechos aquí descritos y ante las asunción de los mismos por el acusado, unido a la total ausencia de remordimientos ante los crímenes cometidos este tribunal el sentencia a...

—Un momento señoría. —gritó una mujer despampanante entrando apresuradamente en la sala del tribunal con unos papeles en la mano— Me llamo Afrodita Anderson, soy psicóloga en la prisión donde ha permanecido el acusado en espera de juicio y tras un profundo análisis de su comportamiento, tengo en mi poder pruebas que demuestran que este hombre no está en plena posesión de sus facultades mentales.

El juez frunció el ceño e invitó a la mujer a continuar. Afrodita esta vez no se había puesto las gafas dejando a la vista unos ojos verde azulado enormes y ligeramente rasgados y el vestido de lana que llevaba puesto se ajustaba como un guante a unas curvas de infarto.

La mujer se acercó taconeando con seguridad y con una sonrisa capaz de desarmar una flota de acorazados, le entregó la carpeta.

—Como vera, señoría, tras un detenido estudio, tanto yo como varios de mis colegas, entre ellos el Doctor Frederick Smith, decano de la Cátedra de Ciencias del Comportamiento de la universidad de Lausana y el premio nobel en fisiología Horatio Becker hemos llegado a la conclusión de que este hombre sufre un síndrome disociativo al que se une un fuerte componente paranoide, lo que hace que no sea en ningún caso capaz de dominar sus acciones y por lo tanto no se le puede considerar responsable de estos crímenes.

—¿Y qué es lo que recomienda? —preguntó el juez levantando una ceja.

—Recomiendo que sea internado en el centro Psiquiátrico Alameda dónde su enfermedad mental será evaluada y tratada adecuadamente siguiendo los métodos más modernos y eficaces que la ciencia puede proporcionarle.

Los flashes explotaron y todos los focos se volvieron de la psicóloga al acusado y de nuevo otra vez hacia la psicologa. El rumor de incredulidad fue seguido por los gritos de indignación de un grupo de hombres de color, obviamente miembros de la banda de Sunday.

El juez golpeo la mesa con el mazo, amenazando con desalojar el tribunal mientras echaba un vistazo a la documentación que Afrodita le entregaba. Tras tomarse un par de minutos para deliberar, finalmente le entregó a Hércules estipulando con exactitud las evaluaciones a las que se debería someter el reo antes de poder acceder a cualquier tipo de libertad condicional.

Antes de que se diese cuenta de lo que estaba pasando, dos tipos enormes, vestidos con batas blancas le cogieron por los hombros y le llevaron en volandas al interior de una ambulancia.


Zeus observó desde su trono todo lo que ocurría mientras bebía una taza de ambrosía. Sabía que podía confiar en Afrodita. Su hija, además de ser la cosa más hermosa que jamás había hecho, era inteligente y fuerte y le quería como solo una hija puede querer a un padre. Además debido a su belleza y la levedad con la que trataba sus obligaciones nadie la tomaba en serio y disfrutaba de la libertad que le proporcionaba no ser considerada más que un bonito florero.

A pesar de que odiaba salir del Olimpo, había bajado a la tierra y había sacado a su hermanastro  del apuro mientras él entretenía a Hera desviando su atención de ellos. Ahora venía lo más difícil debía darle a Hércules una razón para vivir sin revelarle aun su verdadera misión. Aquel muchacho estaba verdaderamente hundido.

Afortunadamente se acercaba el momento para que cumpliese con la misión para la que había sido concebido. Esperaba que tener un propósito y salvar innumerables vidas fuese suficiente acicate para  hacerle reaccionar y evitar que la humanidad pereciese. Hércules era un semidiós, y  debía tener una tarea que resultase un desafío para sus poderes.

La ambulancia llegó al recinto y avanzó por un sendero de grava hasta detenerse en  la entrada de una mansión de piedra con la fachada cubierta parcialmente de yedra. Zeus vio como Afrodita salía por la puerta delantera izquierda y abría la puerta trasera para permitir que unos fornidos enfermeros sacaran la camilla donde Hércules permanecía atado.

CUARTA PARTE: REDENCIÓN

Capítulo 16: Un nuevo hogar.

Mientras era transportado en el ambulancia Hércules estaba totalmente confundido. Ya se había hecho a la idea de que iba pasarse el resto de su vida intentado mantener su culo a salvo y ahora estaba en el interior de una ambulancia camino de no sabía dónde, en manos de no sabía quién.

Por un momento intentó razonar con el juez, aduciendo que estaba perfectamente cuerdo, pero el juez se había mostrado inflexible y había decidido que el mejor lugar para él era el psiquiátrico. Así que igual que habría aceptado la decisión de mandarle el resto de su vida a la trena, tendría que aceptar la decisión de recluirle en un psiquiátrico aunque sabía perfectamente que a su cerebro no le pasaba nada.

Y por otra parte estaba esa psicóloga que había intervenido en el último momento para salvarle de la cárcel. Todo muy sospechoso. Por un momento pensó que podrían haber sido sus madres, pero tras pensarlo más detenidamente llegó a la conclusión de que el único capaz de hacer una cosa así era su abuelo...

La furgoneta se detuvo bruscamente sacándole de sus pensamientos. Unos segundos después arrancó de nuevo y circuló un par de minutos por una pista de gravilla hasta detenerse definitivamente.

Las puertas traseras se abrieron y los dos hombres le sacaron aun atado a la camilla. Fuera, le esperaba Afrodita con una sonrisa  provocadora y los ojos ligeramente achicados como si estuviese guardándose un as en la manga.

—Bienvenido a La Alameda. —dijo Afrodita haciendo señas a los hombres para que soltasen las correas que le ataban a la cama—Y vosotros quitaros esos estúpidos disfraces.

—¿Pero qué demonios? —preguntó Hércules— ¿Qué clase de institución es está?

Durante un segundo ignoró a la mujer y miró a su alrededor. Se encontraba en una especie de glorieta que daba acceso a un majestuoso edificio de piedra de finales del siglo dieciocho. Afrodita se adelantó y sin decir nada le guio hasta la entrada. La puerta dio paso a un gigantesco recibidor  de mármol con una enorme escalinata en el fondo. Hércules siguió el vaivén de las caderas de la mujer y las hermosas piernas que asomaban por el escueto vestido, buscando por todos lados los pacientes y los empleados que se suponía debían pulular por todos los rincones del edificio.

Una vez en el primer piso, avanzaron por un pasillo cuyas paredes estaban cubiertas de tapices que representaban antiguas batallas hasta que finalmente abrió una puerta y le hizo pasar.

De repente se encontró en una acogedora sala cubierta de madera de caoba y espesas alfombras, con un alegre fuego chisporroteando en una chimenea.

Afrodita se acercó a un sillón orejero y se sentó frente a las llamas. El resplandor del fuego le daba un atractivo color dorado a la tez de la mujer.

Hércules se sentó en otro sofá frente a ella sin esperar a ser invitado y observó como afrodita cruzaba las piernas lentamente antes de empezar a hablar:

—Se que estás confundido y  que no esperabas que los acontecimientos se desarrollasen de esta manera, pero tanto yo, como la organización a la que pertenezco, opinamos que pasar el resto de la vida en la cárcel no sería lo mejor para ti y tampoco redundaría en ningún beneficio para la sociedad.

—Debo pagar por lo que hice. —dijo Hércules.

—Lo sé perfectamente, pero nuestra organización te ha estado observando y opina que serías mucho más útil al país poniéndote a nuestro servicio.

—¿No temes que vuelva a "perder el control", dejarme llevar por  mi síndrome disociativo y os mate a todos? —preguntó Hércules con ironía.

—Sé perfectamente porque hiciste todo aquello y la mejor forma de purgar todos los delitos que has cometido es salvar todas las vidas de que seas capaz para compensar  las que has destruido. —dijo la mujer— Nuestra organización se encarga de proteger a personas importantes para este país de una forma discreta, desde la sombra.

—No sé, quizás tengas razón o quizás deba volver ante el juez y suplicar que me encierre en la cárcel. Además ¿Qué  es exactamente la Organización? ¿Una especie de ONG?

—Veamos, —respondió Afrodita juntando los dedos de las manos, unos dedos largos y finos rematados por unas uñas largas pintadas de negro— ¿Cómo puedo explicártelo para que lo entiendas? Nuestra organización, La Organización, es una empresa privada que hace ciertos trabajos para el gobierno, trabajos importantes, pero en los que el gobierno no se quiere ver implicado por ciertas razones.

—¿Porque son ilegales?

—Ilegales no, más bien alegales.

—Perdona pero no te entiendo —dijo Hércules insatisfecho por la respuesta.

—Imagina que alguien importante para el gobierno está amenazado, pero no hay ninguna prueba o hay pruebas vagas de ello o se necesita que cierto mensaje u objeto en poder de un ciudadano extranjero sea interceptado de forma que el gobierno pueda negar toda implicación.

—Parece un trabajo un poco abstracto...

—Y peligroso. —dijo ella— Por eso necesitamos a hombres como tú con talentos especiales.

—¿Qué tengo yo de especial? —preguntó Hércules tratando de hacerse el tonto.

—Vamos no me hagas ponerte el video de las duchas. Eres más rápido y fuerte que cualquier otro ser mortal que habita la faz de la tierra. Eres el hombre perfecto para este tipo de trabajos y te necesitamos. —respondió Afrodita con la típica mirada de "tú a mí no me la pegas".

—Bien creo que es suficiente por hoy. Mañana empezarás tu entrenamiento. —dijo la mujer levantándose y precediéndole fuera de la estancia— Lucius te llevará a tus aposentos.

Le asignaron una enorme habitación de techos altos con una cama con dosel, un pesado escritorio de caoba y un armario empotrado donde descubrió una docena de trajes negros de Armani totalmente idénticos.

Tras curiosear un rato, alguien llamó suavemente a la puerta, era Lucius de nuevo informándole de que la cena estaba servida. Como no tenía otra cosa para vestirse se puso uno de los trajes y lo siguió a un enorme comedor dónde una docena de personas, con un anciano de larga barba blanca ocupaba la cabecera de la mesa.

—¿Quién es Dumbledore? —preguntó Hércules sentándose al lado de una Afrodita que había cambiado el   espectacular conjunto con el que le había raptado del juzgado por una blusa blanca y una sencilla  minifalda de seda negra.

—Es el director de La Organización. Hieronimus.

—Vaya, ¿Todos los miembros de la organización tienen nombres que riman?

—No seas idiota...

La velada transcurrió lenta y silenciosa. Según le dijo Afrodita, el director apenas hablaba y se limitaba a repartir las misiones. Ella misma se encargaría de su entrenamiento y le transmitiría las órdenes de Hieronimus.

Tras la cena todos los presentes se retiraron y Hércules quedó a solas con el anciano. Este fue escueto, solo le dijo que cumpliese con cabeza las misiones que le adjudicase y que recordase que representaba a La Organización en todo momento y por tanto debía de comportarse siempre honorablemente y nunca volver a tomarse la justicia por su mano.

Tras indicarle que debía tomarse el entrenamiento en serio le dio permiso para retirarse.

Subió la escalera en dirección a la habitación cuando la y luz el sonido de una voz tarareando una extraña melodía que se filtraban por una puerta entreabierta llamaron su atención.

La curiosidad pudo con él y se asomó por la estrecha rendija. Desde allí podía ver una enorme habitación decorada de una manera bastante extraña como si fuese una antigua casa griega o romana. Sentada en el borde del lecho y frente a un espejo de plata estaba Afrodita. Ignorante de que estaba siendo espiada se quitó las horquillas que mantenían el apretado moño en su sitio y dejó caer una cascada de pelo rubio y brillante que bajaba en suaves ondas hasta el final de su espalda.

Con un suspiro echó mano a su blusa y se soltó los tres botones superiores. Con un gesto descuidado metió una mano por la abertura y se acaricio distraídamente el hueco entre los pechos.

Hércules observó hipnotizado como la mujer apartaba las manos de su busto y se levantaba para ponerse frente al enorme espejo. Con lentitud siguió abriendo la blusa poco a poco hasta que estuvo totalmente desabotonada.

Sus pechos eran grandes y pesados y estaban aprisionados por un sujetador blanco semitransparente con algunos toques de pedrería. Afrodita se quitó la blusa y se cogió los pechos juntándolos, elevándolos y pellizcándose ligeramente los pezones a través del fino tejido del sostén. Hércules trago saliva mientras observaba como los pezones crecían hasta formar dos pequeñas protuberancias en la suave seda que los cubría.

Desplazó su vista hacia abajo y observó la minifalda con la que se había presentado en la cena, que  perfilaba un culo no muy grande, pero redondo y firme como una roca. Del extremo de la falda asomaban unos muslos y unas piernas que solo eran superados en elegancia y esbeltez por los de Akanke.

El recuerdo de su amante le hizo sentirse a Hércules un mirón y un gilipollas, pero la belleza y la sensualidad de aquella mujer hacían que no pudiese despegar los ojos de ella.

Afrodita agarró la falda y se inclinó para bajársela poco a poco y mostrarle involuntariamente a Hércules que el sujetador iba en conjunto con una braguita del mismo color y un liguero salpicado de bisutería que estaba unido unas medias blancas con una costura negra que recorría la parte posterior de las piernas.

La psicóloga acompaño el descenso de la falda hasta que esta cayó al suelo. Su piel, tersa y brillante, resplandecía a la luz de la luna como nada que hubiese visto en su vida. Hércules se dio cuenta de que había dejado de respirar y se obligó a controlarse aunque no fue capaz de apartar la mirada de aquella extraordinaria visión.

Afrodita se giró para mirarse la espalda y el apetitoso culo proporcionándole una perfecta panorámica de su cuerpo.

Tuvo que agarrar con fuerza el marco de la puerta para no lanzarse sobre ella cuando, tarareando el "More Than Words" de Extreme se quitó el sujetador. Los enormes pechos de la mujer se quedaron altos y tiesos, desafiando a la gravedad a pesar de su tamaño, con los pezones erectos y apetecibles como la fruta prohibida del paraíso.

Hércules se deleitó en aquellos dos jugosos y pálidos melones, recorrió las finas venas azules que destacaban en la pálida piel de la mujer y deseó ser las manos que los acariciaban. Sin dejar de canturrear la joven apoyó una de las piernas en un taburete y delicadamente fue soltando las presillas del liguero para a continuación arrastrar las medias hacia abajo y quitárselas, acariciándose las piernas con suavidad.

El zapato de tacón voló por la habitación y la joven terminó de quitarse la media. ¿Es que aquella mujer no tenía defectos? Hasta los pies eran pequeños, delicados y exquisitamente proporcionados.

Cuando terminó con la otra pierna y se hubo quitado el liguero, se incorporó de nuevo y volvió a observarse al espejo. La sonrisa de satisfacción y orgullo al observar  su cuerpo en el espejo era inequívoca. Con un último tirón se saco el minúsculo tanga y lo dejó caer a sus pies, quedando totalmente desnuda.

Su pubis estaba totalmente rasurado, sin una sola mácula. Hércules observó la delicada raja que asomaba entre sus piernas. Tras inspeccionarse el cuerpo a conciencia, Afrodita se inclinó sobre un pequeño aparador, se sacó una crema hidratante y comenzó a aplicarse una generosa dosis por todo su cuerpo. Con una sonrisa de placer la mujer se aplicó detenidamente la crema, acariciando y amasando pechos, vientre, culo y pantorrillas, dejando el pubis para el final.

Con toda la piel brillando a la suave luz de la luna se sentó de nuevo sobre la cama con las piernas abiertas y comenzó a aplicarse la crema sobre sus partes íntimas soltando leves suspiros de placer.

Hércules se levantó empalmado como un duque, incapaz de tomar una decisión. Afortunadamente o no, un ruido de pasos se aproximó en ese momento por el pasillo y le obligó a huir precipitadamente.

Afrodita también escuchó el rumor de pasos y con un mohín oyó como Hércules dudaba un instante más y finalmente abandonaba la puerta desde la que le había estado espiando. Con un resoplido metió de nuevo sus dedos entre las piernas, no eran lo mismo que la polla de un hombre fuerte y atractivo, pero por ahora tendría que conformarse con masturbarse e imaginar que aquellos dedos eran los de su hermano haciéndole el amor.

Capítulo 17: Adiestramiento.

El día siguiente comenzaron los entrenamientos. Era despertado todos los días a las seis de la mañana y tras el desayuno ya le estaba esperando Afrodita con unas ceñidas mayas y escueto top desafiando el frío mañanero.

Los primeros días los dedicaron a evaluar sus funciones físicas, velocidad, resistencia, agudeza visual e inteligencia. Al principio Hércules intentó disimular sus capacidades tal y como sus madres le habían aconsejado siempre, pero Afrodita lo sabía todo y le obligó a emplearse a fondo.

Tras la evaluación, ambos llegaron a la conclusión de que no necesitaba adiestramiento en cuestiones de lucha cuerpo a cuerpo, pero Afrodita le señaló que no era invulnerable y le enseñó a manejar armas de todo tipo, especialmente las de tipo personal. En pocos días consiguió ser un experto en el manejo de pistolas, fusiles y rifles de francotirador.

—Pensarás que ya estás preparado, —dijo Afrodita cuando la parte física del adiestramiento hubo concluido— pero aun queda la parte más importante, durante los siguientes días te enseñaré a desenvolverte en distintos ambientes desde los barrios más bajos hasta la alta sociedad...

—¿Y qué te hace creer que no puedo hacer esas cosas yo solo? —replicó Hércules— Ya sabes que mi abuelo es una de las personas más ricas del país.

—En efecto —respondió ella— pero hace tiempo que está alejado de las esferas de poder y el pertenecer a una familia como la tuya no te garantiza que seas admitido automáticamente en esos círculos reducidos. Yo  haré que eso te resulte más fácil.

—Bien, ¿Y por dónde empezamos?

—¿Qué te parece por las mujeres? —dijo Afrodita— Eres un hombre fuerte y atractivo. Y eso puede ser una herramienta muy útil con las mujeres.

—¿Ahora es cuando me vas a contar que los niños no vienen de París...?

—Algo parecido, en este trabajo te vas a tener que valer de todos los trucos que tengas a tu alcance para cumplir tus misiones y seducir mujeres es uno de ellos.

—¿Y me vas a decir qué es lo que les gusta a las mujeres?

—Soy una mujer, es normal que pueda hablar de ello con cierta autoridad.

—De acuerdo. —dijo Hércules sentándose— Soy todo oídos.

—Lo primero que tienes que saber que el principal órgano erógeno en la mujer es este —dijo Afrodita señalándose la cabeza.

—¿El cabello? —preguntó él con sorna.

—Vamos Hércules, no seas infantil. Sabes perfectamente de lo que hablo. Por muy moderna e independiente que sea una mujer a todas nos encanta que nos halaguen, eso sí, sin pasarse. Mantener el equilibrio en la fina línea que separa el halago de la adulación es un arte que debes aprender y lamentablemente en eso no puedo ayudarte demasiado.

—¿Y entonces en que puedes ayudarme?

—Te contaré que es lo que sentimos las mujeres al hacer el amor para que puedas aprovechar esos conocimientos. Ahora calla y escucha.

—En realidad no somos tan diferentes de los hombres. Cuando vemos un hombre que nos gusta nos sentimos atraídas por él, igual que vosotros aunque no lo demostremos tan visiblemente. En general preferimos que nos traten con delicadeza, nos gustan los mimos y las caricias antes de entrar en faena, ahora te voy a contar un par de secretillos.

—Eso espero, porque hasta ahora no me has contado nada que no sepa  o por lo menos suponga.

—Las mujeres no somos como las actrices porno, no nos corremos chupándoos la polla o haciéndoos una cubana, no nos gusta que intentéis sincronizar Radio Nacional con nuestros pezones y tampoco nos gusta que nos frotéis el clítoris como si estuvieseis sacándole el brillo a la plata.

—Es cierto que tenemos un punto G en la pared superior de nuestra vagina, una pequeña zona casi inapreciable, salvo porque cuando nos la acariciáis nos volvemos locas. Para encontrarla normalmente necesitáis que os digamos donde está porque, en esto, cada mujer somos un mundo.

— Pero el punto G y el clítoris no son los únicos lugares que nos producen un intenso placer En el fondo de la vagina hay dos zonas, son el cérvix y los fórnices vaginales, si los estimulas suavemente nos producen un intenso placer y son particularmente utiles porque también se estimula  la producción de secreciones que lubrifican el canal vaginal. El punto A, que está entre el cérvix y el punto G y el punto U en los alrededores de la uretra también son especialmente sensibles.

—Joder, creo que voy a tener que tomar apuntes. Se te van a acabar las letras del alfabeto.

—Usa tus dedos y posturas adecuadas, —continuó Afrodita ignorando la interrupción— estimula estos puntos con suavidad  y conseguirás que cualquier mujer se vuelva loca de placer.

—En general estamos más dotadas para el sexo que vosotros, al contrario que vosotros, tras el orgasmo volvemos a estar preparadas para continuar. Normalmente no tenemos un periodo refractario como vosotros o es muy pequeño. Por otra parte, todas somos capaces con un poco de entrenamiento de ser multiorgásmicas y al igual que vosotros, somos capaces de eyacular.

—Habla con nosotras antes, durante y después del acto. Averigua lo que nos gusta y no te cortes, háznoslo.

—El sexo anal puede ser placentero, pero no lo hagas a lo bestia. Tomate tu tiempo para lubricar y dilatar el esfínter, eso permitirá que el dolor sea mínimo y se eviten accidentes. Trátanos con respeto, incluso con el sexo duro hay límites. Si  nos llevas hasta él sin sobrepasarlo, haremos lo que  quieras por ti.

—¿Y eso es todo? —preguntó Hércules con aire cansino.

—Básicamente sí. Ahora practicaremos unas cuantas posturas especialmente placenteras para nosotras y verás por qué lo son.

Hércules se quedó paralizado, con los ojos abiertos, como un ciervo ante los faros de un coche. Afrodita le miró con una sonrisa malévola y le indicó con un dedo que se acercara. Finalmente el joven se acercó y se plantó frente a ella sin poder evitar echar un vistazo a su cuerpo enfundado en uno leggins negros y un escueto top que no dejaba nada a la imaginación.

Flashes de la noche de su llegada con Afrodita desnudándose y acariciandose asaltaron su mente, teniendo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no empalmarse.

Fingiendo no darse cuenta Afrodita le invitó a tumbarse:

—Empezaremos por la más básica, la fusión, —dijo sentandose sobre Hércules—probablemente la habrás experimentado más de una vez. Permite una penetración profunda y al tener nosotras el control nos resulta especialmente placentero.

Hércules se limitó a asentir mientras su profesora le golpeaba suavemente el pubis con su sexo.

—Si te sientas conmigo encima, hacemos la medusa, esta permite las caricias y los besos en nuestras principales zonas erogénas, pechos, labios, cuello, muslos... Es una de mis preferidas para iniciar la relación sexual. —dijo ella frotandose de nuevo contra Hércules que ya había renunciado a luchar contra su erección— Como ves puedo excitar a mi pareja acariciando su glande con mi clítoris y decidir cuando dejo que me penetre...

Hércules aguantó la tortura como mejor pudo. Deseó arrancarle la ropa a esa belleza y follarla. Demostrarla que el sexo duro y apresurado tambien podía ser placentero.

Sin hacer caso, la mujer se  separó y se tumbó de lado indicando a Hércules que se colocase a sus espaldas.

—La postura de la somnolienta, también es muy placentera. Me penetras desde atrás y yo retraso la pierna y rodeo tu cintura con ella, así tu tienes acceso a mi clitoris y mis pechos. —dijo cogiendo sus manos y obligandole a entrelazarlas con las suyas de modo que las plamas de Hercules tocaran el dorso de sus manos y acariciandose a continuación las ingles y los pechos para demostraselo— ¿Ves?

—Sí ya veo. —respondió él con la voz ronca y desesperado por tener los pechos y el coño de aquella mujer tan cerca pero tan lejos.

Sin darle tregua, Afrodita se puso en pie, se recolocó los leggins que se habían incrustando en la raja de su sexo y le ordenó que se  sentase  en una silla.

Apenas se hubo sentado, ella se colocó encima y rodeando el cuello de Hércules con sus brazos comenzó a dar saltitos sobre  su erección, mirandole a los ojos con una mirada aprentemente inexpresiva.

—Esta se llama la doma y siempre ha sido una de mis favoritas nos permite acariciarnos y besarnos, en fin muy tierna, Y con solo darme la vuelta tienes acceso de nuevo a mi clitoris. —dijo volviendo a coger sus manos y a acariciarse el sexo.

Hércules creía que iba a enloquecer, pero Afrodita no se dio por enterada y a continuación se puso a cuatro patas señalandole que la postura del perrito era una de las preferidas por todas las parejas y que se podía continuar con el tornillo.

—Ves me tumbo bocarriba y giro mis caderas poniendo las piernas juntas a un lado. Tu de rodillas me penetras presionando mi clitoris y penetrandome profundamente...

Justo cuando creyó que no podría aguantar más Afrodita se levantó y se colocó la ropa. Hércules supiró y se levantó más lentamente dejando que su erección se fuese extinguiendo como un conato de incendio que no acaba de prosperar.

—Ahora tratemos  otros asuntos, —dijo Afrodita sonriendo satisfecha por el mal rato que le había hecho pasar a aquel joven y abriendo a la puerta y franqueando el paso a dos tipos que aparentaban un sexo indefinido.

—¡Oh! !Por Dios!  ¿Qué es esto? Jamás había visto una melena semejante, está totalmente estropajosa. —dijo el más viejo y delgado con voz afectada—¿Cuánto hace que no te aplicas una mascarilla nutritiva? —añadió tocando su pelo con dos de sus dedos, como si se tratase algún tipo de alga pútrida y maloliente.

Sin dejar de parlotear dio instrucciones al otro hombre que, con gesto resuelto, arregló y cortó el pelo de Hércules, le aplicó mascarillas y le afeitó cuidadosamente la barba.

Tras varias horas de tratamiento no se reconocía a sí mismo. Los siguientes días, como si se tratase de My Fayr Lady, Afrodita le instruyó en la manera de comportarse en sociedad con qué tipo de personas debía tratar y de cuales huir y la mayoría de sutilezas que un hombre vulgar no entendería y todo amante del arte y la literatura debía conocer.

Un día, tras un entrenamiento, el director se le apareció como por ensalmo y le cogió delicadamente con el brazo.

—He seguido tus avances con interés. —dijo el anciano con voz cascada— Afrodita opina que ya estás preparado. Y tú, ¿Te sientes en condiciones de acometer tu primera misión? ¿Quieres comenzar a redimir tus  delitos?

—Estoy preparado.

—Perfecto. —dijo deslizando un sobre en la mano de Hércules y abandonándole sin despedirse.

Ya en su habitación, con un leve temblor en sus manos, abrió el sobre. En él había un dossier sobre una mujer. Observó la foto.  Tez olivácea, rostro atractivo aunque un poco descarnado, de pómulos altos y ojos grandes y oscuros. Su nariz era recta y respingona y sus labios gruesos y jugosos.

Apartó la foto y leyó el dossier con interés. Para ser la primera misión no le parecía demasiado difícil.


—¿Se puede saber que haces con ese aspecto de viejo carcamal? ¿ Y quién es ese hombre al que está ayudando tu hija? —Dijo Hera interrumpiendo su observación.

—Vamos, ya me demostraste que lo sabes de sobra. —respondió Zeus fastidiado.

—Te recuerdo que hicimos un pacto para no interferir con los humanos...

—Que tú mediante subterfugios has roto. —le interrumpió su marido.

—¡Eres un cerdo! —estalló Hera— ¿Cómo te atreves a acusarme de nada mientras tu andas fornicando con humanas igual que un burro salido?

—No lo entiendes, no he tenido más remedio, mujer. Aparta ya de  una vez esa desconfianza patológica. No tientes la suerte.

—Entonces permíteme entenderlo. ¿Por qué ayudas a ese joven después de haber cometido esos horribles crímenes? —preguntó ella indignada.

—Porque lo necesitamos. Nuestro pacto nos ata de pies y manos y no puedo reuniros a todos y solventar nuestras rencillas a tiempo para salvar a la humanidad. Así que he tenido que valerme de subterfugios y de la ayuda de Afrodita, que como nadie la toma en serio, puede moverse con más libertad.

—¿De qué demonios hablas?

—Hablo de la caja. Una humana está a punto de encontrarla y necesitamos que alguien la detenga.

—¿La caja? ¿Te refieres a esa caja que le regalaste a Pandora? ¿Y qué importancia tiene? Ella la abrió y ya liberó todos los males del mundo. Además, Epimeteo la enterró en un lugar, lejos del alcance de cualquier hombre.

—Sí, bueno. No todos los males fueron liberados, Pandora cerró la tapa antes de que se liberase el peor de todos. El que acabará con la humanidad entera. Y el gilipollas de Epimeteo la enterró profundamente, pero no pudo evitar jactarse de lo que tenía y dejar pistas por todas las Cícladas. Ahora una humana con vastos recursos está sobre la pista y es como un perro con un hueso. —replicó Zeus echando chispas por los ojos— Y ahora no puedo intervenir directamente ya que alertaría a Hades y este intervendría ansioso por tener un montón de nuevos inquilinos en el averno.

—Maldito seas, tú y tus jueguecitos. —dijo Hera sin poder ocultar su satisfacción— Siempre actuando sin pensar y ahora la vida de  millones de inocentes pende de un hilo.

—¿Guardarás el secreto? —preguntó Zeus fastidiado por tener que pedir un favor a su mujer.

—Está bien. No se lo diré a nadie e intentare despistar a Hades. ¿Llegará a tiempo tu hijo para evitar este desastre?

—Eso espero, Hera. Aun tenemos algo de margen y Afrodita le está entrenando bien. Un par de misiones y estará listo. Confía en mí.

—Si me diesen un dracma por cada vez que he escuchado esa frase...

Capítulo 18: Primera misión.

El dossier no decía mucho de la mujer. Se llamaba Francesca Lobato y cantaba en un sórdido club de las afueras. No tenía antecedentes de arrestos, pero el club en el que trabajaba era famoso por ser un lugar de encuentro de las mafias chinas.

Los servicios secretos habían puesto el club bajo vigilancia, y sospechaban que usaban a las mujeres como correo para pasar secretos industriales y militares, el problema es que eran extremadamente cautos y no sabían exactamente como lo hacían, ni cual era la mujer que lo hacía.

Tras unos meses de vigilancia habían restringido las sospechosas a cuatro mujeres. Una de ellas era especialmente prometedora. A principios de mes, nunca el mismo día, la mujer llegaba al trabajo con un bolso especialmente grande y salía a la hora del cierre con el bolso más abultado de lo normal.

Su misión era seducir a la mujer y hurgar en el contenido del bolso hasta encontrar el material, fotografiarlo y dejarlo todo en su sitio para detenerla posteriormente en caso de que resultase ser lo que esperaban.

Revisó el resto de las hojas del informe. Estaba claro que habían hecho un extenso trabajo de documentación, aunque curiosamente, la mayoría de la información era bastante reciente, no había  apenas nada que tuviese más de cinco años de antigüedad.

Observó de nuevo la foto y se preguntó que ocultaban esos ojos grandes enmarcados por unas pestañas largas y rizadas. ¿Por qué no había datos anteriores? ¿Cómo haría para acercarse a ella?

Se acostó en la cama mirando al techo pensativo. Era su primera misión y no quería cagarla. Aunque dudaba mucho que aquello mejorase su estado de ánimo, estaba dispuesto a cumplir las misiones que le encomendasen. Al menos no tenía que matar a nadie, no quería empezar su nueva vida como había terminado al anterior.

Se acercó al teléfono y estuvo tentado de llamar a sus madres, pero no se sentía con fuerzas para enfrentarse de nuevo a ellas. Volvió a colgar el aparato y se quedó mirando al techo, con la mente en blanco, hasta que se quedo dormido.

Aquel garito era bastante más acogedor por dentro de lo que parecía por fuera. La iluminación era suave y la música disco de los ochenta y noventa no estaba demasiado alta, solo lo suficiente para que las bailarinas semidesnudas que se agarraban a las barras, contorsionando sus cuerpos, pudiesen seguir el ritmo.

Entre el público había bastantes individuos de aspecto oriental que veían evolucionar a las mujeres con lujuria y esperaban ganarse su favor a base de introducir billetes entre las tiras de sus tangas.

Hércules se dirigió a la barra, pidió un Glennfidich con hielo y acodado en ella esperó a que Francesca saliese al escenario que ocupaba el fondo del establecimiento.

Antes de su actuación tuvo que fingir interés en una torpe imitación del baile de Flashdance por parte de una rubia cuya enorme pechuga estaba más dotada para  usar los pechos como los flotadores de un hidroavión que para realizar los relativamente complicados pasos de un baile moderno. Todo quedó compensado cuando el agua cayó sobre la mujer haciendo que la camiseta revelase el tamaño real de los pechos y erizase unos pezones de tamaño titánico.

Cuando se hubieron apagado los silbidos y los aplausos, la mujer se retiró dejando que un operario recogiese el agua del suelo con una fregona.

Pidió otra copa mientras observaba como el hombre dejaba la fregona y cogiendo un micrófono presentaba a Francesca. Después de describirla como la heredera de Sade y ensalzar su belleza se retiró para dejar paso a la mujer que aparecía en ese momento en el escenario.

Llevaba un vestido rojo de lentejuelas cruzado en la cintura con un escote en v estrecho y profundo. La falda era larga y tenía una raja en el lado derecho que le llegaba casi hasta la cintura y se cerraba justo en la cadera con un bordado plateado.

Hércules observó el pelo largo, negro y ligeramente ondulado que reposaba sobre su hombro izquierdo, tapando aquella parte de su pecho. La mujer se inclinó para saludar y sus pechos se movieron pesados y jugosos evidenciando que no llevaba sujetador.

El público aplaudió hasta que la cantante, con un ligero mohín de sus labios gruesos y rojos como la sangre, les invitó a callar y comenzó a cantar. Su voz era suave y acariciadora, pero Francesca le añadía un toque grave y ligeramente ronco que hacía que la canción de Sade tuviese un punto más sensual.

Apenas se movía, pero sus ojos recorrían la sala con intensidad haciendo que cada hombre presente se sumergiese en la melodía y creyese ser el protagonista. Durante unos instantes calló y dejó que el saxofonista que la acompañaba se marcase un solo. La melancolía del instrumento llenó la sala haciendo que todo el mundo se sintiese embargado por una profunda emoción.

Francesca fijó el micrófono al pie y acariciándolo con unas manos de dedos largos y suaves comenzó a cantar de nuevo, esta vez meciéndose suavemente, sin dejar de envolver con sus manos el aparato y acercando sus labios sensualmente hasta casi tocar la superficie cromada, dejando que la raja de su vestido se abriese dando a los presentes una visión de unas piernas largas y morenas encaramadas a unas sandalias de tacón alto.

Hércules bebió el resto del whisky de un trago mirando a la mujer fijamente a los ojos a pesar de que sabía perfectamente de que ella no le podía ver, cegada como estaba por los focos.

Cuando la canción terminó se impuso un silencio que se prolongó un instante antes de que la parroquia prorrumpiese en una sonora aclamación.

Hércules dejó el dinero sobre la barra y se escabulló antes de que las luces volvieran a encenderse.

A la mañana siguiente se dirigió al domicilio de Francesca, que figuraba en el informe y aparcó dos puertas más abajo su coche alquilado. Como esperaba, Francesca no se levantó hasta tarde y hacia el mediodía la vio salir del portal vestida con uno vaqueros, una sencilla blusa y calzando unas bailarinas.  Abandonó la terraza del bar de la esquina en el que había pasado buena parte de la mañana y la siguió calle abajo. Tras unos doscientos metros dobló una esquina y entró en un supermercado.

Hércules entró a su vez y cogió un carrito. Paseó por los pasillos y eligió varios productos al azar mientras la buscaba. Finalmente la encontró en la sección de congelados. Se colocó a su lado y hurgó con interés entre las terrinas de helados mientras la observaba de reojo.

Era la primera vez que la observaba de cerca, aun en bailarinas era casi tan alta como él. Llevaba el pelo atado en una apretada cola de caballo dejando a la vista una tez morena y tersa, sin apenas arrugas o imperfecciones. Dos grandes aros de oro colgaban de sus orejas y una pequeña piedra en la aleta de su nariz junto con sus ojos grandes y ligeramente rasgados le daban un aire exótico y un inconfundible atractivo.

—Una mujer tan bella merece algo más que una comida congelada. —dijo Hércules mientras fingía inspeccionar una terrina de stracciatella.

—¿De veras? —preguntó ella con una sonrisa escéptica mientras metía una pizza y un par de cajas de canelones.

Su voz ronca y sensual, y la forma pausada de hablar hizo que Hércules sintiese como crecía su excitación.

—Pues claro, hay un montón de comida prefabricada sin tener que comerla ardiendo por fuera y hecha un témpano de hielo por dentro.

Sabía que no era una respuesta muy inteligente, pero había conseguido que ella le mirase por fin y rápidamente detectó en sus ojos una chispa de interés. Continuó charlando con ella y haciendo chistes malos sobre la comida preparada mientras elegían productos de los estantes.

Francesca hablaba poco y escuchaba lo que Hércules decía con una sonrisa irónica, pero se dejaba guiar por el supermercado en un tortuoso circuito por los distintos pasillos del establecimiento. Finalmente Hércules se presentó y le invitó a tomar algo en una terraza.

La mujer miró el reloj frunciendo el ceño pero finalmente aceptó y le sugirió el local dónde había pasado la mañana. Hércules fingió un poco de embarazo y le dijo que en aquel bar había hecho un simpa hacía poco para forzarla a elegir otro.

Finalmente acabaron en la terraza de una cafetería a un par de manzanas de allí. El calor del mediodía empezaba a ser intenso así que Hércules pidió una caña mientras ella pedía una cola sin hielo.

Fingiendo inocencia le dijo que se le iba a calentar muy rápido el refresco. Ella respondió que tenía que proteger su garganta ya que era cantante. Hércules aprovechó para interrogarla y mostrar su admiración. Inmediatamente le preguntó dónde podía ir a oírla cantar. Ella, al principio quiso negarse a contárselo, lo que le dio indicios de que quizás se avergonzaba un poco del lugar donde cantaba, pero al final terminó confesándolo.

Tras apurar las bebidas, Hércues pagó la cuenta y se  despidieron con dos besos. El cálido contacto con su piel provocó otro pequeño chispazo como si la atracción creciente entre ellos se descargase con el contacto.

—¿No me vas a pedir el número de mi móvil? —preguntó ella al ver que él se daba la vuelta dispuesto a alejarse de ella.

—¿Para qué si ya sé dónde encontrarte? —respondió Hércules girándose y despidiéndose de ella para a continuación seguir su camino.

Aquella misma noche se presentó en el local de nuevo. Había cambiado de indumentaria. Se había puesto uno de los trajes de Armani del armario y se había llevado un Porsche Cayenne del garaje de La Alameda.

Esta vez había elegido un lugar cerca del escenario para poder ver a la mujer más de cerca y que ella pudiese verle a él. Francesca no tardó en salir de nuevo. Esta vez llevaba un vestido de seda de corte oriental color marfil con una raja en el lateral tan vertiginosa como la del día anterior.

Antes de que comenzasen los primeros acordes y la luz volviese a cegarla, la mujer exploró el lugar con la mirada y no tardó en localizarle. Con un sonrisa se acercó al micrófono y comenzó a cantar Sweetest Taboo. Al contrario que en otras ocasiones, la mirada de Francesca casi no se apartó del lugar donde estaba Hércules mientras acariciaba el micrófono posesivamente.

La canción terminó y el público rugió unos segundos antes de volver su interés de nuevo a las bailarinas. Francesca bajó del escenario y repartió algunos besos y confidencias con empleados y clientes hasta que por fin llegó a él.

—¿Te ha gustado? —pregunto ella sin poder disimular su interés por la respuesta.

—Has estado fantástica, derrochas tanta sensualidad que me han entrado ganas de lanzarme al escenario y hacerte el amor allí mismo, delante de todo el mundo.

La cantante sonrió satisfecha durante un instante pero su gesto se volvió rápidamente entre ansioso e inseguro.

Notaba que estaba a punto de echarse atrás así que Hércules se adelantó y mientras acariciaba su pelo negro y sedoso le preguntó a qué hora terminaba.

Francesca dudó, estaba claro que había algo que parecía sumirla en la indecisión. La mano de Hércules se desplazó por su cara y rozó los labios de la mujer recorriendo la abertura de su boca acabando por convencerla.

—Tengo otra actuación dentro de una hora y habré terminado. —respondió ella con un ronco suspiro.

Charlaron un rato más y él la  invitó a una copa de Champán antes de que se retirara a prepararse para la siguiente actuación. Cuando salió de nuevo al escenario, Hércules había abandonado el local. Francesca lo buscó entre el público sin éxito así que terminó sumida en un mar de dudas.

Al salir se encontró con el joven apoyado en el todoterreno con una sonrisa traviesa consciente de que ella, por un momento, había dudado que se hubiese quedado a esperarla.

Con un "estúpido" se introdujo en el Cayenne dejando que el hombre cerrase la puerta. El acogedor interior y el olor a cuero se mezclaron con el aroma del perfume del hombre aumentando su excitación. Mientras se dejaba llevar, no le importaba dónde, Francesca pensaba en el siempre crítico momento de descubrir su secreto.

Odiaba ser así, odiaba tener que pasar por aquel trago cada vez que conocía a un hombre que le interesaba. Nunca sabía lo que pasaría. En ocasiones había terminado muy mal y viendo los músculos que amenazaban con romper el traje de Armani de Hércules un escalofrío recorrió su espalda.

Hércules la llevó a un pub del centro. Pidieron un par de copas y charlaron, la música estaba tan alta que les obliga a acercar la boca a la oreja del otro para poder entenderse y él lo  aprovechó rozándola con sus labios y sus dientes mientras le hablaba.

Tras unos minutos Hércules no se contuvo más y abrazando a la mujer por la cintura le besó el cuello y la mandíbula. Francesca suspiró excitada, pero a pesar de todo Hércules notó cierta resistencia. Ignorando las indecisiones de la mujer la abrazó y la besó en la boca, explorándola  con suavidad y saboreándola sin apresurarse, mientras sus manos acariciaban su espalda.

Sin dejar de besarla deslizó las manos por la resbaladiza seda del vestido hasta agarrar su culo apretándolo y acercando sus caderas contra él, deseoso de que ella pusiese sentir la erección que ocultaban sus pantalones.

—No, aquí no. —dijo Francesca apartándose sofocada como si las caderas de Hércules le quemaran.

Hércules estaba tan excitado que hubiese ido al mismo infierno con aquella mujer. Asiéndola por la cintura la llevó fuera del ruidoso pub y la guio hasta el todoterreno. Antes de arrancar se inclinó sobre ella y la besó mientras acariciaba el muslo que asomaba por la raja del vestido. Ella suspiró y le apartó diciéndole que le llevase a un sitio más íntimo.

Aun tenía las llaves de su viejo apartamento así que la llevó allí. Cuando abrió la puerta la imagen de Akanke recibiéndolo con una sonrisa le asaltó haciéndole vacilar. Francesca lo notó y para evitar unas preguntas que no quería responder se lanzó sobre ella y acorralándola contra la pared la besó con violencia. La mujer sorprendida respondió al beso con la misma ansia dejando que las manos de Hércules estrujaran con  violencia sus pechos a través de la seda del vestido.

Abrazándose y tropezando avanzaron hacia el dormitorio. Por el camino Francesca fue quitándole hábilmente la ropa hasta que cuando llegaron a la cama Hércules se vio totalmente desnudo.

Aquel hombre tenía el cuerpo de un héroe griego. Sus músculos se marcaban bajo su piel incitándole a arañarlos y mordisquearlos. Lo tumbó sobre la cama y tras ponerse encima de él le besó durante unos instantes antes de comenzar a recorrer su cuerpo con su boca, sabia a sal y a perfume. Mordisqueó sus tetillas haciéndole suspirar y fue bajando por su vientre, acariciando con sus uñas cada uno de los abultados músculos antes de llegar a su pubis.

Levantó la vista y con una sonrisa traviesa cogió el tallo de su polla con una mano. Sin dejar de mirarle levantó el miembro y lamió su base para continuar con  sus huevos. Hércules suspiró de nuevo dejándole hacer y acariciándole suavemente el cuello.

Poco a poco, con desesperante lentitud fue avanzando por el tronco de su polla hasta que al fin llego a su glande. Lo recorrió juguetona con la punta de su lengua, rozándola con sus dientes, sintiendo como crecía por momentos.

Sin aguantarse más lo rozó ligeramente con sus labios antes de abrir la boca y meterse la polla dentro. Dejándose llevar comenzó a chuparla primero suavemente, luego con más fuerza subiendo y bajando por aquel mástil palpitante y sintiendo como todo el cuerpo de Hércules se estremecía y sus músculos se contraían debido al intenso placer.

Había llegado la hora de la verdad. El momento que más odiaba, pero si lo retrasaba más sabría que no sería capaz. Ese chico le gustaba de verdad y lo deseaba con todo su ser. Esperando que los estremecimientos de miedo los interpretara como excitación se puso en pie y se desabrochó los botones que tenía el vestido en el hombro izquierdo.

Intentando librarse de la desagradable sensación de vulnerabilidad que sentía al descubrir su secreto, se bajó la cremallera del vestido quedando desnuda salvo por un culotte delicadamente bordado y las sandalias de tacón.

Sintió los ojos de él clavados en sus pechos redondos, del tamaño de pomelos con los pezones pequeños y erectos por su intensa excitación. Le miró un instantes a los ojos antes de inclinarse para bajarse el culotte. Se incorporó con las piernas muy juntas dejando que observara el pelo oscuro y rizado que cubría sus piernas.

Respiro hondo y cerrando los ojos separó las piernas.

Mudo de sorpresa, Hércules observó como de su entrepierna caía un pene semierecto. Francesca se quedó quieta esperando, con los ojos cerrados y temblando de la cabeza a los pies. Por un momento no supo qué hacer, se quedó petrificado, pero luego se centró en la misión y hasta agradeció que fuese tan diferente a Akanke. Eso le ayudaría a apartar las constantes comparaciones entre las dos mujeres de su mente.

Se levantó y se acercó a Francesca que seguía esperando con la cabeza baja y los ojos cerrados. La mujer, al sentir su presencia, se puso rígida y tembló expectante. Hércules adelantó la mano y acarició su mejilla con suavidad. Francesca reaccionó defensivamente ante el contacto hasta que se dio cuenta de que era una caricia, se relajó y abrió los ojos.

Las manos de Hércules rozaron sus labios antes de introducirlos en su boca. Sintió como los chupaba con fuerza envolviéndolos con su densa y cálida saliva. Al fin relajada, Francesca se dio la vuelta y apoyando las manos sobre un viejo tocador separó las piernas.

Hércules acarició los muslos de Francesca y separó sus cachetes introduciendole con suavidad los dedos embadurnados en su propia saliva en el ano. La mujer soltó un ronco gemido mientras dejaba que Hércules explorara y dilatara su esfínter.

Los gemidos y los estremecimientos de Francesca hicieron que su deseo creciese. Con suavidad acercó la punta de su polla al oscuro y estrecho agujero y con delicadeza la penetró. El calor y la estrechez del culo de Francesca eran deliciosos. Poco a poco comenzó a meter y sacar el miembro de las entrañas de la mujer, cada vez más rápido, cada vez con más fuerza, viendo la cara de intenso placer de ella en el espejo.

Asiendo su melena empujó con todas sus fuerzas mientras Francesca se agarraba con desesperación al tocador para no  perder el equilibrio.

Dándose un descanso Hércules tiró de su melena y  obligó a la artista a volver la cabeza para besarle de nuevo el cuello la mandíbula y la boca. Cuando se separaron, ella soltó un gemido de insatisfacción al sentir como escapaba el miembro de su culo.

Dándose la vuelta lo besó desviando la atención de Hércules de su miembro semierecto y lo tumbó en la cama. Dándole la espalda se ensartó su polla  de nuevo con un largo gemido. Deshaciéndose de las sandalias coloco piernas y brazos a ambos lados del cuerpo de Hércules y comenzó a subir y bajar cada vez más rápido mientras su polla erecta se balanceaba golpeando su vientre.

El placer volvía a ser intenso y apenas se dio cuenta cuando las manos de Hércules agarraron su miembro y comenzaron a sacudirlo con fuerza  mientras se corría en su culo. El calor de la semilla del joven unido a sus caricias hicieron que no pudiese contenerse más y se corriese derramando su semilla sobre su propio vientre.

Durante esos instantes sintió una intensa  felicidad que pronto se vio disminuida por la sensación de no sentirse una mujer completa.

Hércules apartó a Francesca con suavidad  y se tumbó de lado, abrazando su cuerpo para quedarse casi inmediatamente dormido.

Los días siguientes fueron una vorágine de sexo. Hércules la atosigaba y  buscaba su contacto constantemente, haciendo el amor una y otra vez hasta que ella rendida y dolorida le pedía una tregua.

Él insistía en ir a todas sus actuaciones fingiendo no poder separarse de ella ni un minuto hasta que por fin un día la llevó al trabajo y observó que llevaba el bolso que aparecía en las fotos del dossier. Era tan grande que bromeó preguntándole qué diablos llevaba allí dentro. Francesca consiguió ocultar bastante bien la tensión cuando escuchó la broma, pero a Hércules no le pasó desapercibida.

No volvió a hablar del tema durante toda la noche y cuando llegaron al piso le hizo el amor consiguiendo que se corriera dos veces y acabara durmiéndose totalmente exhausta.

En total silencio, cogió el bolso y se lo llevó a la cocina. Una vez allí, en la oscuridad, lo abrió descubriendo varios fajos de documentos. Los inspeccionó y los fotografío con el móvil antes de volver a colocarlos en su interior, junto con un diminuto dispositivo de localización por GPS.

Dos días después unos hombres se encargaron de llevársela. Nunca la volvió a ver.

Capítulo 19: Joanna.

—Hola, ¿Cómo  te sientes? —preguntó Afrodita mientras se sentaba a  desayunar a su lado.

—La verdad es que no muy orgulloso. He mentido y traicionado la confianza de una mujer. Espero que haya valido la pena y los papeles fuesen realmente los que buscabais. —respondió Hércules contemplando el cuerpo de la mujer enfundado en una bata de satén gris perla.

—En realidad era más de lo que pensábamos y no te preocupes por Francesca, ha obtenido un buen trato a cambio de contar todo lo que sabe, que no es poco.

—Me alegro, no me gustaría que se pudriese en la cárcel. Espero que le vaya bien. A pesar de que no era mi tipo, ya sabes a que me refiero, no quiero que sufra y deseo que sea feliz.

—Hablando de felicidad y de parejas disfuncionales, —dijo la mujer untando una tostada— tengo una nueva misión para ti.

—¿Ah, Sí? —Preguntó el dominado por la curiosidad.

—Joanna Sorensen. —dijo  chupándose los dedos antes de alargarle una carpeta— Es la hija del embajador Danés; se ha liado con un playboy treinta y pico años mayor que él y vinculado con el tráfico de drogas. El embajador ha intentado abrirle los ojos, pero no hay manera y ha recurrido a nosotros desesperado.

—Mmm, no sé, ¿Qué derecho tenemos a inmiscuirnos en la vida de una mujer mayor de edad?

—No es tu función valorar eso, pero si te sirve de consuelo tu otra función es mantenerla viva. Hemos investigado un poco al novio y últimamente no le ha ido muy bien. Ha perdido un par de envíos y los colombianos están cabreados...

—Entiendo. —replicó  Hércules con la conciencia un poco más aliviada— Me pondré en ello.

—No me has contado que sentiste al hacer el amor con un hombre. —dijo afrodita con una sonrisa provocativa.

—No era una mujer, pero tampoco era un hombre, era... Francesca. Al principio pensé que era una putada, luego vi que era una mujer en todo menos por esa mierda que le colgaba y una mujer atractiva dulce y sensual. En otra vida podría haberme enamorado de ella.

—Vaya, es una lástima. Y yo que creía que tenía alguna oportunidad contigo. —dijo Afrodita metiendo las manos por el escote de la bata y frunciendo los labios a modo de despedida.

En cuanto terminó de desayunar se puso manos a la obra. Vigiló la casa de Joanna hasta que esta y su novio salieron a comer por ahí y aprovechó para colarse en su casa y poner micros  por todas las habitaciones. Para cuando volvieron, al parecer para cambiarse y salir de nuevo, ya estaba en un piso que había alquilado en el edificio de enfrente con un telescopio terrestre.

Ser una especie de superhombre tenía sus ventajas. En cuanto vio que la pareja salía y montaba en el taxi subió a la azotea y les siguió saltando de edificio en edificio y corriendo por las cumbres de los tejados.

Podía haberlo hecho como todo el mundo cogiendo un coche o una moto, pero la sensación de libertad que sentía cuando saltaba y dejaba que el impulso y la gravedad le llevasen a su siguiente objetivo eran inigualables. Cuando el taxi paró a la puerta de una discoteca del centro casi sintió un deje de desilusión al  no tener que seguir haciéndolo.

En la puerta había una cola considerable de gente que esperaba pacientemente ser seleccionada como una res. Sus objetivos pasaron delante y el hombre deslizó un par de billetes en el bolsillo del portero que les facilitó el pase sin tener que hacer cola.

Hércules tampoco estaba dispuesto a esperar así que de un salto se plantó en el techo de la discoteca y tras inspeccionarla un par de minutos encontró un tragaluz abierto por el que se coló sin dificultad.

Acabó en un pequeño almacén lleno de trastos y polvo. Orientándose con la linterna del móvil encontró la puerta que daba a un pasillo estrecho y bastante oscuro que acababa en una esquina de una de las pistas de baile.

Se coló tratando de no llamar la atención y buscó a Joanna y a su novio entre la multitud de cuerpos gritando y contorsionándose. No parecía estar por allí así que atravesó la pista en dirección a la que estaba en el otro extremo. Forcejeó con una multitud de hombres que le miraban con mala cara y mujeres que intentaban seducirle e incluso tocarle, aprovechando los pocos instantes que tenían antes de que se escurriese y siguiese su camino.

Al llegar a la segunda pista, la música cambió. Era más suave y lenta y el ambiente invitaba a la intimidad y a las confesiones. Estaba menos concurrida y no le costó encontrar a sus tortolitos enganchados y meciéndose en el centro de la pista. Procurando no llamar la atención se dirigió a la barra y pidió un bourbon.

Durante la siguiente hora y media se dedicó a  beber y a observar como la pareja se dedicaba continuas muestras de afecto. Eran una pareja un tanto extraña. Ella era rubía, alta, con una figura robusta y un rostro angelical. Hércules se detuvo a observar sus grandes ojos azules su nariz pequeña y sus labios gruesos y perfectamente perfilados. Vestía una minifalda de vuelo que le llegaba un poco más abajo de unos muslos gruesos y potentes y una blusa oscura que se cruzaba en torno a un busto grande que temblaba lujurioso con cada movimiento de la joven.

Julio era un poco más alto que ella y a pesar de sus cincuenta y pico años se mantenía en bastante buena forma. Tenía el rostro afilado y moreno y una sonrisa chuloputas que a Hércules le daban ganas de aplastar. Con el pelo oscuro y engominado y la cadena de oro, gruesa como el cabo de un trasátlantico que asomaba por la abertura de su camisa de seda, tenía un aire de playboy ochentero trasnochado que le hacía muy dificil imaginar como una chica joven y sofisticada como Joanna se había enamorado de él.

En fin suponía que el amor era así. Tampoco Akanke y él habían sido una pareja convencional. Observó como se abrazaban y se besaban, preguntándose  si alguna vez volvería a sentir una sensación parecida.

Desde que Akanke había desaparecido de su vida había sentido atracción por otras mujeres como Francesca  y sobre todo Afrodita, pero en lo más hondo de su corazón sabía que lo que sentía por ellas era puramente físico, nada parecido a la comunión de almas que sintió el corto periodo de tiempo que estuvo con la joven nigeriana antes de que desapareciese de su vida.

En ese momento el hombre le dijo algo al oído de Joanna. La joven negó con la cabeza, pero él se puso serió y la sacudió con fuerza antes de cogerla por el brazo y arrastrarla sin contemplaciones a los baños.

Más curioso que preocupado los siguió con el tiempo justo para ver como se colaban en el servicio de caballeros. La estancia estaba vacía salvo por el ultimo de los retretes cuya puerta estaba cerrada.

Hércules entro en silencio y ocupó el retrete de al lado, cerrando con el pasador lo más silenciosamente que pudo, aunque por las risas y los susurros que emitían los dos enamorados en el cubículo adyacente hubiese dado igual que hubiese entrado un pelotón de infantería.

—Mmm, si. ¡Dios! ¡Como lo necesitaba! Julio, eres el demonio. —oyó decir a la chica con un fuerte acento escandinavo.

—Entonces, ¿Harás eso por mí? —preguntó el hombre sin dejar de besar a la joven.

—No puedo... es un delito. Yo no...

—Vamos, sabes que tienes carnet diplomático. En caso de que te pillasen, que no va a pasar, no podrían hacerte nada. No corres ningún riesgo. —le interrumpió él.

—¡Ja! No conoces a mi padre. Es capaz de enviarme a las autoridades con un lazooooh. —dijo ella a la vez que sonaba un golpe que hacía temblar el mamparo de aglomerado—¡Eres malo!

—Y lo seré más si no haces lo que te pido. —dijo con voz impaciente.

Un nuevo golpe y un apagado gemido de la joven le hicieron temer a Hércules por la seguridad de la joven así que sacó una pequeña cámara espía que iba dotada con un alargador y que manejaba mediante un pequeño joystick  y la acercó a una pequeña grieta que había donde la mampara se unía a la pared.

Con precaución la fue introduciendo poco a poco hasta que tuvo una buena visión del cubículo. El hombre se había echado encima de Joanna y rodeaba su fino cuello con sus manos. Hércules estuvo a punto de tirar abajo la endeble tabla de aglomerado, pero se relajó al ver que el  tipo acercaba su boca y besaba los delicados labios de la joven con lujuria. Joanna respondió con otro gemido ahogado mientras dejaba que las manos de su novio se colaran bajo su falda y sobaran su muslos pálidos y juveniles.

Aun en la pequeña pantalla de la cámara, Hércules no pudo por menos que volver a admirar la belleza de la joven. Su pálida piel y su melena corta y rubia contrastaban con la tez morena y el pelo teñido y engominado de su amante.

Mientras tanto, Julio  seguía insistiendo en que le hiciese el favor, estrujando el culo de la joven y haciéndola gemir excitada.

Joanna le empujó un instante y se arrodilló en el sucio suelo del excusado con una sonrisa de suficiencia.

—Prefiero hacerte otro tipo de favores. —dijo ella bajando la bragueta de Julio y sacando una polla de considerables dimensiones.

Con una mirada de adoración la joven apartó la media melena de la cara y se metió la polla de él, aun morcillona, en la boca, comenzando a chuparla con determinación.

Poco a poco el miembro creció, sobre todo en grosor hasta que no pudo mantenerlo en la boca. Apartándose un instante para coger aire, la joven acarició aquel pene grande, grueso y brillante de saliva.

Continuó jugando unos instantes con él, lamiendo y chupando el glande, haciendo que el hombre gimiese y le acariciase el cabello agradecido antes de obligarla a incorporarse y ponerse de cara a la pared.

El hombre, a pesar de sus cincuenta y pico años sonrió como un chiquillo al levantar la falda de la joven y descubrir un culo blanco, grande y terso. Lo acarició como si fuese un preciado juguete antes de acercarse y golpearlo con su polla.

La joven dio un respingo y separó sus piernas mostrando a su novio una vulva depilada y congestionada por el deseo. El hombre acercó su miembro al jugoso coño y rozó sus labios con suavidad. Joanna gimió y se puso un instante de puntillas tensando sus muslos y haciéndolos aun más apetecibles.

Julio los agarró con las manos y dejando que su polla se deslizase entre los cachetes de la joven una y otra vez volviéndola loca de deseo. Tremendamente excitada giró la cabeza y fijó en él una mirada suplicante que se transformó en una de alivio y placer cuando el tipo metió su miembro dentro de ella, con parsimonia, dejando que disfrutase de cada centímetro.

Joanna se estremeció de pies a cabeza y gimió ajena al mundo exterior. Los empujones del hombre se hicieron más duros y profundos. La joven clavaba las uñas en la pared y gemía desesperada pidiendo más.

Julio se inclinó sobre ella y abriéndole la blusa estrujó sus pechos con fuerza. A continuación deslizó sus manos hasta asir sus caderas y aumentó su ritmo hasta que la joven estuvo a punto de correrse.

En ese momento  se detuvo y se apartó con una sonrisa maligna.

—¿Qué haces? —dijo ella dándose la vuelta.

—No sé... estaba pensando. —respondió él balanceando su polla— Ya sabes cómo somos los hombres mayores necesitamos un estimulo para seguir con la bandera enhiesta...

—¿Ah? ¿Sí? —dijo ella apartando la blusa y exhibiendo y acariciando sus pechos— No seas gilipollas y ven aquí.

—¿Me harás ese favor? —dijo Julio acercándose y pellizcando con suavidad unos pezones grandes y rosados.

—Sí, sí. Pero termina lo que has empezado. —aceptó ella poniendo una pierna sobre la cadera de su novio.

Con una sonrisa de triunfo cogió a la joven por las mejillas y la obligó a besarle. Chupó su boca y sus labios disfrutando de la ansiedad de la mujer.

Finalmente fue ella misma la que cogió el miembro de Julio y lo guió a su interior. Esta vez no hubo interrupciones el tipo comenzó a penetrarla con fuerza mientras ella le abría la camisa y arañaba su pecho y enredaba sus finos dedos en las canas que lo cubrían.

Con una mano el hombre cogió a su novia por la nuca mientras que con la otra hincaba los dedos en el muslo que rodeaba su cintura sin dejar de follarla.

El aglomerado crujía y amenazaba con desintegrarse cuando con un grito estrangulado la joven se puso a temblar asaltada por un orgasmo. Julio siguió empujando con fuerza hasta que finalmente se separó instantes antes de correrse sobre su falda.

Hércules recogió la cámara y se retiró mientras los dos enamorados se recomponían la ropa. Cuando finalmente salieron ya estaba de nuevo en la barra, con una cerveza, apartando a una morena bajita que insistía en llevarle con él para hacerle la mamada de su vida.

Afortunadamente a los dos tortolitos se les había acabado las ganas de fiesta y tras un par de zumos para reponer líquidos salieron del local. Hércules se les acercó lo suficiente para escuchar como Julio le daba al taxista la dirección de Joanna, así que sin temor a perderles de vista se dirigió a la parte posterior de un edificio cercano para poder subirse a la azotea y seguir a la pareja a su casa.

Capítulo 20: Un nuevo jugador.

No le resultó demasiado difícil seguirlos y veinte minutos después estaba de nuevo en el piso, vigilándolos por el telescopio y comiendo chetos. Poco tiempo después las luces se apagaron y en los auriculares solo se escuchó silencio.

Hércules se arrellanó en el rincón y trató de dormir un poco, pero el sueño no llegaba. Las imágenes de la pareja haciendo el amor se mezclaban con sus propios recuerdos con Akanke y Francesca, impidiéndole relajarse lo suficiente para conciliar el sueño. No sabía qué hacer para matar el tiempo así que llamó a sus madres. Cogió el teléfono Angélica. No le pudo contar lo que hacía realmente, pero su le dijo que le trataban bien, que se estaba adaptando a su nueva vida y que pronto podría volver a verlas. Angélica, como siempre que se veía envuelta en un crisis, mantuvo el dominio de sí misma y le dirigió palabras de ánimo que le emocionaron hasta el punto de hacerle soltar un par de lágrimas.

A continuación se puso Diana que no se mostró tan tranquila y ecuánime, conteniendo las lágrimas a duras penas le preguntó si comía bien y si era muy duro el tratamiento. La tranquilizó como pudo, diciéndole que de momento le daban  pocos fármacos y no le hacían nada raro como reeducación o electrochoques.

Antes de despedirse les dijo que las vería en cuanto pudiese, pero que estaba en la fase de evaluación y no podría verlas hasta que esta terminase. Les dijo que se cuidasen mucho y sin poder resistir el tono lastimero de su madre biológica colgó el teléfono.

La conversación no le tranquilizó, comió otro puñado de chetos y se acercó al telescopio. El piso seguía en la oscuridad. Lo observó unos minutos y finalmente se dio por vencido y se dejó caer sobre el sofá, dejando sus brazos estirados sobre los reposabrazos del desvencijado artefacto, con la mirada perdida, intentando no pensar en nada que no fuese su misión actual.

Inevitablemente su cerebro le jugó una mala pasada y terminó pensando en La Alameda y su nueva vida. ¿Sería así siempre? ¿Estaría condenado a ser el brazo ejecutor de una organización al margen de la ley el resto de su vida? Eran preguntas que hasta ese momento no habían surgido en su mente porque la forma precipitada en la que se habían sucedido los acontecimientos no le había dado tiempo a reflexionar. Siempre había pensado que le daba igual y que lo que hiciesen con él no importaba, pero no era así, tenía una familia y tenía amigos en los que no había pensado cuando cometió todas esas barbaridades...

Una luz encendiéndose en el piso de Joanna le obligó a interrumpir sus pensamientos y a centrarse en la  misión. Incorporándose se acercó al telescopio y se puso los auriculares. Sintiéndose un mirón acercó el ojo al ocular, se ajustó de nuevo los auriculares y echó un vistazo. Joanna se había levantado y cogiendo algo del armario, salió de la habitación y se encerró en el baño mientras su novio sonreía en la cama con las manos detrás de la cabeza, esperando.

Tras un par de minutos Joanna volvió a salir vestida con un espectacular conjunto de lencería de satén negro. Gracias a las potentes lentes del telescopio pudo ver las flores bordadas en el sujetador y el escueto tanga así como el fino bordado del elástico de las medias y las trabillas del liguero.

La joven se acercó a la cama y apoyó uno de sus pies sobre ella simulando ajustarse la trabilla de una de las medias.  Julio se quedó observándola mientras se masturbaba lentamente por debajo de las sabanas.

Con una sonrisa traviesa Joanna se acaricio el muslo y la pantorrilla hasta llegar a la punta de sus pies provocando un rugido de satisfacción por parte de su novio. Al notar que había captado la atención de su amante se mordió la uña de su dedo índice, se acarició el interior del muslo y tiró del tanga hasta que este se quedó enterrado en la raja de su coño.

Julio observó con la mandíbula crispada como la joven se ponía de pie sobre la cama y se acercaba a él, lentamente, exhibiéndose y acariciándose, haciendo que subiese  la temperatura de la habitación. A continuación se agachó frente a él, dejando que Julio se regodeara observando los voluptuosos pechos de la joven pujando por salir del encierro del sostén.

Mirando a su novio a los ojos, Joanna retiró la sabana descubriendo el cuerpo desnudo de su amante, no muy fornido, pero aun en forma y cubierto con una fina capa de vello plateado. Joanna enredó sus dedos con los pelos que cubrían el pecho del hombre y fue bajando hasta llegar a sus ingles.

Acarició la polla de Julio con la punta de sus uñas haciendo que esta se contrajese espasmódicamente. Julio gruño y se incorporó, alargando sus manos para intentar sobar los pechos de la joven, pero ella aun de pie solo tuvo que erguirse para ponerlos fuera de su alcance. El hombre rugió frustrado, pero su enfado se apagó cuando la joven se subió a la cama y  alargó un pie y acarició con suavidad sus huevos.

A continuación se tumbó en el otro extremo de la cama mientras seguía acariciándole. La suavidad de la seda y los agiles dedos de sus pies hicieron que el hombre comenzara a gemir cada vez más excitado.

Desde el otro lado del ocular Hércules observó como la atención del hombre se centraba ahora exclusivamente en esos pies de dedos perfectos y uñas primorosamente pintadas. Con un gesto hambriento Julio cogió el pie y tiró de ella.

Lo acarició con suavidad y recorrió cada uno de sus dedos con los labios, besándolo y mordisqueándolo, consiguiendo que esta vez fuera Joanna la que gimiese enardecida y le acercase el otro pie ansiosa. Julio cogió ambos pies y tras acariciarlos unos instantes más los guio hacia su pecho y su vientre atrapando su polla con ellos.

Lentamente comenzó a masturbarse  usando el hueco que formaban ambos puentes juntos. Joanna estaba tan excitada que comenzó a masturbarse a su vez. Se estrujaba los pechos con fuerza y entre gemidos se acariciaba el clítoris y se penetraba con los dedos apresuradamente.

El tanga pronto comenzó a empaparse con sus flujos a la vez que sus medias se humedecían con las secreciones preseminales de su amante.

Con un movimiento brusco Julio se incorporó y abriendo las piernas de Joanna la penetró de un golpe. Su polla resbaló con suavidad y el cuerpo de la joven se tensó al sentir aquel miembro duro y caliente en su interior. A continuación comenzó una salvaje cabalgada. Joanna se agarraba a Julio con desesperación rodeando el cuello de su amante con las piernas y clavándole las uñas en el pecho mientras él se multiplicaba empujando como un loco, estrujando sus pechos y sus culo, besando, mordiendo y lamiendo sus pálidos y titánicos muslos.

Joanna no aguantó más y se corrió gritando y declarándole a aquel gilipollas su amor. Julio, por toda respuesta  se apartó y siguió acariciando y besando las piernas y los pies de la joven.

Cuando Joanna logró recuperarse se levantó y solto las trabillas del liguero quitándose las medias con lentitud delante de Julio. Los ojos de Julio estaban fijos en las manos de Joanna acariciándose las piernas mientras se masturbaba.

La joven se sentó al lado de Julio y frente a él, apartando las manos de su polla. Besándolo suavemente,  acercó las suyas envueltas en las suaves medias a su polla y comenzó a pajearle. Julio comenzó a gemir roncamente acariciando el rostro y los pechos de la joven, cada vez más excitado hasta que no pudo aguantar más y apartando las manos de la joven  se corrió sobre los pies de Joanna, manchado los pequeños dedos con varios chorreones de semen espeso y caliente.

Hércules no esperó a que se abrazasen y apagasen las luces y subió a la azotea para tomar un poco de aire fresco. Estaba tan excitado que casi se le pasó por alto el detalle. Dos edificios más allá, la brasa de un cigarrillo brilló en la oscuridad. Hércules se fijó inmediatamente, pero el desconocido también la vio y no esperó a ver quién era. Tirando la colilla echó a correr hacia la puerta que llevaba a las escaleras.

Hércules observó durante un instante la parábola que hacía la colilla antes de reaccionar y echar a correr tras aquella escurridiza sombra.

De dos largos saltos se encontró sobre la azotea de aquel edificio. Durante unos instantes dudo si debía lanzarse sobre la puerta y atrapar al tipo, pero solo tras pensar que después la sesión de sexo podía dejar a la pareja sola un tiempo  y que quizás pudiese averiguar más si seguía a aquel desconocido, se convencio finalmente.

Era demasiado tarde para lanzarse tras el hombre escaleras abajo, pero cuando se asomó por el borde de la azotea  vio como una figura salía del portal y se encaminaba a un todoterreno de aspecto mugriento. No le resultó demasiado difícil seguirlo saltando de tejado en tejado. Siguió al vehículo hasta que este se paró frente a un edificio en el distrito comercial. Cuando la figura salió del todoterreno, la luz de una farola lo iluminó de lleno descubriendo a un hombre enjuto, de mediana edad, con una fina perilla. Iba vestido con ropa oscura y su actitud y movimientos denotaban una gran confianza en sí mismo.

El desconocido echó un vistazo a su alrededor, asegurándose de que nadie le seguía y entró en un oscuro portal. Hércules no tuvo que esperar mucho antes de que una luz se encendiese en una ventana del tercer piso.

Se acercó al portal, forzó la antigua puerta sin dificultad y entró en un cochambroso recibidor. Estaba claro que aquel edificio había vivido tiempos mejores. En una esquina, unos sofás acumulaban polvo y unas plantas de plástico descoloridas por la luz del sol trataban de darle un ambiente un poco más acogedor.

En la pared derecha había una serie de placas identificando los distintos negocios que había instalados en el edificio. Más de un tercio estaban desocupados. Se acercó un poco más y las inspeccionó. La mayoría de los inquilinos eran pequeños negocios como cerrajeros, protésicos dentales y  algún abogado. Recorrió la fila del tercer piso hasta que una de las placas le llamó la atención; "Sergio Lemman, Detective Privado"

No tuvo ninguna duda de que era él. Dando dos golpecitos en el número del despacho sonrió y se alejó camino de la escalera.

Entró como una tromba. De una patada arrancó la puerta del marco y se abalanzó sobre la desprevenida  figura que se volvía sorprendida con el estruendo. A pesar de todo, el hombre mostró la suficiente sangre fría como para intentar sacar un viejo revólver de su pistolera, pero Hércules fue demasiado rápido, agarró la muñeca del hombre y la apretó hasta que este se vio obligado a soltar el arma.

Una vez desarmado Hércules le dio un empujón haciendo que cayese despatarrado sobre un ajado sofá cama.

—Buenas noches, Sergio Lemman, ¿En qué puedo servirle? —dijo el hombre recuperando la compostura y tendiéndole la mano con una sonrisa escurridiza.

—Encantado. —respondió Hércules sin intentar ocultar su enfado.

A continuación se estableció un tenso silencio que Hércules aprovechó para revelar al detective con su mirada que no estaba con ganas de bromas.

—¿Qué hacías en aquella azotea? —le preguntó Hércules.

—¿Qué azotea? —dijo el hombre sin ninguna intención de ocultar su mentira.

—Podría cogerte ahora mismo y sacarte a hostias todo lo que quiero saber. Créeme que lo conseguiría. —dijo Hércules ante la cara escéptica del detective— Pero solo te diré que la chica a la que estabas vigilando es la hija del cónsul danés. No hace falta que te diga que si le pasa algo se produciría un incidente internacional y tu serías el chivo expiatorio perfecto...

—Un momento, un momento. —le interrumpió Sergio— ¿Cómo sé que eso es cierto?

Sin dejarle terminar Hércules le mostró en su smartphone una noticia sobre una recepción en a que se veía a Joanna vestida de gala desfilar del brazo de su padre.

—¡Joder! ¿Por qué siempre me caen estos marrones a mí? ¿Es que nunca puedo tener un caso sencillo?

—Deja de quejarte y cuéntame que sabes.

—Yo no sé nada de la chica. Hace tres semanas una mujer que decía llamarse Triana Vázquez se presentó en el despacho y me dijo que sospechaba de su marido. Me soltó un pastón por vigilarle y documentar todos sus movimientos. En cinco días tenía pruebas suficientes para sacarle hasta los calzoncillos en el divorcio, pero ella, tras leer mi informe, dijo que necesitaba más y me soltó otro fajo.

—¿Qué sabes de la mujer?

—Poca cosa. Como ya he dicho se llama Triana Vázquez, aunque no creo que ese sea su nombre verdadero. Tenía pinta de actriz de culebrón. Treinta y tantos, alta, pelo castaño largo y lacio, ojos claros y grandes, nariz pequeña, labios gruesos y operados, lo mismo que los pechos, a juzgar por su tamaño y su firmeza y unas piernas de infarto. Vestía ropa cara y zapatos de tacón y no escatimaba el dinero, cada vez que abría la boca para poner un pero me la cerraba con un fajo de billetes.

—¿Le has entregado más informes? —preguntó Hércules.

—Otros tres.

—Quiero unas copias.

—Sin problemas las tengo en el ordenador...

El detective encendió el ordenador y cargó los documentos en un pendrive que le alargó a Hércules.

—¿Con esto estamos en paz?

—Casi. Quiero que sigas vigilando y tratando con esa gente con normalidad. —dijo Hércules cogiendo el pendrive y dándose la vuelta en dirección a la puerta.

—Y ¿tú? ¿Se puede saber quién eres? —pregunto Sergio.

—El tipo que te va a librar de un marrón. —respondió— Es lo único que necesitas saber.

Capítulo 21: El Club Janos.

Después de dar a Sergio instrucciones para que no se interpusiese en su camino, volvió al  piso franco. Cuando llegó faltaban solo tres horas para el amanecer y decidió aprovecharlas para dormir, dejando la lectura de los informes para la mañana siguiente.

El sol, atravesando la ventana del pequeño estudio, le dio en la cara despertándole. Echó un vistazo para cerciorarse de que los dos tortolitos seguían durmiendo y leyó los informes del detective en el ordenador mientras desayunaba un café y un par de tostadas.

El hombre era minucioso y anotaba todo lo que observaba dando una crónica detallada del día a día del hombre, que no parecía separarse de la joven ni un minuto, con lo que Hércules consiguió hacerse una imagen de la pareja. Parecía obvio que era él quien llevaba la voz cantante y la joven se limitaba a hacer lo que le ordenaba. A menudo Julio se mostraba  como un tipo dominante y caprichoso y ella se limitaba a obedecer y  adorarle como a un dios, su dios.

Cuando continuó con la lectura descubrió que con cierta frecuencia visitaban un club en la zona vieja, el nombre  le sonaba, pero no terminaba de ubicarlo.

Buscó en internet y rápidamente recordó de que lo conocía. El Janos era un club de intercambio de parejas. Lo sabía porque uno de sus compañeros del equipo de rugby iba allí con frecuencia.

No le extrañó demasiado. Joanna ya había sido capaz de cometer un delito por él. No le parecía descabellado que eso incluyese sexo con otras personas.

A eso del mediodía, la pareja al fin se puso en marcha y Hércules apagó el ordenador dispuesto a seguirles el resto del día.

Pasó un par de días más persiguiendo a la pareja en sus andanzas. Básicamente no hacían otra cosa que follar y salir de fiesta. Como no quería seguirlos tan de cerca y arriesgarse a que lo reconociesen, había optado por clonar el móvil de Joanna y usarlo como  micrófono y  GPS para tenerlos siempre vigilados.

El detective había cumplido su palabra, seguía las instrucciones que le había dado, se mantenía en un segundo plano y solo aparecía lo justo para poder seguir realizando informes para la misteriosa mujer.  Por ese lado podía estar tranquilo.

A la noche del tercer día, los dos tortolitos se pusieron sus mejores galas y salieron de nuevo a la calle. Hércules salió a la azotea y les siguió pensando que volverían de nuevo a una de las discotecas del centro a beber y a follar, pero le sorprendieron tomando un camino diferente. Finalmente llegaron al club Janos. Hércules se quedó en la azotea del edificio de enfrente y se conectó al móvil de Joanna para poder enterarse de lo que estaba pasando.

Al principio solo oyó el crujido de los objetos que golpeaban contra el móvil dentro del bolso, pero tras uno segundos el bolso dejó de moverse y pudo escuchar algo.

La música en el local era suave y estaba en volumen bajo, permitiendo conversar a los presentes sin tener que forzar la voz. Escuchó como sus objetivos pedían unos gin tonics mientras charlaban con las distintas personas presentes en el club. Las conversaciones eran desinhibidas. Hablaban de preferencias sexuales posturas y fantasías eróticas con otras parejas. Al principio no parecían tener preferencia por nadie, pero tras poco más de media hora pareció que solo quedaba una pareja con ellos.

Charlaron un rato, Julio alabó el pelo largo y castaño y los ojos azules de la mujer de la otra pareja lo que puso a Hércules en guardia. A continuación Julio les preguntó que por que les habían elegido a ellos ya que estaba claro que todas las parejas del local se habían fijado en ellos. Sus interlocutores respondieron que les habían caído bien y que el hombre se había fijado en el cuerpo de Joanna.

Joanna no contestó, pareció la más cohibida de los cuatro. Durante unos segundo se produjo un silencio incómodo que Julio interrumpió con un chiste e invitó a la pareja a una de las habitaciones que había en la parte trasera del club.

El ruido de golpes y roces le indicó que se habían puesto de nuevo en movimiento. Un par de minutos después llegaron a la habitación y Hércules oyó como Joanna sacaba el móvil mientras Julio no paraba de parlotear y posándolo sobre una superficie plana conectaba la cámara.

Hércules pudo ver como la cámara del Iphone abarcaba una habitación tenuemente iluminada con una enorme cama con dosel por todo mobiliario.

En el otro extremo de la habitación Julio entretenía a la otra pareja sin parar de hacerles preguntas y procurando que le diesen la espalda a Joanna para que pudiese colocar adecuadamente la cámara sin que la otra pareja se diese cuenta.

Cuando Joanna terminó, se volvió y se acercó al trío que se acariciaba y se desnudaba mientras conversaba animadamente. No le extrañaba que Julio los hubiese elegido; la belleza de la otra pareja era espectacular. El chico era un hombre joven perfectamente musculado de pecho profundo con un rostro atractivo y una sonrisa socarrona de las que suele volver locas a las mujeres.

La mujer le produjo a Hércules un escalofrío. Era exactamente como la había descrito el detective. No le gustaba nada, pero como aun no sabía lo que aquellos dos pretendían exactamente prefirió esperar. No podía entrar allí y matar a aquella pareja sin ninguna prueba. No sabía lo que querían de Joanna y Julio y ni siquiera estaba seguro al cien por cien de que aquella espectacular mujer fuese la que había contratado a Sergio Lemman.

A pesar de que ya habían acudido a aquel club varias veces nunca se acostumbraría a aquello. Joanna se sentía tan nerviosa y vulnerable que estaba a punto de salir corriendo. Solo una sonrisa de aliento y un ligero cachete de su novio le animaron a continuar.

Por lo menos esta vez su  pareja le resultaba realmente atractiva. A pesar de ser más joven que Julio tenía el mismo punto canalla y malote que tanto le ponía. De todas maneras dejó que fuesen su novio y aquella zorra de pelo castaño los que empezasen  a acariciarse. Miró a la otra mujer con envidia. Era una belleza. Tenía el pelo largo y liso, de color castaño hasta la cintura, una cintura de avispa que daba paso a un culo respingón y unas piernas largas, esbeltas y morenas que incluso ella estaba tentada de acariciar.

Vio como Julio miraba, estrujaba sus grandes tetas y chupaba sus pezones, sintiendo como los celos la dominaban. Julio la miró y su sonrisa se le clavó en el corazón haciendo que reaccionase.

Apretando los puños para contener el temblor que dominaba su cuerpo se acercó al otro hombre.

Así que quieres que te llame Sirena, —dijo el desconocido acariciando el cabello de Joanna— Puedes llamarme Trancos.

El hombre se desnudó ante ella con una sonrisa desvelando el por qué de haber elegido ese apodo. La polla que colgaba, aun semierecta de su entrepierna era la cosa más enorme e intimidadora que había visto jamás.

Saboreando la revancha, Joanna se acercó al hombre y arrodillándose frente a él la tomó entre sus manos acariciándola con suavidad mientras de reojo miraba la cara de duda y fastidio de Julio al ver semejante herramienta.

Tras un par de minutos abrió la boca todo lo que pudo y se metió la punta de la polla. Inmediatamente un sabor acre inundó su boca. Durante un instante la joven dio un respingo, pero el calor y la suavidad de aquella polla la excitaron animándola a seguir chupando. Medio asfixiada se sacó el pene de Trancos y recorrió aquel bruñido pistón con su lengua, sintió la sangre correr apresurada por aquellas gruesas venas calentando aquel miembro y de paso calentándola a ella.

Giró un instante la cabeza y vio como su novio estaba encima de aquella mujer besándola y acariciando sus pechos y sus piernas. Se quedó un instante parada observándolos y su pareja aprovechó para darle un empujón tirándola sobre una espesa alfombra. Antes de que pudiese reaccionar Trancos esta inmovilizándola con su peso restregándole el pubis con su polla y lamiendo y mordisqueando su cuello y los lóbulos de las orejas.

De un nuevo tirón giró su cuerpo de modo que si la joven levantaba la vista podía ver como su marido le hincaba la polla a la mujer de Trancos sin contemplaciones. Joanna observó como la mujer rodeaba la cintura de Julio mientras este la penetraba con golpes secos, sin apresurarse, haciendo temblar todo el cuerpo de la desconocida.

Por un instante no se dio cuenta de que la boca del hombre bajaba por su cuerpo hasta que se cerró entorno a su sexo. Un gemido salió incontenible de su garganta al sentir como una lengua exploraba su húmedo interior. Inconscientemente, cerró los muslos y combó su espalda incapaz de estarse quieta.

Pronto los gemidos de la otra mujer se unieron a los suyos llenando la habitación. Trancos la dio la vuelta y la puso a cuatro patas. Cuando la polla del desconocido entró en ella sintió como su coño se estiraba lentamente acogiéndola hasta que estuvo alojada en el fondo, golpeándolo y distendiéndolo, provocando un intenso placer que recorría todo su cuerpo.

Joanna gritó y estiró su cuello viendo como la desconocida cabalgaba a su novio dejando que su larga melena ondease al ritmo de sus caderas. Se fijó unos instantes en la cara de su novio que se dio cuenta y el guiñó un ojo antes de agarrar un pecho de la mujer y metérselo en la boca.

Los duros empujones la obligaron a afirmarse en la alfombra y el placer se hacía cada vez más intenso a la vez que los empujones se hacían más rápidos y profundos. El miembro de aquel hombre entraba y salía con fuerza enterrándose profundamente en ella haciendo que perdiese el control sobre si misma...

El orgasmo le llegó arrasador e incontenible, el calor que invadió su cuerpo se unió al del semen de Trancos que eyaculaba dentro de ella una y otra vez prolongando su placer y haciendo que todo su cuerpo se estremeciera. Joanna abrió la boca y gritó a la vez que abría los ojos justo en el momento en que veía como la desconocida se sacaba un largo alfiler que había camuflado entre su cabellera y apuñalaba repetidamente a Julio con él.

Joanna gritó, esta vez de terror e intentó incorporarse y apartar a aquella bruja de su novio, pero Trancos la agarró por las caderas inmovilizándola con su cuerpo y rodeándole el cuello con sus manos.

—Lo siento mucho querida. —dijo el desconocido apretando el cuello de la joven— Pero tu novio no ha sido sincero con nosotros y debe recibir un castigo. No se puede engañar al cártel y pensar que no va a pasar nada.

La presión de las manos aumentaba inexorablemente cerrando sus vías respiratorias. Joanna intento gritar pidiendo auxilio, pero solo salió un áspero gañido de sus labios.

—Quiero que sepas que lo tuyo es pura mala suerte, pero como no os separabais ni un minuto no hemos tenido más remedio que acabar contigo también, no me gusta, pero así es la asquerosa realidad. —continuó el asesino dando un último apretón.

Notaba como sus fuerzas se escapaban. Con un último esfuerzo levantó la vista para ver como la sangre brotaba mansamente del cuerpo inerte del que fuera su novio. Pequeñas motas negras aparecieron ante sus ojos y empezaban a revolotear preludiando la llegada de la inconsciencia y la muerte cuando la puerta de la habitación salió proyectada hacia el interior con estruendo.

Como una tromba, un desconocido de larga melena rubia y rizada y de aspecto intimidante irrumpió en la habitación. La asesina reaccionó inmediatamente y con un grito se lanzó intentando apuñalar al gigantón.

El nuevo invitado agarró a la mujer en el aire y con un gesto de fastidio la estampó contra la pared. La mujer emitió un grito de dolor y cayó como un saco en el suelo, totalmente inconsciente.

Con un juramento Trancos apartó las manos del cuello de Joanna y se levantó. En un principio parecía que iba cargar sobre el desconocido, pero en el último segundo hizo una finta y se lanzó sobre el montón de ropa que había en una esquina.

El gigantón no logró atraparle a la primera, pero con un gruñido se lanzó sobre Trancos.

—¡Cabrón! ¡Hijo de puta sin alma! —exclamó  agarrando al asesino por el tobillo.

Tomando aire con ansia  Joanna vio como aquel hombre agarraba el cuerpo del asesino por el tobillo lo elevaba en el aire y lo estampaba contra el suelo con todas sus fuerzas. La pistola que había conseguido sacar el desconocido de entre el montón de ropas se le escapó de las manos y cayó mansamente al lado de Joanna.

Como activada por un resorte,  se incorporó con la brillante pistola en las manos. De dos pasos sorteó al hombre que yacía en el suelo con el cráneo aplastado, se acercó a la bella desconocida que intentaba recuperarse del vuelo y le apuntó con el arma.

—No te atreverás. —dijo la mujer con desprecio— Y si lo haces pasarás el resto de tu vida en la cárcel.

—Te equivocas en las dos cosas. —dijo Joanna apretando el gatillo— Lo haré y no iré a ningún sitio porque tengo pasaporte diplomático.

Hércules estuvo tentado de parar a la joven, pero se identificaba totalmente con ella y sabía que aunque no le devolviese la vida de su novio, probablemente la venganza le ayudaría a pasar página.


—Bien, el tiempo se ha agotado. —dijo Hera observando cómo  Hércules borraba las huellas en pistola y la ponía en las manos del cadáver del asesino— ¿Estará preparado?

—No lo sé, pero como dices no hay más remedio. Tiene que estarlo. —respondió Zeus mientras acompañaba a Hera y miraba como Hércules cogía a la joven  y se la llevaba en volandas fuera del edificio— Esa diabólica mujer está cada vez más cerca de su objetivo. Va a montar una expedición que le llevará hasta la caja y solo Hércules puede impedirlo. Nadie más podría resistir la tentación de abrir esa puñetera caja.

—Espero que aprendas la lección y te dejes de jueguecitos de ahora en adelante.

—Necesito un último favor...

—¡Oh! ¡Por favor! —replicó Hera con hastío.

—Solo necesito que entretengas a Hades un rato para que yo pueda hablar con Hércules y convencerle de la importancia de la misión. Debe entregarse a fondo.

—¡Maldito seas! —dijo Hera— Espero que todo esto termine bien, porque si no...

Zeus no perdió el tiempo y antes de que Hera desapareciese en busca de Hades ya se había transformado en el anciano director de La Alameda.

QUINTA PARTE: PANDORA

Capitulo 22: El corazón de Afrodita.

Afrodita se apresuró por los pasillos de la mansión a recibirle. No sabía por qué, pero estaba ansiosa por verlo. Le recibió con una sonrisa y le felicitó por haber salvado la vida a la joven hija del cónsul.

Hércules tenía un aspecto cansado, pero por debajo podía percibir su excitación después de varios días observando a una pareja hacer el amor constantemente y de mil maneras distintas.

De repente, una intensa necesidad de reconfortarle la envolvió. No pensó en nada más. La lujuria hizo presa en ella y no pensó en las consecuencias. Se acercó a su hermanastro con los movimientos elásticos y sensuales de una pantera.

Los ojos cansados de Hércules se reavivaron y chispearon de excitación mientras alargaba una mano y acariciaba el sedoso cabello de la mujer.

Afrodita suspiró y cogiéndole la mano tiró de ella y se lo llevó a su habitación. En ningún momento pensó  lo que Hércules opinaría de tener contacto carnal con su hermana, ya pensaría como contárselo más tarde, ahora solo pensaba en satisfacer la imperiosa necesidad de tener el miembro de su hermano dentro de ella.

Hércules entró en la habitación de la mujer. La misma habitación y la misma mujer que había estado espiando hacia pocos días. Aun tenía marcada a fuego en su mente aquella noche, aquellos pechos grandes y turgentes, aquellas piernas esbeltas y brillantes que deseaba acariciar y besar a toda costa.

Aquella noche se había tenido que retirar alertado por unos pasos, pero ahora nada le impediría hacer suya aquella belleza. Afrodita le soltó la mano y se adelantó hasta el espejo de nuevo exponiéndose con coquetería. Llevaba un vestido de fino algodón blanco de falda corta y profundo escote en "v" que ensalzaba unos pechos grandes y tiesos, libres de la prisión de un sujetador.

Hércules se acercó y abrazó por detrás a la mujer, besando con suavidad su cuello. Con lentitud desplazó sus manos desde la cintura hasta sus pechos, apretando su cuerpo contra la espalda de la joven. La sensación al estrujar aquellos pechos grandes, suaves y erguidos fue tan placentera que su polla se erizó instantáneamente. Afrodita respiró profundamente y dejó que los sopesase, los acariciase y metiese las manos dentro del escote para acariciar y pellizcar suavemente sus pezones.

Con un gemido de excitación Afrodita se giró y poniéndose de puntillas se colgó del cuello de su hermano y empezó a darle suaves besos hasta que Hércules reaccionó y abrió la boca respondiendo con intensidad, explorando la boca de la mujer con violencia mientras apretaba su cuerpo contra el de él.

Tras unos segundos... ¿O habían sido años? Afrodita se separó y le quitó la ropa, aprovechando para dejar que sus manos tropezaran y acariciaran el duro cuerpo de su hermano. Cuando lo tuvo totalmente desnudo, fue ella la que se colocó tras él y poniéndose de puntillas observó el reflejo de su cuerpo en el espejo de plata por encima de su hombro, acariciando sus músculos y cogiendo con una manos cálidas y suaves el congestionado miembro de su amado hermano.

Con una sonrisa traviesa sacudió su polla con suavidad haciendo que Hércules suspirase cada vez más excitado hasta que no pudo más y dándose la vuelta empujó a Afrodita sobre la cama. Su hermana cayó sobre la cama con el vuelo de la falda levantado, dejando a la vista el pubis totalmente depilado. Hércules se agachó y separó las piernas de la mujer, observando la piel suave y pálida del sexo de Afrodita con los labios hinchados y ligeramente enrojecidos, incitándole.

Sin pensarlo más, enterró la cara entre los cálidos muslos de la joven y envolvió su sexo con la boca. Un sabor dulce e intenso como nunca había percibido en una mujer, invadió su boca. Hambriento, acarició su clítoris y la entrada de su coño haciendo que su hermana se agitara presa del placer y expulsase nuevos y sabrosos jugos que Hércules no se cansaba de libar.

Fue Afrodita, la que hundiendo los dedos en su melena y tirando con fuerza de él logró separarle de su coño. La boca de Hércules subió por su cuerpo apartando la tenue tela del vestido para besar y  chupar a medida que Afrodita tiraba hasta que estuvo tumbado sobre ella.

Hércules la besó de nuevo mientras ella, ansiosa bajaba las manos para guiar aquella polla caliente como el averno a su coño mientras soltaba un largo gemido de placer.

Hércules sintió como su polla resbalaba con suavidad, abriéndose paso en el estrecho conducto que no paraba de estremecerse provocándole un intenso placer. Agarrando la nuca de su hermana comenzó a penetrarla con suavidad, disfrutando y haciendo disfrutar. Los gemidos de la joven se hicieron más intensos y los labios gruesos y entreabiertos le llamaban constantemente haciendo que interrumpiese sus empujones para darle largos besos.

Afrodita se sentía tan excitada que apenas podía controlarse. Lo que realmente deseaba es llevarse a aquel hombre al Olimpo y follar en una bañera llena de ambrosía, pero sabía que no era el momento, no aun...

Hércules volvió a moverse en su interior, esta vez con más energía a la vez que estrujaba con fuerza uno de sus pechos.

Los relámpagos de placer eran intensos y cada vez más frecuentes. Afrodita se separó y poniéndose de pie, se quitó el vestido, quedando totalmente desnuda frente a su hermano, dejando que la admirase y la desease. Lentamente se dio la vuelta y se apoyó contra el espejo. Hércules se levantó y separándole sus piernas la penetró. Afrodita observó su reflejo en el espejo, la expresión de satisfacción cada vez que la polla de su hermano entraba profundamente en sus entrañas, las pequeñas perlas de sudor resbalando por su cuello, sus pechos bamboleándose...

Hércules la agarró por las caderas y comenzó a follarla con golpes más rápidos y bruscos haciendo que los pies de la diosa apenas tocasen el suelo hasta que incapaz de aguantarse eyaculó en su interior.

El calor y la fuerza de los chorros de semen golpeando el fondo de su vagina desató una incontenible oleada de placer que la paralizó por completo. Sus dientes se clavaron en sus labios y sus uñas arañaron el espejo haciendo pequeñas muescas en la plata.

Afrodita se despertó, el aroma de hércules sobre su cuerpo le desató una oleada de sensaciones excitantes. Se giró y le observó, dormido a su lado, oliendo a deseo satisfecho. Habían hecho el amor un par de veces más antes de simular estar exhausta. Sintió un intenso deseo de despertarle y contarle toda la verdad sobre los dos, pero las órdenes de Zeus eran categóricas, no debía saber nada sobre su identidad antes de cumplir con su misión. Aun así, casi no podía contenerse, así que se montó encima y le hizo el amor de nuevo con desesperación, sin decir palabra...

Hércules se despertó al día siguiente, dolorido por primera vez en su vida. Nunca había conocido a una mujer que se entregara de aquella manera. Era realmente insaciable.

Estaba tan enfrascado en sus pensamientos que tropezó literalmente con el director antes de darse cuenta que estaba ante él.

—¿Mala noche? —dijo el anciano con un gruñido— Deberías dormir un poco más, jovencito. No se puede andar por ahí como un zombi, sobre todo cuando estas pendiente de comenzar la misión más importante que te he encomendado hasta ahora.

—Ah, ¿Pero tengo una misión? —preguntó Hércules intentando despejarse totalmente.

—Sí y comienza esta misma noche. Vamos, te contaré los detalles. —respondió el director posando una mano sobre su hombro y guiándole a la biblioteca.

Hércules se sentó en un sofá orejero mientras su anciano jefe servía dos generosos vasos de whisky con manos temblorosas. Mientras observaba y se deleitaba con el liquido ambarino, le explicó la misión con detalle, incidiendo en la importancia de recuperar la caja intacta y evitar que Arabela la abriese.

Esta vez no hubo dosieres, se limitó a encender un plasma que había en una esquina de la biblioteca. El hombre presionó una tecla del mando a distancia y una mujer apareció en la pantalla. Era de mediana edad, pelirroja y muy atractiva. Hércules la reconoció al instante; Arabela Schliemann, la presidenta del conglomerado industrial más importante del país, que desde hacía unos meses había descubierto su nueva pasión, la arqueología.

La mujer respondía a las preguntas de la periodista con entusiasmo, sin reparar en alabanzas a sus colaboradores, mientras anunciaba que pronto iniciaría una nueva expedición, la que definitivamente le pondría a la altura de Howard Carter o Indiana Jones.

—Arabela Schliemann, rica, bella, famosa, implacable... —dijo el anciano cuando hubo terminado el video— Es la persona más peligrosa para la humanidad en este momento y tú la vas a parar. Afortunadamente tiene un punto débil. Adora tener una buena polla entre sus piernas y mientras más joven mejor. Ahí es dónde entras tú.

—Ya veo, yo soy el semental que va a montar a la yegua desbocada...

—Y por eso esta noche vas a ir a la opera. —dijo Zeus recordando con placer aquella noche tan lejana en la que concibió al hombre que tenía ante él.

—¿La ópera?

—Sí y deja de repetir todo lo que digo como si fueras un loro. —replicó el anciano— Arabela va a todos los estrenos a hacer acto de presencia y mezclarse con las élites, aunque no le gusta demasiado y se escurre al final del segundo acto por una puerta lateral que da a un callejón de la parte trasera del edificio. He contratado a unos sicarios para que la asalten en él, así tú podrás acercarte a ella. Afrodita se encargara de entretener a los dos guardaespaldas. Buena suerte.

—¿Y una vez haya accedido a ella? —preguntó Hércules.

—Harás que te invite a ir con ella a la expedición y la observarás de cerca. Si consigue la caja tendrás que arrebatársela por todos los medios a tu alcance. Es vital que la recuperes intacta. ¿Lo has entendido?

—¿Qué pasaría si llegase a abrir alguien esa caja? —preguntó el joven.

—La muerte se desataría y camparía a sus anchas sobre el mundo arrasándolo todo a su paso.

—Ahora me vas a decir que tiene una maldición como la de la tumba de Tuthankamon. —dijo Hércules con una mueca excéptica.

—No es cosa de risa. —rugió el anciano con violencia— Si esa caja llega a abrirse, la humanidad puede darse por acabada, tú incluido.

—Vale, lo siento, ya he captado la importancia de la misión. No se preocupe, tendrá la caja.

—Preferimos no llamar la atención y que la consigas sin violencia, pero como comprederás, si no tienes más remedio, estas autorizado a hacer todo lo que consideres necesario.

—Entiendo, no le fallaré señor. —dijo Hércules sin saber si creer realmente aquella historia o no.

—Entonces en marcha. No hay tiempo que perder. —dijo el anciano apurando el resto de Whisky de un trago.

Capítulo 23: La libertad guiando al pueblo.

En realidad no era la primera vez que estaba allí. Su abuelo le había llevado cuando cumplió diecisiete años a ver Otelo, pero a mitad del primer acto se había largado para irse de birras con los amigos.

Nunca le habían gustado ese tipo de actos, el smoking le apretaba en el cuello, los bíceps y los muslos y el ambiente de lujo y derroche, con todas esas joyas y esa ropa de marca le ponían enfermo. Toda esa gente eran como pavos reales, lo principal era exhibirse y parecer más de lo realmente se era. Se acodó en la barra mientras esperaba que llamasen al publico a ocupar sus asientos y echó un vistazo a los asistentes. En ese momento una rubia recauchutada y con unos tacones con los que apenas podía mantenerse en píe se le acercó sonriendo con sus gruesos labios operados.

—Creo que a ti no te conozco... —dijo ella posando una manicura de cuatrocientos pavos sobre su hombro— y me jacto de conocer a todos los que acuden a este lugar.

—Será porque acabo de salir de la cárcel.

—¿Sí? ¿No me digas? —preguntó la mujer palpando los generosos bíceps de Hércules— Ahora entiendo lo de estos músculos. ¿Y por qué se supone que estuviste allí?

—Maté a una docena de personas con mis propias manos. —respondió él haciendo crujir los nudillos y sonriendo con una frialdad que hicieron que la mujer retirara la mano como si el brazo de Hércules quemara.

La desconocida dio una rápida excusa y se marchó con el paso de una cigüeña drogada  hacia el otro extremo de la barra, dejándole terminar su copa con tranquilidad.

Poco después apareció ella, con un espectacular vestido color turquesa de falda corta y  escote asimétrico que se sujetaba a su generoso busto por medio de un tirante  rematado por un broche de pedrería. Dos gorilas entraron tras ella y se apartaron discretamente un par de metros, con los músculos en tensión, dispuestos a saltar al más mínimo indicio de peligro.

Los hombres se acercaban y saludaban a aquel fenómeno pelirrojo con la lujuria marcada en sus ojos, mientras que las mujeres se apartaban y miraban con envidia las enormes esmeraldas que colgaban de sus cuello y sus orejas haciendo juego con sus ojos.

Arabela charló con unos y con otros e intercambió tarjetas con algunos. Hércules observó divertido como la mujer suspiraba de alivio cuando las luces empezaron a parpadear llamando al público a ocupar sus butacas. En el último momento  Arabela reparó en él y le lanzó una mirada inequívoca, justo antes de desaparecer por la puerta de su palco.

La obra que se representaba era Ça Ira, una ópera contemporánea ambientada en la revolución francesa. A los veinte minutos Hércules ya estaba saturado de gorgoritos. Nunca había entendido como nadie podía mearse en las bragas escuchando una pandilla de gordos quejándose de que les apretaba la ropa interior.

Tras el primer acto salió disparado y volvió a pedir otra copa, la necesitaba. Arabela salió poco después fingiendo estar arrobada por el espectáculo. Dos hombres, a los que Hércules  reconoció sin problemas como el presidente de un equipo de fútbol y el propietario de una de las mayores constructoras del país, se le echaron encima, llenando sus oídos de susurros y propuestas que atendía intentando que no trasluciese su aburrimiento. Mientras tanto, volvió su mirada hacia él y le pegó un buen repaso. Hércules no se cortó y le devolvió la mirada divertido, haciendo todo lo posible para que quedase claro que sus ojos se fijaban en los pechos y las piernas de la mujer.

Por fin los dos pelmazos se retiraron reclamados por sus putillas de turno y la mujer se dirigió hacia él. Los dos guardaespaldas iban a acercarse cuando Afrodita, vestida con un ajustado vestido de lentejuelas, pasó a su lado provocando su inmediata lujuria con un único guiño.

Estaba a apenas a tres metros de él cuando las luces parpadearon de nuevo. Hércules pudo leer en los ojos la frustración de la mujer mientras él desaparecía por la puerta que llevaba a su humilde asiento en la platea.

A mitad del segundo acto salió de nuevo del patio de butacas y se dirigió a la barra del bar, no quería que la vieja se le escapase. El lugar estaba desierto y el camarero, aburrido, le dio conversación y le sirvió otra copa. Arabela  no tardó en aparecer.

—Jaime, —dijo acercándose a la barra— ¿Has visto a los dos inútiles de mis guardaespaldas?

—No, señora Schliemann. La última vez que les vi fue justo antes del segundo acto hablando con una jovencita muy atractiva que no había visto nunca.

—Estupendo, ahora en vez de estar protegiéndome, esos mastuerzos estarán montándose un trío con una menor.

—Es un fastidio, pagas a unos tipos una miseria para que reciban las balas por ti y te dejan tirada por una jovencita. —interrumpió Hércules sonriendo con sorna y bebiendo un trago de su copa— No pienses mal. Seguro que habrán acabado con la chica antes del fin de la obra.

La mujer se volvió con gesto agrió y replicó con voz fría:

—¿Qué es lo que te hace suponer que no pago a mis empleados lo que merecen?

—Es evidente, nadie se hace rico siendo honesto.

La mujer soltó una carcajada por toda respuesta. Aquel chico le caía bien por su desfachatez. En el fondo estaba convencida de que le estaba tomando el pelo.

—El caso es que yo les pago para algo, sea mucho o poco. ¿Y si resulta que quiero largarme porque ya no aguanto más este tostón?

—Bueno, quizás yo fuera capaz de proteger ese cuerpo... —dijo Hércules echando un largo y detenido vistazo al cuerpo de Arabela.

—Sí, estoy segura de que me guardarías las espaldas. —dijo ella soltando un bufido.

—Ahora en serio, —dijo Hércules apurando la copa— si quieres irte, estaré encantado de perderme ese truño infumable y acompañarte hasta el coche.

Arabela le miró con escepticismo y finalmente, al ver que aquellos inútiles no terminaban de aparecer, miró el reloj y asintió con la cabeza.

—Está bien, tú ganas. Dejaré que me mires el culo hasta que llegue a la limusina, luego podrás volver a disfrutar de esa sublime muestra de la cultura occidental. —dijo ella bufando de nuevo.

—Cuando quieras, a propósito, me llamo Hércules.

—Yo soy...

—Arabela Schliemann, nunca me pierdo el Sálvame Naranja. —le interrumpió él con una sonrisa burlona.

Sin decir nada, Arabela se dio la vuelta y se dirigió taconeando con firmeza en dirección a una de las puertas laterales del edificio. A pesar de la desfachatez de aquel chaval, podía sentir la mirada de él fija en su culo, siguiendo cada vibración que se producía en sus nalgas cada vez que daba un paso con aquellos vertiginosos tacones. Mientras oía los pasos del joven tras ella no pudo evitar pensar que debería estar indignada, sin embargo se sentía excitada y emocionada ante las miradas apreciativas que le había lanzado Hércules durante la conversación. Abrió la puerta y salió al callejón imaginando a aquel hombre joven y vigoroso desnudo ante ella, así que cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde.

Salidos de no sabía bien dónde, cinco hombres blandiendo armas blancas y balanceando objetos contundentes les habían rodeado. Arabela se encogió aterrada, pero casi se quedó tiesa cuando sintió como el hombretón que la acompañaba se encogía aun más que ella escondiéndose a su espalda.

—¿Pero qué coños? —dijo ella sorprendida al notar como aquel petimetre de metro noventa se escondía tras sus espaldas.

—Vaya, ¿Qué tenemos aquí? Deben ser la mamaíta forrada y su hijo "en mi vida  he dado un palo al agua" —dijo un hombre grande y desaliñado que parecía ser el cabecilla.

—Cuidado con lo que hacéis, mastuerzos, no sabéis quién soy. —dijo Arabela librándose de Hércules de un tirón haciéndole trastabillar y caer a los pies de un tipo gordo con un bate.

—Deja que lo adivine... Eres Catwoman —dijo un tipo de aspecto oriental.

—No, que va. Es Supergirl. —intervino otro con una enorme cicatriz que le recorría toda la mejilla.

—Por, favor no me matéis. —intervino Hércules agarrado a los tobillos del hombre frente al que había caído — Es ella la que está forrada, sus joyas valen un pastón, yo solo pasaba por aquí.

—Y tú, evidentemente no vales una mierda. ¡Serás cabrón! —le espetó ella dando un paso hacia atrás y mirando en todas direcciones buscando inútilmente una salida.

—Por favor, tengo hijos y un ... un pato. ¿Qué será de ellos sin mi? Ella os dará todo lo que queráis pero no nos hagáis daño. —suplicó Hércules provocando la hilaridad de los asaltantes y la desesperación de Arabela.

—Vamos, señora pórtese bien, haga caso a la mariquita rubia y denos toda esa chatarra, nosotros le quitamos un peso de encima y usted puede volver a ver a esos gordos gritar hasta que amanezca.

El cabecilla se adelantó y con un "basta de pichadas" le arrancó el collar cuyo cierre saltó con facilidad. Más engorroso fue el broche, que al estar cosido al tirante del vestido le obligó al asaltante a tirar con fuerza. Arabela inconscientemente se echó hacia atrás en un movimiento defensivo de manera que, al arrancar el broche, el ladrón le rompió el tirante dejando un pecho grande y pálido a la vista de todos.

Con los asaltantes fijos en el pecho de Arabela, Hércules no dejó pasar la ocasión e incorporándose como una centella le dio un puñetazo en los testículos al hombre gordo que dejo caer el bate y se acurrucó en el suelo en posición fetal gimiendo apagadamente.

Lo que aconteció a continuación dejó a Arabela totalmente boquiabierta. Los cuatro asaltantes restantes se volvieron y se lanzaron sobre Hércules blandiendo su armas.

La forma en que se libró de ellos no le impresionó tanto como la cara de aburrimiento que ponía mientras le arreaba a uno con el bate hasta romperlo, cogía el cuerpo inconsciente del hombre como sustituto y aporreaba a los otros dos con él hasta noquearlos, todo ello  a una velocidad escalofriante.

Finalmente cogió los cuerpos de todos y los tiró a un contenedor cerrando la tapa de un sonoro golpe y sacudiéndose las manos con gesto de asco.

—Bonita exhibición.

—Fue la visión de tu pecho al aire, libre de la rígida opresión del sostén rodeada de una multitud armada la que me ha inspirado... ¿O será porque he topado con una pelirroja de verdad?—dijo Hércules con sorna.

—¿De qué coño estás hablando? —preguntó ella confundida.

—Esos pezones rosados y grandes, que no puedes distinguir de las areolas y que cuando se excitan parecen fresas jugosas y apetecibles son inconfundibles.

—Y eso lo sabes porque te has follado un montón de pelirrojas. —replicó Arabela  mientras se tapaba el pecho como podía.

—En realidad he visto un montón de pelis porno de pelirrojas. No sé que tenéis que me ponéis a cien. Supongo que es ese matojo entre las piernas que hace que parezca que vuestro chocho está en llamas. —dijo Hércules acercándose y susurrándole a la oreja.

—Y no sé qué es lo que tienes tú que todo lo que dices parece sucio. Cerdo salido. Me das asco. —replicó procurando que no trasluciese cómo crecía la excitación en ella.

—Tonterías, señora Schliemann,—dijo él sin dejarse engañar— puedo percibir como tu cuerpo reacciona a mi presencia. Como se te erizan los pelos de tu nuca y tiemblan las aletas de tu nariz...

Los labios del joven rozaron su cuello. Arabela tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no temblar de excitación. Se maldijo a sí misma. Podía aguantar durante horas los asaltos de cualquier cuarentón vanidoso y gilipollas. Pero los jóvenes como él, su fuerza, su juventud, su ímpetu y su despreocupación les hacía irresistibles. No lo podía evitar, eran su debilidad.

Cuando se dio cuenta había soltado sin querer el tirante del vestido y volvía a tener el busto a la vista. La mirada fija de Hércules le hizo sonrojarse complacida, aun tenía unos pechos capaces de llamar la atención de un hombre joven. El primer instinto de taparse  fue sustituido por el deseo de exhibirse descaradamente ante él.

Hércules no se lo pensó, de un empujón la acorraló contra el contenedor y metió una mano entre sus piernas. Con un gesto brusco llegó hasta su sexo, lo acarició un instante a través de las bragas y hurgando bajo ellas, buscó la pequeña mata de pelo que cubría su pubis.

Incapaz de contenerse por más tiempo Arabela gimió sintiendo como el placer recorría su cuerpo al ser acariciada por aquellos dedos jóvenes y fuertes hasta que Hércules enredó uno de sus dedos con los pelos de su pubis y pegó un fuerte tirón.

—¡Ah! ¡Joder! ¡Serás hijo de puta! —dijo ella recuperándose del súbito e intenso escozor.

—¿Ves como tenía razón? Pelirroja natural, no falla. —la ignoró Hércules mostrándole triunfante un par de pelos rizados de un intenso color rojo— ¿Sabíais que estáis en peligro de extinción? Lo he leído por ahí, os quedan unos noventa años. —dijo admirando los dos pelos, rojos como el fuego, que había logrado arrancarle— una verdadera lástima.

Arabela cerró los puños indignada y sin dejar de insultarlo intentó agredirle, por supuesto sin ningún éxito. Hércules cogió a la mujer por las muñecas e interrumpió sus insultos con un largo beso. La lengua del joven invadió su boca explorándola con desvergüenza y haciéndola sentir una cálida sensación de placer extendiéndose por todo su cuerpo.

A partir de ese momento no pensó en nada más, ni en los asaltantes, ni en los desaparecidos guardaespaldas, solo estaba concentrada en los labios del joven y en sus manos que volvían a explorar su cuerpo bajo la falda.

Hércules se separó dejándola respirar por fin. Esta vez tiró con suavidad de sus bragas acariciando sus muslos y sus piernas a la vez que tiraba de ellas hacia abajo. Arabela gimió, separó ligeramente las piernas y se remangó la falda enseñándole su sexo cálido y atrayente.

No se lo pensó dos veces y se abalanzó sobre él envolviéndolo con su boca, obligando a Arabela a doblarse asaltada por un intenso placer. Hundió ambas manos en la rubia melena del joven disfrutando de cada lamida y cada chupetón, respondiendo con quedos gemidos.

Tras unos segundos, Hércules se irguió y dejó que la mujer le  sacase la polla de sus pantalones. Aquellas manos suaves y experimentadas no tardaron en conseguir que su miembro se pusiese duro como la piedra. Hércules la besó de nuevo, saboreándola e inundándola con el sabor fresco de la ginebra que había estado tomando.

Con un movimiento brusco la dio la vuelta. Arabela no tuvo más remedio que apoyar sus manos en la mugrienta tapa del contenedor para no perder el equilibrio mientras las manos de él estrujaban sus pechos y acariciaba sus inflamados pezones.

Hércules se separó un instantes y admiró la silueta de la mujer, recorriendo con la vista sus curvas, que la edad había hecho más generosas y excitantes. Con una sonrisa se acercó y dirigió la polla al interior de su coño.

Arabela soltó un respingo y gimió al sentir la polla del joven rellenando sus entrañas con su palpitante miembro. Agarrada con fuerza al borde del contenedor dejó que Hércules empujara con suavidad en su interior haciendo que el placer lo dominase todo.

—Te imaginas que sensacional portada para el Sálvame Naranja. — le susurró Hércules al oído.

Arabela se puso rígida, levanto la cabeza y buscó entre las sombras súbitamente aterrada. En ese momento se dio cuenta de que estaba totalmente indefensa en las manos de aquel hombre al que no conocía de nada y que podía estar a sueldo de cualquier periodista hambriento de una buena exclusiva. Y encima los gilipollas de sus guardaespaldas seguían sin aparecer...

—¿Cuánto crees que me darían por enseñar esos dos pelos en prime time? —insistió Hércules.

—Cabrón. —dijo ella intentando resistirse.

Arabela comenzó a agitarse y contorsionarse intentando escapar, pero Hércules la tenía bien asida por las caderas.

—¡Oh! ¡Sí! ¡Sigue así, nena! Es como montar un potro salvaje... —exclamó Hércules entre roncos gemidos.

Finalmente se dio por vencida y dejó que el joven siguiese follándola. Venciendo su aprensión giró la cabeza. Cuando vio la cara divertida de Hércules supo que le estaba tomando el pelo lo que le puso de nuevo furiosa.

—Hijoputa, no vuelvas a jugarmelaaahh.

Los insultos se diluyeron en el aire nocturno cuando Hércules agarrándola por los hombros le dio una serie de salvajes empujones. El placer la asalto, su enfado se esfumó y lo único que fue capaz de emitir fue un prolongado gemido.

Dándose un respiró se separó y volvió a poner a Arabela de frente a él. Aun tenía cara de enfado, pero no era capaz de ocultar la profunda excitación que dominaba su cuerpo.

Hércules se acercó a ella, con una mezcla de admiración e irritación pudo sentir la confianza que el joven irradiaba. Pasó un brazo por encima de su hombro con suavidad para, con un movimiento sorpresivo, levantar la tapa del contenedor y descargarla con fuerza sobre la cabeza de uno de los asaltantes que empezaba a asomar por el borde.

—Disculpa. ¿Por dónde íbamos señora Schliemann?—dijo Hércules con naturalidad penetrándola de nuevo.

—Déjate de chorradas y llámame Bela. Sabes perfectamente que cualquier mujer de mi edad odia que le traten de señora.

Arabela volvió a gemir al sentir como el joven la elevaba en el aire y  la ensartaba una y otra vez con su polla. Incapaz de tener sus manos quietas, abrió su camisa e hincó las uñas en su potente torso disfrutando de su firmeza y su calidez, riéndose de los torpes intentos de los sebosos banqueros y empresarios que acosaban su cuerpo y su dinero como buitres hambrientos.

El joven la posó de nuevo en el suelo y apoyándola contra la pared comenzó a penetrarla, cada vez más fuerte hasta que con dos salvajes empujones se corrió inundando su coño con el calor de su semilla. Tras unos instantes El joven se separó e introdujo dos de sus dedos en su sexo masturbándola con violencia provocándole un brutal orgasmo.

Arabela gritó y su cuerpo se  descontroló mientras una mezcla cálida y densa de flujos y semen escurría de sus entrañas y recorría el interior de sus muslos provocándole un placentero cosquilleo.

La mujer se estremeció una última vez mientras Hércules la rodeaba con sus brazos y le recolocaba amorosamente el vestido. Arabela sentía que le faltaba el oxigeno y sus piernas le fallaron. El joven sonrió y la sujetó por la cintura besándola de nuevo e iba a llevársela hasta la limusina cuando de repente recordó algo y se volvió de nuevo al contendor.

Con un carraspeo abrió la tapa abriendo y cerrando las manos en un gesto inequívoco. En un instante unas manos temblorosas le devolvieron las joyas robadas. Con una sonrisa les dio las gracias a los asaltantes por su colaboración y les deseó unos felices sueños antes de cerrar la tapa del contenedor con estrepito y devolverle las joyas a su amante.

—Ahora en serio ¿Que te parecería un espectáculo de verdad para variar? Mañana estrenan la nueva de David Statham... —dijo Hércules llevándose a Bela camino del aparcamiento.

Capítulo 24: Pico y pala.

Nunca había sentido nada parecido. Para Arabela el sexo siempre había sido eso, sexo. Le encantaba, disfrutaba de cada minuto y disfrutaba de los hombres y las mujeres, mientras más jóvenes y hermosos mejor. Pero jamás había sentido esa imperiosa necesidad de mantener a una persona junto a ella. No lo podía creer, estaba encoñada.

Creyó que la oferta del cine había sido una broma, pero Hércules no se cortó y la llevó a una sala cochambrosa a ver como un tipo calvo de mirada inexpresiva se repartía mamporros durante hora y media con un chino de rostro picado de viruelas. Podría haber resultado un desastre, pero él la sentó en la última fila y se dedicó a besarla y magrearla en la oscuridad.

Cuando la película terminó Arabela estaba tan caliente que no podía pensar, solo quería tenerlo entre sus piernas, así que se lo llevó a casa. Nunca había tenido un amante tan atento e incansable. Cuando hacían el amor la colmaba con su fuerza y su calor, pero además con su actitud le daba la impresión de que se estaba conteniendo, que si quisiese podría matarla a base de polvos. Lo deseaba a todas horas y follaron durante dos días seguidos, solo parando para comer y descansar unos minutos entre polvo y polvo.

Cuando finalmente paró exhausta, no pudo evitar pensar en cómo se las arreglaría para dejarlo mientras  se iba a las Cícladas. La expedición partía en apenas un día y todavía no sabía cómo abordar el tema cuando Hércules se lo facilitó preguntándole a dónde iba cuando  la vio vestirse.

No tenía ninguna necesidad de hacerlo ya que iba a una reunión informal para hacer los últimos preparativos, pero ella escogió su conjunto de lencería más sexy, un conjunto de Victoria Secret de seda negra y transparente adornado con bordados que apenas tapaban sus pezones y su sexo, completado con un ligero y unas medias de de seda sin costura. Se lo puso todo lentamente, dándole la espalda y segura de que era el centro de atención.

—Todavía no has respondido a mi pregunta. —dijo él interrumpiendo sus pensamientos.

—Tengo una reunión. —respondió ella mientras se ponía unos Manolos negros y de tacón vertiginoso—Si de veras ves el Sálvame deberías saber  que me voy a una expedición arqueológica a las Cícladas...

—Estupendo, ¿Cuando salimos? —dijo él incorporándose del lecho.

Dios, que difícil era aquello. Decirle que no a aquel dios desnudo, separarse de ese torso musculoso, de esos labios sensuales y de esa mirada dulce y traviesa. Finalmente se armó de valor y se lo dijo. Al contrario de lo que esperaba, él no se enfadó, sencillamente se levantó y se abalanzó sobre ella. Todo el cuerpo de Arabela reaccionó,  poniéndose la piel de gallina y emitiendo chispazos de excitación que amenazaban con quebrar su voluntad.

—¿Qué demonios haces? —dijo ella— Mañana tengo un viaje, tengo que ir a la reunión y descansar u poco...

—Ganarme el pasaje. —respondió Hércules.

—Ni se te...

Antes de que Bela pudiese terminar la frase, él cortó sus protestas echándose encima de ella  besándola. Intentó resistirse, pero el peso de aquel cuerpo joven y musculoso y el contacto de aquella polla erecta y hambrienta contra su vientre despertaron de nuevo su hambre de sexo.

Se maldijo una y mil veces mientras los labios de Hércules se separaban de su boca y comenzaban a explorar su cuerpo erizando sus pezones y creando regueros de lava en su piel allí por donde la boca y las manos da aquel hombre pasaban.

Tras unos instantes de duda,  finalmente claudicó y soltó un sonoro gemido. Hércules hundió su sonrisa de triunfo entre las piernas de la mujer que suspiró y jadeó incapaz de disimular su intenso placer.

Sin darle ninguna tregua abarcó todo su pubis con su boca, apartando el tanga e introduciendo  su lengua profundamente en el coño de Arabela que gemía cada vez más fuerte mientras tironeaba de su rubia melena.

Sus manos recorrieron el cuerpo de Bela, acariciaron su vientre y estrujaron sus pechos a la vez que jugueteaba con los tirantes del liguero. Besó sus muslos y sus pantorrillas y lamió sus tobillos a través del fino tejido de las medias, dejando que la mujer se relajara ligeramente antes de lanzarse de nuevo sobre su sexo son especial violencia.

Arabela gritó sorprendida y se dobló sobre la cabeza de Hércules. Era justo lo que esperaba, con facilidad se puso en pie con ella aun encima manteniendo un precario equilibrio.

Arabela se sintió elevada en un instante, Instintivamente levantó sus brazos hasta apoyarlos en el techo y cerró sus piernas en torno al cuello de Hércules que la sujetaba como si se tratase de una pluma sin dejar de chupar y lamer todos sus recovecos.

El placer y la adrenalina se fusionaron provocándole un orgasmo brutal. Su cuerpo se encogió y tembló mientras el hombre la sujetaba para que no cayese.

—¿Me llevarás contigo? —preguntó Hércules. Separando sus labios de su hinchado coño.

Apenas pudo hacer más que un desmayado signo de negación con la cabeza, porque aquella bestia desatada la posó sobre el suelo  y le dio un violento empujón. Arabela tuvo el tiempo justo para apoyar los brazos tras ella y evitar chocar contra la pared. Hércules aprovechó para asaltarla. Las manos del hombre la exploraron con avaricia, bajando las copas del sostén estrujando sus pechos con violencia y recorriendo todo su cuerpo. Aquel hombre hacía que se sintiese la mujer más atractiva y deseada del mundo, las arrugas desaparecían y el paso de los años se difuminaba  haciendo que sintiese un irrefrenable impulso por complacerle.

Hércules le metió dos dedos en la boca haciendo que Arabela se los chupase. Clavando sus ojos en él los chupó con fuerza, acariciándolos con su lengua y envolviéndolos con una espesa capa de saliva.

Tras un par de minutos Hércules sacó los dedos de su boca y los hincó profundamente en su sexo  a la vez que la besaba con lujuria. Bela descubrió que volvía a estar excitada y separó las piernas ligeramente para facilitarle la tarea.

Los dedos de Hércules se engarfiaron contactando con la parte más sensible de su coño, provocando una serie de gemidos cada vez más intensos. Un instante después, no sabía cómo, estaba de cara a la pared sintiendo la polla de su amante dura y palpitante rozando su culo y su espalda.

Retrasó las caderas y separó las piernas en una muda súplica para que el hombre la tomara. Hércules se acercó a ella, podía sentir el cálido aliento en su espalda. Sus dedos rozaron suavemente su piel provocando un sobresalto. Arabela se mordió los labios para no pedir a aquel hombre que la follara y esperó pacientemente que dejase de hacer lentos círculos con sus dedos en su culo y en el húmedo interior de sus muslos.

La polla entró por sorpresa, como una serpiente, dura y caliente, arrasando su sexo y provocando relámpagos de placer. Los brutales empujones le obligaron a estirar sus piernas y ponerse de puntillas tensando todos sus músculos. Hércules los acariciaba rudamente mientras la penetraba cada vez más rápido.

Cuando Hércules se quedó quieto de repente, ella estaba tan excitada que empezó a dar pequeños saltos con los tacones  ensartándose con su polla. La forzada postura hizo que pronto comenzase a jadear y sudar profusamente mientras su amante la acariciaba y saboreaba el sudor que corría por su espalda.

Un calambre casi la hizo caer pero Hércules la agarró por debajo de sus muslos y sin separarse la levantó en el aire y comenzó a follarla levantando y dejando caer su cuerpo indefenso sobre la polla exhibiendo su fuerza con descaro, mientras ella retrasaba sus brazos y se agarraba a la nuca del joven para poder mantener un precario equilibrio.

Arabela no aguantó mucho y se corrió de nuevo, pero él siguió insistiendo hasta que un cálido chorro salió proyectado de su vagina y resbaló por sus medias formando un charco en la cara alfombra persa.

—¿Me llevaras contigo? —preguntó de nuevo tumbándose boca arriba con Arabela todavía ensartada con su polla encima de él.

—No —repitió Bela con todo su cuerpo aun tembloroso.

Hércules la agarró por la cintura y la tumbó de lado comenzando a martirizar su hirviente coño. La polla entraba y salía incansable impidiendo que su sexo se relajara y enviando continuas oleadas de placer por todo su cuerpo.

Con delicadeza Hércules tiró de su cabeza para girársela y poder besarla y ahogar sus gemidos con su boca dulce y su lengua juguetona. Arabela pegó su cuerpo contra el de él deseando fundirse con su amante. Una mano se deslizó entre sus piernas  y comenzó a acariciar su pubis tan sensible por el continuo roce que el contacto fue casi doloroso.

Hércules siguió empujando inasequible al desaliento. Sus manos se deslizaban por su cuerpo acariciando y pellizcando con suavidad sus costados y sus sexo.

Con un último beso la giró de nuevo y puso a Arabela sobre él mirando al techo. Haciendo un supremo esfuerzo se irguió y comenzó a cabalgarlo, ayudada por los suaves empujones de su amante en las caderas. El placer no disminuía, pero estaba tan agotada que tras apenas uno instantes se derrumbo sobre él incapaz de seguir.

—¿Estás segura de que no quieres que vaya contigo? —dijo él.

No le dejó responder. Hércules cogió sus caderas y comenzó a moverse dentro de ella cada vez más rápido haciendo que el placer aumentase por momentos. Cuando se dio cuenta estaba apoyando las manos sobre el pecho de su amante mientras su polla entraba y salía a un ritmo infernal y sus huevos golpeaban su clítoris con violencia.

—Me llevarás contigo. —afirmó Hércules cerrando las manos sobre sus grandes pechos evitando que botasen dolorosamente.

Un nuevo orgasmo llegó sobrepasándola y arrollándola con un placer intenso que Hércules prolongó con habilidad mientras insistía una y otra vez. Arabela se estremecía y gritaba presa de una sensación de placer casi dolorosa hasta que Hércules finalmente se separó y se inclinó sobre ella para eyacular sobre su vientre.

Al intenso placer le siguió una intensa sensación de vértigo y vacio. Necesitaba a ese hombre abrazándola y protegiéndola con su cuerpo del frío nocturno. A pesar de todo consiguió resistirse y no le dejó ir con ella.

Tras un par de minutos Arabela se incorporó. Era tarde, así que tuvo que recomponerse la ropa interior y limpiarse rápidamente con unos pañuelos de papel antes de ponerse unos vaqueros y una camisa de franela. Al contrario de lo que esperaba, Hércules la observaba desnudo con las manos tras la cabeza con una sonrisa de triunfo grabada en la cara que le causó un escalofrío.

Hércules la observó irse nerviosa y dubitativa. Con una última mirada se despidió y le dijo que ya le llamaría. La mujer intentó fingir seguridad en sí misma, pero él supo que Arabela solo necesitaba un último empujón así que le sonrió tranquilamente y se dispuso a esperar el momento del asalto final.

Capítulo 25: Duelo de voluntades.

Una vez en el barco, Arabela dio las instrucciones a los distintos miembros del equipo. Mientras hablaba, sentía los restos de semen de Hércules  ardiéndole en el vientre y el sudor y sus propios flujos orgásmicos, haciéndole cosquillas en las piernas, teniendo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para  evitar que trasluciese su incomodidad por sentirse sucia y excitada.

Cuando terminó la reunión pensó en volver a casa, pero no se sintió con fuerzas para enfrentarse de nuevo a su amante, así que optó por enviar a uno de sus subordinados a por el equipaje que ya estaba preparado. Se sentía una asquerosa cobarde, incapaz de enfrentarse a Hércules, pero sabía que si volvía a estar en la misma habitación se lo llevaría con ella.

Llevárselo con ella, ¿Qué habría de malo? No, no podía incorporarlo. Se suponía que era una expedición privada. A pesar de que era de dominio público, nadie salvo ella y unos pocos allegados, conocían el objetivo y no se vería con buenos ojos que incorporase a un desconocido a última hora.

De todas maneras el chico merecía una explicación y no quería perderle, así que se dirigió a su camarote y respirando hondo, se armó de valor y marcó su número de móvil.

—Hola, Hércules, siento haberme ido con tanta prisa. —dijo ella sentándose en la cama.

—¿Qué tal la reunión? —dijo el sin ningún tono de reproche.

—Bien, bien. —se apresuró a contestar— Ya estoy en el barco y se me ha ocurrido que no tiene sentido volver a casa y tener que madrugar para estar puntual aquí, así que creo que me quedare a dormir en el barco.

—Cobardica. —dijo él entre risas.

—Oye yo no... —intentó replicar ella ofendida, a pesar de que sabía que Hércules tenía toda la razón.

—Vamos, no intentes escurrirte con excusas. Sabes perfectamente que no vienes porque temes que si vuelves a estar ante mí perderás el control.

—Yo...

—En realidad tienes razón, porque si estuvieses aquí te volvería a pedir que me llevases contigo. Será mejor que te quedes en el barco porque si no...

El tono de voz era inequívoco y la mujer sintió un escalofrío recorriendo su columna vertebral. Optó por no decir nada esperando que Hércules colgara, pero deseando seguir escuchando su voz.

—¿Si no, qué? —dijo ella rindiéndose y rompiendo al fin el silencio.

—Si estuvieses aquí te depositaría sobre mi regazo, te bajaría los pantalones y te daría unos azotes.

—No te atreverías.

—Me encantaría ver ese culazo grande y pálido con mis manos marcadas en él. Escuchar el ruido de mis palmadas y oír tus grititos... Mmm, vuelvo a estar empalmado.

Arabela no contestó, pero sintió como su ropa interior volvía a mojarse. Descuidadamente metió una mano en sus pantalones intentando aplacar una creciente comezón.

—Sé que para ti solo soy una pequeña distracción temporal, —dijo fingiendo una exasperación que no sentía— no sé que voy a hacer sin el contacto con tu cuerpo, el sabor de tu boca y el aroma de tu piel.

—Vamos no seas melodramático. Estaré aquí antes de lo que piensas.

—Sí y quizás encuentre otra mujer mientras tanto, quizás este ahora mismo abrazado a un cuerpo suave y cálido. —dijo él.

Arabela podía percibir la sonrisa de aquel cabrón al otro lado de la línea y aunque le contestó que no se atrevería, una desagradable sensación comenzó a hacer presa en ella. ¿Podía ser posible que estuviese celosa de un fantasma? Mientras tanto Hércules seguía provocándola sin clemencia:

—¿Sabes esa criada Dominicana tan mona que tienes? La del culo potente y jugoso y esos ojos grandes y castaños que siempre mantiene bajos, pero que cuando los levanta son capaces de traspasarte como si fueses de papel. Pues ahora podría estar en tú cama, conmigo, desnuda, esperando pacientemente que le dedique mis atenciones.

—¡Mentira!

—Quizás —replicó Hércules— o quizás no. Ahora podría estar acariciando su piel color caramelo, tersa y brillante y aspirando  el intenso aroma a madreselva que emana. Podría acariciar el interior de sus muslos y admirar su cuerpo total y escrupulosamente depilado, haciendo que parezca aun más joven y atractiva.

Arabela deseaba colgar, deseaba librarse de la tortura que suponían las palabras de su amante despechado, deseaba mandarle a la mierda, pero las imágenes que se formaban en su mente la habían excitado de tal manera que no podía evitar seguir escuchando, hipnotizada, acariciándose el pubis bajo los vaqueros.

—Separo con mis dedos los labios de su sexo. Un hilo de flujos cálidos y excitantes los mantiene unidos. ¿La oyes suspirar mientras empapo mis dedos con ellos?

—Acercó mis dedos a la nariz, es un olor intenso y potente, como a mar y algas. —continuó sin esperar respuesta— Lo pruebo, es ligeramente ácido pero sabroso y despierta mi apetito. Entierro mi boca entre sus piernas, beso su pubis terso y limpio y me ayudó de las manos para sacar a la vista su clítoris que emerge como una pequeña flor rosada de los oscuros pliegues de su vulva.

Los dedos de Arabela tropezaron con su clítoris imaginando la lengua de Hércules rozando  el pequeño botón de placer de la joven e imitando sus movimientos.

—Lupita gime y se retuerce mientras sigo asaltándola y saboreándola con mi lengua hasta que le doy una pequeña tregua. Avanzo con mi boca poco a poco por su vientre liso y juvenil...

Juvenil. El muy cabrón sabe donde hacer daño. Arabela se siente especialmente vulnerable y no puede evitar pensar que está en desventaja con los miles de jovencitas que hay por ahí, dispuestas a hacer de todo con tal de pillar a un hombre como Hércules. Aun así no puede dejar de masturbarse mientras escucha como él le describe los pechos pequeños, con unos pezones grandes y oscuros que se endurecen inmediatamente y hacen que la joven se estremezca de placer ante el más mínimo roce.

—Acerco mis labios a los suyos, pero ella me los niega, no me besará mientras te comparta con ella. Yo lo vuelvo a intentar, pero ella consigue darse la vuelta dándome la espalda. ¿No oyes como me susurra al oído que quiere que sea solo suyo?

A través del auricular Hércules escuchó como los apagados jadeos se interrumpían con un rechinar de dientes. Satisfecho decidió seguir presionándola.

—Al darme la espalda me nuestra un culo grande y musculoso. Separó sus cachetes descubriendo el diminuto y delicado esfínter que cierra la entrada de su ano. Me ensalivo el dedo y lo acaricio con suavidad. Introduzco la punta de mi dedo corazón y la retiro. El agujero se cierra inmediatamente. Sueño y deseo la estrechez y el calor de ese estrecho conducto.

Arabela, deseó estar allí, deseó ser ella la que giraba la cabeza y le sonreía dándole permiso para sodomizarla.

—¡Ahh! ¡Qué placer el del sodomita! El culo de Lupita es estrecho y cálido. Su esfínter abraza amorosamente el tallo de mi polla mientras ella suelta un pequeño gritito de dolor y se muerde el labio mientras yo me quedo quieto esperando que pase el dolor. Lupita suspira y yo empiezo a moverme mientras deslizo una mano alrededor de sus caderas y acaricio su sexo. ——Mi polla entra y sale con suavidad del estrecho agujero, disfrutando y haciendo disfrutar a la joven que en poco tiempo empieza a gemir de placer. Me agarro a sus caderas y las levanto para poder follarla con más comodidad.

Arabela ya no escuchaba y se masturbaba con más violencia, deseaba tener a ese hijoputa a su lado con desesperación.

—Lupita hunde la cabeza en la almohada, la muerde para evitar gritar mientras mis acometidas hacen que toda la cama tiemble. El placer se intensifica cuando ella aprieta el culo en torno a mi verga. Yo me vuelvo loco y la follo salvajemente. Lupe grita desaforadamente y se corre. Su cuerpo tiembla  provocando a su vez que eyacule en su interior. El calor de mi semilla hace que el placer de la joven se intensifique y se prolongue. Lupita extasiada me dedica palabras de amor, me pide que no me separé nunca de ...

—¡Esta bien! ¡Basta cabrón! —le interrumpió Arabela en el momento en que un intenso orgasmo estalla atenazando su cuerpo— Mañana, seis de la mañana, muelle veintidós. Ni se te ocurra llegar un minuto tarde o te juro por Dios que te dejo en tierra.

Capitulo 26. Arabela planta cara.

Las oraciones de Arabela no fueron escuchadas y Hércules se presentó puntualmente, vistiendo un traje de lino blanco y una sonrisa de desfachatez que casi le sacó de quicio. Con una naturalidad desarmante subió por las escalerillas del pequeño buque y saludó a todos los presentes antes de acercarse a ella.

—Hola, querida, te garantizo que esta travesía no la olvidarás. —dijo a modo de saludo.

Arabela le devolvió un frío beso en la mejilla, intentando mantener una imagen de profesionalidad. Tras pensar en cómo incluir a Hércules en la expedición, había pagado a uno de los chicos para todo el doble de sueldo y lo había despedido en secreto para sustituirlo por él. Para justificar su ausencia había dicho que el chico tenía la gripe A y debía guardar cama una semana mínimo. No sabía cuánto tardaría el equipo en darse cuenta de la mentira, pero la alegría que sintió al tener a Hércules cerca fue colosal.

El barco era un pequeño mercante reconvertido en buque oceanográfico. Arabela no había escatimado en gastos y lo había dotado de toda clase de instrumentos de rastreo. Hércules siguió a su amante que le enseñó orgullosa cada rincón de la nave antes de llegar a la sala de mando.

La capitana Goldman les esperaba con una actitud serena y profesional en el puente de mando, saludó a la jefa de la expedición y apenas le dirigió una mirada a Hércules, como si se tratase de un insignificante insecto. Arabela escuchó con interés de los sugerentes labios de la capitana las últimas previsiones para la travesía y observó como, ayudados por el práctico, abandonaban el puerto a un tercio de potencia.

El mar estaba tranquilo, olas de menos de un metro, eran apenas suficientes para balancear ligeramente el barco, lo que fue suficiente para que Hércules se sintiese ligeramente indispuesto las primeras horas de viaje, hasta que su cuerpo logró adaptarse.

En cuanto se sintió un poco mejor, salió del camarote y se dirigió al puente, donde encontró a la capitana charlando con Bela y poniéndole ojitos.

—Ahora que estamos en aguas internacionales podrás levantar el secreto y  decirme cual es nuestra misión. —dijo él interrumpiendo la animada conversación.

La cara de satisfacción que puso Arabela al verle no pasó desapercibida a la capitana, que no pudo evitar fruncir el ceño antes de alejarse para dar unas supuestas instrucciones al timonel.

Bela le guio hasta la mesa de mapas donde, con una uña color vino, señaló una pequeño islote deshabitado en las Cícladas, a pocas millas de la isla de Tera.

Aquí, en esta isla, dentro de un enorme tubo de lava semiinundado, está escondida  la reliquia más importante del mundo antiguo. Todos creyeron que estaba loca por creer que las leyendas eran ciertas, pero en un par de semanas le demostraré al mundo lo equivocado que estaba.

—¿Qué coños hace ahí el Arca de la Alianza? —preguntó Hércules haciéndose el tonto.

Arabela no pudo evitar soltar una carcajada ante la ocurrencia del joven. La verdad es que no se lo había planteado, pero quizás esa debería ser la siguiente reliquia que debería buscar.

—No, tonto, busco la caja de Pandora.

—¿La caja de Pandora? ¿Y para qué demonios la quieres? La última vez que la manipularon acabó jodida toda la humanidad y Pandora quedó como ejemplo de lo peligrosa que puede ser la idiotez. En mi opinión ese trasto debería seguir perdido. Lo que deberías hacer es hundir con explosivos el túnel de lava. —dijo Hércules haciendo un esfuerzo por disuadir a la mujer.

—Los textos dicen que al cerrarla quedó la esperanza dentro de ella...

—Y suponiendo que eso sea cierto y que no tenga la epidemia definitiva que acabe con esta mierda de humanidad. ¿Qué tiene de bueno la esperanza? —replicó Hércules recordando los sentimientos que había despertado Akanke en él y la profunda desesperación que sintió cuando esta apareció muerta— La esperanza es el deseo de los perezosos y los cobardes. Todos los que no quieren o no pueden conseguir algo, tienen la esperanza de conseguirlo... como si solo con esperar te cayese todo como maná del cielo.

Las palabras de Hércules la hirieron y la enfadaron. Ella no era una idiota, había estudiado todos los escritos de los antiguos filósofos griegos y romanos, logrando separar el grano de la paja y había seguido con determinación y minuciosidad las pistas que había dejado Epimeteo por toda la Hélade hasta conseguir encontrar el sitio donde la caja estaba enterrada y estaba segura al cien por cien de que era lo que contenía... ¿O tenía la esperanza de saberlo?

Enfadada por el fugaz pensamiento frunció el ceño y abandonó el puente de mando con paso rápido en dirección a su camarote.

Hércules la dejó ir. Por un momento vio con cierta esperanza (jodida esperanza, apareciendo una y otra vez) que la mujer vacilaba, pero rápidamente se impuso su orgullo y la vio salir de la habitación con gesto airado.

No volvió a verla hasta la hora de la cena. Se había sentado al lado de la capitana con quién charlaba animadamente. La oficial sonreía, rozaba el brazo de la millonaria y le lanzaba inequívocas miradas de interés a las que Arabela respondía con risas desinhibidas. Hércules se sentó en una esquina alejada y se limitó a observarlas con gesto taciturno. ¿Se habría pasado o solo quería darle una lección? Aquella mujer estaba acostumbrada a hacer lo que le daba la gana y si quería llevar a cabo la misión con éxito, eso debía cambiar radicalmente.

Una determinación comenzó a crecer en su mente cuando terminaron los postres y las dos mujeres abandonaron la mesa cogidas de la mano con descaro. Hércules las observó salir satisfecho.

Esperó unos minutos a que los presentes olvidasen el incidente e iniciasen la sobremesa y disculpándose abandonó el comedor atestado de humo y risas.

Se dirigió al camarote de Arabela y tal como esperaba vio luz saliendo por debajo de la puerta. Con cuidado sacó unas ganzúas y aprovechando una de las sesiones de adiestramiento de Afrodita, manipuló la cerradura en silencio hasta que consiguió abrir la puerta del camarote.

Las estancias de la millonaria parecían más la suite de un crucero que el camarote de un buque oceanográfico. Al traspasar el umbral se encontró en un pequeño recibidor adornado con un  mueble de madera de cerezo, y una pequeña banqueta. Avanzó en silencio y atravesó una sala de estar de considerables dimensiones en dirección a una puerta entornada que había en el fondo. Ruidos apagados y  respiraciones agitadas surgían del otro lado de la puerta.

Ahogando el ruido de sus pasos en la espesa moqueta llegó hasta el umbral, pero se lo pensó mejor y se volvió al recibidor para coger la banqueta y colocarla de manera que pudiese asistir al espectáculo arropado por la oscuridad y cómodamente sentado.

Cuando finalmente se sentó, las dos mujeres ya estaban desnudas. La capitana Goldman no estaba mal a pesar de que no era su tipo. Tenía el pelo rubio y bastante corto por la nuca y las sienes y más largo y de aspecto despeinado en la parte superior. Tenía el cuerpo esbelto y unas tetas pequeñas con unos pezones diminutos y rosados, uno de ellos con un piercing. Hércules bajó la mirada para observar el culo de la mujer, pequeño y respingón y las piernas delgadas, con las rodillas un pelín huesudas para su gusto.

Las dos mujeres, ignorando que eran observadas por una figura en las sombras, estaban besándose y abrazándose estrechamente. La tez pálida y el pelo rojo de Arabela contrastaban fuertemente con la piel morena de la capitana. La millonaria acarició el brazo de la oficial y fue recorriendo con los dedos toda su longitud hasta llegar al hombro y a los pechos.  Rozó los pezones de la joven haciendo que la mujer suspirase suavemente. Arabela aprovechó el momento y se lanzó sobre los labios entreabiertos besándolos con un ansia que para Hércules resulto un pelín exagerado.

De un empujón la tiró sobre la cama, se sentó sobre el muslo de la capitana y comenzó a mover sus caderas restregando su sexo contra los muslos morenos de Goldman. En cuestión de segundos Arabela jadeaba y agitaba sus caderas mientras se estrujaba los pechos con fuerza. Hércules no podía separar la vista de ardiente pubis de la mujer hinchado y húmedo de deseo.

Con un movimiento sorpresivo, la capitana se giró tumbando a su jefa de espaldas para a continuación tomar el mando de las operaciones. Hércules vio como la joven enterraba su cabeza entre las piernas de Arabela que pronto comenzó a estremecerse gimiendo y gritando a medida que se acercaba al éxtasis.

La capitana se giró y sin separar los labios del hipersensible sexo de Arabela, puso las piernas a ambos lados de su  cabeza. Las dos mujeres se acariciaron y besaron sus sexos mutuamente, moviendo las caderas como abejas furiosas. Los gemidos de ambas se mezclaban y confundían haciéndose cada vez más intensos hasta que ambas se vieron asaltadas por un intenso orgasmo.

Con el calor aun recorriendo sus cuerpos, Hércules se levantó de su asiento y aplaudió como si fuera un espectador satisfecho. La capitana Goldman se levantó como accionada por un resorte y se abalanzó sobre él, pero no era rival. Con la facilidad con la que se desharía de un mosquito, cogió a la mujer desnuda por las muñecas y sin ninguna contemplación la sacó de la estancia a rastras y la echó de allí mientras ella no dejaba de insultarle y decirle que iba a acusarle de amotinamiento y a colgarle del mástil dónde lo dejaría para que se pudriese a la vista de toda la tripulación.

Hércules cerró la puerta y deslizó el pestillo dejando que la mujer siguiera despotricando desnuda desde el otro lado. A continuación se dio la vuelta y se dirigió a la habitación donde Arabela seguía tumbada, desnuda, con la mata de pelo rojo que tenía entre las piernas llamando su atención de la misma forma que las llamas atraerían a un pirómano.

—¿Quién te crees que eres para tratarnos así?

Hércules no la hizo caso y cogiéndola por el pelo la obligó a levantarse estrellando su cuerpo contra el mamparo con una fuerza cuidadosamente calculada. La mujer soltó un suspiro ahogado sorprendida por la violencia de la respuesta de Hércules.

El joven se acercó a ella dominándola con su envergadura y obligándola a levantar la cabeza en una postura incomoda para mantener la mirada fija en el. Soltó el pelo de Arabela e inmovilizó su mandíbula para besarla. Ella, al principio se resistió, pero el sabor y el erotismo que exudaba aquel hombre eran enloquecedores y en cuestión de segundos se había olvidado de la capitana y estaba restregando su cuerpo desnudo contra la erección que abultaba los pantalones de Hércules.

Nunca se había sentido tan vulnerable y excitada a la vez. Se había llevado a la capitana del barco a la cama con la única intención de hacerle daño a Hércules. Creyendo que si ella no lograba desligarse de él, quizás él pudiese hacer el trabajo. Pero Hércules no era un tipo normal,  irradiaba una fuerza y una confianza en sí mismo  que la subyugaba. Cuando se dio cuenta se estaba comiendo su lengua golosamente, mientras él acariciaba sus pezones y los pellizcaba con suavidad haciendo que un escalofrío recorriese su espina dorsal.

Hubiese seguido besando a aquel hombre hasta que el tiempo se congelara, pero Hércules separó los labios para poder besar y mordisquear su cuello, sus axilas y terminar en sus pezones ya crecidos y erizados por sus caricias.

Arabela gimió y rodeó los rizos del joven con sus brazos sintiendo como cada caricia y cada lengüetazo amenazaban con hacerla perder el poco control que le quedaba.

Hércules sabía que la tenía a su merced y no esperó más. Cogiéndola por la cintura, le dio la vuelta y la obligó a ponerse de espaldas a él, con las manos apoyadas en la cama. Sin una sola palabra se abrió los pantalones y la penetró de un solo golpe. Todo su cuerpo se estremeció, conmovido por el salvaje empujón. Arabela gritó y se aferró al colchón clavando las uñas en él mientras Hércules le propinaba una brutal andanada.

Arabela se sentía abrumada por el placer primario y salvaje que sentía. Por fin sintió que su amante no se guardaba nada. Las manos de Hércules se agarraban a sus caderas hincándose dolorosamente en su carne y produciendo un delicioso contraste en comparación con el intenso placer que irradiaba desde su coño, de manera que no tardó demasiado en correrse. El orgasmo fue tan intenso que, indefensa, no pudo hacer nada cuando Hércules la obligó a arrodillarse en el suelo y le metió la polla en la boca obligándola a chupársela unos instantes antes de sacarla de nuevo y eyacular sobre su cara y su cuello.

Sin una palabra, ni una caricia, el hombre se tumbó en la cama con un gesto ausente mientras ella, aun estremecida y confusa, se acurrucó a sus pies limpiándose el semen que corría por su cara, consciente de que a partir de ese momento no sería capaz de respirar si él no se lo permitía.

Capítulo 27. Capitulación.

A la mañana siguiente Arabela se despertó en la misma postura. La fresca brisa del mar entraba por el ojo de buey poniéndole la piel de gallina. Se tapó con la sabana y el movimiento despertó a Hércules por un instante, que medio en sueños la acogió entre sus brazos apretándola contra su cuerpo y trasmitiéndole su calor. Se volvió a dormir hasta que unos suaves golpes sonaron en su puerta y la voz de la capitana se filtró preguntándole si se encontraba bien.

Arabela se despertó y poniéndose una bata de seda se acercó a la puerta y abrió. La capitana entró en la estancia flanqueada por dos fornidos marineros que portaban sendos bicheros. Bela intentó disuadirlos pero los hombres entraron en la habitación dispuestos a reducir a Hércules.

—Tranquila, Hansen y Jensen se ocuparan de él.  —dijo la capitana Goldman—¿Te ha hecho daño ese animal? Le voy a hacer pagar caro...

—No hay ningún problema, Mary y será mejor que retires a tus chicos.  —le interrumpió Arabela.

Antes de que pudiese terminar la frase se oyeron dos golpes no muy fuertes y en pocos segundos salió Hércules totalmente desnudo y agarrando a cada uno de los marineros por un brazo que llevaba retorcido a sus espaldas.

—A sus órdenes capitana, —dijo Hércules dando un empujón a aquellos dos inútiles de forma que cayesen de bruces a los pies de las dos mujeres.

La capitana observó con asco el cuerpo desnudo y la sonrisa despectiva de aquel estúpido muchacho y no pudo evitarlo:

—No sé qué te crees, gilipollas, pero has infringido las leyes del mar. Has agredido al capitán de un barco, la máxima autoridad en esta lata de sardinas mientras nos encontremos en aguas internacionales. Una orden mía y estarías colgando del mástil.

—¿Y quién iba a colgarme? ¿Serías tú? ¿O serían estos dos inútiles? —replicó Hércules dando una ligera patada al costado a Jensen o de Hansen.

—¡Basta! ¡Los dos! —les interrumpió Bela— Nadie va  a hacer nada. Yo soy la que paga los sueldos de todo el mundo así que vamos a volver todos a nuestras respectivas tareas y vamos a olvidar todo lo que ha pasado aquí. ¿Entendido?

—Pero... —intentó protestar débilmente la capitana.

—¿Entendido? La misión de este barco es lo primero y no quiero absurdas rencillas entre los componentes de la expedición. Si alguien tiene algún problema podemos atracar en el puerto más cercano y podrá abandonar el barco. Yo me encargaré de conseguirle un sustituto.

Las duras palabras de Arabela acabaron con la resistencia de la capitana que se tragó su orgullo y se retiró consciente de que si renunciaba a su trabajo perdería un sustancioso sueldo.

El resto del día transcurrió sin incidentes. Hércules empezó a desempeñar sus tareas que básicamente eran ser el chico para todo. Gracias a sus conocimientos prácticos y su fuerza, tanto podía arreglar el brazo robótico de un minisubmarino, como llevar un montón de cajas de provisiones de la bodega a la cocina. El incidente de la noche anterior había sido la comidilla de la tripulación. La capitana con sus ademanes secos y sus maneras autoritarias no caía muy bien a nadie, así que se encerró en el puente de mando y dejó de tener contacto con nadie que no fuese miembro de la tripulación.

Arabela apenas vio a Hércules en todo el día, pero por lo que le decían los miembros de la expedición, había sido un excelente fichaje. Era simpático y un manitas y las mujeres, ante el fastidio de Arabela, no paraban de opinar sobre sus bíceps, sobre su sonrisa o sobre lo que escondía bajo sus bermudas.

Para la hora de la cena ya se había ganado a todo el equipo y todos reían escuchando sus anécdotas y las bromas pesadas que intercambiaba con sus compañeros del equipo de rugby.

La velada terminó rozando la medianoche. Todos los componentes de la expedición se fueron retirando uno a uno hasta que solo quedaron ellos dos. Arabela se levantó charlando con el doctor Kovacs  unos instantes antes de terminar y separarse para dirigirse a sus respectivos camarotes.

Al girarse vio que Hércules la seguía sin disimulo. Irritada, aceleró el paso e intentó cerrar la puerta en sus narices, pero él fue demasiado rápido impidiendo que se cerrase del todo. De un empujón abrió la puerta haciéndola retroceder y cogiéndola de un brazo la empujó contra la puerta, cerrándola con el empujón.

Hércules la observó durante un momento y acarició su cabello rojo durante un instante antes de besarla. Sus labios se fundieron y las lenguas de ambos se tantearon con suavidad saboreándose el uno al otro mientras las manos de Hércules se deslizaban por su cara hasta rodear su cuello. En ese momento  apretó su cuello cortando su respiración.

—Nunca vuelvas a intentar cerrarme la puerta. —dijo él apretando un poco más— ¿Me has entendido?

Gruesos lagrimones corrían por las mejillas de la mujer haciendo que se corriese el rímel en gruesos churretones por su cara. Arabela sentía como el oxígeno se iba agotando, pero hipnotizada por aquella profunda mirada no hizo ningún gesto de rebeldía. Estaba dispuesta a morir si era lo que Hércules deseaba y se lo demostró quedándose quieta, esperando pacientemente a que su amante decidiera sobre su vida. Finalmente, él aflojó un poco la presa, permitiendole coger una bocanada de aire antes de volver a recibir sus besos.

Hércules la avasallaba con su fuerza y su lujuria desarmándola con caricias y besos, pero sin dejarla en ningún momento tomar la iniciativa. Jamás se había sentido tan excitada e indefensa a la vez. Las manos del joven sacándole la ropa a tirones la devolvieron a la realidad.

Apenas tuvo tiempo de sorprenderse y Hércules ya estaba sobre ella manoseando su cuerpo, besando, chupando y mordiendo hasta dejar su pálida piel llena de marcas y chupetones.

Con una ligera presión la obligó a arrodillarse y le puso la polla en sus manos. Bela la acarició obediente, sintiendo como crecía y se endurecía con sus caricias. Agarró el miembro palpitante con más fuerza y empezó a masturbarle.

Las manos de Bela eran cálidas y suaves y sus gestos experimentados. En cuestión de segundos estaba totalmente excitado. La mujer levantó la vista un instante e interrumpió los movimientos de sus manos para besar suavemente su glande. Hércules sintió un escalofrío recorriendo su columna. Cogiendo su melena en llamas,  le introdujo el miembro poco a poco en la boca, disfrutando del calor y la humedad de su boca. Con un último empujón se la alojó en el fondo de su garganta.

Arabela contuvo una arcada. Su boca se llenó de saliva y se vio obligada a retirarse para poder respirar. Hércules la dejó coger un par de bocanadas y volvió a penetrar su boca esta vez con más suavidad, moviendo ligeramente las caderas y dejando que ella fuese la que decidiese hasta dónde quería que llegase su glande. Arabela a su vez chupaba con fuerza y acompañaba con su lengua cada retirada de la polla del joven.

Estaba tan excitada que apenas puso oposición cuando la levantó y la maniato con las manos por delante. Antes de que se diese cuenta estaba con los brazos colgando de una viga del techo del camarote, de forma que solo tocaba el suelo si se ponía de puntillas.

Hércules se paró y observó el cuerpo de la mujer. Los músculos de sus muslos y sus pantorrillas estaban contraídos por el esfuerzo de mantener el contacto con el suelo.  Dio una vuelta en torno a ella y acarició su espalda antes de acercarse y taparle los ojos con un pañuelo oscuro.

Arabela no veía nada y apenas podía moverse. Podía olerle y oírle dando vueltas a su alrededor como una pantera hambrienta. Se sintió como una presa, como un sacrificó para aplacar la ira de un Dios. Un roce en su cadera bastó para sobresaltarla y hacer que toda su piel se pusiese de gallina. Levantó una pierna para descansar un poco y ese fue el momento que eligió el para cogerla pasando sus brazos por debajo de sus muslos y penetrarla.

La mujer suspiró excitada y dejó aliviada que Hércules cargara con su peso. Aquel joven la levantaba como una pluma y unas veces la penetraba con suavidad y otras la dejaba caer con todas sus fuerzas  ayudándose de la gravedad. La polla de Hércules se abría paso en su interior provocándole un intenso placer y se imaginaba su sonrisa burlona cada vez que ella gemía sorprendida.

Hércules apartó sus brazos para poder acariciar su cuerpo. Arabela perdió el pie un instante y las ligaduras mordieron sus muñecas haciéndole soltar un grito, pero reaccionó rápido y rodeó las caderas de Hércules con sus piernas mientras este se comía literalmente su cuello y sus labios.

Durante unos instantes siguió besando y estrujando su cuerpo y ella no podía hacer otra cosa que abrazar su cuerpo con sus piernas y frotar su sexo anhelante contra su polla.

Con un empujón volvió a dejarla sola en la oscuridad y el silencio. La gruesa moqueta ahogaba todo los sonidos. Le pareció oír algo a su izquierda y se volvió. Una ligera caricia y nada más. Levantó la pierna e intentó barrer el espacio circundante pero no encontró nada. Cuando volvió a apoyar los dos pies en el suelo un par de dolorosos cachetes en el culo hicieron que pegase un alarido. Notó el intenso escozor y la sensación de ardor. Debería estar dolorida y aterrada pero en realidad se sentía aun más excitada.

Se puso de puntillas y retrasó su culo. Las ligaduras volvían a apretar sus muñecas, pero le daba igual.  Solo deseaba una cosa, deseaba tenerle dentro de ella. Hércules se tomó su tiempo, pero finalmente la penetró. Las manos de Hércules eran dos serpientes que rodeaban su cuerpo y atacaban sus lugares más sensibles con  rapidez y habilidad, produciendo instantáneos relámpagos de placer que intensificaban la gratificante sensación de tener la polla del joven moviéndose dentro de su coño.

Sin dejar de gemir y jadear, Arabela le pedía con insistencia que siguiese y le diese cada vez más fuerte. Cuando esto no fue suficiente comenzó a dar pequeños saltos para intensificar su placer, en ese momento Hércules volvió a agarrarla del cuello y lo apretó con fuerza pero ella ya no podía parar, todo le daba igual, solo importaba el placer que aquel miembro le estaba dando.

El orgasmo le llegó intenso y profundo. Todo su cuerpo se agitó incontenible recorrido por un placer que la arrasaba y se negaba a abandonarla. Hércules se apartó dejándola al fin respirar. Sin ocultar sus movimientos se puso frente a ella y la besó mientras se masturbaba. Le suplicó que la dejase hacérselo ella, pero por toda respuesta solo escuchó un sordo gemido antes de que él eyaculase derramándose sobre su vientre y sus muslos.

Con un último beso el joven la desató y dejó que se quitase la venda de los ojos. Hércules sonreía satisfecho, tal como se lo había imaginado. Arabela se quedó allí, dejando que la observase mientras hacía dibujos con la leche que cubría su vientre.

El resto de la travesía la paso en una nube. Durante el día Hércules la trataba con respeto y deferencia. A medida que el sol avanzaba en su recorrido hacia el ocaso Arabela se sentía más y más excitada hasta el punto de que cuando llegaba la cena solo pensaba en arrastrar al joven a su camarote, pero Hércules alargaba la sobremesa y la torturaba con una sonrisa mientras jugaba a las cartas o contaba chistes a los compañeros de expedición.

Cuando finalmente la llevaba al camarote, totalmente mojada y rendida dejaba que Hércules la follara a su antojo y ella disfrutaba cumpliendo todos su deseos sabiendo que cuando lo hacía siempre era recompensada.

Cinco días después estaban  a la vista del desértico islote. Apoyados en la baranda, a apenas cinco millas de la costa, observaron la nubes que se arremolinaban en el horizonte, perfilando la isla. Hércules aspiró profundamente, podía oler la tormenta que se preparaba.

SEXTA PARTE: LAS CÍCLADAS.

Capítulo 28. Una clase de historia.

Atracaron en una pequeña bahía que les protegía  del fuerte viento de levante que se estaba levantando. El islote en sí no era ninguna belleza. Era un peñasco de unos dos kilómetros de largo por uno y medio de ancho. Sobre el terreno, pedregoso y árido, apenas crecían unos pocos matojos que a duras penas sobrevivían al sol inclemente, los vientos y la escasez de lluvias. Los únicos habitantes visibles eran unas pocas especies de aves marinas que anidaban en la isla para evitar a los depredadores.

Las nubes se arremolinaban en el este. Según los informes meteorológicos las tormentas se sucederían durante las siguientes veinticuatro horas así que todo el equipo permaneció expectante y sin tener que hacer, con todo el equipo preparado.

La tarde se pasó en medio de la tensión y los trabajos rutinarios, así que cuando llegó la cena se apresuraron a dirigirse al comedor. Ahora Arabela ya no intentaba disimular su relación y procuraba estar al lado de Hércules que la trataba con delicadeza, pero haciéndole ver en todo momento que era él el que mandaba. Durante la cena, el resto de la tripulación les  dejó solos para darles un poco de intimidad, pero el Doctor Kovacs, un arqueólogo excepcional, pero sumamente despistado, llegó tarde y plantó su bandeja frente a la pareja.

—Buenas noches, queridos amigos. Por decir algo, porque no me gustaría estar en alta mar cuando estalle esa tormenta. —dijo el hombre haciendo crujir sus nudillos antes de comenzar a devorar su cena.

—Tranquilo Doctor, según los pronósticos no durará mucho y antes de que nos demos cuenta estaremos en la isla. —respondió Arabela con una sonrisa.

El Doctor Kovacs era un anciano de rostro enjuto y grandes bolsas bajo unos ojos pequeños de un color gris acero que lo miraban todo con curiosidad. Además de ser un gran científico, era uno de los mejores profesores de historia y uno de los más salidos, siempre buscando faldas de alumnas que subir.  Hércules aprovechó para hacerle una serie de preguntas. Su intención era llevarle hacia su terreno para intentar disuadirles de que excavaran en busca de la caja, pero pronto se dio cuenta de que tenían pruebas suficientes para no dudar del éxito de la expedición. Aun así Hércules se sintió fascinado por el minucioso trabajo y siguió preguntando.

— Lo que no entiendo es cómo a partir de un cuento de viejas podéis extraer información suficiente  para  saber que la Caja de Pandora es un objeto real y no una fantasía.

El profesor se limpió con una servilleta y lanzando a Arabela una mirada de lujuria inició una clase magistral:

—Lo mejor será ponerte un ejemplo. Como seguramente estás más familiarizado con la biblia que con los mitos helenos, usaremos mejor la primera. —comenzó el doctor tras un leve carraspeo— La historia de Jonás y la ballena nos valdrá. Supongo que la conoces.

—Si claro, a grandes rasgos. —dijo Hércules sin ocultar su interés.

—Está bien. Sabes la historia oficial, pero claro, esa historia pasó de boca en boca durante siglos antes de ser escrita por lo que probablemente no ocurrió tal como lo dicen las sagradas escrituras. No me cuesta mucho imaginar cómo podría haber pasado realmente. Quizás el gran Jonás era un judío esmirriado que a sus veintipico vivía aun en casa de su madre viuda. Una de esas madres hiperprotectoras que tendían a pensar que su hijo es el hombre más listo y atractivo de Judea y  que por supuesto ninguna jovencita de los alrededores le merece. Ante su madre se mostraba como un chico formal y encantador pero la realidad era más bien otra...

Al escuchar hablar al profesor, los presentes, tras un día tedioso, acercaron sus sillas sedientos de una buena historia para acabar aquel día.

... En realidad, cuando su hijo Jonás iba supuestamente de peregrinación a Jerusalén, tomaba un pequeño desvió y se paraba un par de jornadas en Nueva Sodoma (por si no lo recuerdan, Dios se cargó la antigua) para correrse una buena juerga. Ya sabéis, alcohol, juego y un par de putas si quedaba algo de dinero. — continuó el anciano— El caso es que en esta ocasión la suerte le sonríe y gana casi un talento de plata a los dados. El primer instinto es llevárselo a su madre para que lo esconda junto a los ahorros de la familia o para comprar unas cuantas cabras más que añadir al rebaño que ya tienen, pero al salir a la calle, con la plata ardiéndole en la mano y ver la fachada del prostíbulo más lujoso de toda Sodoma, no se puede contener. Sin pensárselo dos veces entra dispuesto a quemar toda aquella pasta a base de polvos.

Respira hondo y atraviesa la puerta. Una mujer gorda toda enjoyada y pintarrajeada como una puerta le recibe obsequiosamente al ver la abultada bolsa que porta el recién llegado. Tras servirle una copa del mejor vino de Tarsis le lleva  a una amplia estancia donde descansan las mujeres mientras esperan a sus clientes. Hay mujeres de todos los tipos y razas del mundo conocido, celtas, sirias, indias iberas... La madame le dice que con todo aquel dinero puede llevarse las que quiera, pero Jonás solo se fija en una. Nínive es una mujer de tez oscura como el carbón. Es alta y esbelta como un junco. Al ver que ha llamado su atención la mujer se incorpora del lecho donde yace y se acerca a él, exhibiéndose totalmente desnuda salvo por un collar y un cinturón, ambos compuestos con una mezcla de cuentas de hueso y azabache. Tiene los pechos grandes y redondos con unos pezones gordos y más negros aun que su piel, si eso es posible. Sus facciones son finas y agradables, tiene los ojos grande, los labios gruesos e invitadores y la nariz pequeña y ancha que le da un aire de niña traviesa, haciéndola irresistible a los ojos de Jonás.

Nínive acaricia a Jonás con una mano suave y le sonríe mostrando una dentadura blanca y regular. El afortunado judío no puede evitar la sensación de vértigo cuando un intenso olor a sándalo penetra en sus fosas nasales. La madame sonríe avariciosa y le comenta que la joven es la puta más cara del burdel, pero Jonás ya no oye nada y se limita a depositar  la bolsa en las manos de la madame y a llevarse a Nínive a una de las habitaciones ordenando a la mujer que solo les moleste para llevarles comida y bebida.

Una vez a solas,  Jonás no  puede contenerse más y la obliga a quedarse quieta, desnuda frente a él. Observa con atención su piel brillante y perfumada por delicados afeites y acaricia su melena dividida en una miríada de pequeñas trenzas adornadas con cuentas similares a las que cuelgan de su cuello y cintura.

Su mano se desliza por la cara de la joven que sonríe al sentir el contacto y comienza a desvestirle hasta dejarle totalmente desnudo. La prostituta no puede evitar una risita al ver el miembro circuncidado de Jonás que sonríe un poco incómodo.

Al ver la reacción del joven, Nínive se agacha, lo coge entre sus manos con delicadeza y besa su glande con suavidad. Su polla se pone dura como una piedra inmediatamente, reaccionando tras una larga temporada de sequía.

La prostituta la agarra con sus manos y se la mete en su boca sonriente. La sensación de los labios y la lengua de la joven acariciando su polla es maravillosa, pero es más de lo que Jonás puede soportar y se corre casi inmediatamente en su boca. La puta se traga toda su semilla sin protestar y continua chupándole la polla para mantener su erección.

Jonás suspira roncamente y acaricia las trenzas de Nínive hasta que, totalmente recuperado del orgasmo la ayuda a levantarse y la tumba sobre un lujoso lecho. Tumbándose a su lado admira el bello cuerpo, recorre con sus manos su cuello y sus pechos, acaricia sus pezones y entierra sus dedos entre los labios de su sexo arrancándole el primer gemido de placer.

Animado por la respuesta de la mujer, comienza a masturbarla mientras recorre todo su cuerpo con sus labios saboreando los aceites que cubren su piel y dejando que sus aromas invadan sus sentidos.

Con un movimiento lánguido, Nínive se da la vuelta mostrando al pequeño judío un culo redondo y fibroso como el de una gacela, que Jonás no puede evitar morder y azotar con suavidad. Nínive gime y jadea con cada golpe, tensa sus piernas y agita su culo haciéndolo irresistible.

Jonás se acerca por detrás  tras poner a la puta a cuatro patas. Nínive sonríe y cogiendo la polla de Jonás la dirige al pequeño agujero que da acceso a su ano. La joven prostituta sabe lo que debe hacer. Si tiene a aquel estúpido judío el suficiente tiempo embobado, ganara una buena cantidad de dinero y para ello está dispuesta a hacer cualquier cosa.

Aunque este circuncidada la polla del hombre es bastante grande y su intromisión le produce un doloroso calambre. Su esfínter se contrae repetidamente intentando expulsar aquel objeto duro y caliente y ella no puede evitar soltar un ahogado grito de dolor.

El culo de la puta es deliciosamente estrecho y Jonás no puede evitar hincarle la polla hasta el fondo. La mujer se queda quieta, rígida y con su mano le hace un gesto para que pare un instante. Jonás hace caso y se queda quieto mientras ella respira superficialmente hasta que el dolor se suaviza. Nínive comienza a moverse ligeramente y Jonás suelta un sonoro gemido de placer antes de comenzar a moverse.

Poco a poco va aumentando el ritmo y la profundidad de sus empeñones. La joven mete una de sus manos entre sus piernas y se masturba dando evidentes muestras de placer. Jonás se agarra a sus caderas y la folla con todas sus fuerzas mientras observa el cuerpo de ébano ponerse brillante de sudor.

Nínive se da la vuelta y le da un empujón. Jonás cae hacia atrás sobre el lecho. Se yergue inmediatamente intentando asir la bella gacela, pero esta se escurre y apartándose le pide que se siente en el borde de la cama.

Jonás obedece y ella le da la espalda sentándose sobre su regazo y clavándose de nuevo la polla en lo más profundo de su ojete con un sensual suspiro.

La puta comienza a moverse empalándose con fuerza una y otra vez mientras Jonás la rodea con sus brazos acariciando su clítoris, sobando su cuerpo y retorciendo  y pellizcando sus pezones con fuerza. Los gemidos se convierten en desaforados gritos de placer cuando la mujer se ve asaltada por un monumental orgasmo. Jonás se levanta con la polla aun alojada en su culo, la empuja contra la pared de la estancia y la sodomiza salvajemente mientras le muerde el hombro hasta que no aguanta más y derrama en su interior incontables chorros de semen cálido y denso como la lava del Etna.

Cuando finalmente se retira, la mujer se gira y le besa por primera vez. Su boca sabe a semen y a uvas. Nínive le arrastra hasta la cama y recorre el cuerpo del hombre con sus uñas. lo lame da arriba a abajo y le mira con sus ojos grandes y oscuros. En ellos Jonás puede ver un deseo insaciable...

Las horas y los días se mezclan y difuminan en los brazos de esa belleza  de ébano. Follan como leones y solo paran para comer, beber y descansar cuando Jonás está totalmente agotado.

Finalmente el dinero se acaba y Jonás se despide de la puta con un beso y la promesa de que volverá. Cuando sale del prostíbulo, apestando a sexo, la luz le deslumbra desconcertándole. Por un momento no sabe dónde se encuentra ni en qué día esta. Tras unos segundos se ubica y preguntándole a un transeúnte averigua que ha pasado nueve días, incluido el Sabbat follando como un animal con una prostituta gentil.

Recuerda el tiempo pasado con satisfacción hasta que con un escalofrío se da cuenta de que hace  días que debería estar en casa. Mientras inicia el camino de vuelta a casa se pregunta qué excusa se va a inventar esta vez.

Al principio no se preocupa demasiado, pero a medida que se va  acercando ve que se ha quedado sin historias y no sabe que decir. El pánico se va apoderando de él poco a poco hasta que ya no puede retrasarlo más y entra en casa.

—¡Jonás! —le recibe su madre con acento cantarín— ¿Dónde has estado mi amor?

—Verás, madre. Me ha pasado algo increíble. —respondió Jonás con su cerebro funcionando a toda velocidad.

—Cuéntame...

—Estaba camino de Jerusalén cuando Jehová se me apareció...

—¡Lo sabía! ¡Sabía que mi hijo era especial, que era un elegido del señor! ¡Alabado sea Jehová! —exclama su madre.

—El caso es que me pidió que fuese a esa ciudad de pecado, a... ¡Nínive! —dijo él con una súbita inspiración— Sí Nínive. Nuestro señor quería que denunciase su impudicia y su corrupción y anunciase a su gente que Jehová la destruiría si no se reformaba... Pero fui débil madre. Lo reconozco, huí a Jope y me embarque en el primer barco pesquero que encontré rumbo a... Tarsis dice recordando el dulce vino.

—¡Oh! ¡Pobre hijito mío! —dijo su madre anchándose una mano a la boca.

—Creí que estaba a salvo en el barco, pero Jehová envió una formidable tempestad. El pesquero se zarandeaba a punto de zozobrar. Los tripulantes, aterrados, aligeraron la nave y rezaron a sus dioses para aplacar la tempestad. Al ver que nada funcionaba me suplicaron que yo rezase a mi Dios, entonces reconocí lo que había pasado y me tiré al agua para evitar que muriesen inocentes por mi culpa. —continua Jonás envalentonado.

—¡Oh que valiente es mi niño! ¿Pero cómo te salvaste?

—Eso fue lo más extraordinario. Cuando ya creí que me ahogaba sin remedio Dios me envió un gran pez que me tragó entero, evitando que muriera ahogado y tras tres días que dediqué a rezar y dar gracias a Jehová, me vomitó en tierra sano y salvo...

—¡Ah! Ahora entiendo lo del olor a pescado hijo mío, por un momento creí que habías estado refocilándote con alguna mujer de mala vida.

—Madre, —replica él ofendido—¿Cómo puedes pensar eso de mí? En cuanto llegué a la costa vine directamente aquí.

—Estupendo, porque hay mucho que hacer antes de ponernos en camino.

—Pero madre —dijo dándose inmediatamente cuenta de su error— yo no...

—Deja de remolonear, el camino a Nínive es largo. Cuando le diga a tu tía Ruth que mi niño es un profeta se va a morir de envidia. Ella que siempre ha dicho que eras un jeta sin oficio ni beneficio.

—Como os podéis imaginar, el chico atrapado en su red de mentiras, no tuvo más remedio que ir a Nínive a pregonar el fin de la ciudad. Los habitantes se rieron de él mientras el perseveraba durante años sin éxito hasta que la muerte de su madre, que nunca dejó de creer en él, le permitió volver a casa.

Tras un instante de silencio la sala prorrumpió en una salva de aplausos. Hércules riendo manifestó haber entendido la lección y le dijo que era una lástima que ninguno de sus profesores hubiesen sido la mitad de entretenidos que él.

Riendo y comentando la divertida historia que se había inventado el doctor Kovacs sobre la marcha, se retiraron a su habitaciones esperando que el tiempo les permitiera al día siguiente que ellos también hiciesen historia.

Capítulo 29. Amor griego.

La tempestad se hizo eterna, pero finalmente terminó y el barco pudo abandonar al mediodía el refugio de la ensenada para dirigirse a la costa este del islote. Tardaron menos de veinte minutos. Todos estaban ansiosos y expectantes. Todos podían sentir lo cerca que estaban de su objetivo y no podían contener su nerviosismo. El yate ancló a unos cien metros de la costa y bajaron un par de Zodiacs. En la primera iba Arabela, Hércules y los doctores Prados y Kovacs y en la otra iba un equipo de apoyo con trajes de buceo por si fuese necesario sumergirse.

El tubo de lava estaba oculto tras un pequeño laberinto de escollos que lo ocultaba de miradas curiosas. Era de unas dimensiones discretas y estaba inundado en sus tres cuartas partes de forma que apenas un metro de la boca sobresalía del nivel del agua de la marea baja. Conscientes de que tenían poco tiempo hasta que el canal se inundara de nuevo, se  internaron en el tubo. Hércules tuvo que agacharse para no tocar con el duro basalto que forraba el pasadizo. Las dos lanchas avanzaban lentamente con los focos iluminando hacia adelante, previniendo la aparición de obstáculos.

—Justo como decía Crotón en su poema. —dijo Bela al acabarse el tubo de lava y penetrar en una espaciosa caverna.

La cueva era de enormes dimensiones Tenía unos veinte metros de alto y un diámetro de al menos cien. La luz penetraba en diversas grietas que se podían ver en el techo. Hércules no tenía ni puñetera idea de cómo se podía haber formado aquella cámara en una isla volcánica. No era un especialista en la materia, pero dudaba que  ningún geólogo en todo el mundo tuviese alguna teoría que pudiese explicar la formación de  aquel majestuoso lugar.

Las lanchas atracaron en el único lugar que no estaba inundado y Arabela fue la primera en poner el pie en el suelo pedregoso.  Observó con aire emocionado la inmensa laguna de agua salada que dominaba la casi total extensión de la cueva. Solo el lugar donde estaban, una faja de terreno desigual de cincuenta metros de largo por menos de veinte de ancho emergía de las quietas aguas. Se acercó a la pared de la cueva y acarició el duro basalto casi con sensualidad preguntándole dónde escondía su secreto.

Sin pararse más tiempo prepararon los trajes de buceo mientras Hércules observaba el muro de basalto con atención. En sus cincuenta metros de longitud era casi perfectamente liso salvo una pequeña ranura de un par de centímetros que había en el extremo oeste. Iba a observarla con detenimiento cuando Arabela le llamó para que se pusiese el equipo y se sumergiese con ella.

El agua era de un tono verdoso y era sorprendentemente cálida. Debía haber manantiales termales en el fondo. La profundidad era de apenas unos quince metros y el fondo estaba formado por enormes bloques de basalto cubiertos por una fina capa de limo y detritus. Bancos de pequeños pececillos evolucionaban a su alrededor y se acercaban a los haces de las linternas, provocando extraños reflejos  con sus vivos colores. Hércules se acercó a Arabela y rozó su pierna con uno de sus dedos. La mujer se estremeció, pero por señas le dijo que se dejase de tonterías y siguiese explorando el lugar.

Tras poco más de dos horas el nivel de oxígeno estaba bajando y se vieron obligados a volver a la orilla. Otra pareja les sustituyó internándose en las verdosas aguas.

Hércules se sentó en la orilla dando la espalda a la ranura. Estaba seguro de que aquella rendija era la clave para descubrir la caja, pero no estaba seguro de querer decírselo a Arabela. Estaba en un dilema; dejar que Arabela la descubriese o dejar que buscase inútilmente y arriesgarse a que cualquier imbécil la descubriese por casualidad.

Durante media hora estuvo debatiéndose, pero al final llegó a la conclusión de que su misión era recuperar la caja de Pandora no impedir que Arabela la encontrara. Sabía perfectamente que ninguna de aquellas personas podía impedir que se apoderase de la caja por las buenas o por las malas.

Se levantó del suelo dejando a Arabela haciendo ejercicios respiratorios, preparándose para las siguiente inmersión y fingió observar atentamente la pared aunque sabía perfectamente a dónde se dirigía.

—¡Eh! Mirad esto. —exclamó  Hércules acercándose a la ranura.

En un instante todos se habían olvidado de los buceadores y estaban observando la estrecha ranura en la lisa pared de basalto.

—Una caverna con una laguna... ¿Dónde he leído algo parecido? —se preguntó el Doctor Kovacs con sorna.

En ese momento a todos les vino a la mente la imagen de Caronte atravesando con su barca las almas perdidas en la laguna Estigia.

—¡Una moneda! —gritó Arabela llevada por el entusiasmo— La moneda que permitía a las almas llegar a los dominios de Hades. ¡Es como la maquina dispensadora de Herón en el templo de Zeus!

Alguien le dejó una moneda de un euro a Arabela que respiró hondo y la dejó caer en la ranura. Escucharon con expectación el ruido que producían una serie de mecanismos moviendose  durante unos segundos, aunque al final se oyó un golpe sordo y a continuación no paso nada.

—¿Qué demonios? —exclamó Bela contrariada.

—Quizás sea la moneda equivocada. —se aventuró a decir Hércules.

—Cojonudo. —dijo el Doctor Kovacs— ¿Alguien tiene un óbolo a mano?

Tímidamente, entre el contrariado grupo, Pili una de las becarias encargadas del equipo de submarinismo, se adelantó mostrando un llavero.

Todos se quedaron un instante petrificados mirando la antigua moneda colgando de una fina cadenilla de plata.

—La compre hace años en un viaje de Erasmus. —dijo la jovencita alargamdo a Hércules el llavero.

Hércules  lo cogió con delicadeza y golpeándolo con un cuchillo, cortó la endeble cadenilla. Le dio los restos del llavero a Pili y la moneda a Arabela. El óbolo desapareció en la ranura y esta vez los golpes terminaron en el inconfundible ruido de una cadena y del agua corriendo en una especie de torrente.

Inmediatamente el nivel de la laguna empezó a bajar,  a la vez que subía un muro de piedra que contenía el agua procedente del tubo de lava y emergía un estrecho pasadizo que llevaba a un promontorio de la pared opuesta. Arabela se internó en el pasadizo seguida por Hércules mientras los buzos se quitaban las máscaras y se dirigían a la orilla con el agua por las rodillas.

Cuando llegaron al promontorio no se entretuvieron mucho. Arabela parecía saber lo que tenía que hacer y no se demoró mucho. En pocos segundos había abierto una estrecha puerta que daba una pequeña cámara apenas iluminada por los débiles haces de las linternas.

En una peana había una pequeña caja de terracota finamente decorada con motivos florales. En medio de los flashes del Doctor Kovacs que no paraba de hacer fotografías de la cámara y la caja, Arabela se acercó y la cogió entre sus manos, con Hércules a su lado preparado para arrebatársela si amenazaba con abrirla. No ocurrió así. La mujer la metió en un contenedor especialmente diseñado antes de volver a salir por el estrecho pasadizo.

Al cerrarse la puerta de la pequeña cámara, el muro que contenía el mar fue bajando de nuevo dejando que el nivel de la laguna volviese a aumentar poco a poco, permitiendo al trió llegar a la orilla justo antes de que el pasadizo quedase bajo el nivel de las aguas.

Arabela puso la caja sobre la mesita de su camarote y los dos la observaron. Era pequeña y aparentemente no tenía ningún cierre. Los relieves era pequeños y coloridos, de una delicada factura. Arabela acarició la tapa con suavidad.

—No puedo esperar para abrirla. Debería hacerlo ahora mismo.

—No. —replicó Hércules posando una mano sobre la de la mujer—  Es tu momento de triunfo. Todo el mundo debe ser testigo.

Arabela apartó su mirada de la caja y sus ojos verdes se fijaron en Hércules. El calor y la suavidad de sus manos se expandieron por su cuerpo provocando una placentera sensación. Hércules notó la excitación de la mujer y lo aprovechó para desviar su atención de la caja.

La besó y cogiéndola en brazos se la llevó a la habitación. Arabela se dejó llevar y apoyó su cabeza en el pecho del hombre, escuchando su corazón latir fuerte y apresurado por la pasión.

La depositó sobre la cama y se tumbó sobre ella. La mujer soltó un corto suspiro. Le encantaba estar bajo él, dejarse dominar por su envergadura y sentir el peso de su cuerpo. Hércules volvió a besarla. Sus lenguas se entrelazaron y lucharon, intercambiaron saliva y se separaron para coger aire y volver al ataque una y otra vez. Tras lo que le pareció una eternidad sus labios se separaron y él tiró de su camisón hacia abajo mientras besaba su cuello y sus hombros.

Apartando su cabello enterró la cara entre sus pechos y los lamió y los besó con avaricia. Los pezones de Arabela se hincharon y él los envolvió con su boca chupándolos con fuerza, haciendo que se retorciera de placer.

Bela gimió al sentir la lengua de su joven amante recorrer sus costillas y su vientre, juguetear con los pelos que cubrían su pubis y acabar acariciando los labios de su vulva.

Los labios se hincharon y se abrieron ante sus ojos, la pálida piel de la zona se puso rosada haciendo que su sexo semejase aun más a una delicada flor. Acercó de nuevo sus labios y rozó su clítoris con la delicadeza con la que una abeja libaría el néctar de una flor.

Arabela soltó un gemido y todo su cuerpo se crispó. Estaba tan excitada que cualquier roce era una deliciosa tortura. Abrió las piernas e intentó apretar a Hércules contra ella, pero él no la dejó y siguió torturándola. Recorriendo su sexo de arriba abajo mordisqueando el interior de sus muslos y obligándola a suplicar.

Finalmente cuando ella creyó que iba a reventar de deseo se lanzó sobre ella chupando y lamiendo con intensidad, golpeando su clítoris con violencia y penetrando apresuradamente en su encharcado sexo con sus dedos. Cuando notó que estaba a punto de correrse retiró los dedos y dando la vuelta a Arabela y poniéndole el culo en pompa, comenzó a tocar suavemente la abertura de su ano con la punta de la lengua. La millonaria jamás había dejado que nadie hurgara en su puerta trasera, pero la excitación y la confianza que tenía en su joven amante hicieron que se dejase someter si una protesta.

Hércules empapó dos de sus dedos en los abundantes flujos de la mujer para luego introducirlos en su ano.

—No seas brusco por favor nunca...

—Así que eres virgen. —le interrumpió Hércules penetrando más profundamente con sus dedos y abriéndolos para ensanchar un poco más la abertura.

Arabela soltó un quedo quejido, pero le dejó hacer a Hércules que siguió moviendo con suavidad sus dedos a la vez que con la mano libre la masturbaba. El esfínter se fue relajando poco a poco hasta que creyó que ya era suficiente. Retirando los dedos se escupió la polla y apretando con suavidad se la fue introduciendo  poco a poco hasta tenerla totalmente enterrada en su culo.

Arabela soltó un prolongado quejido al notar como la polla  penetraba arrasadora en sus entrañas. Mordió las sábanas para ahogar un nuevo grito de dolor y respiró superficialmente varias veces hasta que las caricias de Hércules suavizaron el escozor.

No sabía muy bien cómo, pero aquel joven adivinó cuando el dolor se había convertido en una leve incomodidad y comenzó a moverse con suavidad, sin apresurarse, dejando que fuese ella la que se acariciase el sexo con sus manos temblorosas.

Hércules se inclinó y le besó y le lamió la espalda antes de agarrarla por las caderas y aumentar el ritmo de sus empujones. Él gemía roncamente mientras ella soltaba cortos quejidos que trataba de ahogar para no atraer al resto de la tripulación a su camarote.

Tras un par de minutos la mujer comenzó a sentir como el placer se iba imponiendo poco a poco y los quejidos daban paso a gemidos de placer.

Hércules estaba disfrutando de verdad de aquel culo estrecho y cálido y empujaba con brío procurando que la mujer también disfrutase. Sus manos se desplazaron por la espalda de Arabela cubierta de sudor como el de una poderosa yegua alazana. Soltando un grito de triunfo se agarró a su melena en llamas y la penetró con todas sus fuerzas mientras ella retorcía las sabanas con sus manos y gemía ardiendo  de placer.

Arabela se  metió los dedos en el coño y se masturbó con violencia hasta que un fortísimo orgasmo la asaltó con una fuerza que paralizó hasta su respiración. Hércules siguió empujando unos segundos más antes de sacar la polla del culo de la mujer y correrse sobre su espalda. Gruesos chorros de su leche se mezclaron con su sudor cubriendo la espalda de la mujer mientras caía derrumbada gimiendo débilmente.

Con la polla aun palpitante Hércules acaricio el culo de la mujer,  irritado, pero satisfecho y se tumbó a su lado, dejando que sintiese como su polla se iba encogiendo poco a poco.

Arabela se volvió y le miró, en sus ojos verdes como esmeraldas se podía adivinar el sometimiento y la adoración.

Hércules se sintió un traidor. Podía ver cómo aquella mujer se abría por primera vez sin reservas a un hombre y ese hombre la traicionaría acabando con su confianza en el sexo masculino para siempre. Estuvo a punto de contarle la verdad y pedirle que le entregase la caja, pero se jugaba demasiado. No tenía ninguna duda acerca de la naturaleza de la caja y lo que esta podía desencadenar. No tenía elección ¿O sí?

Capítulo 30. La caja.

La travesía fue una continua fiesta. El barco navegaba por un mar en calma a medía marcha, sin apresurarse. El champán regaba la cubierta y las noches se prolongaban hasta terminar en borracheras y orgias en las que los únicos que no participaban eran Hércules y Arabela, que se habían retirado a su camarote donde follaban en la intimidad.

Arabela estaba totalmente enamorada de ese joven. Deseosa de compartir su fuerza y juventud infinitas. Jamás se había sentido tan colgada de un hombre. Deseaba estar siempre atractiva para él, se paseaba por el camarote tal y como él lo deseaba, únicamente vestida con sus conjuntos de lencería favoritos, siempre con tacones de vértigo que realzaban sus piernas y el movimiento de sus caderas.

Cuando él la tocaba, aunque fuese involuntariamente, todo su cuerpo estallaba en pequeños chispazos y hormigueos, sus pezones se erizaban y su sexo se humedecía. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de cumplir sus deseos. Hércules se mostraba atento con ella pero era él que tomaba siempre la iniciativa mientras ella esperaba expectante sus órdenes. A veces la follaba con una ternura que la hacía fundirse como la mantequilla, otras veces le arrancaba la ropa a tirones y la follaba con violencia, insaciable, durante horas, hasta dejarle todos sus orificios en carne viva... era fascinante.

La travesía terminó al fin y toda  la tripulación del barco recibió su paga, acompañada de un generoso extra por el éxito de la expedición.

En cuanto llegaron a su casa Arabela se quitó la ropa de nuevo. Con solo un sujetador, un escueto tanga y un liguero se quedó frente a Hércules esperando una palabra, un gesto, una caricia...

Hércules se desnudó frente a ella, con movimientos rápidos como si la ropa fuese un estorbo del que disfrutara desprendiéndose. La mujer observó una vez más aquel cuerpo que parecía esculpido por el mismo Miguel ángel, con los músculos perfectamente delineados y apenas un poco de pelo en el pecho.

Arabela se acercó y se arrodilló frente a aquel miembro que tanto deseaba, pero no lo tocó hasta que su amante le autorizó a hacerlo. Sus manos acariciaron el preciado objeto de deseo con suavidad y disfrutó viendo como la polla crecía y palpitaba con sus atenciones hasta que estuvo totalmente erecta.

Mientras la acariciaba sintió un hambre intensa. Quería tener aquella polla en su boca disfrutar de su calor y su sabor bronco, a macho...

Hércules se inclinó y acarició su pelo con suavidad mientras ella besaba y chupaba con delicadeza su glande. La polla palpitaba y se retorcía dentro de la boca de Arabela que se la metía  cada vez más profundamente y chupaba con fuerza. Las manos de su amante se deslizaron por su espalda liberando sus pechos de la prisión de su sostén.

Tirando de ella ligeramente para erguirla, la sentó en el borde de la cama y acarició sus pálidos y bamboleantes pechos. Los estrujó y pellizcó suavemente sus pezones hasta que estos estuvieron totalmente erizados. Arabela cerró los ojos y gimió en respuesta a las intensas sensaciones de dolor y placer que se mezclaban. A continuación sintió como su amante y dueño escupía entre sus pechos y a continuación metía su polla entre ellos.

La mujer apretó sus tetas contra aquel vástago duro y ardiente y dejó que Hércules empujase con fuerza. Abrió los ojos para ver como la punta sobresalía de entre ellos con cada empujón. Deseaba tenerla dentro, deseaba que la hiciese vibrar hasta explotar de placer. Pero aun más que todo eso deseaba complacer a su hombre.

Siempre había sido una amante egoísta. Aprovechaba su poder e influencia para controlar incluso a sus amantes sin saber lo apasionante que podía ser proporcionar placer a otra persona incluso a costa del suyo propio.

Los minutos pasaron, notaba los pechos ligeramente magullados. Se escupió entre ellos y Hércules la cogió por el pelo obligándola a besarle sin dejar de follárselos. Recorrió sus labios con la lengua y los mordisqueó antes de invadir su boca. Una oleada de excitación y deseo casi dolorosos la asaltó justo antes de que él deshiciera el beso y explotara, eyaculando e inundando sus pechos y su cuello con su esperma.

El calor de la semilla de Hércules la volvió loca sentía que se iba a explotar si no descargaba toda la tensión sexual que estaba acumulando. Con un mohín vio a Hércules sentarse en un pequeño butacón y observarla.

Arabela se tumbó de lado, de cara a él, con las piernas abiertas, intentando atraerle a su sexo hirviente. Se estrujó los pechos, húmedos y pegajosos y se pellizcó suavemente los pezones, consiguiendo un momentáneo alivio, pero el deseo volvió multiplicado. Se estiró el tanga y mostró a Hércules la mancha de humedad que lo adornaba. Se acarició el interior de los muslos, pero no llegó más allá.  Tenía prohibido masturbarse.

Desesperada se tumbó de espaldas y levantó las piernas enfundadas en las medias de fantasía. Las tensó y las cruzó apartando el tanga para que su amante pudiese ver los labios de su vulva hinchados y atrapados entre sus muslos con su excitación resbalando de su abertura.

—Dime ¿Harías cualquier cosa por mí? —preguntó él desde la oscuridad de su rincón.

—Sabes que puedes pedirme lo que quieras. —respondió ella— Lo mío es tuyo.

—¿Cualquier cosa?

—¿Qué quieres? ¿Dinero? ¿Coches? ¿Mi cuerpo? ¿Mi alma? —dijo ella— Son tuyos.

—Solo quiero una cosa.

—Vaya, eso me pone más nerviosa. —dijo ella jugueteando de nuevo con el semen que cubría sus pechos.

—Quiero la caja. —dijo él lacónicamente.

Un escalofrío atravesó a la mujer al oír la respuesta de Hércules. La caja era el objeto por el que había luchado toda su vida desde que su abuelo le contara la historia de Pandora cuando era solo una niña y ahora él se la pedía. Bueno no era una petición, era una orden.

—¿Y si me negara?

—Te mataría. A ti, a tus guardaespaldas. A toda persona que se interponga en mi camino.

—¿Tan importante es para ti? —preguntó ella acariciando la seda de sus medias con las manos temblorosas.

—Es importante para la humanidad. ¿Te has preguntado alguna vez que pasaría si estas equivocada y al abrirla no encuentras esperanza si no algo terrible?

—¿Que pretendes decir?

—Que he venido a evitar que abras esa caja porque si lo haces acabaras con la humanidad y la caja pasará a llamarse la caja de Arabela, si es que queda alguien vivo para recordarte...

—Eso es mentira, te lo estas inventando. —repuso ella desesperada.

—Siempre pensé que serían los científicos y no las guerras los que acabarían con la humanidad. Cuando realizaron la primera reacción en cadena, había gente que opinaba que la reacción no podría pararse y acabaría con la humanidad, pero aun así lo hicieron. Cuando se puso en marcha el acelerador de partículas del CERN, hubo quien dijo que los microagujeros negros que se formaban en las colisiones aumentarían sin control destruyendo el planeta entero, pero no hicieron caso. Hasta ahora hemos tenido suerte, pero ahora tú serás la que acabe la tarea.

Arabela miró a aquel hombre de hito en hito. No había ninguna señal de mentira o engaño en él. Solo había determinación por cumplir una misión. Iba a decir algo, pero Hércules se levantó y se acercó a ella. Su mirada se volvió tierna y a la vez sombría.

Se acercó y agarró a su amante por el cuello. Arabela no opuso ninguna resistencia estaba dispuesta a morir si Hércules así lo quería. Sabía que probablemente esa fuese la última vez que harían el amor y no pudo evitar que la emoción la embargara.

Se tumbó  tras ella y sin soltar su cuello comenzó a besar su rostro y mordisquear sus orejas mientras Arabela se quedaba quieta y pasiva suspirando suavemente.

—Aquella noche, en la ópera. —dijo Arabela entre suspiros— No fue una casualidad.

—No, Arabela. No fue una casualidad.

La sensación de tener el cuerpo del joven tras ella, con la polla rozando su culo y sus caderas la excitó borrando cualquier pensamiento. El futuro no existía. Solo existía el presente y solo deseaba tener a aquel hombre dentro de ella. Movió sus caderas  y se frotó contra aquella polla dura y caliente. Con un suspiro de alivio sintió como las manos de Hércules acariciaban su culo justo antes de separar sus cachetes y deslizar su miembro en el interior de su coño. Todo su cuerpo tembló al ver su deseo satisfecho. Las manos de sus joven amante recorrieron su cuerpo sin dejar de moverse en su interior acariciando sus pechos y su vientre, besándole en el cuello, haciendo que se derritiera de placer.

De un tirón la colocó encima suyo. Arabela apoyó las manos sobre el pecho de Hércules, puso las piernas a ambos lados de su cuerpo y comenzó a mover las caderas mientras gemía y jadeaba por el esfuerzo. Las manos de él se deslizaron por el su cuerpo sudoroso hasta llegar hasta su sexo, comenzando a acariciarlo. Los dedos del joven eran tan hábiles que pronto se vio saltando con todas sus fuerzas cubierta de sudor y clavándose el pene del joven sin descanso.

A punto de correrse se separó. En el fondo de su ser sabía que este sería su último polvo y quería que durase para siempre...

Intento zafarse, pero Hércules no tardó en alcanzarla. Elevándola en el aire la sentó sobre el tocador y separando sus piernas la penetró con golpes tan secos y fuertes que hacían crujir el pesado mueble renacentista. Arabela fijó la mirada en sus ojos y con la boca entreabierta le dijo que haría lo que quisiese, le suplicó que se quedase  con él  entre gritos y gemidos, rodeando posesivamente las caderas de su amante con sus piernas a la vez que se corría.

El placer era intenso, era dulce y amargo a la vez. Hércules siguió apuñalándola con saña haciéndola subir y bajar en una especie de montaña rusa  en la que las emociones y el placer se mezclaban haciéndola sudar y llorar gritar y gemir, pedir paz y pedir guerra...

Tras lo que le pareció una eternidad Hércules se corrió, una riada ardiente colmó su interior provocando un brutal orgasmo mientras sus brazos  estrechaban su cuerpo sudoroso y lo acercaban a él.

Con delicadeza la levantó en el aire y la depositó en la cama tumbándose a su lado. Se sentía tan agotada que en pocos minutos estaba totalmente dormida.

Cuando despertó se giró y solo encontró sábanas frías. Hércules y la caja habían desaparecido. Por un instante se sintió tan vacía que creyó que no sería capaz de vivir sin él. Mordió la almohada y lloró y gritó durante lo que le parecieron horas pero finalmente se sobrepuso. Tenía negocios que atender. Había estado demasiado tiempo fuera y tenía mucho trabajo pendiente.


Aquella había sido una prueba dura. No le gustaba lo que le había hecho a aquella mujer. No paraba de decirse a sí mismo que había hecho lo necesario. Aunque no la amaba, no le gustaba hace daño a nadie gratuitamente. En el fondo no era ninguna terrorista, solo era una mujer que llevada por el afán de descubrimiento se había topado con algo que la superaba.

Esperaba que Afrodita tuviese razón y aquel objeto fuese realmente muy peligroso. Afrodita. Su recuerdo se volvió de nuevo real e intenso. La belleza de aquella mujer y el erotismo que irradiaba lo subyugaban. Intentaba no hacerse demasiadas ilusiones. No sabía muy bien porque, pero sospechaba que aquella mujer era inalcanzable. De todas maneras se veía atraído por ella como un imán. Volvía a La Alameda satisfecho por haber conseguido la caja, pero sobre todo por poder volver a ver y acariciar su cuerpo.

Capítulo 31:La verdad duele.

De camino a La Alameda, sentado en el asiento trasero del viejo taxi, Hércules estuvo tentado varias veces de abrir la caja. Por primera vez entendía a Pandora. La curiosidad por saber si lo que había dentro era el fin de la humanidad o un cuento de viejas hacía que sacase una y otra vez aquel objeto aparentemente anodino del bolsillo de la gabardina.

La sacó una vez más y esta vez el taxista desde el otro lado del espejo retrovisor se dio cuenta.

—¿Un regalo para su novia? —preguntó el hombre fijando sus ojos saltones en la caja.

—Mmm, sí. Algo parecido. —respondió Hércules imaginando la cara que pondría Afrodita en el momento que le entregase aquel objeto.

—No se preocupe. Si conozco un poco a las mujeres has elegido bien. Esos trastos pequeños y de colorines les encantan.  Siempre que la cagaba, le regalaba una chorrada de esas a mi exmujer y lograba ablandarla. Me aguantó veintidós años antes de darme la patada. —dijo el taxista con una sonrisa cariada.

—Gracias. Oir eso de una persona experimentada como usted es un alivio. —respondió él sin poder evitar soltar el sarcasmo.

El taxi giró a la derecha y las luces perforaron la oscuridad. Los arboles que rodeaban el sendero formaban un estrecho tunel de sombras cambiantes y fantasmagoricas con las brillantes luces de la antigua mansión al final.

Pero no eran las luces las que le atraían. Detrás de aquellos muros estaba Afrodita. No sabía muy bien como le recibiría. ¿Estaría tan ansiosa como él por el reencuentro? ¿O ya le habría buscado a algún sustituto?

La grava crujió bajo las ruedas cuando el taxista finalmente paró el coche frente a la puerta. Hécules salió del taxi apresuradamente y le dio unos cuantos billetes al taxista sin esperar a recibir el cambio antes de entrar precipitadamente en el edificio.

Afrodita entró en su habitación. Estaba aburrida de estar allí abajo. Quería volver al Olimpo. Si por lo menos estuviese Hércules para divertirse un poco... Se paró ante el espejo, el mismo espejo frente al que habían hecho el amor hacía quince días. Desde el día de la ópera no había vuelto a verle. Cogió un poco de perfume y se lo aplicó al cuello, acariciándoselo con suavidad. En ese momento un movimiento furtivo en el espejo la hizo darse la vuelta con curiosidad.

—Hola preciosa. —dijo Hércules jugueteando con una pequeña cajita— Estoy de vuelta.

—Te has tomado tu tiempo. ¿Lo has pasado bien? —preguntó observando su cuerpo desnudo tendido relajadamente en su cama.

—He hecho lo necesario para conseguir la caja. —respondió él.

—Y seguro que te sacrificaste por el bien de la misión. —le reprochó afrodita sin poder evitarlo.

—Vaya, no me imaginaba que la mujer perfecta fuese capaz de tener celos.

—No son celos, era ansiedad y falta de noticias. No sabía si lo habías conseguido o habías fracasado. —mintió Afrodita acercándose  a la cama y alargando el brazo para coger la caja.

Hércules sonrió y la apartó lo justo para obligar a su amante a pasar el cuerpo por encima del suyo, momento que aprovechó para agarrarla por la cintura.

—Te he echado de menos. —dijo Hércules.

—Sí, sobre todo cuando estabas entre los muslos de aquella pelirroja tetuda y forrada.

—Pude quedarme, pero no lo hice. —dijo Hércules abriendo la bata de Afrodita y deslizando sus manos por su piel tibia y suave.

Las manos de Hércules le hicieron olvidarse de la caja y suspiró quedamente antes de que él la besase. Sus labios se juntaron durante  un instante. Afrodita se hizo un poco la dura y sin abrir su boca intentó separarlos haciendo un mohín. Hércules se incorporó siguiendo aquellos labios hasta que estuvo sentado con la bella joven encima, prácticamente piel contra piel.

Cogiéndola por el cuello la besó una y otra vez hasta que Afrodita se rindió y quitándose la bata se abrazó a él, dando rienda suelta a su deseo. Las manos de su hermanastro se desplazaron por su cuerpo tocando y sopesándolo todo, haciendo que el deseo prendiese en ella como un fuego abrasador.

Cuando se dio cuenta, estaba meciéndose en su regazo, con su polla hundida profundamente en su sexo. Excitada se agarró a su nuca y comenzó a realizar movimientos más amplios y profundos, empalándose con fuerza mientras Hércules no dejaba de besar sus labios y sus pechos.

El miembro del joven, duro y caliente se abría paso en su coño haciéndola sentir un placer intenso que hacía que su cuerpo se estremeciese y temblase cubierto de sudor. Sus manos se entrelazaron a la vez que Hércules le daba la vuelta y se situaba sobre ella.

Afrodita abrió sus piernas dejando que le aprisionase las manos contra el colchón mientras seguía follándola. Bajó su mirada excitada y deseosa de ver como aquel magnifico miembro entraba y salía de su congestionada vagina, una y otra vez, colmándola y chocando los pubis sonoramente.

Sentía con todo su cuerpo la fuerza desatada de aquel hombre al empujar sobre ella, cada vez más fuerte, hasta que un intenso orgasmo recorrió su cuerpo una y otra vez haciéndola estremecerse durante lo que creyó que era una eternidad. Indefensa, solo pudo dejar que aquel joven la embistiera con fuerza hasta que pudo recuperarse y lo apartó con un gesto.

Esta vez fue él el que se tumbó boca arriba mientras ella se inclinaba sobre su pene y besaba su glande con suavidad, provocándole apagados gemidos. Con una sonrisa abrió la boca, se metió la polla en ella y empezó a chupar, primero con suavidad, luego más intensamente.

Afrodita acarició el vientre de Hércules sintiendo como sus músculos se contraían con cada chupada, cada vez con más intensidad, hasta que doblándose eyaculó con un ronco gemido. Afrodita sintió como su boca se inundaba con el calor de la semilla de su hermanastro. Cuando su amante se hubo vaciado totalmente, se apartó y tragó el semen antes de besarle de nuevo.

Exhaustos se tumbaron en la cama uno al lado del otro. Hércules cogió la caja que aun estaba sobre la cama y la examinó con detenimiento.

—¿Cómo sabes que es la caja de Pandora?  —preguntó él de repente dándole vueltas—Cuando se la quité a Arabela estaba totalmente convencido. Pero mientras más la examino más vulgar me parece. Además si fuese de verdad la caja, como sabes que tiene el último mal, el que acabará con la humanidad.

—¿Quieres apostar contra ello? —preguntó Afrodita sin ningunas ganas de contarle a aquel hombre la realidad.

—En serio. ¿Quién ha verificado que esta es la verdadera caja?

—Eso no te importa. Tu solo tienes que cumplir la órdenes que te damos y punto. ¿No querías ayudar? Pues eso es lo que haces. —dijo Afrodita intentando coger la caja.

—Sí, estoy dispuesto a llevar a cabo las misiones que me encomendéis, pero otra cosa es que no me plantee los motivos. No me gusta que me mantengáis a ciegas. —replicó él apartando la caja de su alcance.

—Yo sé lo mismo que tú...

—Eso sí que no me lo creo. Quizás deba abrir la caja para saber por mi mismo el secreto que oculta.

—¡No! —exclamó ella— Por favor, no la abras.

Hércules la manipuló con cuidado, fingiendo no hacer caso de sus súplicas, pero no muy seguro de saber qué hacer con la caja. El objeto tenía una serie de muescas que ocultaban media docena de pasadores. Hércules soltó uno haciendo que la caja emitiese un sordo crujido.

Las súplicas de Afrodita se hicieron más intensas y lastimeras a medida que los pasadores saltaban hasta que la diosa no pudo aguantar más y accedió a contarle lo que quisiese.

—Quiero que me cuentes porque estás tan segura de que esta es la caja verdadera. —dijo Hércules.

—Porque conozco al que la hizo y la vi cuando se la entregó a Pandora.

—¿Me quieres decir que conoces a Zeus y que le viste entregar la caja?

—Exacto.

—¡Ja! y ahora me dirás que lo viste porque eres Afrodita, la mismísima hija de Zeus la de la belleza incomparable.

—¿Acaso no te lo parezco? —preguntó ella súbitamente picada en su orgullo.

—Vale, lo entiendo. Y si eres una diosa, ¿Por qué no te ocupaste de todo esto? Solo tenías que haber ido al islote y llevarte la caja.

—No es tan sencillo. En el pasado todos los dioses firmamos un pacto y tú padre se vio obligado a concebirte y utilizarte para recuperar su caja sin tener que intervenir él o alguno de los dioses bajo sus órdenes provocando una guerra en el Olimpo.

—Un momento. —dijo Hércules súbitamente interesado— Has dicho mi padre. ¿Sabes quién es mi padre?

—Yo... —intentó ganar tiempo consciente de que había metido la pata.

—Déjate de rodeos si no quieres que me enfade. —dijo cogiendo a Afrodita por la garganta.

La diosa intentó revolverse, pero Hércules, a pesar de ser solo un semidiós, era más fuerte que ella y no podía liberarse. Una nueva pregunta y una nueva sacudida bastaron para que Afrodita le contara entre lágrimas la historia completa de como Zeus había urdido un plan para seducir a su madre.

Cuando terminó de contar se sintió liberada, pero en cuanto miró a Hércules vio como el peso lo llevaba ahora él. Ahora que las piezas encajaban al verdad le estaba abrumando.

Hércules vio como su vida empezaba a cobrar sentido. Las razones de porque sus madres le habían ocultado la realidad sobre su nacimiento, por qué tenía aquella fuerza. Era abrumador y a la vez liberador hasta que cayó en ello. Afrodita también era hija de Zeus. Estaba enamorado de su hermana. Y aun peor, había tenido relaciones sexuales con ella.

Capítulo 32. El borde del precipicio.

Salió de la mansión mareado y con una sensación de vértigo increíble. Su cabeza le daba vueltas. De todos esos dioses egoístas y mentirosos se lo podía esperar, pero que su propia hermana lo sedujese y le ocultase toda la verdad sobre su origen, hacía que le diesen ganas de destruirlo todo. Apretó los puños y sin querer mirar a los lados, ni escuchar las llamadas de Afrodita intentando explicarse, cogió el primer coche que encontró y salió derrapando por el camino de grava.

Condujo sin rumbo fijo, cogiendo los desvíos al azar y conduciendo a una velocidad endiablada con sus pensamientos muy lejos de allí. No podía creer que todo lo que tocase terminase de una u otra manera en catástrofe. El traqueteó del coche al meterse por un camino sin asfaltar le sacó de sus pensamientos justo a tiempo. Apretando la mandíbula pisó a fondo el freno evitando que el coche acabase cayendo por el acantilado.

Salió del coche suspirando de alivio. Se acercó al borde, vio la caída a pico de más de setenta metros y observó como las olas batían contra los agudos escollos del fondo.

El vendaval procedente del mar agitaba su pelo y lo enredaba impidiéndole observar la salvaje belleza del paisaje. Se ató la melena con un cordón y caminó por el borde con la mirada perdida. Una estrecha vereda recorría la costa subiendo hacia el lugar donde los acantilados eran más altos.

Ascendió por el camino, observando como el mar golpeaba furiosamente las rocas y farallones del fondo cada vez un poco más lejos. Cuando llegó a la parte más alta del promontorio el agua estaba más de trescientos más abajo. Atraído por la altura y el ruido de las olas se acercó al borde hasta que la punta de sus zapatos asomó por el abismo. El viento azotaba su cuerpo impidiendo que cayese hacia adelante.

Abriendo los brazos se inclinó un poco más hacia adelante, dejando que fuese el fuerte viento el que le equilibrase proporcionándole una salvaje sensación de libertad...

—¡Por favor, no lo haga! Soy la agente Gómez, Pamela Gómez. ¡Se que tiene problemas, pero lo que está a punto de hacer es lo único que no tiene solución!

Hércules se dio la vuelta sorprendido. Una mujer bajita, vestida de guardia civil le hablaba como a un suicida, mientras que con movimientos suaves intentaba disuadirle de algo que no pensaba hacer.

Al ver el rostro sombrío y amenazante de Hércules, la mujer echó inconscientemente la mano  a su pistolera.

—No pretendía suicidarme, de hecho sería lo último que haría. —respondió él relajando su gesto sin conseguir que la guardia civil apartase su mano de la culata de la pistola.

—¿Ah sí? ¿Entonces qué hacías ahí ?

—Meditar, observar como las olas rompían en la costa, dejarme llevar por el viento...

—¡Ah! Ahora ya lo entiendo. No eres un suicida. Simplemente eres un majara. —dijo ella— Anda apártate del borde y ven hacia aquí. Lo último que me apetecería en este mundo sería tener que extraer los trocitos que quedasen de tu cuerpo de esa olla hirviente, antes de que se los comiesen los cangrejos.

Hércules levantó cómicamente las manos y se alejó del borde. La joven no carecía de atractivo, tenía el pelo negro y cortado muy corto y unos ojos de un azul intenso. Sus labios eran gruesos y tentadores a pesar de estar apenas maquillados. Siguió acercándose, observando la nariz pequeña y respingona  y las largas y rizadas pestañas que rodeaban sus ojos.

—¡Quieto, ahí está bien! ¿Tienes una identificación? —preguntó la guardia alargando la mano.

Hércules le alargó su DNI y observó como la mujer lo escudriñaba con curiosidad.

—¿Te llamas Hércules? ¿En serio? ¿Quién diablos le pondría a un niño un nombre así?

—¿Una mujer a la que Zeus viola disfrazado de caballo y da a luz un hijo con fuerza sobrehumana que se folla a su hermana Afrodita sería suficiente?

—Decididamente estás como una cabra. —dijo ella al fin relajada tomando como una broma el sarcasmo de Hércules.

No sabía muy bien por qué, pero soltar todo aquello a una desconocida, aunque no se creyera una palabra, había aliviado su frustración o fue esa sonrisa amplia y desinhibida adornada por unos dientes pequeños y perfectos.

—¿Hay alguna manera de compartir un café contigo sin que acabe esposado? —dijo él juntando las muñecas frente a ella en un arrebato.

La mujer sonrió de nuevo y sus mejillas se sonrojaron ligeramente. Inmediatamente supo que habían conectado.

—La verdad es que ahora estoy de servicio, pero termino dentro de dos horas. Si quieres aburrirte un rato puedes esperarme en el bar del pueblo. Al llegar a la carretera asfaltada a la derecha. —dijo ella no muy convencida de que un tío tan bueno estuviese dispuesto a esperar por ella tanto tiempo.

—Allí estaré. Así te demostraré que puedo aburrirme y no recurrir a los barbitúricos, el cianuro o las cuchillas de afeitar.

Increíblemente, aquel tipo esperó por ella. Ni siquiera se había molestado en cambiarse porque estaba convencida de que no estaría allí cuando llegase. Ahora, frente a él era consciente de las manchas de sudor de su uniforme tras un largo día de patrulla y tuvo que tragarse unos juramentos al ver a Hércules, tomando un chupito de licor café casero y charlando animadamente con el camarero, la otra única persona viviente del local.

—Hola, agente Gómez. —saludo Hércules levantando el chupito en señal de saludo— Como puede ver aun estoy vivo.

—Hola señor Ramos, no sé si por mucho tiempo si sigues bebiendo ese mejunje. Debí empapelar a este idiota por fabricarlo en el patio trasero de su casa y no vender la receta como desatascador de inodoros.

Los tres rieron aunque la risa del camarero tenía un ligero tono ofendido. La guardia se acercó a la barra y pidió un chupito que se ventiló de un trago para darse valor.

—Estábamos charlando de tus hazañas mientras esperaba por ti. Ha sido muy revelador. —dijo Hércules sonriendo.

—Sí este lugar es un hervidero de delincuencia. —dijo la joven con ironía— Mi mayor hazaña ha sido detener a un jodido idiota que intentó arrancar el cajero automático del banco con el tractor porque quería recuperar su tarjeta.

—Me acuerdo. —dijo el camarero entre risas— Casimiro siempre ha sido un tipo muy impaciente. Intentó sacar dinero para ir de putas a las cuatro de la mañana y no podía esperar a que abrieran el banco así que intentó recuperar la tarjeta.

—¿Sabes Marcos, que esta mujer dijo que el nombre no me pegaba? —dijo Hércules cambiando de tema— Lo que no me explico es como se atrevió a entrar en el Cuerpo llamándose Pamela.

—Sí, es algo que nunca le perdonaré a mi abuela. Era una fan de Dallas y se empeñó en ponerme este nombre. De todas maneras mi nombre nunca me ha supuesto un problema. Cada vez que alguien se mete con él recibe un rodillazo en las pelotas. —respondió mirando a Hércules con seriedad.

Hércules la miró un  instante con seriedad antes de prorrumpir en una sonora carcajada. Aquella mujer pequeña y decidida le encantaba. Cuando miraba aquellos ojos azules ella le devolvía una mirada franca, sin hostilidad, pero tampoco tímida o huidiza. Los vecinos empezaban a llegar para jugar la partida de después de la cena y por fin dejaron de ser el centro de atención. Pidieron unas cervezas y un par de raciones de callos y las comieron tranquilamente mientras charlaban subidos a unos taburetes.

Cuando se dio cuenta Pam estaba contándole su vida a aquel desconocido mientras el escuchaba y preguntaba con interés. Era evidente que no quería hablar mucho de él, pero se sentía tan atraída por aquel hombre y era tan fácil hablar con él que no le importó.

Las dos raciones desaparecieron y pidieron otra de calamares para completar la cena. Pam estaba desesperada. Era evidente que Hércules solo estaba de paso y solo tenía una oportunidad. Jamás se había comportado así, pero si quería llegar a algo con él tendría que ser esa misma noche.

Cuando terminaron de cenar le dijo en tono casual que tenía en casa un licor mucho mejor que aquel matarratas. Hércules asintió, mostrando sus dientes en una amplia sonrisa y acercándose a su oído le dijo a Pam que no le cabía una gota de alcohol más, pero que estaba dispuesto a acompañarla a su casa de todas maneras. Sus labios le rozaron la oreja provocándole un escalofrío y aumentando su determinación. Aquel hombre tenía que ser suyo, ya.

Salieron a la calle donde estaba aparcado el vetusto Megane de cuatrocientos mil quilómetros que tenía a su servicio. En cuanto se acomodaron y las luces interiores se hubieron apagado Hércules le cogió la cabeza y le dio un beso largo y húmedo que puso a Pam al borde de la locura. Desde que había llegado a aquel pueblo no había conocido nadie por el que se hubiese sentido ni remotamente interesada, con lo que la larga temporada de sequía le ayudó a dejar de lado cualquier atisbo de prudencia.

Arrancó el coche y le costó no poner la sirena y llegar a su casa a toda leche. Había alquilado una casita al lado del cuartel, así que dejó el coche para que pudieran usarlo sus compañeros y se fueron andando hasta su casa.

Hércules no se fijó en los muebles gastados ni en la pintura desconchada toda su atención estaba centrada en la mujer. Con aparente tranquilidad la dejo quitarse la cartuchera y dejar el arma en un cajón, pero cuando fue a quitarse las esposas con un movimiento sorpresivo se las quitó de las manos, esposó a Pam y la colgó de un perchero por las muñecas.

La joven gritó y le insultó más por haber sido engañada que porque pensase que aquel hombre fuese hacerle daño. Se sentía a la vez indefensa y excitada. Hércules se acercó y le lamió el cuello y la mandíbula mientras le abría la guerrera. Pam forcejeó inútilmente. El perchero estaba sorprendentemente bien fijado a la pared y no pudo evitar que el hombre recorriera su cuerpo estrujando y pellizcando con suavidad donde le placía.

Sin hacer caso de las quejas de la agente, fue abriendo uno a uno los botones de su camisa, besando cada porción de piel morena que quedaba a la vista hasta que estuvo totalmente abierta.

—¡Vaya! ¿Seguro que este sujetador es el reglamentario? —dijo Hércules al ver el sostén rojo profusamente bordado?

—¡Vete a la mierdaaaah! —respondió ella justo antes de que Hércules chupase sus pezones a través de la seda transparente.

Pam, impotente no pudo evitar que el hombre soltase el cierre del sujetador dejando sus pechos a la vista. Hércules los inspeccionó con detenimiento provocando a Pam que forcejeaba inútilmente. Los sopesó eran tersos y morenos, no demasiado grandes, pero con unos pezones prominentes que invitaban a chupar y mordisquear. Hércules le dio un par de golpes suaves observando cómo temblaban y se bamboleaban hasta quedarse totalmente quietos.

Pam estaba a punto de insultarle de nuevo, desesperada porque dejase de jugar con ella. Aquel idiota engreído se creía que podía hacer lo que quisiese con ella... Cuando él se acercó y la besó de nuevo se dio cuenta de que podía. Sin dejar de saborearla le quitó la visera y acarició su pelo negro y brillante.

Hércules acarició su pelo antes de bajar sus manos por su cuello y meterlas bajo su camisa para envolver a la mujer en un apretado abrazo. Asaltando su boca sin descanso, pegó su cuerpo a sus caderas deseoso de que notase su erección. Pam gimió y se restregó contra él igualmente ansiosa.

Hércules deshizo el beso y sus labios comenzaron a bajar por su cuello y su mandíbula. Su lengua se deslizó traviesa por detrás de sus orejas, por sus hombros y llegó hasta sus axilas aun húmedas y calientes por un día de  trabajo. Pam  intentó revolverse, pero él la aprisionó contra la pared disfrutando a  placer del sabor salado y el aroma excitante de su cuerpo.

Sus labios se desplazaron por sus costillas, disfrutando de la incomodidad de la agente que no paraba de moverse. Pam vio como el hombre manipulaba los corchetes de sus pantalones y se los bajaba de un tirón dejando a la vista el resto del conjunto.

Hércules se retiró un par de pasos para admirar el cuerpo de la mujer hasta que esta se sintió incomoda. Con delicadeza le quitó las botas reglamentarias y los pantalones. Pam sin apenas ser consciente levantó sus piernas facilitándole la maniobra. El desconocido las acarició disfrutando de su suavidad besándolas a medida que subía por ellas hasta llegar a las proximidades de su sexo.

No podía mas, su sexo hervía deseoso de que aquel hombre lo acariciase y lo colmase de placer y no podía hacer otra cosa que agitar sus caderas intentando atraerlo.

Él apartó el delicado tanga que cubría el pubis de la joven y acaricio la pequeña mata de pelo que lo cubría provocando un largo suspiro. Consciente de que la joven no podía esperar más, lo besó y avanzó recorriendo los labios de su vulva abierta y húmeda solo para él. Pam separó las piernas de la pared y las abría dejando su sexo expuesto ante él y Hércules no se hizo esperar su lengua invadió su sexo haciendo temblar todo su cuerpo.

No se había dado cuenta de cuánto lo necesitaba. Notaba como su sexo se hinchaba irradiando placer por todo su cuerpo. De un nuevo tirón consiguió arrancar el perchero de la pared y librándose de él agarró la melena de aquel hombre apretándolo contra ella.

Libre por fin le dio un empujón y salió corriendo de allí en dirección a la habitación. Cuando Hércules llegó ella ya se había desembarazado de las esposas y del resto de su ropa. Le esperaba tumbada con las manos entre sus piernas, acariciándose, con el cuerpo tenso como la cuerda de un piano.

Hércules se inclinó sobre ella y acarició su cuerpo. Pamela no se movió, pero soltó un ligero gemido. Tras desnudarse se colocó sobre ella. Esta vez no había impedimentos y la agente exploró aquel cuerpo que parecía cincelado en piedra. Acarició sus pectorales y los arañó sin piedad, bajando por su vientre hasta tropezar con su polla.

El suave roce y aquella mirada fija y hambrienta,  fueron suficientes para que el deseo de Hércules se multiplicase. Las manos pequeñas y cálidas acariciaron su miembro y lo guiaron erecto a su interior.

La joven se estremeció de nuevo al sentir el miembro de aquel hombre en sus entrañas, Rodeó su cintura con sus piernas y fijó su mirada en él abandonándose totalmente al placer.

Hércules se dejó llevar penetrándola con todas sus fuerzas mientras ella gemía y gritaba agarrándose a él con todas sus fuerzas. Cogiendo sus piernas las levantó mordisqueando sus tobillos y sus talones sin dejar de atacar aquel delicioso coño con saña.

Hércules sintió que Pam estaba a punto de correrse y se retiró apresuradamente. Pam refunfuño y abrió sus piernas mostrando su sexo hirviente, pero él se lo tomó con calma y tirando de su tobillo la acercó a él y la sentó sobre la cama. Agachándose acaricio su cara con ternura y besó sus labios con delicadeza. Al principio ella respondió devolviendo besos y caricias unos instantes hasta que termino por estallar:

—¿Quieres dejar de putearme y clavármela de una vez? —preguntó de mal humor.

Hércules la abrazó y  se puso en pie con ella colgada de su cuello. Siguiendo sus ordenes la levantó un instante justo antes de penetrarla de nuevo.

En aquel momento Pam pudo sentir como aquel hombre elevaba y dejaba caer su cuerpo como si se tratase de una pluma empalándola con su miembro y haciendo que se deshiciese de placer. Gimiendo cada vez más fuerte, se agarró a su cuello y le miró a los ojos, para que Hércules pudiese ver el placer grabado en ellos.

La joven saltaba en su regazo, pero sus ojos estaban fijos en él sin apartarlos, ni siquiera cuando su cuerpo se vio asaltado por un intenso orgasmo. Hércules la llevó de nuevo a la cama y siguió penetrándola unos instantes más antes de apartarse y correrse sobre su vientre.

Pam creyó que allí iba a acabar todo, pero aquella fiera de melena dorada, en vez de tumbarse a su lado jadeante la cogió en brazos y se la llevó al baño. La puso bajo la ducha. El agua tibia corrió por su cuerpo llevándose los restos de sudor y esperma, pero lo mejor es que aun sentía aquel gigantón tras ella acariciándola y besándola.

Cuando se dio cuenta estaba de nuevo empalmado. Ella lo notó y dándose la vuelta se agachó y se metió la polla en la boca chupándola con fuerza...


Hércules calló finalmente. El tercer vaso de Gyn tonic estaba vacio y se sentía un pelín mareado.

Durante un momento se estableció un silencio entre ellos. Pam le miraba fijamente a los ojos, con el semblante serio. Hércules se removió incómodo, pero no apartó la mirada,intentando descubrir que era lo que pasaba por la mente de su novia. Intentando adivinar si lo seguiría siendo ahora que lo sabía todo de él.

—¡Vaya! Es una historia interesante. No te enfades, pero necesito comprobar una cosa. —dijo ella alargando a Hércules un horrible y pesado busto de bronce de Beethoven.

No necesitaba preguntarle a Pam que era lo que quería que hiciese. Lo cogió con las dos manos y sin aparente esfuerzo le arrancó la cabeza a la estatuilla.

—Perdona, pero tenía que asegurarme de que no estaba majara, porque me he creído toda tu historia y no es algo fácil de digerir. Siento todo lo que te pasó y sobre todo lo siento por Akanke. Esa pobre mujer nunca tuvo suerte.

—Lo entiendo. —respondió Hércules deseando abrazarla sin atreverse a hacerlo— Y entederé que ahora que lo sabes todo no soportes continuar con alguien como yo.

Fue ella la que tomó la iniciativa y se sentó sobre él. Sin decir nada acaricio su mentón y sus mejillas y tras mirarle a los ojos le besó suavemente.

—La verdad es que desde que te vi por primera vez sabía que había algo distinto en ti, pero nunca pensé que fueses una especie de superhéroe vengador. —empezó ella recorriendo los hombros y el cuello de su novio con sus dedos delgados y suaves— No me gusta lo que hiciste, hay otras formas de solucionar las cosas. Son las autoridades las que deben aplicar justicia, pero supongo que el hecho de que todos las personas de las que te vengaste mereciesen como poco lo que les hiciste, que salvaste a la humanidad y todo esto, junto con el intenso y ciego amor que siento por ti, equilibran la balanza.

El suspiro de Hércules fue casi audible. Aliviado de haber confesado todo por fin acercó sus labios a los de Pam con intención de besarla.

—Un momento,  —dijo ella poniendole un dedo sobre los labios—antes de nada quiero que me prometas que nunca más vas hacer nada parecido. Ni siquiera por mí. ¿Lo has entendido? Estoy seguro de que Akanke tampoco hubiese querido que hicieses todo aquello por ella.

—De acuerdo. —respondió él— Te lo prometo.

—¡Ah! Y otra cosa. Quiero que sepas que a partir de ahora  lo de "estoy cansado" no te va a servir de excusa. —dijo Pam frotándose de nuevo contra él— Y espero que empieces a poner en práctica tus dotes sobrenaturales follándome toda la noche hasta que mi coño eche humo.

Hércules agarró a su amante por toda respuesta y cogiendola como si se tratase de una pluma se la llevó al dormitorio con la intención de demostrarle de lo que era capaz un hijo de Zeus en cuestión de sexo.


—¿No crees que es un poco bajita para él? —preguntó Afrodita observando a Pam con detenimiento.

—No seas gilipollas.  Lo último que me esperaba de ti es que te pusieses celosa de una mortal. Hacen una bonita pareja y no quiero que hagas nada que la estropeé. —dijo Zeus haciendo que sus dedos chisporrotearan dejando claro a su hija que aquello no era meramente una recomendación.

Aquel pueblo pacífico y aquella joven pequeña, pero dura y avispada parecía ser todo lo que su hijo necesitaba. Desde el primer día se convirtieron en uno y no se volvieron a separar. Ella seguía en el cuerpo mientras que él, con la paga que había recibido de La Organización por sus servicios, había montado un pequeño taller en el que reparaba desde maquinaria agrícola hasta aparatos informáticos.

Zeus miró a la pareja de nuevo. Observó como su hijo estaba cada vez más enamorado de aquella joven. Estaba convencido de que tras estos meses al fin se había confiado a  ella y podrían construir una relación que duraría toda la vida.

EPÍLOGO

Pam se acercó al altar dando evidentes muestras de nerviosismo mientras Hércules esperaba pacientemente que ella se acercara. Echó un último y rápido vistazo a sus colegas que no paraban de hacer muecas y susurrar burradas, aun medio borrachos tras la juerga de la noche anterior y se centró en la mujer con la que compartiría el resto de su vida.

Hera se acercó a Zeus, que miraba satisfecho como su hijo besaba a su nueva esposa.

—Al final todo te ha salido bien, cabrón. —dijo Hera sin poder evitar un tono de reproche.

—A pesar de tus constantes intentos por joderlo todo. —refunfuño Zeus— ¡Maldita vieja zorra vengativa!

—Ahora me dirás, viejo verde, que no has disfrutado con todo esto y que eso de salvar al mundo era tu único y principal objetivo. —bufó la diosa— Ahora, ¿Que harás con el chico? ¿Lo vas a traer al Olimpo?

—Eso será algo que deberá elegir él cuando llegue el momento. Convertirse en uno de nosotros o ser mortal como ellos.

Hera se acercó y cogió la pequeña caja de terracota. Parecía mentira que su marido hubiese conseguido meter todos los males del mundo en aquel pequeño objeto. Durante un instante solo la admiró y luego le hizo una pregunta que desde que conocía la existencia de la caja nunca se le había ocurrido.

—Si una vez metiste todos los males del mundo en esta caja, ¿Por qué no vuelves hacerlo?

Zeus levantó la mirada y curvó sus labios en una sonrisa cruel antes de contestar.

—¿Y qué habría de divertido entonces en la humanidad?

FIN