Hércules. Capítulo 6. Akanke.
La mujer se arrodilló sin que se lo pidiese dejando todo el cuerpo por encima de su cintura fuera del agua. Su piel brillaba como una perla negra y sus pechos grandes y redondos con unos pezones pequeños y aun más negros le atraparon.
Capitulo 6: Akanke
Unos latidos débiles y apresurados le dieron un hilo de esperanza. Apartando el pelo negro de la cara magullada de la joven, sujetó su nuca, le abrió la boca y pegó sus labios a los de ella para insuflarle aire. Una, dos, tres veces, comprobando a cada instante que el corazón seguía latiendo.
Finalmente la joven reaccionó. Hércules la puso de lado, dejando que vomitara el agua que había tragado hasta que sus pulmones solo contuvieron aire.
La desconocida soltó un gemido ronco y trató de abrir el ojo que no tenía totalmente cerrado por la hinchazón.
—¿Cómo te encuentras? —dijo Hércules cogiendo el móvil para llamar al 112.
—No, por favor. —susurro la joven con un fuerte acento subsahariano— No llame a nadie... Me matarán...
Hércules iba a preguntarle de que demonios hablaba, pero la joven se había vuelto a desmayar. Se quedó allí mirándola con cara de tonto, sin saber qué hacer. Finalmente se inclinó sobre ella para examinarla y buscar una identificación.
Por toda indumentaria llevaba una escueta minifalda que apenas ocultaba un tanga blanco transparente y un corsé blanco salpicado de sangre. La cacheó con timidez, pero no encontró nada y tampoco en los gastados zapatos de tacón que calzaba. Tenía toda la pinta de ser una prostituta con la que un cliente se había pasado tres pueblos.
Pensó llamar a emergencias de todas maneras, pero el rostro hinchado y el cuerpo maltratado de la joven hacían que pareciese tan débil en indefensa que no pudo evitar compadecerse de ella.
Después de asegurarse de que no había nadie en los alrededores, envolvió a la joven con la chaqueta de su chándal y la llevó en brazos con la mayor suavidad que pudo. Afortunadamente era fin de semana y pudo llegar casi hasta su casa sin cruzarse con nadie. Cuando llegó a calles más transitadas la depositó en el suelo y cogiéndola por la cintura le puso la capucha del chándal para que no se viese su cara magullada y la llevó medio en volandas como si fuese una chica que se había pasado con las copas la noche anterior.
En cuanto entró en su piso la llevó directamente al baño. Con cuidado le quitó la poca ropa que tenía. La joven tenía la piel de gallina y estaba tiritando semiinconsciente. Tenía un cuerpo bonito, esbelto y bien proporcionado con un culo redondo y musculoso y unas tetas bastante grandes con los pezones pequeños y negros como el carbón. Examinó su cuerpo y encontró un buen numero de golpes, escoriaciones y moratones, pero no parecía tener heridas graves ni ningún hueso roto.
Lo que peor pinta tenía era la cara; parecía que alguien se había ensañado con ella a conciencia. Tenía un ojo terriblemente hinchado y el otro casi cerrado. Uno de sus gruesos labios estaban partidos y de la nariz bajaba un pequeño reguero de sangre seca. Dejó a la joven envuelta en toallas mientras preparaba un baño de agua tibia. Añadió unas sales e introdujo a la joven poco a poco en él.
El calor del agua surtió efecto rápidamente y la joven se despertó desorientada.
—No, por favor. No me pegue más. —dijo aterrada retrocediendo hasta topar con el borde de la bañera.
—Tranquila. Estás a salvo. Nadie te va a hacer daño. —dijo Hércules intentado tranquilizarla.
Con suavidad apoyó la mano en el hombro de la joven y la invitó a introducirse en el agua caliente. La mujer suspiró y se dejó hacer mansamente.
—Soy Hércules, te encontré en el río, y te he traído a mi casa. Aquí estas a salvo. ¿Cómo te llamas?
—Yo, me llamo, mi nombre... Akanke, me llamo Akanke. —respondió la prostituta como si hiciese mucho tiempo que nadie la llamaba así.
—Es un nombre muy bonito. —dijo Hércules cogiendo una esponja y gel de baño y ofreciéndoselos a la joven.
Akanke cogió la esponja, pero sus manos le temblaban y apenas podía sostenerla víctima del dolor y la extenuación. Hércules se la quitó de las manos con delicadeza y puso una dosis de gel. Acercando la esponja con lentitud, la aplicó con suavidad al rostro borrando con toda el cuidado de que era capaz los rastros de sangre de la nariz y de los arañazos de su rostro.
La joven apretó los dientes y aguantó el escozor que le producía el gel en las heridas sin moverse, dejando hacer a Hércules que aprovechó para observar la frente lisa, las cejas finas y arqueadas las pestañas largas y rizadas y los ojos grandes y negros a pesar de la fuerte hinchazón. Su nariz era pequeña y ancha aunque no demasiado y sus labios gruesos e invitadores. Apartó la espuma de la nariz hacia los pómulos oscuros y tersos. En condiciones normales debía ser una joven muy hermosa...
Akanke suspiró y trató de sonreír. Hércules bajó la esponja y recorrió su cuello restregándolo con suavidad admirando su delgadez y su longitud. Repentinamente se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Cogió aire profundamente y recorrió los hombros y las clavículas. Akanke dio un respingo al sentir la esponja en un verdugón especialmente grande que tenía en el hombro derecho. Se disculpó con timidez y escurrió la esponja evitando rozarlo de nuevo.
La mujer se arrodilló sin que se lo pidiese dejando todo el cuerpo por encima de su cintura fuera del agua. Su piel brillaba como una perla negra y sus pechos grandes y redondos con unos pezones pequeños y aun más negros le atraparon.
Bajó la esponja y recorrió sus clavículas de nuevo antes de rodear los pechos y acariciar el vientre, los costados y la espalda con la esponja. Cuando se atrevió a recorrer los pechos con la esponja los pezones se contrajeron inmediatamente y Akanke suspiró ahogadamente.
Controlando los bajos instintos que pugnaban por salir, siguió frotando los pechos de la joven hasta que con evidentes muestras de dolor y apoyándose en los hombros de Hércules se levantó. Hércules, concentrado en su tarea, siguió enjabonando aquel cuerpo digno del de una diosa, de piernas largas, muslos potentes y culo portentoso negro y brillante como el de una pantera, procurando concentrarse en su tarea.
Cuando Hércules terminó, la joven volvió a dejarse caer en el agua hasta que solo asomó la cabeza en medio de aquel torbellino espumoso. Hércules cogió un poco de champú e intentó lavarle el pelo, pero la postura era un poco incomoda. Akanke se dio cuenta y mirándole adelantó su cuerpo dejando un hueco detrás.
Hércules no se hizo de rogar. Se desnudó y se colocó detrás de la joven, pasando las piernas por los lados de su cuerpo y envolviéndola así con su corpulencia. Akanke echó el pelo hacia atrás. Tenía una melena larga, lacia, de color negro brillante. Hércules la cogió con ternura y la restregó haciendo abundante espuma y deshaciendo los pegotes de sangre y cieno procedente del río. Restregó el cuero cabelludo con suavidad sintiendo la espalda de la joven pegada contra la parte delantera de su cuerpo. Aclaró el pelo con agua limpia y sin saber muy bien que hacer la abrazó con suavidad.
La joven no aguantó más y comenzó a gemir suavemente acurrucándose contra el cuerpo de Hércules, dejando que las lágrimas corriesen libremente por sus mejillas mientras Hércules la acogía con su cuerpo y la rodeaba con sus brazos estrechamente...
Akanke se sentía totalmente superada por los acontecimientos. Había pasado de recibir una paliza de muerte y estar a punto de morir ahogada por intentar cobrar un servicio a estar en una bañera de agua tibia abrazada protectoramente por un hombre fuerte y atractivo.
Hubiese querido quedarse allí sumergida para siempre, arrebujada en los brazos de aquel generoso desconocido, pero el agua terminó por enfriarse y el hombre se levantó y la ayudó a salir del agua con suavidad.
Estaba tan débil y dolorida que se hubiese caído de no haber sido porque el hombre la sujetó por la cintura. El miembro de Hércules golpeó involuntariamente contra su culo. El hombre turbado se apartó fingiendo buscar una toalla.
Mientras tanto, ella se mantuvo a duras penas en pie, con las manos apoyadas en el lavabo y temblando de frío de nuevo. El hombre se acercó con una toalla. Con extrema delicadeza enjugó todo rastro de humedad de su cuerpo. Acostumbrada a las estropajosas y mugrientas toallas del piso donde dormía, aquella toalla le produjo un placer casi sexual que le hizo olvidar el dolor que atenazaba su cuerpo.
Con el único ojo que podía entreabrir observó la expresión de aquel hombre grande y corpulento concentrado en secar con delicadeza las zonas más magulladas. El ceño fruncido, los grandes azules entrecerrados y los labios torcidos. Sintió la tentación de besarlos y se contuvo conformándose con la increíble sensación de sentirse humana de nuevo.
Cuando el hombre terminó la tarea, cogió otra toalla más pequeña y con ella arrebujó su melena haciendo un turbante con una habilidad que no creía posible en un hombre.
—Tengo dos madres. —dijo Hércules al ver la mirada de extrañeza de la joven.
Con una sonrisa tranquilizadora abrió el botiquín de donde sacó Vetadine, unas gasas y Trombocid y lo aplicó en todas sus heridas. Por último cogió dos antiinflamatorios y un vaso de agua y se los ofreció a Akanke que los tomó con un largo trago.
Hasta que Hércules no le envolvió el cuerpo con un grueso albornoz no se dio cuenta de que estaba totalmente desnuda, lo mismo que él. El hombre la cogió por la cintura e intentó ayudarle a caminar, pero Akanke, agotada, trastabillo y estuvo a punto de caer. Con un gesto protector él la cogió en brazos. Akanke recostó la cabeza en el amplio y musculoso pecho y se dejó llevar sin pensar, solo concentrada en absorber el calor y la bondad que irradiaba aquel desconocido.
Creía que ya no le quedaban lágrimas, pero un par de ellas escaparon del ojo cerrado. Eran lágrimas de agradecimiento. El hombre la depositó en una cama sobre el colchón más cómodo que había tenido nunca bajo su cuerpo y la cubrió con un pesado edredón.
Antes de que pudiese agradecerle nada desapareció por la puerta. Volvió un par de minutos después vistiendo unos bóxers con una taza de cacao caliente. La ayudó a incorporarse mientras bebía el chocolate. El bebedizo, junto con el albornoz y el edredón consiguieron que su cuerpo estuviese ardiendo en cuestión de minutos.
Cuando se cercioró de que Akanke estaba cómoda se aproximó a la ventana. Fuera el sol ya estaba alto e inundaba la calle de una luz intensa. Bajó la persiana hasta dejar la habitación en penumbra y se dirigió a la puerta para dejar dormir a la joven.
—No, por favor. No te vayas. Quédate conmigo... Por favor.
Hércules sonrió y se tumbó a su lado, encima del Edredón. El pesado brazo del hombre descansaba sobre uno de sus dolorosos moratones, pero Akanke no dijo nada y sonrió en la oscuridad. Durmió doce horas seguidas sin pesadillas por primera vez en mucho tiempo.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
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