Hércules. Capítulo 31. La verdad duele.
Detrás de aquellos muros estaba Afrodita. No sabía muy bien como le recibiría. ¿Estaría tan ansiosa como él por el reencuentro? ¿O ya le habría buscado a algún sustituto?
Capítulo 31:La verdad duele.
De camino a La Alameda, sentado en el asiento trasero del viejo taxi, Hércules estuvo tentado varias veces de abrir la caja. Por primera vez entendía a Pandora. La curiosidad por saber si lo que había dentro era el fin de la humanidad o un cuento de viejas hacía que sacase una y otra vez aquel objeto aparentemente anodino del bolsillo de la gabardina.
La sacó una vez más y esta vez el taxista desde el otro lado del espejo retrovisor se dio cuenta.
—¿Un regalo para su novia? —preguntó el hombre fijando sus ojos saltones en la caja.
—Mmm, sí. Algo parecido. —respondió Hércules imaginando la cara que pondría Afrodita en el momento que le entregase aquel objeto.
—No se preocupe. Si conozco un poco a las mujeres has elegido bien. Esos trastos pequeños y de colorines les encantan. Siempre que la cagaba, le regalaba una chorrada de esas a mi exmujer y lograba ablandarla. Me aguantó veintidós años antes de darme la patada. —dijo el taxista con una sonrisa cariada.
—Gracias. Oir eso de una persona experimentada como usted es un alivio. —respondió él sin poder evitar soltar el sarcasmo.
El taxi giró a la derecha y las luces perforaron la oscuridad. Los arboles que rodeaban el sendero formaban un estrecho tunel de sombras cambiantes y fantasmagoricas con las brillantes luces de la antigua mansión al final.
Pero no eran las luces las que le atraían. Detrás de aquellos muros estaba Afrodita. No sabía muy bien como le recibiría. ¿Estaría tan ansiosa como él por el reencuentro? ¿O ya le habría buscado a algún sustituto?
La grava crujió bajo las ruedas cuando el taxista finalmente paró el coche frente a la puerta. Hécules salió del taxi apresuradamente y le dio unos cuantos billetes al taxista sin esperar a recibir el cambio antes de entrar precipitadamente en el edificio.
Afrodita entró en su habitación. Estaba aburrida de estar allí abajo. Quería volver al Olimpo. Si por lo menos estuviese Hércules para divertirse un poco... Se paró ante el espejo, el mismo espejo frente al que habían hecho el amor hacía quince días. Desde el día de la ópera no había vuelto a verle. Cogió un poco de perfume y se lo aplicó al cuello, acariciándoselo con suavidad. En ese momento un movimiento furtivo en el espejo la hizo darse la vuelta con curiosidad.
—Hola preciosa. —dijo Hércules jugueteando con una pequeña cajita— Estoy de vuelta.
—Te has tomado tu tiempo. ¿Lo has pasado bien? —preguntó observando su cuerpo desnudo tendido relajadamente en su cama.
—He hecho lo necesario para conseguir la caja. —respondió él.
—Y seguro que te sacrificaste por el bien de la misión. —le reprochó afrodita sin poder evitarlo.
—Vaya, no me imaginaba que la mujer perfecta fuese capaz de tener celos.
—No son celos, era ansiedad y falta de noticias. No sabía si lo habías conseguido o habías fracasado. —mintió Afrodita acercándose a la cama y alargando el brazo para coger la caja.
Hércules sonrió y la apartó lo justo para obligar a su amante a pasar el cuerpo por encima del suyo, momento que aprovechó para agarrarla por la cintura.
—Te he echado de menos. —dijo Hércules.
—Sí, sobre todo cuando estabas entre los muslos de aquella pelirroja tetuda y forrada.
—Pude quedarme, pero no lo hice. —dijo Hércules abriendo la bata de Afrodita y deslizando sus manos por su piel tibia y suave.
Las manos de Hércules le hicieron olvidarse de la caja y suspiró quedamente antes de que él la besase. Sus labios se juntaron durante un instante. Afrodita se hizo un poco la dura y sin abrir su boca intentó separarlos haciendo un mohín. Hércules se incorporó siguiendo aquellos labios hasta que estuvo sentado con la bella joven encima, prácticamente piel contra piel.
Cogiéndola por el cuello la besó una y otra vez hasta que Afrodita se rindió y quitándose la bata se abrazó a él, dando rienda suelta a su deseo. Las manos de su hermanastro se desplazaron por su cuerpo tocando y sopesándolo todo, haciendo que el deseo prendiese en ella como un fuego abrasador.
Cuando se dio cuenta, estaba meciéndose en su regazo, con su polla hundida profundamente en su sexo. Excitada se agarró a su nuca y comenzó a realizar movimientos más amplios y profundos, empalándose con fuerza mientras Hércules no dejaba de besar sus labios y sus pechos.
El miembro del joven, duro y caliente se abría paso en su coño haciéndola sentir un placer intenso que hacía que su cuerpo se estremeciese y temblase cubierto de sudor. Sus manos se entrelazaron a la vez que Hércules le daba la vuelta y se situaba sobre ella.
Afrodita abrió sus piernas dejando que le aprisionase las manos contra el colchón mientras seguía follándola. Bajó su mirada excitada y deseosa de ver como aquel magnifico miembro entraba y salía de su congestionada vagina, una y otra vez, colmándola y chocando los pubis sonoramente.
Sentía con todo su cuerpo la fuerza desatada de aquel hombre al empujar sobre ella, cada vez más fuerte, hasta que un intenso orgasmo recorrió su cuerpo una y otra vez haciéndola estremecerse durante lo que creyó que era una eternidad. Indefensa, solo pudo dejar que aquel joven la embistiera con fuerza hasta que pudo recuperarse y lo apartó con un gesto.
Esta vez fue él el que se tumbó boca arriba mientras ella se inclinaba sobre su pene y besaba su glande con suavidad, provocándole apagados gemidos. Con una sonrisa abrió la boca, se metió la polla en ella y empezó a chupar, primero con suavidad, luego más intensamente.
Afrodita acarició el vientre de Hércules sintiendo como sus músculos se contraían con cada chupada, cada vez con más intensidad, hasta que doblándose eyaculó con un ronco gemido. Afrodita sintió como su boca se inundaba con el calor de la semilla de su hermanastro. Cuando su amante se hubo vaciado totalmente, se apartó y tragó el semen antes de besarle de nuevo.
Exhaustos se tumbaron en la cama uno al lado del otro. Hércules cogió la caja que aun estaba sobre la cama y la examinó con detenimiento.
—¿Cómo sabes que es la caja de Pandora? —preguntó él de repente dándole vueltas—Cuando se la quité a Arabela estaba totalmente convencido. Pero mientras más la examino más vulgar me parece. Además si fuese de verdad la caja, como sabes que tiene el último mal, el que acabará con la humanidad.
—¿Quieres apostar contra ello? —preguntó Afrodita sin ningunas ganas de contarle a aquel hombre la realidad.
—En serio. ¿Quién ha verificado que esta es la verdadera caja?
—Eso no te importa. Tu solo tienes que cumplir la órdenes que te damos y punto. ¿No querías ayudar? Pues eso es lo que haces. —dijo Afrodita intentando coger la caja.
—Sí, estoy dispuesto a llevar a cabo las misiones que me encomendéis, pero otra cosa es que no me plantee los motivos. No me gusta que me mantengáis a ciegas. —replicó él apartando la caja de su alcance.
—Yo sé lo mismo que tú...
—Eso sí que no me lo creo. Quizás deba abrir la caja para saber por mi mismo el secreto que oculta.
—¡No! —exclamó ella— Por favor, no la abras.
Hércules la manipuló con cuidado, fingiendo no hacer caso de sus súplicas, pero no muy seguro de saber qué hacer con la caja. El objeto tenía una serie de muescas que ocultaban media docena de pasadores. Hércules soltó uno haciendo que la caja emitiese un sordo crujido.
Las súplicas de Afrodita se hicieron más intensas y lastimeras a medida que los pasadores saltaban hasta que la diosa no pudo aguantar más y accedió a contarle lo que quisiese.
—Quiero que me cuentes porque estás tan segura de que esta es la caja verdadera. —dijo Hércules.
—Porque conozco al que la hizo y la vi cuando se la entregó a Pandora.
—¿Me quieres decir que conoces a Zeus y que le viste entregar la caja?
—Exacto.
—¡Ja! y ahora me dirás que lo viste porque eres Afrodita, la mismísima hija de Zeus la de la belleza incomparable.
—¿Acaso no te lo parezco? —preguntó ella súbitamente picada en su orgullo.
—Vale, lo entiendo. Y si eres una diosa, ¿Por qué no te ocupaste de todo esto? Solo tenías que haber ido al islote y llevarte la caja.
—No es tan sencillo. En el pasado todos los dioses firmamos un pacto y tú padre se vio obligado a concebirte y utilizarte para recuperar su caja sin tener que intervenir él o alguno de los dioses bajo sus órdenes provocando una guerra en el Olimpo.
—Un momento. —dijo Hércules súbitamente interesado— Has dicho mi padre. ¿Sabes quién es mi padre?
—Yo... —intentó ganar tiempo consciente de que había metido la pata.
—Déjate de rodeos si no quieres que me enfade. —dijo cogiendo a Afrodita por la garganta.
La diosa intentó revolverse, pero Hércules, a pesar de ser solo un semidiós, era más fuerte que ella y no podía liberarse. Una nueva pregunta y una nueva sacudida bastaron para que Afrodita le contara entre lágrimas la historia completa de como Zeus había urdido un plan para seducir a su madre.
Cuando terminó de contar se sintió liberada, pero en cuanto miró a Hércules vio como el peso lo llevaba ahora él. Ahora que las piezas encajaban al verdad le estaba abrumando.
Hércules vio como su vida empezaba a cobrar sentido. Las razones de porque sus madres le habían ocultado la realidad sobre su nacimiento, por qué tenía aquella fuerza. Era abrumador y a la vez liberador hasta que cayó en ello. Afrodita también era hija de Zeus. Estaba enamorado de su hermana. Y aun peor, había tenido relaciones sexuales con ella.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
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