Hércules. Capítulo 30. La Caja.

El placer era intenso, era dulce y amargo a la vez. Hércules siguió apuñalándola con saña haciéndola subir y bajar en una especie de montaña rusa en la que las emociones y el placer se mezclaban haciéndola sudar y llorar, gritar y gemir, pedir paz y pedir guerra...

Capítulo 30. La caja.

La travesía fue una continua fiesta. El barco navegaba por un mar en calma a medía marcha, sin apresurarse. El champán regaba la cubierta y las noches se prolongaban hasta terminar en borracheras y orgias en las que los únicos que no participaban eran Hércules y Arabela, que se habían retirado a su camarote donde follaban en la intimidad.

Arabela estaba totalmente enamorada de ese joven. Deseosa de compartir su fuerza y juventud infinitas. Jamás se había sentido tan colgada de un hombre. Deseaba estar siempre atractiva para él, se paseaba por el camarote tal y como él lo deseaba, únicamente vestida con sus conjuntos de lencería favoritos, siempre con tacones de vértigo que realzaban sus piernas y el movimiento de sus caderas.

Cuando él la tocaba, aunque fuese involuntariamente, todo su cuerpo estallaba en pequeños chispazos y hormigueos, sus pezones se erizaban y su sexo se humedecía. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de cumplir sus deseos. Hércules se mostraba atento con ella pero era él que tomaba siempre la iniciativa mientras ella esperaba expectante sus órdenes. A veces la follaba con una ternura que la hacía fundirse como la mantequilla, otras veces le arrancaba la ropa a tirones y la follaba con violencia, insaciable, durante horas, hasta dejarle todos sus orificios en carne viva... era fascinante.

La travesía terminó al fin y toda  la tripulación del barco recibió su paga, acompañada de un generoso extra por el éxito de la expedición.

En cuanto llegaron a su casa Arabela se quitó la ropa de nuevo. Con solo un sujetador, un escueto tanga y un liguero se quedó frente a Hércules esperando una palabra, un gesto, una caricia...

Hércules se desnudó frente a ella, con movimientos rápidos como si la ropa fuese un estorbo del que disfrutara desprendiéndose. La mujer observó una vez más aquel cuerpo que parecía esculpido por el mismo Miguel ángel, con los músculos perfectamente delineados y apenas un poco de pelo en el pecho.

Arabela se acercó y se arrodilló frente a aquel miembro que tanto deseaba, pero no lo tocó hasta que su amante le autorizó a hacerlo. Sus manos acariciaron el preciado objeto de deseo con suavidad y disfrutó viendo como la polla crecía y palpitaba con sus atenciones hasta que estuvo totalmente erecta.

Mientras la acariciaba sintió un hambre intensa. Quería tener aquella polla en su boca disfrutar de su calor y su sabor bronco, a macho...

Hércules se inclinó y acarició su pelo con suavidad mientras ella besaba y chupaba con delicadeza su glande. La polla palpitaba y se retorcía dentro de la boca de Arabela que se la metía  cada vez más profundamente y chupaba con fuerza. Las manos de su amante se deslizaron por su espalda liberando sus pechos de la prisión de su sostén.

Tirando de ella ligeramente para erguirla, la sentó en el borde de la cama y acarició sus pálidos y bamboleantes pechos. Los estrujó y pellizcó suavemente sus pezones hasta que estos estuvieron totalmente erizados. Arabela cerró los ojos y gimió en respuesta a las intensas sensaciones de dolor y placer que se mezclaban. A continuación sintió como su amante y dueño escupía entre sus pechos y a continuación metía su polla entre ellos.

La mujer apretó sus tetas contra aquel vástago duro y ardiente y dejó que Hércules empujase con fuerza. Abrió los ojos para ver como la punta sobresalía de entre ellos con cada empujón. Deseaba tenerla dentro, deseaba que la hiciese vibrar hasta explotar de placer. Pero aun más que todo eso deseaba complacer a su hombre.

Siempre había sido una amante egoísta. Aprovechaba su poder e influencia para controlar incluso a sus amantes sin saber lo apasionante que podía ser proporcionar placer a otra persona incluso a costa del suyo propio.

Los minutos pasaron, notaba los pechos ligeramente magullados. Se escupió entre ellos y Hércules la cogió por el pelo obligándola a besarle sin dejar de follárselos. Recorrió sus labios con la lengua y los mordisqueó antes de invadir su boca. Una oleada de excitación y deseo casi dolorosos la asaltó justo antes de que él deshiciera el beso y explotara, eyaculando e inundando sus pechos y su cuello con su esperma.

El calor de la semilla de Hércules la volvió loca sentía que se iba a explotar si no descargaba toda la tensión sexual que estaba acumulando. Con un mohín vio a Hércules sentarse en un pequeño butacón y observarla.

Arabela se tumbó de lado, de cara a él, con las piernas abiertas, intentando atraerle a su sexo hirviente. Se estrujó los pechos, húmedos y pegajosos y se pellizcó suavemente los pezones, consiguiendo un momentáneo alivio, pero el deseo volvió multiplicado. Se estiró el tanga y mostró a Hércules la mancha de humedad que lo adornaba. Se acarició el interior de los muslos, pero no llegó más allá.  Tenía prohibido masturbarse.

Desesperada se tumbó de espaldas y levantó las piernas enfundadas en las medias de fantasía. Las tensó y las cruzó apartando el tanga para que su amante pudiese ver los labios de su vulva hinchados y atrapados entre sus muslos con su excitación resbalando de su abertura.

—Dime ¿Harías cualquier cosa por mí? —preguntó él desde la oscuridad de su rincón.

—Sabes que puedes pedirme lo que quieras. —respondió ella— Lo mío es tuyo.

—¿Cualquier cosa?

—¿Qué quieres? ¿Dinero? ¿Coches? ¿Mi cuerpo? ¿Mi alma? —dijo ella— Son tuyos.

—Solo quiero una cosa.

—Vaya, eso me pone más nerviosa. —dijo ella jugueteando de nuevo con el semen que cubría sus pechos.

—Quiero la caja. —dijo él lacónicamente.

Un escalofrío atravesó a la mujer al oír la respuesta de Hércules. La caja era el objeto por el que había luchado toda su vida desde que su abuelo le contara la historia de Pandora cuando era solo una niña y ahora él se la pedía. Bueno no era una petición, era una orden.

—¿Y si me negara?

—Te mataría. A ti, a tus guardaespaldas. A toda persona que se interponga en mi camino.

—¿Tan importante es para ti? —preguntó ella acariciando la seda de sus medias con las manos temblorosas.

—Es importante para la humanidad. ¿Te has preguntado alguna vez que pasaría si estas equivocada y al abrirla no encuentras esperanza si no algo terrible?

—¿Que pretendes decir?

—Que he venido a evitar que abras esa caja porque si lo haces acabaras con la humanidad y la caja pasará a llamarse la caja de Arabela, si es que queda alguien vivo para recordarte...

—Eso es mentira, te lo estas inventando. —repuso ella desesperada.

—Siempre pensé que serían los científicos y no las guerras los que acabarían con la humanidad. Cuando realizaron la primera reacción en cadena, había gente que opinaba que la reacción no podría pararse y acabaría con la humanidad, pero aun así lo hicieron. Cuando se puso en marcha el acelerador de partículas del CERN, hubo quien dijo que los microagujeros negros que se formaban en las colisiones aumentarían sin control destruyendo el planeta entero, pero no hicieron caso. Hasta ahora hemos tenido suerte, pero ahora tú serás la que acabe la tarea.

Arabela miró a aquel hombre de hito en hito. No había ninguna señal de mentira o engaño en él. Solo había determinación por cumplir una misión. Iba a decir algo, pero Hércules se levantó y se acercó a ella. Su mirada se volvió tierna y a la vez sombría.

Se acercó y agarró a su amante por el cuello. Arabela no opuso ninguna resistencia estaba dispuesta a morir si Hércules así lo quería. Sabía que probablemente esa fuese la última vez que harían el amor y no pudo evitar que la emoción la embargara.

Se tumbó  tras ella y sin soltar su cuello comenzó a besar su rostro y mordisquear sus orejas mientras Arabela se quedaba quieta y pasiva suspirando suavemente.

—Aquella noche, en la ópera. —dijo Arabela entre suspiros— No fue una casualidad.

—No, Arabela. No fue una casualidad.

La sensación de tener el cuerpo del joven tras ella, con la polla rozando su culo y sus caderas la excitó borrando cualquier pensamiento. El futuro no existía. Solo existía el presente y solo deseaba tener a aquel hombre dentro de ella. Movió sus caderas  y se frotó contra aquella polla dura y caliente. Con un suspiro de alivio sintió como las manos de Hércules acariciaban su culo justo antes de separar sus cachetes y deslizar su miembro en el interior de su coño. Todo su cuerpo tembló al ver su deseo satisfecho. Las manos de sus joven amante recorrieron su cuerpo sin dejar de moverse en su interior acariciando sus pechos y su vientre, besándole en el cuello, haciendo que se derritiera de placer.

De un tirón la colocó encima suyo. Arabela apoyó las manos sobre el pecho de Hércules, puso las piernas a ambos lados de su cuerpo y comenzó a mover las caderas mientras gemía y jadeaba por el esfuerzo. Las manos de él se deslizaron por el su cuerpo sudoroso hasta llegar hasta su sexo, comenzando a acariciarlo. Los dedos del joven eran tan hábiles que pronto se vio saltando con todas sus fuerzas cubierta de sudor y clavándose el pene del joven sin descanso.

A punto de correrse se separó. En el fondo de su ser sabía que este sería su último polvo y quería que durase para siempre...

Intento zafarse, pero Hércules no tardó en alcanzarla. Elevándola en el aire la sentó sobre el tocador y separando sus piernas la penetró con golpes tan secos y fuertes que hacían crujir el pesado mueble renacentista. Arabela fijó la mirada en sus ojos y con la boca entreabierta le dijo que haría lo que quisiese, le suplicó que se quedase  con él  entre gritos y gemidos, rodeando posesivamente las caderas de su amante con sus piernas a la vez que se corría.

El placer era intenso, era dulce y amargo a la vez. Hércules siguió apuñalándola con saña haciéndola subir y bajar en una especie de montaña rusa  en la que las emociones y el placer se mezclaban haciéndola sudar y llorar gritar y gemir, pedir paz y pedir guerra...

Tras lo que le pareció una eternidad Hércules se corrió, una riada ardiente colmó su interior provocando un brutal orgasmo mientras sus brazos  estrechaban su cuerpo sudoroso y lo acercaban a él.

Con delicadeza la levantó en el aire y la depositó en la cama tumbándose a su lado. Se sentía tan agotada que en pocos minutos estaba totalmente dormida.

Cuando despertó se giró y solo encontró sábanas frías. Hércules y la caja habían desaparecido. Por un instante se sintió tan vacía que creyó que no sería capaz de vivir sin él. Mordió la almohada y lloró y gritó durante lo que le parecieron horas pero finalmente se sobrepuso. Tenía negocios que atender. Había estado demasiado tiempo fuera y tenía mucho trabajo pendiente.


Aquella había sido una prueba dura. No le gustaba lo que le había hecho a aquella mujer. No paraba de decirse a sí mismo que había hecho lo necesario. Aunque no la amaba, no le gustaba hace daño a nadie gratuitamente. En el fondo no era ninguna terrorista, solo era una mujer que llevada por el afán de descubrimiento se había topado con algo que la superaba.

Esperaba que Afrodita tuviese razón y aquel objeto fuese realmente muy peligroso. Afrodita. Su recuerdo se volvió de nuevo real e intenso. La belleza de aquella mujer y el erotismo que irradiaba lo subyugaban. Intentaba no hacerse demasiadas ilusiones. No sabía muy bien porque, pero sospechaba que aquella mujer era inalcanzable. De todas maneras se veía atraído por ella como un imán. Volvía a La Alameda satisfecho por haber conseguido la caja, pero sobre todo por poder volver a ver y acariciar su cuerpo.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo  siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info:    http://www.todorelatos.com/relato/124900/

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