Hércules. Capítulo 25. Duelo de Voluntades.
¿Sabes esa criada Dominicana tan mona que tienes? La del culo potente y jugoso y esos ojos grandes y castaños que siempre mantiene bajos, pero que cuando los levanta son capaces de traspasarte como si fueses de papel. Pues ahora podría estar en tú cama, conmigo, desnuda, esperando pacientemente que le dedique mis atenciones.
Capítulo 25: Duelo de voluntades.
Una vez en el barco, Arabela dio las instrucciones a los distintos miembros del equipo. Mientras hablaba, sentía los restos de semen de Hércules ardiéndole en el vientre y el sudor y sus propios flujos orgásmicos, haciéndole cosquillas en las piernas, teniendo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para evitar que trasluciese su incomodidad por sentirse sucia y excitada.
Cuando terminó la reunión pensó en volver a casa, pero no se sintió con fuerzas para enfrentarse de nuevo a su amante, así que optó por enviar a uno de sus subordinados a por el equipaje que ya estaba preparado. Se sentía una asquerosa cobarde, incapaz de enfrentarse a Hércules, pero sabía que si volvía a estar en la misma habitación se lo llevaría con ella.
Llevárselo con ella, ¿Qué habría de malo? No, no podía incorporarlo. Se suponía que era una expedición privada. A pesar de que era de dominio público, nadie salvo ella y unos pocos allegados, conocían el objetivo y no se vería con buenos ojos que incorporase a un desconocido a última hora.
De todas maneras el chico merecía una explicación y no quería perderle, así que se dirigió a su camarote y respirando hondo, se armó de valor y marcó su número de móvil.
—Hola, Hércules, siento haberme ido con tanta prisa. —dijo ella sentándose en la cama.
—¿Qué tal la reunión? —dijo el sin ningún tono de reproche.
—Bien, bien. —se apresuró a contestar— Ya estoy en el barco y se me ha ocurrido que no tiene sentido volver a casa y tener que madrugar para estar puntual aquí, así que creo que me quedare a dormir en el barco.
—Cobardica. —dijo él entre risas.
—Oye yo no... —intentó replicar ella ofendida, a pesar de que sabía que Hércules tenía toda la razón.
—Vamos, no intentes escurrirte con excusas. Sabes perfectamente que no vienes porque temes que si vuelves a estar ante mí perderás el control.
—Yo...
—En realidad tienes razón, porque si estuvieses aquí te volvería a pedir que me llevases contigo. Será mejor que te quedes en el barco porque si no...
El tono de voz era inequívoco y la mujer sintió un escalofrío recorriendo su columna vertebral. Optó por no decir nada esperando que Hércules colgara, pero deseando seguir escuchando su voz.
—¿Si no, qué? —dijo ella rindiéndose y rompiendo al fin el silencio.
—Si estuvieses aquí te depositaría sobre mi regazo, te bajaría los pantalones y te daría unos azotes.
—No te atreverías.
—Me encantaría ver ese culazo grande y pálido con mis manos marcadas en él. Escuchar el ruido de mis palmadas y oír tus grititos... Mmm, vuelvo a estar empalmado.
Arabela no contestó, pero sintió como su ropa interior volvía a mojarse. Descuidadamente metió una mano en sus pantalones intentando aplacar una creciente comezón.
—Sé que para ti solo soy una pequeña distracción temporal, —dijo fingiendo una exasperación que no sentía— no sé que voy a hacer sin el contacto con tu cuerpo, el sabor de tu boca y el aroma de tu piel.
—Vamos no seas melodramático. Estaré aquí antes de lo que piensas.
—Sí y quizás encuentre otra mujer mientras tanto, quizás este ahora mismo abrazado a un cuerpo suave y cálido. —dijo él.
Arabela podía percibir la sonrisa de aquel cabrón al otro lado de la línea y aunque le contestó que no se atrevería, una desagradable sensación comenzó a hacer presa en ella. ¿Podía ser posible que estuviese celosa de un fantasma? Mientras tanto Hércules seguía provocándola sin clemencia:
—¿Sabes esa criada Dominicana tan mona que tienes? La del culo potente y jugoso y esos ojos grandes y castaños que siempre mantiene bajos, pero que cuando los levanta son capaces de traspasarte como si fueses de papel. Pues ahora podría estar en tú cama, conmigo, desnuda, esperando pacientemente que le dedique mis atenciones.
—¡Mentira!
—Quizás —replicó Hércules— o quizás no. Ahora podría estar acariciando su piel color caramelo, tersa y brillante y aspirando el intenso aroma a madreselva que emana. Podría acariciar el interior de sus muslos y admirar su cuerpo total y escrupulosamente depilado, haciendo que parezca aun más joven y atractiva.
Arabela deseaba colgar, deseaba librarse de la tortura que suponían las palabras de su amante despechado, deseaba mandarle a la mierda, pero las imágenes que se formaban en su mente la habían excitado de tal manera que no podía evitar seguir escuchando, hipnotizada, acariciándose el pubis bajo los vaqueros.
—Separo con mis dedos los labios de su sexo. Un hilo de flujos cálidos y excitantes los mantiene unidos. ¿La oyes suspirar mientras empapo mis dedos con ellos?
—Acercó mis dedos a la nariz, es un olor intenso y potente, como a mar y algas. —continuó sin esperar respuesta— Lo pruebo, es ligeramente ácido pero sabroso y despierta mi apetito. Entierro mi boca entre sus piernas, beso su pubis terso y limpio y me ayudó de las manos para sacar a la vista su clítoris que emerge como una pequeña flor rosada de los oscuros pliegues de su vulva.
Los dedos de Arabela tropezaron con su clítoris imaginando la lengua de Hércules rozando el pequeño botón de placer de la joven e imitando sus movimientos.
—Lupita gime y se retuerce mientras sigo asaltándola y saboreándola con mi lengua hasta que le doy una pequeña tregua. Avanzo con mi boca poco a poco por su vientre liso y juvenil...
Juvenil. El muy cabrón sabe donde hacer daño. Arabela se siente especialmente vulnerable y no puede evitar pensar que está en desventaja con los miles de jovencitas que hay por ahí, dispuestas a hacer de todo con tal de pillar a un hombre como Hércules. Aun así no puede dejar de masturbarse mientras escucha como él le describe los pechos pequeños, con unos pezones grandes y oscuros que se endurecen inmediatamente y hacen que la joven se estremezca de placer ante el más mínimo roce.
—Acerco mis labios a los suyos, pero ella me los niega, no me besará mientras te comparta con ella. Yo lo vuelvo a intentar, pero ella consigue darse la vuelta dándome la espalda. ¿No oyes como me susurra al oído que quiere que sea solo suyo?
A través del auricular Hércules escuchó como los apagados jadeos se interrumpían con un rechinar de dientes. Satisfecho decidió seguir presionándola.
—Al darme la espalda me nuestra un culo grande y musculoso. Separó sus cachetes descubriendo el diminuto y delicado esfínter que cierra la entrada de su ano. Me ensalivo el dedo y lo acaricio con suavidad. Introduzco la punta de mi dedo corazón y la retiro. El agujero se cierra inmediatamente. Sueño y deseo la estrechez y el calor de ese estrecho conducto.
Arabela, deseó estar allí, deseó ser ella la que giraba la cabeza y le sonreía dándole permiso para sodomizarla.
—¡Ahh! ¡Qué placer el del sodomita! El culo de Lupita es estrecho y cálido. Su esfínter abraza amorosamente el tallo de mi polla mientras ella suelta un pequeño gritito de dolor y se muerde el labio mientras yo me quedo quieto esperando que pase el dolor. Lupita suspira y yo empiezo a moverme mientras deslizo una mano alrededor de sus caderas y acaricio su sexo. ——Mi polla entra y sale con suavidad del estrecho agujero, disfrutando y haciendo disfrutar a la joven que en poco tiempo empieza a gemir de placer. Me agarro a sus caderas y las levanto para poder follarla con más comodidad.
Arabela ya no escuchaba y se masturbaba con más violencia, deseaba tener a ese hijoputa a su lado con desesperación.
—Lupita hunde la cabeza en la almohada, la muerde para evitar gritar mientras mis acometidas hacen que toda la cama tiemble. El placer se intensifica cuando ella aprieta el culo en torno a mi verga. Yo me vuelvo loco y la follo salvajemente. Lupe grita desaforadamente y se corre. Su cuerpo tiembla provocando a su vez que eyacule en su interior. El calor de mi semilla hace que el placer de la joven se intensifique y se prolongue. Lupita extasiada me dedica palabras de amor, me pide que no me separé nunca de ...
—¡Esta bien! ¡Basta cabrón! —le interrumpió Arabela en el momento en que un intenso orgasmo estalla atenazando su cuerpo— Mañana, seis de la mañana, muelle veintidós. Ni se te ocurra llegar un minuto tarde o te juro por Dios que te dejo en tierra.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
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