Hércules. Capítulo 2. La muerte de Piper

La joven sintió las manos ásperas de la mujer en sus mejillas mientras observaba los ojos grandes y marrones acercarse poco a poco. Segundos después unos labios finos y suaves acariciaron los suyos.

Capítulo 2:  La muerte de Piper.

Zeus observó como la joven amazona se lanzaba sobre el cuello de su montura con sus hermosos ojos arrasados en lágrimas. El pobre animal trataba inútilmente levantarse sin conseguirlo y Zeus no pudo evitar sentirse un poco culpable por haber provocado el accidente.

Ese sentimiento le duró poco tiempo. La perspectiva de poseer aquel cuerpo joven e indescriptiblemente hermoso le ayudó a olvidar aquella desagradable, pero necesaria parte de sus planes, centrarse en la forma de eludir la mirada vigilante de Hera y abandonar el Olimpo para llenar a la joven humana con su amor.


El veterinario del torneo llegó en menos de un minuto y se arrodilló junto al animal. Solo necesitó un vistazo para saber que el animal era un caso perdido, aun así, con la ayuda de su asistente, le colocó un gotero con morfina para que el animal no sufriese.

Diana le miró con un gesto esperanzado, aunque ella misma sabía de la gravedad de la lesión. Por respeto a la joven exploró el miembro del animal con suavidad. No hacía falta una radiografía para saber que tenía rota la caña y la peor parte se la había llevado la articulación de la primera falange que estaba hecha astillas. No había arreglo posible. Aquel animal no volvería a andar.

—Lo siento, hija. —dijo el veterinario cuando finalizó su exploración— No puedo hacer nada por él. Será mejor pensar en ahorrarle un largo sufrimiento...

El veterinario pudo ver como el último vestigio de esperanza se borraba de los hermosos ojos de la joven. Diana se abrazó de nuevo al animal y lloró en silencio mientras el veterinario se encargaba de dirigir a los operarios para que retiraran al animal del patio de saltos procurando que sufriese lo menos posible.

El veterinario quería sacrificarlo lo antes posible, pero Diana insistió y le suplicó que le dejase pasar una última noche con Piper antes de dormirlo para siempre. El veterinario no era partidario de ello, pero la joven le convenció y se limitó a colocarlo en un box lo más cómodo posible dándole una nueva dosis de calmantes para que se sintiese lo más cómodo posible. A continuación estrechó el hombro de Diana manifestándole su tristeza por no poder hacer nada más por el animal y les dejó solos.

—Hola, Diana. Lo siento muchísimo. —dijo Angélica desde el umbral de la puerta del box — Estaba viéndoos en la tele y en cuanto lo vi cogí el coche y he venido directa. ¿Cómo te encuentras?

—No mucho mejor que él. —respondió ella con voz entrecortada— el veterinario vendrá mañana a sacrificarlo.

—Si hay algo que pueda hacer por ti...

—En realidad hay algo. No quiero pasar esta noche sola con Piper. Sé que te quiere casi tanto como a mí. ¿Podrías pasar con nosotros esta noche?

—Claro, —dijo Angélica— no hay ningún problema.

Diana miró a  Angélica con una sonrisa de agradecimiento que casi la derritió. Tras un incómodo silencio la joven sonrió y se recostó sobre el heno al lado del animal, invitando a Angélica a tumbarse a su lado. Obediente, se recostó a las espaldas de Diana y la abrazó suavemente. Fuera, la noche empezaba a caer y pronto el box estuvo sumido en la oscuridad y el silencio. Angélica no se durmió hasta que estuvo segura de que la respiración de Diana era suave y acompasada.

No sabía qué hora era, abrió los ojos desorientada, pero no pudo distinguir nada, la oscuridad aun era profunda. Tras un instante Angélica se dio cuenta de donde estaba y el suave temblor y el apagado sollozo de Diana  le indicaron el origen de su desvelo.

Aproximó sus manos temblorosas al cuerpo de la joven y tanteando con suavidad exploró su cuerpo hasta encontrar sus hombros y estrechárselos con suavidad. Angélica no podía creer que estuviese tocando a la joven.

Cuando le propusieron trabajar para aquella familia de millonarios pretenciosos estuvo a punto de rechazar el trabajo, pero por educación había ido a la entrevista que le había concertado su tío. Angélica paseó por las enormes caballerizas ocultando a duras penas su desprecio hasta que por la puerta apareció ella, con el traje de amazona llevando a Piper de las riendas.

Jamás había visto a una mujer tan hermosa. Diana era casi tan alta como ella, el ajustado pantalón revelaba unas piernas largas y fuertes y un culo grande y redondo. Con una audacia impropia de ella, Angélica fue subiendo la vista recorriendo la cintura estrecha y el opulento busto de la joven hasta llegar a aquella cara angelical, de labios gruesos y nariz pequeña, dominada por unos ojos grandes, color gris perla y enmarcados por unas pestañas grandes y rizadas.

Diana se acercó a ella, apartando su larga trenza castaña y saludándola con una amplia sonrisa. Angélica le estrechó la mano con timidez incapaz de decir nada más que un lacónico encantada.

Veinte minutos después estaba firmando un contrato de media jornada por un sueldo más que generoso,  consciente de que después de conocer a Diana, hubiese trabajado gratis solo por el placer de ver a la joven aunque solo fuese de vez en cuando.

En más de una ocasión, había intentado iniciar una conversación, pero al final se sentía tan abrumada por sus sentimientos que apenas podía hilar un par de frases sin sentido antes de escabullirse como un ratoncillo asustado.

Ahora estaba abrazando a la mujer que era el centro de su existencia e intentando consolarla inútilmente. Lo único que pudo hacer fue estrecharla fuertemente y acariciar su melena, intentando transmitirle su cariño y su preocupación.

Diana se agarró a  los fuertes brazos de Angélica y poco a poco se fue relajando hasta que agotada por las emociones de la jornada se quedó dormida.

El veterinario se presentó en el establo con las primeras luces del día. Piper le saludó con un suave relincho, pero no intentó levantarse. Las dos mujeres se sacudieron el heno de la ropa y le saludaron.

El veterinario colgó un gotero con el eutanásico y se preparó para el cometido más desagradable de cualquier hombre de su profesión. Con palabras tranquilas invitó a las dos jóvenes a abandonar el box y así evitarles el mal trago, pero ambas rehusaron la invitación. El hombre se limitó a encogerse de hombros y cogiendo una vía la conectó al gotero y dejó que las drogas comenzasen a irrumpir en el torrente sanguíneo de Piper.

Diana observó abrazada a su cuello como Piper le abandonaba, poco a poco, apaciblemente, sin ningún gesto de dolor. Finalmente el caballo dejó de respirar y Angélica se inclinó para coger  a Diana por los hombros y ayudarla a incorporarse.

Con un gesto de amargura el veterinario vio como las dos jóvenes salían abrazadas de las caballerizas.

Angélica se llevó a la joven y la ayudó a entrar en su pick up. El viaje de vuelta a casa transcurrió en silencio, con una de las manos de Diana cerrada en torno a una de las suyas. Angélica la estrechaba con fuerza intentando darle ánimos.

Entraron en la finca y Angélica enfiló en dirección a la mansión, pero Diana le pidió que le llevase a las caballerizas. La joven entró en el edificio con Angélica pisándole los talones, A pesar de ser bastante temprano ya empezaba a hacer calor y el polvo del heno que se le había colado dentro del peto junto con el sudor hacía que todo el cuerpo le picase.

Observó como Diana pasaba sobre los estantes donde descansaban los arreos y la silla del animal, acariciándolos y conteniendo a duras penas las lagrimas. Finalmente llegó al box. Angélica lo tenía en perfecto estado, como siempre. Siempre había sido partidaria de las camas naturales y la paja que cubría es suelo era abundante y tenía un aspecto impecable.

Sin poder contenerse más, Diana se estremeció y comenzó a llorar desconsoladamente. Angélica dudó un momento, pero tras unos segundos la rodeó con sus brazos y la estrechó con fuerza enterrando su cara en la melena de la joven.

Aspiró con fuerza su pelo, un denso y turbador aroma a flores la invadió mareándola ligeramente.

Diana se abrazó a ella con desespero y lloró hasta que no le quedaron lágrimas que derramar.

—Lo siento —dijo la joven separándose un poco turbada por la intimidad con la que había tratado a una mujer que era prácticamente una desconocida.

Angélica no dijo nada y miró a Diana a los ojos  acariciándole las mejillas con infinita ternura.

La joven sintió las manos ásperas de la mujer en sus mejillas mientras observaba los ojos grandes y marrones acercarse poco a poco. Segundos después unos labios finos y suaves acariciaron los suyos.

Angélica le cogió por la nuca y presionó suavemente, con lo labios cerrados para a continuación  comenzar a darle suaves besos en los labios y en la comisura de su boca.

Diana nunca hubiese pensado en encontrarse en una situación semejante, pero en ese momento la encontró de lo más natural y comenzó a devolverle los besos, primero con timidez, luego entreabrió los labios y dejó que Angélica explorase su boca.

Su lengua sabía a heno y chicle de menta. Colgándose de su cuello le devolvió el beso con ansia y dejó que las manos de la mujer la explorasen despertando en su cuerpo sensaciones hace tiempo olvidadas.

Angélica avanzó lentamente, sin apresurarse, sin poder quitarse de la cabeza la desagradable sensación de que se estaba aprovechando de un momento de debilidad de la joven, pero sin poder evitarlo.

Con lentitud fue desplazando las manos por la espalda de Diana recorriendo su columna hasta dejarlas descansar en su culo. Lo acarició sintiendo su firmeza a través de los blancos pantalones de montar. La joven abrió los ojos un poco sorprendida pero suspiró y se dejó hacer.

Angélica apretó el culo de la amazona y la besó  de nuevo antes de subir  sus manos y acariciar sus costados y su cuello. Con extrema lentitud bajó las manos y empezó a desabotonarle la blusa siguiendo con sus labios el recorrido de sus dedos, besando cada milímetro de piel que quedaba a la vista. Con satisfacción notó que la respiración de Diana se hacía más ansiosa. Sin dejar que la magia se esfumase, Angélica se apresuró a quitarle la blusa y desabrocharle el sostén descubriendo unos pechos grandes, redondos y cubiertos de lunares. Acercó sus labios a uno de sus pezones y lo rozó con suavidad antes de metérselo en la boca.

Diana gimió sintiendo como su pezón crecía en el interior de la boca de Angélica enviando relámpagos de placer. Con ansiedad asió los rizos de la mujer y los apretó contra sus pechos animándola a chupar con más fuerza.

En cuestión de segundos estaban tumbadas sobre la paja, totalmente desnudas, acariciando y besando su cuerpos. Diana observó el cuerpo de Angélica, más macizo y con menos curvas, unos segundos antes de tumbarse sobre ella. La besó profundamente mientras deslizaba el muslo entre sus piernas y comenzaba a frotar su sexo.

Angélica estaba excitada y tan deseosa de dar placer a su amante que aprovechándose de su fuerza la volteó antes de enterrar la cabeza entre sus piernas. Besó su vientre liso y suave y jugueteó con la pequeña mata de pelo que cubría su pubis antes de separar sus piernas. Su sexo estaba hinchado e hipersensible y el suave roce de sus labios hizo que todo el cuerpo de Diana se estremeciese.

Con una sonrisa malévola Angélica lamió y mordisqueó la vulva de Diana sin apartar los ojos de su cara. Disfrutando de los gestos de placer de la joven,  como si el placer fuese el suyo propio. Notó como su sexo se empapaba a la misma velocidad que el de la joven y sin dejar de explorarla con su boca, introdujo una de sus manos entre sus piernas y comenzó a masturbarse.

Diana gemía, jamás había sentido nada parecido. Angélica, como mujer sabía exactamente cuánto presionar y dónde para hacer que el placer la enloqueciese. Abrió las piernas un poco más y enterró las manos en los rizos de su amante acariciándolos y jugando con ellos mientras la lengua y los dedos de la mujer  la penetraban incansables.

El orgasmo la golpeó, sorpresivo y brutal, haciendo que todo su cuerpo se combase. Inconscientemente se agarró los pechos y se los estrujó con fuerza  incapaz de hacer otra cosa que gemir y retorcerse sin control.

Tras  unos segundos los relámpagos pasaron y finalmente pudo incorporarse. Apartó la cara de Angélica de su sexo y la besó con intensidad saboreando la mezcla de saliva de la mujer y sus propios flujos  orgásmicos.

Con un empujón, Diana tumbó a su amante y ahora fue ella la que se colocó encima. Acarició sus pequeñas tetas, beso con suavidad los pezones y sin apresurarse avanzó con sus labios por su cuerpo, demostrando a Angélica que no solo ella sabía se los lugares que hacían que una mujer se derritiese.

Sin dejar de besar su musculoso vientre deslizó sus manos por su torso y su cuello e introdujo sus dedos en su boca. Angélica respondió chupándolos y lamiéndolos justo antes de que Diana los retirara para introducirlos en su coño.

Angélica soltó un ronco suspiro al sentir los dedos de su amante explorando sus entrañas. Los dedos de la joven eran cálidos y suaves y sus movimientos un poco torpes, lo que a ella le parecía aun más excitante. Disfrutó de las caricias sin dejar de observar el cuerpo de la mujer, viendo como pequeñas gotas de sudor emergían de su cuello y sus axilas escurrían por sus pechos bamboleantes para caer sobre su cuerpo.

Cuando se dio cuenta estaba jadeando y a punto de correrse. Con un supremo esfuerzo agarró a Diana por los hombros y la apartó tumbándola hacia atrás a la vez que entrelazaba sus piernas con las de la joven amazona.

La sensación de los dos pubis golpeándose y frotándose fue apoteósica. Los sexos de las dos mujeres se agitaron frenéticos mientras se acariciaban y besaban las piernas y los pies mutuamente. Angélica fue la primera en correrse, con un único grito su cuerpo se crispó por completo durante unos segundos mientras Diana seguía frotándose como una abeja furiosa y se corría segundos después. Justo en ese momento un relámpago cayó a escasos metros de las caballerizas sobresaltando sus agotados cuerpos con el estruendo.

Angélica se levantó inmediatamente sacudiéndose la paja de su cuerpo sudoroso y se acercó a la ventana, observando confundida el cielo totalmente raso. Un pequeño roble hendido y humeante demostraba que no lo habían soñado. Se encogió de hombros dándole la espalda a la ventana en el momento justo en que Diana se levantaba y se acercaba a ella.

Su belleza virginal le hizo sentirse una aprovechada. Diana sonrió y le quitó unas cuantas briznas de paja enredadas en sus rizos.

—Ahora entiendo porque no decías nada. —dijo Diana acercándose aun más— Son tus caricias las que se expresan.

—Yo...

—Sshh... no digas nada. —dijo tapándole la boca con un dedo y dándole un suave beso— Ha sido delicioso. No sabía que se pudiese sentir nada parecido y tú lo has hecho.

—¿No crees que me haya aprovechado? Soy mayor que tú. Has sufrido una perdida devastadora...

—Al contrario, —respondió Diana serena— has estado a mi lado cuando te lo he pedido, y has hecho que un día horrible se haya transformado en  una nueva promesa de felicidad y te estoy agradecida por ello.

—Yo... estoy enamorada de ti desde el  momento en que te conocí. —dijo Angélica sin saber muy bien porque.

—Ahora lo sé. —replico Diana besándole de nuevo.


No se había podido contener, ese marimacho se le había adelantado y estaba a punto de estropear sus planes. Estuvo a punto de volatilizar el cobertizo entero, pero finalmente desvió el rayo en el último momento y lo dejó caer sobre el arbolillo.

Había pensado dejar que la joven se hundiese en la tristeza y la desesperanza y luego aparecería él disfrazado para seducirla sin apenas esfuerzo, ahora tendría que cambiar sus planes y librarse de su nueva competidora, al menos temporalmente.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo  siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info:    http://www.todorelatos.com/relato/124900/

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