Hércules. Capítulo 10. Siguiendo el rastro.
La mirada de la mujer volvió a desconcertarle era distinta de lo que esperaba. Había terror en ella, pero inexplicablemente también veía un punto de excitación.
TERCERA PARTE: LOCURA
Capítulo 10: Siguiendo el rastro
"Querido Hércules, lo siento muchísimo, pero debo irme. Te amo con todo mi corazón, pero precisamente por eso debo alejarme de ti. Solo soy una vulgar prostituta que vende su cuerpo por unas monedas. Ahora que soy libre voy a presentarme en la embajada de Nigeria para pedir que me ayuden en la repatriación. Quiero volver a mi pueblo, quiero volver a Onuebu con mi familia. Espero que encuentres a alguien que te merezca y que seas muy feliz. Te quiero y siempre te querré.
Akanke.
Había dormido toda la noche, su sueño fue profundo y vacio, tan vacio como se sentía en ese momento. Releyó una vez más la nota haciendo que el dolor le traspasase. Ni siquiera sabía si era suya. No conocía su letra así que podía haberla escrito cualquiera.
De todas maneras había algo en el tono de la nota y en la pulcritud de su escritura que no le cuadraba. No había faltas de ortografía y el trazo era firme, no parecía el de una persona que estuviese pasando por una crisis emocional y la firma carecía de personalidad.
La sospecha de que alguien había dado con la joven y se la había llevado crecía en su mente por momentos. Cogió el teléfono y llamó a los hospitales preguntando por ella sin conseguir ninguna noticia. Tras un momento de duda decidió hablar también con la policía, pero tampoco pudieron ayudarla. Quiso poner una denuncia por desaparición, pero el hombre que le atendió le dijo muy amablemente que tenían que pasar cuarenta y ocho horas y que al ser la desaparecida una mujer sin papeles las posibilidades de encontrarlas eran escasas.
El policía se despidió diciendo que se quedase en casa y esperase noticias. Durante horas estuvo en casa dando vueltas por el viejo piso como un león enjaulado. Finalmente fue la televisión la que acabó por confirmar sus sospechas. Apareció como una noticia de última hora en el diario de la noche; una mujer de color había aparecido muerta con signos de violencia boca abajo en una acequia de las afueras. La presentadora apenas le dedicó unos segundos acompañando la noticia con unas imágenes de archivo de prostitutas de color ejerciendo en polígonos industriales.
No le costó mucho averiguar dónde habían llevado el cuerpo y se presentó en la morgue. Aun conservaba la esperanza de que no fuese ella. De todas maneras había un montón de prostitutas de color ejerciendo en la ciudad. Podía ser cualquiera de ellas. Repitiendo ese mantra una y otra vez siguió a un empleado por largos pasillos que apestaban a formol hasta una gran sala climatizada con un montón de nichos en una de sus paredes.
El celador revisó los números de las puertas de los nichos y tras comprobar en una carpetilla abrió el cuarto de la segunda fila empezando por la izquierda. A los pies pequeños y oscuros de los que colgaba una etiqueta con un numero le siguió un cuerpo tapado con una sábana. El celador retiró la sabana con delicadeza. La lividez de la muerte no había disminuido su belleza. Los asesinos no se habían ensañado con su cara y parecía descansar apaciblemente.
Hércules le pidió al empleado que retirase el resto de la sábana, el hombre quiso negarse, pero una mirada bastó para acabar con cualquier resistencia.
El cuerpo de su amada habías sido maltratado salvajemente. Tenía los pechos y el abdomen magullados y varias costillas rotas así como quemaduras de cigarrillos por todo el cuerpo. Los cardenales en el interior de los muslos y las escoriaciones en los labios de su sexo no dejaban lugar a dudas; también la habían violado. Mientras la observaba, la tristeza comenzó a dar paso una ira que se iba intensificando hasta que todo se volvió rojo. Durante unos segundos el celador observó atemorizado como aquel gigantón de metro noventa y enormes bíceps crispaba todo su cuerpo y apretaba los dientes en un inequívoco signo de ira.
Finalmente poco a poco consiguió dominarse de nuevo y volvió a parecer el hombre apesadumbrado que había entrado por la puerta, salvo por la evidente tensión de su mandíbula.
Tapó a la joven con una sábana y le dio instrucciones al celador para que preparasen el cuerpo para su repatriación tras la autopsia. Él se encargaría de todo.
De vuelta a casa solo tenía una idea en su mente. Acabar con todos aquellos malnacidos, evitar que volviesen hacer eso con otras mujeres y vengar a Akanke. Sobre todo eso. Quería que esos hijosputa supiesen que aquella hermosa joven no era un trozo de carne vendido al mejor postor y mientras conducía se prometió que les devolvería uno a uno cada golpe y cada quemadura. No pensaba parar hasta que hasta el último de ellos estuviese muerto.
Una vez en casa hizo menoría y buscó el puticlub del que le había hablado Akanke en internet. Resultó ser un prostíbulo de lujo a unos veinte quilómetros de la ciudad. No tenía prisa, esperó que ya estuviese avanzada la madrugada antes de salir de casa.
El burdel era un antiguo edificio de principios del siglo veinte, una mezcla de modernismo y Art Decó que para cualquier otra función resultaría excesivo e incluso estrambótico, pero para un burdel aquellas columnas retorcidas, las ventanas altas y estrechas y la recargada decoración le daban un toque de distinción.
Pasó lentamente con el coche, aparcó unos metros más adelante, en el parking de un supermercado abandonado y observó la entrada principal. Era ya tarde y los últimos clientes abandonaban el local con aire satisfecho. Esperó una hora más y con la llegada del amanecer las luces de reclamo se apagaron.
Salió del coche y se acercó a la puerta principal. A pesar de haberse apagado el rótulo, la puerta aun estaba abierta y pasó sin llamar. Sus pasos resonaron en el mármol del enorme recibidor llamando la atención de los dos gorilas encargados de la seguridad. Hércules era alto, pero los dos hombres le sacaban casi la cabeza. Estaban tan seguros de sí mismos que ni siquiera sacaron las armas de las cartucheras cuando se acercaron a él y le invitaron a abandonar el lugar firme pero educadamente.
Un puñetazo y el primer hombre salió volando por el aire aterrizando de cabeza al otro lado de la gran sala. El otro hombre intentó sacar su arma, pero recibió una patada en los genitales y un golpe en el cuello que le rompió la laringe
Dejó a los dos hombres agonizando y exploró el recibidor. En el centro, una gran escalinata llevaba a las habitaciones de las chicas. A la derecha de las escaleras había un atril con un taburete que debía ser el que ocupaba la madame encargada de recibir a los clientes y presentar a las chicas. Tras el atril había una puerta de la que salía un resplandor inequívoco.
Cogió la pistola de uno de los cuerpos agonizantes y abrió la puerta de una patada. Dos hombres y una mujer contaban el dinero mientras escuchaban música ajenos a la pelea que se había producido fuera.
Los hombres se volvieron sorprendidos, el primero cayó con la mandíbula y el pómulo destrozados por una patada el segundo llegó a echar mano de su revólver pero no pudo llegar a sacarlo del todo de la pistolera antes de que Hércules lo embistiera con el hombro aplastándolo contra la pared y rompiéndole varias costillas.
La mujer pareció sorprendida en un principio, pero supo mantener el tipo y quedándose detrás de la mesa le miró con expresión ceñuda.
—¿Qué has venido a hacer aquí? —dijo la mujer con un fuerte acento de Europa del Este— ¿Sabes con quién te estás metiendo?
—No, pero tú me lo vas a decir. —respondió rematando a los dos hombres con frialdad y arrancando a la mujer un respingo.
Tras comprobar que los esbirros de la madame habían dejado de respirar, cogió las pistolas y las posó sobre la mesa de manera que apuntasen a la mujer, que mantuvo el tipo lo mejor que pudo.
Se sentó frente a ella y la observó detenidamente. A pesar de no ser ya una jovencita se conservaba bien. Tenía unos ojos grandes y acerados y una melena larga y oscura recogida en un discreto moño. Estaba algo entrada en carnes, pero con una apretado corsé purpura lo disimulaba y de paso realzaba con él unos pechos enormes y unas caderas voluptuosas. Ceñida al cuello grueso y pálido llevaba una gargantilla de satén negro con un camafeo.
Finalmente la mujer hizo un mohín y frunciendo unos labios gruesos y pintados de un color amoratado apartó la vista sin decir una palabra.
—Vamos, dime de quién es este local y no te haré nada. —dijo Hércules en un tono suave pero inequívocamente amenazador.
—Hijo de puta, no pienso decirte nada. Esos hombres llevaban mucho tiempo conmigo y los has matado como a perros.
—Es lo que son. Perros rabiosos. A ese tipo de bestias solo se las puede tratar así.
La mujer se levantó del asiento, llevaba una falda de cuero y unos tacones que aumentaban su estatura en diez centímetros. Sin variar su gesto se acercó a Hércules e intento abofetearle, pero él se adelantó parando el golpe con facilidad y dándole un fuerte bofetón a su vez. La mujer gritó y se acarició la parte de la cara dolorida donde estaban marcados sus dedos mientras le miraba de una manera extraña.
Dime dónde está tu jefe y dónde puedo encontrarlo si no quieres pasarlo mal. Tarde o temprano, quieras o no, averiguaré lo que he venido a buscar. Que sufras más o menos solo depende de ti. La mujer se acercó y abrió la boca como si fuese a decir algo, pero con un gesto rápido le escupió en la cara.
Hércules tuvo que contenerse para no estrellar aquella sonrisa despectiva contra la pared y se conformó con darle un empujón que le hizo trastabillar y caer sobre uno de los gorilas muertos.
Antes de que la madame pudiese reaccionar se agachó y quitándole la corbata al cadáver le maniató con ella. Cogiéndola por el cuello la levantó como si fuese una pluma y estampó su torso contra la mesa del despacho.
Ahora era Hércules el que sonreía al ver el gesto hosco de la mujer con la cara a pocos centímetros de aquellas pistolas y sin poder asirlas.
—Ahora vas a decirme dónde puedo encontrar a tus jefes. ¿Verdad? —dijo Hércules sacando el cinto de uno de los hombres tendidos en el suelo y haciéndolo sonar contra la palma de su mano.
—Hijo de puta. No te atreverás con una mujer...
La mirada de la mujer volvió a desconcertarle era distinta de lo que esperaba. Había terror en ella, pero inexplicablemente también veía un punto de excitación. Desechó la impresión pensando que eran imaginaciones suyas y con delicadeza le subió a la mujer la falda dejando a la vista unas piernas torneadas y unos glúteos grandes y blancos realzados por los altos tacones.
Con naturalidad se colocó tras la mujer y le dio un sonoro cachete en el culo. Inmediatamente quedo marcada en la pálida piel de la mujer un negativo de su mano.
—Empecemos por algo sencillo. ¿Cuál es tu nombre? —dijo Hércules reforzando la pregunta con un nuevo cachete aun más fuerte.
La mujer apretó los dientes y no dijo nada. Con un suspiro de enojo echó mano del cinturón y le arreó a la mujer un cintazo en la parte baja del muslo.
—¡Irina! —respondió la mujer con un aullido.
—Muy bien, Irina, eso está mejor. —dijo él acariciando el cuerpo de la madame con el cinto y provocando en ella un escalofrío— Ahora me vas a decir para quién trabajas.
La mujer le ignoró y apretando los dientes esperó su castigo. Hércules no se hizo esperar y le dio una larga serie de cintazos. Irina gritó dolorida y le insultó pero al fin él se dio cuenta de que parte de todo aquello era pose y la mujer estaba disfrutando con el castigo.
Hércules se detuvo enjugándose el sudor de la frente y observó el culo y las piernas de la mujer casi en carne viva. La madame esperó una nueva andanada en vano. Cuando se dio cuenta de que sus instintos habían quedado al descubierto, movió sus caderas de forma lasciva y le insultó primero enfurecida, luego desesperada.
—Así que te gusta el sexo duro... —le susurró acariciando y golpeando su culo lo justo para que sintiese un escozor promesa del placer que podía proporcionarle.
—Hijo puta, eunuco... dame más.
—Esa no es forma. Debes tratarme con más respeto y ser más complaciente si deseas algo de mí.
—Sí, mi señor, lo siento mi señor.
—Ahora vas a responder a todas mis preguntas y si las respuestas son satisfactorias te premiaré adecuadamente. —dijo dándole un nuevo cintazo con el que la mujer no enmascaró su placer en esa ocasión.
—Sí, mi señor. De acuerdo, mi señor. —dijo la mujer poniendo en tensión las piernas esperando un nuevo golpe.
A partir de aquel momento la cosa fue sobre ruedas. Irina hablaba y el la recompensaba mordiendo la pálida carne de la mujer con el grueso cuero del cinturón. Con el paso del tiempo se volvió más creativo y comenzó a morderle los mulsos y a tirarle del pelo.
En pocos minutos la mujer le contó todo lo que sabía, le relató cómo había sido captada por una mafia y vendida para ejercer la prostitución en un club y como había mejorado su situación merced a sus conocimientos en contabilidad. Por último llegó a la parte interesante, la llegada de Akanke y su última noche en el club y lo más importante la dirección de la mansión donde Sunday y sus esbirros se reunían y se relajaban con "sus chicas".
Cuando la mujer terminó su relato Hércules no podía parar, estaba tan excitado como ella. La desató y la giró poniéndola boca arriba. Hambriento, se inclinó sobre ella, le escupió en la boca y le mordió y pellizcó todas las zonas de la piel que no estaban tapadas por el corsé.
Irina gemía y jadeaba con todo el cuerpo lleno de moratones y mordiscos, pero aun hambrienta abrió las piernas invitando a Hércules a que la follase.
—Sucia, puta. —dijo Hércules abriéndole el corsé y retorciendo los pezones de la mujer hasta hacerla aullar— Necesitas un verdadero castigo...
Hércules se abrió la bragueta y apoyó la punta de su glande contra la estrecha entrada del ano de la mujer.
Sin más ceremonias se lo perforó. La mujer gritó y se agarró con las piernas a sus caderas mientras metía su polla dura y hambrienta en el estrecho agujero con golpes de cadera tan duros que hacían que todo el cuerpo de la mujer se conmoviese. El dolor y el placer se confundían en la mujer excitándola cada vez mas. Hércules la sodomizaba sin descanso golpeando sus muslos y sus pechos aumentando su placer hasta que toda ella estalló en un monumental orgasmo
La cara de placer de la mujer le recordó a Akanke y toda la excitación que sentía se esfumó en un instante. Se apartó y dejó a la mujer desnuda y sudorosa recobrándose de los aguijonazos de placer que estaban traspasando su cuerpo.
Hércules se agachó para ponerse los pantalones con una sola idea en su mente, vengarse. Cuando levantó la vista vio a Irina desnuda con las dos pistolas en la mano apuntándole.
—¡Pedazo de mierda, ahora vas a morir! —dijo ella amartillando las dos armas.
—¿Sí? ¿Y por qué supones que me importa?
La mujer, acostumbrada a leer la mente de los hombres con los que trataba pudo asomarse durante un instante al vacio del alma de Hércules y dudó un instante. Eso le bastó para abalanzarse sobre ella. Juntos rodaron por el suelo de la habitación. La mujer se debatió e intentó apretar el gatillo de las pistolas. Hércules había conseguido desarmar una de las manos de la mujer, pero Irina consiguió apretar el gatillo de la otra pistola en medio de la confusión.
Por un momento Hércules dudó. Pensó que la bala le había acertado y moriría en cuestión de minutos, pero se dio cuenta de que se encontraba perfectamente y que la tibia sangre que empapaba su ropa era la de la mujer. Intentó ayudarla, pero era inútil. La bala le había atravesado el pecho y sangraba profusamente.
Inclinado sobre ella intentó consolarla y se quedó a su lado los pocos minutos que tardó en morir.
En cuanto cerró la puerta del coche se derrumbó sobre el volante y lloró durante lo que le pareció una eternidad. Estaba confuso. No sabía porque lo había hecho. al principio solo deseaba hacer daño a esa puta para vengarse y luego la había matado. Aunque hubiese sido por accidente había matado a una mujer indefensa.
Se sintió el hombre más miserable de la tierra. La joven a la que amaba estaba muerta víctima de una banda de asesinos y él no era mucho mejor que ellos. Las sirenas de la policía aullando en la lejanía le obligaron a volver a la realidad. Se limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas sintiéndose vacio y sin alma. A pesar de todo se dirigió en busca de los asesinos para completar su venganza.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
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