Hembra insatisfecha

Descuidada por su marido, encuentra consuelo inesperadamente.

Hembra insatisfecha y perro listo...

Mi vida era normal si normal era hacer los trabajos de la casa, ayudada por dos mucamas del pueblo que subían dos veces a la semana y esperar a mi marido que llegaba cuando acababa el trabajo de ganadero que llevaba de una comarca a otra. Paseaba por los campos inmensos, adyacentes a nuestra finca de 4 mil hectáreas, pero no me distanciaba mucho pues podía surgir cualquier peligro o lesionarme y estaba sola.

Un buen día no obstante, por seguir a unos ciervos que divisé, curiosa, llegué hasta un prado muy denso de vegetación y me ayudó a esconderme, contra el viento, para que no me olieran y pude observar a dos ejemplares en el momento de la cópula. Fue espectacular como el macho sobre la hembra la penetraba sin piedad a lo que ella gemía débilmente. Debía de ser un apareamiento de miembros jóvenes de la manada que teníamos, que nos daba carne y pieles y que cuidaba mucho mi marido de furtivos o depredadores.

Aquello me excitó como era lógico pues yo contaba con muy escasas raciones de sexo, como dos al mes y sin ser completas al menos para mi, y que a la vista de aquel poderoso miembro del macho me hizo llevar mi mano a mi entrepierna que ya jugosa, desprendía abundante flujo hasta que por un ruido que hice descuidadamente, la pareja se separó y escaparon de mi vista. Me quedé algo interrumpida y no supe correrme sin la excitación del espectáculo que me estaban dando. Total que me acomodé de mala manera mis braguitas, me bajé la falda y me dispuse a regresar a la hacienda.

No me había dado cuenta de lo mucho que me había alejado por lo que me costaba orientarme por los montañas y el sol pues el paisaje no lo reconocía, eran unos senderos y cañadas por donde seguramente no había pasado nunca.

De pronto oí a lo lejos, muy lejos, unos aullidos largos, como lastimeros, que no supe de que animal podían ser. Seguí andando y a los diez minutos volví a oírlos pero esta vez más próximos, del fondo del valle al que me dirigía, convencida de que era el camino de regreso.

Mi inquietud aumentó por ello y avanzaba con el oído aguzado por si podía anticiparme si tuviera que defenderme. Como salido de no se donde me apareció delante mío un perro, pero un perro diferente a los dos que teníamos en casa amaestrados que cuidaban al ganado y que yo apenas trataba pues siempre estaban o de viaje o en los corrales mordisqueando pata, para demostrar quién manda. Siempre creí que los perros eran unos animales muy dominantes y fieros pues a pesar de su tamaño hacen obedecer a otros muy superiores en tamaño y fuerza.

Aquello me dejó algo paralizada hasta no saber qué tipo de perro sería para yo sortearlo y pasar de el, sin que me molestara ni lastimara. Pensando en eso estaba cuando se me acercó lentamente con la cabeza levantada como husmeando, con los ojos medio cerrados como concentrado en lo que olía y analizando el aire. Yo seguí quieta del todo, sin demostrar miedo pues eso lo había aprendido de mi marido y sus hombres cuando en varias ocasiones bichos como escorpiones o serpientes, en fiestas campestres, se tenía que reaccionar lenta y tranquilamente para quitarlos de encima sin causarte daño. Esto le permitió al perro, salvaje debía de ser pensé, acercarse a mi hasta rozar con su morro mi corta falda, meterse debajo y olerme mis partes pudendas. Pude darme cuenta de que su piel era con medio pelo a manchas y su tamaño considerable, diría que algo mayor que unos que ví una vez que les llamaban mastines, en fin, enorme y sobre todo por que ni le conocía ni sabía como reaccionaría, si tuviera hambre o que. Total empecé a preocuparme y me vinieron a la mente todas las precauciones y consejos oídos, de que se debe seguir la corriente para no enfadarlos. El perro seguía debajo de mi falda y al poco noté una lengua, mojada y enorme pasarme por mi muslo, subir y pasar por encima de mis húmedas braguitas. Me quedé helada de la impresión, no se si del susto o del gusto a la caricia y entonces le oí el corto y seco ladrido que dio mientras se le enredaba la lengua en los pelos de mi pubis al meterla por la ingle, por debajo de mi prenda íntima. De la impresión trastabillé hacia atrás y me caí en un montículo de hojarasca y piedras a mi lado. Con la convicción de moverme lo menos posible me quedé apoyada con un codo y con las piernas abiertas, inmóvil, con la falda justo a la altura de mi sexo. El perro siguió con lo suyo y tras colocarse entre mis piernas siguió lamiendo pero esta vez ya encima de mi braga que estaba completamente mojada por los jugos de antes con los ciervos y por las babas de su lengua en lamidas que no acababan nunca ya que yo ya empecé a sentir de verdad un placer que empezaba a ser lo único en que pensar y desde aquel momento me dejé ir del todo. El animal quería meter su larga y babosa lengua por dentro de mi prenda que apenas le dejaba pasar y al darme cuenta de ello, pues no estaba por la labor del animal sino la mía, con mucho cuidado y muy despacio me bajé poco a poco el elástico y llevarlas a mis rodillas y levantando mis piernas, sacármelas del todo.

Al volver las piernas a donde estaban, el salvaje perro me metió de un golpe de cabeza la punta de su musculosa lengua hasta donde le entró y que era mucho. A mi aquello ya me dejó en éxtasis pues nadie jamás me había metido la lengua en mi chochito, ni mi marido ni mi anterior y único novio que tuve a el, que me desfloró. Notaba como aquel miembro se movía por todo lo ancho y hondo de mi vagina, sin miramientos, como una batidora y que a mi me volvía loca, tanto que a los pocos minutos me corrí hasta ver estrellas por la intensidad del orgasmo, que me compensó el que no pude conseguir media hora antes y que llevaba pendiente de alcanzar hacía muchos días. Aquello era fantástico, un encuentro sorpresa, en mitad del campo, con una bestia salvaje, que me daba un placer como nadie, en lugar de miedos o problemas.

Estaba recuperándome de la venida monstruo cuando me quedé mirando al perro que, con la lengua fuera, estaba incorporado y saboreando mis caldos. Lo miré como autor de mi gozo y deseando darle las gracias de algún modo pero no sabía como, cuando me percaté de que entre las patas traseras le lucía su sexo viril, brillante, irregular y puntiagudo pero sobre todo, que casi le llegaba al suelo! El perro jadeaba, yo jadeaba y nuestros sexos parecía que se entendían, el mío como una charca y abierto por la enorme lengua y el suyo gordo y largo a punto para copular con una hembra y allí no había más hembra que yo. El perro debía ser muy listo, el mas listo de la manada salvaje, pues dando dos pasos se puso con sus patas a mis costados y su lengua lamiendo mis labios mientras su polla encajaba entre los labios de mi vulva. Me quedé sofocada al pensar, como casada, que iba a ser follada por alguien que no era mi marido y además era un perro! Pero no me importó en lo más mínimo, era una forma de darle las gracias al animalito que tan pronto notó la puerta de entrada empujó con sus riñones y me metió su enorme vergajo hasta el fondo de mi vientre, donde no había llegado nadie hasta entonces, pues al sacarlo y meterlo me tocaba el fondo, el cuello de mi útero y yo no podía de tanto gusto que me provocaba. Mientras su musculosa lengua ya me había separado los labios y me la estaba metiendo toda dentro de mi boca con lo que le di mis salivas cuando la sacaba y el me daba sus babas cuando me la volvía a entrar, pues yo mantenía mi boca abierta del todo.

Me estaba viniendo un orgasmo como un tsunami por el hormigueo que todo mi cuerpo sentía y la perdida de consciencia de mi cerebro. Me estaba follando como jamás me habían follado y me sentí completamente suya, hasta pensé que se merecía ser mi macho y no el que tenía, que comparativamente dejaba mucho que desear tanto por tamaño, dureza y aguante, este "era otra historia".

Tras orgasmar sin parar me dolió algo cuando me entró un nudo que tienen los macho perros para atascarse con sus hembras, suerte que estaba dilatada y pegajosa por lo que se introdujo sin apenas dolor por mi entrada vaginal. Al momento se detuvo y noté pulsar su miembro completamente dentro de mi, como dando latigazos y un calor intenso de lo que me estaba echando, que sería su semen, no creo que se orinase en el chocho de su hembra aunque lo parecía, semen que no acababa nunca y que bajé mi mano sobre mi barriga para notar como me entraba cual enema.

Fue la primera vez que percibía el acto de ser llenada por el semen del macho, como para la reproducción de la especie, cosa algo difícil en aquel momento para mi, pero sentía sus chorros de esperma como me llenaban sin duda todos mis rincones, buscando los óvulos de la hembra, para fecundarlos. Aquello me provocó el último y más intenso de los orgasmos de aquel día.

Al cabo de mucho tiempo retozando con nuestras lenguas y con nuestros sexos acoplados el uno dentro del otro, se salió de mi y mi vagina era como un odre reventado de leche de perro escapando como si me estuviera orinando, cosa que aproveché ya que hacía bastante rato que quería vaciar mi vejiga.

El perro me lamió mi chochito hasta dejármelo limpio de todo rastro, como su quisiera esconder a mi macho oficial, la prueba de haberse follado a su mujer lo que a mi me enterneció por su detalle y medio estirada como estaba y el ladeado que le cogí su polla con la mano y me acerqué hasta lamerla y chupársela como se merecía, cosa que tampoco había hecho a ninguno de mis amantes. Sin darme cuenta estuve tragando bastante de su blanca leche que aún le salía de sus huevos y que me tomé con deleite.

Me levanté y el se quedó mirándome como para ver mi siguiente acción y hasta volví a tener pensamientos escabrosos deseando que me comiera después de follarme como me había follado. Total que reemprendí la marcha y el a mi lado.

Llegué a mi hacienda tras recuperar la orientación y el perro a mi lado moviendo la cola, yo había estado decidiendo lo que haría con el desde aquel día y que sería el tenerlo de sustituto de mi marido para las labores de macho en mi dormitorio o en donde le apetezca darme placer y yo sería su sumisa esclava sexual, cosa que conseguí cumplir.

Así fue como me follaba varias veces a diario menos, cuando las mucamas venían a limpiar, que me lo llevaba a los prados cercanos y allí, desnuda, era follada por mi macho siendo mi existencia una pasada de goces sin sombras...