Helga, mon amour

También en el farragoso trajín laboral tiene cabida el amor y el sexo.

Helga, mon amour.

Ya en otras ocasiones os he hablado de mi primer trabajo, en la empresa de consultoría. De la directora de compras, y lo que aconteció en Navidad. Este relato corresponde también a aquellos tiempos.

Los distintos técnicos trabajamos en mesas situadas en una gran sala central de la empresa, esto facilitaba la comunicación entre unos y otros y podíamos ayudarnos a la hora de llevar adelante los proyectos en que trabajábamos.

Mi mesa se hallaba situada en un lateral de la sala, dejando a mi espalda una gran ventana que me proporcionaba luz natural la mayor parte del día, y desde donde podía ver el paso de los compañeros al entrar o salir de la estancia. También sin gran esfuerzo podía ver a la mayoría de mis compañeros de trabajo. Y entre todos destacaba una muchacha de aspecto extranjero, con una lisa melena pelirroja que le caía hasta los hombros. Separados por el pasillo y un par de filas de mesas, la chica se sentaba frente a mí. Su nombre era Helga (pronúnciese Gilga) Sommer.

Esta disposición permitía que la observase y en ocasiones nuestras miradas se cruzaban. Tendría la joven uno ó dos años más que yo y era de complexión fina sin ser delgada. La indumentaria habitual, falda hasta las rodillas o pantalón de corte, perfilaban unas caderas redondas y un firme trasero, y las habituales camisas no permitían más que vislumbrar un busto mediano, sin exageración.

A fuerza de vernos y cruzarnos en la pequeña sala de descanso habilitada en la empresa comenzamos a entablar conversación y poco a poco desarrollamos una cierta confianza y amistad.

Nuestras conversaciones eran de lo más trivial e intrascendente, al menos al principio, ya sabéis, el tiempo, el trabajo, la siempre malcarada Ana María de Barrios y Escabel, …, en fin, lo habitual en estas situaciones.

Posteriormente se fueron haciendo más personales, y así me enteré que sus padres habían venido a Venezuela, por motivos de trabajo, procedentes de Alemania. También me enteré que tenía una hermana tres años menor y que ambas vivían solo con su madre desde que el padre las había abandonado hacia más de diez años.

Transcurría el tiempo, e íbamos ganando en confianza, compartíamos comidas, reuniones de trabajo e incluso algún pequeño proyecto. Y por fin no asignaron conjuntamente un análisis de situación y posibilidades en una empresa afincada en Cartagena de Indias. Como era habitual la empresa reservó un par de habitaciones en un pequeño hotel situado en la parte histórica de la ciudad y allí nos desplazamos.

Llegamos a la ciudad un miércoles por la mañana y tras acomodarnos en el hotel y tomar una reconfortante ducha, fuimos a comer en tanto comentábamos sobre la reunión que teníamos programada para primera hora de la tarde.

La reunión resultó especialmente larga, pesada, densa e incluso un tanto frustrante para las expectativas que nos habíamos hecho. Con esas sensaciones regresamos al hotel. Y tras despedirla a la puerta de su habitación, me introduje en la contigua que ocupaba yo.

El anochecer en Cartagena puede llegar a ser sofocante por el calor y la sensación de bochorno, así que procedí a nuevamente darme una refrescante ducha y poniéndome solo el ‘slip’ y un batín, me tendí en la cama a hojear las notas que había tomado en la reunión.

No habrían pasado ni cinco minutos desde que me acomodé que sonó un repicar de nudillos en la puerta, me alcé dirigiéndome a abrir y allí en la puerta cubierta con un albornoz de baño y portando una toalla estaba Helga.

‘Mi habitación se ha quedado sin agua cuando me iba a dar un baño, y he pensado si podría tomarlo en tu habitación.’

‘Como no, pasa, pasa, yo acabo de ducharme y no me ha faltado agua’.

Así que franqueándole el paso entró en la estancia y se dirigió al baño.

En este punto tendría que explicar que la red de distribución de aguas de Cartagena es terriblemente vieja y tiene perdidas por todas partes. Hacía poco, además, que la compañía encargada había sido adquirida por una empresa española, que lo primero que hizo fue despedir a todos los empleados y posteriormente volvió a contratar a los que consideró útiles y necesarios. Esto justifica los esporádicos cortes de agua que se producían.

Bueno, volviendo a mi narración, yo volví a enfrascarme en mis notas y mientras tanto Helga se daba una relajante ducha y tras unos minutos volvía a salir nuevamente envuelta en el albornoz color marfil del hotel y con una toalla cubriéndole su refulgente cabello rojizo.

Portaba una segunda toalla en el brazo, y por el bulto que mostraba supuse que llevaría alguna prenda de ropa interior que se hubiese cambiado.

Tal como salía del baño, se dirigió a la mesa en que me había acomodado a trabajar haciendo algún comentario sobre la reunión. Tan absorto estaba yo que no me había percatado de su acercamiento y al girar la cara coincidí con la suya que se inclinaba sobre la mesa con tan mala suerte que le di un apreciable golpe. Rápidamente acabé de alzarme y acudí presto a ver si le había hecho mucho daño. Ella insistía en que no era nada pero yo ya tenía mis manos en sus mejillas en tanto observaba detenidamente su rostro. Su piel clara, con un ligero sonrojo en las mejillas, sus limpios y hasta casi inocentes ojos azules.

El aprecio que sentía por Helga, hacía ya tiempo que había derivado en otra cosa y no podía dejar pasar aquel momento de cercanía e inclinando la cabeza posé con delicadeza mis labios en los suyos. ‘¿Qué haces?’ preguntaban sus labios sin separarse de los míos. ‘¡Me gustas!, ¡te quiero!’ respondían los míos al tiempo que aumentaban su presión y rodeaban sus labios. ‘¡Te deseo!’, susurraba yo, ‘yo también te deseo’ respondía ella con voz trémula, mientras poco a poco nuestros cuerpos se desplazaban hacia el lecho.

Mis manos se corrían por su cuerpo aun cubierto por el albornoz. Incluso a través de este podía notar el temblor emocionado de su cuerpo. Una de mis manos descendió ávida hasta la cintura para proceder a descorrer el lazo hecho en el cinturón de la prenda que cubría su cuerpo. Una vez este obstáculo cedió, mi ligera mano apartó el tejido y posándose en su cintura comenzó lentamente una caricia ascendente, dibujando un arabesco sobre su cuerpo hasta alcanzar los firmes senos, un furtivo roce sobre aquellos pechos palpitantes de la emoción del momento y continué el recorrido regresando a su ruborizada mejilla. Mientras nuestros labios seguían explorándose mutuamente y nuestras lenguas comenzaban a entrelazarse. Sus manos antes paradas, habían decidido seguir el paso de las mías y tras soltar el cinturón de mi batín, habían ayudado a su caída y se hallaban posadas acariciando mi torso desnudo.

Nuestro abrazo se hacía más estrecho, más intimo, por momentos. Sus manos recorrían mi espalda, en tanto el roce contra mi pecho de sus firmes senos, la dureza que poco a poco se notaba en sus pezones no tardaron en producir efecto en mi cuerpo e inicié una serena pero continua erección.

Sin dejar de besarnos tomamos asiento a los pies de la cama y mientras reclinábamos nuestros cuerpos, mis manos en un nuevo recorrido de caricias por su casi totalmente desnudo cuerpo se detuvieron en la cintura de unas delicadas braguitas color azul celeste con bellas filigranas caladas en los laterales. Un instante de detenimiento y con un rápido movimiento mis manos se introdujeron en la prenda acariciando sus glúteos mientras los pulgares rodeaban su cintura. Las manos comenzaron a descender lentamente por sus piernas, arrastrando la delicada prenda en su movimiento, hasta alcanzar los finos tobillos, un poco más y allí estaba depositada en el suelo la intima prenda, y yo arrodillado a sus pies cubriéndolos de besos.

Mis emocionadas manos subían por sus torneados muslos separando las piernas mientras mis labios las seguían cubriendo de besos aquellas lindas columnas. Helga permanecía tendida en el lecho, sus piernas descendían hacia el suelo a los pies de la cama, su cuerpo mostraba un ligero temblor fruto de la emoción del momento, su busto descendía y se elevaba al ritmo de su entrecortada respiración y sus ojos permanecían cerrados como si temiesen descubrir al abrirlos que todo era un sueño.

Lentamente, sin la prisa de la violenta pasión, más bien con el sosegado ritmo del amoroso placer, mis labios alcanzaban ya el interior de sus firmes pantorrillas y seguían el avance en busca del dulce fruto de su pubis.

Por fin mi boca alcanzó su objetivo en mi ascensión llegué hasta rozar con mis labios los aledaños de aquella tierna vulva, con delicadeza mis dedos separaban sus labios mayores y mi lengua comenzaba un lento recorrido por aquella rajita que se abría ante mí, acariciando suavemente cada pliegue del sexo que se me ofrecía, noté la calidez de su tacto y una ligera humedad fruto de la primera excitación. Helga seguía abandonada a mis caricias, su cuerpo continuaba temblando pero ya de forma diferente, poco a poco la excitación iba tomando cuerpo y desplazaba a la emoción y el temor de los primeros momentos.

Podía oír como Helga emitía, casi en susurros, unos ligeros gemidos, apenas audibles, ‘Mmmm…, sssííí…, aaahhh…, mmmm…’, a la par que arqueaba el cuerpo.

Su clítoris preso ya de una sin par excitación pugnaba por salir de su cuerpo y dediqué mis esfuerzos bucales a acariciarlo, lamerlo, succionarlo y rodearlo con mis labios dado pequeños estirones. Su inicial tranquilidad se había trocado en un embriagador furor salvaje y sujetaba con fuerza mi cabeza empujando con fuerza hacia su interior, los suaves gemidos, hacía rato ya que se habían convertido en algo más sonoro que entremezclaba con entrecortadas exclamaciones. ‘siii…, sigue…, me gusta !!!…, mááás…, asííí….’ y se retorcía de placer a cada nueva caricia. Gemía y suspiraba cada vez más fuerte y con un espasmódico movimiento de su cuerpo noté como llegaba al orgasmo y quedaba inerte sobre el lecho.

Esperando su recuperación, pero sin dejar de cubrir su cuerpo de besos, comencé a desplazarme hacia su cara, mis labios recorrieron su liso abdomen, ascendieron por su torso hasta alcanzar sus firmes senos, mi lengua se entretuvo en un suave jugueteo con los duros pezones, con las amplias aureolas que mostraban un espléndido color entre rosado y carmín.

Continué mi ascensión por el esbelto cuello, hasta llegar a los carnoso labios que parecían hechos para besar. Nuestras bocas volvieron a explorarse mutuamente y nuestras lenguas tornaron a un entrelazado jugueteo.

Helga ya recuperada comenzó a acariciar mi cuerpo recorriéndolo lentamente y finalmente alcanzó mi pene regalándome una lenta y muy placentera masturbación que ponía aun más en forma mi órgano. Con que sutil firmeza lo asía, con que suavidad desplazaba su mano por toda su longitud o envolvía su punta en un comedido apretón.

Sin dejar de acariciarnos fui desplazando mi cuerpo hasta situarme totalmente sobre ella, una leve presión de mis piernas bastó para que ella separara las suyas y ella misma dirigió mi verga hasta la embocadura de su vagina, un ligero movimiento de cadera fue suficiente para iniciar una cómoda penetración, un rítmico golpe de pelvis, un acompasado bombeo y nuestros cuerpos comenzaron a vibrar al unísono.

Cada vez más rápido, cada vez con más profundidad. Yo bombeaba con fuerza y rítmicamente, ella movía las caderas realizando un preciso movimiento circular, posteriormente cruzó sus piernas tras mi cintura acompañando el fuerte movimiento que estaba realizando.

‘Me encanta’, dijo, ‘aaaaahhh, siiii, sigue, que gusto, me voy a correr, sigue, sigue’, ‘me encanta’.

‘A mi me queda poco, estoy a punto de correrme’.

‘Ssiii…, sigue…, me gusta !!!…, mááás…, asííí….’.

Aumenté el ritmo y se elevó el tono de su jadear. ‘Así…, más, mááás…, sigue…,’. Pude notar como todo su cuerpo se tensaba y finalmente se acercaba el momento del clímax. El simultaneo orgasmo, no por esperado menos sorprendente y maravilloso lubricó nuestra unión con una gran emisión de fluidos.

Extenuados como estábamos nos acurrucamos abrazados en un profundo abrazo, sin dejar de compartir caricias y besos. Y de este modo iniciamos una bonita relación que mantuvimos tanto en nuestra estancia en Cartagena, en que hacíamos el amor cada noche, como al regresar a Caracas, donde un tiempo después trasladé mis pocos enseres a la finca que compartía Helga con su madre y su hermana.

Las cosas que allí acontecieron las dejaré para próximos relatos.

Alex. el_4ases@yahoo.es