Helena Ravenscroft II

Continuación del relato de Helena Ravenscroft y sus esclavos, relato Femdom.

2.

Luego de tomar el desayuno pasaron a una de las salas de entrenamiento de Helena. Un enorme salón rectangular, casi vacío, una de sus paredes era toda ventana, con espectacular vista a las montañas, estando al lado del castillo contrario a la ciudad. Las paredes lisas, color negro estaban apenas decoradas, tan sólo con algunos cuadros de paisajes asiáticos al estilo zen, mientras que el piso era de duelas de madera alisadas. Al centro de la habitación estaba Bob, su esclavo de raza negra, se hallaba de pie, desnudo por completo, sus brazos estirados arriba de la cabeza, estaba bien sujeto a una de las vigas del techo por cadenas conectadas a los grilletes de sus muñecas. Era un hombre fornido y musculoso como un Hércules esculpido en mármol negro.

Helena se acercó a su esclavo, estaba desnuda por completo, esplendorosa en toda la hermosura de su voluptuoso cuerpo, mostrando sus curvas suaves y su piel sonrosada, caminaba despacio y con el aplomo de una felina, de una depredadora, inicio sus ejercicios lanzando patadas altas al cuerpo de su esclavo, haciéndole sonar las costillas y el abdomen, le castigó duro, golpeando con el empeine de su pie, con el talón y con las plantas, conectando diferentes tipos de patadas con técnicas de artes marciales. Su largo cabello castaño claro lo llevaba recogido en una cola alta, la cual bailaba al ritmo de sus movimientos, sus grandes ojos marrones brillaban como los de una felina salvaje. Continuó con estas rutinas, hasta dejarle el cuerpo cubierto de hematomas y moretones. Acercó su cuerpo al del hombre, casi rozándole con sus grandes senos desnudos que se mantenían como flotando en el aire, desafiando la gravedad. La tersa piel blanca de la joven estaba perlada de sudor, lucía perfecta e inmaculada, se adivinaba suave al tacto, divina, extraordinaria. Se puso en guardia y comenzó a conectarle puñetazos al abdomen. Para finalizar posó ambas manos, una en cada uno de los hombros del sujeto y le encajó un tremendo rodillazo, directo a los testículos.

Helena liberó las cadenas, dejando a su esclavo caer duro contra el piso de madera pulida, el hombre dio de bruces como si fuera un saco de patatas, casi sin vida. Ella se plantó frente a él, manos a la cintura y piernas abiertas, en actitud desafiante.

-¡Vamos, quiero tomar una ducha! -Ordenó autoritaria.

El miserable esclavo, haciendo un gran esfuerzo, logró ponerse a gatas, con todos sus miembros temblando, su rostro estaba ensangrentado, pues se había golpeado la nariz contra el suelo al caer, tenía las muñecas lastimadas y todo el cuerpo molido.

Helena se sentó a horcajadas sobre las fuertes espaldas de su esclavo, como si este fuera un caballo pony, y le dio la orden de llevarla al cuarto de baño, gimiendo de dolor, el esclavo se puso en marcha. Salieron de la sala de entrenamiento, atravesaron uno de los largos corredores e ingresaron a una enorme habitación, que poseía paredes y piso de mármol blanco, la llevó a un área central, donde junto a una bañera de piedra, se encontraba un área de ducha, consistente en un cuadrado rodeado de paredes de cristal. Entraron al interior de la caja de ducha, Helena bajó del esclavo al piso, el hombre se acostó a todo lo largo que era sobre el suelo, de espaldas, y la chica trepó encima de él, plantándose con sus pies descalzos encima del cuerpo del hombre, posando sus pies sobre los fuertes pectorales y el esculpido abdomen, caminó encima de él como si fuera una especie de alfombra humana.

Activó la ducha y baño su cuerpo con el agua caliente, de pie encima de su esclavo, se lavó con jabón y agua, para finalizar se aplicó aceite, masajeando su voluptuoso cuerpo, sus senos, sus muslos y sus extremidades. Vio al hombre que la observaba desde abajo, a pesar de la tunda recibida su pene estaba en total erección apuntando al cielo como un cohete. Helena posó uno de sus talones sobre los huevos y presionó hacia abajo con fuerza.

-¡Ya te dije que lo tienes prohibido! ¡No se te debe poner dura sin mi permiso!

Todos sus esclavos tenían prohibido el tener erecciones sin el consentimiento de la Ama, mucho menos podían masturbarse.

Se plantó con ambos pies sobre el abdomen del hombre y comenzó a saltar encima de él como si fuera un trampolín.